AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El vértigo de la eternidad (Privado)
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El vértigo de la eternidad (Privado)
La sera scende già, la notte impazzirò,
e in fondo agli occhi tuoi bruciano i miei.
Francesco Regna.
e in fondo agli occhi tuoi bruciano i miei.
Francesco Regna.
Alisó la tela de su vestido colorado sin poder evitar dirigir un pensamiento cargado de admiración hacia las mortales que eran capaces de meterse dentro de un corsé así de ajustado y respirar al mismo tiempo.
Conforme pasaban los años, y las influencias, la moda mutaba, pero siempre era –de una forma u otra- dolorosa para las mujeres. Cuanto más dolor más belleza… Suerte que ella no lo padecía, podía meterse dentro de aquel bello traje sin preocuparse por acabar con algún hueso quebrado a causa de la presión.
¿Qué hacía allí? No conocía, ni deseaba conocer, a la condesa que cumplía años. Simplemente había recibido la invitación –suponía que a causa de los negocios que ella tenía con el esposo de la mujer- y confirmado de inmediato su asistencia porque, ¿cómo iba a rechazar la posibilidad de asistir a tamaño festejo? No era frívola, pero sí bastante solitaria por lo que vio en aquella celebración, que duraba cuatro noches, la posibilidad de empezar a sociabilizar otra vez porque era sabido: vampiro que se aislaba era vampiro que enloquecía.
Recogió un poco su vestido antes de comenzar a subir por los amplios escalones. Por obvios motivos, el dormitorio que le habían asignado quedaba en el piso subterráneo de la edificación central del palacio, por eso debía subir para poder llegar hasta el mismísimo centro del festejo.
La gente iba y venía, las risas todo lo invadían y hasta lograban acallar la melodía que los músicos creaban. Ramiara notó que todos caminaban acompañados, era la única que marchaba en solitario. No le molestaba, ella era así y se aceptaba, pero la diferencia era notoria: ellos parecían disfrutar de la fiesta, en cambio ella sólo caminaba por el pasillo atraída hacia la música.
En lo que iba durando su eternidad, Ramiara había pasado por varios estadíos: soledad absoluta, sociabilidad extrema, soledad selectiva, amistades enfermizas, aislamiento y ahora se hallaba cómoda de regreso en la soledad selectiva… aunque era más sincero decir que tenía sólo amistades por conveniencia.
Entró en el salón principal, dispuesta a beber algo de vino y a sentarse en un rincón para disfrutar de la música sin ser importunada, lo mismo había hecho la noche anterior.
Disfrutaba de la segunda copa, mientras veía a los demás convidados bailar alegres, cuando comenzó a sentirse incómoda sin razón aparente. Sentía un peso en el pecho, podía decirse que se parecía a la sed… pero no podía ser aquel horrible mal puesto que se había alimentado hacía solo unas pocas horas. Involuntariamente –casi como si alguien más la hubiera redirigido- su mirada se desvió hacia el otro extremo del salón, más allá de quienes bailaban, más allá del grupo de músicos… un hombre la observaba fijamente mientras caminaba hacia ella y Ramiara no tardó en reconocerlo a pesar de todo el tiempo transcurrido, a pesar del odio más profundo y de las explicaciones adeudadas… Era él.
-No puede ser… –susurró y se puso en pie sin advertir que la copa resbalaba de su mano izquierda y acababa sobre el alfombrado.
Pero era. Conforme él se acercaba a ella, Ramia volvía a recordarlo todo. ¡Hasta su cuerpo le advertía que estaba peligrosamente cerca de su creador!
Había pasado cientos de años planeando qué le diría si lo volvía a ver, había trazado en su mente distintas formas de cortarle la cabeza. Soñaba con quitarle esa falsa vida, quería lastimarlo. ¡Hacía tanto que lo quería! Pero allí, en el Palacio Royal, rodeados de quienes celebraban ajenos al poder de sus miradas, lo único que pudo hacer Ramiara d’Aosta fue escapar antes de que él llegase, huir ahora que sí podía hacerlo. Simplemente se giró y salió apresuradamente hacia los jardines.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Había enviudado recientemente, y por fortuna o por desgracia, su mujer le había dejado demasiados contactos. Él, siendo lo que era, poseía sólo algunos conocidos aún vivos, nobles que lo había contratado alguna vez para instruir a sus hijos en el arte de la guerra; o esos hijos mismos, que terminaban por descubrir su naturaleza cuando volvían a encontrarse y Kaspar seguía tan igual que siempre. Eran personas con poder, ¿y para qué necesitaba más? No obstante, los Széchenyi de Hungría eran mucho más conocidos, una familia de abolengo actual, y su unión con Silke le trajo cierta fama que nunca le sentó bien. Y aún ahora que la muy maldita estaba muerta, ese eco lo perseguía, como Orestes perseguido, acosado por las Furias.
No sólo eso, sino que la alta sociedad de París supiera que Kaspar Furtwängler estaba soltero de nuevo, lo ponía en la mirada de todos. Estaba considerando ya dejar la ciudad, después de todo, nada lo ataba ahí. Así, recibió una de tantas invitaciones que usualmente era su difunta esposa quien leía y elegía a cuales iban a asistir. Él no tenía tacto para eso, era un guerrero, no un aristócrata, aunque ese papel estuviera jugando ahora.
Casi al azar eligió una. Se dijo que con una aparición pública que hiciera iba a bastar. Y llegada la noche, se vistió con sus mejores galas, que en ese ego suyo, creía se le veían casi tan bien como las armaduras y cotas de mallas. Iba de negro, supuestamente aún era un viudo doliente del deceso de su esposa. Eso hacía resaltar la palidez de su piel y el azul de sus ojos como la sangre que corría por las venas de los antiguos reyes.
Tan sólo arribar, se vio rodeado de gente. Madres que le acercaban a sus hijas, para que las considerara como segundas esposas. Hombres que querían una tajada de los negocios Széchenyi. Mujeres más perversas que sólo querían enredarse con el nuevo viudo. Con habilidad, logró ir descartando a cada una de esas personas. Educación que siempre tuvo, claro, nació en un hogar privilegiado, pero que sobre todo, había aprendido con los siglos.
Entonces fue como si un trueno cruzara el cielo y cimbrara la tierra. Una mujer no dejaba de hablarle, pero había dejado de prestar atención hacía un rato, buscando, aunque no sabía con exactitud qué. Pareció un juego de sincronía. Las parejas que danzaban en el salón, se abrieron como el mar rojo ante la orden divina de Moisés, y pudo verla. Con calma, tomó de los hombros a la dama que tenía enfrente, sin decirle nada la hizo a un lado, y comenzó a caminar el línea recta, hacia ella. Parecía llamado por un canto celestial, o que iba de manera voluntaria a su ejecución.
Las parejas volvieron a ocupar la pista, sólo le dieron un segundo para poder verla, y cuando se asomó, ya no estaba. Aunque ahora la sentía. La sentía debajo de la piel. En su paladar. En sus ojos, clavada como agujas. La sentía dentro, profundo, sangre de su sangre y supuso que, después de tantos años, siglos… le debía una explicación. O al menos, una palabra.
Movido por ese mismo impulso primitivo, el que, intuyó, era un monstruo más allá del control que cada vampiro lograba, salió del salón, casi desapercibido, considerando la atención que recibió al llegar. Los jardines se dibujaron ante él. Árboles y matorrales, flores y agua corriendo a lo lejos. El aroma de algunos lirios y… ahí estaba, el crujir de las piedras bajo el peso de pisadas. Siguió el rastro, y la encontró junto a una fuente de mármol, de un ángel desnudo que vertía agua con un cántaro enorme.
—Ramiara —conocía su nombre. Lo tenía grabado a fuego en la memoria, porque de todos los guerreros que enfrentó, fue ella, siempre ella, la más feroz. En su voz de bajo barítono, aquel nombre sonó a grito de guerra, a poesía de Calíope—. Sí puede ser. Venos aquí, esta noche, tan lejos de casa, después de tanto tiempo —alzó las manos un poco, como para señalar la totalidad de las circunstancias y levantó el mentón. Si quería gritarle, golpearlo, ignorarlo, lo iba a entender, no obstante, él sentía la necesidad (una que había existido ahí desde hace mucho) de cruzar una palabra con ella, ahora que era como él.
Última edición por Kaspar Furtwängler el Vie Ago 11, 2017 5:23 pm, editado 2 veces
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
¿A dónde podía ir? No quería estar ahí, no deseaba verlo, tampoco hablarle. No quería tener que matarlo en un lugar tan concurrido, aunque lo haría sin problemas si él la provocaba. ¿Por qué la seguía? ¡Qué espanto! ¿A dónde podía esconderse de él? ¿A dónde debía ir si quería desaparecer?
Era rápido, tanto como ella que, para colmo de males, se hallaba realmente confusa, mareada de sensaciones ya olvidadas. Sentía un cosquilleo en la piel y a la vez algo de calor. No cualquier calor, sino ese que solo el sol dando de lleno en el rostro puede producir. Era una locura, ya había olvidado como se sentía aquello, ¿cómo podía entonces estar experimentándolo? A la vez, toda aquella escena –la última de su vida mortal- se hizo presente en su mente. Recordó todo en esos breves segundos en los que se adentraba en los jardines fragantes: la presión de los dedos de él en su nuca, la fuerza de su boca desgarrándole la piel, el dolor de sus heridas, el olor de la guerra y sus sonidos característicos que los envolvían mientras ellos se unían en el abrazo. Él seguro de lo que hacía, ella a tientas sin saber que se embarcaba en lo irreversible.
En cuestión de instantes el maldito la alcanzó y Ramiara se vio acorralada. Frente a ella una fuente de enormes proporciones, tras ella su creador y en su interior una sed inaudita para alguien que se había alimentado hacía pocas horas. En medio de la confusión, Ramiara comprendió que tenía sed de él pues era su sangre la primera que había bebido hacía muchísimos años ya, en un campo de batalla, segundos antes de morir y renacer convertida en esa mujer que ahora era.
Se volvió hacia él, no tuvo más opción que hacerlo, y cayó rápidamente en la trampa de contemplar su rostro con detenimiento, con avidez. La avidez nacía del tiempo que había pasado intentando recordar cada detalle de ese rostro.
Algo inusual ocurrió en ella al oírlo pronunciar su nombre con esa voz profunda -era la voz de quien se sabe poderoso, de quien ha nacido para dar órdenes-, sintió un escalofrío. Había oído hablar sobre el poder que los creadores tenían sobre sus creados, pero nunca lo había experimentado. Por momentos su cuerpo la traicionaba con sensaciones que solo podía experimentar un mortal. No habían pasado ni cinco minutos desde que lo había descubierto en la fiesta y ella ya se hallaba perdida dentro de su propio cuerpo. ¿Qué pasaría si se medían en combate? ¿Su cuerpo la traicionaría? ¡No era justo! Ella tenía motivos para odiarlo, para querer matarlo, y no era justo que ni siquiera pudiera contar con el apoyo de su propio cuerpo.
-Sabes mi nombre… -susurró extrañada porque había mucho de esa noche que no recordaba, como haberle revelado su identidad a él, a su mejor rival, el guerrero más fuerte que había enfrentado, el único que la había vencido.
Se cruzó de brazos, como si quisiera protegerse. ¿Le temía? No, al contrario, casi estaba deseando que se atreviese a atacarla, en un lugar tan expuesto, y así tener motivos para matarlo allí, sin que le importara la celebración ni los invitados de la alta sociedad francesa.
“Que estúpida primera frase le he lanzado”, pensó. Le resultaba llamativo que la reconociera, pues de seguro había transformado a cientos de personas antes y después que ella.
-Sí que ha pasado mucho tiempo –concedió. Ramiara miró hacia un lado y hacia otro para asegurarse de que estaban solos, lejos de miradas intrusas, antes de preguntarle-: ¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues? ¿Buscas morir, acaso? Porque siempre he deseado acabar contigo, Kaspar… –Ella no olvidaba su nombre, nunca lo haría.
Parecía tranquilo, aparentaba ser solo un hombre que se le había acercado sin malas intenciones, pero ella no podía creerse ese papel, por muy bien que él lo representase. No se fiaría.
“Tal vez sólo quiere hablar…”, su mente la traicionó con ese pensamiento. Ramiara tenía la certeza de que pasar tanto tiempo alejada de las batallas la había ablandado. ¿Hablar de qué? No tenía sentido.
Se acercó a Kaspar como si quisiera intimidarlo, desafiarlo, rogando que él no notase la humillante verdad: su proximidad la debilitaba.
Era rápido, tanto como ella que, para colmo de males, se hallaba realmente confusa, mareada de sensaciones ya olvidadas. Sentía un cosquilleo en la piel y a la vez algo de calor. No cualquier calor, sino ese que solo el sol dando de lleno en el rostro puede producir. Era una locura, ya había olvidado como se sentía aquello, ¿cómo podía entonces estar experimentándolo? A la vez, toda aquella escena –la última de su vida mortal- se hizo presente en su mente. Recordó todo en esos breves segundos en los que se adentraba en los jardines fragantes: la presión de los dedos de él en su nuca, la fuerza de su boca desgarrándole la piel, el dolor de sus heridas, el olor de la guerra y sus sonidos característicos que los envolvían mientras ellos se unían en el abrazo. Él seguro de lo que hacía, ella a tientas sin saber que se embarcaba en lo irreversible.
En cuestión de instantes el maldito la alcanzó y Ramiara se vio acorralada. Frente a ella una fuente de enormes proporciones, tras ella su creador y en su interior una sed inaudita para alguien que se había alimentado hacía pocas horas. En medio de la confusión, Ramiara comprendió que tenía sed de él pues era su sangre la primera que había bebido hacía muchísimos años ya, en un campo de batalla, segundos antes de morir y renacer convertida en esa mujer que ahora era.
Se volvió hacia él, no tuvo más opción que hacerlo, y cayó rápidamente en la trampa de contemplar su rostro con detenimiento, con avidez. La avidez nacía del tiempo que había pasado intentando recordar cada detalle de ese rostro.
Algo inusual ocurrió en ella al oírlo pronunciar su nombre con esa voz profunda -era la voz de quien se sabe poderoso, de quien ha nacido para dar órdenes-, sintió un escalofrío. Había oído hablar sobre el poder que los creadores tenían sobre sus creados, pero nunca lo había experimentado. Por momentos su cuerpo la traicionaba con sensaciones que solo podía experimentar un mortal. No habían pasado ni cinco minutos desde que lo había descubierto en la fiesta y ella ya se hallaba perdida dentro de su propio cuerpo. ¿Qué pasaría si se medían en combate? ¿Su cuerpo la traicionaría? ¡No era justo! Ella tenía motivos para odiarlo, para querer matarlo, y no era justo que ni siquiera pudiera contar con el apoyo de su propio cuerpo.
-Sabes mi nombre… -susurró extrañada porque había mucho de esa noche que no recordaba, como haberle revelado su identidad a él, a su mejor rival, el guerrero más fuerte que había enfrentado, el único que la había vencido.
Se cruzó de brazos, como si quisiera protegerse. ¿Le temía? No, al contrario, casi estaba deseando que se atreviese a atacarla, en un lugar tan expuesto, y así tener motivos para matarlo allí, sin que le importara la celebración ni los invitados de la alta sociedad francesa.
“Que estúpida primera frase le he lanzado”, pensó. Le resultaba llamativo que la reconociera, pues de seguro había transformado a cientos de personas antes y después que ella.
-Sí que ha pasado mucho tiempo –concedió. Ramiara miró hacia un lado y hacia otro para asegurarse de que estaban solos, lejos de miradas intrusas, antes de preguntarle-: ¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues? ¿Buscas morir, acaso? Porque siempre he deseado acabar contigo, Kaspar… –Ella no olvidaba su nombre, nunca lo haría.
Parecía tranquilo, aparentaba ser solo un hombre que se le había acercado sin malas intenciones, pero ella no podía creerse ese papel, por muy bien que él lo representase. No se fiaría.
“Tal vez sólo quiere hablar…”, su mente la traicionó con ese pensamiento. Ramiara tenía la certeza de que pasar tanto tiempo alejada de las batallas la había ablandado. ¿Hablar de qué? No tenía sentido.
Se acercó a Kaspar como si quisiera intimidarlo, desafiarlo, rogando que él no notase la humillante verdad: su proximidad la debilitaba.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Fue un encuentro trazado en las estrellas que por eones, se han quemado en el firmamento, y que incluso antes de que la materia del universo formara sus cuerpos, ya lo había decidido así. Fue un encuentro inevitable, aunque ninguno de los dos pareció haberlo estado buscando. Kaspar, por su parte, lo sabía, no lo había buscado, tenía esa certeza, sin embargo, ahora que estaba ahí, sabía que debía hacer algo de todo eso. Las casualidades eran para personas más simples que ellos. Para los seres forjados en noche y sangre, no existía ese cruce de caminos sin importancia. Él lo tuvo claro, pero ¿y ella?
Se relajó un poco, aunque no perdió nada del imponente porte que lo caracterizaba; espalda y hombros rectos, mentón el alto, mirada asertiva. A pesar de la paz en su vida, seguía siendo un feroz guerrero, y ello se veía reflejado en cada movimiento que hacía, porque incluso cuando firmaba una misiva, parecía que estaba blandiendo una espada. Entornó la mirada, sin responder, y luego sólo dibujó una sonrisa artera en su rostro pálido. No había cambiado, aguerrida hasta en la muerte.
No se vio cuando ella se acercó. Ramiara era la única persona a la que le había dado el don de la inmortalidad, y la había dejado pronto, como para conocerla realmente, así que no sabía a bien cómo se suponía que un sire y un neófito debían actuar, pero podía sentir la conexión invisible pero presente que los unía. Una contra la que no podían luchar, y Kaspar no iba a hacerlo, jamás invertía energías en empresas perdidas, ¿lo haría ella?
—Por supuesto que sé tu nombre —una voz como un enorme pedazo de glaciar que se desprende en el polo, como una catástrofe, y como el llamado a la batalla—. Si te da tranquilidad, tú no me lo dijiste, lo supe después —continuó, como si le adivinara el pensamiento, aunque fue sólo una casualidad. Lo dijo simplemente movido por la incertidumbre que creyó, ella sentiría. O la que al menos le parecía más lógica.
Avanzó y acortó aún más la distancia. Salvo la noche en la que la transformó, jamás la tuvo así de cerca; siempre estuvo al otro lado del campo de guerra. Ahora podía verla mejor, un dama hermosa y letal, de belleza sobrenatural que junto a él, lucía pequeña y frágil, aunque él sabía la verdad, él sabía que era enorme en la guerra, y fuerte, y feroz. Le sorprendió más bien darse cuenta de ello, de cómo alguien como Ramiara había representado a un enemigo tan acérrimo. El más digno que tuvo, sin exagerar.
—Lo sé, Ramiara —obviamente, Kaspar no se sintió intimidado. Sabía que ella tenía la capacidad para aniquilarlo, pero él también para hacerlo con ella—, esa es nuestra historia. La de pelear hasta el fin de los tiempos. Sólo quiero hablar, y si acaso después quieres intentar acabar conmigo, estoy dispuesto a aceptar el reto. No deseo morir —estiró la mano, con cayos de sostener la espada, y acarició el mentón de la mujer—, no puedo morir. Ninguno de los dos puede. Pero podemos dejar de existir. Eres como un árbol a orillas del Tíber, fuerte, y que se niega a ceder —fue un críptico y extraño cumplido. Por la forma en cómo la veía, eso sí, no quedó duda que de eso se trataba, de un halago.
Kaspar poseía un ego descomunal, provocado por su éxito en el arte de la guerra, no obstante, sabía reconocer cuando el enemigo valía la pena, y Ramiara era la que más había destacado en sus años de milicia, que se extendieron incluso después de su muerte.
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Quería saber quién le había mencionado su nombre. Podría parecer algo estúpido y sin sentido, pero conocer aquello era en verdad importante para Ramiara. A pesar de eso, y sacando a relucir todo su orgullo, se contuvo. No le preguntaría, no quería que creyese que algo le interesaba de él (salvo dañarlo, claro).
Ese mismo orgullo fue el que la llevó a permanecer en su lugar frente al avance de él. Retroceder, aunque solo fuese con la cabeza y sin mover los pies, ya sería sinónimo de debilidad y ella no era débil, le gustó que él lo supiese, que lo recordase tan bien. Aunque él la tocase como en esos momentos lo hacía, Ramiara no retrocedería. Su primer impulso fue sacarle la mano de su rostro con un golpe, pero no lo hizo. Sin romper el contacto visual, y con movimientos asquerosamente elegantes y femeninos, retiró su cara del agarre de Kaspar. Sólo el inesperado cumplido pareció tener el poder de desarmar su fachada, puesto que nunca se hubiera imaginado que algo así podría venir de parte de él. Siempre que lo había pensado había sido en otro contexto mucho más violento, ¿quién hubiera dicho que alguien como él podría decir cosas así de bellas? Y, aunque no era el mejor momento, saber que él la creía fuerte la halagó como pocas cosas habrían podido hacerlo. Sus palabras le alimentaron el orgullo y le dieron fuerza.
Se tomó un momento para intentar controlar la locura de su traidor cuerpo, y le lanzó:
-Podemos hablar, pero sólo tengo reproches, te lo advierto. No puedo decirte ningún cumplido, no puedo devolverte los halagos. Yo sólo… sólo necesitaba que alguien me enseñase a ser. Y ahora has llegado tarde. Ya soy. Ya aprendí y todo fue sin ti. Debería limitarme a acabar contigo, pues ya de nada me sirves. ¿Por qué? De ti es sólo eso lo que me importa –le mintió, intentando parecer serena y de ideas resueltas-, saber por qué me dejaste sola. Por qué no me llevaste contigo, por qué no me enseñaste a ser como tú –eran reproches, se lo había advertido ya, porque sólo eso tenía Ramiara para darle, sólo eso los unía, ¿o no?-. Si quieres que hablemos empieza por darme esas respuestas, tengo derecho a exigirlas, tengo derecho a saber qué clase de hombre abandona a alguien así, como tú lo hiciste conmigo.
Oh, vaya odio que cargaba. Ya lo sabía, pero nunca se había oído a sí misma diciendo todas esas cosas. Había arrastrado por miles de años aquel dolor, aquella falta de entendimiento, y ahora veía cuanto le había pesado, cuanto le pesaba todavía.
Se veía a sí misma como la torpe mujer en la que él la había convertido, dando sus primeros pasos en medio de la locura y el desconcierto y sentía lástima de sí misma, de la Ramiara que en el pasado había sido... de lo sola que había estado y todo lo que se había visto obligada a hacer para subsistir en ese nuevo mundo, por momentos mucho más cruel e implacable que el humano.
Ramiara percibió que ya no estaban solos. Tres jovencitas no tardaron en aparecer para rodear la fuente y chismosear y reír demasiado cerca de ellos. Una de ellas se los quedó mirando y Ramiara no entendió por qué, ¿acaso se veían extraños? Ella había estado liberando su odio, sí, ¿y eso qué? Se quería ir, porque en eso se había trasformado en los últimos años: en una mujer que -ya lejos de los combates- prefería huír a enfrentar las cosas. De hecho, el enfrentamiento verbal que estaba teniendo con él era el primero en mucho tiempo. Al menos Kaspar ya le estaba sirviendo para algo. Para reencontrarse y volverse a abrazar a sí misma.
Ese mismo orgullo fue el que la llevó a permanecer en su lugar frente al avance de él. Retroceder, aunque solo fuese con la cabeza y sin mover los pies, ya sería sinónimo de debilidad y ella no era débil, le gustó que él lo supiese, que lo recordase tan bien. Aunque él la tocase como en esos momentos lo hacía, Ramiara no retrocedería. Su primer impulso fue sacarle la mano de su rostro con un golpe, pero no lo hizo. Sin romper el contacto visual, y con movimientos asquerosamente elegantes y femeninos, retiró su cara del agarre de Kaspar. Sólo el inesperado cumplido pareció tener el poder de desarmar su fachada, puesto que nunca se hubiera imaginado que algo así podría venir de parte de él. Siempre que lo había pensado había sido en otro contexto mucho más violento, ¿quién hubiera dicho que alguien como él podría decir cosas así de bellas? Y, aunque no era el mejor momento, saber que él la creía fuerte la halagó como pocas cosas habrían podido hacerlo. Sus palabras le alimentaron el orgullo y le dieron fuerza.
Se tomó un momento para intentar controlar la locura de su traidor cuerpo, y le lanzó:
-Podemos hablar, pero sólo tengo reproches, te lo advierto. No puedo decirte ningún cumplido, no puedo devolverte los halagos. Yo sólo… sólo necesitaba que alguien me enseñase a ser. Y ahora has llegado tarde. Ya soy. Ya aprendí y todo fue sin ti. Debería limitarme a acabar contigo, pues ya de nada me sirves. ¿Por qué? De ti es sólo eso lo que me importa –le mintió, intentando parecer serena y de ideas resueltas-, saber por qué me dejaste sola. Por qué no me llevaste contigo, por qué no me enseñaste a ser como tú –eran reproches, se lo había advertido ya, porque sólo eso tenía Ramiara para darle, sólo eso los unía, ¿o no?-. Si quieres que hablemos empieza por darme esas respuestas, tengo derecho a exigirlas, tengo derecho a saber qué clase de hombre abandona a alguien así, como tú lo hiciste conmigo.
Oh, vaya odio que cargaba. Ya lo sabía, pero nunca se había oído a sí misma diciendo todas esas cosas. Había arrastrado por miles de años aquel dolor, aquella falta de entendimiento, y ahora veía cuanto le había pesado, cuanto le pesaba todavía.
Se veía a sí misma como la torpe mujer en la que él la había convertido, dando sus primeros pasos en medio de la locura y el desconcierto y sentía lástima de sí misma, de la Ramiara que en el pasado había sido... de lo sola que había estado y todo lo que se había visto obligada a hacer para subsistir en ese nuevo mundo, por momentos mucho más cruel e implacable que el humano.
Ramiara percibió que ya no estaban solos. Tres jovencitas no tardaron en aparecer para rodear la fuente y chismosear y reír demasiado cerca de ellos. Una de ellas se los quedó mirando y Ramiara no entendió por qué, ¿acaso se veían extraños? Ella había estado liberando su odio, sí, ¿y eso qué? Se quería ir, porque en eso se había trasformado en los últimos años: en una mujer que -ya lejos de los combates- prefería huír a enfrentar las cosas. De hecho, el enfrentamiento verbal que estaba teniendo con él era el primero en mucho tiempo. Al menos Kaspar ya le estaba sirviendo para algo. Para reencontrarse y volverse a abrazar a sí misma.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Esa velada, Ramiara era la más hermosa, la más sutil, la más elegante de las damas en la reunión. Lo que nadie más sabía, salvo Kaspar, era que detrás de ese refinamiento existía una verdad más cruel, que se remontaba a mucho antes de que cometiera la imprudencia de darle la inmortalidad. Ramiara era letal como pocos guerreros que Kaspar pudiera recordar, y eso era bastante decir, pues él, más que nadie, sabía de esas cosas. La mujer se equiparaba a él, y ese era el máximo cumplido que un soldado como el sajón podía dar.
Fue a responder, pero las miradas y las risas de unas jovencitas no demasiado lejos, lo interrumpieron. Soslayó en esa dirección, pero no dijo nada. Sabía bien los motivos de ese comportamiento y a decir verdad, le incomodaba un poco. Desde que había enviudado, era merecedor de esa atención que no le interesaba. Es más, apreciaba más los reproches de Ramiara. Siendo un hombre pragmático, decidió acabar con ambas situaciones de un solo golpe. En ese instante, un vals vienés comenzó a sonar en la sala, y ofreció su mano a la rubia.
—Hablemos —ofreció—, y alejémonos de aquí. —Con un gesto imperceptible, señaló a un lado, ahí donde las mujeres en edad casadera lo estudiaban como posible siguiente marido; por ahora Kaspar no estaba interesado en tal cosa. Su matrimonio con Silke había sido horrible casi desde el principio; no sólo por parte de ella, que se encargó de serle infiel tanto como su mortalidad le concedió, no… él tampoco había sido un santo. Y la manera en cómo había acabado había sido desastrosa, por decir lo menos.
—Dime, Ramiara. —Deslizó su mano por la cintura de ella y tomó su mano también, la jaló hasta la pista de baile y comenzó a mecerse al ritmo de la música—. Dime, ¿haría diferencia si te respondo alguna de tus preguntas? —Continuó guiándola, había algo muy agresivo en la manera en cómo la sostenía y le daba vueltas. Pero también, algo sumamente elegante; esos movimientos marcados y marciales que sólo la milicia puede enseñar, hacían que su danza fuera diáfana y poderosa a partes iguales.
—Te transformé en un impulso, uno que no siempre me permito —de manera circunspecta, Kaspar dijo. Se acercó al oído ajeno, le dijo muy quedo, como terciopelo rozando la piel helada de Ramiara—. Y luego no supe qué hacer. Perder a un guerrero de tu categoría me pareció una afrenta a la historia, a la guerra y a mí mismo, no podía dejar que murieras. —Se separó y en un paso del vals, la alejó, ambos brazos estirados, y la miró con intensidad para luego volver a halarla hacia sí mismo.
—¿Ves? ¿Hace diferencia saber el motivo? Fue menos poético de lo que seguramente estabas esperando, ¿no es así? ¿Esa decepción es la que querías? —Sus movimientos en el baile y sus miradas se fueron tornando más agresivos, como si estuvieran haciendo el amor también, y estuviera a punto del clímax.
—¿O qué estabas esperando de mí? —continuó—, ¿una disculpa? Sí, quizá te la debo… —Pero sus palabras quedaron inconclusas cuando el vals llegó a su fin y él la abrazó para simular una caída, donde no la dejó tocar el suelo. En ningún momento la dejó de mirar directo a los ojos con algo indescifrable que, a pesar de todo, se metía debajo de la piel como un frío o un fuego muy intenso. Quizá las dos cosas, al mismo tiempo.
Última edición por Kaspar Furtwängler el Lun Nov 20, 2017 3:03 am, editado 1 vez
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
No sabía por qué –y mentiría si dijese que no le interesaba saberlo-, pero notaba que muchas eran las miradas que caían sobre él, lo asechaban como si quisiesen marcarlo. Las mujeres de todas las edades susurraban cosas a su paso, algunas le dedicaban suspiros… Ramiara -amante de las sombras, de pasar desapercibida, de no llamar la atención de nadie, excelente observadora de escenas ajenas-, acababa siendo el centro involuntario de las miradas, aunque solo fuese por seguir a Kaspar. No acertaba en definir qué le provocaba aquello, ¿enojo? No, no podía enojarse con él por lo que otros hiciesen, de eso no tenía culpa. ¿Nervios? No estaba segura… Orgullo. Sí, sin dudas. No iba a engañarse a sí misma, sentía orgullo femenino al saber que todas lo miraban, que muchas lo deseaban con descaro, que hablaban de él elogiando su cuerpo, su resolución, pero que él bailaba con ella.
Bailar. Uno, dos, tres, giro y de nuevo chocar contra él. ¿Hacía cuánto que Ramiara no bailaba? Uno, dos, tres, distancia y otra vez la cercanía. Años habían pasado y durante todos ellos había rechazado sistemáticamente las propuestas de cada caballero que se le había acercado en cada celebración a la que había asistido. Como Kaspar no había preguntado, Ramiara no se había podido negar, no había tenido la oportunidad de dar las excusas que le había dado a tantos otros hombres.
Kaspar, ese demonio en el que había pensado durante tanto tiempo, no era lo que Ramiara imaginaba y, nuevamente, no acertaba en definir qué le provocaba eso, si desilusión o alivio. Más halagos, algo extraños, que confirmaban que ellos hablaban el mismo idioma, que veían belleza y virtud donde otros veían horror. ¡Claro que estaba sorprendida! ¿Se le notaba demasiado? Hubiera preferido recibir insultos o desprecio de su parte y no todo aquello, pues ahora no sabía cómo reaccionar. Se mantuvo callada durante lo que duró aquella danza, se permitió disfrutar de ser guiada por él, en ningún momento se opuso a los movimientos a los que Kaspar la llevaba, se sentía dócil como si fuese una niña crédula. ¿Así se sentían todos cuando estaban junto a su Creador?
La música terminó y la gente comenzó a aplaudir. Cuando Ramiara pudo despegar su mirada de la de él, advirtió que eran muchas las personas que los observaban y se sintió incómoda, expuesta, el orgullo que había sentido hacía unos minutos se había tornado en vergüenza. Se incorporó acomodándose el vestido, pese a que se hallaba impecable.
-Creo que yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar –dijo, sin poder creer sus palabras al oírlas, y, de la forma más elegante que pudo, tiró de él para poder alejarse del centro antes de que comenzase la siguiente pieza, quería esconderse de la vista de todos, aunque sabía que mientras estuviese con Kaspar eso le sería imposible. No llegó a tiempo, la música comenzó a sonar y Ramiara se resignó a tener que compartir un baile más con él-. Jamás debería perderse un guerrero como tú –reconoció, porque en definitiva ambos sabían que Kaspar era el mejor de ellos dos, por algo ella había muerto y renacido en sus manos.
¿Por qué le creía? Sería simple para él mentirle, decir cualquier cosa bella que sonase bien, inventar frases que cualquiera en lugar de ella querría oír… y así y todo, Ramiara creía ver verdad en sus ojos. Apoyó su mano en el hombro de él, volvió a seguirlo pensando que de todo lo que había imaginado sobre Kaspar Furtwängler en ese tiempo, lo último había sido que fuese un buen bailarín, tan seguro y hasta sensual.
-Yo no te hubiera dejado, nunca lo habría hecho –necesitó agregar de pronto, clavando en él su mirada más poderosa mientras el baile los alejaba para volver a reunirlos en el siguiente compás-, te hubiese llevado conmigo a donde fuese, te habría enseñado con paciencia. No te hubiese alejado de mí jamás, supongo que hoy podríamos incluso considerarnos familia si los roles hubiesen sido invertidos, pero aquí estamos: bailando como si no nos odiáramos.
¿Lo odiaba aún? Quería creer que sí, que ella era demasiado fuerte como para que un par de frases bien dichas y un baile –o dos- rompiesen con la idea que llevaba más de setecientos años rondando su cabeza.
Bailar. Uno, dos, tres, giro y de nuevo chocar contra él. ¿Hacía cuánto que Ramiara no bailaba? Uno, dos, tres, distancia y otra vez la cercanía. Años habían pasado y durante todos ellos había rechazado sistemáticamente las propuestas de cada caballero que se le había acercado en cada celebración a la que había asistido. Como Kaspar no había preguntado, Ramiara no se había podido negar, no había tenido la oportunidad de dar las excusas que le había dado a tantos otros hombres.
Kaspar, ese demonio en el que había pensado durante tanto tiempo, no era lo que Ramiara imaginaba y, nuevamente, no acertaba en definir qué le provocaba eso, si desilusión o alivio. Más halagos, algo extraños, que confirmaban que ellos hablaban el mismo idioma, que veían belleza y virtud donde otros veían horror. ¡Claro que estaba sorprendida! ¿Se le notaba demasiado? Hubiera preferido recibir insultos o desprecio de su parte y no todo aquello, pues ahora no sabía cómo reaccionar. Se mantuvo callada durante lo que duró aquella danza, se permitió disfrutar de ser guiada por él, en ningún momento se opuso a los movimientos a los que Kaspar la llevaba, se sentía dócil como si fuese una niña crédula. ¿Así se sentían todos cuando estaban junto a su Creador?
La música terminó y la gente comenzó a aplaudir. Cuando Ramiara pudo despegar su mirada de la de él, advirtió que eran muchas las personas que los observaban y se sintió incómoda, expuesta, el orgullo que había sentido hacía unos minutos se había tornado en vergüenza. Se incorporó acomodándose el vestido, pese a que se hallaba impecable.
-Creo que yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar –dijo, sin poder creer sus palabras al oírlas, y, de la forma más elegante que pudo, tiró de él para poder alejarse del centro antes de que comenzase la siguiente pieza, quería esconderse de la vista de todos, aunque sabía que mientras estuviese con Kaspar eso le sería imposible. No llegó a tiempo, la música comenzó a sonar y Ramiara se resignó a tener que compartir un baile más con él-. Jamás debería perderse un guerrero como tú –reconoció, porque en definitiva ambos sabían que Kaspar era el mejor de ellos dos, por algo ella había muerto y renacido en sus manos.
¿Por qué le creía? Sería simple para él mentirle, decir cualquier cosa bella que sonase bien, inventar frases que cualquiera en lugar de ella querría oír… y así y todo, Ramiara creía ver verdad en sus ojos. Apoyó su mano en el hombro de él, volvió a seguirlo pensando que de todo lo que había imaginado sobre Kaspar Furtwängler en ese tiempo, lo último había sido que fuese un buen bailarín, tan seguro y hasta sensual.
-Yo no te hubiera dejado, nunca lo habría hecho –necesitó agregar de pronto, clavando en él su mirada más poderosa mientras el baile los alejaba para volver a reunirlos en el siguiente compás-, te hubiese llevado conmigo a donde fuese, te habría enseñado con paciencia. No te hubiese alejado de mí jamás, supongo que hoy podríamos incluso considerarnos familia si los roles hubiesen sido invertidos, pero aquí estamos: bailando como si no nos odiáramos.
¿Lo odiaba aún? Quería creer que sí, que ella era demasiado fuerte como para que un par de frases bien dichas y un baile –o dos- rompiesen con la idea que llevaba más de setecientos años rondando su cabeza.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/03/2017
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Cuando quiso salir del océano de ojos que se dirigían a ellos con curiosidad, la música volvió a mandar una ola que los devoró, y no tuvo más remedio que reanudar el baile. Al menos, de ese modo, no lucían como enemigos declarados y para el resto del mundo, podían estar hablando de negocios, de sus vidas, o hasta de amor.
No respondió de inmediato, en cambio, dejó que la música los guiara de nuevo, él al mando, porque Kaspar siempre tomaba la posición de líder, era algo inherente a él. No sólo estaba en su educación, sino que había nacido con ello, hace siglos, como hijo de un par de aristócratas cercanos al primer emperador del Sacro Imperio. Ya ni siquiera lo hacía consciente, simplemente así se manejaba ante el mundo y era muy obvio en sus modos y en sus formas, por eso inspiraba temor y respeto a partes iguales.
Le dedicó una mirada falta de emoción, tan indolente que dolía y volvió a girar el cuerpo de Ramiara con facilidad, para volver a pegarlo a su cuerpo. Quizá más de lo que era necesario. La miró hacia abajo, por la diferencia de estaturas y se inclinó ligeramente.
—Somo enemigos, que no se te olvide. Lo hice para no perderte como tal, no para adoptarte como neófita y enseñarte esta vida —declaró con inicua sinceridad, una que parecía quebrar los huesos y desgarrar la piel como si se trata de afiladas cuchillas. Sus palabras fueron destellos del canto de una espada, esa que ambos manejaban tan bien.
No la soltó de nuevo, bailó el resto de la pieza pegado a ella. Había algo dominante y brutal en la forma en cómo la tomaba. Sus dedos se hundían en la blanca piel ajena, sus ojos se clavaban en los de ella, y no había modo de que algo ajeno interrumpiera.
—Lo admito, fue un impulso, pero también quise ver qué tan resistente eras. No me decepcionaste, Ramiara. —La forma en cómo pronunciaba su nombre era un grito de guerra, una declaración de hostilidad y furia. Lo que ellos conocían, el lenguaje que siempre habían hablado. Cuando Kaspar supo que su más fiero enemigo era una mujer (hasta que pudo tirarla del caballo y quitarle el casco), sus sentimientos no cambiaron, si acaso, se hicieron más profundos: aversión y admiración a partes iguales.
Las cuerdas de la orquesta parecieron querer reventar al llegar al clímax del vals. Kaspar hundió más las falanges en ella, como si le estuviera haciendo el amor y ambos estuvieran a nada de terminar, juntos, frente a todos para hacerlo más provocador y más perverso. Cuando la última nota salió por los aires desde un violín hasta ellos, Kaspar terminó por acercarla más, abrazarla sin darle oportunidad a huir, y la besó con rabia, queriendo arrancarle la boca, el corazón y el alma en ese acto. Un suspiro unísono salió de la concurrencia. No sólo era mal visto en la alta sociedad esas muestras físicas de afecto, si se le podía llamar tal, sino que el codiciado soltero parecía haber sido capturado.
—Este ha sido otro impulso —le dijo, sin soltarla, mirándola directo a los ojos—, el segundo que me he permitido en todos mis años, y otra vez, lo admito, es para conocerte mejor. —Bajó las manos hasta la cintura ajena—. No me decepciones, no lo hiciste una vez, puedes volver a hacerlo —habló como un maestro que se dirige a su pupilo, ese que ella le reclamó que nunca fue, y ese que nunca intentó ser tampoco.
Kaspar Furtwängler- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 17/10/2015
Localización : París
Re: El vértigo de la eternidad (Privado)
Ah, qué rápido la hacía cambiar. Con solo un par de frases aquel hombre lograba que el rencor volviese a dominarla. Si no quería aclarar las cosas, ¿para qué se había encaminado hacia ella? No le veía el sentido a aquello, era algo que no estaba bien, que era perverso.
-Somos enemigos –reafirmó, manteniéndole la mirada desafiante-, ¿por qué habría de olvidarlo? Y sí, soy muy resistente, algo que a mis enemigos en general les pesa.
En verdad ya no tenía enemigos, había acabado con todos hacía tiempo, cuando ella era otra Ramiara, una más joven e impredecible. Él era el último que le quedaba.
Le parecía una contradicción tan maravillosa aquella en la que estaba sumergida… disfrutaba del baile y eso era gracias a él que sabía bien como llevarla, como moverse y moverlos a ambos, pero por otro lado estaba encendida por el enojo y la indignación que las palabras de Kaspar le provocaban. Le daba el disfrute con su cuerpo, sí, pero sus palabras eran veneno puro. Extrañamente eso le parecía maravilloso, no por él sino por la disociación que le provocaba.
Ella era consiente de que no estaba nada bien, no era una vampiresa normal, no hallaba disfrute en lo mismo que sus eternas congéneres, sí, Ramiara era diferente –más tranquila, retraída y desconfiada- porque los años y la soledad así la habían vuelto y lo aceptaba, pero Kaspar tampoco era normal. Al menos en eso se parecían.
El beso sí que la sorprendió, no estaba preparada para una intromisión así a su espacio personal, ¿pero no era lo que él había estado haciendo desde que la vio? Sí, había ido tras ella, la había presionado para hablar, luego para bailar y ahora… ahora la besaba. Incapaz de pensar con claridad, la mujer que habitaba aún a Ramiara tuvo que recordarle que se suponía que debía entreabrir los labios y así lo hizo, pero ese beso no era un beso, había algo más, algo que ella no lograba descifrar porque era incapaz de entender por qué alguien como él haría algo así, ¿por qué Kaspar besaría a Ramiara delante de un salón lleno de personas?
Por ellas, por las personas, fue que Ramiara d’Aosta no hizo un escándalo cuando los labios de ambos se separaron. Ya había sido el centro de atención por demasiado tiempo, y eso era algo que odiaba, ¿cuánto más lo sería si se ponía a chillarle unas cuantas verdades a ese vampiro descarado frente a todos? No, no quería que se hablase de ella, prefería que se olvidasen todos de ese beso cuanto antes.
-Quisiera preguntarte por qué es que tú querrías conocerme más, es que no lo tengo claro –le susurró muy cerca de su boca, cualquiera creería que estaban intercambiando palabras de amor, pero no era así-, aunque no lo haré, tal vez me convenga más no saberlo. No volverás a besarme –le dijo, mientras le acariciaba despacio la mejilla-, a menos que yo te lo pida.
Se separó de él y, como si fuese una flecha bien direccionada, Ramiara fue directamente hasta su carruaje atravesando los jardines con paso rápido y firme. Se estaba dejando un pequeño bolso de mano y el abrigo, pero ya mandaría a alguien a que se lo retirase, ella no quería permanecer ni un minuto más bajo la influencia de su creador.
-Somos enemigos –reafirmó, manteniéndole la mirada desafiante-, ¿por qué habría de olvidarlo? Y sí, soy muy resistente, algo que a mis enemigos en general les pesa.
En verdad ya no tenía enemigos, había acabado con todos hacía tiempo, cuando ella era otra Ramiara, una más joven e impredecible. Él era el último que le quedaba.
Le parecía una contradicción tan maravillosa aquella en la que estaba sumergida… disfrutaba del baile y eso era gracias a él que sabía bien como llevarla, como moverse y moverlos a ambos, pero por otro lado estaba encendida por el enojo y la indignación que las palabras de Kaspar le provocaban. Le daba el disfrute con su cuerpo, sí, pero sus palabras eran veneno puro. Extrañamente eso le parecía maravilloso, no por él sino por la disociación que le provocaba.
Ella era consiente de que no estaba nada bien, no era una vampiresa normal, no hallaba disfrute en lo mismo que sus eternas congéneres, sí, Ramiara era diferente –más tranquila, retraída y desconfiada- porque los años y la soledad así la habían vuelto y lo aceptaba, pero Kaspar tampoco era normal. Al menos en eso se parecían.
El beso sí que la sorprendió, no estaba preparada para una intromisión así a su espacio personal, ¿pero no era lo que él había estado haciendo desde que la vio? Sí, había ido tras ella, la había presionado para hablar, luego para bailar y ahora… ahora la besaba. Incapaz de pensar con claridad, la mujer que habitaba aún a Ramiara tuvo que recordarle que se suponía que debía entreabrir los labios y así lo hizo, pero ese beso no era un beso, había algo más, algo que ella no lograba descifrar porque era incapaz de entender por qué alguien como él haría algo así, ¿por qué Kaspar besaría a Ramiara delante de un salón lleno de personas?
Por ellas, por las personas, fue que Ramiara d’Aosta no hizo un escándalo cuando los labios de ambos se separaron. Ya había sido el centro de atención por demasiado tiempo, y eso era algo que odiaba, ¿cuánto más lo sería si se ponía a chillarle unas cuantas verdades a ese vampiro descarado frente a todos? No, no quería que se hablase de ella, prefería que se olvidasen todos de ese beso cuanto antes.
-Quisiera preguntarte por qué es que tú querrías conocerme más, es que no lo tengo claro –le susurró muy cerca de su boca, cualquiera creería que estaban intercambiando palabras de amor, pero no era así-, aunque no lo haré, tal vez me convenga más no saberlo. No volverás a besarme –le dijo, mientras le acariciaba despacio la mejilla-, a menos que yo te lo pida.
Se separó de él y, como si fuese una flecha bien direccionada, Ramiara fue directamente hasta su carruaje atravesando los jardines con paso rápido y firme. Se estaba dejando un pequeño bolso de mano y el abrigo, pero ya mandaría a alguien a que se lo retirase, ella no quería permanecer ni un minuto más bajo la influencia de su creador.
Ramiara d'Aosta- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/03/2017
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