De hel is hier [Leonard]

Era una noche calurosa en París, no especialmente cálida. No me gustaba el calor, tampoco es que lo sintiese del todo, pero yo agradecía al frio su existencia. De hel is hier, el infierno está aquí mismo, en la tierra, no hacía falta buscar en ningún otro lado, ni esperar a la muerte para ir a el... que gracioso, esperar a la muerte, no hacía falta esperarla, luego, por obras sobrenaturales se podía seguir viviendo. Por eso decía que el infierno está aqui, y nosotros, los vampiros, eramos los demonios, de eso no había duda, estábamos condenados para siempre.

Caminaba junto al rio Sena, sola, y mis pasos apenas se oían, incluso si alguien caminase ahora por mi lado no me vería, creería que un fantasma de piel blanca y traje negro se paseaba como alma en pena, cerraría los ojos, miraría de nuevo y luego ya no vería a nadie. En eso me había convertido yo ahora, en un fantasma, nadie sabía de mi existencia, tan sólo un amor del pasado y dos vampiros sádicos, desgraciadamente la influencia de esos dos seres fue demasiado fuerte, y yo, siempre iluminada por una persona había sido relegada al avismo que estos dos me habían descubierto, la curiosidad mató al gato, dicen por ahí. Pero a mi no me importaba nada en absoluto, realmente nada desde hacía tiempo, siempre había estado vacía por dentro, como decía, tan sólo una persona en mi vida me había enseñado un camino, pero ese camino empezaba por su nombre y terminaba con su abandono, así que ¿qué mas daba ya todo? Había mutilado, torturado, desangrado, reído, abandonado, utilizado a infinidad de personas, sobre todo humanos, sobre todo hombres. Luego les había olvidado, si merecían la pena, los dejaba vivir, sino, los mataba. Nunca me había complicado mucho la vida.... hasta ahora. ¿Qué hacía yo teniendo pensamientos existenciales? ¿Acaso sabía qué era eso?
Sólo había una manera de sacar este tipo de pensamientos de mi cabeza, pensamientos que me hacían daño pues me hacían pensar y conocer lo mas profundo de mi; esa manera era bebiendo, no había mayor abandono.
En cierta manera era masoquista, me gustaba arriesgarme, ser directa, como por ejemplo, escupir veneno en la casa de Dios, beber la vida y poder gritarle a la cara "¿Ves? Soy yo la omnipotente, no tu" y no es que fuese creyente, esas cosas siempre me habían dado igual, tan sólo era pura rebeldía contra toda esa manada de inútiles, mansos como ovejas asustadas, que creían en el cielo, en la justicia y en el amor. Nada de eso existía, era todo un invento. Me hacían reir.

La catedral estaba cerrando sus puertas a la mayoría del público cuando me presenté ante la puerta, el sacerdote encargado se sobresaltó y no pudo dejar de mirarme durante unos largos segundos. Sin duda mi piel casi transparente y mis ojos sobrenaturales le habían asustado. El efecto se consumaba con mi ropa, corsé negro con seda gris perla y falda amplia de satén, mis hombros quedaban ocultos bajo la capa de un negro brillante. Mis labios ansiosos se curvaron, mostrando una sonrisa ladeada, estaban pintados de rojo mate. Me encantaba tener un aspecto tenebroso, hacía que las personas se alejasen de mi.
Con esos movimientos rápidos que teníamos los de nuestra estirpe sujeté la puerta, el hombre abrió los ojos, asombrado por la fuerza de una mujer delgada y pálida.

- Sin duda... - susurró el pobre desgraciado bajando la cabeza, no hacía falta que le dijese nada, yo ya le había transmitido con la mirada lo que yo deseaba.

Pasé por su lado, sin mirarle siquiera, aspirando el aroma a sangre, tuve que cerrar los ojos para no lanzarme contra el allí mismo. No era hambre, era odio contra el y contra todo en lo que el y los suyos creían. Después de tanto tiempo ya sabía controlarme bastante bien ante estas situaciones, manipulaba y esperaba.

En el interior de la catedral tan sólo se encontraban varias personas, la mayoría gente mayor y alguna que otra familia ¿qué esperaban? ¿Que Dios bajase y les diese directrices sobre como ser buenos e ir al cielo? Me reía en la cara de todos ellos, una y otra vez.... ¿qué mas daba? Me paseé por entre los pasillos, moviendo la cintura y quitándome lentamente el largo guante negro de la mano, mirando a los hombres seductoramente y a las mujeres socarrónamente.
No era esta mi forma natural de actuar, solía ser hosca, simple y directa, nada coqueta, pero hoy me sentía así, con ganas de algo nuevo en mi vida. Al sentarme al fin en uno de los bancos, me acomodé la falta con parsimonia y hice la señal d ela cruz con desgana, como si fuese un chiste.

- Amén... - dije en voz no tan baja, escondiendo una risita.