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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Aifric Colfer Miér Ago 18, 2010 4:49 am

Amaba dormir, estaba en su naturaleza, si por él fuera dormiría todo el día y sólo saldría de noche a pasear por los tejados. Pero el mundo de los humanos se movía principalmente en el día, aunque la mayoría de los asesinatos y delitos ocurrían en el cobijo misterioso de la noche. Especialmente el tipo de asesinatos que él investigaba, después de todo en la unidad a la que había sido transferido debía encargarse de la actividad paranormal de la ciudad. Mientras caminaba por las calles pedregosas y transcurridas del mercado Parisino, en su forma de Minino, recordaba a su superior de la IPD (Unidad de investigación paranormal de Dublin), el sherif siempre solía recordarle que bajo ninguna circuscancia, los humanos debían darse cuenta del movimiento underground de la ciudad. Esa era la finalidad principal de lPD.

El problema era que los Vampiros y Hombres lobos, eran por lo general unos arrogántes imbéciles que se las daban de machos exibiendo su testosterona en sangrientas batallas, comprometiendo secretos e información demasiado delicada y de vital importancia para la supervivencia de los seres sobrenaturales. Su vida sería mucho más fácil si la gente decidiera obedecer la ley de vez en cuando y no exponer sus vidas de manera estúpida.

Llevaba siguiendo al objetivo por algo más de una hora. El chico era alto, 1.90 para ser exácto, de cabello castaño claro, ojos verdes y cuerpo más bien fornido. Un trabajador de la industria textil. El objetivo había caminado por las calles Parisinas sin rumbo fijo aparente deteniendose aquí y allá sin hacer nada sospechoso, Aifric esperaba la oportunidad de poder presentarse como humano, pero por ahora, seguirlo como un gato era bastante conveniente, pues nadie solía prestarle atención a los animales callejeros.

Entonces una señora muy gorda le pisó la cola y Aifric no tuvo más remedio que dejar escapar un maullido audible, sintiendo un espantoso dolor por el lomo del cuerpo, haciéndo que la atención del chico se volviera hacía él. Aifric rogaba porque el joven fuera lo suficientemente despistado como para no notar que ese gato atigrado le había estado siguiendo por todas las calles...
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Miér Ago 18, 2010 5:18 pm

Aquella mañana era una de los escasos momentos que tenía de libertad para poder evadirme de la pesadumbre del trabajo. Como todo cuarto día de la semana me permitía el placer de quedarme alguna hora más en mi incómodo lecho, rezagado del ritmo normal que mi madre y hermana sí debían seguir, las cuales ya se habrían marchado a la fábrica donde trabajaban. Una vez hube conseguido abrir, no sin esfuerzo, mis pesados párpados, me dispuse a vestirme con la misma ropa que el día anterior que, aunque estaba levemente manchada y no era la única que tenía, las demás prendas de mi propiedad se acumulaban en un cesto donde esperaban a ser lavadas. Alguna vez me había planteado ser yo mismo quien frotara los tejidos en busca de que quedaran impolutos, en la medida de lo posible, aunque la costumbre, quizás mala costumbre, me impedía hacerlo, dado que, desde que llegáramos a París, había sido mi madre quien se había encargado de la mayoría de las tareas del hogar, delegando en mí y en mi hermana solo un puñado de quehaceres. Por aquel entonces, mi padre se encontraba demasiado enfermo como para exigirle un mayor esfuerzo que el que desempeñaba en el oficio que terminó acabando con su salud y vida y mi hermano Vasili estaba demasiado ocupado lamentándose de sí mismo, de su desgracia y de la miseria en la que había sumido a nuestra familia como para siquiera pensar en ayudar. En esos momentos creía haberle llegado a odiar, por mucho que un hermano siempre hallara la forma de tener afecto por el otro.

La calle se mostraba animada a la vez que tranquila, sencillamente una apetecible mañana de otoño en la que el calor del verano no parecía haber terminado de abandonar la ciudad, aún protegiéndola con su abrigo frente al impasible viento invernal al que ya parecía haberme acostumbrado tras cinco años entre esos destartalados edificios. Me había decidido a adelantarme a mi madre esa mañana y, haciendo una recopilación de todo lo que faltaba, o creía que faltaba, en la despensa de la cocina, me dirigía al mercado más cercano, uno de los múltiples que salpicaban esa gran urbe que, a cada día que pasaba, parecía hacerse más y más grande, para desesperación de aquellos amantes de la naturaleza que pretendían escapar del ruido de la ciudad, como era yo. No era precisamente que me gustara caminar por los bosques en sí, es decir, no paseaba por el mero placer de hacerlo, si no por una malsana afición que había ido adquiriendo con los años, la de recordar mi antigua vida y hogar, sumiéndome en un estado de melancolía, el cual parecía odiar tanto como adorar, en un extraño ”tira y afloja”. Tal era la debilidad que solía embargarme en esos momentos que acostumbraba a andar siempre en soledad, solo dejando a mi hermana Natasha acompañarme de vez en cuando.

Pero el itinerario de aquel día no tenía como finalidad recordar aquel pasado lleno de lujos y placeres, si no el de proveer de suministros a mi hogar. Cumpliendo con mi misión había ido vagando de puesto en puesto, comparando precios y la calidad de las carnes y verduras, poniendo especial cuidado que estas no tuvieran algún indeseable morador en su interior. Al parecer me hallaba demasiado enfrascado en esa tarea que no logré percatarme de que alguien o algo me seguía, aunque seguramente, de haberme enterado, no lo hubiera dado mucha importancia. Cuando me hallaba descifrando el contenido de los letreros escritos en francos escuché un chirriante sonido rasgando el aire, procediendo de algún lugar desde mi derecha. Instintivamente giré la cabeza en esa dirección y pude contemplar como una mujer, que obviamente no era el origen de aquel quejido, moviendo rápidamente la pierna para liberar al animal que había aplastado con su peso, seguramente más asustada que arrepentida. Con una mirada casi impasible miré al gato, percatándome que estuviera más o menos bien para luego dirigirme a la señora.

- Debería tener más cuidado – la reprendí en un acento que, a pesar del tiempo pasado entre franceses, aún dejaba bastante que desear, mostrando unas claras influencias del este de Europa, de donde procedía. En un acto casi de compasión me acerqué dos pasos al gato, prácticamente de forma inconsciente. No sabía por qué había sido esa mi reacción. En cualquier otro momento habría omitido la anecdótica escena de mi memoria y hubiera seguido con mi caminar, al fin y al cabo solo era un gato, ¿o no?
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Mensaje por Aifric Colfer Miér Ago 18, 2010 9:46 pm

Vio estrellas y luces por unos espantosos segundos, aún cuando la mujer habia levantado la pierna, no sentía la cola. ¡Me la ha partido en dos!¡ joder!. pensó en esos segundos de dolor, olvidando la misión y todo lo demás. Pero entonces la voz del objetivo le volvió a la realidad, le había visto, ¡Mierda!. ¡Actua como gato, actua como gato!.

Aifric Colfer, maestro del disfraz, se puso de pie y observó al chico con recelo, quedandose tan quieto como una estatua de cera, los felinos eran animales desconfiados, así que se limitó a mirarlo sin parpadear por varios minutos, emitiendo un sonidito extraño, como una especie de maullido suave pero amenazador, agachando las orejas en un claro signo de: 'No te acerques'.
Unos momentos después parece cambiar de opinión y relaja los músculos claramente y da un par de brinquitos acercándose al joven, caminando por entre sus piernas, levantando la cola adolorida y el lomo, frotándose contra las botas del chico.

- Maaooooo - Maulla confiansudamente, frotando el borde de su hocico y orejas contra las piernas del chico Ruso.

Mejor estár cerca del objetivo, pensó, así podría investigar mejor y estár más preparado para cualquier eventualidad. Entonces mientras seguía mostrandose cariñoso con el joven, su oído bien desarrollado captó un gritito a varios metros de distancia, era la voz de una mujer. Alzó la cabeza pero por encima de las personas no podía ver, era demasiado pequeño y había demasiada gente. Todo volvió a quedar sumido en el barbullo normal, cuando un hombre bastante alto había aparecido por detrás de Anatol.

- Si grita, le vuelo la tapa de los cesos amigo -
Susurró el hombre al oído del joven Ruso, Aifric notó con horror, como escondía una Colt Army modelo de 1860 por debajo del gabán y la presionaba contra la espalda de Anatol - Ahora camine, calladito y despacio, hacía ese callejón -

(( Colt Army modelo 1860: http://en.wikipedia.org/wiki/Colt_Army_Model_1860 ))
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Vie Ago 20, 2010 12:41 am

El gato de colores pardos clavó su mirada fijamente en mí, precavido, como previniéndome de no acercarme, cosa que no hice pues sabía que, aunque quisiera, si ese no era su deseo, me sería imposible acortar las distancias y el resultado de tal atrevimiento sería, bien provocar su huida, bien un bonito arañazo en el rostro, algo que prefería evitar; no sería la primera vez que una pequeña herida terminara por infectárseme de forma antes inimaginable a causa de la mala higiene. Esperé, no sabía a qué, pero esperé apenas unos segundos antes de que el felino cambiara de humor y decidiera, para bien o para mal, que era de fiar. Noté el calor de su cuerpo atravesando la tela de mi pantalón para fundirse con el mío propio, restregándose con la tela que debía dejar bastante que desear en cuanto a limpieza se refería. Casi para mi sorpresa, se me escapó una pequeña y espontánea sonrisa ante tal muestra de cariño de un animal tan independiente y arisco como pudieran ser los gatos. Entonces, justo cuando me disponía a alargar mi brazo hacia abajo, para acariciar su pequeña cabeza, algo interrumpió mi amago. A varios pasos de distancia una mujer había gritado. Me hallaba descifrando los rápidos lamentos que rozaban la histeria, por los cuales creí adivinar que la situación se debía a uno de los múltiples robos que sucedían diariamente en la ciudad, cuando, de pronto, otro inesperado suceso hizo virar el curso normal y previsible de los acontecimientos, tomando un rumbo que no me habría cabido esperar esa mañana al despertar.

- Si grita, le vuelo la tapa de los sesos, amigo – una voz surgió detrás de mí, pegada a mi oreja, al tiempo que noté presión en un único punto de mi espalda. A través de toda la ropa no podía distinguir exactamente qué era, si se trataba de un arma o, sencillamente, de un dedo de aquel hombre, pero no podía arriesgarme -. Ahora camine, calladito y despacito, hacia ese callejón.

Tragando saliva hice lo que me pedía. Mi expresión, a pesar de todo, se encontraba serena, al tiempo que dentro de mí bullía una rabia que me conminaba a enfrentarme a aquel malnacido que me había escogido precisamente a mí de entre toda esa multitud, pero hube de acallarla y omitirla en mi pensamiento, pues no hubiera sido inteligente intentar vencer a un hombre cuyo revólver, si es que se trataba de eso, ni siquiera podía ver. Mis pasos avanzaron pesados, intentando no dar un traspiés que pudiera ser interpretado como un intento de huida y cuyo desenlace fuera una descarga de pólvora en mi espalda. No, precisamente no era eso lo que hubiera considerado un buen comienzo del día. Al fin, el estrecho y sombrío hueco que se abría entre aquellas tres altas paredes comenzó a envolvernos. Yo aún esperaba un momento de distracción de aquel desconocido del que solo conocía el habla, pero era bastante complicado evaluar la situación, teniendo los ojos incapacitados por el campo de visión y los oídos enturbiados por el ruido del ambiente. Quizás debiera rezar a Santa María, a Dios o a algún santo para que me sacara de esa situación ya que, aunque prefería confiar en mis casi inservibles instintos, ¿quizás un milagro me sacase de esa?
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Mensaje por Aifric Colfer Vie Ago 20, 2010 8:08 am

Aifric no tuvo más remedio que seguir a ambos hombres hasta el callejón, sabía que el sospechoso andaba por esas áreas, pero nunca se esperó que fuera atacar tan rápido, especialmente de día. Era un alivio que el hombre no hubiera notado su presencia, después de todo, nadie se fija en gatos callejeros mientras empuña un arma y amenaza a alguien con ella. El gato gris atigrado, trotó siguiéndolos hasta el callejón ciertamente solitario, ¿Que planeaba el hombre? ¿Lo asesinaría?

- Bien muñequita, ahora gírate lentamente y no intentes nada gracioso porque comerás balas - Exclamó el hombre con una voz viciosa y porfiada. Era bastante alto, de enormes ojos castaños oscuros, pupilas inquietas, como si no pudiera concentrarse en algo en especial, la obvia mirada de un demente. Su nariz era larga pero chata y sonreía mostrando unos cuantos dientes de plata - Trubetzkoy, tu vendrás conmigo y si es cierto lo que se dice de tu familia, el Zar en Moscou me pagará mil de los grandes por tu precioso culo -

Aifric aún en el cielo caminó lentamente rodeando al hombre, escuchando la conversación sin poderselo creer. Hasta donde él había investigado, la familia Trubetzkoy ya no disponía de la fortuna que habían gozado en años anteriores, de nada serviría secuestrar a Anatol, ¿De donde iban a sacar 1000 Francos? ¡Ese tipo estaba loco! No existía manera de que esa deuda pudiera ser saldada de un día para otro y si el Zar dispusiera del dinero, Rusia estaba a meses a caballo ¿Que era lo que realmente pretendía?.

El gato se corrió hacia unas cajas con cascaras de verduras y otro tipo de desechos del mercado y se agazapó allí, esperando la respuesta del chico, sus órdenes no eran atacar al hombre, sino descubrir su contacto con la Mafia Rusa en Paris, debía recolectar información y lo que respondiera el joven Anatol, podría ser de gran ayuda para la investigación. Pero Aifric no contaba con la actitud del chico como tampoco sabía de la espantosa demensia de aquel hombre y lo que sería capaz de hacer...
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Dom Ago 22, 2010 5:22 am

Mis pies estaban embarrados por la mezcla de tierras y lo que, pensaba, era orín, dada la afición popular por realizar tales actos en la primera esquina que encontraran, pero, aún así, seguí caminando, más preocupado por mi integridad física que por un supuesto desagrado. La sombra del edificio terminó por protegerme, aunque no del adversario que yo quisiera, al tiempo que el hombre se dignaba a hacerme parar, todo, como era obvio, sin separar apenas un milímetro el cañón de esa supuesta arma de mi espalda. En esos fatídicos momentos de angustia, en los que entremezclaba el sudor frío que comenzaba a formarse en mi frente con la rabia, la impotencia y un vago intento por calmarme, buscando apenas un instante para poder deshacerme de ese agobiante y efímero abrazo que me ataba a aquel revólver, me preguntaba qué querría aquel individuo de mí. La respuesta más obvia era que pretendiera robarme, aunque mucho no iba a conseguir, ya que en mis bolsillos apenas quedaba dinero para un par de compras más. La sorpresa que me llevé al escuchar su explicación, al tiempo que comenzaba a girarme tal y como me pidiera, fue mayúscula. ¿Qué rumores podrían correr por París para asegurar que el mismísimo Zar, aquel que nos había desterrado de nuestra Santa Patria, querría pagar un rescate? Cierto era que yo no había tenido ninguna implicación directa en ninguno de los infortunios que se habían llevado a cabo, pero el honor no parecía ser cosa de una sola persona, si no que iba inevitablemente ligado al apellido que, irónicamente, manchaba mi nombre. Pablo I “de todas las Rusias” preferiría regocijarse en la desgracia de la familia que había manchado la honra de la suya.

En ese momento me invadió una mezcla de asombro, incapacidad y miedo por qué más hubieran contado, al igual que una determinación por solucionar ese entuerto con la premura que pudiera y, a ser posible, sin haber probado el amargo sabor de la pólvora penetrando en mi piel. Pero, ¿cómo hacerlo? La castaña y fiera mirada de mi captor que, por primera vez se mostraba de frente ante mí, me indicaba que no sería especialmente fácil.

- Mi familia perdió el favor del Zar hace mucho – intenté explicarle, con voz firme, aunque precavida, intentándole hacer saber que no dudaba del poder que tenía sobre mí, pretendiendo así que bajara la guardia en vez de mostrarse a la defensiva, por mucho que el atacado fuera yo -, por eso nos mudamos a París ¿Cree que si el Zar nos quisiera viviríamos en la pobreza? ¡Pero mire cómo voy vestido! – exclamé evidencias, esperando que, por ese milagro que antes pidiese, me prestara atención y me dejara marchar. En otro caso, sabía que mi madre y mi hermana no podrían reunir tamaña cantidad de dinero y, sin mí, ellas se las podrían arreglar malamente, pues el dinero que ellas traían difícilmente podría valer para alimentarlas

El hombre mostró una sonrisa torcida, enseñando una dentadura que dejaba bastante que desear en cuanto a higiene dental refería, y pareció me hizo saber su incredulidad hacia mis palabras, achacando mi vestimenta a cualquier estratagema, argumentaciones que se caían por su propio peso. Mis ojos, aunque clavados en su rostro, mostraban un aspecto ausente pues, realmente me encontraba evaluando la situación general, intentando a duras penas no perder objetivos tan lejanos como fueran su mirada y la mano que aún guardara dentro de su abrigo. Cogiendo aire para intentar serenarme, cerré mis manos en puños un instante, para reunir fuerzas. ”Bien, Tolya” me dije, sin perder de vista la dirección de sus pupilas, que tan turbantes se me hacían. Su expresión me hizo comprender que no iba a intentar cumplir con mis deseos, por lo cual solo que quedaban dos salidas: irme con él o… ”Bien, Tolya; a la de tres te lanzas a por… lo que sea que tenga escondido”. Iba a ser complicado, pero era la única oportunidad que tenía de no salir malparado de esa; al menos no demasiado. ”Una… dos… y…”
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Mensaje por Aifric Colfer Dom Ago 22, 2010 9:29 am

- Esa es la versión que ha salido oficialmente ¿eh? - Exclamó el criminal sacando un arma de su gabán, finalmente mostrándosela al chico - ¿Me crees idiota? Se que tu familia aún guarda el dinero, toda esa mierda de haber escapado a Paris es sólo una fachada - El hombre sonrió completamente seguro de que tenía al chico en sus manos, Aifric observaba sin parpadear, esperando que el secuestrador, le guiara hasta la guarida en donde estaban los demás mienbros de la organización. Pero lo que Aifric no había calculado en su plan era que el chico fuera a tomar cartas en el asunto por su propia cuenta.

De un momento a otro el chico se había avalanzado contra el tipo, en la sorpresa el hombre no había alcanzado a reaccionar, probablemente nunca pensó que el chico intentaría atacarle. El impulso del chico hizo que el hombre perdiera el equilibrio y cayera sentado.

- ¡Hijo de puta! - Exclamó el hombre y empuñó el arma contra el chico que al parecer intentaba correr, el disparo resonó con fuerza en el callejón vacío y el chillido de algo que sonó como un animal se escuchó segundos después. En un intento frenético por evitar un asesinato, Aifric había salido de su escondite, corriendo hacía el hombre, con la intención de quitarle el arma, pero este había disparado sin desistir, la indudable prueba de que era un asesino a sangre fría.

No tuvo tiempo de transformarse en humano para forcejear con él y como resultado el cuerpesillo del gato calló rodando hacía un lado y fue a dar contra una caja por el impulso, la sangre comenzó a salir de la herida en su pata derecha, muy cerca al cuello y un lastimero maullido se escapó de su diminuto hocico. Intentó levantarse, pero le fue imposible, a lo lejos escuchó que la gente se alborotaba gritando y corriendo sin saber que pasaba. - ¡Llamen a la policía! - Alguien gritó.

- ¡Mierda! - Exclamó el criminal, levántandose, dando traspies mientras huía de la escena del crimen, por la parte opuesta del callejon...
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Dom Ago 22, 2010 11:56 pm

Aquel hombre parecía paranoico, buscando alguna extraña conspiración por la cual mi familia hubiera huido a París guardando todo su dinero y viviendo en la pobreza, vistiendo ropas de baja calidad y sumidos en una mala higiene corporal, a la cual nunca había estado acostumbrado. Era estúpido pensar que, de haber tenido el favor y el cariño del zar, este nos dejara pasear por las calles como vulgares miembros del populacho y totalmente desprotegidos. Por su explicación pude comprobar que no habría posibilidad de razonar por él y, aunque, sinceramente, la curiosidad por saber más acerca de sus maquinaciones me había invadido, no podía dejar que eso se alargara hasta un momento a partir del cual no pudiera escapar, bien por estar secuestrado, malherido o, Dios no lo quisiera, muerto. Cumpliendo con mi razonamiento, que estuviera bien o no, me había echado hacia adelante, intentando alcanzar el bulto que escondía bajo aquella tela, pero mi impulso había estado mal calculado, por lo que, sin poder alcanzar el revólver, que ahora quedaba al descubierto, había empujado al hombre, haciéndole perder el equilibrio. Dándome cuenta del peligro que corría, no dudé en echarme a correr en dirección a la salida del callejón. Apenas unos instantes después escuché el sonido de un disparo tras de mí y mi sangre se heló al escuchar un desgarrador chillido que, si bien no humano, me hizo suponer que alguien había pagado por mi atrevimiento.

Giré mi cabeza sin dejar de moverme solo para comprobar que aquel hombre que intentara ser mi captor había salido huyendo del lugar, en dirección contraria, y que, en el suelo, permanecía el cuerpo de un gato con una apariencia terriblemente similar al que apenas unos minutos atrás hubiera encontrado en el mercado. Un nudo se instaló en mi garganta mientras que mi rostro se impregnaba de una severa expresión de prudencia. Torné mi cuerpo en dirección a donde me encontrara unos segundos antes y, con pasos algo raudos, aunque cautos, me dirigí hacia allí. Sobre el suelo yacía la figura de aquel animal que, si no era el mismo que antes, debería ser su hermano gemelo. Arrodillándome, me coloqué encima de él, comprobando que la sangre comenzaba a manchar el pelaje que se encontraba cerca al punto donde el cuello se pierde para ir a convertirse en hombro. Comencé a sentir la pesadumbre de la culpabilidad y, aunque comenzaba a repetirme que no era más que un simple animal, notaba algo que me presionaba a no abandonar a la pobre bestia. Lo cierto era que aquel felino me había salvado la vida, o al menos de una terrible dolencia, por lo cual sentía una sensación de responsabilidad para con él. Con cuidado introduje mis manos sobre el calor de su cuerpo y le levanté acercándole, con cuidado a mí, sumando su peso al de la bolsa de tela que llevaba colgado de mi hombro, factura de mi madre. De cerca observé mejor la desagradable herida que se habría sobre su piel y, con una leve mueca, miré a los ojos de aquel animal.

No sabía qué hacer. Alguien había llamado a la policía y, de mis escasos encuentros con el cuerpo del orden, no había sacado demasiadas buenas experiencias. La gente solía desconfiar de los extranjeros, sobretodo después de la reciente ocupación de París por los ejércitos foráneos, entre los que se encontraba el de mi Madre Patria. No, no podía fiarme de los agentes, tan llenos de preguntas y, muchas veces, vacíos de efectividad por ceñirse a reglas que constreñían su propia actuación cuando necesitabas de ellos.

- Te vienes conmigo – le dije al gato pardo, a pesar de saber que no podría entenderme. Poniéndome en pie, salí en dirección al mercado, con prisas, intentando huir de la escena del intento de asesinato. Me dirigía a mi casa, esperando que mi madre o hermana, quizás ambas, hubieran vuelto de la factoría y pudieran ayudarme para sanar la articulación de ese animal. La gente se quedaba mirando a nuestro paso. Solo esperaba que su memoria no fuera lo suficientemente buena como para que pudieran decirle a las autoridades quién era y que vinieran a meter sus sucias narices donde nadie les llamaba… al menos de momento.


Última edición por Anatol K. Trubetzkoy el Miér Ago 25, 2010 3:03 am, editado 1 vez
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Mensaje por Aifric Colfer Lun Ago 23, 2010 4:51 am

Debía levantarse y escapar de allí lo más rápido posible sin ser visto, el chico estaba a salvo por ahora y eso era lo importante, debía irse a un lugar, recuperarse de la herida y volver para seguir investigando y dar con el paradero del hombre. Había estado tan cerca de descubrir la organización para la cual trabajaba ese malnacido...¡Maldita sea!, su cuerpo no reaccionaba, intentaba con todas sus fuerzas ponerse de pie, pero no podía, el dolor en su pata era insoportable, inclusive respirar le costaba. Pero debía escapar, no era normal que un gato se interpusiera entre una bala para salvar a una persona, ni siquiera el perro más fiel e inteligente haría una cosa así.

Entonces fue cuando el chico le había tomado en brazos, maulló lastimeramente al sentir el dolor en su pata cuando le había levantado. No tuvo más remedio que dejarse llevar, no estaba en condiciones para correr y de poder saltar de los brazos de Anatol, no llegaría muy lejos con la perdida de sangre, las ratas terminarían por perseguirlo y comerlo vivo.

El dolor no le dejaba concentrar en mantener su técnica de transformación, ahora temía que en cualquier momento su cuerpo volvíera a ser el de un humano y se revelara su identidad. Observó entonces las calles de la ciudad por donde era transportado sin saber hacía donde le llevaría con unos ojos impotentes y adoloridos.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Miér Ago 25, 2010 3:30 am

Las calles a nuestro alrededor pasaban a gran velocidad, como si fueran ellas, y no yo, las que estuvieran sumidas en la premura que nos llevara a abandonar el lugar. Al tiempo que mis piernas se veían empapadas por aquella prisa, notaba mis manos húmedas, impregnadas como estaban de aquel líquido rojizo que provocaba en mí una sensación de angustia contra la que luchaba y que ocultaba tras una máscara de seguridad y confianza. La gente me lanzaba miradas a mi paso, quizás alterados por la rapidez de mi caminar o, sencillamente, por el color sanguinolento que estaba tomando la blancura de mi camisa, la que creía antes impoluta de la imprudente falta que había cometido segundos antes. De todas formas no merecía la pena lamentarse por lo ya pasado pues, como había aprendido por vivencias propias, eso solo serviría para empeorar aún más la situación.

El callejón en el que se encontraba mi casa, por suerte, no se hallaba demasiado lejos del mercado en el que nos encontrábamos. El suelo embarrado, no quería saber si de lluvia o aguas fecales, me condujo hasta una puerta de madera, la cual incluso contrastaba con las aledañas, por encontrarse en algo mejor estado, aunque la intemperie ya había hecho estragos en su porosa superficie. Buscando como pude en la bolsa de tela, al fin logré acertar con el pedazo de metal que configuraba la llave de nuestra morada. Con una demostración de equilibrio, pretendí no hacer muchos aspavientos y no mover al malherido animal al tiempo que alcanzaba a abrir la entrada de la vivienda.

El lugar no era espectacular, aunque estaba medianamente mejor amueblada que las casas del entorno, recuerdo de aquellos tiempos en los que aún conservábamos el dinero que habíamos podido sacar de Rusia. La casa estaba compuesta por tres dormitorios, dos de ellos tan pequeños que, en mis primeras noches allí, había creído llegarme a asfixiar por la estrechez. Al margen de eso, otra pequeña sala servía de reservado, cuyo evacuatorio se restringía a un agujero en el suelo que, por un afortunado sistema de cañerías, solo necesitaba de un cubo de agua para limpiarse. Por último, la sala en la que nos encontrábamos, la más amplia, cumplía a la vez las funciones de cocina, comedor y sala, al tiempo que una grisácea tela daba paso a una muy pequeña y oscura despensa. El lugar se componía por una cocina, una pila y una no muy extensa encimera, sobre la que colgaban varias cacerolas y demás instrumentos de cocina. En el centro de la sala, frente a nosotros, se encontraba una mesa de madera, cuyo color se había vuelto algo oscuro, alrededor de la cual se hallaban cuatro sillas, insuficientes hasta que mi padre y mi hermano se fueran del hogar, uno muerto y el otro por una decisión no demasiado acertada, en mi opinión. Para terminar, a nuestra derecha se encontraba una chimenea y dos sofás de madera, demasiado incómodos para mi gusto, convenientemente acolchados por varios cojines que mi madre había tenido la gentileza de fabricar con excedentes de la fábrica. Al parecer, el lugar estaba solitario, por lo cual procedí a dejar al gato sobre la mesa, cuidando de no moverle demasiado. Dirigiéndome a la pila, recogí uno de los trapos que se encontraban colgados por el lugar y, mojándole, retorné al lugar donde yacía el animal. Con un suspiro pretendiendo tranquilizarme dirigí mis manos a su herida, mirando un momento a la bestia a los ojos, solo para después dedicarme a limpiar con paciencia la sangre que salía alrededor del lugar del impacto. No tenía mucha idea de cómo iba a sacar la bala, pues según tenía entendido era necesario, por lo cual solo tenía dos opciones: intentar sacarla como pudiera o esperar a mi madre o hermana. No tenía demasiada intención de hurgar en la herida y provocar un estropicio aún mayor, por lo cual me decanté por la segunda opción; al fin y al cabo mi familia no debería tardar demasiado en estar de vuelta en casa.
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Mensaje por Aifric Colfer Miér Ago 25, 2010 8:14 am

Apenas si pudo observar el lugar en donde estaba, era una casa, probablemente la casa de los Trubetzkoy. Recordó que su superior en la academia de entrenamiento federal, siempre decía que al entrar en un lugar nuevo, había que inspeccionar cada detalle y prestar sobre manera atención a los olores y colores, porque eso podría salvarte la vida después. La memoria fotográfica era muy importante en su trabajo, pero con el dolor en su pata apenas si lograba vislumbrar los alrededores.

El chico le puso sobre la mesa, observó su expresión preocupada, le miraba sin saber que hacer con él, estaba perdiendo la concentración momento a momento. El dolor podía más que su razocinio, maldita sea, ¡maldita sea! a esa velocidad lo inevitable ocurriría y...

Ocurrió.

De un momento a otro el cuerpo desnudo de un hombre de una veintena de años apareció sobre la mesa haciéndola traquear con su peso. El hombre tenía sangre en el hombro y la bala comezó a salir por si sola de su piel en el proceso de la transformación. Aquello fue espantosamente doloroso y dejó escapar un grito cerrándo los ojos con fuerza y jadeando. La bala resbaló por su brazo y calló contra la madera de la mesa que ya se había manchado de sangre.

- Eh... buenas tardes... hehe - Atinó a decir con una media sonrisa.
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Sáb Ago 28, 2010 9:44 pm

Al parecer no iba a hacer falta esperar a mi hermana para que me ayudara con el pobre animal, ya que el proyectil salió por sí solo de su cuerpo, sin necesidad de que yo mediara en tal proeza. La causa de la hazaña quizás fuera demasiado impactante para una joven mente como la mía, aunque no tanto como para aún estar dispuesta a aquellos cuentos y leyendas que se les relata a los niños antes de ir a dormir, bien fuera para buscar su admiración o sembrar el terror a sus aún susceptibles corazones. Aunque yo ya no me prestara a esas chiquillerías, lo que mis ojos, oídos y sentidos en general me mostraban era algo que creía innegable, por mucho que desafiara aquellas leyes que no hubiera estudiado en mi vasta educación al darse por básicas y obvias. El velloso cuerpo del gato comenzó a metamorfosearse y a crecer en tamaño, cambiando sus puntiagudas orejas por una mata de pelo castaño y su minúscula nariz por otra algo más larga y curiosamente afilada. No podía dar crédito a la evidencia que se mostraba ante mis ojos y es que uno nunca está muy presto a abrirse a un mundo desconocido, que derrumbase las bases que hubieran sustentado tu existencia hasta el momento, pero, una vez causado ”el mal”, no había remedio que sirviese.

En un primer momento no pude decir nada. Me había reclinado levemente hacia atrás, de forma claramente inconsciente, mostrando en mi rostro una expresión de desconcierto, con unos ojos ampliamente abiertos y una boca cerrada en una línea que, pese a todo, no se mostraba demasiado apretada. Los músculos de mis extremidades se hallaban agarrotados, quizás en tensión, alerta por cualquier nuevo cambio que pudiera suceder, mientras que mi mano izquierda se había cerrado en un puño en torno al paño manchado de sangre que hubiera usado para intentar limpiar aquella herida causante de nuestra situación actual. ¿Qué había sucedido allí? Mi mente se hallaba tan confusa que ya ni siquiera lograba discernir si ésta se encontraba repleta de pensamientos confrontados o, sencillamente, se encontraba en un estado de conmoción, imposibilitada pues para cavilar. Por fin, tras unos largos segundos después de aquel impacto visual, pude volver a tomar parcialmente control de mi mismo, percatándome entonces de la rapidez con la que latía mi pecho y la respiración que, si bien nasal, se mostraba algo intranquila.

- ¿Qué…? – intenté preguntar, pero ni siquiera parecía lograr demostrar agilidad de raciocinio para encontrar las palabras adecuadas para la situación - ¿Qué es esto? ¿Qué…? ¿Qué ha pasado aquí? - quizás ni siquiera quisiera escuchar la respuesta, pero era algo que creía necesitar
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Mensaje por Aifric Colfer Dom Ago 29, 2010 8:18 am

No esperaba menos de su reacción, acababa de revelarse frente a un humano descaradamente y sin preparación previa. Pero no había sido su culpa, había sido vícitima de la situación, de no haber saltado en ese momento, el chico estaría desangrándose y muriendo en el callejón. Iba a estar bastante difícil explicarle Anatol la situación, ¿Pero que más podía hacer? No podía arriesgarse a que el joven fuera por ahí esparciéndo rumores, aunque siendo sinceros ¿Quien le creería?.

- Permitame presentarme adecuadamente Sir Trubetzkoy -
Exclamó con la voz más tranquila y sensata que pudo - Soy el agente Colfer... no tenga miedo, estoy aquí para protegerlo... como podrá haber notado - Se levantó con dificultad de la mesa y quedó sentado con una mueca de dolor, sin poder mover el brazo por el cual la sangre resbalaba escandalosamente. - Soy... un cambia formas... puedo transformar mi cuerpo, como acabas de ver, yo era el gato que le estaba siguiendo desde temprano en la mañana -

Buscó con la mirada algo con que pudiera parar la hemorragia y tomó un trapo que había sobre la mesa, lo puso sobre la herida arrugando el puente de la nariz, la piel ardía como si le estuvieran quemando con un carbón hirviendo. Debía informar al chico aunque no se le estuviera permitido, de hecho aquella era una misión fantasma, como la mayoría de su trabajo, nadie debía saber de su existencia, pero si ese hombre tenía aliados, como era de esperarse, tarde o temprano volverían por Anatol o su familia y debía evitar una tragedia.

- Se que todo esto le resulta una locura, pero lo importante ahora es que está bien, el sospechoso ha escapado lo que nos deja la cuestión de que pueda regresar por usted Sir Trubetzkoy, es mi deber informarle de la situación para que esté alerta, usted o su familia podrían estar en peligro - Le explica, deja escapar un suspiro por el dolor en la herida - Disculpe pero ¿Tiene un poco de agua limpia? Creo que se me infectará...-
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Miér Sep 08, 2010 10:01 pm

Como había imaginado, aquel gato que me había salvado del disparo era el mismo que el que me hubiera encontrado en el mercado. Lo que mis oídos escuchaban parecíaseme casi imposible de creer. Según aquel gato, hombre o ”cambiaformas” como él mismo se había denominado, él era una especie de agente, policía o lo que quisiera que fuera, que me llevaba siguiendo toda la mañana, desde que saliera de casa, supuse. No sabía si enfadarme y poner mala cara ante el hecho de que me estuvieran espiando y persiguiendo, ya que no era algo que agradase a nadie, y a mí, de hecho, me divertía aún menos, o, por el contrario, seguir estupefacto por aquella increíble revelación. Mi reacción no pudo por menos de ser que asentir a su pregunta con una invariable expresión seria en mi cara, no sin antes haber evaluado durante unos instantes la cuestión. Sin girarme, tanteé la superficie de la encimera tras de mí hasta encontrar el cuenco que sabía se encontraba allí, como siempre. Eso era algo que debía de agradecer a mi madre, el instinto que la obligaba a que todo estuviera colocado en su sitio, algo que había heredado en parte aunque, por suerte, quizás por no pertenecer al sexo femenino, éste no estaba tan agudizado en mí. Tras sumergir el recipiente en la tinaja cercana a mí, solo girándome a medias y sin apartar mis ojos de aquel hombre que se desangraba sobre mi mesa más de un segundo, esperé a que la superficie cóncava se llenara, al tiempo que hacía recopilación los datos de la situación.

”A ver. Se supone que lo que tienes delante de ti es un hombre que se puede transformar en gato o un gato que se transforma en hombre. Se supone que ese hombre-gato, o gato-hombre es parte de las fuerzas de la ley y te estaba siguiendo…. De pronto me inundó una leve sensación de angustia, como si un jarro con agua fría hubiera caído sobre mí. ¿Por qué narices se suponía que él me había estado siguiendo? Que yo supiera no había hecho nada de gravedad y dudaba que algún hurto menor o alguna pelea callejera sin mayores consecuencias hubiera atraído la atención de esa especie de ”policía secreta”.

- Aquí tienes – le dije tras recoger el cuenco lleno y colocarlo a su lado y mirándole, de nuevo a los ojos con una expresión algo desconfiada. Una vez hecho eso, me retiré un paso hacia atrás para poder controlar algo mejor la situación -. Perdone, pero me gustaría saber el motivo por el que me lleva siguiendo toda la mañana – le expuse mi duda, solo percatándome un momento después de que sería descortés no ayudarle, ya que se había expuesto por mí ante aquel hombre del callejón. ”El sospechoso” repetí en mi fuero interno - ¿Quiere que le ayuda con eso? – le propuse, refiriéndome a la herida, a pesar de arriesgarme a que me tuviera desprevenido, al fin y al cabo, supuse que, de haberme querido hacer daño, ya había tenido tiempo de sobra
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Mensaje por Aifric Colfer Vie Sep 10, 2010 5:03 am

- Gracias - Comentó cuando el joven le había traido el cuenco con agua, sumergió el trapo en ella y luego se lo llevó a la herida. Frunció el ceño y dejó escapar un suspiro entrecortado cuando hizo contacto con la piel magullada, un dolor necesario, pensaba, si no la lavaba la curación sería más lienta y una infección era lo último que necesitaba, la sangre era un rastro muy fácil de seguir y no quería ir por ahí ofreciéndose en bandeja para ningún otro depredador.

- Oh... si claro, perdone mi descuido Sir -
Comentó respirando con fuerza, reprimiendo un grito de dolor - Tal parece que existe una conspiración detrás de su apellido familiar, Sir Anatol - Comiezó as explicar humedeciendo el trapo de nuevo en el agua y escurriéndolo - El control de imigración ha reportado el ingreso al país de una familia proveniénte de Rusia, según el archivo 23, una organización de delincuentes que se dedican a estorcionar familias adineradas, realizando secuestros para luego pedir cuantiosas sumas, se interesó en la familia Trubetzkoy, debido a su historia pasada -

Se mordió el labio inferior, sintiéndo que una ligera fiebre le subía, pues de repente sentía el cuerpo más caliente y comenzaba as sudar ligéramente, su piel perlándose delicadamente en el rostro y pecho, debía ser una reacción a la heridada, pensaba, esperando que no empeorara.

- Me han asignado el caso a mi, por eso le seguía, teníamos información de que el hombre iba trás el hijo varón de los Trubetzkoy - Continuó, volviendo a depositar el trapo en el cuenco - Se supone que era una operación encubierta... pero ya ve, cosas de la vida, he sido descubierto por usted - Agregó esbozando una débil sonrisa - Oh... gracias si, se lo agradecería enormemente si puede hecharme una mano, no quiero que esto se infecte... podrían estar siguiéndonos, no tengo tiempo para debilitarme, debo protegerle... -
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Vie Sep 10, 2010 9:17 am

El muchacho frunció visiblemente el ceño al escuchar las palabras de aquel hombre del que no conocía mucho y del que, quizás, supiera demasiado. El que hubiera una asociación ilícita, al tiempo que de su misma nacionalidad, que se dedicara a sobornar a personas honradas más bien le traía sin cuidado, pero que su interés se hubiese fijado sobre su familia no le parecía nada atractivo, nada apetecible.

- Pues, por muy compatriotas míos que sean, no deben de estar muy al tanto de las noticias de la Madre Patria; el zar nos mandó al exilio y prácticamente todos nuestros recursos y fondos se quedaron atrás, en suelo ruso – quizás, el muchacho pensó, estaba excediendo al dar información. De pronto cayó en la cuenta de un dato que posiblemente fuera de vital importancia -. ¿Se trataba del hijo menor o del mayor? – preguntó al tiempo que se acercaba a la mesa en busca del trapo que ahora descansaba sobre el borde de madera del cuenco – No soy el único varón de esta familia, aunque sea el único que resida en esta casa – de pronto una mueca de severa preocupación cruzó su rostro. Su hermano les había causado muchos problemas, demasiados, más de los que debería el heredero de antaño tan ilustre familia, y, en vez de tratar de solventarlos, solo se había sumido en un estado de autocompasión que terminó por empeorar la situación. A pesar de eso, Anatol sentía un deber hacia él, aquellos lazos de familia que había aprendido a conservar a pesar de las diferencias, un valor que, por mucho que le pesara, a veces veía muy ligado a él

El joven ruso apoyó su mano izquierda sobre la mesa para inclinarse hacia adelante, pasando con cuidado el trapo sobre la herida, la cual aún seguía sangrando levemente. “El agua tampoco ayudará mucho a que eso sane” pensó el muchacho, por lo que, tras una leve disculpa, procedió a encaminarse hacia una habitación contigua. Levantó la tapa de un roído baúl, cuyas bisagras chirriaron al efectuarse el movimiento, y sacó unos trapos que su madre guardaba para remiendos o cualquier utilidad que se les pudiera dar. Volviendo a la sala, haciendo retumbar sus pies sobre el suelo de madera decolorada, se dirigió al hombre.

- Creo que convendría vendarlo – sugirió, mojando una de las improvisadas vendas y escurriéndola para desposeerla de cualquier impureza, al menos en la medida de lo posible, aún a la espera de que reafirmara su intención -. ¿Y cómo se supone que me va a proteger, señor…? – dijo, haciendo evidente que no sabía aún como debiera nombrarle
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Mensaje por Aifric Colfer Lun Sep 13, 2010 8:29 am

Se quedó realmente en shock con la información que el chico le estaba dando, pues en los archivos no se hablaba de dos hijos varones sino de uno sólo, pero el chico revelaba la existencia de otro hermano, eso cambiaba completamente las cosas, podrían estar siguiendo a la persona equivocada y... ¿Podría ser un malentendido a proposito? ¿Parte de una conspiración para acabar con la familia?

- En los documentos que me han facilitado, sólo se habla de un hijo, Sir Anatol - Comienza a explicar con expresión consternada - Esto es muy extraño, pocas personas saben de vuestra salida de Rusia... pero ¿Porqué alguien se tomaría la molestia de montar toda esta confusión? Tal parece que hay intereses mucho más tubios bajo la mesa, de los que desconozco - Agrega entrecerrándo los ojos.

El chico le dejó por un rato y volvió con unas improvisadas vendas, las lavó primero y luego las usó para detener la hemorragia, el chico probablemente no tenía mucha idea de medicina, pero era una solución temporal que agradecía.

- Con todo lo que tenga -
Responde enérgicamente esbozando una sonrisa honesta, Aifric era tan claro y transparente como el agua de la laguna, una persona cuyas intenciones eran fáciles de leer en sus expresiones puras - Literalmente con uñas y dientes - Rie con ganas, una risa expontánea y fresca, como si no se estuviera desangrando por un brazo - Me preocupa un poco ese hermano suyo, ¿podría hablarme de él? -
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Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Mar Sep 14, 2010 7:11 am

Tolya frunció el ceño. Al parecer la organización para la que trabajaba Aifric no estaba tan enterada como debiese, lo cual hizo que el muchacho desconfiase algo de su real efectividad, mostrándolo con un ceño fruncido. Fuera como fuese, era lo único que tenía y, al menos, esperaba que algo más efectivo que la policía corriente sí fuese.

- Mi hermano… - soltó en un suspiro al tiempo que retrocedía hacia la encimera, de nuevo, para apoyarse – Es él el culpable de la situación en la que mi familia se encuentra. Toda su vida ha sido un vividor, en el mal sentido de la palabra y, según creo, lo sigue siendo – explicó el ruso, como un resumen, aunque tenía intención de explayarse algo más -. Mi hermano, en Rusia, vivía como un buen señorito de clase alta, frecuentando los casinos y las numerosas tabernas de la ciudad con sus muchos amigos. La principal afición de ese grupo era rondar a jovencitas… para ya sabemos qué – dijo, alzando las cejas al tiempo que pronunciaba ese improvisado eufemismo -, pero mi hermano fue tan tonto que no se le ocurrió otra cosa que intentarlo con la zarevna, la hija del zar, y lo peor es que lo consiguió – elevó un momento la vista al techo para indicar indignación ante la estupidez -. El zar nos expulsó y aquí estamos – se encogió de hombros

Lo cierto era que culpaba a su hermano de la situación, y él opinaba que con razón. Le culpaba en parte por la muerte de su padre, aunque indirectamente y nunca verbalmente, de las carencias que estaban pasando y, sobretodo, de no haber intentado nada por ayudarles. Parecía que aquel proyecto de hombre malformado no lograba aprender.

- Se llama Vasili y hace más de un año que no sé de él – se sinceró-. Lo cierto es que no me extrañaría demasiado que, si esa gente son rusos, alguno tuviera algún tema sin resolver con él; en San Petersburgo y Moscú, Vasili era bastante conocido, y no precisamente por su bondad – dijo con una mediana y algo amarga sonrisa

La carcajada del cambiaformas se le contagió en parte, haciendo que sus labios se ensancharan espontáneamente y que un suspiro se convirtiera en un vago intento de risa. Anatol se removió sobre su posición, buscando una postura algo más cómoda.

- Si hay algo que pueda hacer para ayudar, solo dímelo – le comunicó. Tolya aún se debatía entre si debería ayudar a su hermano o no, ya que, aunque sentía lealtad hacia a él, como familiar suyo que era, sabía que él era el mayor y, por lo tanto, heredero del título de ”Príncipe Trubetzkoy”, puesto que no le veía como buen gobernante, ni siquiera que se lo mereciera. De todas formas, debía evitar cualquier peligro: no podía exponer a su madre y a su hermana
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Mensaje por Aifric Colfer Miér Sep 15, 2010 5:17 am

Mientras escuchaba la historia del hermano del chico, no podía evitar recordar su propia historia familiar. Sintió simpatía por él y aún más deseos de protegerle. Sin embargo debía recordar que una de las principales reglas de su trabajo era no involucrarse sentimentalmente con ningún objetivo, esto era no simpatizar de ninguna manera, porque en un momento de acción, cuando tenías que tomar desiciones en cuestión de segundos, esos sentimientos podrían confundirte y Aifric bien sabía que una confusión en su trabajo costaba vidas.

- ¡Bastardo! - Se le escapó y de inmediato se llevó la palma de la mano a la boca - Perdone... Sir Anatol - Agregó y sus mejillas se colorearon por la verguenza - Es su hermano... pero como se diría en mi tierra, is a fucking asshole! - Dejó escapar un suspiro. Toda la historia parecía cambiar ahora, en los documentos que le habían facílitado se hablaba de un sólo hermano y no se mencionaba aquel deliz con la mujer del Zar.

- Su historia es realmente triste - Continua haciendo un puchero que contrastó graciosamente con su rostro de adulto, no pretendía mostrar lástima por el chico, pues era un sentimiento que odiaba en las personas, pero no podía evitar sentir tristeza por la forma en como toda la familia había acabado por culpa de un sólo individuo - Todo el mundo piensa que su propia historia es una tragedia y se la pasan quejándose constantemente, pero nunca sabes realmente por lo que pasan otros -

Se levantó de mesa finalmente y se llevó la mano a la herida sosteniendose los pañuelos que el joven le había dado, volvió a sonreír.
- La única forma en la que puede ayudar Sir Anatol, es continuando con esa actitud responsable y valiente que ha tenido hasta ahora, su madre y hermana deben estár más que agradecidas de tenerlo a usted con ellas - De repente pareció caer en cuenta que estaba desnudo - Eh... ¿Podría facilitarme un pantalón? - Le preguntó avergonzado por tener que pedirle algo así - Regresaré al cuartel general e investigaré más a fondo este caso, no me hace gracia las lagunas de información y las considero altamente sospechosas, por ahora no hay nada que pueda hacer, el asesino volverá a la escena del crimen, estoy seguro ¡y allí estaré yo siguiéndole los pasos! -
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Archivo 23, Caso Trubetzkoy. (Anatol) Empty Re: Archivo 23, Caso Trubetzkoy. (Anatol)

Mensaje por Anatol K. Trubetzkoy Dom Sep 19, 2010 1:31 am

Anatol negó con la cabeza, restando importancia a la reacción. Lo cierto era que, por mucho que despreciara a su hermano, aún tenía algo de apego a él. ¿Afecto? ¿Lealtad a su apellido? No podía asegurar qué era, aunque, de ser lo segundo, probablemente lo cumpliese mejor quitando de escena a aquel que había deshonrado de tal manera el nombre de tal ilustre familia. Fuera como fuese, no le deseaba ningún mal, aunque esperaba que no volviese a entrometerse en su camino y planes de futuro o, quizás, tendría que tomar cartas en el asunto. Lo cierto era que, desde que el primogénito había decidido abandonar la casa, Anatol no había contado con él para nada y ya se había imaginado el porvenir sin él, fuese bueno o malo.

- Lamentarse no sirve de nada, por eso eché a mi hermano de casa. Solo era un lastre que se fundía nuestros salarios en la taberna – le expliqué, intentando hacerle ver de qué clase de persona se trataba. Lo cierto era que, de alguien haber intentado secuestrar a mi hermano, seguramente no le hubiera sido nada difícil -. Lo único que sirve en estas situaciones es mirar para adelante e intentar seguir - por muy difícil que aquello fuese. Mi hermana, madre y yo estábamos acostumbrados a una vida con prácticamente todas las comodidades que pusiésemos desear, pero habíamos aceptado nuestro destino, no resignándonos, pero luchando por no perder lo poco que nos quedaba

El ruso simplemente se encogió de hombros ante el posterior alago del cambiaformas. No le gustaban mucho los halagos, pero sabía que aquel hombre que le había salvado la vida no lo hacía con mala intención, por lo que, sencillamente, tomó una postura más mesurada. A continuación y, ante su petición, Anatol se levantó directo a su cuarto, pensando por qué no se habría dado cuenta de haber llevado unos pantalones consigo la anterior vez que se había adentrado en la pequeña zona privada de la casa. Quizás hubiera pensado que Aifric se volvería a transformar en gato, pero eso era algo bastante improbable, dado el estado de su pata delantera. A su vuelta, colocó el pantalón, de corte recto y de un marrón bastante oscuro y desvaído, a su lado.

- Si estamos en peligro nosotros o le ha sucedido algo a mi hermano, por favor, comuníquemelo – le pidió. Quería saber si, en cualquier momento, tenía que tomar alguna medida por la seguridad de su familia. En cierta forma se consideraba el ”padre de la casa”, aunque bastante más independiente -. O si necesita cualquier cosa, avíseme también – se ofreció, quizás como una especie de recompensa por haber recibido él la bala en vez de su piel
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