Of Moons, Birds & Monsters

por **Sebastian Gwyddyon** Sáb Jul 30, 2022 11:25 pm

« EVERY SINGLE THING »

SEBASTIAN RONDIZZONI

Feeling so out of touch, staying inside too much.
Introducing all these hands but I'm out of luck.
Every Single Thing — Homeshake

Algo malo le estaba pasando. Algo que iba más allá del efecto de algún narcótico o veneno se arrastraba a través de sus venas con cada profunda inhalación, tensando sus músculos y haciéndole apretar con fuerza la mandíbula. Las últimas semanas aquella fastidiosa voz había tomado mayor protagonismo en su cabeza, alentada por la culpa y el no haber superado del todo el shock por haber asesinado a un hombre —joder, de sólo recordarlo el estómago se le contraía—, y sus susurros de desprecio rápidamente se convirtieron en gritos nefastos que le impedían pensar con claridad.

De un momento a otro todo su mundo se volvió un desastre. Pasaba por extenuantes periodos de insomnio en donde por días no dormía en lo absoluto. Cerrar los ojos era abrir la puerta a esa voz que con total impunidad le recriminaba sus errores y pisoteaba su autoestima; las pocas ocasiones en que conseguía conciliar el sueño, horrendas pesadillas le despertaban a sobresaltos y el recuerdo de la sangre en sus manos le desataban patéticas crisis de pánico. Pero no era sólo eso.

Inevitable había sido encerrarse en sí mismo. Cosas como despertar o levantarse de la cama se sentían como verdaderas hazañas, ni hablar de bañarse o afeitarse. Cada acto necesitaba al menos diez minutos para hacerse a la idea y le costaba un esfuerzo enorme concretar acciones tan simples como vestirse o salir de la habitación. Después de su desafortunado encuentro con la Inquisición no tuvo excusas para negarse a la invitación del Barón Miracle y se trasladó con criado y maletas al castillo del vampiro, instalándose en uno de los cuartos más aislados del ala oeste. En donde vivía la servidumbre.

Tampoco podía concentrarse al estudiar en la biblioteca. Se sentía nervioso y alerta todo el tiempo y cualquier sonido le hacía saltar. Sólo se sentía seguro en presencia de Adriel, pero el vampiro también tenía labores y asuntos que atender y no podía acompañarle todo lo que el rubio quisiera. Esto, por supuesto, incrementaba sus inseguridades y no dejaba de preguntarse qué hacía viviendo bajo la tutela del Barón.

Pronto se sintió incapaz de abrir la boca ya fuera para hablar o morder un trozo de pan. Sebastian, como todo el mundo, tenía un límite de cuánto podía aguantar y cuánto fingir; eventualmente su depresión envolvió su trabajo y su disposición con los pacientes cambió a una mucho más distante y arisca. Sentía que la gente le agobiaba, le fastidiaba sentir sus emociones y más de un par de veces tuvo roces con algún colega que aludía su enfermizo aspecto. El Hospital dejó de ser su refugio y su prioridad para convertirse en una fuente más de insoportable ansiedad.

Había perdido por completo el apetito. Cada que se enfrentaba a algún alimento su mente se volvía un denso torbellino de malestar y recuerdos desagradables, generándole angustia y deseos de llorar. ¿Por qué no podía ser una persona normal? ¿Qué era aquella ausencia de voluntad? Sebastian sospechaba que su luz interior finalmente se había apagado. Más bien, lo temía. La Depresión bien podía ser la oscuridad contaminando su magia o un estado cerebral. Aquellos síntomas que reconocía le recordaban a la controversial y mal llamada Histeria Femenina, lo cual era imposible dada su fisiología masculina.

Sin embargo... El italiano no podía dejar de considerar lo suyo como una enfermedad mental. Incluso llegó a sopesar la idea de recluirse voluntariamente en el Sanatorio Mental, si así podía regresar a la normalidad.

Pero, joder, ¡aquellos arcaicos métodos le ponían los pelos de punta!

Incapaz de leer, incapaz de descansar, sentía que ya no podía seguir adelante con su vida.

Finalmente, llegó el día en que no pudo levantarse de la cama. Las emociones que sentía le aplastaban contra la almohada y el día transcurrió con el hechicero hecho un ovillo entre las mantas, lamentándose no haber podido asistir a su trabajo pero incapaz de moverse siquiera. Aquella situación se repitió al día siguiente. Y al siguiente.

Pensar en una excusa y enviar una carta le generaba una angustia tal, que todo su cuerpo temblaba violentamente. Sus ojos se enfriaron como dos esmeraldas bajo el mar y su cabello de vibrante rubio se tornó opaco, la vitalidad se había esfumado. Tenía que hacer algo. La falta de control en su vida le obligaba a actuar, incluso si era contra su voluntad. ¡Todas las emociones eran tan contradictorias!

Ya no podía concentrarse. Ya no podía lidiar con su ansiedad. La tarde en que acogió aquella epifanía se armó de determinación y cogió un caballo; habiéndose bañado y vestido con gran esfuerzo se paró con decisión frente al Director del Hospital y presentó su renuncia. Sin explicaciones, pues nadie las necesitaba. Al regresar al castillo y tras cambiarse de ropas fue directo hacia la cocina y en total mudez se colocó la pechera y comenzó a cortar las verduras en juliana a vista y paciencia del resto de la servidumbre.

Desde ese día, no volvió a pronunciar palabra alguna. Ni a Adriel, ni a su criado, ni a sus nuevos colegas en las cocinas. Completamente ensimismado y aislado del resto, la cocina se volvió su mundo y su terapia, el único trabajo que, al parecer, podía hacer bien a pesar de su evidente incapacidad mental.

DESIGN ϟ VOCIVUS // AVATAR (C) VOCIVUS

por **Sebastian Gwyddyon** Jue Mayo 18, 2023 11:27 pm

« CREEP »

SEBASTIAN / ÉOWYN

01 de Enero, 1842
Orillas del Río Sena.

Sus cabellos eran tan negros como la noche misma. Una oscuridad que provenía de la profundidad de sus pensamientos, tan turbios como las aguas del Sena bajo el reflejo de una noche sin luna. Cual potencial suicida, Sebastian caminaba por las orillas del río en peligroso equilibrio, evaluando la distancia, la altura, la velocidad del agua. Considerándolo.

Había huido a París para sanar. No, más bien, para escapar de los problemas, pero las consecuencias le habían seguido hasta allí mancillando su autoestima e integridad. Y todo ese daño, él mismo se lo había provocado.

«Te mereces esto y más»,
Decía la Voz con tono insinuante y persuasivo, incitándole a saltar.
«Sólo así acabará esto. No más sufrimiento, no más dolor.
Sólo tú y yo».

Pero, ¿de dónde provenía realmente esa voz? El hechicero parpadeó varias veces y sacudió la cabeza, incapaz realmente de enfrentar el problema. Asomó nuevamente por el borde del río y tomó asiento allí, con los pies colgando hacia el abismo que amenazaba con engullirle. De un bolsillo sacó la pipa. De otro, el pequeño sobre con la mezcla de Opio y marihuana. Quemó un par de cargas con angustiosa necesidad, aguantando el humo en sus pulmones antes de dejarlo ir.

Diciembre había sido un mes horrible por muchos motivos. Su salud mental había caído en picada debido a la abstinencia y su único pilar emocional le había traicionado, encamándose con una amistad cercana al italiano. Tantas promesas rotas, no sólo su corazón. Pero no tenía derecho a reclamar, pues en un principio fue Sebastian quien se acercó al vampiro con la esperanza de calmar el dolor por la pérdida de Joseph, su amado poeta maldito, filósofo suicida, su único gran amor. "Un clavo saca a otro", solían decir sus hermanos para enfrentar el desamor.

Por supuesto, no contaba con enamorarse, mucho menos salir herido por una infidelidad. La misma noche de su cumpleaños fue que se enteró, no porque su amante se confesara, sino porque lo vio de forma involuntaria con su habilidad de Reminiscencia. Hubiera sido mejor un puñal en la espalda. Sin hacer escándalo y guardando el rencor para sí, armó las maletas y se marchó sin voltear atrás. Después de todo, era la manera más elegante de mandar a alguien a la mierda.

El Orfanato se convirtió entonces en su segundo hogar. El Director, Monsieur Marchasseault —un experimentado hechicero que hábilmente mantenía las distancias con la Inquisición—, no solo le abrió las puertas de la institución para que recuperase su dignidad por medio del trabajo, sino que también le apadrinó como a un hijo, ayudándole a canalizar y controlar sus erráticas Habilidades.

Fue una Navidad llena de obsequios, porque incluso el dolor, era un regalo. Cuando las cosas parecían mejorar, vino la celebración de fin de año y las cosas volvieron a empeorar.

Sebastian hizo una pausa en sus recuerdos para cargar la pipa una vez más. La droga era una miel que calmaba la ansiedad, pero eventualmente necesitaba algo más fuerte. La angustia rápidamente le carcomió las entrañas y fue turno de la siguiente droga, la peculiar píldora carmesí llamada Noctumbria, de la que tanto se hablaba en los barrios bajos y altos de la ciudad. En cuanto el embriagante caramelo se deshizo bajo la lengua, notó el efecto narcótico, estimulante y a la vez, psicoactivo que Noctumbria traía consigo.

¿Dónde se había quedado? Ah, si, la cena de Caridad de Año Nuevo. Seguramente, la segunda peor noche de su vida. Nada hacía prever que tras las dulces risas de los niños vendría una noche cargada de revelaciones de la mano de Madame Gwyddyon, Duquesa de Bolzano, quien se apareció ese día frente a las puertas del edificio con una comitiva cargada de regalos.

El obsequio para Sebastian fue descubrir su verdadera identidad. Ahh, cómo había deseado esas últimas semanas comenzar desde cero, borrar su pasado y enmendar su presente. Pero no así. La Duquesa Gwyddyon había atendido a sus plegarias, entregándole un nombre qué él ya conocía —pues estaba oculto en los albores de su memoria—. Pero no sólo había sido el nombre, sino también, el apellido. Y una madre. Un reino. Y una prometida.

Sebastian, quien apenas podía lidiar consigo mismo, deseó morir en aquel momento. No estaba preparado para tales responsabilidades, mucho menos para contraer matrimonio con una muchacha a la que ni siquiera conocía. Madame Gwyddyon lo había planificado todo usando su Premonición, encargándose de cada detalle pero olvidando lo más importante. Ni siquiera había considerado su opinión. O su orientación sexual. Ella creía en él, aseguraba qué estaba listo. Nada más alejado de la realidad.

El hechicero hizo una pausa más extensa qué la anterior. Miró al cielo lleno de nubes y llenó sus pulmones de aire frío y humedad.

«Eres un farsante»,
Dijo la Voz mientras botaba el aire, el humo y la ansiedad.
«Esto es lo que te mereces».

Sebastian asintió. Estaba muy drogado. De algún bolsillo sacó su bisturí de plata, la única herramienta que aún no había lanzado al río, y presionó con fuerza el mango.

«Esto es lo que quieres»,
Ronroneó la Voz con voz melosa, como una caricia a su alma torturada.

Miró el filo, brillante incluso cuando no había luz. La plata vibraba con luz propia. ¿O era acaso que estaba alucinando por la droga?

«Hazlo»

Ni siquiera sintió el primer corte. La sangre brotó de sus muñecas mutiladas y cayó a las aguas negras del río, negras como las emociones que cubrían de alquitrán su mente y sus cabellos.

El dolor se sentía bien.

Mientras el humo se elevaba en la noche, se preguntó cuánto tiempo le tomaría desangrarse hasta morir.

DESIGN ϟ VOCIVUS // AVATAR (C) VOCIVUS

Of Moons, Birds & Monsters

Of Moons, Birds & Monsters

Re: Of Moons, Birds & Monsters