Esperando a Alguien (Anatol)

Era una mañana hermosa cuando salió de la finca rumbo a la cuidad en su carruaje tirado por los caballos que el cochero guiaba por el camino de tierra y árboles que aparecían en el extenso camino. Había pasado un tiempo largo, Ella corrió la pequeña cortina que cubría la ventana del coche y cuando lo hizo vio un lago a cierta distancia del camino.

Ella llamó la atención del cochero tocando con unos golpes la pared del carro para que parase. El señor paro y ella se bajo para ver el lago a la distancia, pero quería verlo de cerca y le dijo al hombre que la esperase que no tardara mucho. Levanto un poco su hermoso vestido de color dorado y camino hasta llegar al lago, solo se quedo mirándolo con asombro ya que hacia mucho tiempo que no pasaba por el lugar y era uno de sus lugares favoritos.

El agua volvió a removerse formando ondas alrededor de un único centro, el centro de todo, el epicentro, para ir recuperando lentamente su estado normal y terminar aquella perturbación por desvanecerse haciendo que cualquier referencia a donde aquel objeto arrojado había colisionado con la cristalina superficie desapareciese. Otra piedra volvió a chocar contra el líquido que reflejaba la luz del sol para repetir exactamente el mismo proceso: un eje que, aunque estaba ahí, pronto tendía a desvanecerse. Y eso era precisamente lo que se preguntaba el propietario de aquella mano que arrojaba los guijarros impunemente a alterar el fluído cristal, dónde estaba aquel centro, aquel engranaje principal, el sentido de su vida. El muchacho, en parte, creía saberlo, creía verlo, así que el problema realmente no era dónde estaba sino, cuál de todos era. En efecto, el muchacho de ojos grises y pelo castaño pensaba tener varias guías que determinaran el curso de su vida. Hasta ahí parecía no haber ninguna contrariedad; el único problema era que ambos dos habían terminado por enfrentarse, como él mismo sabía que terminaría suceder. ¿Y ahora? ¿Debía escoger? No, ya lo había hecho, y ahí se encontraba el quid de la cuestión: algo dentro de él se rebelaba, se revolvía negándose a aceptar su férrea voluntad. "No; todo es como debe ser. Tarde o temprano sabíamos que ésto iba a suceder" se repitió mentalmente el muchacho, aunque él mismo no hubiese podido asegurar que no lo hubiese pronunciado entre dientes, fruto de su ensimismamiento, probablemente en su eslava lengua materna. Anatol no creía que Andrei fuese tan necio como para pensar que en Rusia alguien pudiera aceptar su relación y dudaba mucho que él hubiera pensado cualquier otra opción; él, desde luego, no lo había hecho o, al menos, lo había descartado. Su familia, el honor de su nombre y su título se lo reclamaban y él no podía hacer otra cosa que responder a ello. Otra piedra colisionó sobre la superficie del lago.

El ruso había salido aquella mañana de domingo de casa dispuesto a caminar para evitar las cavilaciones que le estaban ahogando entre las cuatro paredes de su habitación o, al menos, para tratar de ordenarlos y que se esclarecieran, aclararse él mismo. Así pues, tras transitar los no muy anchos y embarrados callejones de los numerosos suburbios de la capital gala, sus pasos habían decidido desviarse hasta conducirle al linde último de la ciudad, donde las casa dejaban espacio a los grandes descampados, a los sembrados, huertos y bosques; y, algo más lejos, su destino: la laguna. Aquel remanso de agua no tenía realmente nada especial para el chico, era más, apenas se había adentrado en aquella zona otro par de veces y en ninguna se había encontrado con aquel pequeño terreno dispuesto para una tranquilidad de la que carecía en aquel momento el chico, escondida levemente entre los árboles, como estaba. El muchacho bufó y otro chapoteó siguió a otra roca precipitándose hacia la oscura profundidad del agua.

Observe desde lejos a un chico que estaba tirando piedrecillas al agua. Ella lo miro por un tiempo y pensó de que debería estar pasando un mal momento para que este en esa actitud. Briza decidió acercarse al joven para ver que le sucedía y si podía le daría una mano. Caminó lentamente hacia donde se encontraba el chico, con tranquilidad y elegancia como siempre.

Espero no interrumpirlo joven, esta bien? – le pregunte con serenidad y voz suave pero firme. Se puso a su lado pero mirando al lago para no molestar con su mirada al joven. Solo espero su respuesta y luego miro al cielo.