AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Insanidade [Priv.]
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ILJA & MELQUIADES
Marzo, 1842
Florería Matryoshka
Florería Matryoshka
A medida que el tiempo pasaba y mientras más hundía sus manos Ilja en la suciedad de los negocios, las complicaciones no hacían más que multiplicarse. Difícil es mantener el control de una situación de tal envergadura, especialmente cuando el éxito de los negocios no sólo depende de él. El actuar irresponsable y la poca preparación y profesionalismo de sus jóvenes traficantes les costó la vida; pérdidas que debieron ser solventadas con el dinero de las pocas ganancias que generaba el Fumadero de Opio que el ruso administraba para así no quedar cortos de personal.
Por otro lado, las comisiones de Lord Vasíliev y la Condesa Grimaldi seguían al alza conforme las ventas de esclavas coreanas aumentaban en popularidad. Pronto Ilja, quien no estaba dispuesto a usar el dinero de sus ahorros ni a disminuir sus ganancias personales, comenzó no sólo a limpiar dinero con el Fumadero, sino que además decidió usarlo para distribuir su producto estrella, la adictiva Noctumbria. Una droga cuyo novedoso formato capsular provocaba una breve e intensa sensación de euforia, seguida por un efecto relajante y de letargo similar al bajón causado por el opio.
Cuando todo a tu alrededor sale mal, la primera regla es siempre aparentar seguridad y tranquilidad. Si bien su madre no fue una mujer propiamente maternal ni afectiva, supo traspasar a Ilja la habilidad para manipular a las personas de su entorno y hacerles creer lo que el ruso quisiera. En cuanto a los negocios, resultaba ridículamente conveniente. Nadie tenía que saber que Las Amapolas habían sufrido todas esas bajas y por supuesto, ni el empleado más sagaz sospechaba sobre los pormenores económicos que la organización padecía.
Tras una semana agitada y un cierre de mes complicado, aquella tarde Ilja finalmente logró dejar los libros de contabilidad al día con información poco fidedigna. En su oficina ubicada en la trastienda de la Florería Matryoshka, se permitió relajar por breves instantes mientras la suave y cálida llama del candil iluminaba el escritorio y cerró los ojos con la seguridad de que nadie vendría a interrumpirle. Aunque la tienda estaba sobriamente iluminada, un letrero en la entrada citaba "Cerrado" y, de todas formas, podía escuchar los pasos de Maverick mientras ordenaba el local.
Repentinamente, se sintió intranquilo. Supo que una presencia poderosa se aproximaba y despertó de un salto cuando escuchó la campanilla anunciar que alguien acababa de entrar a la Florería.
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Ilja Seijic- Hechicero Clase Media
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Habían pasado meses desde que Melquiades se había reencontrado con la ya-no-tan-joven cara de Ilja Šejić. Seguía siendo joven respecto a él, por supuesto, pero ya no tanto como lo era cuando se conocieron por primera vez. El Imperio Ruso perdió parte de su frío en el tiempo que duró aquella relación completamente falta de moral. Y es que precisamente por la falta de moral se habían conocido. Estafando a ricachones, engañándolos con su encanto y con su magia, al principio cada uno por su lado y después, casi lo hacían con un plan estudiado.
Melquiades e Ilja habían pasado muchas horas juntos en el pasado, tanto dentro como fuera de la cama. No se podía decir que se hubieran contado todos los secretos y barbaridades, pero sí que se habían conocido en profundidad. El joven no necesitaba saber la historia del mayor para deducir que algo oscuro se ocultaba bajo su piel, pero eso no hacía que quisiera besarla y mordisquearla menos. Algo similar había ocurrido ahora, doce años más tarde, pues lo que había comenzado siendo una charla de negocios bastante tensa —en varios sentidos— se había convertido, de nuevo, en una relación peligrosa que sucedía siempre entre las sombras, de manera sibilina.
El asturiano sabía que arriesgaba mucho relacionándose con el ruso. Gustaba de mezclar los negocios y el placer, pero siempre de una forma en la que él tuviera todo el control y con Ilja no sentía que pasase eso. El carácter desafiante del muchacho, que era una de las cosas que más lo cautivaba, por cierto, hacía que fuera difícil de manejar. ¡Qué suerte que Melquiades no supiera ni la mitad de lo que había bajo aquella cabeza pensante y maquiavélica! Si lo hiciera, sentiría entre admiración y unas ganas irrefrenables de matarlo.
Pero tampoco es justo decir que no sabía nada porque si estaba allí, en la Florería Matryoshka, era porque le había llegado cierta información. Entró en la tienda y nada más cerrarse la puerta cesó el tintineo que había anunciado su llegada. No llamó a Ilja. Sabía que vendría, así que esperó allí de pie fingiendo que examinaba unos ramos inmensos repletos de esplendorosas margaritas.
—Buenas noches, señor, ¿le puedo ayudar? —preguntó el tal Maverick, interrumpiendo la contemplación de Melquiades, aunque este ni lo miró.
—Dígale al dueño que estoy interesado en un ramo de amapolas.
Una frase que si la escuchaban los oídos adecuados, sonaba aterradora.
Melquiades e Ilja habían pasado muchas horas juntos en el pasado, tanto dentro como fuera de la cama. No se podía decir que se hubieran contado todos los secretos y barbaridades, pero sí que se habían conocido en profundidad. El joven no necesitaba saber la historia del mayor para deducir que algo oscuro se ocultaba bajo su piel, pero eso no hacía que quisiera besarla y mordisquearla menos. Algo similar había ocurrido ahora, doce años más tarde, pues lo que había comenzado siendo una charla de negocios bastante tensa —en varios sentidos— se había convertido, de nuevo, en una relación peligrosa que sucedía siempre entre las sombras, de manera sibilina.
El asturiano sabía que arriesgaba mucho relacionándose con el ruso. Gustaba de mezclar los negocios y el placer, pero siempre de una forma en la que él tuviera todo el control y con Ilja no sentía que pasase eso. El carácter desafiante del muchacho, que era una de las cosas que más lo cautivaba, por cierto, hacía que fuera difícil de manejar. ¡Qué suerte que Melquiades no supiera ni la mitad de lo que había bajo aquella cabeza pensante y maquiavélica! Si lo hiciera, sentiría entre admiración y unas ganas irrefrenables de matarlo.
Pero tampoco es justo decir que no sabía nada porque si estaba allí, en la Florería Matryoshka, era porque le había llegado cierta información. Entró en la tienda y nada más cerrarse la puerta cesó el tintineo que había anunciado su llegada. No llamó a Ilja. Sabía que vendría, así que esperó allí de pie fingiendo que examinaba unos ramos inmensos repletos de esplendorosas margaritas.
—Buenas noches, señor, ¿le puedo ayudar? —preguntó el tal Maverick, interrumpiendo la contemplación de Melquiades, aunque este ni lo miró.
—Dígale al dueño que estoy interesado en un ramo de amapolas.
Una frase que si la escuchaban los oídos adecuados, sonaba aterradora.
Melquiades de Oria- Hechicero Clase Alta
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Re: Insanidade [Priv.]
«INSANIDADE»
ILJA & MELQUIADES
Un escalofrío recorrió su espalda. No necesitaba del torpe de Maverick para saber quién había entrado a la Florería y aún así, allí se presentó el muchacho con una evidente expresión de alarma en el rostro anunciando la presencia del misterioso cliente. Incluso tras las paredes que separaban la oficina de la tienda, Ilja podía reconocer la poderosa y magnética presencia del brujo asturiano como una tormenta que amenaza con destruirlo todo.
Por suerte, el ruso se encuentra preparado. Llevaba meses dilatando aquel encuentro, esperando a que la Fortuna o la Premonición estén de su lado para actuar. El momento había llegado. No había que hacer esperar al más importante de sus invitados.
Un simple movimiento de sus manos y los libros de contabilidad se cerraron y salieron disparados de vuelta al librero, quedando el escritorio despejado en caso de una charla mucho más intensa. Con la Premonición corrompida, era mucho más difícil intuir la dirección que podría tomar una conversación. ¿Y por qué tomar riesgos innecesarios? Rápidamente rebuscó en los cajones hasta dar con el pequeño frasco de vidrio esmaltado y se aplicó dos gotas de elixir de ninfa, una fragancia única y refrescante que además le brindaba a quien la usara un aspecto rejuvenecido e irresistible.
Cuando Ilja apareció en la Florería lucía radiante. Efectivamente se trataba de Melquiades, su actual socio y dueño del Fumadero de Opio más importante de la ciudad. Fama que había adquirido gracias a los arreglillos de Ilja, por cierto, al involucrar a las nuevas trabajadoras coreanas y la dulce droga Noctumbria. En su rostro podía apreciarse parte de la turbación que le había empujado a aparecer a tal hora de la tarde sin una cita previa.
—Buenas noches y bienvenido a Matryoshka, hogar de las más bellas flores de la capital —recitó de forma sugestiva mientras se acercaba al mayor con una taza recién servida de té azul, la cual amablemente ofreció a su invitado—. Te estaba esperando, mon cher. ¿Por qué has tardado tanto en venir a visitarme? Por favor acompáñame a un lugar más cómodo e íntimo, te enseñaré las Amapolas más exquisitas de la ciudad —los ojos del ruso no perdían detalle del rostro ajeno, seguro de poder leerlo como un libro. El tiempo que pasaron juntos en el pasado no había sido en vano.
El Invernadero era un oasis oculto en mitad del puerto. Montado en el patio trasero del edificio y cubierto por una malla que evitaba el paso directo de los rayos del sol y las miradas de ojos indiscretos, en él crecían alrededor de doscientas especies diferentes de plantas, flores y vegetales de todas las formas y tamaños. Una pequeña fuente con la figura tallada de un fauno había sido instalada recientemente y bañaba el jardín con el relajante sonido del fluir del agua. Durante la primavera y especialmente en verano, su ambiente húmedo y refrescante le convertía en un espacio único y lleno de color.
Ilja invitó al hechicero a tomar asiento en una de las dos delicadas sillas de hierro forjado que, junto a una mesilla a juego, completaban el ambiente clásico de la grecia Antigua que emulaba el Invernadero.
—Ponte cómodo y deja que el dulce sabor del Oolong te libere de todas las tensiones —en aquel ambiente usar su habilidad de Encandilamiento era mucho más sencillo y no dudó en dejarla fluir con libertad. Después de todo, aún gustaba de divertirse con Melquiades—. ¿Qué preocupaciones son las causantes de tu ceño fruncido? —Preguntó con expresión preocupada y comprometida, mirándole a los ojos.
Por suerte, el ruso se encuentra preparado. Llevaba meses dilatando aquel encuentro, esperando a que la Fortuna o la Premonición estén de su lado para actuar. El momento había llegado. No había que hacer esperar al más importante de sus invitados.
Un simple movimiento de sus manos y los libros de contabilidad se cerraron y salieron disparados de vuelta al librero, quedando el escritorio despejado en caso de una charla mucho más intensa. Con la Premonición corrompida, era mucho más difícil intuir la dirección que podría tomar una conversación. ¿Y por qué tomar riesgos innecesarios? Rápidamente rebuscó en los cajones hasta dar con el pequeño frasco de vidrio esmaltado y se aplicó dos gotas de elixir de ninfa, una fragancia única y refrescante que además le brindaba a quien la usara un aspecto rejuvenecido e irresistible.
Cuando Ilja apareció en la Florería lucía radiante. Efectivamente se trataba de Melquiades, su actual socio y dueño del Fumadero de Opio más importante de la ciudad. Fama que había adquirido gracias a los arreglillos de Ilja, por cierto, al involucrar a las nuevas trabajadoras coreanas y la dulce droga Noctumbria. En su rostro podía apreciarse parte de la turbación que le había empujado a aparecer a tal hora de la tarde sin una cita previa.
—Buenas noches y bienvenido a Matryoshka, hogar de las más bellas flores de la capital —recitó de forma sugestiva mientras se acercaba al mayor con una taza recién servida de té azul, la cual amablemente ofreció a su invitado—. Te estaba esperando, mon cher. ¿Por qué has tardado tanto en venir a visitarme? Por favor acompáñame a un lugar más cómodo e íntimo, te enseñaré las Amapolas más exquisitas de la ciudad —los ojos del ruso no perdían detalle del rostro ajeno, seguro de poder leerlo como un libro. El tiempo que pasaron juntos en el pasado no había sido en vano.
El Invernadero era un oasis oculto en mitad del puerto. Montado en el patio trasero del edificio y cubierto por una malla que evitaba el paso directo de los rayos del sol y las miradas de ojos indiscretos, en él crecían alrededor de doscientas especies diferentes de plantas, flores y vegetales de todas las formas y tamaños. Una pequeña fuente con la figura tallada de un fauno había sido instalada recientemente y bañaba el jardín con el relajante sonido del fluir del agua. Durante la primavera y especialmente en verano, su ambiente húmedo y refrescante le convertía en un espacio único y lleno de color.
Ilja invitó al hechicero a tomar asiento en una de las dos delicadas sillas de hierro forjado que, junto a una mesilla a juego, completaban el ambiente clásico de la grecia Antigua que emulaba el Invernadero.
—Ponte cómodo y deja que el dulce sabor del Oolong te libere de todas las tensiones —en aquel ambiente usar su habilidad de Encandilamiento era mucho más sencillo y no dudó en dejarla fluir con libertad. Después de todo, aún gustaba de divertirse con Melquiades—. ¿Qué preocupaciones son las causantes de tu ceño fruncido? —Preguntó con expresión preocupada y comprometida, mirándole a los ojos.
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Ilja Seijic- Hechicero Clase Media
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Re: Insanidade [Priv.]
No tardó mucho en aparecer ante Melquiades el pérfido Ilja, que se había valido de la confianza depositada en él para sacar adelante sus propios planes, incluso aunque estos pudieran ir a la contra del otro brujo. Melquiades no confiaba en alguien a la ligera. Mejor dicho, Melquiades no confiaba en nadie, al menos no completamente. Sabía que todas las relaciones eran perecederas, en muchos casos porque él terminaba asesinando a la otra parte, pero en las que la otra persona continuaba con vida la experiencia no era muy diferente. Un camino de espinas más que de rosas, de intenciones veladas, secretos sin confesar y traiciones. También hay que decir que son las relaciones que le gustaban. De otro modo se aburría. Ese tira y afloja le daba parte de la vida que le quitaba la maldición que se cernía sobre él desde su juventud.
Venía vigorizado, con las energías renovadas. La noche anterior había matado a una joven bruja que le había insuflado tanta vida que se encontraba con los sentidos completamente alerta. Nadie podría engañarlo, ni siquiera Ilja con sus juegos de encandilamiento, aunque, como juegos que eran, pensaba disfrutarlos igual. Entraría a chapotear en el barro antes de sacar vísceras de él.
—Sabes perfectamente que soy una persona muy ocupada —respondió al mismo tiempo que tomó la taza que Ilja le ofrecía.
El té azul le trasladaba a sus viajes a China. Era una exquisitez más, un lujo que en Europa valoraban positivamente, como la porcelana. Todo lo procedente de lugares remotos era altamente estimado, como lo era el opio de su fumadero, y otras tantas cosas más que se comerciaban en él. De eso iba ese encuentro, no iba a olvidarse, pero un poco de preámbulo tampoco hacía daño. Es más, hacía todo mucho más… divertido.
Melquiades siguió a Ilja al cuidado y oculto invernadero, una analogía de su relación con él, aunque tampoco se molestaban tanto en ocultarla. Antes de llevarse el té a los labios, olfateó ligeramente intentando hallar en la mezcla algún elemento mortal. Nunca se sabe. Todo parecía estar en orden, era simplemente té. Le dio un trago y lo dejó sobre la mesita que había entre las sillas, pero por el momento no se sentó.
—No se te puede ocultar nada, ¿eh? —preguntó con la sonrisa ladeada y se acercó al joven—. Como que el Oolong es una de mis bebidas no alcohólicas favoritas… —murmuró haciendo amago de besarle, pero no lo hizo, solamente dejó su boca muy cerca de la de él—, aunque con una pizca de shōchū es otra historia. —Lo agarró de la pechera y entonces lo besó, casi con fiereza, como si quisiera romperle los labios—. Eres de los pocos que puede fingir que me conoce porque me conoces en realidad —dijo después de la intensidad de su unión—. ¿Qué te ha hecho pensar que algo turba mi mente? ¿Acaso eres tú quien quiere contarme algo? —preguntó soltando su agarre para pasar a acariciar su cuerpo y mordisqueó un poco más aquellos labios de los que esperaba arrancar una confesión, pero era altamente probable que no fuera a conseguirlo—. ¿Quieres revelarme algo, joven Ilja?
Venía vigorizado, con las energías renovadas. La noche anterior había matado a una joven bruja que le había insuflado tanta vida que se encontraba con los sentidos completamente alerta. Nadie podría engañarlo, ni siquiera Ilja con sus juegos de encandilamiento, aunque, como juegos que eran, pensaba disfrutarlos igual. Entraría a chapotear en el barro antes de sacar vísceras de él.
—Sabes perfectamente que soy una persona muy ocupada —respondió al mismo tiempo que tomó la taza que Ilja le ofrecía.
El té azul le trasladaba a sus viajes a China. Era una exquisitez más, un lujo que en Europa valoraban positivamente, como la porcelana. Todo lo procedente de lugares remotos era altamente estimado, como lo era el opio de su fumadero, y otras tantas cosas más que se comerciaban en él. De eso iba ese encuentro, no iba a olvidarse, pero un poco de preámbulo tampoco hacía daño. Es más, hacía todo mucho más… divertido.
Melquiades siguió a Ilja al cuidado y oculto invernadero, una analogía de su relación con él, aunque tampoco se molestaban tanto en ocultarla. Antes de llevarse el té a los labios, olfateó ligeramente intentando hallar en la mezcla algún elemento mortal. Nunca se sabe. Todo parecía estar en orden, era simplemente té. Le dio un trago y lo dejó sobre la mesita que había entre las sillas, pero por el momento no se sentó.
—No se te puede ocultar nada, ¿eh? —preguntó con la sonrisa ladeada y se acercó al joven—. Como que el Oolong es una de mis bebidas no alcohólicas favoritas… —murmuró haciendo amago de besarle, pero no lo hizo, solamente dejó su boca muy cerca de la de él—, aunque con una pizca de shōchū es otra historia. —Lo agarró de la pechera y entonces lo besó, casi con fiereza, como si quisiera romperle los labios—. Eres de los pocos que puede fingir que me conoce porque me conoces en realidad —dijo después de la intensidad de su unión—. ¿Qué te ha hecho pensar que algo turba mi mente? ¿Acaso eres tú quien quiere contarme algo? —preguntó soltando su agarre para pasar a acariciar su cuerpo y mordisqueó un poco más aquellos labios de los que esperaba arrancar una confesión, pero era altamente probable que no fuera a conseguirlo—. ¿Quieres revelarme algo, joven Ilja?
Melquiades de Oria- Hechicero Clase Alta
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