AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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« PULSACIONES [+18]»
TIBERIUS & FINN
Le Chabanais
Marzo, 1842
Marzo, 1842
El romano hizo girar suavemente el líquido carmesí dentro de la copa mientras meditaba sobre la situación. La postura relajada sobre el diván y su expresión desinteresada mientras Madame Kelly aguardaba su respuesta, abanicando de vez en cuando su regordete rostro iluminado por los elegantes candiles alrededor de la sala. A ojos de la fémina Tiberius era un aristócrata, un joven rey caprichoso y adinerado que pensaba que todo lo podía comprar y que acudía a la Maison de Tolérance en busca de un nuevo juguete exótico para ostentar.
No es que estuviese muy equivocada; Tiberius tenía dinero, propiedades y un gran reino en su poder, más en aquel momento solo le interesaba comprar una cosa: la libertad del humano del cual se había encaprichado. Finn. Su futuro compañero.
Tal era su obsesión, que un mes había pasado como un siglo. Como un león atrapado en una jaula, el romano iba y venía por la Mansión di Moncalieri meditando sobre los pasos a seguir, aguardando con paciencia mientras al otro lado de la ciudad, Finn se recuperaba de las heridas ocasionadas tras su primer encuentro. El chico no lo sabía, ni Madame Kelly tampoco, que en más de una ocasión el vampiro se coló por la ventana mientras todos dormían, inquieto hasta comprobar que la herida de su costado no se volvería a abrir ni a infectar. Su sangre inmortal había tenido mucho que ver en el proceso; siglos de existencia acumulados en un par de gotas que noche a noche dejó caer en la lozanía de su piel y sobre la palidez de sus labios. Estos encuentros furtivos no satisfacían del todo las necesidades del vampiro, quien anhelaba probar su sangre y escuchar el timbre tembloroso de su voz.
No fue coincidencia que el rubio escogiera aquella noche para presentarse frente a la encargada de Le Chabanais. Finn sería dado de alta y volvería a ejercer el oficio, aunque Tiberius se encargaría de que ninguna mano asquerosa le contaminase con su lujuria. Si se trataba de dinero, él tenía más que suficiente.
—Muy bien, Madame, tomaré la Membresía Platinum —habló al fin, dejando la copa intacta a un lado, sobre la mesa. Cruzó una pierna sobre la otra y buscó aquellos ojos escrutadores e inocentes frente a su influencia—. Si eso me asegura exclusividad sobre el acompañante que he elegido. Como ya he dicho, no me agrada la idea de compartirlo con mis competidores —refiriéndose no sólo a los empresarios y aristócratas qué había reconocido al llegar allí, sino también a la chusma inmortal que constantemente circulaba por el lugar.
La mujer asintió con movimientos lentos, presa de la Confusión que los ojos del vampiro ejercían sobre ella. A Tiberius le aburría perder su tiempo en negociaciones banales cuando simplemente podía ir y coger aquello que deseaba. Sin embargo, no olvidaba que estaba en los terrenos del Conde Rosenthal y que, por tanto, debía irse con cuidado si no quería romper aquella tácita tregua que el resto de los inmortales que frecuentaban el burdel parecían respetar.
—Estamos a sus órdenes, Su Alteza Mr. Stewart —Madame Kelly le extendió los documentos y el tintero que aguardaba sobre la mesilla y con pulcra letra, Tiberius firmó el contrato bajo el nombre de Alexander Stewart. Acto seguido sacó su chequera del bolsillo y procedió a rellenar con la cantidad indicada y un poco más—. Haré que de inmediato le preparen una habitación, mientras puede disfrutar de un cóctel de bienvenida en uno de nuestros salones privados. Enviaré a su mesalino con las bebidas. Bienvenue à La Chabanais, será un placer atender sus necesidades.
Ambos se pusieron de pie y tras las reverencias pertinentes, Madame Kelly hizo una señal a su ayudante —una grácil señorita de caderas pronunciadas y rasgos exóticos enmarcados por una sonrisa encantadora—, quien guió al vampiro fuera del salón y hacia las escaleras. Tiberius ya había hecho aquel recorrido antes y no se sorprendió por la opulencia, los colores ni los aromas que buscaban embriagar los sentidos. Incluso el perfume de la fémina estaba hecho para generar sensaciones eroticas que perturbaban al vampiro.
En lugar de subir a la siguiente planta, la mujer torció por el pasillo a la izquierda hacia una zona más silenciosa y tranquila, donde sólo se toparon con un par de mesalinas que regresaban con sus bandejas vacías. Si bien la Mansión completa era símil de exclusividad y opulencia, incluso en esta misma existían zonas reservadas para aquellos clientes que, como Tiberius, preferían pagar un poco más y tener mayor intimidad sin exponer al resto su identidad.
El salón destinado para su recibimiento estaba al final, separado por una gruesa puerta de caoba y amplios cortinajes de terciopelo carmesí que aislaban el ruido del exterior. Sobre la mesa en mitad de la sala un banquete de estilo mediterráneo enriquecía el ambiente con su aroma y un amplio ventanal con vistas al sector alto de la ciudad iluminaba naturalmente la estancia.
El romano tomó asiento en un cómodo sofá de factura India y aguardó, con el oído atento esperando reconocer en cualquier momento las pulsaciones del joven Finn.
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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Le Chabanais, París.
Marzo, 1843.
22:00
21 °C
Marzo, 1843.
22:00
21 °C
―Así será, Madame ― pronunciaron los labios del muchacho, con su característico acento germano y su habitual expresión facial seria. Se encontraba dentro de su habitación, y en compañía de Madame Kelly, la encargada de aquel fino burdel de la capital francesa donde el hamburgués desempeñaba el infame oficio luego de haber cerrado el anterior burdel donde trabajó largos meses, allá afuera en los suburbios de la ciudad. Le indicaba su matrona que había llegado finalmente el día de volver a trabajar. Pues el médico había regresado en la mañana y luego de inspeccionar su herida, afirmó que aquello era un milagro, tomando en cuenta la gravedad de la misma y lo cerca que estuvo de morir no sólo una vez, sino en dos oportunidades durante aquella fría y nevada noche del invierno parisino. Aquella noche donde había conocido al enigmático Alexander, un hombre de aparente clase social alta quién le prestó su ayuda y le salvó de la muerte.
Se fue la Madame de aquella habitación, con rumbo desconocido y el muchacho aprovechó la soledad del momento para vestirse. Suspiró con desgano al recordar cuál era su realidad, y a su vez cómo él mismo incumplía su propia palabra de permanecer en aquel burdel sólo un mes, tal y como le afirmó a Sokolović apenas puso un pie en la Maisons de Tolérance y aceptó el puesto de mesalino. Tomó asiento sobre la cama de su habitación y agachó la mirada, suspirando nuevamente. Dirigió su mirada hacia su mano izquierda, específicamente su dedo anular dónde reposaba un fino anillo de oro, y cuya cubierta tenía una piedra de zafiro muy bien pulida ― Alexander… ― pronunció en voz baja, recordando el nombre de su salvador. Sabía que era suyo, no había atendido a nadie más luego de su encuentro con ese hombre. Y él propiamente había dejado de robar prendas u objetos de valor como sí hacía durante su llegada a la señorial París, por lo que no había lugar a dudas, era de él. Se quitó el mismo y miró el interior de este, visualizando una letra “M” perfectamente tallada con finos acabados. Poco recordaba de su segundo encuentro con el otro, no obstante, sí recordaba a fuego vivo haberle pedido que no volviera nunca más, y hasta el momento, Alexander había cumplido. Era lo mejor para él y para su persona. Recordaba también aquel beso ávido que había recibido de este, pero ahora ya no importaba. Debía seguir, tenía un oficio que cumplir y clientes que atender. Después de todo, ese era su trabajo y por ello recibía un pago.
Se puso de pie nuevamente, y vistió su cuerpo con aquellos finos ropajes de seda, cuyas apariencias de los mesalinos resaltaban como dignas estatuas de la Antigua Grecia, esculturas imponentes y con ropajes maravillosos. Lejos estaba el germano de ser tan excelso como lo hubieran sido cualquiera de las personalidades que habían sido tomadas como inspiración para tallar dichas estatuas, sin embargo, se preocupaban su matrona y su señor de vestirle adecuadamente y proporcionarles diferentes insumos para cuidar su cuerpo. Luciendo bastante decente y creíble en su condición como mesalino, aunque él no lo disfrutara como el resto de sus compañeros. Se miraba finalmente en el espejo, con desgano, y observando su fisonomía, luego de agregar un poco de perfume sobre su cuerpo, cuando una ayudante de Madame Kelly le solicitó apersonarse hasta una nueva área inaugurada del burdel, en el que se atenderían exclusivamente a ciertos clientes. No pudo evitar el muchacho fruncir su ceño ligeramente ¿De qué se trataba todo aquello? Asintió en silencio en respuesta al pedido y se retiró el ayudante. Probablemente se trataría de un servicio nuevo en privado, ya lo averiguaría luego.
El muchacho se dirigió hasta el área nueva, verdaderamente lucía mucho más exclusiva y elegante que el resto del burdel ¿Cuántos francos habían desembolsado para ello? Se preguntó en ese momento, sin embargo, no era de su total interés averiguarlo. Tomó una de las bandejas que reposaban sobre una repisa, leyó el pedido del cliente entre lo que destacaban una botella de vino y así mismo unos platillos de frutas variadas. Al completar el encargo que debía llevar al desconocido, se aseguró de tomar todo y llevarlo en la bandeja. Sus pasos le llevaron hasta la puerta indicada, y tocó la superficie de aquella bonita puerta de caoba con sus nudillos antes de entrar.
―Bienvenue à Le Chabanais, Monsieur ― pronunciaron sus labios, adentrándose hasta el salón, aún sin hacer contacto visual con el cliente. Se trataba de una amplia sala muy bien decorada, y cuyos ventanales al final, daban una vista panorámica de la señorial París nocturna, con finos adornos y obras de arte, y desde luego con cortinas de terciopelo que se dejaban caer desde los techos, verdaderamente acogedora desde todo punto de vista ― Hoy seré su anfitri… ― hizo contacto visual con el hombre, y aquello le dejó atónito y sin palabras. Dejó caer la bandeja que llevaba sobre sus manos, haciendo estallar la botella de vino contra el piso, y así mismo dejando caer las frutas a la redonda «Alexander» pensó, mientras su cuerpo entraba totalmente en tensión y un intenso escalofrío invadía toda su fisonomía, su corazón comenzó a latir con fuerza.
No sólo no había respetado su decisión de no volver a verle nunca más, ahora se presentaba en su lugar de trabajo como un cliente exclusivo de aquel fino burdel. No podía creerlo, aquello debía ser producto de sus pensamientos.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
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TIBERIUS & FINN
Ahí estaba aquel sonido conocido, un ritmo único que el vampiro ya conoce de memoria. Después de tantas horas nocturnas observándole, reconoce la respiración y los suspiros, memoriza el peso de sus pasos, absorbe el dulce de su aroma. Es la vida de Finn un éxtasis a los sentidos, la droga misma ofrecida por aquel inmundo establecimiento donde el cuerpo ajeno tiene precio y el maquillaje cubre cada imperfección. Al vampiro le parece ridícula toda aquella parafernalia cuando el cuerpo humano en sí mismo es perfecto, una máquina de dominio, una proeza de la evolución.
Habiendo contemplado el vampiro el cambio de las culturas y la amplitud del conocimiento, le parece increíble que a la sociedad moderna aquel exceso de detalles le parezca erótico. ¿Qué pasó con la contemplación ocasional, el aprecio del cuerpo a la luz de la luna o bajo el fiero sol que azota una batalla?
En un lugar donde todo luce tan falso, Finn parece ser lo único real. El vampiro le contempla entrar distraído como siempre y sonríe divertido al notar que no advierte su presencia. Por la forma en que se mueve parece haber superado del todo la mortal herida y ya no será más que una mancha en el recuerdo de ambos, misma que tiñe las circunstancias de su casual encuentro.
Aquel saludo de rutina sólo es interrumpido por la impresión final de encontrarse frente a frente y reconocerse, más el joven no tiene la reacción esperada y aunque a Tiberius le da igual que deje caer el vino, sí que le preocupa cualquier posible corte producto del vidrio. De inmediato se levanta con gesto elegante y rompe la distancia entre ambos, con cuidado de no manchar sus zapatos con el líquido carmesí, pero también esperando no alterar al tembloroso humano tenso frente a él.
―Buenas noches, Finn. Ha pasado tiempo. ¿Te encuentras bien? ―Preguntó al notar lo mucho que se aceleraron las pulsaciones del muchacho. Con una mano cogió su diestra y le guió con cuidado a apartarse de los vidrios rotos y el charco de licor derramado.
El aroma amargo del vino invadió la estancia como el incienso recién encendido; por suerte junto a la mesa aguardaba un pedestal con una cubetera en cuyo interior se enfriaba un delicioso espumante producido en la zona de Champagne. Observándole de arriba a abajo como quien busca asegurarse de que ningún daño le ha alcanzado, frunció el ceño y le invitó a sentarse en el diván.
―Luces sorprendido. Me alegra ver que has conservado el anillo. Te queda bien ―su mirada se desvió hacia el objeto aludido y cierto orgullo le llevó a sonreír con satisfacción.
El aroma de Finn le indicaba que nadie había osado tocarle en aquel tiempo de recuperación, ni siquiera el patrón de los mesalinos, lo cual era una constante preocupación para el romano. Si iba a otorgarle el Don Oscuro, necesitaba al muchacho inmaculado.
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
Para el joven Finn, aquel encuentro era totalmente inesperado. Pues a viva voz recordaba haberle pedido a Alexander irse de la Maisons de Tolérance y no volver nunca más. Pues no solo estaba en peligro su puesto de trabajo en aquel lugar, también temía por la integridad del inesperado asistente debido a la particular forma de ser de Sokolović Rosenthal, dueño y señor de aquel lugar lleno de lujo, frivolidad y lujuria. Había sido testigo de los crueles tratos que recibían algunos trabajadores de allí y así mismo el destino de varios hombres que tenían intenciones de sacarles de allí; la muerte de una manera bastante retorcida y vil. Los ojos del muchacho, inmediatamente dejaron caer unas lágrimas a través de su pálido rostro ― ¿Qué hace aquí? Debe irse ―habló con voz baja, pero evidentemente trémula y nerviosa. Miró hacia atrás con nerviosismo y se apresuró a cerrar la puerta y asegurarla.
Volvió nuevamente, mientras su cuerpo temblaba, hasta su punto inicial. Su respiración estaba agitada en ese momento, tenía tantas cosas en su mente que no sabía cómo procesar todo aquello. No podía creer que minutos atrás, mientras se vestía en su habitación, estaba pensando en el mismo hombre que ahora se aparecía sin más en aquellos dominios, con una tranquilidad que era hasta cierto punto inquietante para el germano. Cuán inocente era el rubio de andar por allí a sus anchas. Mojó sus labios y suspiró con evidente intranquilidad ―No debería estar aquí. Creo haber sido b-bastante claro la última vez que nos vimos ―y allí estaba, adoptando estúpidamente aquella actitud distante hacia él. Le dolía más de lo que podría imaginar el otro, pero era por el bien de ambos. Así lo asumía. Sus mejillas se ruborizaron aún más si cabía cuando el rubio sonreía y observaba aquel anillo que ahora reposaba en su anular, El muchacho escondió con timidez este y no pudo evitar inquietarse ante tal hecho ―Así que es suyo ―respondió mientras asentía con su mirada esquiva, dirigiéndola fugazmente hacia otras zonas de la habitación. Alexander le imponía de sobremanera, y más aún que ya conocía su verdadero oficio. Era vergonzoso para él.
―Lo conservé porque imaginé que podría ser suyo y que pudo haberlo dejado olvidado aquel día ―la incomodidad en su voz evidenciaba que no estaba listo para volver a ver a Alexander. No después de aquella despedida cuando con lágrimas en los ojos le pedía marcharse y no volver nunca más. El muchacho tomó asiento con cuidado cuando el rubio le guiaba hacia uno de los finos sillones de aquel salón privado. Sus ojos marrones miraban de soslayo aquel desastre que había dejado en el suelo, tendría que limpiarlo pronto o la alfombra se mancharía gracias al vino. Estaba sentado cerca del otro y le incomodaba y le agradaba en ambos niveles. Le había echado de menos, pero por otro lado sabía que no debía estar allí. El mancebo miró con timidez su anular y se retiró el anillo que desde un mes atrás reposaba en su dedo. Lo cogió y lo llevó hasta la mano ajena ―Ahora está de vuelta con su verdadero dueño ―comentó, mientras con nerviosismo, su mano libre jugueteaba con la fina tela de su ropaje.
—Corre peligro aquí, Monsieur. Si le descubren aquí… ― Comentó con preocupación, mirando ahora a su interlocutor con impotencia, pues nada podría hacer al respecto. Lo que más le preocupaba es que el otro fuese advertido por el resto de los mesalinos o por la propia Madame Kelly, aquella enigmática mujer que seguía a cabalidad cada una de las reglas que su señor le indicaba y que esta última hacía cumplir férreamente al resto de mesalinos que allí hacían vida, desde luego que Finn no sería ninguna excepción ―A-Además, debo atender a un cliente. Se supone que debería venir ya ―su inocencia le traicionó, una vez más, durante aquel momento de incertidumbre.
Se limitaba a hablar más de la cuenta, pues no estaba seguro si habría alguien vigilándole, debido a que apenas se recuperaba y se incorporaba nuevamente al infame oficio. Quería decirle tantas cosas al rubio, pero su nerviosismo y su miedo le podían más, mucho más.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
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TIBERIUS & FINN
La sonrisa orgullosa se esfumó en cuanto el mesalino se quitó el anillo y depositó la tibia alhaja sobre su palma. Tiberius parpadeó sorprendido y dolido por esa reacción. No lo comprendía.
Frunció el entrecejo preguntándose por qué el muchacho se esmeraba tanto en rechazarle. Desde el momento en que escapó por la ventana de su cuarto en la Maison di Moncalieri, como si hubiese atisbado parte de la monstruosa naturaleza del vampiro y rehuyera instintivamente de él. En ocasiones simplemente ocurría ―quizás con aquellos humanos más susceptibles―, entonces el romano recurría a sus dones y trucos mentales para abatir cómodamente a la presa.
Pero Finn no era una presa. Manipularle con la Confusión era un símil de faltarle al respeto cuando todo lo que deseaba era tenerle a su lado como un igual.
―No soy el tipo de persona que olvide algo que dice o hace ―comentó en referencia al anillo, con la mirada ligeramente oscura por la molestia. Antes de que Finn retirara su mano, la cogió en un suave movimiento y besó su dorso con calma y devoción―. Después de todo, siempre estuvo con su auténtico dueño.
Tiberius había tomado sus precauciones. La noche anterior se alimentó apropiadamente, alcanzando así un aspecto saludable y juvenil que no levantaría sospechas en los humanos. De igual manera su piel, aunque irremediablemente pálida, se mantenía de una tibieza agradable al tacto. Y la Sed, por siglos dominaba, se mantendría impertérrita a los estímulos del joven mesalino.
El germano estaba actuando de forma más torpe y nerviosa de lo esperado. Su preocupación y miedo eran evidentes.
— ¿Tanto me detestas, que ni siquiera concibes la posibilidad de que yo pueda ser tu cliente? —Preguntó con voz dolida, apretando el anillo en su palma. Frunció los labios con decepción y buscó sus esquivos ojos marrones sin éxito—. ¿Qué necesito hacer para que me tomes en serio? He sido amable contigo. Me involucré en tu mundo apropiadamente, porque deseo conocerte y comprender —del bolsillo de su chaqueta sacó el contrato recién firmado y cuidadosamente doblado, donde se detallaban los pormenores de su nueva membresía, y lo dejó caer sobre el regazo del mesalino—. Incluso así, pagando, ¿no soy digno de tu compañía? Quiero saber por qué.
Demandante e inquisitivo, no se vería satisfecho hasta obtener lo que deseaba.
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
Estar dentro de aquel infame burdel, era verdaderamente agotador para alguien como el germano, quién con una personalidad totalmente opuesta a lo que se esperaba del resto de mesalinos, lidiaba día a día con la difícil realidad que le había tocado atravesar. No era Finn precisamente propiedad de la Maisons de Tolérance, si se podría definir de alguna manera, pero sí que tenía deberes y obligaciones por el simple hecho de hacer vida allí, pero principalmente por la habitación, la ropa, las comodidades y la comida que se le brindaba. Finn era bastante despistado, pero sabía bien que no estaba allí en calidad de refugiado. Debía trabajar, y aunque lo odiase, lo asumía y lo hacía.
Como no podría ser de otra manera, fijó su atención con soslayo sobre el hombre de fina vestimenta y modales bastante refinados; Alexander había llegado a su vida como un remolino inesperado para ponerlo todo de cabeza. Y no es que precisamente la vida del hamburgués fuese sinónimo de rectitud u orden, pero sí que sabía medianamente como lidiar con ciertas circunstancias. Sin embargo, el rubio era impredecible, pero principalmente, muy insistente. Era tan evidente la molestia del otro, por la acción del castaño, que hasta para alguien tan despistado como Finn, era notorio el desagrado que generó en este la acción que hizo entorno al anillo que, durante poco más de un mes, permaneció en su anular izquierdo. Casi como un anillo de compromiso que amenazaba a todo aquel que se acercase hasta su persona. Algo que desde luego, el muchacho no había analizado.
―¿Cómo podría saber que me pertenecía? ―respondió con su voz nerviosa y su mirada esquiva, mientras hacía referencia al anillo. No pudo evitar ruborizar sus mejillas cuando recibía aquel beso sobre su pálida y menuda mano. Conforme pasaban los segundos, la presencia de Alexander parecía ir reconfortándole y haciéndole olvidar de su mísero oficio dentro de las paredes de aquella jaula de cristal y diamantes. Donde todo el lujo y opulencia, no lograban opacar la podredumbre dentro de esas paredes. Sin embargo, en la misma medida que parecía reconfortarle, el rubio le imponía aún más si cabía. No estaba acostumbrado Finn a ser tratado con respeto, ni mucho menos cortejado. Algo que él, evidentemente, no había advertido. De pronto, las palabras de este parecían endurecerse, tal y como lo hacían las expresiones de su rostro y su propio temperamento. El muchacho, con su timidez habitual, dirigía su mirada discreta hacia este y negaba ligeramente ―. No le detesto, es solo que… ―Pero de nuevo, volvía a ser interrumpido por su interlocutor.
―Es que no lo entiende, jamás se involucrará a este mundo. No pertenece a él ―. Ni él tampoco, pero se lo cayó, al menos de momento. Se hizo un nudo en su garganta y de nuevo sus ojos vidriosos, contenían algunas lágrimas que pedían descender a través de sus tersas mejillas, solo en ese entonces, hizo contacto visual con Alexander ―. Es por su bien, y-y por el mío. Quizá no lo entienda ahora, pero lo entenderá más a-adelante ―. Su respiración se encontraba agitada y también los latidos de su corazón, su mirada avellanada, con nerviosismo se dirigió hacia la gran puerta de fina ebanistería desde donde había ingresado. Pero entonces, cuando quiso volver a exteriorizar parte del remolino que había en sus pensamientos, un papel doblado con sumo cuidado y con caligrafía pulcra, dejó atónito al muchacho.
―¿Usted? ― Preguntó con asombro, mientras fruncía su ceño ligeramente, a medida que leía brevemente parte del contenido de la carta que había dejado de malas maneras Alexander sobre el sofá. Allí, y con la firma de Madame Kelly, las palabras del otro se formalizaban. No estaba mintiendo, lo había hecho. Había pagado una fuerte suma de francos para poder verle regularmente. Con sospresa, lentamente bajó sus manos hasta sus piernas, aún manteniendo la carta en sus manos. Se tomó unos segundos en silencio, mientras meditaba la situación y suspiró. Entonces, dirigió su mirada hacia el otro, cuya seriedad en su rostro demostraba lo enojado que estaba por su desprecio ―. Soy yo quién no es digno de su compañía ―. Respondió con su voz suave, mientras dirigió una mirada hacia su propi cuerpo, exactamente aquel fino ropaje que vestía.
―Todo esto es falso, ni siquiera se asemeja a mí. Y nunca lo hará ―. Continuaba comentando en voz baja y suspiró hondo, para luego hacer contacto visual, una vez más, con Alexander ―. Porque soy un vulgar cortesano, alguien que vende su cuerpo por una cantidad de dinero. ¿Por qué insiste en verme? ―Preguntó nuevamente al rubio, dirigiendo fugazmente su mirada hacia aquel anillo que había depositado en la mano ajena. De pronto, el muchacho se acercó hasta él, le tomó con cuidado del rostro con ambas manos, y plantó un beso delicado y torpe sobre los labios ajenos ― ¿Es eso lo que quiere de mí? ―. Preguntó una última vez.
Pero de pronto, el raciocinio volvió a la mente del muchacho, y un terrible episodio de vergüenza le invadió, haciendo ruborizar todo su rostro y soltando la mandíbula ajena con rapidez. Llevó sus manos hasta su propios labios ―. Lo siento, yo no debí hacerlo ― Giró su rostro en dirección hacia el gran ventanal que presidía aquel salón. ¿En qué estaba pensando cuando lo hizo? Maldijo internamente su torpeza y su impulsividad en aquel instante.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
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TIBERIUS & FINN
Si bien aquel encuentro no estaba yendo como el rubio había previsto, conocer aquella faceta de Finn resultaba enormemente atractivo. No había que ser un genio para notar la forma en que sus ojos nerviosos se desviaban hacia la puerta ni cómo sus dedos retuercen la tela mientras balbucea en su torpe intento por hacerse entender. A medida que el chico se expresaba y sacaba a relucir sus miedos e inseguridades, el Vampiro confirmó que su decisión respecto al germano era acertada. En su inocencia y nobleza, el humano intentaba proteger al vampiro de su Señor.
― ¿Por mi bien? Si Sokolovic te ha hecho algo yo… ―De sólo imaginarlo, sus colmillos crecieron con la ferocidad de aquel que siente invadido su territorio y desvió la mirada hacia el enorme ventanal para que Finn no lo notara.
Aquellas sentidas palabras del muchacho delataban su pesar y preocupación. Sus ojos vidriosos por el llanto invitan al vampiro a secar sus lágrimas y beberse su dolor. Tiberius deseó en aquel mismo instante cogerle del hombro y llevarle fuera de aquel asqueroso establecimiento, lejos de la podredumbre que tanto acongojaba al mesalino. No tenía miedo al Conde Rosenthal y estaba seguro de poder destruir a todos sus secuaces si hacía falta con tal de liberar al muchacho y volverle su compañero.
―Admite que tú tampoco perteneces a este sitio ―interrumpió, volviendo a encontrarse con aquella mirada angustiada y sincera. Transparente como el agua misma, tanto que invitaba a zambullirse en ella―. He visto tu valor y sinceridad, no eres vulgar ni egoísta. No tengo dudas. Tu lugar está a mi lado.
Para alguien que ha vivido siglos, la personalidad de Finn resulta caótica y refrescante. Un ápice de esperanza y juventud en un mundo determinado por la decadencia.
―Porque me gustas ―reconoció sin rodeos, luego de recibir aquel inesperado y tierno beso. De haber tenido un corazón latente, éste se habría disparado con la emoción de sentirse correspondido―. Quiero que seas tú mismo. Como aquella noche cuando estuviste a punto de morir ―acto siguiente el rubio rompió el espacio que les separaba y cogió suavemente el rostro del muchacho, obligándole a verle, acariciando sus mejillas con aprecio y devoción―. Quiero que vuelvas conmigo a la Mansión di Moncalieri. Prometo protegerte de todos los males de este mundo ―convirtiéndole en uno peor, en un dios sobre la tierra, hambriento de sangre y conocimiento.
Sus labios volvieron a unirse en un beso más íntimo e intenso. El rubio reconoció cada rincón de la boca ajena y lentamente se fue inclinando sobre Finn en el diván hasta quedar ambos recostados sobre el mismo. Paradójicamente a su oficio, el germano se comportaba tan puro e inocente como una virgen, despertando los instintos más primarios del vampiro.
Una vez entre sus brazos, ya no podía dejarle ir.
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
La vida de Finn en aquel lugar, había dado un vuelco de ciento ochenta grados, dudaba él propiamente si aquel cambio era positivo o negativo. Pues aunque sus condiciones de vida habían mejorado, y ahora se encontraba en un entorno con un tipo de gente más educada, se alimentaba mejor, y vestía decentemente, lo cierto es que veía la misma decadencia, podredumbre, falsedad e hipocrecía que había vislumbrado por primera vez en el viejo burdel donde se inició en el infame oficio. Notaba el muchacho que, no importaba si ejercía la prostitución en un burdel en los suburbios de la capital francesa o en el más exclusivo de los burdeles en las mejores calles de París, el resultado siempre sería el mismo. No se sentiría mejor, el fin era el mismo y su cuerpo ahora se ofrecía por sumas de dinero mucho más exageradas que en aquel viejo burdel.
Sin embargo, la aparición inesperada de Alexander en aquel lugar, era tanto una alegría como también una gran carga de estrés. Debido a que sentía la necesidad de alejarle de su persona y propiamente de su desgracia, de su propia arena movediza que cada vez lo hundía más y más. Esa arena caprichosa y cruel que no le permitía tomar un respiro y dar un paso en positivo, pues cada vez que miraba a su alrededor, solo veía perdición y decadencia. ¿Era justo para Alexander verse involucrado en toda aquella situación? Desde luego que no, él propiamente había tomado la decisión de iniciarse en ese turbio mundo de los placeres carnales y él debía encontrar la manera de salir de allí o bien, de finalmente hundirse sin más en aquella situación. La sonrisa blanquecina de Alexander era ápice de paz entre tanta tempestad. Aunque, como no podría ser de otra manera, la presencia del caballero le imponía con demasía.
El corazón del germano latió con fuerza cuando escuchó por parte del rubio, lo que ya parecía intuir desde su llega al lugar; le gustaba. ¿Pero cómo era eso posible? ¿Qué tenía él que pudiera agradarle a un hombre tan elegante y apuesto como Alexander? No lo comprendía, pero por otro lado, no pudo evitar sorprenderse ante la respuesta de este. Sus mejillas ya estaban ruborizadas por la osadía que había tenido de besar impulsivamente —y de manera bastante torpe, sus labios. Pero se acentuó más cuando había escuchado la confesión ajena.
―Pero no puedo hacerlo, no puedo irme de aquí ― el muchacho confesó con tristeza, mientras suspiraba y dirigía una mirada furtiva hacia la puerta de aquel salón. Básicamente había firmado un pacto con el mismísimo Diablo cuando accedió a trabajar en aquella Maisos de Tolérance y sabía que se metería en serios problemas si accedía a la petición de Alexander, y se iba a casa de su interlocutor ―. Ojalá pudiera protegerme… ― Fue aquello más una confesión en voz alta, que una respuesta a su propuesta. La impotencia se apoderaba del muchacho en aquel momento y no pudo evitar suspirar con desgano.
Pero cuando pensó que obtendría una respuesta del apuesto y elegante caballero que se encontraba sentado a su lado, estaba equivocado, o quizás no le respondió en la manera que él esperaba. Pues con suavidad pero seguridad, se acercó hasta su persona y comenzó a besarle de manera lenta pero firme, y como no podría ser de otra manera, apasionada. A medida que los segundos transcurrían, sentía el hamburgués el cuerpo ajeno inclinarse hacia su persona, hasta que ambos quedaron totalmente tumbados sobre aquel elegante sofá de terciopelo. La fragancia que utilizaba su ahora cliente predilecto, no sólo le agradaba, también era única y cautivadora. Se dejó llevar por el momento a medida que las manos particularmente frías del otro, comenzaban a deslizarse por encima del fino ropaje del mesalino.
El muchacho abrió los ojos ligeramente mientras se unía en un apasionado beso con Alexander y tomó una ligera pausa ― ¿Es real, Monsieur? ¿No es este un sueño? ― quería corroborar que aquello no era producto de su imaginación, ni mucho menos un espejismo. Aunque no lo hubiera analizado de esa manera, lo cierto era que tenía muchas ganas de verle a pesar del nerviosismo que sentía al estar frente a él. Sus manos tímidas fueron hasta el rostro ajeno. La fisonomía del otro y las facciones del rostro ajeno, le maravillaban de sobremanera. El rubio parecía tratarle de una manera que nunca antes nadie lo había hecho con su persona.
Se atrevió a llevar nuevamente sus manos hasta el rostro ajeno. Era Alexander un hombre con una belleza inusual pero principalmente cautivadora ― Nunca tuve la oportunidad de agradecerle adecuadamente por haberme ayudado durante aquel día donde casi muero. De no haber sido por usted, ya no me encontraría aquí ― su mirada y sus palabras eran sinceras, y por primera vez desde que le conocía, hizo contacto visual con este de manera más prolongada. Los brazos ajenos le rodeaban en aquel momento, y la iluminación tenue del lugar gracias a la luz de las velas, generaba un ambiente cálido pero principalmente de intimidad. No quería el muchacho que el rubio se alejase de él.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
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TIBERIUS & FINN
Largos siglos de experiencias y aprendizaje pesan sobre los hombros del vampiro, tanto como la promesa que está a punto de hacer a Finn. Cuando se ha vivido tanto que los rostros se difuminan en el recuerdo y la mente pierde la noción del tiempo, las metas y objetivos personales evolucionan frente al abanico de posibilidades que la eternidad puede ofrecer. Es así como Tiberius ha sido de todo; desde un hambriento monstruo sediento de sangre hasta un carismático príncipe que ascendió prontamente al trono. E incluso antes, siendo un joven soldado leal al Cesar, Tiberius tuvo todas las posibilidades a su alcance, lo cual le llevaría a ser recordado con respeto entre los suyos. Sin embargo, mientras el mundo se abría frente a su imponente inmortalidad, las limitaciones impuestas por la arrogante Ninive —su caprichosa creadora— fomentaron un creciente rencor en lo profundo del vampiro, mismo que fue heredado a los vástagos de Tiber.
El odio genera más odio, y el rencor...
Es por eso que escogió a Finn. Su alma pura e inocente sólo se vería en crescendo con la inmortalidad y la libertad que el vampiro le ofrecería, rompiendo así el demencial ciclo de violencia que por siglos se había estirado en la familia de inmortales. Si Tiberius era un Dios, Finneas sería su Mesías. Abrazados sobre el sofá, sus labios compartían el elixir único de los besos del muchacho. El calor de sus palmas se sentía agradable y reconfortante. Su frágil cuerpo temblaba nervioso bajo el suyo y por un segundo, Tiberius tuvo miedo de romperlo. Entonces, se apartó.
—Confía en mí, Finn. Si no es porque soy un hombre racional, ya te habría sacado de aquí y hecho cerrar este antro de perdición —sujetó la mano ajena y la mantuvo contra su mejilla, besándola fugazmente y embriagándose una vez más con la esencia que nacía de sus venas. Parte suya quiso arrebatarle todos los pesares que impedían que creyera en su palabra.
Un breve bufido de fastidio cuando recordó la ridícula forma en que el muchacho había huido por la ventana. Al menos ahora parecía mucho más dispuesto y cómodo con su presencia. Aquella profunda mirada le seducía e invitaba a descubrir los secretos del germano, saborear por completo su esencia pura y juvenil.
Por qué esperar, si podía tomarlo ahora.
Como si del manjar más exótico se tratase, Finn se ofrecía a él en bandeja de plata para satisfacer sus más primarios instintos. Sin embargo, el vampiro deseaba apreciar al hombre debajo de todas aquellas capas de maquillaje, tela y terciopelo. Con un rápido y calculado movimiento, cogió en sus brazos al mesalino y lo cargó hasta un tocador al otro lado del cuarto cuyo espejo reflejaba el balcón, los tejados de París y el cielo nocturno. Sentándose frente al mismo y acomodando al joven sobre sus piernas, sacó su fino pañuelo con el emblema de la Casa Stewart y lo humedeció en el agua cristalina que reposaba en un elegante cuenco de cerámica de estilo oriental.
—El hecho de que me permitas estar así contigo y hallarte bajo toda esta parafernalia, es suficiente agradecimiento para mí —mencionó en voz baja contra su oído, con aquel tono cómplice que permitía la intimidad de la cercanía. Mirándole fijamente a través del espejo, frotó a conciencia la tersa piel de su mejilla hasta recuperar su sonrojado color natural y depositó un tierno beso—. Tu belleza natural es arrebatadora, no necesitas cubrirla de mis ojos. Permíteme admirarte en privado y por completo. El vino y la comida pueden esperar, pero no mis ansias por ti —puesto que la Sed del vampiro comenzaba a manifestarse y atentar contra su cordura, haciendo brillar sus ojos cual depredador.
La escena frente al espejo se cargó de erotismo a medida que la mano libre se fue deslizando por el torso ajeno, despojándole poco a poco de todo lazo, pañuelo y alhaja hasta descubrir parte de su pecho desnudo. Sus ojos no perdieron detalle alguno del rostro de Finn mientras avanzaba, apreciando sus gestos y reacciones, delineando con la punta de sus fríos dedos su delicado cuello hasta detenerse allí, sobre la latente carótida, cuyas pulsaciones eran música en el oído del vampiro.
—Mírate bien, Finn. Tu lugar es conmigo. A mi lado serás poderoso e inalcanzable, nada jamás podrá hacerte daño —ronroneó con voz profunda, sosteniendo su mirada a través del espejo—. Te daré la oportunidad de elegir, que yo no tuve. Confía en mí.
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
La gran brecha social que separaba a Alexander de Finn, era preocupante para este último. Debido a su condición de mesalino, había escuchado hasta el cansancio que alguien como él no podría aspirar a nada bueno. De hecho, no podría aspirar a nada que no fuese seguir ofreciendo su cuerpo a cambio de dinero. Por lo que, la insistencia del rubio era algo que le desconcertaba. Ya le había expresado el mayor su deseo de estar con él, y desde luego la atracción que sentía hacia su persona. ¿Pero sería acaso una promesa más de borracho, que había escuchado ya en muchos labios de diferentes clientes que había atendido en su experiencia con el oficio? ¿Qué le aseguraba que las cosas serían diferentes esta vez? Finn tenía miedo, y no se trataba del miedo habitual que vivía en su interior. Era un miedo bastante extraño, hasta cierto punto inusual. Y es que a diferencia de otros clientes, las cosas eran diferentes esta vez. Su miedo prevalecía en el hecho de que sentía una gran atracción hacia Alexander.
Estar debajo del cuerpo ajeno, se sentía hasta cierto punto, cómodo para el castaño. El perfume del rubio era algo que no era indiferente para el mesalino, y no podía evitar suspirar a medida que mantenía su mirada fija en los ojos ajenos, haciendo contacto visual de manera prolongada con este; algo poco frecuente en el hamburgués. Cada beso que recibía de labios del otro, no hacían más que acelerar los latidos de su corazón. Cada caricia estremecía su fisonomía, y era evidente mientras él mismo se traicionaba deslizando sus manos sobre los hombros ajenos.
De manera bastante rápida, Alexander le tomó con firmeza y ambos se trasladaron hasta el otro lado de la habitación, propiamente frente a un gran espejo. El mayor tomó asiento frente al tocador y sobre el regazo de este, descansaba su persona. Podía observar el rostro ajeno a través del espejo y también las luces de la capital francesa. Escuchar la voz del rubio justo en su oído, erizaba el cuerpo del muchacho de manera consecutiva. Era agradable y atractivo para él, encontrarse en esa situación con su cliente. Un pañuelo mojado que se deslizaba sobre sus mejillas, era manipulado por el invitado a medida que despojaba de maquillaje a su rostro. Luego, las manos ajenas comenzaban a jugar con sus adornos y parte de la tela de su fino ropaje, para dejar al descubierto su torso. Sus mejillas se ruborizaban, pues a pesar de dedicarse al oficio de las bajas pasiones y los placeres carnales, Finn continuaba siendo bastante tímido a medida que exponía su cuerpo. No era la primera vez que Alexander le veía con poco ropaje o sin este, pero la atracción que él ejercía sobre su persona, le imponía con demasía.
Se sorprendió a sí mismo jadeando ligeramente, a medida que el otro continuaba hablando suavemente y muy cerca de su oído, mientras deslizaba sus manos sobre su torso. Este ahora se encontraba desnudo y sólo cubría su regazo. Su respiración se hacía más pesada y su corazón latía con más fuerza. Movía su cabeza ligeramente, deseaba sentir los labios ajenos sobre su cuello. Cerró sus ojos mientras se dejaba entregar, aún con miedo, al placer en los brazos de Alexander ― ¿Qué tanto me desea? ― se sorprendió a sí mismo con aquellas palabras, casi como si de un vómito verbal se tratase, Finn verbalizó aquellas palabras en voz baja y trémula. Abrió sus ojos nuevamente y allí estaba, la mirada fija ajena, haciendo contacto visual con la suya propia mientras las manos inquietas del otro se deslizaban a través de su cuerpo. Tocando cada parte de él como si de un experimentado músico, que tocaba un instrumento con agilidad, se tratase ―. No es poder lo que deseo… Yo solo… ― se detuvo mientras su cuerpo se estremecía con cada caricia que recibía de las manos ajenas, y luego respiró hondo. Dejando salir de sus labios, un gemido escurridizo.
―Quiero ser libre ―continuó, mordiendo ligeramente sus labios. Sus propias manos, se deslizaban sobre los antebrazos ajenos, como si buscasen guiar a este hacia qué zonas estimular. El deseo que estaba sintiendo por el rubio parecía ser muy similar al que este mismo había verbalizado momentos atrás. Finn pocas veces se había dejado rendir ante los placeres, pero con Alexander se sentía inusualmente cómodo.
―Quiero confiar en usted… ― Pero, siempre había un pero. Estaba bastante indeciso y dubitativo, quería asegurarse de que las palabras ajenas no eran una más de las que ya había escuchado incontables momentos previos. No obstante, algo, muy dentro de su ser, parecía empujarle cada vez más y más hacia los brazos ajenos. ¿A qué se refería el rubio con darle la oportunidad de elegir? No lo sabía bien, pero quería averiguarlo.
«Te deseo»
Producto del deseo, giró su cabeza hacia un lado y plantó un tórrido beso en los labios ajenos.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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La forma en que el muchacho se entrega, dócil en sus brazos, resulta embriagante y una experiencia completamente nueva para el vampiro, donde matar no es el objetivo principal de su seducción, sino conocer al otro, explorar. Algo que raramente ha hecho en sus largos siglos de existencia, donde su única compañera sentimental fue la caprichosa y milenaria Nínive, tan tosca como arisca. Escuchar los latidos cada vez más acelerados, los suspiros entrecortados y aquel tímido gemido expectante le empujaron a sumergirse más en el cuerpo del humano, tan cálido como tembloroso.
Cada vez que Finn ladeaba su cabeza y exponía aquel fino cuello, Tiberius sentía los colmillos pujar con verdadero deseo por probar aquel néctar carmesí. Las cálidas manos guiaban sus movimientos y las caricias se volvieron más íntimas a lo largo de su cuerpo, donde la piel se erizaba al tacto de sus dedos. Verse a ambos reflejados en el espejo, le gustaba. Ante su pregunta cogió con firmeza su cintura y le acomodó mejor sobre su regazo, haciéndole notar el bulto bajo el pantalón.
—Puedes comprobar por ti mismo lo mucho que me pones —ronroneó una vez más contra su oído, moviendo las caderas con gesto insinuante y jadeando brevemente por el roce. Sus miradas volvieron a encontrarse de forma intensa, como si cada quien buscara ver el interior del alma ajena. Entonces Finn volvió a sorprenderle con aquella tímida confesión, mordiendo sensualmente sus labios—. Serás libre, amor mío, tanto como el viento o el río mismo. Tan libre que ni siquiera la muerte podrá alcanzarte —porque sería el Vampiro quien la perseguiría en su eterna lucha por alimentarse. La Sed sería el único límite y Tiberius le enseñaría cómo dominarla.
Sus labios volvieron a unirse en un beso necesitado y lleno de lujuria, sellando la promesa que acaban de hacer. Luchar por ocultar sus colmillos era inútil cuando Finn exploraba con tal ahínco su boca. Temió que de seguir así no podría evitar darle el Beso Inmortal aquella misma noche, pero aquello sería arruinar los planes que con tanto cuidado había trazado para ambos. Pronto la ropa se volvió un obstáculo y aunque él mismo aún estaba impecablemente vestido, sus manos lograron deshacerse del resto de las prendas de su humano.
—Confía en mí, Finn. En mis manos eres música y arte, ¿puedes verlo? —mientras una de sus manos se deslizaba entre los cálidos muslos del germano hasta acariciar su intimidad, con la otra cogió su mandíbula y le guió a observarse nuevamente—. Eres ridículamente erótico, digno de la envidia de los dioses y los hombres —mencionó al mismo tiempo que le separaba las piernas de forma obscena; quería verlo todo, pero temió que de no hacerlo a través del espejo perdería la cordura y el control—. No imaginas lo mucho que te deseo, pero no quiero hacerte daño ni obligarte a algo que no quieras —confesó en voz baja, exponiendo parte de sus miedos más sinceros. Porque si una vez convertido a las tinieblas Finn le rechazara, sería el mayor de lo fracasos del vampiro y no tendría opción más que eliminarlo. Porque dejar a un neófito libre y por su cuenta, era un acto demasiado cruel e irresponsable.
Cada vez que Finn ladeaba su cabeza y exponía aquel fino cuello, Tiberius sentía los colmillos pujar con verdadero deseo por probar aquel néctar carmesí. Las cálidas manos guiaban sus movimientos y las caricias se volvieron más íntimas a lo largo de su cuerpo, donde la piel se erizaba al tacto de sus dedos. Verse a ambos reflejados en el espejo, le gustaba. Ante su pregunta cogió con firmeza su cintura y le acomodó mejor sobre su regazo, haciéndole notar el bulto bajo el pantalón.
—Puedes comprobar por ti mismo lo mucho que me pones —ronroneó una vez más contra su oído, moviendo las caderas con gesto insinuante y jadeando brevemente por el roce. Sus miradas volvieron a encontrarse de forma intensa, como si cada quien buscara ver el interior del alma ajena. Entonces Finn volvió a sorprenderle con aquella tímida confesión, mordiendo sensualmente sus labios—. Serás libre, amor mío, tanto como el viento o el río mismo. Tan libre que ni siquiera la muerte podrá alcanzarte —porque sería el Vampiro quien la perseguiría en su eterna lucha por alimentarse. La Sed sería el único límite y Tiberius le enseñaría cómo dominarla.
Sus labios volvieron a unirse en un beso necesitado y lleno de lujuria, sellando la promesa que acaban de hacer. Luchar por ocultar sus colmillos era inútil cuando Finn exploraba con tal ahínco su boca. Temió que de seguir así no podría evitar darle el Beso Inmortal aquella misma noche, pero aquello sería arruinar los planes que con tanto cuidado había trazado para ambos. Pronto la ropa se volvió un obstáculo y aunque él mismo aún estaba impecablemente vestido, sus manos lograron deshacerse del resto de las prendas de su humano.
—Confía en mí, Finn. En mis manos eres música y arte, ¿puedes verlo? —mientras una de sus manos se deslizaba entre los cálidos muslos del germano hasta acariciar su intimidad, con la otra cogió su mandíbula y le guió a observarse nuevamente—. Eres ridículamente erótico, digno de la envidia de los dioses y los hombres —mencionó al mismo tiempo que le separaba las piernas de forma obscena; quería verlo todo, pero temió que de no hacerlo a través del espejo perdería la cordura y el control—. No imaginas lo mucho que te deseo, pero no quiero hacerte daño ni obligarte a algo que no quieras —confesó en voz baja, exponiendo parte de sus miedos más sinceros. Porque si una vez convertido a las tinieblas Finn le rechazara, sería el mayor de lo fracasos del vampiro y no tendría opción más que eliminarlo. Porque dejar a un neófito libre y por su cuenta, era un acto demasiado cruel e irresponsable.
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
Entregar su cuerpo posiblemente era una tarea muy sencilla para cualquier persona que trabajase en el infame oficio de los placeres carnales, agradable y placentero para unos, pero verdaderamente aterrorizante y horrible para otros como Finn, quién producto de sus malas decisiones, había ido a parar dentro de las paredes de aquel lugar de lujuria y perdición. Sabía el germano que no todo estaba perdido, pues gracias a la llegada de Alexander a su vida, aunque seguía sintiéndose un tanto intimidado con su presencia, sus palabras y la atracción que sentía por el hombre de cabellos dorados, parecían poderle más. Este había vuelto a su vida en ese preciso instante donde pensó que ya todo estaba perdido, que ya no volvería a verle nuevamente y que se había marchado para siempre luego de echarle de allí aquel día donde postrado en aquella cama, casi muere producto de la herida causada por el malhechor que le había apuñalado.
Podía sentir la voracidad en los besos de Alexander, cada uno era más intenso que el anterior y podía fácilmente darse cuenta del deseo que este sentía por su propia persona. A pesar de su ingeniudad habitual, Finn había comenzado a lograr identificar el deseo genuino y el deseo falso en la intimidad. Por lo que le tranquilizaba de cierta manera que, al parecer, las palabras del rubio sí eran ciertas. Su entrepierna hablaba por sí sola, pues no pasó inadvertido para el despitado muchacho, la protuberancia que con tanto esmero el otro seguía frotando contra su persona. Las palabras de Alexander, aunque agradables, no dejaban de ser enigmáticas para el joven mesalino. ¿Por qué parecía nombrar tanto la muerte o hacer comentarios relacionados a ella? No le daba tanta importancia a ello, pero sí que había llamado su atención la reincidencia de las mismas durante aquella noche.
―Lo veo y lo siento ― con voz trémula, el hamburgués respondía a las palabras y a los estímulos del rubio, quién con sus manos, recorría gran parte de su cuerpo, incluidas aquellas zonas erógenas. Finn se estaba entregando al placer en manos de aquel enigmático hombre que había puesto su mundo de cabeza desde que apareció en aquella fría noche de invierno. Para ese punto, ya se encontraba totalmente desnudo frente a él. Era la segunda vez en la que se exponía de esa manera frente al enigmático Alexander. Primero en la bañera de su casa mientras este le ayudaba a tomar un baño y ahora en ese preciso instante. Las circunstancias eran totalmente diferentes, claro estaba. Sin embargo, seguía Finn sintiendo aquella inusual confianza en el hombre de los cabellos dorados. Algo que pocas veces había sentido, y que, era totalmente incompatible con su personalidad.
Se sentía totalmente expuesto frente a él, conforme separaba sus piernas para poder apreciarle mejor frente al espejo. Aquello le avergonzaba, pero al mismo tiempo, se sentía encantado por las palabras y las atenciones que este le brindaba a su cuerpo. Escuchar su voz muy cerca de su oído, y de manera cómplice, parecía estar convirtiéndose en una especie de placer culposo para el muchacho. Le encantaba escuchar las palabras inteligentes y el léxico refinado del rubio, y le maravillaba aún más cuando lo hacía de manera tan cercana y erótica. ― Yo también le deseo, Monsieur… No deje de tocarme, por favor ― vómito verbal, eran aquellas palabras. Ni en sus momentos más lúcidos, Finn sería capaz de pronunciar tales palabras. ¿Era acaso el mismo muchacho tímido que trabajaba dentro de las paredes de Le Chabanais? El mismo se estaba sorprendido ante la osadía de sus propias palabras y la extraña entrega que le hacía al apuesto caballero.
―Temí no volver a verle nuevamente ― vocalizaba en voz baja, mientras se contraía de placer conforme los labios ajenos recorrían parte de su cuello. Su respiración estaba agitada, y su propio corazón latía con fuerza. Finn estaba experimentado uno de los momentos más eróticos de su vida, y en compañía de un cliente que verdaderamente sí le atraía. Entonces, el germano se giró sobre sí mismo, aún desnudo y quedó frente al hombre de los cabellos dorados, plantando un beso apasionado en los labios ajenos. Sus manos, aunque temerosas por lo que hacían y su propia inexperiencia, se acercaban lentamente hacia la elegante camisa de su cliente. Y con delicadeza, comenzaba a desabotonarla. Quería sentir su piel, quería saber que era real. Pero principalmente, quería ver en el propio rostro ajeno, el deseo que este sentía por su persona.
Una vez desabotonada su camisa, decidió comenzar a despojar al otro de esta. Estaba deseoso por tener contacto directo con su piel.
Podía sentir la voracidad en los besos de Alexander, cada uno era más intenso que el anterior y podía fácilmente darse cuenta del deseo que este sentía por su propia persona. A pesar de su ingeniudad habitual, Finn había comenzado a lograr identificar el deseo genuino y el deseo falso en la intimidad. Por lo que le tranquilizaba de cierta manera que, al parecer, las palabras del rubio sí eran ciertas. Su entrepierna hablaba por sí sola, pues no pasó inadvertido para el despitado muchacho, la protuberancia que con tanto esmero el otro seguía frotando contra su persona. Las palabras de Alexander, aunque agradables, no dejaban de ser enigmáticas para el joven mesalino. ¿Por qué parecía nombrar tanto la muerte o hacer comentarios relacionados a ella? No le daba tanta importancia a ello, pero sí que había llamado su atención la reincidencia de las mismas durante aquella noche.
―Lo veo y lo siento ― con voz trémula, el hamburgués respondía a las palabras y a los estímulos del rubio, quién con sus manos, recorría gran parte de su cuerpo, incluidas aquellas zonas erógenas. Finn se estaba entregando al placer en manos de aquel enigmático hombre que había puesto su mundo de cabeza desde que apareció en aquella fría noche de invierno. Para ese punto, ya se encontraba totalmente desnudo frente a él. Era la segunda vez en la que se exponía de esa manera frente al enigmático Alexander. Primero en la bañera de su casa mientras este le ayudaba a tomar un baño y ahora en ese preciso instante. Las circunstancias eran totalmente diferentes, claro estaba. Sin embargo, seguía Finn sintiendo aquella inusual confianza en el hombre de los cabellos dorados. Algo que pocas veces había sentido, y que, era totalmente incompatible con su personalidad.
Se sentía totalmente expuesto frente a él, conforme separaba sus piernas para poder apreciarle mejor frente al espejo. Aquello le avergonzaba, pero al mismo tiempo, se sentía encantado por las palabras y las atenciones que este le brindaba a su cuerpo. Escuchar su voz muy cerca de su oído, y de manera cómplice, parecía estar convirtiéndose en una especie de placer culposo para el muchacho. Le encantaba escuchar las palabras inteligentes y el léxico refinado del rubio, y le maravillaba aún más cuando lo hacía de manera tan cercana y erótica. ― Yo también le deseo, Monsieur… No deje de tocarme, por favor ― vómito verbal, eran aquellas palabras. Ni en sus momentos más lúcidos, Finn sería capaz de pronunciar tales palabras. ¿Era acaso el mismo muchacho tímido que trabajaba dentro de las paredes de Le Chabanais? El mismo se estaba sorprendido ante la osadía de sus propias palabras y la extraña entrega que le hacía al apuesto caballero.
―Temí no volver a verle nuevamente ― vocalizaba en voz baja, mientras se contraía de placer conforme los labios ajenos recorrían parte de su cuello. Su respiración estaba agitada, y su propio corazón latía con fuerza. Finn estaba experimentado uno de los momentos más eróticos de su vida, y en compañía de un cliente que verdaderamente sí le atraía. Entonces, el germano se giró sobre sí mismo, aún desnudo y quedó frente al hombre de los cabellos dorados, plantando un beso apasionado en los labios ajenos. Sus manos, aunque temerosas por lo que hacían y su propia inexperiencia, se acercaban lentamente hacia la elegante camisa de su cliente. Y con delicadeza, comenzaba a desabotonarla. Quería sentir su piel, quería saber que era real. Pero principalmente, quería ver en el propio rostro ajeno, el deseo que este sentía por su persona.
Una vez desabotonada su camisa, decidió comenzar a despojar al otro de esta. Estaba deseoso por tener contacto directo con su piel.
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
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Como un coro infernal los sonidos del establecimiento hacen eco a los jadeos, suspiros y gemidos del joven humano entre sus brazos, invitando al vampiro a unirse a los cuerpos cálidos y sudorosos que danzan al ritmo del ritual más antiguo del mundo. Le Chabanais es un templo de carnalidad y perdición, mientras sus jóvenes mesalinos son los hierodules dispuestos a satisfacer y servir los deseos de su único Dios y Señor, el maldito Conde Rosenthal. Se debía tener una voluntad de hierro para no ceder ante el instinto y el placer, pues en cuanto aquello sucediera el vampiro revelaría su verdadero rostro en un acto determinante para el futuro de su relación con el ingenuo muchacho.
Sin embargo, ¿cómo resistirse cuando Finn le pedía de aquella forma tan sensual que no dejara de tocarle? Pronto Tiberius se sintió entre la espada y la pared. No planeaba realmente intimar con el muchacho, al menos, no todavía. Y aún así ahí estaban, desnudándose mutuamente, explorándose, conociéndose en un acto completamente salvaje y natural. La entrega y la confianza que le rendía su joven humano despertaba en Tiberius emociones nuevas y misteriosas, sentimientos que se remontaban a su pasado humano y a la más íntima y pura sensibilidad. La Necesidad poco tenía que ver con la sangre en esos momentos.
Pronto toda la fisonomía del castaño quedó impresa en la memoria del Inmortal, sin dejar ningún detalle al olvido o la imaginación. A ojos de Tiberius su acompañante era perfecto, tan cálido que lograba derretir el témpano de hielo que por siglos había sido su cuerpo. Tranquilamente permitió que el menor tomase el control y se acomodara al gusto sobre su regazo, quedando ahora frente a frente y compartiendo un beso mucho más íntimo e intenso. Sin el espejo de por medio, el vampiro se sentía tan desnudo como el muchacho.
—Jamás podría abandonarte, Finn —juró contra sus labios, sujetando entonces su rostro con cuidado y aprecio, acariciando las mejillas con la punta de sus dedos. Aquellos ojos puros, temblorosos y sinceros le generaban una genuina e incontenible felicidad—. Olvida las etiquetas cuando estés conmigo. Quiero que me llames por mi nombre y que me mires a los ojos mientras te hago el amor —las manos ajenas torpemente le despojaron de su camisa dejando el pétreo pecho carente de latido a la vista. El contacto de su piel contra el cálido y blando cuerpo del muchacho resultaba agradable y de forma vaga le recordó al calor del hogar, a su estimada y virtuosa esposa.
Tiberius buscó con sus labios la exquisita carótida y dejó un camino de suaves besos a lo largo del cuello. Inclinándose poco a poco hasta alcanzar el sonrosado pezón izquierdo, rodeándolo con los labios y apretando suavemente. La música intrínseca en sus latidos le estaba volviendo loco. Su fuerza de voluntad era lo único que impedía que el Inmortal se abalanzara sobre el joven mesalino con el hambre voraz que le caracterizaba. Una de sus manos sujetaba y acariciaba la espalda baja del muchacho, apretando con ansiedad la carne de sus nalgas pero sin hacerle daño. La diestra por su parte se entretenía estimulando hábilmente el miembro de su amante, con calma y a un ritmo constante. En ningún momento sus ojos se apartaron del rostro ajeno, apreciando con satisfacción aquellas expresiones que delataban el éxito de sus avances.
Sin embargo, ¿cómo resistirse cuando Finn le pedía de aquella forma tan sensual que no dejara de tocarle? Pronto Tiberius se sintió entre la espada y la pared. No planeaba realmente intimar con el muchacho, al menos, no todavía. Y aún así ahí estaban, desnudándose mutuamente, explorándose, conociéndose en un acto completamente salvaje y natural. La entrega y la confianza que le rendía su joven humano despertaba en Tiberius emociones nuevas y misteriosas, sentimientos que se remontaban a su pasado humano y a la más íntima y pura sensibilidad. La Necesidad poco tenía que ver con la sangre en esos momentos.
Pronto toda la fisonomía del castaño quedó impresa en la memoria del Inmortal, sin dejar ningún detalle al olvido o la imaginación. A ojos de Tiberius su acompañante era perfecto, tan cálido que lograba derretir el témpano de hielo que por siglos había sido su cuerpo. Tranquilamente permitió que el menor tomase el control y se acomodara al gusto sobre su regazo, quedando ahora frente a frente y compartiendo un beso mucho más íntimo e intenso. Sin el espejo de por medio, el vampiro se sentía tan desnudo como el muchacho.
—Jamás podría abandonarte, Finn —juró contra sus labios, sujetando entonces su rostro con cuidado y aprecio, acariciando las mejillas con la punta de sus dedos. Aquellos ojos puros, temblorosos y sinceros le generaban una genuina e incontenible felicidad—. Olvida las etiquetas cuando estés conmigo. Quiero que me llames por mi nombre y que me mires a los ojos mientras te hago el amor —las manos ajenas torpemente le despojaron de su camisa dejando el pétreo pecho carente de latido a la vista. El contacto de su piel contra el cálido y blando cuerpo del muchacho resultaba agradable y de forma vaga le recordó al calor del hogar, a su estimada y virtuosa esposa.
Tiberius buscó con sus labios la exquisita carótida y dejó un camino de suaves besos a lo largo del cuello. Inclinándose poco a poco hasta alcanzar el sonrosado pezón izquierdo, rodeándolo con los labios y apretando suavemente. La música intrínseca en sus latidos le estaba volviendo loco. Su fuerza de voluntad era lo único que impedía que el Inmortal se abalanzara sobre el joven mesalino con el hambre voraz que le caracterizaba. Una de sus manos sujetaba y acariciaba la espalda baja del muchacho, apretando con ansiedad la carne de sus nalgas pero sin hacerle daño. La diestra por su parte se entretenía estimulando hábilmente el miembro de su amante, con calma y a un ritmo constante. En ningún momento sus ojos se apartaron del rostro ajeno, apreciando con satisfacción aquellas expresiones que delataban el éxito de sus avances.
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
La entrega completa hacia terceros, no era algo que Finn practicase a menudo. De hecho, a su corta edad, podía contar con una mano las pocas veces que se había sentido, hasta cierto punto desinhibido, en la intimidad con otro caballero. Pues a pesar de su oficio, le seguía costando horrores poder dar rienda suelta a sus bajos instintos, siempre había algo que se lo impedía. Quizás su timidez habitual, o tal vez su personalidad arisca y retraída. En cualquier caso, poco o nunca lograba entregarse de manera total en esos momentos. Sin embargo, con Alexander el escenario era diferente. A pesar de haber tenido poco contacto con él, había algo en el rubio que le maravillaba y le brindaba cierta confianza. Una confianza que no había experimentado con nadie más y por ende era curioso y hasta algo nuevo para el joven germano.
Se estaba reincorporando al oficio más viejo del mundo, luego de aquel largo mes de reposo gracias a la herida que casi acaba con su vida, y que de no ser por Alexander, el hombre que estaba frente a él, sobre quién reposaba su cuerpo, y quién estaba explorando cada centímetro de su cuerpo, habría muerto fácilmente. Nadie hubiera advertido que se encontraba en peligro dentro de aquel frío callejón, y a diferencia del malhechor, sería su cuerpo famélico el que yacería ensangrentado sobre las adoquinadas calles de aquel lugar. No obstante, la situación, y el propio destino había hecho aparecer de la nada al enigmático Alexander. Un hombre que, en definitiva, estaba poniendo patas arriba su vida.
Podía sentir el deseo y la avidez que embargaba a su cliente favorito a medida que sus labios recorrían con devoción parte de su cuello, no fue extraño para el muchacho dejar salir de sus labios algunos gemidos, pues realmente se sentía estimulado por las atenciones que le brindaba este. Las manos de Alexander se movían agilmente a través de varias zonas erógenas de su cuerpo, eso incluía también su intimidad. Sonrió levemente al escuchar que este no le abandonaría. No sabía si era cierto o producto del deseo que imperaba en el ambiente, pero quería creer que sus palabras lo eran.
―Está bien, Alexander ― pronunció entre besos, mientras sus ojos se encontraban cerrados. Las manos del muchacho acariciaban los dorados cabellos de este, a medida que ahora su boca se dirigía precisamente hasta sus tetillas. Era una zona particularmente sensible para Finn y la forma en la que su piel se erizaba, con cada sensación que recibía por parte del rubio, así lo demostraba. De manera que podía decirse que el muchacho estaba disfrutando de la compañía y de las atenciones que le brindaba su cliente.
La piel de este era particularmente fría. Así lo había percibido en las pasadas ocasiones en las que mantuvieron contacto, y eso bastaba para extrañar al muchacho. Sin embargo, no le prestó demasiada atención. Posiblemente se encontraba enfermo o quizás simplemente sentía frío. Sus ojos marrones volvieron a hacer contacto con los oscuros ojos del otro, una mirada cautivadora y casi hipnotizante que le agradaba. Tomó con firmeza la cabeza de este, a medida que se dedicaba de lleno sobre sus pezones. Sus manos, no pasaron inadvertidas para el germano, pues se paseaban de manera erótica sobre su entrepierna y también sobre sus gluteos.
Su corazón latía con fuerza, Finn estaba disfrutando cada uno de los roces, besos y caricias que recibía del otro. Probablemente era uno de los momentos más íntimos que había experimentado desde que inició su inexperta vida sexual. Alexander parecía ser bastante delicado y amable con él, aunque no menos inexperto o torpe. Todo lo contrario. Finn abrió sus ojos nuevamente, y buscó los labios ajenos. Quería beber de ellos, sentirlos, saborearlos, pero principalmente degustarlos.
Sus piernas, a horcajadas, rodearon el torso ajeno con firmeza mientras el muchacho besaba a este con avidez y deseo. No quería que se alejara de su persona, no en ese momento ni bajo esas circunstancias. Era casi como una fantasía en la que parecía no encontrarse dentro de las paredes de aquella cárcel de lujo y opulencia. Sus manos, ahora más desinhibidas, se aferraban con firmeza sobre la firme y fuerte espalda de Alexander. Se separó de sus labios un segundo, y dirigió su tímida mirada hacia él.
― No quiero que demores en venir nuevamente ― le gustaba su compañía, pero principalmente, le gustaba esa seguridad que sentía mientras se encontraba entre sus brazos. Le gustaba la masculinidad que irradiaba el rubio, y más aún, le maravillaba el deseo con el que tocaba y poseía su cuerpo. Casi de manera instintiva, Finn comenzaba a moverse de manera sugerente sobre el regazo ajeno.
Se estaba reincorporando al oficio más viejo del mundo, luego de aquel largo mes de reposo gracias a la herida que casi acaba con su vida, y que de no ser por Alexander, el hombre que estaba frente a él, sobre quién reposaba su cuerpo, y quién estaba explorando cada centímetro de su cuerpo, habría muerto fácilmente. Nadie hubiera advertido que se encontraba en peligro dentro de aquel frío callejón, y a diferencia del malhechor, sería su cuerpo famélico el que yacería ensangrentado sobre las adoquinadas calles de aquel lugar. No obstante, la situación, y el propio destino había hecho aparecer de la nada al enigmático Alexander. Un hombre que, en definitiva, estaba poniendo patas arriba su vida.
Podía sentir el deseo y la avidez que embargaba a su cliente favorito a medida que sus labios recorrían con devoción parte de su cuello, no fue extraño para el muchacho dejar salir de sus labios algunos gemidos, pues realmente se sentía estimulado por las atenciones que le brindaba este. Las manos de Alexander se movían agilmente a través de varias zonas erógenas de su cuerpo, eso incluía también su intimidad. Sonrió levemente al escuchar que este no le abandonaría. No sabía si era cierto o producto del deseo que imperaba en el ambiente, pero quería creer que sus palabras lo eran.
―Está bien, Alexander ― pronunció entre besos, mientras sus ojos se encontraban cerrados. Las manos del muchacho acariciaban los dorados cabellos de este, a medida que ahora su boca se dirigía precisamente hasta sus tetillas. Era una zona particularmente sensible para Finn y la forma en la que su piel se erizaba, con cada sensación que recibía por parte del rubio, así lo demostraba. De manera que podía decirse que el muchacho estaba disfrutando de la compañía y de las atenciones que le brindaba su cliente.
La piel de este era particularmente fría. Así lo había percibido en las pasadas ocasiones en las que mantuvieron contacto, y eso bastaba para extrañar al muchacho. Sin embargo, no le prestó demasiada atención. Posiblemente se encontraba enfermo o quizás simplemente sentía frío. Sus ojos marrones volvieron a hacer contacto con los oscuros ojos del otro, una mirada cautivadora y casi hipnotizante que le agradaba. Tomó con firmeza la cabeza de este, a medida que se dedicaba de lleno sobre sus pezones. Sus manos, no pasaron inadvertidas para el germano, pues se paseaban de manera erótica sobre su entrepierna y también sobre sus gluteos.
Su corazón latía con fuerza, Finn estaba disfrutando cada uno de los roces, besos y caricias que recibía del otro. Probablemente era uno de los momentos más íntimos que había experimentado desde que inició su inexperta vida sexual. Alexander parecía ser bastante delicado y amable con él, aunque no menos inexperto o torpe. Todo lo contrario. Finn abrió sus ojos nuevamente, y buscó los labios ajenos. Quería beber de ellos, sentirlos, saborearlos, pero principalmente degustarlos.
Sus piernas, a horcajadas, rodearon el torso ajeno con firmeza mientras el muchacho besaba a este con avidez y deseo. No quería que se alejara de su persona, no en ese momento ni bajo esas circunstancias. Era casi como una fantasía en la que parecía no encontrarse dentro de las paredes de aquella cárcel de lujo y opulencia. Sus manos, ahora más desinhibidas, se aferraban con firmeza sobre la firme y fuerte espalda de Alexander. Se separó de sus labios un segundo, y dirigió su tímida mirada hacia él.
― No quiero que demores en venir nuevamente ― le gustaba su compañía, pero principalmente, le gustaba esa seguridad que sentía mientras se encontraba entre sus brazos. Le gustaba la masculinidad que irradiaba el rubio, y más aún, le maravillaba el deseo con el que tocaba y poseía su cuerpo. Casi de manera instintiva, Finn comenzaba a moverse de manera sugerente sobre el regazo ajeno.
Finn A. Goldschmidt- Prostituto Clase Baja
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Re: Pulsaciones [+18] —Priv.
« PULSACIONES »
TIBERIUS & FINN
Rara vez el rubio se había sentido de aquella manera. Es más, ni siquiera podía recordar algún momento de su vida donde el erotismo, el deseo y la confusión se apoderasen de tal manera de su mente usualmente tranquila y calculadora. Ahora un torbellino de emociones e ideas le impedía pensar con claridad; por una parte quería seguir su instinto y disfrutar cada minuto de un presente donde la vida de Finn era frágil y efímera, pero por otro, temía que de hacerlo adelantaría todos los planes forjados para un buen futuro juntos. Donde el muchacho ya no haría música con aquellas pulsaciones, sino que se sumergiría en el más puro de los silencios.
El cuerpo pide carne. La mente, contención.
Finalmente es el muchacho quien le exige tomar una decisión, aunque él mismo no lo sepa, con aquellos insinuantes movimientos y la seguridad con que le pide no volverse a tardar. Tiberius sonrió ligeramente contra sus labios y asintió.
—Lo prometo —el peso de sus palabras fue inminente, tanto o más que el de la Corona sobre sus hombros. Supo entonces que las dos cosas no eran compatibles, ni siquiera para una criatura como él. No podía proteger a un pueblo y estar allí presente mientras su mente y corazón estaban en París junto a Finn. Como tampoco podía obligar a este último a desprenderse así de fácil de su humanidad, más cuando aún ni siquiera lo sabía.
Fue una promesa falsa. Si quería hacer bien las cosas debía ausentarse una última vez. Confiaba en que la Dama Amanda sería una buena sucesora y que podría lidiar con la xenofobia cultural de los escoceses. Con la esperanza de que no le tomaría más de un par de semanas, prefirió mantenerlo en silencio.
A Tiberius le sacudió la culpa de pensar que estaba haciendo las cosas mal. Pero ya era tarde. El futuro estaba decidido.
Hicieron el amor sobre el diván y luego se marcharon al cuarto de Finn. Fueron horas de explorarse, reconocerse e intimar. Para el vampiro fue particularmente difícil controlar su fuerza y con cierto pesar acabó besando las mismas marcas que dejaron sus manos, uñas y dientes sobre la cálida piel del muchacho. Después de tantos siglos viviendo con un ser duro como la piedra, ahora se sentía abrumado por la tierna entrega de su humano. Todo era absolutamente desconocido. Y el tiempo jamás había pasado tan malditamente rápido.
Separarse de su humano nunca se había sentido tan difícil. Finn yacía dormido y bien envuelto entre las mantas y las ropas de Tiberius; impregnado en su aroma ahora nadie se atrevería a tocarle más allá de los asquerosos humanos. La sola idea al vampiro le hacía rabiar. Cubriéndole con su elegante chaqueta, se inclinó junto a él antes de marchar.
—Huiremos juntos, querido mío —ronroneó contra su frente, tras un último beso de despedida—. Te prometo que esta vez, no me voy a tardar. Cuídate, mi amado Finn.
El vampiro se retiró bajo el peligro de los primeros rayos del sol. Una semana después, mientras asistía a una cena con los representantes de un gremio de trabajadores portuarios con los que acababa de firmar contrato para una subvención en Londres, se enteró de que el burdel y gran parte de la ciudad había perecido víctimas del Gran Incendio de París.
El cuerpo pide carne. La mente, contención.
Finalmente es el muchacho quien le exige tomar una decisión, aunque él mismo no lo sepa, con aquellos insinuantes movimientos y la seguridad con que le pide no volverse a tardar. Tiberius sonrió ligeramente contra sus labios y asintió.
—Lo prometo —el peso de sus palabras fue inminente, tanto o más que el de la Corona sobre sus hombros. Supo entonces que las dos cosas no eran compatibles, ni siquiera para una criatura como él. No podía proteger a un pueblo y estar allí presente mientras su mente y corazón estaban en París junto a Finn. Como tampoco podía obligar a este último a desprenderse así de fácil de su humanidad, más cuando aún ni siquiera lo sabía.
Fue una promesa falsa. Si quería hacer bien las cosas debía ausentarse una última vez. Confiaba en que la Dama Amanda sería una buena sucesora y que podría lidiar con la xenofobia cultural de los escoceses. Con la esperanza de que no le tomaría más de un par de semanas, prefirió mantenerlo en silencio.
A Tiberius le sacudió la culpa de pensar que estaba haciendo las cosas mal. Pero ya era tarde. El futuro estaba decidido.
Hicieron el amor sobre el diván y luego se marcharon al cuarto de Finn. Fueron horas de explorarse, reconocerse e intimar. Para el vampiro fue particularmente difícil controlar su fuerza y con cierto pesar acabó besando las mismas marcas que dejaron sus manos, uñas y dientes sobre la cálida piel del muchacho. Después de tantos siglos viviendo con un ser duro como la piedra, ahora se sentía abrumado por la tierna entrega de su humano. Todo era absolutamente desconocido. Y el tiempo jamás había pasado tan malditamente rápido.
Separarse de su humano nunca se había sentido tan difícil. Finn yacía dormido y bien envuelto entre las mantas y las ropas de Tiberius; impregnado en su aroma ahora nadie se atrevería a tocarle más allá de los asquerosos humanos. La sola idea al vampiro le hacía rabiar. Cubriéndole con su elegante chaqueta, se inclinó junto a él antes de marchar.
—Huiremos juntos, querido mío —ronroneó contra su frente, tras un último beso de despedida—. Te prometo que esta vez, no me voy a tardar. Cuídate, mi amado Finn.
El vampiro se retiró bajo el peligro de los primeros rayos del sol. Una semana después, mientras asistía a una cena con los representantes de un gremio de trabajadores portuarios con los que acababa de firmar contrato para una subvención en Londres, se enteró de que el burdel y gran parte de la ciudad había perecido víctimas del Gran Incendio de París.
FIN DEL TEMA
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Tiberius Lastra- Vampiro/Realeza
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