Hipnotizado {Quinn}

No sabía porque demonios me encontraba ahí, parado, inmóvil, sin ni siquiera parpadear, frente a esa gigante estructura hecha de piedra, con la fachada decorada, sobrecargada con imponentes estructuras y figuras que rememoraban criaturas mitológicas que parecían estar mirándome agresivamente intentando intimidarme, ahuyentarme de ese tenebroso lugar alejado de la mano de Dios.
Todavía no sabía como demonios había conseguido llegar ahí, lo único que había hecho había sido correr, alejarme de unos puestos a las afueras de la ciudad, no había tenido más remedio que robar, no era algo que me gustara y además me sentía sucio haciendo eso, beneficiarme del esfuerzo de otros.....lo único que hacía eso era rebajar aún más mi nivel social.

Miré una vez más ese impresionante coloso del que ya había oído hablar antes y del que no me creía nada ''Theatre des Vampires'', así era como lo llamaban, y en esos momentos parecía cobrar vida propia, era como si desde un principio me hubiera llamado, como si sus sombras que parecían moverse cuando apartaba la vista o parpadeara me atrajeran con sus huesudos y largos dedos, como redes de pescador, hacía esa gran portalada de madera oscura, entreabierta, dejando un diminuto hueco por el que, sin casi darme cuenta, me introducí grácilmente.

Contemple la estancia por dentro, perfectamente decorada, con un largo pasillo que recorrí lentamente fijándome en cada detalle; el lugar daba un poco de miedo, y parecía que todas las leyendas que giraban en torno al lugar eran ciertas, al menos empezaba a creérmelas, aunque no era supersticioso, y las leyendas no eran más que eso, cuentos de borrachos.
Cuando terminé de cruzar la estancia abrí la puerta que se encontraba al final, dejando ante mi una imponente sala llena de butacas y con un gran escenario, la estancia en concreto estaba a oscuras, casi vacía, con personas dispersas por todos los rincones, y, obviamente, con los actores.

Estos eran perfectos, apuestos, pero en especial me llamo la atención uno, en el centro del escenario, se movía con desparpajo por él, con naturalidad, con gracia, me quedé de pie, inmóvil una vez más contemplándolo, era alto, rubio y con unas facciones generosas, era afortunado de ser tan atractivo, aunque por otra parte parecía tan...amenazador, con los ojos fríos, con una mirada intensa que congelaba todo a su paso.
Yo, por mi parte, no podía hacer nada más que quedarme con la boca abierta, siguiendo con la mirada al misterioso chico.

Ensayos. Para mí resultaba curioso el simple hecho de que unos seres que se suponían perfectos, como nosotros los vampiros, tuviésemos que ensayar la obra antes de presentarla. Eso demostraba que no contábamos con una personalidad tan sublime como muchos aseguraban, como muchos daban por sentado. Cometíamos fallos y estupideces que mandaban al carajo cualquier teoría sobre nosotros y nuestra capacidad de hacerlo todo bien, impoluto... sin una sóla equivocación.

Quizás por eso me gustaban los ensayos en el Theatre des Vampires. Todos los actores éramos bellos, inmortales. Con la piel de mármol y una belleza casi divina, resultaríamos irresistibles para cualquier percepción humana. Pero no era tan sencillo actuar para otros inmortales, como nosotros, que eran capaces de percibir hasta el más mínimo fallo en un movimiento o un texto mal recitado.

Llevábamos ya una pequeña parte de la noche ensayando. En cuanto se había puesto el sol, nos habíamos reunido sobre el escenario para dar comienzo a esas pruebas. Yo no estaba nervioso... de hecho ninguno lo estaba. Para mí, esa tarima de madera trabajada era como mi segundo hogar... quizás el primero. Me sentía incluso más comodo que en mi propia casa.

De repente un aroma asaltó mis fosas nasales con fuerza, un aroma tan intenso y propio que resultaba inconfundible. Era la esencia humana, esa mezcla de temor, osadía, sentimientos... que yo tanto disfrutaba cuando tomaba la sangre de un pobre mortal. Me giré de forma brusca para comprobar quién había sido el atrevido humano que se había introducido en la boca del lobo. Era un muchacho joven, aparentaría los mismos años que yo, de aspecto algo deprimente... seguramente de clase baja. Ni siquiera me explicaba cómo había podido entrar... definitivamente la seguridad iba decayendo con el paso del tiempo.

Al ver el gesto de mis compañeros, que lo miraban con una sonrisa hambrienta, hice un movimiento con la mano que dejaba claras mis intenciones: ese muchacho era mío, y nadie ahí tenía derecho alguno a tocarlo si no era yo. Fui bajando las escaleras poco a poco, y me situé frente a él. Parecía... abrumado, por mi presencia. Y era algo de lo que no lo podía culpar.

-Hola. ¿Buscabas algo? ¿Necesitas ayuda, te has perdido o ambas cosas?-le dije en un tono amable que seguramente habría dejado sorprendido a más de un vampiro que me conociese lo suficientemente bien como para saber que mi agresividad siempre estaba a flor de piel... y que en cualquier momento podía emerger de las profundidades como un gigantesco monstruo marino, de esos que salían en los libros de historia y de mitología.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que me quede como hipnotizado contemplando al misterioso joven de ojos azules y porte elegante, quizás sólo fueron unos segundos, quizás escasos minutos, pero no podía pensar en otra cosa excepto en él.
Mi corazón estuvo a punto de pararse al ver como dejaba de ensayar y se dirigía lentamente pero con paso seguro y decidido hacía mi, sus ojos me habían atrapado desde el primer momento, si, pero cada paso con el que se acercaba a mi hacía que cayera cada vez un poco más en sus redes.
Por un momento deseé tocarlo, saber como sería su piel, quizás como la cerámica, quizás como el algodón, incluso quizás era una piel normal y corriente, pero era tan perfecta a mis ojos, todo él lo era, y, aunque no solía envidiar a nadie ese joven consiguió producir en mi un indicio de celos, nunca había tenido problema con mi apariencia física, lo único que odiaba era mi ropa, bueno, el conjunto de trapos sucios que llevaba, que remarcaba lo pobre que era y producía muecas de asco en los demás.

Tragué saliva y apreté los puños mientras notaba como los músculos de mi -en estos momentos- insignificante cuerpo se tensaban, como si me estuviera transformando en una estatua más que adornaría la fachada de tan maravillosa construcción como era el ''Theatre des Vampires''
La idea no me disgustó del todo, es más, ni siquiera me pareció horrendo el hecho de dejar de ser humano para convertirme en nada más que un insignificante trozo de piedra.

''Así podría verle todos los días, con eso me basta..''

Sacudí la cabeza momentaneamente, saliendo de mis estúpidas ensoñaciones para darme cuenta de las ridiculeces que había pensado en tan sólo un momento, yo no deseaba a nadie, no creía en el amor, bueno, no en el amor en si, pero que alguien sintiera algo por mi era estúpido ¿Quién se enamoraría o, como mínimo, quién se sentiría atraído hacía mi?, mi propia sombra, y con mucha suerte.
Las sangre se me heló cuando lo vi a menos de 3 palmos, quieto, mirándome y hablándome.....su voz, su voz era perfecta, indescriptible, de poco serviría describir la sensación que provocó en mi oírla para dar a conocer a otros como era.
Aunque ahora que estábamos cara a cara me di cuenta de lo severo que parecía, incluso me produció un poco de temor, tampoco sabía como era, y las apariencias no lo eran todo.
Mis intenciones a partir de ese pensamiento fueron tragar saliva y echar a correr, sin mirar hacía atrás, pero sólo pude completar con éxito la primera parte, el intento de huida no quedó en más que en un espasmo, ni siquiera me giré, sólo podía hacer una cosa, dirigirle la palabra a ese chico que causaba tan diversas sensaciones en mi.

-Yo...sólo...sólo huía, no pretendía incomodarle, ni a usted ni a los demás, siento la interrupción, ni siquiera sé porque he entrado aquí, mis disculpas...-un gesto de tristeza se describió en mi rostro, la realidad era esa, no me había dado cuenta de que a lo mejor era una fiesta privada o que sencillamente gente como yo no podía entrar aquí.
Tragué saliva una vez más y esperé en silencio, notando los latidos de mi corazón y su respiración.

A cada paso que daba, percibía con más claridad las múltiples sensaciones que emanaban del cuerpo del muchacho, cuyos ojos seguían fijos en mí como si fuesen imanes, y yo el maldito polo norte al que siempre apuntaban. Ya estaba acostumbrado a producir ese efecto en humanos, pero jamás me habría imaginado que uno de ellos podría ser tan ingenuo y a la vez tan seductor como para poder mostrarlos de forma tan abierta que ni siquiera se daba cuenta. Notaba su admiración... y su respeto, algo que agradecía teniendo en cuenta que me gustaba estar por encima de todo y de todos, no dejar que nadie me pisase... volar sobre las cabezas ajenas demostrando que estaba levitando a una distancia tan lejana de ellos que jamás podrían dañarme de ningún modo.

Podía observar cómo su pecho se elevaba una y otra vez, mecido por esa acompasada respiración que a pesar de ello se mostraba ligeramente alterada, seguramente por mi presencia cada vez más cercana a su débil cuerpo mortal. Después de hablarle yo, recibí una respuesta que no me decepcionó en ningún sentido... de hecho, me resultó incluso divertida. Era tan inocente... que me daban ganas de mancillarlo, de mostrarle los terrores y placeres que se escondían en cada rincón del mundo, de ese edificio... y sobre todo de mí, una criatura con sed de sangre y una líbido demasiado elevada.

Crucé los brazos ante mi pecho, queriendo reafirmar con ello mi posición de superioridad frente a él. Me gustaba saber que me admiraba físicamente, pero el respeto que había conseguido sobre él tampoco iba a desperdiciarlo. El mundo y mi propia vida me habían enseñado con el paso del tiempo, que antes de ser mordido era mejor intimidar, demostrar valor... o más bien una evidente ausencia de temor que poca gente conocía.

-No has interrumpido nada, así que no te preocupes. Las puertas de este teatro deberían servir para algo, y más si están abiertas-me encogí de hombros, de una forma despreocupada y al mismo tiempo insolente, tan propia de mí como una quemadura tras un incendio. Mis ojos seguían fijos en los del muchacho, que al parecer tampoco podía dejar de mirarme-. Mis compañeros no están incómodos, aunque supongo que como yo... no están demasiado acostumbrados a las visitas en horario de ensayo.

De forma elegante, introduje mi mano en la chaqueta del traje que llevaba y saqué mi pitillera. De ella extraje uno de mis cigarrillos naturales liados a mano, y mientras me lo encendía con un encendedor, iba reflexionando y planeando cuál sería mi siguiente paso. Estaba más que seguro de que ese chico ya no se movería de allí, había logrado captar de una forma tan hipnótica su atención, que sería incapaz de separarse de mí en un buen rato. Así que simplemente sonreí, y decidí que era mejor aprovechar el tiempo que ese desconocido estuviese bajo mi influjo.

-Si quieres podemos pasar a los camerinos a tomar un café... A mí no me importa entrarte en ellos, y dudo que alguien vaya a poner alguna pega al respecto-le tendí la mano, a modo de saludo y presentación-. A propósito: me llamo Quinn. Espero no haberte asustado demasiado con mi forma de actuar patética ahí arriba-señalé el escenario... aunque yo sabía obviamente que actuaba a la perfección. Pero ese tipo de comentarios humildes siempre causaban buena impresión en cualquier humano, fuese de la clase social que fuese.

A pesar de lo que había pensado hacía apenas unos segundos el joven no era ni mucho menos antipático, al contrario, mostraba una personalidad agradable y caballerosa, propia de alguien con su imagen, seguro que tenía mucho dinero, y una buena vida y seguro que era feliz.
Volví a envidiarle levemente, prefería no pensar en esas cosas, dado que no era nadie para criticar la vida de nadie, y menos, la de un completo desconocido que se ganaba la vida honradamente y haciendo lo que le gustaba, no como yo, que me veía obligado a trabajar en lo primero que se me pusiese por delante y en mendigar y robar cuál sucia rata enfermiza.

Casi sin darme cuenta, al estar pensando esas estupideces, como en los últimos minutos, había estado mirándole a los ojos.
''Son tan preciosos....''

Si, eran del mismo color que los míos, pero tenían algo especial, algo único y personal que los hacían diferentes a los demás, quizás eso estaba relacionado con su personalidad o con su forma de ser; al pensar eso me entraron unas ganas inmensas de conocerlo y hablar con él durante horas y horas, estaba seguro de que ni me cansaría ni me aburriría, incluso podría olvidarme de mis problemas por un tiempo.
Y, como si me estuviera leyendo la mente me preguntó que si me gustaría acompañarle a los camerinos a tomar un café, por supuesto, iba a aceptar sin dudarlo, muchos pensarían que lo hacía por el café, por poder llevarme algo a la boca, pero todo lo contrario, a pesar de que en mi vida no había probado uno -y había tenido suerte de llegar a olerlo- lo que anhelaba más que nada era conversar con el desconocido.

-Por supuesto que me gustaría, aunque espero no causar molestias, si en algún momento incomodo a alguno de los presentes siempre puede echarme, ya sabe, me sigue pareciendo extraño que un pobre pueda entrar aquí-acto seguido me dijo su nombre ''Quinn'', era perfecto como él a mis ojos, después menciono que tenía capacidades nulas de interpretación, modesto por su parte, pero, desde mi punto de vista, una gran mentira, quedaba a la vista sus grandes dotes para el teatro-Créeme que no es así, actúas maravillosamente, es decir, actúa maravillosamente, y sólo le he visto durante un par de minutos como mucho-sonreí y me llevé la mano derecha a la cabeza, acariciándome el pelo, quizás para calmarme, quedaba a la vista lo nervioso que estaba, y todo era producido por él, por Quinn-Y, por dónde se va a los camerinos, estoy deseoso de hablar con usted...quiero decir, perdón por la indecencia...-quizás pareció cómico, pero por mi parte era una indecencia, algo propio de un maleducado, era pobre, pero debía de demostrarle a todo el mundo cuan educado era.

En esos momento, me sentía como un dios, algo bastante paradójico teniendo en cuenta que ese humano debería verme como una reencarnación del demonio, y no una deidad admirable. Aunque también era cierto... que cabía la posibilidad de que él ya supiese de la existencia de vampiros, y por lo tanto también fuese conocedor de mi propia naturaleza y la de mis compañeros de trabajo. De ser así... debía reconocer que el muchacho tenía mucho aplomo y valor para meterse en un teatro lleno de hambrientas criaturas de la noche, que sólo pensaban la mejor forma de llevárselo a la cama y clavarle los colmillos en la delicada piel de su cuello.

Traté de alejar esos pensamientos de mi mente... Sería contraproducente que me lanzase sin ton ni son a morderle. Antes tenía que seducirlo, llevarlo a mi terreno... hacer que me mirase con más admiración si podía ser. Tenerlo en mis manos, a mi merced... Para que llegado el momento, no se opusiese de forma voluntaria al mordisco, sino que dejase que todo pasara.

Con una sonrisa amable y elegante, lo miré durante unos segundos más y empecé a caminar, esperando que él me siguiese. Notaba las miradas de mis compañeros clavadas en mí, unos con curiosidad por lo que podría suceder esa noche... otros con simple envidia de que yo había conseguido comida de forma bastante sencilla. Mis pasos resonaban por los pasillos del teatro mientras caminabamos. Podía sentir complacido la presencia del chico humano a mis espaldas. Ya faltaba poco para llegar.

Una vez llegamos a la puerta de mi camerino, me detuve y la abrí, haciendo un gesto caballeroso para dejarle pasar a él primero, aunque evidentemente... ese chico no era una dama. Entré tras él, me acerqué al pequeño mueble-bar con el que contaba la estancia, y saqué dos copas. Una de ellas la llené con algo de buen licor, luego me giré hacia él, sin dejar de sonreír... sin mostrar mis colmillos claro.

-¿Te apetece algo de beber? Ponte cómodo. Sé que es algo más pequeño que una habitación... pero el sofá de la esquina es estupendo-me encogí de hombros mientras seguía señalando la copa de él.

Por un instante dudé si finalmente seguirle o no, esa no era mi forma de hacer las cosas, nunca había tenido un amigo propiamente dicho, y, por lo tanto, nunca había aprendido a confiar en alguien, era cierto que quería ir tras él, aunque pensara lo contrario cada dos minutos, pero tampoco sabía que quería exactamente, podía ponerme a pensar que no era más que un acto de caballerosidad por parte de un desconocido y dejar ahí las cosas, pero eso sería demasiado simple y sencillo.
Por un momento pasaron por mi cabeza las múltiples historias de terror que había escuchado a lo largo de mi vida, no eran pocas, porque, aunque las detestaba y luego me provocaran pesadillas e insomnio la curiosidad tenía más fuerza que yo, quizás, sólo por eso, decidí seguirle, por curiosidad, aunque en el fondo de mi ser sabía que no era por eso, era por algo más profundo, por un sentimiento que producía en mi, por una sensación que llevaba notando desde que le miré a los ojos, como si él mismo, como si Quinn, me atrajera suavemente.

Ignoré las miradas de los demás, tanto de los que presenciaban los ensayos como los actores en si, amigos de Quinn suponía, quizás estarían pensando que como era capaz alguien como él de dirigirme la palabra a alguien como yo, seguía dudando de sus intenciones, pero me daba igual, lo único que no quería era separarme de él, así que, después de recobrar la movilidad sobre mi cuerpo le seguí, teniendo la mirada fija en él hasta su camerino, mientras caminaba, de vez en cuando, desviaba la vista de él para fijarme en la decoración del lugar y en sus visitantes, todos ellos provocaban una atmósfera de perfección y que mi síndrome de inferioridad fuera a peor, parecían una gran familia, todos, Quinn y ellos, eran prácticamente iguales, de proporciones perfectas y de movimientos elegantes y acompasados, hasta el público parecía formar parte de esa familia imaginaria, aunque no había alcanzado a poder ver bien sus rostros, algunos se los tapaban y otros me daban la espalda; seguía pensando que este no era mi lugar, pero me daba igual.

Entré delante de Quinn a su camerino, el cuál me ofreció la entrada abriéndome la puerta e interpretando un gesto caballeroso, me reí para mis adentros, nunca nadie se había comportado conmigo con tanta formalidad.
El camerino en si era precioso, como el resto del Teatro, claro, aspiré por mis fosas nasales el dulce olor que provenía de la sala, no sabía siquiera como describirlo, pero era agradable, y más para mi, acostumbrado a vivir en la maloliente calle día si, y día también.

-No se preocupe, hace tiempo que no veo una habitación propiamente dicha, y, espero no incomodarle, no hace falta que me ofrezca nada si no quiere-sonreí, intentando mostrar mi mejor cara, mientras me acercaba poco a poco al sofá de cómoda apariencia, sabía que, quizás, quedaría como una falta de respeto, pero hasta que no lo vi no me dí cuenta de como me dolían las piernas.
Me senté en él, recto, sin tomarme muchas libertades a la hora de acomodarme, al fin y al cabo, no era mi casa.

El leve brillo de admiración que percibí en las pupilas de mi acompañante cuando entramos en mi camerino, me hizo suponer que rara vez había tenido la ocasión de entrar en una habitación lujosa como era esa... incluso siendo esta un camerino, en el que no había demasiadas comodidades. Estaba decorado en tonos beiges y dorados, como el resto del teatro. En la pared del fondo había un enorme tocador, con un gran espejo y diversas luces iluminando su contorno. En la pared de la derecha, se situaban dos grandes colgadores, repletos de perchas con trajes que empleaba en las distintas funciones que representábamos. Por lo demás... era muy decende. Un par de sofás mullidos, una lámpara de techo, y un pequeño armario en el que guardar toda mi ropa de calle y mis objetos personales. Aparte del mueble-bar, no contaba con ningún otro tipo de lujo más.
Entonces me quedé pensativo, reflexionando acerca de sus palabras. Ese muchacho parecía totalmente contrario a mí... Poco seguro de sí mismo, tímido y algo apartado, representaba esa parte de mí que había quedado suprimida desde mi más tierna infancia. Fue entonces cuando me di verdadera cuenta de que lo que más me había llamado la atención de él, era que a pesar de no tener mucho dinero ni bienes materiales, ese chico era como a mí me habría gustado ser, y no un vampiro amargado, resentido... estancado en los recuerdos de una vida que convendría olvidar.
A pesar de que me había dicho que no hacía falta, le serví otra copa de lo mismo que me había echado yo, y se la tendí mientras iba tomando asiento a su lado en el sofá, algo apartado. No quería incomodarle en exceso, y sabría de sobra que en muchas ocasiones, el simple hecho de acercarme ya hacía que los demás sintiesen deseos de salir corriendo.

-Sé que no hace falta, pero me gusta ser caballeroso con mis invitados, tengan el nivel social que tengan. Al fin y al cabo, sigues siendo una persona, como todos esos ricachones que caminan por la calle. ¿No es cierto?

Si, seguía siendo una persona, aunque todos me vieran como un deshecho andante, pero no podía hacer nada para cambiarlo, si protestaba lo máximo que podría ganar era un pase directo a la horca, quizás con eso terminarían mis sufrimientos pero no quería terminar con mi vida tan rápido, no aún, quizás, y sólo quizás, todo podría cambiar a mejor.
Que extraño, hacía ya tiempo desde la última vez que quise que algo cambiara, que pensé que todo mejoraría, no sabía la razón por la que de repente volvía a ser optimista, pero sentía algo en mi pecho que me impedía ser de otra forma, últimamente las cosas estaban cambiando mucho, no notaba tanto desprecio por parte de todos, incluso hice un amigo hace unos días, por todo eso volvía a ser feliz, y ya no se me hacía tan difícil existir, no como antaño.
Palpé con la mano el sofá en el que estaba sentado, hasta entonces las había tenido recogidas en mis rodillas, por educación, pero no me pude resistir a acariciarlo, era tan....suave, sin duda me encantaría dormir ahí, una pena, lo único que iba a tocar en unas horas para dormir iba a ser el frío suelo.

-Si le digo la verdad....no tengo ni idea de lo que hay para beber, si que sé lo que es el alcohol, pero nunca he probado nada que no sea agua, no me lo puedo permitir, así que, si tanto insiste, póngame lo que usted quiera

Miré nuevamente a Quinn, pero no solamente a sus ojos, como las anteriores veces, esta vez lo contemplé de arriba a abajo, era perfecto, como una escultura griega, y su rostro era muy masculino, denotaba un carácter decidido y seguro de si mismo, en comparación con el mío, de niño, con ojos que no expresaban nada y siempre una línea recta en la boca.
Reparé en que todavía no había dicho mi nombre, al contrario que él, quizás le había parecido un acto de desconfianza, cuando en realidad era todo lo contrario.
-Siento no haberme dado cuenta antes, mi nombre es Nikola Novikov, Niko, siento la falta de respeto...vaya, siempre me estoy disculpando.-sonreí y me llevé una mano a la cabeza.