Luminita quiere Jugar (Giovanni)

por **Dana Luminita** Mar Mar 01, 2011 6:08 pm

Ding Dong

Luminita hoy quiere jugar, su corazón no palpita y tiene esta noche ojos preciosos sobre sus manos, dignos para su colección. Los miro y los coloco en una caja de madera para guardarlos en una bolsa. Nunca llegarán a ser como los que tuve y perdí, nunca encontraré unos iguales, nunca.

Camino grácil sobre la nieve y mis botas apenas y se hunden por la ligereza de mis pasos. La la lá, una canción para los moribundos y para los débiles corazones que yacieron en mis labios. Hoy soy el gato abandonado, me regalaré ante el primero que pase a mi paso, meow meow, este gatito quiere un hogar, meow meow, este gatito quiere jugar, tal vez con tus ojos, tal vez con tu alma, tal vez con tus sueños y reiré de felicidad cuando todo lo que sientes se han vuelto tus peores pesadillas.

No, los juegos de esta noche solo son susurros inolvidables, canciones de cuna y del flautista de Hamelin. Saco mi flauta y la giro entre los dedos. Los hombres me siguen como dos perros guardianes. Estoy harta de ellos y les pido de forma hosca mi soledad. Siempre están al pendiente a pesar de que estoy lejos de ellos, escucho sus corazones que laten bombeando la sangre.

Me siento sobre una de las escaleras, en la oscuridad, en esos callejones qué solo huele a soledad... y toco la flauta como aprendí de mi padre, una melodía que me recuerda a viejos tiempos, recuerdos, el pasado, sueños que nunca volverán a ser lo que fueron. Cierro los ojos y disfruto, meow meow, Luminita quiere jugar.

por **Giovanni di Grazia** Vie Mar 04, 2011 4:30 pm

Era una noche fría. Giovanni ya no podía sentirlo en su piel pero lo sabía. Lo había visto en la nieve y en el vaho que exhalaban sus criados antes de que les diese permiso para elevar la temperatura de la casa. Lo había visto en el cielo de París. Quizás por ello se había animado a salir de aquella cueva a la que solía llamar hogar. Quería comprobar por sí mismo si la madre naturaleza era capaz de hacer alguna muesca en sus sensaciones, si podría combatir al vampiro con unas armas tan rudimentarias.

Sus zapatos aplastaron la nieve sin ninguna dificultad, y acto seguido se ajustó la chaqueta más por costumbre que por necesidad. Las calles le recibieron con la misma exclusividad de siempre, ni un alma rondaba por aquel laberinto para ratas. Giovanni se sonrió con altivez y comprobó que el frío no hacía estragos en sus manos, que ni siquiera sus labios se habían rendido a la cuchillada del aire. La muerte había derrotado una vez más a la vida; y esta tenía que limitarse a ver como los vástagos de las Parcas reducían a simple comida a los suyos.

Sus pensamientos, no obstante, quedaron suavemente interrumpidos por un sonido leve, casi imperceptible. El vampiro cerró los ojos para captar mejor aquellas vibraciones que pudo identificar como música. Una música dulce y agradable. Sus pasos decidieron seguir su estela incluso antes que él mismo, incapaz de oponerse a las órdenes de un sonido tan magnífico. La música era a lo único ante lo cual Giovanni estaba dispuesto a rendirse con obediencia.

Cuando llegó al origen del sonido, sin embargo, recobró rápidamente la compostura y aquella expresión de profunda seriedad que se negaba a abandonarle. Clavó aquellos ojos de hielo en la flauta que sostenía la mujer y acto seguido en ella, marcando las preferencias. Se aproximó con pasos lentos calculados. Sabía que era una vampiresa.

-Buenas noches, bella flautista.-Saludó, inclinando levemente la cabeza.-Prosiga.-Indicó mientras acompañaba sus palabras con un gesto de la mano.

por **Dana Luminita** Sáb Mar 05, 2011 9:40 pm

Los sonidos fluyen como la noche entera, con los copos de nieve que acarician mi piel muerta, como esa canción de cuna de una madre en espera, en esa casa desolada, pequeño corazón de un ave neonata.

París, París, París que cubres con tu nieve mi nariz. Las calles parecen ausentes y solo Hamelín puede acariciarla con sus melodías, cierro los ojos solo sintiendo aquel tiempo caer en decoro, los ángeles se burlan de tales fechorías, de un sacrilegio de su dios.

Sentada ahí en esa escalera vieja y oxidada, con esas bombachas de arlequín oscuros con los bordes ocultos en una bota de un color morado y de otro verde, con ese tacón que muy pocos usan, con los tirantes que sujetan un blusón con un cuello dorado, la capa sobre mis hombros se cubre de nieve y en los bordes que bordados con un hilo de oro, están labradas mis iniciales. D.L. Mi cabello casi platinado cae sobre mis hombros, con unas mechas pintadas en color rosa. Un sombrero de arlequín está amenazante en mi cabeza, amenaza con caer, pero se queda haciendo que su dorado color de la tela y de los cascabeles suenen junto con su compañero de juegos, Hamelín, la flauta. Y en mi rostro hay un maquillaje, un maquillaje de un arlequín en un pésimo día.

Las notas dejan de fluir cuando los pasos de aquella sombra se acercan, su aroma es de un condenado, su alma puede palpitar, aunque en ocasiones siempre se burla, se esconde... ¿Lo conoces Juana?... Me levanto el sombrero de arlequín haciendo un acto de saludo levantándome de ese andamio de escaleras como si estuviese en una cuerda floja y camino hacia donde está el hombre, caigo felinamente frente a el y hago una reverencia de época.

Llevo mi flauta hasta mis labios y vuelvo a tocar una melodía, frente al hombre qué está ahí, ese condenado con el alma inconclusa, le puedo ver los ojos, le puedo ver los labios y las manos... ¿Quién eres?... Después que termina la melodía asiento y le digo:
-Este arlequín ha tocado con honor para el caminante de la noche, pero después de escuchar sus pasos... no escuchó su nombre...

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