AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ángel de la eternidad | Privado
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Ángel de la eternidad | Privado
Tienes a ratos la cara del exilio, ese que busca voz en tus poemas.
Mi exilio es menos duro, le sobran las defensas.
Julio Cortázar.
Mi exilio es menos duro, le sobran las defensas.
Julio Cortázar.
Las noches en el burdel nunca eran tranquilas, mentía quien afirmase lo contrario. Nadie tenía paz allí, ni siquiera Dagna Holbein pese a ser una de las muchachas favoritas del dueño. Resultaba extraño, pero Dagna estaba orgullosa de haber sido elegida por él desde muy pequeña; la hacía sentir especial, le daba esa dignidad extra de la que las prostitutas carecían. Desde los ocho años vivía en el burdel, directa y sin paradas había pasado del orfanato estricto y violento a ese lugar de lascivia y bajos placeres.
La noche acababa de empezar, los ancianos clientes ya comenzaban a llegar –porque eran ellos los que arribaban al lugar temprano, siempre alrededor de las nueve de la noche, como si quisieran estar en casa antes de la madrugada- y algunas de las muchachas se peleaban por complacerlos pues eran fáciles, no iban más que por algunas caricias, por el deseo de sentir en su rostro la fragancia joven de los senos turgentes, con la necesidad de contar sus grandes historias del pasado a alguien que falsificase la ilusión o el entretenimiento al oírles. Sí que eran fáciles, pero a Dagna no le gustaban, trabajaba con ellos si tenía que hacerlo –porque pese a ser la favorita, tampoco era que podía andarse con pretensiones de ese estilo-, pero prefería a los hombres jóvenes y fuertes, incluso a los vampiros que le robaban algo de sangre cuando llegaban a su siempre violento clímax.
Don Aurelio, un asiduo cliente español de unos sesenta y cinco años, divisó a Dagna y le sonrió, ella le devolvió la sonrisa y comenzó a moverse para salir de su vista pues no quería tener que atenderlo, ¡habiendo tantas muchachas que adoraban a los ancianos! ¿Por qué tenía que ser justo ella? Dagna se movió hasta quedar cerca de la puerta de entrada, se volteó y vio que Ginette había sido atrapada por el vejete y lo vivió como un pequeño triunfo.
La música era cada vez más animada y los caballeros comenzaban a llenar el lugar, las habitaciones cobraban vida y ya se oían los primeros falsos gemidos de sus compañeras. De pronto un viento golpeó la rubia y abundante cabellera de Dagna, ella atrapó su cabello intentando detener el inminente despeine en un gesto que parecía inocente, aniñado. La puerta había sido abierta y él había ingresado.
No era la primera vez que lo veía, pero nunca lo había tratado. Sus compañeras le temían, decían que era cruel y sádico. Dagna se hizo hacia atrás, pero no pudo dejar de observar a ese hombre que ingresaba y se dirigía hacia donde ella estaba porque le recordaba mucho a alguien, a un viejo celador que había tenido en uno de los orfanatos alemanes en los que había vivido… Tal vez fuese por eso, por el parecido, que Dagna se sintió nuevamente una pequeña de cinco años llena de miedos e inseguridades. No parecía feroz ni violento, pero debía fiarse de sus compañeras.
-Buenas noches, caballero –saludó, cuando él pasó junto a ella, y enseguida se arrepintió porque quizás le hubiera convenido mantener la boca cerrada.
Dagna Holbein- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 09/04/2017
Re: Ángel de la eternidad | Privado
No le había resultado fácil dar con aquel lugar. Un burdel común ya era un hoyo para la miseria humana, un burdel para inmortales…No se sabía que tipo de monstruos podían emerger de él. Casper desenvolvió el papel en el que tenía escrito la dirección para comprobar que marchaba por el camino correcto. Su sombra, larga y entumecida por el carbón, estaba pintada en blanco y negro, resaltada por una tez tan pálida como la luna y una boca que pronto sería pintada de rojo. La tonalidad de sus ojos era del más tierno azul, dotando de cierta inocencia a quién simplemente era el demonio. Camino, tranquilo, atusado y perfumado, como le gustaba. A pesar de que el burdel siempre había sido un vicio suyo, se había encontrado a si mismo frecuentándolo pocas veces como cliente. Su deseo sexual no era algo que lo definiera, tenía unas tendencias un tanto exquisitas y no siempre encontraba atractivo el cuerpo de alguien, más bien, tendía a acostarse con aquellos cuya personalidad le causaban cierta curiosidad. Porque aquello era lo único que sentía; curiosidad.
Se peinó el cabello rubio, casi albino hacia atrás y empujó la puerta del local. El inmortal encontraba chistoso el miedo que inspiraba incluso a la recepcionista. Probablemente, sería uno de los vampiros más jóvenes que frecuentaba aquel lugar y sin embargo, su inquietante imagen parecía producir un extraño sentimiento de zozobra a todo aquel que le rondaba. Hasta la fecha, tan solo había estado con dos muchachas, que ni si quiera le habían satisfecho, pero había bastado para que cada vez que entraba en el local todas desearan alejarse de él. O eso creía. Una voz, dulce y simplona lo saludo. Casper giró el rostro en su dirección, impasible. Aquella debía de ser la retrasada del grupo. O no. Tan pronto como despegó sus dulces labios de melocotón y captó su atención, el rostro de la muchacha tornó pálido como el papel, casi tanto como el suyo. El arrepentimiento hizo mella en su expresión y Casper reprimió una sonrisa. La tonta…No sabía como librarse de él que había terminado por hacer la peor de las jugadas. Lentamente, extendió su mano blanquecina hacia la joven, esperando que la tomara sin rechistar. Cuando lo hizo, recibió el calor de sus dedos humanos. Satisfecho, se marchó con ella hacia una de las habitaciones. Cerró la puerta tras ambos y la soltó. La habitación era vergonzosamente pequeña, sin espacio para jugar con libertad, aunque no estaba seguro de que deseaba hacer con ella aquella noche; si jugar, beber de ella, follársela o simplemente incomodarla. Empezaría por lo último.
─Desnúdate y deja de temblar, es molesto. Cuando termines, permanece de pie frente a mí.
Contempló, como realizaba lo debido, temblando por su puesto. Sabía que sería incapaz de no hacerlo, pero encontraba cierto humor en decirle que no lo hiciera. Buscó un lugar en el que sentarse, que no fuese la cama, pero ni una triste banqueta había, así que se acomodó sobre el colchón y la observó desprenderse de sus prendas frente a él. Una vez hubo terminado, la observó impasible, serio, hasta que el frío comenzó a poner su carne de gallina. Casper alzó el mentón y le preguntó su nombre.
─Bien, Dagna… ¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más te gusta? Explícame por qué lo es…Qué te hace sentir, qué crees que le hace sentir al resto…Y no seas impaciente, una hora es un tiempo muy limitado para disfrutar, ¿no crees? Tengo abundante dinero y toda la noche por delante, así que empezaremos cuando yo lo ordene, ¿te parece? De momento, quiero que me respondas a esa pregunta.
Se peinó el cabello rubio, casi albino hacia atrás y empujó la puerta del local. El inmortal encontraba chistoso el miedo que inspiraba incluso a la recepcionista. Probablemente, sería uno de los vampiros más jóvenes que frecuentaba aquel lugar y sin embargo, su inquietante imagen parecía producir un extraño sentimiento de zozobra a todo aquel que le rondaba. Hasta la fecha, tan solo había estado con dos muchachas, que ni si quiera le habían satisfecho, pero había bastado para que cada vez que entraba en el local todas desearan alejarse de él. O eso creía. Una voz, dulce y simplona lo saludo. Casper giró el rostro en su dirección, impasible. Aquella debía de ser la retrasada del grupo. O no. Tan pronto como despegó sus dulces labios de melocotón y captó su atención, el rostro de la muchacha tornó pálido como el papel, casi tanto como el suyo. El arrepentimiento hizo mella en su expresión y Casper reprimió una sonrisa. La tonta…No sabía como librarse de él que había terminado por hacer la peor de las jugadas. Lentamente, extendió su mano blanquecina hacia la joven, esperando que la tomara sin rechistar. Cuando lo hizo, recibió el calor de sus dedos humanos. Satisfecho, se marchó con ella hacia una de las habitaciones. Cerró la puerta tras ambos y la soltó. La habitación era vergonzosamente pequeña, sin espacio para jugar con libertad, aunque no estaba seguro de que deseaba hacer con ella aquella noche; si jugar, beber de ella, follársela o simplemente incomodarla. Empezaría por lo último.
─Desnúdate y deja de temblar, es molesto. Cuando termines, permanece de pie frente a mí.
Contempló, como realizaba lo debido, temblando por su puesto. Sabía que sería incapaz de no hacerlo, pero encontraba cierto humor en decirle que no lo hiciera. Buscó un lugar en el que sentarse, que no fuese la cama, pero ni una triste banqueta había, así que se acomodó sobre el colchón y la observó desprenderse de sus prendas frente a él. Una vez hubo terminado, la observó impasible, serio, hasta que el frío comenzó a poner su carne de gallina. Casper alzó el mentón y le preguntó su nombre.
─Bien, Dagna… ¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más te gusta? Explícame por qué lo es…Qué te hace sentir, qué crees que le hace sentir al resto…Y no seas impaciente, una hora es un tiempo muy limitado para disfrutar, ¿no crees? Tengo abundante dinero y toda la noche por delante, así que empezaremos cuando yo lo ordene, ¿te parece? De momento, quiero que me respondas a esa pregunta.
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 25/10/2014
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Re: Ángel de la eternidad | Privado
En cuanto la vieron alejarse rumbo a las habitaciones con aquel cliente, sus compañeras hicieron algunos gestos que la alarmaron. Las que la odiaban se reían al verla marchar con él, las que le tenían aprecio la observaban con preocupación. ¿Pero qué tan malo podía ser? Dagna comenzaba a temer, más por la incertidumbre que por cualquier hecho. Pero sucedería, no había salida posible, el frío cuerpo de él ya la había elegido y la conducía con firmeza, como si conociese bien el lugar.
Ingresó en la habitación, como hacía repetidamente noche tras noche, pero con la certeza de que todo podía acabar muy mal esa vez. No quería que la golpearan, ya había pasado por eso algunas veces y era siempre horrible, no solo por el dolor sino también por la humillación y por la certeza de no poder trabajar en los días subsiguientes, lo que representaba pérdidas para el burdel y para ella. Claro que se arrepintió de no haberse ido con el anciano, pero ya era tarde para dar marcha atrás.
Con temor, pero sin bajar la mirada, Dagna comenzó a quitarse la ropa ante la orden de él, tal vez con deliberada lentitud. Las prendas fueron cayendo a sus pies y cuando acabó con la última se inclinó con sensualidad para recogerlas y dejarlas a un costado, cerca de la puerta para que estuviesen a la mano porque sabía que en cuanto todo acabase y ella pudiera irse, lo haría sin mirar atrás.
-Mi nombre es Dagna –le respondió, mientras volvía a plantarse frente a él, esa vez un poco más cerca-. ¿Cómo debo llamarlo a usted?
Con que quería jugar… bien, ella podía hacerlo. No era la primera vez que le hacían preguntas de ese estilo y como lo sentía como un halago, siempre se tomaba unos momentos para pensar porque aunque podría mencionar cualquier parte de su cuerpo sin que él supiera si era sincera o no, Dagna prefería decir la verdad.
-Muchos hombres dicen adorar mis piernas –dijo, y dio unos pasos para que él pudiera verlas, giró delante de él y siguió caminando-, son largas y firmes, rellenas donde deben serlo y delgadas donde corresponde. Me han dicho que son perfectas, las mejores de París… aunque no son parisinas, pues no soy de aquí. –Volvió a girar lentamente y se acercó a él. –Pero no son mi parte favorita. A mí me gusta mi piel, es blanca y muy suave, como la de una niña. Todas las noches, cuando termino de trabajar, la lavo con esencias florales y también uso antes de dormir una crema de leche y magnolias, me gusta que siempre huela bien. ¿Quiere tocarme? –le preguntó y se inclinó hacia él, sus senos parecieron querer derramarse muy cerca del hombre, ¿quién no querría tocarlos?
Claro que lo que él había dicho era cierto, el que tenía dinero podía hacer que la noche fuese extremadamente larga, pero en algún momento acabaría y Dagna deseaba que eso ocurriera pronto.
Ingresó en la habitación, como hacía repetidamente noche tras noche, pero con la certeza de que todo podía acabar muy mal esa vez. No quería que la golpearan, ya había pasado por eso algunas veces y era siempre horrible, no solo por el dolor sino también por la humillación y por la certeza de no poder trabajar en los días subsiguientes, lo que representaba pérdidas para el burdel y para ella. Claro que se arrepintió de no haberse ido con el anciano, pero ya era tarde para dar marcha atrás.
Con temor, pero sin bajar la mirada, Dagna comenzó a quitarse la ropa ante la orden de él, tal vez con deliberada lentitud. Las prendas fueron cayendo a sus pies y cuando acabó con la última se inclinó con sensualidad para recogerlas y dejarlas a un costado, cerca de la puerta para que estuviesen a la mano porque sabía que en cuanto todo acabase y ella pudiera irse, lo haría sin mirar atrás.
-Mi nombre es Dagna –le respondió, mientras volvía a plantarse frente a él, esa vez un poco más cerca-. ¿Cómo debo llamarlo a usted?
Con que quería jugar… bien, ella podía hacerlo. No era la primera vez que le hacían preguntas de ese estilo y como lo sentía como un halago, siempre se tomaba unos momentos para pensar porque aunque podría mencionar cualquier parte de su cuerpo sin que él supiera si era sincera o no, Dagna prefería decir la verdad.
-Muchos hombres dicen adorar mis piernas –dijo, y dio unos pasos para que él pudiera verlas, giró delante de él y siguió caminando-, son largas y firmes, rellenas donde deben serlo y delgadas donde corresponde. Me han dicho que son perfectas, las mejores de París… aunque no son parisinas, pues no soy de aquí. –Volvió a girar lentamente y se acercó a él. –Pero no son mi parte favorita. A mí me gusta mi piel, es blanca y muy suave, como la de una niña. Todas las noches, cuando termino de trabajar, la lavo con esencias florales y también uso antes de dormir una crema de leche y magnolias, me gusta que siempre huela bien. ¿Quiere tocarme? –le preguntó y se inclinó hacia él, sus senos parecieron querer derramarse muy cerca del hombre, ¿quién no querría tocarlos?
Claro que lo que él había dicho era cierto, el que tenía dinero podía hacer que la noche fuese extremadamente larga, pero en algún momento acabaría y Dagna deseaba que eso ocurriera pronto.
Dagna Holbein- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 09/04/2017
Re: Ángel de la eternidad | Privado
Había visto mendigos, susurrar armonías trágicamente bellas mientras morían, caballeros, destinados a conquistar únicamente su propio ego y damas, con un encanto tan ordinario como el de una cualquiera. Pero, ah, allí estaba una cualquiera, frente a él, desnuda y sin embargo, no desprendía la vulgaridad característica de una puta. Y era chistoso, puesto que estaba seguro de que practicando la más perversas de las acciones seguiría pareciendo cándida e inocente, como un ángel, perdido en un océano de escombros.
Sus movimientos, ligeros y suaves, se le antojaron puros, hipnóticos. Casper se relamió. Dagna estaba en lo cierto, su piel era su característica más apetecible. Sin dudar, se ofreció para que la tocara. Valiente, sobre todo después de haber reconocido el temor en su mirada. El vampiro echó el cuello hacia tras, evaluándola con el mentón en alto. Su expresión no cambió, pero alargó la mano a la par que ladeaba el rostro. Sus dedos, gélidos como la cúspide de un iceberg, se deslizaron entre los pechos de la muchacha, dejando tras de si un camino de frio implacable. Caminaron por su piel, cálida antes de ser tocada y descansaron sobre su clavícula. Trazo círculos, ascendiendo por su cuello, hasta rodearlo con una sola mano. Suave pero decididamente, lo aferró, tirando de él para acercar su perfil al suyo. Casper aspiró con fuerza, su nariz rozando los mullidos labios de la humana. Cerró los ojos un momento. Podía olerlo todo, el perfume, la humanidad, el miedo, la incertidumbre…y también una oscura expectación.
─Y tu cuello dulce Dagna… ¿no te gusta tu cuello? Es largo, suave y fácil de agarrar ─apretó un poco, lo suficiente como para que el oxigeno alcanzara con ligera dificultad sus pulmones. Sería tan fácil otorgar otro apretón, una leve presión y la muchacha estaría boqueando, como pez fuera del agua. Pero, no, no quería aquello…Al menos no si se portaba bien. Casper perdió la nariz entre sus cabellos y susurró ─. A mí me gusta tu cuello. Es delicado… ─. Una siniestra sonrisa crepitó en su boca por un momento─. ¿Tienes miedo? Veo que lo tienes…Pero no dices nada…Estás bien entrenada…
Despegó los labios, desnudando sus colmillos para deleitar la tierna piel de su cuello. Simplemente los hizo rodar por su yugular, una extraña caricia al filo de la muerte. No la mordió, pero el palpitar de la sangre bajo su boca lo obligó a ofrecer una larga lametada que llegó hasta la parte trasera de su oreja. Casper gruñó sobre la misma, un gruñido insinuante.
─Dime… ¿A qué se debe esa bravura? Este lugar ha hecho que endurecieras la piel, ¿no es así? Cuéntame Dagna, ¿qué es lo peor que te ha sucedido en este lugar? ─La soltó para acomodarse nuevamente sobre la cama, indagando con sus pupilas demoniacas─. Y te lo advierto, nada de historias aburridas…No quieres comprobar como soy cuando mi sopor acecha…Así que sorpréndeme.
Casper alzó la mano, grácil, para indicar que no comenzara todavía.
─Ah, espera. Antes de nada, levanta los brazos a media altura. Así, eso es. Levántalos como si te fueran a crucificar. Perfecto ─Contempló, esperando a que hiciera lo debido. Al fin y al cabo, aquella noche era su puta y tenía que satisfacer sus deseos por muy excéntricos que resultaran─. Y Dagna, por muy doloroso o cansado que resulte, no bajes los brazos mientras cuentas tu historia, ¿harías eso por mí?
Su mirada sugirió que no había espacio para discusiones, si se le negaba sus órdenes, las cosas se pondrían feas.
─Adelante, comienza. Que sea una historia larga y entretenida, ¿de acuerdo? Deléitame con cuentos para no dormir.
Sus movimientos, ligeros y suaves, se le antojaron puros, hipnóticos. Casper se relamió. Dagna estaba en lo cierto, su piel era su característica más apetecible. Sin dudar, se ofreció para que la tocara. Valiente, sobre todo después de haber reconocido el temor en su mirada. El vampiro echó el cuello hacia tras, evaluándola con el mentón en alto. Su expresión no cambió, pero alargó la mano a la par que ladeaba el rostro. Sus dedos, gélidos como la cúspide de un iceberg, se deslizaron entre los pechos de la muchacha, dejando tras de si un camino de frio implacable. Caminaron por su piel, cálida antes de ser tocada y descansaron sobre su clavícula. Trazo círculos, ascendiendo por su cuello, hasta rodearlo con una sola mano. Suave pero decididamente, lo aferró, tirando de él para acercar su perfil al suyo. Casper aspiró con fuerza, su nariz rozando los mullidos labios de la humana. Cerró los ojos un momento. Podía olerlo todo, el perfume, la humanidad, el miedo, la incertidumbre…y también una oscura expectación.
─Y tu cuello dulce Dagna… ¿no te gusta tu cuello? Es largo, suave y fácil de agarrar ─apretó un poco, lo suficiente como para que el oxigeno alcanzara con ligera dificultad sus pulmones. Sería tan fácil otorgar otro apretón, una leve presión y la muchacha estaría boqueando, como pez fuera del agua. Pero, no, no quería aquello…Al menos no si se portaba bien. Casper perdió la nariz entre sus cabellos y susurró ─. A mí me gusta tu cuello. Es delicado… ─. Una siniestra sonrisa crepitó en su boca por un momento─. ¿Tienes miedo? Veo que lo tienes…Pero no dices nada…Estás bien entrenada…
Despegó los labios, desnudando sus colmillos para deleitar la tierna piel de su cuello. Simplemente los hizo rodar por su yugular, una extraña caricia al filo de la muerte. No la mordió, pero el palpitar de la sangre bajo su boca lo obligó a ofrecer una larga lametada que llegó hasta la parte trasera de su oreja. Casper gruñó sobre la misma, un gruñido insinuante.
─Dime… ¿A qué se debe esa bravura? Este lugar ha hecho que endurecieras la piel, ¿no es así? Cuéntame Dagna, ¿qué es lo peor que te ha sucedido en este lugar? ─La soltó para acomodarse nuevamente sobre la cama, indagando con sus pupilas demoniacas─. Y te lo advierto, nada de historias aburridas…No quieres comprobar como soy cuando mi sopor acecha…Así que sorpréndeme.
Casper alzó la mano, grácil, para indicar que no comenzara todavía.
─Ah, espera. Antes de nada, levanta los brazos a media altura. Así, eso es. Levántalos como si te fueran a crucificar. Perfecto ─Contempló, esperando a que hiciera lo debido. Al fin y al cabo, aquella noche era su puta y tenía que satisfacer sus deseos por muy excéntricos que resultaran─. Y Dagna, por muy doloroso o cansado que resulte, no bajes los brazos mientras cuentas tu historia, ¿harías eso por mí?
Su mirada sugirió que no había espacio para discusiones, si se le negaba sus órdenes, las cosas se pondrían feas.
─Adelante, comienza. Que sea una historia larga y entretenida, ¿de acuerdo? Deléitame con cuentos para no dormir.
Casper Jean-Sébastien- Vampiro Clase Media
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