AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
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El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy. La luz de la luna se filtra por los cristales de la ventana como lo hace cada noche en que la condesa recorre las cortinas para observar la eternidad de sus tinieblas. Esta vez, su resplandor es diferente, como si le hubiesen arrebatado su brillo plateado y sólo le hallasen dejado el despojo de un blanquecino color. El viento sopla con suavidad, enmarañándose en las ramas de los árboles y jugando con el rocío nocturno en las flores. No importa que tan maravillosa y perfecta sea la inmensidad en el exterior de esa habitación. Prestarle atención al mítico canto de las hadas o el susurro de las ánimas en pena, dejó de ser un pasatiempo en los últimos meses. Sobre la mesa de madera tintada en blanco, con espirales dorados a manera de decoración, descansan los últimos trozos de papel pertenecientes a su diario. La noche anterior escribió una vez más sus nombres entrelazados. La tinta fue derramada dejando una gran mancha negra en la alfombra. La impresión que ha dejado, es idéntica a los ríos de sangre consagrados en el entrañable dolor de un desconocido. Las huellas de su presencia se observan en cada rincón de sus aposentos. ¿Que fue lo que ocurrió allí? Es el crepúsculo más importante de toda su fatídica existencia Entonces, ¿Por qué no sonríe? Ver de frente la realidad no es lo mismo que haber soñado con eso durante un largo tiempo. "Nada ocurre como se imagina". Aquello es infinidad de veces mejor que lo que pudo anhelar desde su infancia, cada detalle fue premeditado con sumo cuidado y no existe nada que se le hubiese escapado. En contraste con las sábanas verdosas de seda que cubren el colchón de su cama, se encuentra como visión de ángeles aquel vestido que portará en la ceremonia. Perfecto, simple y galardonado con joyas que el Conde mismo había pagado… El cuerpo del vestido es ajustado, con cintura muy pequeña, y una falda amplia (con enaguas y más enaguas). Está confeccionada en organdí, tul y encajes. El velo es de algodón. Su color, un sutil tono vino. Pero no es la única prenda imprescindible para este día, dentro de una pequeña caja dorada, está aquella insignia de él. La medalla con la inicial de su nombre, esa con la que Lorraine D’Ralph se ataviará al final de la ceremonia. Las invitaciones fueron enviadas con una semana de anticipación, la realeza se presentaría en la catedral para acompañarlos y sería el sacerdote (Infiltrado en el sistema de la Iglesia por los vampiros) quién daría fe y testimonio de la unión de esas dos almas perdidas hasta hace poco en el inframundo. Orquídeas blancas, el símbolo de la pureza en el amor, son las flores que se enredan a manera de magia en sus cabellos ¿Qué importa el coste de la flor o desde dónde tuvieron que traerlas hasta Inglaterra? El dinero para ellos, es insignificante, sólo desean que ese acto desenfrenado sea de extraordinaria perfección al igual que ese irrefutable amor que se profesan. Y las damas vestirán de blanco, costumbres de la época. Llevarán también ese velo corto en sus cabezas, cubriendo sus rostros y su belleza. Las mujeres deben entender que no pueden lucir más hermosas que la novia, aunque con ese rostro perpetuo ¿Quién podría hacerle frente a Von Fanel? Se muerde el labio inferior. Aparta su vista de la ventana. Se retira dirigiéndose hasta la nota que esta al lado de su vestido. Dimitri, su lacayo le espera afuera para escoltarla hasta la Iglesia, pero aún es demasiado pronto, faltan aún dos horas antes de que la ceremonia inicie. Sus dientes rechinan a causa de un odio incognoscible en sus entrañas. Lee por última vez la carta, está decidida y no hay marcha atrás. Traga saliva sintiendo el nudo en su garganta y la derrota en cada terminal nerviosa de su cuerpo. Semidesnuda, con una simple bata cubriendo su aceitunada piel, llama a su sirviente. Este, con los ojos cerrados se adentra en sus aposentos, con una reverencia y una mueca en los labios. La amargura se nota en su rostro y describe a la perfección su estado anímico. Él la ama como un hijo quiere a una madre, por ella daría la vida, por esa mujer con aflicción en los ojos él sería capaz de cualquier cosa incluso de traicionarla por su propio bien. –Entrégasela personalmente a él después de la boda- Las instrucciones son claras, concisas. No hace falta repetirlas para asegurarse que las haya entendido. Él es su mejor hombre y no dudaría de Dimitri en ningún momento. Una vez que este se retira de su habitación, la condesa comienza el ritual para arreglarse y ponerse aquel elegante vestido… |
Última edición por Lorraine Von Fanel el Dom Jun 03, 2012 6:11 pm, editado 2 veces
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
El crepúsculo plasmas con una sonrisa de tus labios,
La calidez que atraes con tu tacto,
Invoca la calidez de los rayos dorados,
Seis centurias y te he encontrado.
La calidez que atraes con tu tacto,
Invoca la calidez de los rayos dorados,
Seis centurias y te he encontrado.
La Luna se asoma animosa, arrastrándose lejos de las nubes que, perezosas, buscan reconfortarla por las miradas desinhibidas que los amantes enamorados se dedican bajo su vigilia. No hay confort para ella en la calidez de la niebla, quiere escapar y ser testigo de la noche que le han prometido a uno de sus hijos; se ha aposentado como anfitriona del evento, las flores relucen ante su toque argentado, coquetean infamemente con el viento, invitándolo a un vals donde el silencio reina y la pasión se desenfrena. La noche bosqueja sombras con infinita paciencia, el más estoico de los seres se tambalea sobre una cuerda ante la tranquilidad que demuestra. Las estrellas se desplazan sobre el manto que atavía a su madre en un arrebato de coraje, centellean intermitentes en suspiros mezquinos, deseando ser partícipes activas entre los presentes que se aglomeran para felicitar a la pareja. Lucern Ralph, conde de Inglaterra, observa con una ceja enarcada al hombre que se irgue en medio de la habitación. “Los invitados comienzan a llegar, su señoría”. El semblante del vampiro es inescrutable. Celebrar su unión en su país natal es lo que se espera ante su alta posición en la sociedad. Despide al criado con un leve asentimiento, blasfemando contra todo aquél que se ha esmerado en llegar para su enlace matrimonial. Su aversión ante todo ser perteneciente a la realeza se encuentra “amablemente” oculto tras esos rasgos aristocráticos. Ninguno está ahí porque se sienta lo suficientemente allegado al novio o a la novia, su mera presencia indica cuán imposible les resulta no hacer alarde de los beneficios de haber nacido nobles vistiendo pomposa y elegantemente. Si Christopher Ralph, hijo legítimo y por ende, único heredero al condado, no hubiese muerto en aquélla epidemia, Lucern habría sido relegado a ser siempre un simple bastardo. La sombra del primo - hermano que no podía siquiera mirarlo. ¿Lo habría Astrid aceptado? Por supuesto que no, el hijo de una sirvienta la habría horrorizado, si bien no a ella, sí a su madre casamentera.
Escúchame.
Nunca te dejaré partir de mi lado,
Créeme.
La eternidad no bastará para demostrártelo.
Nunca te dejaré partir de mi lado,
Créeme.
La eternidad no bastará para demostrártelo.
Las voces, los maltratos, las torturas, los recuerdos... estaban plasmados en todas las habitaciones, paredes y alrededores; como si el mejor pintor hubiese sido contratado para capturarlo. Lorraine desconocía el regalo que le ofrecía quedándose en el lugar donde había crecido, el mismo del que había huido cuando había comprendido, años después de ser un vampiro, el monstruo en el que se había convertido. Pero... ¿quién era él para negarle la majestuosa ceremonia que estaba por iniciar? Ágatha Lorraine Von Fanel, condesa de Inglaterra y en unos cuantos instantes, la señora D’ Ralph ya debería haberlo sabido desde el momento en que cruzaron caminos. Esa noche disfrazada de diosa seductora había dejado de pertenecerse para pertenecerle. La ceremonia solo significaba una cosa para él, hacer de conocimiento público que la mujer entre sus brazos era suya. Esa noche y la próxima.... Toda la eternidad. Desafortunadamente para ella, se había encontrado con el ser más egoísta sobre la faz de la tierra, quien aprovechaba el momento de satisfacer su deseo, para satisfacer uno aún mas propio. Con una sonrisa engreída que gritaba a todo aquél que se abstuviera de hacer comentarios, mejor aún, de dar sus felicitaciones, abrió la puerta para salir y esperar a su mujer. Ninguno de los presentes le importaba, tenía que pensar en Lorraine para recordar el porqué se había dejado arrastrar a una ceremonia de tal magnitud. Una licencia especial y habría bastado, excepto que eso no la habría hecho sonreír como estaba jodidamente seguro que lo haría cuando cruzara la distancia para unírsele. ¿Qué importaba complacerla? Podría pasar por esto una vez. ¿No se había prometido construirle nuevos recuerdos para hacerle olvidar el pasado con que su madre y padrasto le habían marcado? Maldito si no cumplía su promesa.
Mirame.
Témeme.
Porque antes, ahora y después,
Me perteneces
Témeme.
Porque antes, ahora y después,
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Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
Las letras tristes comprenden el dolor que me sofoca imitando la agonía de morir. Las aves nocturnas emprenden su vuelo mortal hacia el horizonte, asustadas por el estridente sonido del carruaje al pasar por aquel talud que divide el bosque. El aleteo de sus cuerpecillos resuena en el viento, la noche comienza a parecer pretenciosa con un augurio de muerte doblando las esquinas y las ramas de los árboles se estremecen ante el frío que les cobija. La luna, fiel testigo durante milenios, es indiferente al tortuoso lamento de una mujer con la mirada perfilándose en su luminiscencia, ese astro que pende en lo alto del firmamento, sujeto con alfileres imaginarios, le obsequia su silencio a aquella ánima antes muerta. Los caballos relinchan ante el azote del caballerango, su galope secuestra parte del silencio sepulcral de aquel bosque y, combinado con todos los ruidos esparcidos a lo largo del tiempo y la distancia; emerge una fúnebre sinfonía. Los espectros danzan a sus alrededores, mujeres de mitologías pasadas con el pecho destrozado y la agonía en sus miradas. Luciérnagas que se disfrazan de almas perdidas en la obscuridad. Madame Von Fanel pasea dentro del carruaje, las yemas de sus dedos tocan dulcemente el cristal de la ventanilla, dibujan el contorno de aquel ojo universal que cuida sus pasos en la eternidad de la noche. Sonríe con pesada amargura al sentir aquel recuerdo martillarle los pensamientos, no puede arrancar las imágenes vacías de su cabeza y despojarse de sus lamentos con la facilidad de una esperanza, está indudablemente marchita. Una lágrima cae en el borde de la ventanilla, la madera es nutrida por la humedad y sólo queda en ella una mancha traslúcidamente más obscura. Un suspiro, un aliento que se escapa más allá de la inmensidad de milenios. Los orbes de la fémina se posan impacientes sobre la reina de la noche, cuestionan y anhelan una respuesta, pero sólo la carcajada de sus propios demonios es lo que escucha provenir de todas partes. Un nudo en su garganta amenaza con asfixiar un cuerpo que ha perecido tiempo atrás. No, la Condesa no fue asesinada cuando el destino se encaprichó en mantenerla atada a una existencia en medio de las tinieblas; la mujer que refleja en su rostro una sofocante soledad, fue resumida a nada en el instante en que leyó su mente. Tratando de olvidar, se dispuso a dar cátedra a sus votos matrimoniales… El amor puede ser eterno, como eterna es la muerte… Busqué mi camino durante siglos, perdiéndome insidiosamente en sus laberintos. Y la tristeza me devoraba inagotable, el miedo laceraba mi piel, la soledad marchitaba mi alma… En medio de la obscuridad escuché tu voz pronunciar mi nombre, Guiándome hasta lo más profundo de tu alma, rompiendo mi petrificado corazón. Recorrería los mares, escalaría cumbres, atravesaría el infierno y sus avernos sólo para encontrarte. Puede sentir como cada una de esas letras se clavan en su cuerpo cual espinas marinadas en hiel. La ponzoña con las cuales se impregnaron, acentúan las lágrimas que bañan su rostro. Es poco probable que los cuervos sean espectadores de un llanto fúnebre, los seres malditos como ella no suelen ser presas de sus emociones, de los sentimientos que los convierten en animales débiles, sin embargo, gotas saladas corren por sus mejillas desde sus lagrimales. Sujeta entre sus manos aquel ramo de flores que perfumaría su cuerpo mientras camina al altar. Entonces se da cuenta de otro dato que hace imposible su unión con aquel hombre que ama con insana devoción. –Fertilidad- Susurra el emblemático significado de aquel objeto. Un muerto no puede engendrar vida, sólo muerte. Frunce el ceño y azota el ramo de Orquídeas contra el muro del carruaje, este cae al suelo rompiendo los pétalos de las flores, mancillando la fina madera... Blasfema y se quiebra en llantos fácilmente confundidos con carcajadas festivas. Desesperada, con un fuerte golpe insoportable en el pecho, logra percibir los latidos de su corazón. Sólo una patética ilusión que le atosiga desde que se supo en una realidad alterna. Caería muy pronto en la locura. Continúa con su letanía entre lamentos… Porque a tu lado entendí la complejidad que las palabras no pueden expresar. Aprendí que: Amar es alcanzar, es juntos dejar el miedo atrás... Amar es recibir, lo que otros corazones no pueden percibir... Amar es descifrar, los vaivenes de un tic tac... Amar es guardar, lo que sólo el silencio puede explicar... Amar es integrar, en una pieza luz y obscuridad... Y después de tanto esfuerzo por plasmar en finas líneas lo que sentía por él, ahora se da cuenta que nada de ello es real. Sólo sombras de falsas promesas y un sueño idílico del que se creyó la dueña del edén. ¡Maldita sinfonía de muerte! El gélido encanto de la burla desgarra su columna vertebral haciéndole arquearse en espasmos de dolor. A lo lejos escucha el llamado de las campanadas de la Catedral. Anuncian la espera del Conde de Inglaterra, Lucern Ralph… el dador de vida, el hombre que supuestamente solucionaría todos sus problemas y aniquilaría con su espada los demonios de la dama ¿Dónde quedaron aquellas proezas? ¿Qué fue del caballero que disipó sus lamentos esporádicamente? ¿Quién lo había matado a él? Una estaca invisible emerge desde lo más profundo de sus entrañas, en su corazón. Duele, quema, arde… Si por falta de oxígeno ella pudiese perecer esa noche, seguro lo habría hecho segundos atrás. Un cuerpo vampírico es bastante difícil de destruir y ni siquiera pensar en la cotidianidad de los suicidios, para ello necesitaba ir más allá de lo creíble. El carruaje dobla en una de las tantas esquinas de Londres. La lamia asoma la cabeza por la ventanilla que tiene estampada la silueta de sus finos dedos. Observa con el maquillaje corrido la cúpula de la Iglesia, la campana sigue una media luna para hacer sonar su grito infernal… sí, esa es la palabra apropiada para Lorraine, en ese instante culmina con sus versos… Con este anillo me he de desposar a ti; Unidos para siempre bajo la sombra de la muerte. Ya no puede con esta maldita farsa ni un segundo más. Abre la puerta del carruaje corriendo el riesgo de caer sobre el camino y ser atropellada por las llantas traseras de este, poco le interesa si su cuerpo resulta mutilado o no, es eso precisamente lo que desea. Busca el rostro de quien dirige los caballos. Su mirada es pesada, abatida, triste, vacía… ¿Sin sentido? La pena es percibida por el lacayo quien con un asentimiento de su cabeza le hace saber a la dama que la comprende, hará lo que ella le pida. Toma una decisión al último minuto, no… la verdad es que lo pensó desde el instante en que le desgarraron el corazón. Como si fuese poco, el viento encaprichado con hacerle sufrir, le manda una ventisca con el perfume de Lucern, embriagador, adictivo, perfecto, sublime… Vuelve a su lugar con el rostro hecho añicos. Quien la viese en ese estado apostaría su vida por asegurar que sólo es un ente de la clase más baja de Londres, un vil indigente que robó una prenda tan fina como el vestido que le atavía. Sí, está resumida a la nada con el color negro bajo sus hermosos ojos, sus labios están secos, más pálida que nunca, demacrada, derrotada, humillada… El poder sólo se le atribuye a una persona, el Conde. Sintiendo como el carruaje hace una curva cerrada para escapar de la entrada a la catedral, se castiga a si misma haciéndose recordar el por qué de sus penas. Es allí que lo ve en su cabeza de la misma forma en que lo encontró a él una noche previa a la boda. El cementerio se galardonaba con la presencia de una hermosa gitana. Tocar cada fibra de su cabello era como concebir el calor del fuego en diferentes intensidades y su cuerpo se abrazaba al de él con insana pasión. Su piel era portadora de vida, por sus venas corría aquel líquido carmesí con la sabia para curar el hambre y sed del maldito. En sus ojos se describía la poesía de un ser atormentado por su propio amor encontrando en las profundidades de su alma la esperanza de vencer al demonio de su olvido, rosar sus manos, besar la punta de sus pies y ascender con caricias hasta lo ancho de sus caderas, sumergirse en el océano profundo de su feminidad, esbozar una sonrisa al percibir el sabor cálido de su sexo, explorar sus entrañas con cada parte del cuerpo propio y sonreírle a la luna por la complicidad. Los jadeos que explotaban en placer se trasladaban hasta el último rincón de ese camposanto. El viento les susurraba la lujuria en el lóbulo de sus oídos y estimulaba sus pelvis entre cada embestida que lo alojaba en medio de sus cuerpos. Verlo a él devorar con pasión el cuerpo de una hembra que no es ella… La pelirroja se retorcía cada que se avecinaba el orgasmo en su ser, él se jactaba del placer que le ofrecía. ¡Una humana! Un ente mortal le robó el sueño que durante dos centurias esperó. Podía oler en el pensamiento de Lucern la excitación de esa mujer, la disfrutaba, la quería, la… El carruaje se detiene en medio del bosque, Lorraine baja y se pierde en la obscuridad nebulosa esperando que la luna llena le entregue una mortífera sorpresa. Sí, la fémina deseaba morir una vez más. Ella le entregó todo lo que poseía. Con un tan sólo un beso le entregó la luz de su alma, le dio sangre de su corazón, le alimentó con sus sentimientos, le obsequió su amor, le ofreció su confianza… y él, Lucern Ralph la traicionó. |
Última edición por Lorraine Von Fanel el Lun Mayo 28, 2012 7:54 pm, editado 1 vez
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
12121271. El espejo tuvo un atisbo del tatuaje que se encontraba en su cuello. Luther había girado el rostro para observar cómo la puerta se abría para revelar a un humano que no pertenecía a ninguno de sus lacayos. Observó con bastante disgusto como éste contenía el aliento al mirar las cicatrices que deformaban su rostro. - ¿Ha terminado? Preguntó en un tono hosco y afilado. – Le aseguro que no desaparecerán. De haber sido cualquier otro, el vampiro lo habría despachado sin siquiera pensárselo. Gustav, su ayudante de cámara, se encontraba sujetando la elegante y fina camisa que esa noche portaría. Por supuesto, el horror del criado que ella había enviado (su olor estaba por todas partes) no solo se debía por las marcas en su rostro, éste ya había visto las irregularidades en su pecho y; como si eso no fuese suficiente, había visto el muñón dónde debía estar su brazo derecho. – Agradezca que me encontró llevando esto. Luther le dio un tirón a su pantalón. El sarcasmo estaba sobrecargado en su voz. Y, en realidad, no mentía. De no ser por la sangre de vampiro en su sistema, cualquier doctor habría llegado a la conclusión de que lo mejor era amputar su pierna. Un poco más bajo la ira del licántropo y no la habría salvado. La notable cojera era otro de los muchos recordatorios que la pérdida de su mortalidad dejó cuando se marchó. ¿No era irónico? Los recuerdos nunca parecían ser suficientes, de alguna forma, su cuerpo estaba destinado a llevarlos físicamente. - ¿Y bien? Apuró al criado. – Disculpad. La sombría mirada, teñida de verde, fulminó al mozo. Éste se aclaró la garganta. – Se trata de una emergencia. Por primera vez en toda la jodida noche y, para ser honestos, desde aquélla en que ella había aparecido en su mansión en Francia para darle la noticia de su compromiso, sonrió. Una sonrisa fría que advertía al mensajero que no estaba yendo lo suficientemente rápido. ¿Se molestaría Ágatha si su criado no regresaba? Como si éste hubiese advertido el cambio en su temperamento, tendió un sobre que Gustav tomó rápidamente. Luther no podría blasfemar más por su incapacidad de abrir el maldito sello en esos momentos. Un minuto después, la impecable letra le dio la bienvenida. ¿De cuánto tiempo disponía?
Su deformado labio se curvó en una media sonrisa. El amanecer estaba a unas cuantas horas, lo que le daba tiempo de hacer una última visita. Tras haber terminado de leer la carta, Luther había exigido a Gustav que se apurara. Dimitri, - como ahora sabía se llamaba su lacayo -, había ido en contra de las órdenes de su ama para llevarle la nota. Se suponía que no la recibiría hasta después del evento. Un vistazo al anillo de plata que había pertenecido a la familia Von Fanel, le dijo que sabía donde la encontraría. Excepto que, ¿cómo podría ir a su encuentro sin desequilibrar la balanza provocando un mayor daño? Ahora que la boda no se llevaría a cabo, Luther dejó escapar toda la ira que sentía. La odiaba a ella por haberlo elegido a él. Lo odiaba a él por tener el amor de ella y... ¿Qué sentiría el conde cuando el tiempo pasara y su futura condesa no llegara? No importaba qué, el vampiro ya había decidido que no era suficiente. Además, tenía que asegurarse que no habría marcha atrás. Conforme se acercaba a la catedral, Luther dejó escapar una carcajada. Hacía unos minutos se preguntaba cómo demonios haría para presentarse y fingir que no le importaba verla en brazos de otro. No era que él nunca los hubiese visto juntos. El teatro, el cementerio, la laguna; había sido testigo de sus encuentros. Esa era otra de las razones por las que tenía que hacérselos pagar. ¿Pero saber que así sería toda la eternidad? ¿Se alegraba de su dolor? Maldición si no. De no ser por ese descubrimiento, ellos habrían continuado con su plan de contraer nupcias. Pero ahora, podría pasarse las próximas semanas, meses o años haciéndole aceptar que la venganza era el motor para continuar. Las voces de los invitados llegaron hasta su bien desarrollado sentido auditivo. "Así que ya han comenzado los murmullos," pensó con notable diversión. Como era de esperar, éstos cesaron en cuanto cruzó las puertas. – No. Es evidente que no soy la novia. ¿Cómo ocultar el humor en su voz? Algunas mujeres abrieron y cerraron la boca al verlo, otras miradas recayeron en su forma de andar. Nadie parecía apreciar al par de vampiros que caminaban a su lado. Su físico siempre se robaba el escenario. – Sin embargo, enfatizó, sin apartar la mirada del rostro impasible e inescrutable de Lucern. – Vengo en su representación. Si su llegada no había atrapado su completa atención, finalmente lo logró. Un gruñido llegó desde la dirección del novio. ¿Odio? ¿Ira? No. No era eso lo que se podía leer en la mirada obsidiana del conde. Sus orbes hablaban silenciosamente de una promesa... de la más cruel y lenta muerte para todos los presentes.
Para el ojo humano habría resultado difícil seguir los movimientos que se suscitaron. En un segundo, Lucern se encontraba observando fijamente al recién llegado y en el otro, estaba sosteniendo al sacerdote por el cuello. El sonido de huesos rompiéndose se hizo eco en el recinto conforme su puño atravesaba la caja torácica. – Largo. Todos. AHORA. El rugido amenazante solo provocó que el vampiro desfigurado se sintiese satisfecho con su decisión de asistir a la catedral. – Esa es una amable forma de decir que no habrá boda. Oh sí. Lucern era bastante predictivo. De ahí que tomase la decisión de llevar “guardias”. Lo último que necesitaba era perder más del tiempo estipulado para evitar que Lorraine cometiese tal estupidez. ¿Quién sabría cuánto tiempo le llevaría llegar hasta ella? Mejor no correr riesgos. - Te puedo asegurar solo una cosa, la cuidaré mejor de lo que tú hiciste. Sus palabras encerraban un doble sentido. Lucern podría pensar que eso significaba un cumplido o, si no era tan estúpido como creía que lo era, podría reconocer el sarcasmo que se camuflaba bajo esa aparente máscara serena. Cyrus, uno de sus compañeros, se interpuso para recibir el ataque del conde. Su ira era demencial, sus movimientos precisos y letales, incluso podía asegurar que se lanzaba sin pensar. Sacrificables, así eran sus compañeros. Afortunadamente, nunca les mintió en cuál era su deber para con él. Luther había salvado a sus familias hacía mucho tiempo y ellos reconocían la deuda. Su honor nunca les habría permitido otra cosa excepto aceptar la muerte, aún si ésta era definitiva finalmente. Y Lucern los necesitaría para soltar en algo toda su ira. ¿No era el mejor regalo que podría darle? Después de todo, sin sus mentiras e infidelidades, jamás se la habría llevado consigo. Sí. Eso también ya estaba decidido. – Incluso cuando te conoció, ella ya me pertenecía. No es tu culpa, ¿sabes? Es nuestra. Dicho esto, giró sobre sus talones. Cyrus y Prysm les comprarían tiempo. Él no podía quedarse para disfrutar de la escena, tenía algo más importante que hacer. Siempre era así, Ágatha lo necesitaba y él dejaba todo para estar ahí. Por una extraña razón, cuando Luther cruzó las puertas de la catedral supo que esa sería la última vez que daría sin esperar nada. La pedía a ella y jugaría todas las cartas, aún si eso significaba tener que hacer trampa.
Su deformado labio se curvó en una media sonrisa. El amanecer estaba a unas cuantas horas, lo que le daba tiempo de hacer una última visita. Tras haber terminado de leer la carta, Luther había exigido a Gustav que se apurara. Dimitri, - como ahora sabía se llamaba su lacayo -, había ido en contra de las órdenes de su ama para llevarle la nota. Se suponía que no la recibiría hasta después del evento. Un vistazo al anillo de plata que había pertenecido a la familia Von Fanel, le dijo que sabía donde la encontraría. Excepto que, ¿cómo podría ir a su encuentro sin desequilibrar la balanza provocando un mayor daño? Ahora que la boda no se llevaría a cabo, Luther dejó escapar toda la ira que sentía. La odiaba a ella por haberlo elegido a él. Lo odiaba a él por tener el amor de ella y... ¿Qué sentiría el conde cuando el tiempo pasara y su futura condesa no llegara? No importaba qué, el vampiro ya había decidido que no era suficiente. Además, tenía que asegurarse que no habría marcha atrás. Conforme se acercaba a la catedral, Luther dejó escapar una carcajada. Hacía unos minutos se preguntaba cómo demonios haría para presentarse y fingir que no le importaba verla en brazos de otro. No era que él nunca los hubiese visto juntos. El teatro, el cementerio, la laguna; había sido testigo de sus encuentros. Esa era otra de las razones por las que tenía que hacérselos pagar. ¿Pero saber que así sería toda la eternidad? ¿Se alegraba de su dolor? Maldición si no. De no ser por ese descubrimiento, ellos habrían continuado con su plan de contraer nupcias. Pero ahora, podría pasarse las próximas semanas, meses o años haciéndole aceptar que la venganza era el motor para continuar. Las voces de los invitados llegaron hasta su bien desarrollado sentido auditivo. "Así que ya han comenzado los murmullos," pensó con notable diversión. Como era de esperar, éstos cesaron en cuanto cruzó las puertas. – No. Es evidente que no soy la novia. ¿Cómo ocultar el humor en su voz? Algunas mujeres abrieron y cerraron la boca al verlo, otras miradas recayeron en su forma de andar. Nadie parecía apreciar al par de vampiros que caminaban a su lado. Su físico siempre se robaba el escenario. – Sin embargo, enfatizó, sin apartar la mirada del rostro impasible e inescrutable de Lucern. – Vengo en su representación. Si su llegada no había atrapado su completa atención, finalmente lo logró. Un gruñido llegó desde la dirección del novio. ¿Odio? ¿Ira? No. No era eso lo que se podía leer en la mirada obsidiana del conde. Sus orbes hablaban silenciosamente de una promesa... de la más cruel y lenta muerte para todos los presentes.
Para el ojo humano habría resultado difícil seguir los movimientos que se suscitaron. En un segundo, Lucern se encontraba observando fijamente al recién llegado y en el otro, estaba sosteniendo al sacerdote por el cuello. El sonido de huesos rompiéndose se hizo eco en el recinto conforme su puño atravesaba la caja torácica. – Largo. Todos. AHORA. El rugido amenazante solo provocó que el vampiro desfigurado se sintiese satisfecho con su decisión de asistir a la catedral. – Esa es una amable forma de decir que no habrá boda. Oh sí. Lucern era bastante predictivo. De ahí que tomase la decisión de llevar “guardias”. Lo último que necesitaba era perder más del tiempo estipulado para evitar que Lorraine cometiese tal estupidez. ¿Quién sabría cuánto tiempo le llevaría llegar hasta ella? Mejor no correr riesgos. - Te puedo asegurar solo una cosa, la cuidaré mejor de lo que tú hiciste. Sus palabras encerraban un doble sentido. Lucern podría pensar que eso significaba un cumplido o, si no era tan estúpido como creía que lo era, podría reconocer el sarcasmo que se camuflaba bajo esa aparente máscara serena. Cyrus, uno de sus compañeros, se interpuso para recibir el ataque del conde. Su ira era demencial, sus movimientos precisos y letales, incluso podía asegurar que se lanzaba sin pensar. Sacrificables, así eran sus compañeros. Afortunadamente, nunca les mintió en cuál era su deber para con él. Luther había salvado a sus familias hacía mucho tiempo y ellos reconocían la deuda. Su honor nunca les habría permitido otra cosa excepto aceptar la muerte, aún si ésta era definitiva finalmente. Y Lucern los necesitaría para soltar en algo toda su ira. ¿No era el mejor regalo que podría darle? Después de todo, sin sus mentiras e infidelidades, jamás se la habría llevado consigo. Sí. Eso también ya estaba decidido. – Incluso cuando te conoció, ella ya me pertenecía. No es tu culpa, ¿sabes? Es nuestra. Dicho esto, giró sobre sus talones. Cyrus y Prysm les comprarían tiempo. Él no podía quedarse para disfrutar de la escena, tenía algo más importante que hacer. Siempre era así, Ágatha lo necesitaba y él dejaba todo para estar ahí. Por una extraña razón, cuando Luther cruzó las puertas de la catedral supo que esa sería la última vez que daría sin esperar nada. La pedía a ella y jugaría todas las cartas, aún si eso significaba tener que hacer trampa.
Luther Sigismund- Vampiro Clase Alta
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Un sentimiento nunca se termina, sólo se convierte. El viento aúlla un augurio de muerte, sus afiladas caricias hieren las ramas de esos árboles que ahora mismo rodean el paso de una mujer destrozada por dentro. Y el pomposo vestido que presumió ser una de las ropas más costosas, con sutiles detalles bordados sobre la finura de la seda, su color rojizo presuntuoso de resaltar la piel aceitunada de su dueña; se desgarra lentamente bajo el yugo de las espinas. La nieve genera un sonido sordo bajo los pies de la Condesa en alguna parte de ese bosque, continúa caminando por senderos inauditos. Siente la pesadez correrle por las venas a sustitución de la sangre y, si alguna vez escuchó los latidos de su corazón galopar reacio ante la presencia de ese hombre, ahora sólo un inminente vació con el estridente silencio por orquesta, le acompaña; si se creyó invencible… cometió un error. Le concedió el poder total sobre sus acciones, pensamientos y libertad ¿Para qué? Las promesas susurradas en su oído en una Oda al amor, fueron simples palabras suspendidas en el tiempo que el viento arrastró. No debió creerle, no pudo haber confiado en él de esa forma. ¿Qué tiene el maldito conde Ralph que le pudo resumir toda una existencia a una simple palabra? Rota. La mujer con pinta de desgraciada está completamente rota, le duele como jamás hubiese imaginado, espasmos agónicos que encarcelan un único pensamiento, desaparecer. La luna se levanta en lo alto del firmamento, se escucha el alarido de los lobos en la profundidad de las lejanías, los animales huyen de las bestias escondidas en las tinieblas. Una bandada de murciélagos levanta el vuelo, su aleteo resuena dejando ecos en la obscuridad; una obra tétrica que se asemeja bastante a esa noche en que le conoció. La medalla “Ralph” descansa en medio de su busto. Se detiene a reposar –como si lo necesitase- recargada en el tronco de un árbol, la textura de la planta se adhiere a la fina espalda de la fémina. Lorraine alza su vista hasta ese astro suspendido en el cielo, le sonríe con amargura y sus manos se aferran desesperadas a esa joya. Alguna vez en un tiempo no muy lejano, significo el amor que sentía el vampiro por ella –Si esque en verdad me amó- Susurra respondiendo a los más íntimos pensamientos de su atormentada cabeza. Sus orbes descienden hasta la altura de esa tonta letra ¿Cómo es posible albergar melancolía y desprecio, odio y amor en un mismo sitio, contra una misma persona? Sus dientes rechinan, de rabia al saberse juguete de un imbécil ¿Imbécil? ¿Cómo demonios puede insultarlo de esa manera si lo ama? Y aún después de todo, la muy estúpida continua derrochando ese absurdo sentimiento por el conde ¿Por qué? Un fuerte suspiro se escapa de sus labios y la última lágrima emana de sus ojos, se desliza por su mejilla dejando una capa negra –debido al maquillaje- a su paso, tal pareciera que se trata de una serpiente que acecha los labios de Lorraine, sin embargo, hasta esa miserable gota salada, ha perecido esa noche. Ha pasado las últimas horas recordando el instante en que cruzó las puertas de la Mansión Ralph. Llevaba un pequeño cofre con el corazón de una virgen, el regalo de bodas perfecto para él. Tenía preparada una sorpresa para Lucern, la fémina se esmeró en cada detalle hasta perder la razón, sin embargo, el obsequio nunca llegó a él. La puerta de madera los separaba, él como siempre vestía tan jodidamente elegante que embaucaría a cualquier hembra con tal de pasar una noche en su regazo. Una botella de absenta reposaba a la mitad sobre la mesilla al lado de ese sillón en donde Lucern se encontraba frente a la chimenea, dando la espalda al umbral donde al otro lado lo esperaba ella; todo pasó tan rápido y la sonrisa de él al disfrutar de esa memoria fue simplemente devastadora. ¡Un mortal! ¡Una maldita humana! ¿Qué tenía esa perra desgraciada que Lorraine no? Con un trago amargo se responde –Pulso- Da un par de pasos hacia la penumbra, en dirección a los aullidos de lobos. –Calor- Las manos apartan de su camino las ramas de los árboles que impiden sus andanzas –El olor del sol en su piel- Siente la pesadez adormeciendo su pecho. Hace tanto tiempo que no sucumbe ante el sofoque, ahora lo acuna en su vientre para jadear con cada palabra pronunciada que se pegan a ella como el filo de una navaja en la piel -…Vida…- Hace resoplar sus labios. El viento cambia de dirección. Pies pesados se escuchan aproximándose a donde ella se encuentra, sigilosos movimientos que pecan en el silencio, pero ella puede leer el alboroto de esa mente enmarañada en un mar de sangre. Hay algo en el bosque que la acecha con la velocidad de un trueno, en un segundo se encuentra detrás de ella, al otro desaparece. El ardiente aliento del ente choca contra el lóbulo de la Condesa quien sólo sonríe asintiendo el encuentro. Fue a ese lugar buscando la muerte. Se gira sobre sus talones buscando al cazador entre la maleza. Ironía, el fruto más venenoso que ha dado Londres, ahora es una simple cierva a disposición de aquellos a los que creyó inferiores, además de repugnantes. Un zarpazo y le es desfigurada la mitad de la cara. Pero no le duele, por el contrario, sonríe con una insana apariencia demencial. Con tres líneas desencarnadas ataviando su rostro, clava la mirada sobre el maldito infeliz que se atrevió a tocarla. Su pelaje es de un tono obscuro, sus ojos son de un verde esmeralda, sus colmillos están mucho más afilados que los de ella y el hedor que desprende su cuerpo deja en claro de que se trata una bestia, un licántropo a las afueras de Londres esperándola precisamente a ella, una víctima más de su sed de sangre inconscientemente. Lorraine se pone de pie, se arranca la medalla del cuello sin perder de vista a la bestia. -¿Qué estás esperando?- Cuestiona al animal. “Mátame” Una palabra es añadida imperativamente a los pensamientos ajenos –¡Hazlo ahora!- Empuja el cuerpo del enemigo con toda su fuerza, lo reta y le ordena que la ataque. El licántropo obedece. Se deja ir contra el débil cuerpo de la morena atrapándolo entre sus patas. Su atavío se rasga por completo siendo el intermediario entre la piel de la vampiresa y el filo de sus garras. Los ojos de Von Fanel destellan bajo el perfil luminiscente de la luna. Sus labios rojos esbozan la última sonrisa de la noche, una carcajada silenciosa por haber conseguido salirse con la suya. Ha sufrido en su alma y sentidos el mal de la traición, la decepción de quién amó y que ahora ya está perdido. Con el deseo de poder comprender sus vacías lágrimas, el absurdo sentimiento del amor anclado al perpetuo anhelo de ser uno en dos, de encontrarse uno en la mirada ausente del otro, esfumando toda frontera que oscile en la dualidad del ser; entiende que todo es una ilusión excepto el dolor. –Adiós- Se despide. Lo dejará en brazos de toda mujer que se cruce en su camino, ansiosa por devorar su sexo de la misma forma que ella lo hizo. Reconoce que, nacerán nuevas caricias sobre su marmóreo pecho y no importa con cuántas él esté, los besos que le obsequien… no serán los mismos. Hiere el vientre del licántropo con una de sus manos, encajando sus uñas hasta que el pelaje se fractura. Un tinte escarlata empapa su aceitunada piel. El animal enfurece, fulmina con la mirada a la morena, ruge… muestra sus caninos con un aullido infernal a la luna, Levanta una de sus garras por encima de su cabeza, pero es con la otra con que golpea el cuerpo de Lorraine. Esta, azota contra el tronco de un árbol y cae al suelo dejando una mancha púrpura sobre la nieve, tose por la contracción de sus costillas y vientre. Escupe un poco de saliva con sangre, sonríe con una mirada suplicante ¡Se quiere morir! La criatura obedece, se va en su contra con las fauces abiertas preparándose para partir el cuerpo de Lorraine por la mitad… Le alcanza la cintura. ¿Morirá? ¿En verdad este es el fin? ¿Dónde está el "Vivieron felices para siempre"? ¿No se supone que es así que debería terminar la historia después de la boda? Cierto, no todos los cuentos tienen finales felices (Romeo y Julieta). |
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
El sequoia desde el que observaba tenía una altura de aproximadamente cincuenta metros. Luther se encontraba acuclillado sobre una de sus ramas, observando a la espléndida Luna Llena y… a ella. Recordaba, - mientras invadía sus pensamientos - , aquélla tarde cuando regresaba a casa entre monstruosos árboles que apenas dejaban ver un atisbo de la Luna que descendía para servir a sus hijos malditos, las mismas bestias que habían arrancado la carne de su cuerpo cuando la transición a vampiro apenas había dado comienzo. Una parte de él, - la masoquista – le gustaba ver la aberración, el miedo e incluso la repulsión que sentían aquéllos que no eran tan afortunados de conversar con él mientras disfrutaba de las sombras que les rodeaban. La otra, en cambio, había empezado a odiar su apariencia cuando la obsesión había vencido la curiosidad despertada hacia Ágatha. Sus pulmones se contrajeron y expandieron para albergar la erótica fragancia de la presa que cazaba. Una sonrisa sardónica asomó en sus labios. Casi podía sentirse como aquél joven que salía por las tardes para hacer lo que le apasionaba, excepto que la victoria de esta noche estaba asegurada gracias a la infidelidad del hombre que su mujer amaba. Las yemas ásperas de sus dedos siguieron el contorno de las cicatrices en su cara. Tal pareciera que habían tomado su cabeza como un melón y usado una navaja para cortarla. Con un movimiento brusco, dejó caer la mano mientras su cuerpo se erguía por completo. Encontrarla no había supuesto ningún problema. Lorraine jamás había podido escondérsele. Aún sin el anillo, estaba absolutamente seguro que el rastro de su esencia lo habría guiado hasta ella. Verla le había robado, - literalmente -, el aliento. Afrodita habría envidiado su belleza. El vestido de la ceremonia era una exquisitez, se ceñía a su cuerpo como un guante y a Luther se le hizo la boca agua al imaginársela en su cama. “Pronto.” Se dijo, para aplacar el hambre que sin duda se reflejaba en su mirada.
Cuando le había llevado su invitación, había perdido la calma. El demonio en su interior había bullido de rabia y amenazado con destruir todo lo que tocara y/o se atravesara. Aun recordaba que entre gruñidos le había gritado que se fuera. El escritorio había golpeado contra la pared más lejana, los libros habían terminado en el suelo, las velas habían rodado y el fuego se había expandido como si las llamas del infierno le devoraran; aunque era la felicidad en su rostro, la dicha con que había pronunciado aquéllas malditas palabras, la verdadera fuente del fuego que recorría cada terminación de su cuerpo. ¿Podía culpársele por ese momentáneo éxtasis? La sonrisa sardónica se amplió aún más. Tan regodeado como estaba del dolor que el conde estaba ahora sintiendo, perdió de vista a Ágatha. Saltó sin pensárselo. El peso de todo su cuerpo recayó en la pierna buena. Luther casi podía asegurar que sentía el cálido aliento del animal en su cuello. Los gruñidos se escuchaban muy cerca. ¡Maldición! ¿Podía confiar en que ella cuidaría de sí misma? No. Sus frases o, mejor dicho provocaciones, le llegaron con convicción, burlándose de su cuestionamiento anterior. “¿En qué demonios estás pensando?” Se comunicó mentalmente, pero ella lo ignoró. “Contéstame, maldita sea. ¿Acaso vas a permitir que él y una simple humana te reduzcan a esto?” Solo por orillarla a esta situación iba a exigir la cabeza de Lucern. – Ágatha. Rugió, cuando llegó hasta donde se encontraba. Estaba furioso. Jodidamente furioso. Las marcas sobre su piel que pronto desaparecerían – a diferencias de las de él – y su vestido rasgado, despertaron una sed insaciable, una sed de venganza que exigía la muerte de la bestia que se había atrevido a herir lo que era suyo. “Ahora me perteneces.” Se lanzó contra el animal haciendo acopio de todas sus fuerzas. El aullido lastimero de la bestia resonó en todo el bosque, su costado había golpeado contra uno de los árboles; como si Luther tuviese planeado hacerle lo mismo que había hecho con Lorraine y, por la determinación en su mirada, no solo parecía que estaba dispuesto a hacerlo sino que lo haría sin titubear. El crujido de su hombro le resultó embrutecedor y fue entonces cuando el brillo plata de la punta afilada de una daga centelleó. Se rumoreaba que la afición de ese vampiro en particular era no dejar nada en el interior de las bestias una vez elegía atacarlas.
Cuando le había llevado su invitación, había perdido la calma. El demonio en su interior había bullido de rabia y amenazado con destruir todo lo que tocara y/o se atravesara. Aun recordaba que entre gruñidos le había gritado que se fuera. El escritorio había golpeado contra la pared más lejana, los libros habían terminado en el suelo, las velas habían rodado y el fuego se había expandido como si las llamas del infierno le devoraran; aunque era la felicidad en su rostro, la dicha con que había pronunciado aquéllas malditas palabras, la verdadera fuente del fuego que recorría cada terminación de su cuerpo. ¿Podía culpársele por ese momentáneo éxtasis? La sonrisa sardónica se amplió aún más. Tan regodeado como estaba del dolor que el conde estaba ahora sintiendo, perdió de vista a Ágatha. Saltó sin pensárselo. El peso de todo su cuerpo recayó en la pierna buena. Luther casi podía asegurar que sentía el cálido aliento del animal en su cuello. Los gruñidos se escuchaban muy cerca. ¡Maldición! ¿Podía confiar en que ella cuidaría de sí misma? No. Sus frases o, mejor dicho provocaciones, le llegaron con convicción, burlándose de su cuestionamiento anterior. “¿En qué demonios estás pensando?” Se comunicó mentalmente, pero ella lo ignoró. “Contéstame, maldita sea. ¿Acaso vas a permitir que él y una simple humana te reduzcan a esto?” Solo por orillarla a esta situación iba a exigir la cabeza de Lucern. – Ágatha. Rugió, cuando llegó hasta donde se encontraba. Estaba furioso. Jodidamente furioso. Las marcas sobre su piel que pronto desaparecerían – a diferencias de las de él – y su vestido rasgado, despertaron una sed insaciable, una sed de venganza que exigía la muerte de la bestia que se había atrevido a herir lo que era suyo. “Ahora me perteneces.” Se lanzó contra el animal haciendo acopio de todas sus fuerzas. El aullido lastimero de la bestia resonó en todo el bosque, su costado había golpeado contra uno de los árboles; como si Luther tuviese planeado hacerle lo mismo que había hecho con Lorraine y, por la determinación en su mirada, no solo parecía que estaba dispuesto a hacerlo sino que lo haría sin titubear. El crujido de su hombro le resultó embrutecedor y fue entonces cuando el brillo plata de la punta afilada de una daga centelleó. Se rumoreaba que la afición de ese vampiro en particular era no dejar nada en el interior de las bestias una vez elegía atacarlas.
Luther Sigismund- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
Un amor grabado en sangre, es un amor que vino para marcharse... Se dice que cuando estás a punto de morir vez pasar toda tu vida frente a tus ojos ¿Ocurriría lo mismo para alguien que ya está muerto? Lorraine espera el momento en que la película de su existencia transcurra por sus pensamientos obligándole a besar la desdicha que padeció, como humana, como vampiro, como amante… Siente envidia por todas esas personas a las cuales asesinó y que, en su lecho de muerte, pudieron recordar todos esos momentos llenos de felicidad. Ahora es ella quien sufre esa catarsis al encontrarse frente al abismo, sin nadie que le susurre al oído, nadie quien le espere del otro lado con la mano extendida y una sonrisa llena de paz. Los demonios devorarían su cuerpo y sería el mismísimo Lucifer quien patearía su desdichada alma a las tortuosas llamas eternas ¿Lo merece? ¡Sí! Ni el infierno más atemorizante, ni siquiera el licántropo desmembrando su cuerpo con despiadada crueldad, son capaces de arrancar el dolor anidado en su pecho. Un vacío tan desencarnado que no puede estar segura si quema, duele o se congela en la indiferencia. Entonces recuerda la mirada de su madre, los golpes y las violaciones de su padre. Sombras que se elevan por encima de ella con esos orbes rojos, llenos de furia, enardecidos por el sufrimiento de la vampiresa, quien dobla las manos sobre su rostro y hunde la mirada entre sus palmas. Amedrentada por sus carcajadas, por esas garras extendiéndose sobre ella, pide… ¡¿Perdón?! ¡Pero si no fue tu culpa, Lorraine! El veneno del licántropo comienza a corroer su pétrea piel, subiendo hasta su cabeza y provocando esas alucinaciones en la pobre mujer. Lorraine se retuerce sobre la nieve. Los copos caen quedándose en una fina capa sobre cabello azabache, unos poseen el color de la pureza y otros han sido profanados por la sangre derrapada. El viento cambia de dirección trayendo consigo un perfume familiar, ese olor a tabaco, a libros añejos, polvo… antigüedad, menta y muerte. Perdida en su alucinación, ignora el llamado de su fiel protector. No puede ser verdad, él no debe estar ahí. Es sólo otra jugada burlona de su mutilado corazón ¿Por qué se empeñan en recordarle lo sola que esta? Agoniza entre llantos, implorando a los ángeles un mensajero que pueda tocarle, abrazarle y secuestrar su existencia de una buena vez sin tener que pretender estar muerta, sin querer regresar a los brazos de la vida como ya lo hizo una vez. Entonces se sentaría al lado de su ángel a observar el despojo de su cadáver, burlándose de la pérdida y lo reconfortante que sería el mundo si ella no hubiese existido jamás. Su agonía se eleva hasta las copas de los árboles donde las aves entonan su azuzar en compañía del llano fúnebre de la morena, un réquiem para la última esperanza al corazón ¿Quién, quién fue el infeliz que la convenció que los muertos podían amar? ¿Quién, quién fue el desgraciado que desempolvó su pasado para devorarlo junto a ella como un gigantesco buitre? Buscar culpables está de sobra cuando perfectamente sabe que fue ella quien sin preguntas le abrió la puerta de su hermetismo. ¿Así o más patética? Fue a buscar la muerte a causa de él y en el trayecto se encontró culpable… ¡Ella lo permitió! De haber sido el mismo espectro que hace cien años atrás, nada de esto estaría pasando. ¡Oh, que cruel eres destino! ¡Que infamia tan amargosa y burlona le preparaste! ¡Canta, canta victorioso, porque ahora ya no es nada! Cada una de las personas a las que asesinó, a cada una de ellas le toca un pedazo. Se abalanzan sobre ella, con esas sonrisas sarnosas, impacientes, famélicas, insidiosas, deseosas de su sangre… Las mira a la cara con el orgullo hecho añicos, con su fuerza evaporada, con su maldad exorcizada. Sacrificándose por el bien de la humanidad, cierra sus ojos y se deja arrastrar hasta el último de los infiernos. Pero aún no cumplía su condena… En medio de la obscuridad, cuando ya no había salida, cuando ni siquiera la vacilante luz de las luciérnagas se percibía; una pluma blanca, suave, envidiable y hermosa, cae sostenida en la palma de sus manos. Las sombras impiden ver el rostro del dueño, sin embargo, puede discernir ese par de brazos extendiéndose sólo para ella. Se queda sin aliento, atónita, congelada en el tiempo. Un par de enormes alas se abren cual flor de loto creando una extraordinaria visión de estas. Millones y millones de filamentos entrelazados, formando las más perfectas plumas jamás vistas. Abrigando el gélido cuerpo de Lorraine en su interior, ofreciéndole el calor que imploró en los brazos de quien le traicionó. Ni siquiera las pinturas del mejor artista que ha poblado la tierra podían hacerle frente a la descomunal belleza que la fémina encontró en esa criatura. Se pierde en el océano profundo y fastuoso de sus ojos. Se deja abrazar. Sujeta a él, escapa a los colmillos hambrientos del kraken en los infiernos. Una vez que la luz del éter los baña a ambos, observa el rostro de su ángel -…Luther…- Pronuncia su nombre en la consciencia e inconsciencia, y es su propia voz quien la trae de regreso a este mundo, asustadiza y desconcertada. Lo primero que ve es a él destrozando al hijo de la luna, sus miembros son arrancados uno por uno. Una de sus patas golpea cerca de ella, sus vísceras atavían como adornos de navidad al árbol próximo y la sangre es el tapete perfecto para la nieve que adopta su color con lúgubre encanto. El corazón de la bestia esta en las manos de Luther. Era precisamente así como lo recordaba y no como aquel ángel que se mostró ante ella en ese sueño ¡Quién lo diría, incluso bajo la sombra de la muerte pudo soñar de nuevo! -¡¿Qué… dem…- Intenta hablar, pero la herida en su costilla es más grave de lo que aparenta y el veneno del licántropo impide su recuperación “¡¿Qué demonios haces aquí?! Se supone que Dimit…” Se comunica telepáticamente, sin embargo, deja la frase inconclusa al retorcerse por culpa de un espasmo agónico. Se queja. Cierra su ojo derecho, aprieta su mandíbula, coloca ambas manos en el borde de la yaga… Puede verse como hierbe la saliva del licántropo sobre su piel dejando un profundo hueco donde debería estar su costilla. “Sólo vete y déjame morir” Clava su verdosa mirada en los ojos de Luther, podría agradecer el intento por rescatarla, pero lo único que deseaba en ese instante era ser abrazada por la muerte y, aunque aquella visión fue maravillosa, regresar a la realidad, le supone un tormento que no acabará… nunca. Esa es su condena, el castigo por desafiar a la naturaleza y continuar caminando entre ellos. Exiliada del mundo de los vivos y rechazada en el mundo de los muertos, ¿Cuál es su lugar exactamente? Si no era al lado de Lucern entonces… ¿A dónde más puede ir?... |
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
Plaf. Plaf. Plaf. El goteo se une al réquiem. La nota discordante ora en silencio por las almas de los demonios que han sido arrojados de vuelta al infierno. Él, que se ha bañado en las aguas infernales del río Estigia, ha desencadenado su ira contra todo ser que se cruzó en su camino. Las puertas dobles de la catedral en la que había estado esperándola se encuentran destrozadas. Los gritos que se desvanecieron hace mucho tiempo aún hacen eco en sus oídos. Aquéllos que corrieron con mala suerte descansan sobre sus propios charcos de sangre. El rojo se ha impuesto sobre el impoluto blanco. Las paredes de la catedral han sido ensombrecidas por la muerte. Un tornado lo ha destruido todo. Las flores han sido pisoteadas por los inocentes que intentaron escapar de sus garras. Las miradas de los desafortunados lo acusan desde las sombras, pero a él más que a nadie, no le importa. Su rostro es una máscara perfecta de odio. Lucifer parece haberse apoderado de su cuerpo, se carcajea y gime, regocijándose en el desastre, en el recipiente que ha elegido para burlarse de su enemigo. Maldice. Sus manos, manchadas de carmín, se cierran, se abren. Una y otra vez. ¡Maldita sea! Están hambrientas. Quieren, necesitan, buscan. El vampiro recorre los pasillos, pero no ve nada. Está ciego de rabia. Plaf. Plaf. Baja la mirada. Los hilos de sangre se detienen, hipnotizados por su fulminante mirada; no encuentran amenaza, caen, mueren, ya han sido condenadas. Una vez más, abre los puños. Hasta ese momento, no había notado que en su interior aún se encontraba el corazón del sacerdote. Una sonrisa torcida, más maldita que fría, deforma su boca. Sus colmillos perlados relucen en medio de la infame vorágine. Los pensamientos cruzan su mente, lo acribillan, se mofan de las palabras que la vampiresa pronunció durante las noches. El odio lo corroe, lo envenena, lo carcome. ¿Cómo demonios se atrevió a avergonzarlo? La pregunta, si tiene o no una respuesta, no le importa. Sea cual sea no importa. ¡No importa! El rugido emerge de su pecho, desviando a Caronte de su destino. Se niega a permitirle que cruce. No sin las almas de los condenados. De él. De ella. De ambos.
Eres escoria. Esa voz. Es la misma que hizo que germinara el odio en su interior. ¿Qué quiere? ¿Empujarlo al abismo? El vampiro gruñe. Hace crujir los huesos de su cuello. Arroja el órgano inservible sobre uno de los cadáveres. Con disgusto, se limpia la boca. Otro surco queda grabado en su rostro. Una puta ironía. El papel que había aceptado representar en ese teatro, todo para complacer a una mujer, lo había hecho regresar al pasado. Una carcajada macabra, acompañada por la risa burlesca y arrogante de su madrasta, se une al réquiem de las gotas escarlatas. Es una promesa. Un juramento. La eternidad es demasiado extensa, demasiado oscura, demasiado… demasiado… No necesita perder su tiempo persiguiendo a la vampiresa. No esa noche ni la siguiente. La destruiría muy rápido. No podría glorificarse con sus gritos, con sus súplicas. No. No. ¡No! Al menos existe un pensamiento racional en medio del fuego. Los demonios pueden devorárselo esta noche. Es todo lo que tendrán de él. Después solo podrán, tendrán, que conformarse con su venganza. – Mi señor. Una voz conocida escarba entre los recovecos de su mente. El conde levanta la cabeza. Sus orbes reflejan. ¿Qué? Nadie puede leerlo. Nadie puede sabe qué hay dentro. Muerte. Eso es lo que grita a cada paso que da. Iam lo observa. Lucern lo estudia, esperando cualquier muestra de compasión por parte de su trabajador. Lo que sea para matarlo. “Hazlo.” Grita una parte de él. “Destrúyelo.” Niega con la cabeza. ¿A quién? ¿A sí mismo? No. Ella no lo vale. Lo traicionó. Nada puede salvarla ahora. Pasa por encima de los cuerpos. La Luna, su reina, lo acompaña silenciosamente. Le había advertido de sus celos y él, al igual que Lorraine había hecho, le había apuñalado en la espalda. Cruza el umbral, pasa de largo al vampiro que tiene mucho que hacer esa noche. Sin cuerpos, sin testigos. Solo el rumor del demonio que escapó del infierno, de nuevo.
Eres escoria. Esa voz. Es la misma que hizo que germinara el odio en su interior. ¿Qué quiere? ¿Empujarlo al abismo? El vampiro gruñe. Hace crujir los huesos de su cuello. Arroja el órgano inservible sobre uno de los cadáveres. Con disgusto, se limpia la boca. Otro surco queda grabado en su rostro. Una puta ironía. El papel que había aceptado representar en ese teatro, todo para complacer a una mujer, lo había hecho regresar al pasado. Una carcajada macabra, acompañada por la risa burlesca y arrogante de su madrasta, se une al réquiem de las gotas escarlatas. Es una promesa. Un juramento. La eternidad es demasiado extensa, demasiado oscura, demasiado… demasiado… No necesita perder su tiempo persiguiendo a la vampiresa. No esa noche ni la siguiente. La destruiría muy rápido. No podría glorificarse con sus gritos, con sus súplicas. No. No. ¡No! Al menos existe un pensamiento racional en medio del fuego. Los demonios pueden devorárselo esta noche. Es todo lo que tendrán de él. Después solo podrán, tendrán, que conformarse con su venganza. – Mi señor. Una voz conocida escarba entre los recovecos de su mente. El conde levanta la cabeza. Sus orbes reflejan. ¿Qué? Nadie puede leerlo. Nadie puede sabe qué hay dentro. Muerte. Eso es lo que grita a cada paso que da. Iam lo observa. Lucern lo estudia, esperando cualquier muestra de compasión por parte de su trabajador. Lo que sea para matarlo. “Hazlo.” Grita una parte de él. “Destrúyelo.” Niega con la cabeza. ¿A quién? ¿A sí mismo? No. Ella no lo vale. Lo traicionó. Nada puede salvarla ahora. Pasa por encima de los cuerpos. La Luna, su reina, lo acompaña silenciosamente. Le había advertido de sus celos y él, al igual que Lorraine había hecho, le había apuñalado en la espalda. Cruza el umbral, pasa de largo al vampiro que tiene mucho que hacer esa noche. Sin cuerpos, sin testigos. Solo el rumor del demonio que escapó del infierno, de nuevo.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
Cegado por la rabia, vació las entrañas de la bestia con extraordinario ímpetu. Cualquiera que creyera que su miembro amputado era un impedimento, necesitaba echar un vistazo a la escena macabra que representaban vampiro y lycan. La sangre había salpicado todo a su paso, como si un pintor hubiese sacado la inspiración de sus pesadillas, trazando sobre el lienzo todas esas escenas que Morfeo le obligaba a presenciar, con la intención de olvidar. Su rostro, - cubierto de cicatrices - , estaba mancillado con la sangre de su enemigo. Nada parecía poder traspasar las barreras de su mente, su sed de venganza era tan fuerte que incluso cuando el último aullido del licántropo se perdió en la inmensidad de la noche, no pudo alejarse. No quería. No lo haría. ¡No lo haría! Ver a la bestia sobre Agatha lo había empujado al infierno. Los rugidos que vibraban en su garganta eran tan ensordecedores que la naturaleza había decidido guardar silencio, consciente de que no podían unirse a la sinfonía. El olor a la muerte lo engullía con la misma tranquilidad con que se camuflaba entre las sombras cuando todos veían. El señor de la oscuridad había sido derrocado cuando el vampiro había decidido hacerse con su trono. Cientos de disfraces lo definían, todas y ninguna era él realmente. ¿Se conocía siquiera? Una risa siniestra golpeó en las paredes de su cráneo, zigzagueando, reclamando cada recoveco en esa mente tan pérfida. Se aposentó, grato con su posición. La demencia no podía adjudicar, no esta vez, la gravedad del asunto no podía pasarse por alto. Una voz, que no pertenecía a los demonios en su cabeza, intentó penetrar sus muros. La risa retumbó con más fuerza, buscando ahuyentar al intruso. Una mueca de disgusto deformó los labios del vampiro, su gesto acrecentó la cicatriz que empezaba desde la esquina del ojo derecho cuando la punzada volvió, corroyéndolo. La voz de Agatha, lejos de embalsamarlo, reanudó el fuego que lo había estado consumiendo. Sus orbes se estrecharon con ira. El cuerpo inerte de la bestia cayó con desdén. El rugido en su interior cuando se giró para enfrentar a la mujer que se entregaba al abrazo definitivo de la muerte, provocó que las ramas se estremecieran y los copos de nieve cayeran.
– ¿Dejarte morir? Quienes habían visto la totalidad de las tinieblas que lo envenenaban, habían enfrentado al mal, el elemento que había aprendido a controlar y ocultar. El vampiro no se diferenciaba de las bestias que tanto odiaba. Era un animal. En eso lo habían convertido. Las muertes de los miembros Sigismund, de sus preciados hermanos, se habían hecho con cada retazo de su alma; como si hubiesen decidido, antes de partir, llevarse al ser que había compartido risas y secretos con ellos. Siendo el mayor les había fallado, a todos y cada uno. Merecía ser un animal y por lo tanto, merecía actuar según sus instintos. Merecía… Sí. La merecía a ella. Nadie la conocía como él. Nadie podía jamás entender qué era lo que necesitaba. Ni siquiera ella comprendía que las respuestas a todo estaban en él. No necesitaba al conde. Ellos nunca habían estado jugando el mismo juego, ¡maldita sea! Pero él tenía el as bajo la manga, la solución a todo ese embrollo, la victoria esperaba. – ¡¿Dejarte morir?! Sus pasos eran amenazantes. El predador ya había elegido a su presa. Desgraciadamente, era la misma presa que lo hacía ¿sentir? Tenía que ser eso, tantos años siguiendo sus movimientos, ansiando su contacto. Se acercó a ella, observando las heridas que la maldita enfrenta le había ocasionado. Su traje – confeccionado especialmente para la boda de la mujer que tan fuertemente le obsesionaba – estaba manchado con la sangre que su enemigo había esparcido. Se detuvo, las gotas cayeron a un costado de su cuerpo. Los celos actuaban con la misma fiereza, con la misma pasión que él le había demostrado al lycan; le carcomía todas sus entrañas, dejándolo vacío, famélico. - ¿No merece él pagar por su burla? ¿No le diste tu lealtad? ¿Tu respeto? ¿Tu amor? La última cuestión iba teñida con toda la repugnancia que sentía. – Mírame y dime a cuántos puedes nombrar porque le hayas confiado todo lo que eres. Los colmillos se alargaron, centelleando bajo la luz de la luna llena. – Te lo ha arrebatado todo. No te ha dejado nada más que despojos. Se acuclilló para atravesarla con la mirada, sus caninos desgarraron su muñeca. – Recoge todo lo que te ha quedado, porque no aceptaré menos de la mujer que conozco. ¿Entiendes? La amenaza fluctuaba en sus palabras. Iba a curarla y después, a llenar su mente de odio... de venganza.
– ¿Dejarte morir? Quienes habían visto la totalidad de las tinieblas que lo envenenaban, habían enfrentado al mal, el elemento que había aprendido a controlar y ocultar. El vampiro no se diferenciaba de las bestias que tanto odiaba. Era un animal. En eso lo habían convertido. Las muertes de los miembros Sigismund, de sus preciados hermanos, se habían hecho con cada retazo de su alma; como si hubiesen decidido, antes de partir, llevarse al ser que había compartido risas y secretos con ellos. Siendo el mayor les había fallado, a todos y cada uno. Merecía ser un animal y por lo tanto, merecía actuar según sus instintos. Merecía… Sí. La merecía a ella. Nadie la conocía como él. Nadie podía jamás entender qué era lo que necesitaba. Ni siquiera ella comprendía que las respuestas a todo estaban en él. No necesitaba al conde. Ellos nunca habían estado jugando el mismo juego, ¡maldita sea! Pero él tenía el as bajo la manga, la solución a todo ese embrollo, la victoria esperaba. – ¡¿Dejarte morir?! Sus pasos eran amenazantes. El predador ya había elegido a su presa. Desgraciadamente, era la misma presa que lo hacía ¿sentir? Tenía que ser eso, tantos años siguiendo sus movimientos, ansiando su contacto. Se acercó a ella, observando las heridas que la maldita enfrenta le había ocasionado. Su traje – confeccionado especialmente para la boda de la mujer que tan fuertemente le obsesionaba – estaba manchado con la sangre que su enemigo había esparcido. Se detuvo, las gotas cayeron a un costado de su cuerpo. Los celos actuaban con la misma fiereza, con la misma pasión que él le había demostrado al lycan; le carcomía todas sus entrañas, dejándolo vacío, famélico. - ¿No merece él pagar por su burla? ¿No le diste tu lealtad? ¿Tu respeto? ¿Tu amor? La última cuestión iba teñida con toda la repugnancia que sentía. – Mírame y dime a cuántos puedes nombrar porque le hayas confiado todo lo que eres. Los colmillos se alargaron, centelleando bajo la luz de la luna llena. – Te lo ha arrebatado todo. No te ha dejado nada más que despojos. Se acuclilló para atravesarla con la mirada, sus caninos desgarraron su muñeca. – Recoge todo lo que te ha quedado, porque no aceptaré menos de la mujer que conozco. ¿Entiendes? La amenaza fluctuaba en sus palabras. Iba a curarla y después, a llenar su mente de odio... de venganza.
Luther Sigismund- Vampiro Clase Alta
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Re: El nombre de la eternidad. {Boda-Privado}
El gélido grito de mi odio levanta tempestades para saciar el hambre de mi ira. La cruel mirada de su mentor traspasó las murallas erigidas a través del llanto, el dolor y la pena. Odio, irradiaba con cada relámpago que flageló su cuerpo en el momento justo. Destruida, humillada y enardecidamente atragantada por una vorágine de sensaciones, lo escuchó hablando, dirigiéndose a ella como un espectro en mitad del cementerio. Las sombras de desesperación lo acompañaron cubriendo el rostro ensangrentado. Vísceras deshechas, los ojos, la mandíbula, los brazos… todo quedó esparcido a sus alrededores formando un inmenso charco a los pies de Luther. La imagen tamborileó hasta sus pensamientos, develando memorias que había perdido en los brazos de ese hombre. Recuerdos enterrados y esterilizados por un plagio inservible de algo que ni siquiera ella había podido discernir. Los gritos, los emblemas en cada una de las letras escarlata poco a poco se fueron haciendo más claros, aullaron su nombre y al final sólo las escenas violentas de sus muertes quedaron impregnadas en sus orbes, Ágatha abrió los ojos jadeando ante el famélico terrorismo que desarrolló con el paso del tiempo. La maldad se vestía con cada uno de sus cabellos y el cielo, lloró con brutalidad. Un relámpago anunciaba la tormenta mientras la carcajada de la luna se ocultaba tras las nubes en lo alto del firmamento, a los pocos segundos desapareció, sólo un resplandor plateado se amaba detrás de esa neblina celestial, sólo un despojo de la luz… Sangre, la sangre de Luther cauterizó las heridas de Lorraine. Las gotas cayeron desde su muñeca hasta las yagas producidas por aquella mordida. Duele, pero no lo siente, arde pero le es indiferente. Ni siquiera el presagio que el viento le susurró en los oídos pudo ser escuchado por el pálido costal que reposaba sobre el tronco de un árbol muerto, y su mirada perdida continuó observando a través de las deformidad en el único hombre que debía estar a su lado, Luther. Un animal, una bestia marcada por la naturaleza, contempló entonces que su interior era oscuro y sobrecogedor, tenía ante sí a un demonio que le guiñaba el ojo. Una mueca perturbadora, jugó a ser la sonrisa de la Condesa, le fue imposible pronunciar palabra alguna y la verdad es que tenía muy pocas ganas de hacerlo. Se mantuvo quieta, pensando, resumiendo su vida a los últimos instantes en los que su corazón parecía aferrarse a una idea lejana sobre los cuentos de hadas ¡Pobre ilusa! Olvidó que en esos cuentos los monstruos como ella no tienen un final feliz, pero no importa ya. Porque él está con ella, porque aquel que habría de convertirse en una sobra fantasmal en su vida, ahora tomaba el protagónico al lado de su nombre. Los ojos de un enfermo mental, un psicópata, cruel y frío, incapaz de sentir el dolor ajeno, se posaron sobre aquellas cicatrices en el rostro del vampiro. Levantó ambos brazos para tocar con la yema de sus dedos las marcas en su piel, las acarició, siguió la pequeña línea rosada hasta su final al costado de su rostro. Aún no podía entender como un hombre como él se enfocó la vista en una hembra reacia como ella. Lorraine siempre ha ocultado la terrible fascinación por escuchar de sus labios la historia tras esas heridas de guerra. Se mantiene bajo perfil mostrando una madurez idiota ante él, buscando la forma de impresionarlo, de que él acepte por una única vez las capacidades que ella posee en la destrucción del hombre, en el arrebato pasional de la venganza. Muchas veces le recriminó el haber asesinado a su familia sin gozar de la tortura psicológica o física, pero la excusa barata que ella le daba era la que más debía tomarse en cuenta, era una niña y la maldad aún estaba lejos de evolucionar en su interior. Sólo era su instinto influenciado por el oréxico odio hacia su hermano; la bofetada le cayó como balde de agua fría. Él tenía razón, le arrebataron todo. En cada siglo, como aniversario, alguien aparecía para arrebatarle todo de un solo tajo. Todos pagaron por sus crímenes ¿Por qué él habría de ser diferente? -Dime una cosa Luther…- Notó como su voz regresaba a su cuerpo, incluso las pequeñas cortaduras en su piel comenzaron a regenerarse. Sus labios partidos, los moretones en su rostro y los huesos rotos. El sonido que produjo su ser al reintegrarse de nuevo era el mismo que ejecutó al fracturarse. Sus costillas tuvieron que romperse y ajustarse de tal forma en que su dermis pudiese cubrir las entrañas expuestas. Al devolver la vista consciente a su laceración, sintió como el repudio le embargaba. Proliferó pensamientos obscenos y divagó hasta caer de nuevo ante la mirada azul de él. Sus ojos eran muy parecidos a los de Lucern, con una exclusiva diferencia, en los de Luther… ella nunca se reflejó. -¿Quién es la mujer que conoces? ¿Me ayudarás a encontrarla… de nuevo?- El ceño fruncido fue la seña perfecta para hacerle saber que sabía a lo que él se refería, pero que, sin embargo, necesitaba de su ayuda para poder acogerla otra vez en su vacío, mutilado e impenetrable interior. Se carcajeo como demente, sus piernas patearon los restos de su vestido. Se deshizo de las tiras de tela, se abrió el corsé y quedó desnuda ante él. Era mejor así que toda esa parafernalia. Ensimismada en su risa burlesca, perdió la noción del tiempo, ya casi se encontraba curada. Se preguntó entonces, cuánto le llevaría cambiar el amor por el odio. La sonrisa tétrica se enfatizó al encontrar la respuesta. –Mírame y dime- Lo tomó por el cuello de su camisa y lo aproximó lo más que pudo hasta su rostro. Los orbes de ambos se encontraron ardiendo, viéndose cara a cara mientras la obscuridad los bañaba. -¿Valdría la pena abandonar el título de condesa, sólo por asesinar a un hombre? ¿O será mejor destruir todo lo que conoce para que al final la soledad lo consuma y sea su propia locura quien lo extermine?- Podía fingir todo lo que quisiera, podía incluso atentar en su contra pero al final encontraría la misma estúpida leyenda en el epitafio de sus masacres. Sin importar que, Lorraine amara a ese hombre mientras aún viviera, así que sólo existía una salida para ambos en ese terrible conflicto en el que tuvieron que enredarse. –Tendrás que ayudarme, debo localizar a esa Merlina y después acabaré con la paciencia de Ralph.- Lo soltó. Toda una sarta de telarañas se tejían en su mente, cada hilo representaba una nueva forma de exterminio contra el Conde y cada intercepción la cantidad de víctimas que arrastraría a su paso para conseguir sus objetivos, allá en el centro de la red, lejos de todas las posibilidades de victoria o fracaso, estaba atada por completo la mujer que fue en sus brazos. Le mostró sus pensamientos a Luther, después de todo era el único en el que confiaba o eso creía. –Aún lo amo, pero creo que tú me ayudarás a superarlo y si decaigo, ¡Mátame!- Lo amenazó con la vista clavando los colmillos en su lengua, no sabía si al final del crepúsculo odiaría a Lucern o terminaría aborreciéndose ella misma. Le sonrió con un guiño en el ojo para rosar sus labios efímeramente antes de caer de nuevo contra el tronco del árbol. Fue una recuperación amena, pero aún se encontraba débil. -¿Luther?- Susurró –Llévame al Sacro Imperio contigo- |
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/02/2010
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