La nueva gitana (Kaname & Gitanos)

por **Sarella Cardei** Mar Mar 08, 2011 3:26 am

El cielo era aún oscuro, pero diminutos rayos de sol empezaban a despuntar por el horizonte francés, iluminando cielo y tierra por igual con el avance de los minutos.
Mientras la tierra iba tomando color, un pequeño punto negro se movía, proveniente de ése mismo horizonte; con paso lento, pero constante. Aquel mismo punto fue abriéndose paso a solas por todo el territorio que envolvía la mágica ciudad de París, hasta que finalmente alcanzó sus confines y se dispuso a entrar.

La gente madrugadora que había salido ya de buena mañana a trabajar se hacía a un lado rápidamente para dejar paso al carro que recorría las calles parisinas. Miles de miradas se fijaban en la chica que tiraba de él, miradas que, o permanecían fijas en ella sin ningún tipo de vergüenza o miradas que rápidamente cambiaban de objetivo presas de la incomodidad. Sea como fuere, Sarella seguía manteniendo la cabeza altiva y la mirada al frente, aunque a veces la inclinaba para observar aquellas magníficas calles.

¡Edificios! Los había por doquier, por donde mirase, millones de casas colocadas unas sobre otras. Casas fijas, altas, donde podían residir muchas familias a la vez. La verdad es que era un cambio curioso, teniendo en cuenta de que la chica había pasado la mayor parte de su vida viviendo en una carreta y rodeada de gente que vivía de la misma forma. Aún así, no era ese tipo de casas las que buscaba.

Sarella había oído que París estaba poblado también por gitanos como ella, en algún lugar debían residir, porque dudaba que hubieran dejado de lado toda su vida para meterse en aquellas casas sólidas, altas y frías. Así que la chica siguió recorriendo la ciudad en busca de más carretas como la suya.

El pobre animal que tiraba de la carreta, un burro cuya edad distaba bastante de lo que se consideraría su juventud, hacía ya esfuerzos por tirar adelante él solo la carreta, mientras rebuznaba y se quejaba como podía pero, a pesar de que a Sarella le hubiera gustado bajarse y calmarlo un poco, estaban en medio de la urbe, no podía parar ahí mismo el carro. Por suerte, en ese instante, la calle por la que transitaban desemboco en una especie de plazoleta grande, cubierta por carromatos y carpas por igual. Los restos de hogueras y demás utensilios demostraban que en aquél lugar vivía gente que hacía vida al aire libre. ¡Gitanos!

La chica bajó con alegría de su carro y ayudó al burro a tirar de el mismo los últimos pasos hasta lograr instalarse en algún lugar de aquella plaza.

- Vamos, amigo – dijo mientras trataba de empujar el carro por uno de sus laterales. – Ya llegamos. Venga, venga, lasho, lasho.