The deaf girl.

De aspecto frágil e inocente, Feya es mucho más de lo que aparenta. En su cabeza danzan siempre multitud de ideas, la imaginación que tiene es desbordante y la utiliza habitualmente como escapatoria cuando comparte cama con algunos de sus clientes que sólo desean un agujero donde meterla, sin esperar que la joven haga nada más que estar tendida en la cama.

A pesar de su trabajo, no se siente traumatizada por el hecho de vender su cuerpo, es su trabajo, su modo de vida desde hace tanto tiempo que ni recuerda el primer día que se entregó. Aún así, la paliza recibida una noche sí le dejó secuelas y, desde entonces, tiene pavor a los hombres con bigote, algo que aún no es capaz de controlar.

Es muy lista, más de lo que demuestra en muchas ocasiones, pues el hacerse la tonta ayuda a evitar problemas muchas veces.

A pesar de su posible timidez inicial, sabe meterse en el papel que le da cobijo y de comer, así que es sexualmente activa cuando el cliente lo requiere, especialmente si la tratan bien.

Nadie sabe mucho de su pasado, ni siquiera ella, seguramente porque ya de niña fue vendida al burdel o más bien regalada para hacerla desaparecer. Todo lo que recuerda transcurre entre esos muros, rodeada de mujeres de distintas edades y personalidad, algunas agradables, otras toscas y algunas peores que muchos clientes, dominantes, exigentes. A ella poco le importa, se relaciona con quien es necesario y a las demás las rehuye, aunque no pueda hacer lo mismo con los hombres que la visitan. Ojalá hubiera podido evitarlo a él, al desgraciado que se sobrepasó como ningún otro, que tras una soberana paliza a la que él llamó juego, la dejó casi desfigurada por semanas y, lo peor de todo, sorda para el resto de sus días. Tras el trauma inicial, al que poco tiempo le dieron para sobrellevar, Faye volvió a ser la de siempre, porque a pesar de su fragilidad aparente, siempre había sido una luchadora, aún sin ella saberlo. Y era lista, mucho, más que la mayoría de compañeras de oficio, o eso le solían decir. No sabía en qué momento de aquel olvidado pasado, le habían enseñado a leer e incluso a escribir y durante sus años como prostituta, se había auto educado, aprendido más, no ciencias que eran muy complicadas, pero lenguas. A través de escuchar a los visitantes del lugar, de prestar atención a los acentos, a los gestos y al contexto, había aprendido idiomas. Eso, una vez se quedó sin audición se volvió imposible, ya no podía sumirse en el sonido de las voces que una vez tanto disfrutó, siendo casi lo único bueno de sus memorias, sin embargo, se percató que algo había quedado en ella y es que sabía leer los labios. En sus tiempos de atender a los presentes, inconscientemente, se había fijado siempre en las formas de sus bocas, en el subir y bajar de los labios y ahora les podía entender igual que antes. Sin embargo, tuvo la sensación que confesar aquello sería un error y lo guardó como un atesorado secreto.

Con el paso de los meses, conoció a alguien que descubrió lo que ocultaba pero, por suerte, no la delató, a cambio le ofreció un trato beneficioso para ambos. Ella usaría su condición de sorda, la cual todos aprovechaban para tratarla como si fuera estúpida y gracias a lo que muchos se confiaban en exceso, para averiguar cosas, sería una espía y facilitaría la información a su nuevo mecenas. Él, a cambio, guardaría su secreto y, cuando le hubiese sido de suficiente utilidad, la liberaría. Claro, aquellas palabras fueron como una música alegre muda para Faye, que llevaba años sin saber lo que era vivir fuera del burdel. Una promesa que, aunque sin garantía alguna, fue suficiente para que la chica aceptara.