· Vértigo ·

por **Viktóriya P. von Habsburg** Sáb Ene 26, 2019 4:44 pm

Demasiados cambios habían tenido lugar en un intervalo de tiempo tan reducido, que la sensación de vértigo, de náusea, que tan bien conocía pero que, por suerte, sólo sufría muy de vez en cuando, ahora se había convertido en una compañera más en su vida a diario. Casi tanto como las dudas, los remordimientos... Y la frustración. Sí, estaban siendo demasiados cambios. Demasiado bruscos. Demasiado drásticos. Demasiado deprisa. Sin tiempo entre medias para poder aclimatarse a los mismos, adaptarse a sus nuevas (y en algunos casos, terribles) circunstancias. Pero si de algo podía presumir Viktóriya era de su tenacidad y fortaleza, especialmente cuando las cosas se torcían. Su experiencia en la vida era mayor de lo que muchos imaginaban dada su edad, y aunque había un centenar de cosas, de decisiones, de las que se arrepentía, tenía la suerte de al menos saber que su camino y rumbo, el que escogió casi desde el inicio, no formaba parte de ese cúmulo de frustraciones. Su trabajo, su pasión, iba tan viento en popa, que la felicidad a ese respecto la hacía mucho más hábil en esconder lo mal que le iba en el resto de ámbitos. No quería aplacar el orgullo que sentía por saberse reconocida por aquello que siempre había amado, a lo que llevaba dedicada toda su existencia. Después de que el director general decidiera retirarse y cambiar de país, con deseos de volver a su tierra ya en la vejez, donde la mayoría de sus hijos vivían a fin de estar junto a ellos lo que le quedara, lo más lógico hubiera sido que se decidiera de forma más o menos democrática quién debía ser su “heredero”. Para sorpresa de la joven artista (aunque no para el resto, que ya sabían lo que el anciano había decidido con anterioridad), el cargo le fue cedido con mención a lo mucho que sus esfuerzos en las últimas obras que había coreografiado habían conseguido con respecto a que la ópera recuperara la relevancia que había perdido en los pasados años.

A pesar de que era un halago del que no se creía merecedora, realmente no le nació siquiera la idea de rechazar su nueva posición. Antes, hubiera creído que un cargo de tan elevada responsabilidad provocaría que se descentrara de su verdadera vocación: actuar y crear; pero con el paso de los años se había dado cuenta de que mientras más poder poseas, como en todos los aspectos del mundo, más capacidad tienes para cambiar las cosas. Y había cientos de cosas, de novedades, que se le ocurrían, con el propósito de hacer resplandecer la escena artística parisina en lo que a ópera y teatro se refería. Aparte, el hecho de que el resto de su vida fuera cuesta abajo y sin intención de frenar en un futuro cercano, hacía que la idea de estar más ocupada, y por tanto, permanecer más tiempo lejos del domicilio “familiar”, le resultara sumamente atractivo. Casi en el mismo grado que lo hacía poderse seguir dedicando a lo que más le gustaba. Salía ganando lo mirase por donde lo mirase.

Tras una larga semana, que dedicó casi en su totalidad a acostumbrarse al manejo de las cosas vistas desde la "cima", la joven alemana se sentía completamente integrada y adaptada, y más llena de vitalidad e ideas de lo que se había sentido en meses. Desde su boda. Desde que comprendiera que su futuro estaba condenado, desde el aspecto sentimental, al menos. Sumida de lleno en la elección de los nuevos candidatos para la obra que tenía ideada, Viktóriya se topó con más de un centenar de nuevas caras en el gremio que eran más que prometedores. Y como veterana, que no en edad, pero sí en tablas, se sentía excitada con la simple posibilidad de compartir sus trucos, estrategias y experiencia con personas que acababan de comenzar a caminar por el escabroso camino de la actuación. Tener discípulos era algo con lo que jamás había soñado siquiera, y ahora la llenaba de ilusión. Si era porque había madurado, o porque en el fondo deseaba poder compartir ese pedazo de su alma con otros semejantes, no era algo que quisiera preguntarse. La soledad era algo a lo que estaba acostumbrada, y algo que sabía tolerar siempre y cuando la ignorase. Tomar consciencia de su presencia significaría volver a hundirse.

Y ya le había costado bastante salir a flote, como volver a dejarse llevar por la corriente.

No. Era el momento del cambio.
De recuperarse.
De redescubrirse.