But Jesus. Can't a girl just do the best she can?

por **Géraldine Ficquelmont** Dom Jun 25, 2023 4:15 pm

El Vaticano, Italia.
Abril, 1835.
10:00
24 °C

Poco tiempo tenía la parisina de haber llegado a la sede principal de la Santa Inquisición dentro de los dominios del Vaticano, en Italia. Se sentía profundamente traicionada por su padre, quién de una manera bastante egoísta, cruel y pueril la había tomado de la fuerza para llevarla hasta la sede principal de la organización dependiente de la Iglesia. Su padre, un inquisidor de larga data, siempre había deseado que su esposa le diera un hijo varón para que, al igual que él, se adentrara en el oficio y se convirtiera en un inquisidor de renombre como su persona. No obstante, la fortuna no le sonrió al hombre, quién solo tuvo a tres hijas y Géraldine era la mayor de ellas. De manera que gracias a su frustración, tomó por la fuerza a la mayor de sus hijas y aún en contra de la voluntad de su esposa se la llevó hasta la capital italiana para cumplir su frustrado sueño, de una manera bastante egoísta.

La francesa no podía evitar sentir odio, rechazo y frustración ante aquella acción de su padre, pues sus intereses eran muy diferentes. Su sueño era dedicarse a la moda, y su padre acababa drásticamente y de una manera monstruosa con los propósitos de vida que se había planteado. Por lo que, aún en contra de su voluntad, había aceptado a regañadientes aprender todo lo necesario para cumplir con su rol de inquisidora. Si estaba allí, debía acelerar las cosas, pues al mal tiempo, darle prisa. Por lo que no demoró demasiado en aprender lo básico. No obstante, la parisina siempre fue una muchacha bastante observadora, cauta y desde luego perspicaz. Por lo que no tardó demasiado en notar situaciones perturbadoras que acontecían dentro de los dominios de la Iglesia. Aquella institución que, de fachada se mostraba particularmente pura, limpia y hasta de alguna manera con poder para ejercer y promulgar moral, pero que de puertas para dentro era todo lo contrario, consintiendo horrores que nadie podría imaginar.

Para su mala fortuna, tuvo que apreciar de malas maneras como una de las jóvenes novicias que visitaban frecuentemente los dominios papales, había sido víctima del pecado de la lujuria por parte de uno de los cardenales de la Iglesia. En silencio y sin querer, había escuchado detrás de una puerta mientras transitaba alguno de los túneles subterráneos de la Santa Sede, cómo afirmaban algunos miembros de la institución que la joven novicia había quedado embarazada, y no solo sería obligada a perder a su criatura, sino que también debía ser ejecutada en el nombre del Señor para evitar manchar la imagen de la Iglesia frente al público. La rubia se quedó atónita y llevó sus manos hasta sus labios, intentando acallar cualquier sonido que la comprometiera y fuese advertida por el resto de haber escuchado lo que dentro de la sala ocurría. Algunos golpes, bofetadas y gritos que recibía y emanaba la joven novicia, podían ser escuchado por la muchacha, quién con sus ojos vidriosos continuaba acallando sus labios, y negaba ligeramente con su cabeza.

De pronto, detrás de su persona, escuchó unos pasos. Por lo que tuvo que salir corriendo sigilosa, y en silencio, hacia uno de los otros pasillos para evitar ser advertida por algún otro miembro de la organización. Por su rango, ella no debería estar transitando esos pasillos «Pagarán por esto» pensó mientras continuaba corriendo rápidamente pero sin hacer ruido alguno.

Ojo por ojo, y diente por diente. La francesa no dejaría que aquello se quedara de esa forma. Tomaría cartas en el asunto, reconoció perfectamente la voz del cardenal, dar con su rostro, sería fácil. Aquel, definitivamente pagaría por ello. Se lo prometió a sí misma y a la joven novicia quién estaba siendo asesinada a golpes dentro de aquella sala.