[New York/USA - Años '20] The Sound of Music {Jérôme Leroy}

La Gran Guerra había acabado. Ya había pasado más de un año pero en cada corazón americano la fiesta continuaba. Las almas perdidas no volverían, sin embargo habían muchas que seguían allí y debía existir alguna forma de hacerles olvidar los horrores de la muerte.

Muchos buscaban cual era esa forma, se perdían en el alcohol, las mujeres y en las compras.

Él había preferido otra forma para olvidar: La Música.

Quién hubiese pensado que aquellas clases de piano a las que su madre le obligaba a asistir, le servirían tanto luego. Sus padres naturalmente le habían obligado pensando en que tocase en la Iglesia, pero al parecer el destino tenía otra idea.

Se había criado en New Orleans y a pesar de que su padre, un devoto pastor, había intentado mantenerle alejado por todos los medios de cualquier cosa que pudiese corromperle, naturalmente no lo había logrado. Es que no se podía impedir el paso a la música, esta volaba hasta tu ventana, se metía por las rendijas e inundaba tu corazón.

El Jazz era imparable.

Así es como se había visto envuelto en ese mundo, en una pequeña cantina con apenas 18 años, rodeado de hombres de oscura piel que tocaban como dioses, con un vaso de whiskey en la mano y la sonrisa radiante en el rostro. Ningún blanco le hacía el amor al piano como él, se decía, aunque él tan solo bajaba la cabeza con humildad ante estos halagos. Él jamás sintió que su música fuese suya, sino que, al revés, sentía que él era el que pertenecía a la Música.

De alguna forma, antes de darse cuenta, a sus 23 años había sido contratado para aquel lugar, aquel local tan elegante y prestigioso que fue incapaz de decir que no. Abandonar su hogar no fue una decisión que tomase, sino que fue un hecho que simplemente tuvo aceptar, porque ¿quién en sus cabales podría negarse a tocar en un lugar como el Cotton Club?

Así que, ahí estaba, en su primer día de trabajo. El traje no acababa por agradarle, mil veces prefería su informal ropa habitual, ya que con esas elegantes prendas por miedo a dañarlas ni siquiera se atrevía a usar su bicicleta, que había acabado quedado guardada en el pequeño cuarto que había podido arrendar por el momento, en vez de servirle como medio de transporte, como había sido su objetivo. Esperaba que con su primer sueldo pudiese disponer de más dinero para arrendar un piso o un departamento en vez del pequeño armario al que la casera llamaba cuarto, pero la verdad es que lo dudaba, sobre todo sabiendo los precios a que estaba todo en esa caótica ciudad.

Escuchó la voz del organizador dándole el pase para entrar junto con la partitura. Esa había sido la razón de su contratación en realidad, y él lo sabía. Habían muchos otros mejores pianistas en New Orleans, pero ninguno sabía leer una partitura. Todos tocaban con el alma, con la memoria. Tanto la de los dedos, como la de la mente, y, por sobre todas las cosas, la del corazón. Ninguno necesitaba un papel con un montón de manchas negras indicándoles que tecla tocar para hacer fluir el Jazz, sin embargo esa ignorancia era la que les mantenía alejados de lugares prestigiosos como ese. Por un momento Alfred sintió que había ganado su lugar jugando de manera sucia, pero supo que no había nada que pudiese hacer.

- Gracias - le sonrió al organizador, viendo como un poco más alla estaban trompetista y al resto de los músicos que tocarían con él. Habían practicado tan solo una vez el día anterior y había salido perfecto por lo que no lo habían hecho más, pero eso no significaba que no tuviese crispados los nervios. No les conocía, sin embargo sus músicas se compenetraban con facilidad. Sin embargo faltaba corazón allí, eso es lo que él sentía.

Era muy distinto tocar frente a un grupo de borrachos en un bar a tocar frente a una selecta porción de adinerada gente en New York. Él lo sabía y eso era lo que le tenía nervioso. Allí no le aplaudirían por su esfuerzo, lo harían por sus resultados, y la presión extra amenazó con hacer que sus manos temblasen, y no podía permitirlo.

Sin embargo de pronto recordó la voz de su hermana menor, la última que se despidió de él cuando dejó su hogar. Recordó el toque fantasmal de sus labios en su mejilla, su sonrisa de niña y sus dulces palabras recordándole que "La Música siempre será la Música, no importa quien la Escuche", trayéndole ese frescor que su alma necesitaba. No importaba si estaba en New Orleans, New York, París o Pekín. El Jazz siempre sería el Jazz, y eso era lo que él traería a ese lugar.

De esa forma salió al escenario lleno de seguridad, sonriendo a todo el mundo con aquella gracia innata que uno trae al ser hijo de una elegante francesa, sentándose frente a su piano y decidido a hacer lo que mejor hacía.

Hacer que los oídos escuchasen la Música. Hacer que los corazones sientiesen el Jazz.


[Privado]

Spoiler:

Apenas se había sentado el día anterior frente al piano pudo notar que era un instrumento de gran calidad, muy distinto a aquel que usaba en el bar en el que tocaba y a ese que su padre había comprado para él y para sus hermanas. La madera pintada de blanco, las delicadas teclas de marfil, tan suaves bajo sus dedos como la más delicada de las sedas.

Ahora que se sentaba nuevamente ante él, no podía evitar admirarle nuevamente y agradecer el poder sacarle la música de dentro, hacerle vibrar con el sonido del Jazz. Estaba seguro que el instrumento también se sentiría agradecido.

Vio la mirada del encargado y asintió mientras se acomodaba antes de que fuese a subirse el telón, notando como de pronto una hermosa dama se acercaba a ellos. Debía ser la cantante, aquella que ni siquiera se había dignado a aparecer la tarde anterior para el ensayo.

Ante la mirada depredadora de la mujer el joven no pudo más que parpadear algo confundido e incómodo, carraspeando al notar como ella descaradamente posaba su zapato sobre su asiento.

"Ayúdame a subir, ¿o quieres que lo haga sola?".

Al ver aquella mano estirada Alfred no pudo más que ayudarle viendo desconcertado como ella quedaba sentada sobre su piano, sentándose rápidamente ante la señal del encargado, sintiendo el telón subirse, y ante la primera nota comenzar a tocar, rápidamente olvidando la presencia de todos los demás, músicos, clientes, incluso esa mujer que cantaba a apenas un palmo suyo.

A él siempre le ocurría aquello, desde que había aprendido a amar la música, o sea, casi desde que tenía memoria. Se perdía en la melodía, su conciencia se retiraba en algún punto de la realidad y solo quedaba su cáscara allí, moviendo los dedos con la elegancia de siempre, pero con el alma en un punto muy lejano, rodeado de solo melodía, muy muy lejos de todas aquellas personas que le escuchaban.

Podía sentir el saxo mezclándose con el piano, con la trompeta. Podía sentir el jazz en sus venas, recorriéndole de pies a cabeza y trayéndole aquella deliciosa sensación. Aquella energía que solo el jazz podía producir en él.

Sin embargo un pequeño ruido le hizo abrir sus ojos sin perder ni por una fracción de segundo el ritmo, mirando hacia arriba de su piano como aquella hermosa mujer cantaba mirándole a los ojos, acostada del todo sobre el instrumento estirando su mano para acunar la mejilla del joven pianista que solo pudo reaccionar con un ligero tono rosa en sus mejillas.

- ¿Qué hace? - se preguntó observándola con atención cuando pronto recordó que todo aquello era tan solo un show, así que volvió a poner toda su atención en su música, dejándose acariciar los cabellos e incluso dándole sonrisas a la dama a veces.

Era un show después de todo, y aunque a él le incomodase el tacto de la mujer, el show siempre debe continuar.

Cuando la presentación llegó a su final Alfred se puso de pie estirando su mano galantemente hacia la dama ayudándole a bajar y recibiendo todos juntos los aplausos para luego retirarse todos.

Luego de recibir y dar las felicitaciones a sus compañeros, viendo como la cantante se iba rápidamente a su camarín, el pianista se aflojó un poco la corbata y decidió ir a la barra a tomar algún trago. Y entonces la sensación que tuvo mientras estaba en el escenario se repitió: aquella violenta y carnívora mirada sobre su cuerpo.

Mientras se sentaba en una de las sillas altas y pedía un vaso de Gin se giró ligeramente paseando su mirada por los clientes de aquel local solo pudiendo ver estirada gente New Yorkina. Sin embargo algo le decía, desde sus instintos, que allí había alguien especial. No sabía si especial como él, pero si especial... sobrenaturalmente especial.

Sus ojos se cruzaron con los de un hombre, sintiendo un chispazo, pero rápidamente volviendo su mirada a su copa. Era él. Solo esperaba no haber llamado su atención. No quería un enfrentamiento de raza en su primera noche en el Cotton Club, que pésimo presagio.

El show había sido sensillamente sublime, tanto la puesta en escena como la música en si. Con razón el Cotton Club tenía tal fama. El show musical había sido lo mejor sin duda alguna. Los bronces demostrataban su fuerza en la música, entre las trompetas y el saxofón se peleaban el lugar, sobretodo cuando a cada uno le daban un solo. No menos importante eran las cuerdas, el ritmo de aquel contrabajo acompañado por los platillos marcaban un compás perfecto. Pero lejos, para él lo mejor había sido el piano, y por sobretodo su pianista, no solo porque aquel joven se le hacía muy atractivo, sino por como sus manos sabían tocar con tanta gracia el instrumento.

Su semblante se veía seguro. Sabía lo que hacía a la perfección y además lo disfrutaba. Estaba seguro de que llamaba mas la atención que esa cantante que dejaba desbordar sus aires de diva por el escenario.

Aquel joven inspiraba algo que la cantante no. Además de mostrar que era casi experto en lo que hacia, dejaba ver pasión, amor y dedicación por aquello que hacía. Amor por la música, alguien cuya vida debía estar envuelta solo entre acordes. Al contrario de la cantante, que se notaba que estaba ahí mas para ser elogíada.

-Si, es linda...pero su ego no me deja verle el rostro - Contestó el vampiro al comentario sobre la chica-

Por allá alguien le comentó que el pianista era un joven nuevo y que al parecer este era su debut. Alguien mas le informó que su nombre era 'Alfred Brooks'. De inmediato lo grabó en su mente, no lo olvidaría mas pues apenas terminara el show estaba decidido en ir a felicitarle personalmente. Tal vez quedarse conversando con él un rato mas.

Cuando la música se detuvo la cantante se retiró, asi mismo el pianista y solo algunos músicos quedaron en el escenario pues ahora venía otro espectáculo mas, con algunas bailarinas. Había mucho público varonil esperando espectante. Mientras tanto uno de los acompañantes de Jerome junto con otro hombre se levantaban de la mesa pues irían a buscar a la cantante para presentarla con el francés y con el italiano. Jem aprovechó la situación y pidió permiso para ir al baño, pero n verdad se movió entre la gent buscando a alguien mas.

Desde que el pianista había abandonado el escenario, le siguió con la vista pero lo perdió. Entonces le siguió con el olfato, seguía su aroma, el cual ahora lo llevaba hasta la barra y además le decía que había algo especial en él además de su pasión por la música, algo que solo tenían aquellos hombres cuya naturaleza se volvía bestial en las noches de luna llena.

Mientras caminaba por la gente recibió algunas miradas de mujeres, y por que no decirlo, de hombres también. Jerome siempre lucía elegantemente, y su metro noventa y algo no pasaba desapercibido entre los presentes.

Miró hacia la barra y ahí se topó con aquellos ojos claros. Sintió el deber de ir casi corriendo donde estaba, pero también notó como el joven quería hacer como que sus ojos no se habían topado con los de él. Seguramente había dscubierto su naturaleza vampírica.

Caminó hasta él decidido, pero demostrando calma, no iba hacia él con el afán de enfrentarse, todo lo contrario.

Estuvo a su lado y detuvo el paso, entonces le sonrió de forma encantadora. - Buenas noches, es usted Monsieur Brooks? Alfred Brooks verdad? Es el pianista que tocó hace un rato. - Tomó asiento a su lado y cuando el barman se le acercó pidió una copa de vino, el mejor del lugar y espero.- Permítame presentarme, mi nombre es Jérôme Leroy, soy francés y unos amigos me presentaban el lugar, muy bello por cierto -Comentó con su acento marcado en las palabras que tan fácil le eran expresar mientras miraba fijo los ojos del rubio.