AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La edad de la inocencia (Roldán)
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La edad de la inocencia (Roldán)
Para aquella rubia las cosas habían cambiado abismalmente. Sabía de la existencia de los seres sobre naturales, pues evidentemente su protector lo era. No, no eran del todo malvados como dictaban las leyendas, por el contrario ese mismo ser la había salvado dos veces, primero salvándole la vida y después salvándole, o al menos aplazando, su matrimonio ventajoso para los Schoonmaker, terrible para el alma de aquella joven de rubios cabellos.
Tristemente, solo había quedado en un aplazamiento, y el tiempo apremiaba, tanto que su mismo benefactor continuaba introduciéndola en la sociedad de el hermoso Paris, tan diferente a su natal Londres que en ocasiones se agobiaba pero siempre de buena manera, con una gran disyuntiva; al ser promovida entre la elite parisina, nuevamente sería juzgada como una joven casadera, lisa para encontrar al mejor partido.
Era evidente que para Meredith eso le producía un agobio incomesurable y, que pese a escapar a su destino, no lo haría eternamente. Pero si podría al menos tomarse un tiempo para si. Era demasiado común que entre las personas de sociedad se pasease por los lugares donde estaba bien visto estar, lugres públicos, de hermosos paisajes y de historias encantadoras. Aquella mañana, si no salía pronto de aquella casa, miss Schoonmaker terminaría por asfixiarse en un eco de ansiedad; para evitar esto justifico su salida en solitario, o mejoro dicho, con su dama particular dado que su benefactor no podría acompañarle dada su naturaleza.
Aquella mañana lucía particularmente hermosa, pues el color le favorecía por completo. Su vestido como era costumbre llevaba metros y metros de tela de un tono perla, elegante y delicado a la vez, con un escote cuadrado con remates de un muy fin encaje, mismo que era lucido de igual manera en su manga de tres cuartos. para dejar ver la estrechez de su cintura, un fajin de color palo de rosa hacía el contraste perfecto con la gasa del vestido, y del mismo fajin se colocaban unas largas cintas a manera de moño con una cola excepcionalmente bien formada. En eso no había cambiado en nada su educación, siempre se debía lucir presentables para mostrar el respeto hacia los posibles interlocutores como as u misma familia.
Se calzo sus guantes de encaje hechos a medida, y se dirigió donde el cochero yacía esperándola, como debía de ser, seguida por su joven dama, que portaba la sombrilla y el sombrero pertinente para aquella joven de ojos azules y si n más se dirigieron a uno de los lugares más concurridos, si bien su dama no le preguntaría nada, si le contravino en el uso del sombrero -Miss Schoonmaker, debería hacer uso de su sombrero, de lo contrario podría lastimar su piel con alguna peca- menciono aquella joven no mucho mayor a la edad de Meredith.
Lamentable, el protocolo lo exigía, pero en lo particular, siempre gozo de llevar los cabellos libres, cuando aun era niña y el protocolo no era tan grande. Le dedico una sonrisa condescendiente a la joven y finalmente acepto colocándolo de la manera apropiada, para satisfacer a aquella joven que en efecto, tenía el rostro lleno de aquellas marcas.
Antes de bajar, se permitieron el lujo de dar un par de vueltas por la plaza de Tertre, para admirar el panorama y con la doble intención de ser vistas, en aquel carruaje sin techado blanco, y cuando finalmente lo hicieron fue su dama quien bajo para después ayudar a hacer lo mismo a su ama.
Miss Schoonmaker seguía siendo elitista, no conocía otra forma de ser, pero del mismo modo, se sentía apenada por recibir tantas atenciones de esa chica que seguramente, tendría mas aspiraciones, justo como ella. No lo menciono, pues no era el momento para hacerlo y por tanto se dispuso a pasear, seguida por la joven que hacía lo imposible por cubrirle el sol -no es necesario Audrey, estoy segura que el sol parisiense resultará saludable- pidió la rubia ligeramente exasperada, quería sol y viendo.. quería la caricia de ellos sobre su piel, y por alguna razón, eso parecía no ser lo adecuado, no para una dama como ella.
Tristemente, solo había quedado en un aplazamiento, y el tiempo apremiaba, tanto que su mismo benefactor continuaba introduciéndola en la sociedad de el hermoso Paris, tan diferente a su natal Londres que en ocasiones se agobiaba pero siempre de buena manera, con una gran disyuntiva; al ser promovida entre la elite parisina, nuevamente sería juzgada como una joven casadera, lisa para encontrar al mejor partido.
Era evidente que para Meredith eso le producía un agobio incomesurable y, que pese a escapar a su destino, no lo haría eternamente. Pero si podría al menos tomarse un tiempo para si. Era demasiado común que entre las personas de sociedad se pasease por los lugares donde estaba bien visto estar, lugres públicos, de hermosos paisajes y de historias encantadoras. Aquella mañana, si no salía pronto de aquella casa, miss Schoonmaker terminaría por asfixiarse en un eco de ansiedad; para evitar esto justifico su salida en solitario, o mejoro dicho, con su dama particular dado que su benefactor no podría acompañarle dada su naturaleza.
Aquella mañana lucía particularmente hermosa, pues el color le favorecía por completo. Su vestido como era costumbre llevaba metros y metros de tela de un tono perla, elegante y delicado a la vez, con un escote cuadrado con remates de un muy fin encaje, mismo que era lucido de igual manera en su manga de tres cuartos. para dejar ver la estrechez de su cintura, un fajin de color palo de rosa hacía el contraste perfecto con la gasa del vestido, y del mismo fajin se colocaban unas largas cintas a manera de moño con una cola excepcionalmente bien formada. En eso no había cambiado en nada su educación, siempre se debía lucir presentables para mostrar el respeto hacia los posibles interlocutores como as u misma familia.
Se calzo sus guantes de encaje hechos a medida, y se dirigió donde el cochero yacía esperándola, como debía de ser, seguida por su joven dama, que portaba la sombrilla y el sombrero pertinente para aquella joven de ojos azules y si n más se dirigieron a uno de los lugares más concurridos, si bien su dama no le preguntaría nada, si le contravino en el uso del sombrero -Miss Schoonmaker, debería hacer uso de su sombrero, de lo contrario podría lastimar su piel con alguna peca- menciono aquella joven no mucho mayor a la edad de Meredith.
Lamentable, el protocolo lo exigía, pero en lo particular, siempre gozo de llevar los cabellos libres, cuando aun era niña y el protocolo no era tan grande. Le dedico una sonrisa condescendiente a la joven y finalmente acepto colocándolo de la manera apropiada, para satisfacer a aquella joven que en efecto, tenía el rostro lleno de aquellas marcas.
Antes de bajar, se permitieron el lujo de dar un par de vueltas por la plaza de Tertre, para admirar el panorama y con la doble intención de ser vistas, en aquel carruaje sin techado blanco, y cuando finalmente lo hicieron fue su dama quien bajo para después ayudar a hacer lo mismo a su ama.
Miss Schoonmaker seguía siendo elitista, no conocía otra forma de ser, pero del mismo modo, se sentía apenada por recibir tantas atenciones de esa chica que seguramente, tendría mas aspiraciones, justo como ella. No lo menciono, pues no era el momento para hacerlo y por tanto se dispuso a pasear, seguida por la joven que hacía lo imposible por cubrirle el sol -no es necesario Audrey, estoy segura que el sol parisiense resultará saludable- pidió la rubia ligeramente exasperada, quería sol y viendo.. quería la caricia de ellos sobre su piel, y por alguna razón, eso parecía no ser lo adecuado, no para una dama como ella.
Meredith Schoonmaker- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
Se acercaba el cumpleaños de mi querida enana Zuriè. Y desde luego no podía dejarlo pasar impunemente. Después de mucho cavilar decidí obsequiarle algún cuadro que llamara mi atención en Plaza Tertre. La obra de un artista callejero posiblemente desmerecería mucho a los ojos de mi padre, especialmente cuando comenzara a compararlo con los autores clásicos. Pero yo conocía bien a Zuriè y sabía que apreciaría el gesto. Especialmente porque siendo una ocasión tan especial, recibiría joyas, vestidos, libros y posiblemente su propio carruaje. El problema radicaba en que eso era lo que recibía habitualmente, independientemente de si era o no su cumpleaños. Lo que yo quería para Zuriè era algo original, sencillo y divertido que le ofreciera una bocanada de aire fresco entre tanto lujo. Y más particularmente, algo que sólo yo me atreviera a regalarle. Que sólo ella y yo compartiríamos.
Despedí al chofer un par de calles antes de llegar a la Plaza Tertre luego de darle un par de recomendaciones para cuidar a los caballos. Había decidido llegar a la plaza por mi propio pie. Bastante llamaba ya la atención mi lujoso traje como para aparecer en el conocido carruaje familiar que ostentaba las armas de mi familia. Acomodé mi sombrero y eché a caminar desenfadadamente con la mirada distraída. Afortunadamente en aquel parque había poca gente dispuesta a prestar atención a un simple joven que caminaba solo, por lo que pude mezclarme entre la multitud.
Los cuadros eran variados y, definitivamente, modernos. Un par llamaron mi atención pero ninguno terminó por convencerme. Buscaba algo con un poco más de "genio", cuando de improviso un par de hermosos ojos azules velados por unas magníficas pestañas logró arrancar de mi pensamiento cualquier pensamiento de arte que no conllevara la poesía implícita en aquel rostro. Fue un destello fugaz pero bastó para despertar en mí el deseo de correr una nueva aventura amorosa. Comencé a abrirme paso hasta llegar a un cuadro pocos metros más adelante que ella. Por fuerza tendría que pasar por donde me encontraba, y con toda la confianza que me proporcionaba el ser dueño de una situación casual perfectamente controlada, me coloqué luciendo un aire de indiferencia que perfectamente sabía me era favorable.
Por fin la distancia se redujo y la joven llegó a mi lado. Fingí no haberla visto un par de segundos más antes de posar mi mirada de lleno en su rostro. Comencé a sonreír hasta que algo en su fisonomía me resultó tan particularmente conocido que no pude menos que sorprenderme al reconocerla.¡Meredith! su preciosa mirada se posó en mí con un gesto de lejanía, pero antes de que ella dijera algo me apresuré a quitarme el sombrero y besar su mano. Mis disculpas... quise decir miss Schoonmaker... resultaba raro usar un saludo tan ceremonioso con alguien que había jugado conmigo tantas veces en la infancia, pero al instante en que la reconocí se hizo presente, y de manera abrumadora, que Meredith no era más una niña, y por tanto, no podía seguir tratándola como tal.
Despedí al chofer un par de calles antes de llegar a la Plaza Tertre luego de darle un par de recomendaciones para cuidar a los caballos. Había decidido llegar a la plaza por mi propio pie. Bastante llamaba ya la atención mi lujoso traje como para aparecer en el conocido carruaje familiar que ostentaba las armas de mi familia. Acomodé mi sombrero y eché a caminar desenfadadamente con la mirada distraída. Afortunadamente en aquel parque había poca gente dispuesta a prestar atención a un simple joven que caminaba solo, por lo que pude mezclarme entre la multitud.
Los cuadros eran variados y, definitivamente, modernos. Un par llamaron mi atención pero ninguno terminó por convencerme. Buscaba algo con un poco más de "genio", cuando de improviso un par de hermosos ojos azules velados por unas magníficas pestañas logró arrancar de mi pensamiento cualquier pensamiento de arte que no conllevara la poesía implícita en aquel rostro. Fue un destello fugaz pero bastó para despertar en mí el deseo de correr una nueva aventura amorosa. Comencé a abrirme paso hasta llegar a un cuadro pocos metros más adelante que ella. Por fuerza tendría que pasar por donde me encontraba, y con toda la confianza que me proporcionaba el ser dueño de una situación casual perfectamente controlada, me coloqué luciendo un aire de indiferencia que perfectamente sabía me era favorable.
Por fin la distancia se redujo y la joven llegó a mi lado. Fingí no haberla visto un par de segundos más antes de posar mi mirada de lleno en su rostro. Comencé a sonreír hasta que algo en su fisonomía me resultó tan particularmente conocido que no pude menos que sorprenderme al reconocerla.¡Meredith! su preciosa mirada se posó en mí con un gesto de lejanía, pero antes de que ella dijera algo me apresuré a quitarme el sombrero y besar su mano. Mis disculpas... quise decir miss Schoonmaker... resultaba raro usar un saludo tan ceremonioso con alguien que había jugado conmigo tantas veces en la infancia, pero al instante en que la reconocí se hizo presente, y de manera abrumadora, que Meredith no era más una niña, y por tanto, no podía seguir tratándola como tal.
Última edición por Roldán La Fère el Sáb Mar 19, 2011 8:56 pm, editado 1 vez
Roldán La Fère- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
Si había algo en Meredith Schoonmaker, algún rasgo que fuese particularmente interesante sería sin lugar a dudas su capacidad para abstraerse y ver el mundo desde su pequeña y siempre cómoda burbuja personal; no importa cuanto mistress Schoonmaker se hubiese empecinado en hacerle notar cuan avispada debería estar, su hija no ponía demasiada atención en los rostros, que generalmente, estando de paseo simplemente se desdibujaban. el argumento de aquella joven era el mismo "porque habría de hacerlo, madre, si de cualquier forma son ellos quienes deberán verme?". Por supuesto el argumento era valido ante la egolatría, vanidoso y clasista sin lugar a dudas, pero al menos era el adecuado para satisfacer los ímpetus de su madre. Había algo de transfondo.... aquella joven, simplemente prefería disfrutar de las sensaciones que ver a tal o cual personaje, le gustaba ver más allá de lo normal, aunque claro... esas costumbres eran practicadas durante su infancia y hacía tiempo que estas costumbres se iban quedando en el olvido, casi, porque aquella costumbre de no fijarse demasiado en gente que le era extraña, mucho más en un país extraño seguía imperando.
Se limito a caminar y disfrutar de los colores de algunos retratos mientras seguía adelante, seguía por su dama. Aquel día estaba, al parecer particularmente agradable para las personas en general, había más de las que ella se hubiese imaginado. sonrío ante el pensamiento y giro un poco su cuerpo y un tanto más su rostro para ver a su dama -Esto es algo tan diferente a Londres- menciono con aquella sonrisa en los labios y la necesidad de ver al frente para no topar con algún transeúnte, casi topa con un caballero por lo que sencillamente le dedico una fugaz mirada y una sonrisa en sus labios muy parecida a lo acostumbrado para que, sin necesidad de palabras, pudiera extender una disculpa -el protocolo es más estricto, incluso este tipo de accidentes, no podrían darse.... los franceses son afortunados-
Lo prefería así, hablar un poco con Audrey que simplemente hacer como que la joven fuere un mero articulo para ella, sin contar la soledad que embargaba el hecho de pasear con alguien que sería calificado como in fantasma, y con el mismo calor, según algunos nobles.
No paso demasiado tiempo hasta que llegase a un lugar un poco más apretujado, por denominarlo de alguna manera y, como era evidente, tendría que tener un poco más de cuidado con su vestido, recogiéndolo lo suficiente para que este no fuese un impedimento a su paso... lo cierto era que toda aquella tela volvía su paso más pesado, y decididamente estudiado con anticipación. y por tanto paro en un momento.
Dejo el vestido estar por si mismo, de cualquier manera, no había motivos para intentar apresurar su paso, pues bien podría disfrutar un poco si el cuadro de aquel pintor descocido lo ameritaba. Se fijo un poco en el, pero… ser vio particularmente interesada en el hombre que tenía a un lado. Le pareció apuesto, más que apuesto en realidad. del tipo de hombre que una joven pudiera soñar una historia romántica y fuera de contexto, ilusiones que eventualmente, quedarían como una buena anécdota.
sin pensarlo le dedico una sonrisa mientras tomaba un poco más de aire y se erguía cuan alta y delicada era... solo por el, tal vez se mostraría un poco más guapa y más fina. No pudo hacerlo demasiado tiempo, porque Audrey, su dama, hizo un sonido que la saco de su entonación. Casi de inmediato desvío la mirada a cualquier otro punto como si el verdor de los árboles fuese más interesante que esa sonrisa atrevida. Intento caminar u n poco más cuando escucho su nombre y, como arco reflejo regreso la mirada a ese hombre, el mismo hombre. Desconcertada entre abrió sus labios, que había en el además de ese atractivo... es sonrisa? no tuvo demasiado tiempo para descifrarlo pues su mano estaba siendo besada. hizo una ligera inclinación a modo de aceptación de la galantería.
-perdone usted, soy demasiado descuidada- menciono ella con amabilidad mientras hacía tiempo para tratar de identificarle; la había llamado por su nombre y evidentemente con el ímpetu de quien la conociera no solo por protocolos y, para ese momento lo recordó. su rostro casi pudo irradiar luz de emoción -Roldán?- respondió ella con la emoción a flor de piel -Roldan La Fére- añadió ella ates de sonreír ampliamente y sentir un poco la opresión de su corsé que la inhabilitaba a respirar de manera profusa. No lo pensó demasiado y sin más se acerco lo suficiente para depositar una mano en su hombro y besar su mejilla llena de entusiasmo.
En el acto reconoció su error y, apenada vio de soslayo si alguien pudiera verla, aunque no sería así... aun no era tan conocida para preocuparse demasiado -Mesiere La Fére- dijo con mejor corrección, tomando una mejor postura pero aun sonriendo antes de volver a su canon de dama -los años han sido benevolentes con usted, tanto que casi no le reconozco-
Se limito a caminar y disfrutar de los colores de algunos retratos mientras seguía adelante, seguía por su dama. Aquel día estaba, al parecer particularmente agradable para las personas en general, había más de las que ella se hubiese imaginado. sonrío ante el pensamiento y giro un poco su cuerpo y un tanto más su rostro para ver a su dama -Esto es algo tan diferente a Londres- menciono con aquella sonrisa en los labios y la necesidad de ver al frente para no topar con algún transeúnte, casi topa con un caballero por lo que sencillamente le dedico una fugaz mirada y una sonrisa en sus labios muy parecida a lo acostumbrado para que, sin necesidad de palabras, pudiera extender una disculpa -el protocolo es más estricto, incluso este tipo de accidentes, no podrían darse.... los franceses son afortunados-
Lo prefería así, hablar un poco con Audrey que simplemente hacer como que la joven fuere un mero articulo para ella, sin contar la soledad que embargaba el hecho de pasear con alguien que sería calificado como in fantasma, y con el mismo calor, según algunos nobles.
No paso demasiado tiempo hasta que llegase a un lugar un poco más apretujado, por denominarlo de alguna manera y, como era evidente, tendría que tener un poco más de cuidado con su vestido, recogiéndolo lo suficiente para que este no fuese un impedimento a su paso... lo cierto era que toda aquella tela volvía su paso más pesado, y decididamente estudiado con anticipación. y por tanto paro en un momento.
Dejo el vestido estar por si mismo, de cualquier manera, no había motivos para intentar apresurar su paso, pues bien podría disfrutar un poco si el cuadro de aquel pintor descocido lo ameritaba. Se fijo un poco en el, pero… ser vio particularmente interesada en el hombre que tenía a un lado. Le pareció apuesto, más que apuesto en realidad. del tipo de hombre que una joven pudiera soñar una historia romántica y fuera de contexto, ilusiones que eventualmente, quedarían como una buena anécdota.
sin pensarlo le dedico una sonrisa mientras tomaba un poco más de aire y se erguía cuan alta y delicada era... solo por el, tal vez se mostraría un poco más guapa y más fina. No pudo hacerlo demasiado tiempo, porque Audrey, su dama, hizo un sonido que la saco de su entonación. Casi de inmediato desvío la mirada a cualquier otro punto como si el verdor de los árboles fuese más interesante que esa sonrisa atrevida. Intento caminar u n poco más cuando escucho su nombre y, como arco reflejo regreso la mirada a ese hombre, el mismo hombre. Desconcertada entre abrió sus labios, que había en el además de ese atractivo... es sonrisa? no tuvo demasiado tiempo para descifrarlo pues su mano estaba siendo besada. hizo una ligera inclinación a modo de aceptación de la galantería.
-perdone usted, soy demasiado descuidada- menciono ella con amabilidad mientras hacía tiempo para tratar de identificarle; la había llamado por su nombre y evidentemente con el ímpetu de quien la conociera no solo por protocolos y, para ese momento lo recordó. su rostro casi pudo irradiar luz de emoción -Roldán?- respondió ella con la emoción a flor de piel -Roldan La Fére- añadió ella ates de sonreír ampliamente y sentir un poco la opresión de su corsé que la inhabilitaba a respirar de manera profusa. No lo pensó demasiado y sin más se acerco lo suficiente para depositar una mano en su hombro y besar su mejilla llena de entusiasmo.
En el acto reconoció su error y, apenada vio de soslayo si alguien pudiera verla, aunque no sería así... aun no era tan conocida para preocuparse demasiado -Mesiere La Fére- dijo con mejor corrección, tomando una mejor postura pero aun sonriendo antes de volver a su canon de dama -los años han sido benevolentes con usted, tanto que casi no le reconozco-
Meredith Schoonmaker- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
Si bien su mirada me había impresionado, no tardó en demostrarme que su sonrisa no le desmerecía en nada. Sonreí cuando me reconoció pero me tomó por sorpresa que me saludara tan efusivamente al grado de obsequiarme un beso en la mejilla. Antaño ese gesto no habría tenido nada de particular, pero quince años después y en una plaza pública la situación cambiaba tanto que no pude evitar entristecerme por ello. La mirada nerviosa que lanzó en derredor me convenció de que pensaba lo mismo. Estaba por decir algo cuando ella se transformó en una persona completamente distinta. Ella, la Meredith de trenzas cuidadosamente peinadas y vestido blanco gritando que pagaría por lanzarla al pequeño estanque con los patos en la casa veraniega de sus padres, ahora se había convertido en una elegante dama que casi no reconocí.
Parpadeé desconcertado ante la metamorfosis, evidentemente sorprendido de verla tan cambiada, aunque el rostro desconcertado y apurado de su doncella me hizo salir de mi sorpresa para arrancarme una risa que alcancé a disimular convenientemente con una oportuna tos. Me repuse y asentí ante el comentario, estrictamente de etiqueta, que me dirigió Meredith. ¿A cuántas personas les habría dirigido ya ese saludo de fórmula dictado por un aburrido pero necesario protocolo? No me entusiasmaba mucho pensar en ello, pero según costumbre, tomé el toro por los cuernos. Le lancé una mirada divertida que sabía de sobra conocía bastante bien como para tomarla como ofensa, y mientras intentaba moderar mi sonrisa, dirigí una mirada más hacia su doncella que me observaba con mal disimulado recelo. sin embargo debía seguir el juego y comportarme de manera adecuada. Agradezco el cumplido y me permito devolvérselo agregando que si agradezco algo a los años es el placer de volver a veros. hice una pausa antes de agregar en italiano con tono galante para que su doncella no sospechara. Confieso que me ha sorprendido verte tan diferente, Di... justo ahora me he acordado de cuando te dije que vivieras sin preocuparte por lo que dijeran los adultos. Veo que no me hiciste caso del todo pero te sienta maravillosamente bien. había una ligera reconvención en mi voz que no pude disimular. Y es que me resultaba difícil ver a la verdadera Meredith, pero lo confuso no estaba en el cambio, sino en que ella parecía disfrutarlo.
Lejos de desanimarme me encontraba a mí mismo más interesado de lo habitual. Creí conocer a la verdadera Meredith y ahora me topaba con una Meredith muy diferente. Y sin embargo alguna de las dos, o ambas debía de ser la verdadera. Y ansiaba conocerla. Aún así lo que menos deseaba era que la doncella me tomara por algún sujeto descortés, por lo que volví a adoptar el idioma francés para agregar de manera cómplice. Esos versos italianos os sientan a la perfección... sonreí nuevamente al pensar que la doncella no había entendido ni palabra de lo que le había dicho. No era por ser descortés, pero lo que le había dicho era algo que sólo nos concernía a ella y a mí y que no debía servir como material de cotilleo para las demás criadas.
Volví a posar mi atención en el cuadro frente al que nos habíamos detenido. Una joven con un vaporoso vestido rojo que muchos considerarían indecoroso pero que definitivamente se veía más cómodo que el corsé que apenas las dejaba respirar. Personalmente prefería la belleza de las mujeres al natural, sin tanto protocolo y con menos ropa, pero en ese momento lo único que pude pensar al ver el cuadro fue si el rojo seguiría siendo su color favorito. Miré de reojo el tono albo de su impecable vestido y suspiré. No era correcto que vistiera de rojo pero por un momento deseé que su vestido fuese de ese color. De esa manera podría cerciorarme de que Di no había cambiado tanto.
Parpadeé desconcertado ante la metamorfosis, evidentemente sorprendido de verla tan cambiada, aunque el rostro desconcertado y apurado de su doncella me hizo salir de mi sorpresa para arrancarme una risa que alcancé a disimular convenientemente con una oportuna tos. Me repuse y asentí ante el comentario, estrictamente de etiqueta, que me dirigió Meredith. ¿A cuántas personas les habría dirigido ya ese saludo de fórmula dictado por un aburrido pero necesario protocolo? No me entusiasmaba mucho pensar en ello, pero según costumbre, tomé el toro por los cuernos. Le lancé una mirada divertida que sabía de sobra conocía bastante bien como para tomarla como ofensa, y mientras intentaba moderar mi sonrisa, dirigí una mirada más hacia su doncella que me observaba con mal disimulado recelo. sin embargo debía seguir el juego y comportarme de manera adecuada. Agradezco el cumplido y me permito devolvérselo agregando que si agradezco algo a los años es el placer de volver a veros. hice una pausa antes de agregar en italiano con tono galante para que su doncella no sospechara. Confieso que me ha sorprendido verte tan diferente, Di... justo ahora me he acordado de cuando te dije que vivieras sin preocuparte por lo que dijeran los adultos. Veo que no me hiciste caso del todo pero te sienta maravillosamente bien. había una ligera reconvención en mi voz que no pude disimular. Y es que me resultaba difícil ver a la verdadera Meredith, pero lo confuso no estaba en el cambio, sino en que ella parecía disfrutarlo.
Lejos de desanimarme me encontraba a mí mismo más interesado de lo habitual. Creí conocer a la verdadera Meredith y ahora me topaba con una Meredith muy diferente. Y sin embargo alguna de las dos, o ambas debía de ser la verdadera. Y ansiaba conocerla. Aún así lo que menos deseaba era que la doncella me tomara por algún sujeto descortés, por lo que volví a adoptar el idioma francés para agregar de manera cómplice. Esos versos italianos os sientan a la perfección... sonreí nuevamente al pensar que la doncella no había entendido ni palabra de lo que le había dicho. No era por ser descortés, pero lo que le había dicho era algo que sólo nos concernía a ella y a mí y que no debía servir como material de cotilleo para las demás criadas.
Volví a posar mi atención en el cuadro frente al que nos habíamos detenido. Una joven con un vaporoso vestido rojo que muchos considerarían indecoroso pero que definitivamente se veía más cómodo que el corsé que apenas las dejaba respirar. Personalmente prefería la belleza de las mujeres al natural, sin tanto protocolo y con menos ropa, pero en ese momento lo único que pude pensar al ver el cuadro fue si el rojo seguiría siendo su color favorito. Miré de reojo el tono albo de su impecable vestido y suspiré. No era correcto que vistiera de rojo pero por un momento deseé que su vestido fuese de ese color. De esa manera podría cerciorarme de que Di no había cambiado tanto.
Última edición por Roldán La Fère el Sáb Mar 19, 2011 8:56 pm, editado 1 vez
Roldán La Fère- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
La sonrisa que Roldán había gesticulado era todo un suceso y por supuesto, no paso desapercibida por la joven, que se vio increíblemente complacida al identificarla al pasar de los años. había diferencias por su puesto, más atractiva y peligrosa, pero la esencia podría reconocerla; esa era la misma sonrisa que en antaño ejecutaba para hacer notar su superioridad al haber sido más listo que ella, la misma sonrisa con la que la instaba a alcanzarle si podía, como si eso fuera posible aún con vestidos más cortos y mayor libertad.
La joven Schoonmaker, corrección, Meredith, sin mayor abalorio que el nombre mismo y no su apellido frunció ligeramente sus labios en medio de una sonrisa torcida, levantando el mentón con orgullo, casi retando a quien no debería por tres razones básicas, la primera era porque era un caballero yt no debería permitiré mostrarse altanera ante uno. La segunda era porque aquellos defectos de deliberada pasión no deberían ser lucidos (bajo ninguna circunstancia sin importar en que grado fueran ejecutados) en lugares públicos. La tercera debería haber encabezado la lista de prioridades y de razones más que suficientes para evitar cualquier tipo de afrenta; estaba tratando con un conde.
Ejecuto una respiración más lenta y profusa, pues si bien el gesto le había remontado a su entonces pequeño orgullo herido, también había algo, pequeños borrones de su historia, de su infancia que al momento no hicieron más que desear añorar a su compañero de juegos que detestar aquella sonrisa.
Habían cambios, todo mundo cambiaba y, si no lo hacían, era porque estaban muertos ya sea en el sentido más literal de las palabras o simplemente en sentido figurado, invocando lo que sería sin lugar a dudas, algún tipo de muerte del alma. Roldán, su Roldán estaba ejecutando el papel que debía exhibir, una sonrisa de complacencia debido al halago se poso en sus labios, pero la respuesta era tan fría que, interiormente la estremeció. No lo hizo denotar así, en aquel juego donde las reputaciones se destruían en un tan solo segundos, debían que ser particularmente listos y ella, debería seguir con la actuación que mejor le funcionaba, aquella a la que por alguna razón termino siendo su obra maestra; el responder con aquella candidez y gracia que debería tener una joven casadera. Desvío sus ojos, de un azul intenso dejaron de observarse por unos instantes mientras ella con un grácil movimiento tomaba parte de la falda de su vestido para hacer una inclinación leve, como correspondiese a el agradecimiento hacia una lisonja de un hombre de clase alta. Por ende jamás espero esas palabras que la descolocaron.
El italiano era preciso y por supuesto que entendía el porque usaba el idioma, su doncella, ni nadie que no conociese el mundo lo suficiente podría entenderlo. No decidía aún como clasificar el comentario era un agravio el que sugiriera que no estaba viviendo, pero también un halago el que la encontrase agradable y por lo general, ninguna verdad dolía más que aquella que no se desea aceptar.
Arqueo una ceja y recordó cuando se lo había dicho, un evento lleno de patos y agua, como poder olvidarlo, su madre se sintió de lo más molesta cuando su hija había arruinado su vestido nuevo y había terminado con los cabellos totalmente sueltos. El rubor subió a sus mejillas en una mezcla de molestia y vergüenza y para entonces aquel caballero frances había regresado a su lengua natal, Meredith entendió en el acto lo que se proponía y respondió con sonrisa coqueta –hacía mucho no recordaba esos versos, pensé que los había olvidado... que amable de su parte el recordármelos- respondió con el aquel frances característico en ella y desvío la mirada hacia el donde el veía, un cuadro maravilloso, poderoso en cuanto a colores y sentimientos. El rojo siempre sería su color favorito y era una lastima que no pudiese portarlo todo el tiempo, demasiado escandaloso para algunas, para ella era pasión pura, y según las palabras de la rubia las pasiones eran unas de las cosas que más respetaba, porque por las pasiones se movía el mundo.
Al sentir su mirada sobre ella le vio con extrañeza y con apenas un gesto dejo de manifiesto que no entendía el porque de su desilusión, estaría desilusionado de ella? –puedo completar sus versos Mesiere con algunos otros?.. son de la misma epopeya, espero no le molesten- menciono y le dio un gesto condensendiente a su doncella, la cual tenía los ojos fijos en Roldán, seguramente le atraía y tenía ya en mente alguna historia de amor, casi se sintió celosa…. Solo casi.
-eh estado viviendo Roldán, pero no considero que la humedad hubiese sido buena idea, y aquellos patos no fueron divertidos… mi predilecto fue, si a vivir nos remontamos, cuando creíste que me hacía desmayado y después quedaste encerrado en el desvan- la oji azul hizo una pausa y reacomodo sus cabellos para después posar con delicadeza su mano por sobre su clavícula –sobre todo cuando al hacerlo tu brazo se lastimo… no debiste huir y lo sabes, no podías ganarlas todas- menciono con un poco más de fuego, tal vez inspirada con el fuego que había vito en el vestido. Y recordó por completo la situación. Meredith, la pequeña Meredith se había hecho la desmayada y, cuando logro que Roldán realmente se preocupara lo derribo y salio corriendo de aquel desván echando llave en cuanto pudo para contenerlo solo un poco. En opinión de aquella niña, un brazo roto de saldo era un precio bastante justo aunque la reprimenda fue atroz; en opinión de la joven tal vez se había excedido un poco.
Abandono el italiano después de bajar un poco la mirada, intentando no reírse por el hecho y de entre aquella risa floreciente en su interior, solamente se mostró una ligera curvatura en sus labios –es atrevido y atrayente, no lo cree?- pregunto desviando la vista al cuadro mientras sentía que la brisa mecía sus cabellos –es como un placer lleno de culpas, irresistible, delicioso e incorrecto- añadió.
La joven Schoonmaker, corrección, Meredith, sin mayor abalorio que el nombre mismo y no su apellido frunció ligeramente sus labios en medio de una sonrisa torcida, levantando el mentón con orgullo, casi retando a quien no debería por tres razones básicas, la primera era porque era un caballero yt no debería permitiré mostrarse altanera ante uno. La segunda era porque aquellos defectos de deliberada pasión no deberían ser lucidos (bajo ninguna circunstancia sin importar en que grado fueran ejecutados) en lugares públicos. La tercera debería haber encabezado la lista de prioridades y de razones más que suficientes para evitar cualquier tipo de afrenta; estaba tratando con un conde.
Ejecuto una respiración más lenta y profusa, pues si bien el gesto le había remontado a su entonces pequeño orgullo herido, también había algo, pequeños borrones de su historia, de su infancia que al momento no hicieron más que desear añorar a su compañero de juegos que detestar aquella sonrisa.
Habían cambios, todo mundo cambiaba y, si no lo hacían, era porque estaban muertos ya sea en el sentido más literal de las palabras o simplemente en sentido figurado, invocando lo que sería sin lugar a dudas, algún tipo de muerte del alma. Roldán, su Roldán estaba ejecutando el papel que debía exhibir, una sonrisa de complacencia debido al halago se poso en sus labios, pero la respuesta era tan fría que, interiormente la estremeció. No lo hizo denotar así, en aquel juego donde las reputaciones se destruían en un tan solo segundos, debían que ser particularmente listos y ella, debería seguir con la actuación que mejor le funcionaba, aquella a la que por alguna razón termino siendo su obra maestra; el responder con aquella candidez y gracia que debería tener una joven casadera. Desvío sus ojos, de un azul intenso dejaron de observarse por unos instantes mientras ella con un grácil movimiento tomaba parte de la falda de su vestido para hacer una inclinación leve, como correspondiese a el agradecimiento hacia una lisonja de un hombre de clase alta. Por ende jamás espero esas palabras que la descolocaron.
El italiano era preciso y por supuesto que entendía el porque usaba el idioma, su doncella, ni nadie que no conociese el mundo lo suficiente podría entenderlo. No decidía aún como clasificar el comentario era un agravio el que sugiriera que no estaba viviendo, pero también un halago el que la encontrase agradable y por lo general, ninguna verdad dolía más que aquella que no se desea aceptar.
Arqueo una ceja y recordó cuando se lo había dicho, un evento lleno de patos y agua, como poder olvidarlo, su madre se sintió de lo más molesta cuando su hija había arruinado su vestido nuevo y había terminado con los cabellos totalmente sueltos. El rubor subió a sus mejillas en una mezcla de molestia y vergüenza y para entonces aquel caballero frances había regresado a su lengua natal, Meredith entendió en el acto lo que se proponía y respondió con sonrisa coqueta –hacía mucho no recordaba esos versos, pensé que los había olvidado... que amable de su parte el recordármelos- respondió con el aquel frances característico en ella y desvío la mirada hacia el donde el veía, un cuadro maravilloso, poderoso en cuanto a colores y sentimientos. El rojo siempre sería su color favorito y era una lastima que no pudiese portarlo todo el tiempo, demasiado escandaloso para algunas, para ella era pasión pura, y según las palabras de la rubia las pasiones eran unas de las cosas que más respetaba, porque por las pasiones se movía el mundo.
Al sentir su mirada sobre ella le vio con extrañeza y con apenas un gesto dejo de manifiesto que no entendía el porque de su desilusión, estaría desilusionado de ella? –puedo completar sus versos Mesiere con algunos otros?.. son de la misma epopeya, espero no le molesten- menciono y le dio un gesto condensendiente a su doncella, la cual tenía los ojos fijos en Roldán, seguramente le atraía y tenía ya en mente alguna historia de amor, casi se sintió celosa…. Solo casi.
-eh estado viviendo Roldán, pero no considero que la humedad hubiese sido buena idea, y aquellos patos no fueron divertidos… mi predilecto fue, si a vivir nos remontamos, cuando creíste que me hacía desmayado y después quedaste encerrado en el desvan- la oji azul hizo una pausa y reacomodo sus cabellos para después posar con delicadeza su mano por sobre su clavícula –sobre todo cuando al hacerlo tu brazo se lastimo… no debiste huir y lo sabes, no podías ganarlas todas- menciono con un poco más de fuego, tal vez inspirada con el fuego que había vito en el vestido. Y recordó por completo la situación. Meredith, la pequeña Meredith se había hecho la desmayada y, cuando logro que Roldán realmente se preocupara lo derribo y salio corriendo de aquel desván echando llave en cuanto pudo para contenerlo solo un poco. En opinión de aquella niña, un brazo roto de saldo era un precio bastante justo aunque la reprimenda fue atroz; en opinión de la joven tal vez se había excedido un poco.
Abandono el italiano después de bajar un poco la mirada, intentando no reírse por el hecho y de entre aquella risa floreciente en su interior, solamente se mostró una ligera curvatura en sus labios –es atrevido y atrayente, no lo cree?- pregunto desviando la vista al cuadro mientras sentía que la brisa mecía sus cabellos –es como un placer lleno de culpas, irresistible, delicioso e incorrecto- añadió.
Meredith Schoonmaker- Humano Clase Alta
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 07/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
Me encontré a mí mismo observando más de lo debido a miss Schoonmaker, pero lejos de molestarme o preocuparme por lo que las apariencias pudieran mostrar. permanecía con la mirada directa que me caracterizaba. Sonreí con total desparpajo al notar que recordaba perfectamente los patos y el estanque, pero en mi sonrisa no había nada que pudiera ser recriminable... a menos que quién la viera, supiera interpretarla. Y resultaba que Di podía hacerlo. Además obtuve a cambio el placer de verla sonrojarse. Estaba acostumbrado a ver a las damas sonrojarse en mi presencia, algunas más afectadas que otras, pero el delicioso rubor que cubrió sus mejillas en aquel momento era auténtico, lo cuál me llevó a pensar en Zurié, que hasta la fecha tenía en mí al más ferviente defensor de sus encantadores y castos rubores. Recordé entonces que aún no me había decidido por un cuadro, aunque con los recuerdos que seguían llegando a mi mente, había un torbellino de pensamientos arremolinándose en mi interior.
A esos recuerdos se agregó el que ella mencionó también en italiano. Era placentero compartir aún esa complicidad, el estar en medio de una plaza pública y con su doncella vigilando mis movimientos, y sin embargo mantener una conversación que nadie comprendería y que nos alejaba del resto en una cómoda intimidad que casi parecía olvidada al ver en la dama que se había convertido ella. Una sonrisa fugaz atravesó mi rostro, pero al siguiente segundo no había nada en mí, de no ser por la divertida mirada que le dirigí a Di, que denotara que los "versos" me habían causado gracia. Claro que en su momento el terminar embaucado por una niña menor que yo había sido vergonzoso, pero ahora, con la madurez y el buen sazón que dan los años a ese tipo de experiencias, podía recordarlo como lo que era: una travesura de niños. Aún así no iba a dejar pasar el comentario sin darle oportuna respuesta. Ignoro a que hecho hagas referencia... comenté en italiano mientras hacía un gesto galante un correcto caballero no tiene memoria... mi respuesta debió parecerle satisfactoria desde el punto de vista protocolario, pero pude percibir una leve decepción en su rostro ante una respuesta tan simple respecto a una anécdota así de importante para ambos. Ahora bien, yo no era lo suficientemente fuerte como para ver la decepción en sus facciones, rasgo que el tiempo no había alterado, así que de manera socarrona, aunque perfectamente disimulada, me permití agregar Lo que sí recuerdo fueron las largas tardes que pasaste cuidando de mí hasta que recuperé la movilidad de mi brazo. no añadí más pero mi mirada era harto intencionada. Después de ello, Di, que no albergaba sentimientos mezquinos, había cuidado de mí durante los seis meses exactos que había tardado en recuperarse mi brazo. Claro que lo hacía en parte por sentirse culpable, pero también porque pese a nuestras constantes peleas, éramos inseparables. Dejé que el comentario surtiera efecto antes de agregar nuevamente en francés. Definitivamente Guido Guinizell fue un excelente poeta... espeté dando por finalizada, al menos por ese momento, nuestros recuerdos de la infancia, puesto que seguir hablando en italiano habría resultado sospechoso. Tal vez fue imaginación mía pero pude casi percibir el suspiro de alivio que liberó la doncella al oír aquel nombre. La pobre muchacha había caído de lleno en nuestra mentira y ahora consideraba que realmente habíamos hablado de poesía.
Di comprendió en seguida, ya que cuando volvió a dirigirme la palabra, me respondió en francés. Sonreí encantadoramente y realicé una reverencia. Gracias... fingí darme cuenta repentinamente de que no era a mí a quien miraba al decir aquello y agregué Ah... mis disculpas.... ¿hablaba usted del cuadro? había empleado un tono falsamente inocente, pero el brillo divertido en mi mirada impediría que me fulminara con la mirada, o eso esperaba puesto que sabía, o al menos recordaba, lo peligroso que era tentar el sentido del humor de Di y lo malo que sería si ella no comprendía la broma. Le dediqué un guiño aprovechando que su doncella se había distraído un poco y una sonrisa complacida. Lo cierto era que conocía el efecto que tenía en las damas, pero ahora mismo no podía discernir si lo que Di sentía era mero placer de ver a un viejo amigo o si me veía como una mujer veía a un hombre.
Carraspeé al notar que la doncella había vuelto su atención, como era su deber, hacia nosotros nuevamente. En honor a nuestro encuentro... ¿Sería mucho pedir que le solicitara permiso para acompañarla en su recorrido? la pregunta sobraba y sabía su respuesta, sin embargo era obligatorio formularla aunque sólo fuera para salvar apariencias. Le ofrecí mi brazo gentilmente mientras volvía a ponerme el sombrero. Ando en busca de un regalo de cumpleaños para mi querida Zurié confesé, mientras de reojo observaba su reacción al mencionar a mi hermana, reacción que estaba seguro, no me decepcionaría en absoluto.
A esos recuerdos se agregó el que ella mencionó también en italiano. Era placentero compartir aún esa complicidad, el estar en medio de una plaza pública y con su doncella vigilando mis movimientos, y sin embargo mantener una conversación que nadie comprendería y que nos alejaba del resto en una cómoda intimidad que casi parecía olvidada al ver en la dama que se había convertido ella. Una sonrisa fugaz atravesó mi rostro, pero al siguiente segundo no había nada en mí, de no ser por la divertida mirada que le dirigí a Di, que denotara que los "versos" me habían causado gracia. Claro que en su momento el terminar embaucado por una niña menor que yo había sido vergonzoso, pero ahora, con la madurez y el buen sazón que dan los años a ese tipo de experiencias, podía recordarlo como lo que era: una travesura de niños. Aún así no iba a dejar pasar el comentario sin darle oportuna respuesta. Ignoro a que hecho hagas referencia... comenté en italiano mientras hacía un gesto galante un correcto caballero no tiene memoria... mi respuesta debió parecerle satisfactoria desde el punto de vista protocolario, pero pude percibir una leve decepción en su rostro ante una respuesta tan simple respecto a una anécdota así de importante para ambos. Ahora bien, yo no era lo suficientemente fuerte como para ver la decepción en sus facciones, rasgo que el tiempo no había alterado, así que de manera socarrona, aunque perfectamente disimulada, me permití agregar Lo que sí recuerdo fueron las largas tardes que pasaste cuidando de mí hasta que recuperé la movilidad de mi brazo. no añadí más pero mi mirada era harto intencionada. Después de ello, Di, que no albergaba sentimientos mezquinos, había cuidado de mí durante los seis meses exactos que había tardado en recuperarse mi brazo. Claro que lo hacía en parte por sentirse culpable, pero también porque pese a nuestras constantes peleas, éramos inseparables. Dejé que el comentario surtiera efecto antes de agregar nuevamente en francés. Definitivamente Guido Guinizell fue un excelente poeta... espeté dando por finalizada, al menos por ese momento, nuestros recuerdos de la infancia, puesto que seguir hablando en italiano habría resultado sospechoso. Tal vez fue imaginación mía pero pude casi percibir el suspiro de alivio que liberó la doncella al oír aquel nombre. La pobre muchacha había caído de lleno en nuestra mentira y ahora consideraba que realmente habíamos hablado de poesía.
Di comprendió en seguida, ya que cuando volvió a dirigirme la palabra, me respondió en francés. Sonreí encantadoramente y realicé una reverencia. Gracias... fingí darme cuenta repentinamente de que no era a mí a quien miraba al decir aquello y agregué Ah... mis disculpas.... ¿hablaba usted del cuadro? había empleado un tono falsamente inocente, pero el brillo divertido en mi mirada impediría que me fulminara con la mirada, o eso esperaba puesto que sabía, o al menos recordaba, lo peligroso que era tentar el sentido del humor de Di y lo malo que sería si ella no comprendía la broma. Le dediqué un guiño aprovechando que su doncella se había distraído un poco y una sonrisa complacida. Lo cierto era que conocía el efecto que tenía en las damas, pero ahora mismo no podía discernir si lo que Di sentía era mero placer de ver a un viejo amigo o si me veía como una mujer veía a un hombre.
Carraspeé al notar que la doncella había vuelto su atención, como era su deber, hacia nosotros nuevamente. En honor a nuestro encuentro... ¿Sería mucho pedir que le solicitara permiso para acompañarla en su recorrido? la pregunta sobraba y sabía su respuesta, sin embargo era obligatorio formularla aunque sólo fuera para salvar apariencias. Le ofrecí mi brazo gentilmente mientras volvía a ponerme el sombrero. Ando en busca de un regalo de cumpleaños para mi querida Zurié confesé, mientras de reojo observaba su reacción al mencionar a mi hermana, reacción que estaba seguro, no me decepcionaría en absoluto.
Roldán La Fère- Humano Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 12/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
“Los caballeros no tienen memoria” Una sola y simple frase que bien podría en general, causar consuelo y confianza al tener en cuenta tan férrea norma, de momento a la rubia le desgarro un poco su pequeña fantasía. Si, al igual que la mayoría de las señoritas, tenía ilusiones y anhelos, muchos más si estos fueron forjados en su tierna infancia. El saber que lo desconocía la desalentó y le recordó que el y ella, en efecto ya no eran el y ella, aquellos niños que jugaban, o incluso aquel adolescente que jugaba con la aún pequeña Meredith Schoonmaker, Di, como el solo le llamaba.
El saber que el lo había olvidado para hacer lo correcto, lo política y socialmente correcto fue uno de los factores que, sin lugar a dudas, la hacían imaginarse desapareciendo del lugar, justo como cuando el anuncio de su compromiso con aquel hombre se había suscitado, justo cuando comprendió, que todas las comodidades no eran suficientes. Le dedico la mejor sonrisa que pudo, pero seguramente esta no llegaría a sus ojos, no podría ser cínica cuando muchas de sus historias de infancia habían sido echadas por tierra.
Pero el le tomaba solo el pelo, o mejor dicho le recordó un episodio más. El pecho de aquella rubia de elevo un tanto más, después de todo se sintió aliviada, demasiado aliviada para aquella pequeña farsa que ambos estaban creando, vio de soslayo a su doncella y con un suspiro ligero y seguramente identificado como de ensueño continuo escuchando, solamente. Cada uno de sus actos tenía una consecuencia; esa fue la lección aprendida al intentar burlarle pues lastimo a el entonces señorito Le Fable y, en ese momento, tal vez un poco después aprendió de las dimensiones de sus actos. El pago que había hecho aquel muchacho lo había imposibilitado ella había visto cada día un poco de el dolor que experimentaba ese joven rostro. Si lo recordaba bien, seguramente habría vuelto a sentir la conmoción del instante en que averiguo que incluso los seres indestructibles como catalogaba su mente infantil a Roldán La Fère podían enfermar.
En ese entonces, había hecho lo necesario para enmendarse, según las exigencias de su corazón y al hacerlo concluyo cualquier diversión en exteriores en el verano y en el invierno, poco pudieron hacer dentro de aquellas fastuosas edificaciones que tenían como hogares.
Tanto para evocar y tan poco tiempo para hacerlo. La mirada de miss Schoonmaker como se le conocía en su natal Londres residía exclusivamente en los ojos de su antiguo amigo y, al mismo tiempo, se privaba de verlo y de identificar que es lo que sus ojos podrían confesarle. Su mente y su ser entero regresaron a el cuando comenzó a escucharle hablar en francés. Aclaro su garganta un poco y nuevamente, se sintió acalorada. El tono de su voz no había pasado desapercibido, y ese tono le había gustado, lo mismo que el peligro de hacer lo que nadie se esperaría, tener en publico una serie de evocaciones que, i no tenían nada de malo, hubiese preferido que su doncella jamás se enterase y en realidad, que ella jamás la hubiese acompañado ese día. –definitivamente Guido tiene un don especial, tanto que cualquier joven inexperta podría caer demasiado fácil en sus afectos- se aventuro a decir considerando que no estaba coqueteando, al menos eso así lo consideraba ella, aunque algo en ella deseaba hacerlo.
Si bien su atractivo era grande, su aparente vanidad también lo era. Los azules ojos de la rubia elegantemente ataviada se posaron el casi con incredulidad. Si, en definitiva ella no ser la única a la que los defectos se le acumulaban y el descaro con que lo dijo creo en ella dos diferentes reacciones, la primera y más natural, reírse y tal vez llevar un poco más allá aquella broma y la segunda, la que correspondía; evidencio la segunda.
-tenga cuidado monsieur, cualquiera que no le conociese iría que usted tiene dos intensiones, la primera resaltar su atractivo ante una joven dama y con ello atraer su atención y probablemente todos sus pensamientos y… la segunda denotar su superioridad- por la candidez en que había enunciado aquellas palabras, la oji azul jamás sería catalogada como descortés y por su pequeña conversación, el sabría interpretar las intenciones de su mirada.
Acepto el brazo de aquel hombre sin preocupación alguna y no dio explicaciones a su doncella, ella debería de limitarse a servir a su señora, como era debido así que se quedo atrás lo suficiente para permitirle caminar y disfrutar del panorama. Meredith disfruto de un nuevo agarre, un brazo fuerte, un aroma varonil y un espectáculo de naturalidad al sentir que era demasiado sencillo caminar del brazo de su antiguo amigo de juegos.
La mención de Zurie le ocasiono salir nuevamente del protocolo y aún de su brazo desear ver a su rostro, encontrando un magnifico perfil en el, que además de ser evidentemente más alto que ella le gustaba que así fuera –oh!, en ese caso tendré que empecinarme en pedir dos favores, el primero… acompañar a este caballero que se me presenta en la búsqueda del regalo perfecto y, la segunda, permitir que yo misma le obsequie algo- sonreí y antes de que pudiese decir algo, aquella joven volvió a mirar hacia el frente, recogiendo su vestido un poco más para evitar un pequeño charco de agua que debería desviar pero que en vez de ello, simplemente y de un ligero salto paso de el –cuéntame de ella, hace años que deje de recibir noticias de los La Fère, e incluso desconozco si Zurie sigue manteniendo el mismo apellido o ya esta desposada-[ la ultima palabra le costo mencionarla porque si bien era lo más natural tomando en cuenta la edad posible de Zurie que era mayor que ella, Meredith Schoonmaker también debía recordar que su compromiso seguía en pie, a menos de que un milagro sucediera –o tal vez que exista una mistress La Fère- agrego desviando la mirada hacía algún cuadro sin un interés particular –si es así creo que este paseo no sería lo más prudente, y sería una verdadera lastima-
El saber que el lo había olvidado para hacer lo correcto, lo política y socialmente correcto fue uno de los factores que, sin lugar a dudas, la hacían imaginarse desapareciendo del lugar, justo como cuando el anuncio de su compromiso con aquel hombre se había suscitado, justo cuando comprendió, que todas las comodidades no eran suficientes. Le dedico la mejor sonrisa que pudo, pero seguramente esta no llegaría a sus ojos, no podría ser cínica cuando muchas de sus historias de infancia habían sido echadas por tierra.
Pero el le tomaba solo el pelo, o mejor dicho le recordó un episodio más. El pecho de aquella rubia de elevo un tanto más, después de todo se sintió aliviada, demasiado aliviada para aquella pequeña farsa que ambos estaban creando, vio de soslayo a su doncella y con un suspiro ligero y seguramente identificado como de ensueño continuo escuchando, solamente. Cada uno de sus actos tenía una consecuencia; esa fue la lección aprendida al intentar burlarle pues lastimo a el entonces señorito Le Fable y, en ese momento, tal vez un poco después aprendió de las dimensiones de sus actos. El pago que había hecho aquel muchacho lo había imposibilitado ella había visto cada día un poco de el dolor que experimentaba ese joven rostro. Si lo recordaba bien, seguramente habría vuelto a sentir la conmoción del instante en que averiguo que incluso los seres indestructibles como catalogaba su mente infantil a Roldán La Fère podían enfermar.
En ese entonces, había hecho lo necesario para enmendarse, según las exigencias de su corazón y al hacerlo concluyo cualquier diversión en exteriores en el verano y en el invierno, poco pudieron hacer dentro de aquellas fastuosas edificaciones que tenían como hogares.
Tanto para evocar y tan poco tiempo para hacerlo. La mirada de miss Schoonmaker como se le conocía en su natal Londres residía exclusivamente en los ojos de su antiguo amigo y, al mismo tiempo, se privaba de verlo y de identificar que es lo que sus ojos podrían confesarle. Su mente y su ser entero regresaron a el cuando comenzó a escucharle hablar en francés. Aclaro su garganta un poco y nuevamente, se sintió acalorada. El tono de su voz no había pasado desapercibido, y ese tono le había gustado, lo mismo que el peligro de hacer lo que nadie se esperaría, tener en publico una serie de evocaciones que, i no tenían nada de malo, hubiese preferido que su doncella jamás se enterase y en realidad, que ella jamás la hubiese acompañado ese día. –definitivamente Guido tiene un don especial, tanto que cualquier joven inexperta podría caer demasiado fácil en sus afectos- se aventuro a decir considerando que no estaba coqueteando, al menos eso así lo consideraba ella, aunque algo en ella deseaba hacerlo.
Si bien su atractivo era grande, su aparente vanidad también lo era. Los azules ojos de la rubia elegantemente ataviada se posaron el casi con incredulidad. Si, en definitiva ella no ser la única a la que los defectos se le acumulaban y el descaro con que lo dijo creo en ella dos diferentes reacciones, la primera y más natural, reírse y tal vez llevar un poco más allá aquella broma y la segunda, la que correspondía; evidencio la segunda.
-tenga cuidado monsieur, cualquiera que no le conociese iría que usted tiene dos intensiones, la primera resaltar su atractivo ante una joven dama y con ello atraer su atención y probablemente todos sus pensamientos y… la segunda denotar su superioridad- por la candidez en que había enunciado aquellas palabras, la oji azul jamás sería catalogada como descortés y por su pequeña conversación, el sabría interpretar las intenciones de su mirada.
Acepto el brazo de aquel hombre sin preocupación alguna y no dio explicaciones a su doncella, ella debería de limitarse a servir a su señora, como era debido así que se quedo atrás lo suficiente para permitirle caminar y disfrutar del panorama. Meredith disfruto de un nuevo agarre, un brazo fuerte, un aroma varonil y un espectáculo de naturalidad al sentir que era demasiado sencillo caminar del brazo de su antiguo amigo de juegos.
La mención de Zurie le ocasiono salir nuevamente del protocolo y aún de su brazo desear ver a su rostro, encontrando un magnifico perfil en el, que además de ser evidentemente más alto que ella le gustaba que así fuera –oh!, en ese caso tendré que empecinarme en pedir dos favores, el primero… acompañar a este caballero que se me presenta en la búsqueda del regalo perfecto y, la segunda, permitir que yo misma le obsequie algo- sonreí y antes de que pudiese decir algo, aquella joven volvió a mirar hacia el frente, recogiendo su vestido un poco más para evitar un pequeño charco de agua que debería desviar pero que en vez de ello, simplemente y de un ligero salto paso de el –cuéntame de ella, hace años que deje de recibir noticias de los La Fère, e incluso desconozco si Zurie sigue manteniendo el mismo apellido o ya esta desposada-[ la ultima palabra le costo mencionarla porque si bien era lo más natural tomando en cuenta la edad posible de Zurie que era mayor que ella, Meredith Schoonmaker también debía recordar que su compromiso seguía en pie, a menos de que un milagro sucediera –o tal vez que exista una mistress La Fère- agrego desviando la mirada hacía algún cuadro sin un interés particular –si es así creo que este paseo no sería lo más prudente, y sería una verdadera lastima-
Meredith Schoonmaker- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/03/2011
Re: La edad de la inocencia (Roldán)
¿Era un coqueteo lo que se dejaba insinuar en la suavidad invitadora de su voz? Por un momento mi vena de cassanova me hizo olvidar que estaba frente a mi amiga de la infancia y me sentí tentado a hacerle la corte. Resultaba encantadora mezclando su belleza con un ingenio incomparable. Demasiada tentación que no habría pasado por alto de no tratarse de ella. Pero eso no significaba que no pudiera coquetear un poco con ella. Confiaba en que podría contenerme sin necesidad de revelar al empedernido don Juan en el que me había convertido. Sonreí seductoramente. Exactamente... cualquier joven inexperta, pero en vista de que mademoiselle no es ingenua, reconozco la ineficacia que esos pobres versos puedan haber causado en su persona. la cuestión aunque encubierta era clara. Quería saber si Di aún era Di y si ella podía confirmármelo para ahorrarme quebraderos de cabeza.
La incredulidad en su mirada casi logró arrancarme una carcajada, algo que no era precisamente oportuno dada la situación y el lugar. Sin embargo ella se rió, y en ese momento tuve la certeza de que no la había perdido. Di seguía estando ahí. Algo emperifollada y definitivamente más educada que cuando niña, pero con esa viveza de carácter y naturalidad que tanto le caracterizaban. Mi sencillo comentario además me mostró a ambas Meredith: la que yo conocía y la que ahora comenzaba a conocer, aquella que coqueteaba de una manera tan encantadora. Le ofrecí una sonrisa de falsa culpabilidad. Me confieso culpable de ambas intenciones, aunque yo las expresaría de diferente manera y de manera más resumida en una sola: Impresionar a una joven y encantadora dama con el egoísta pero bientencionado deseo de que sus pensamientos, aun si solo duran menos de un minuto, se dirijan favorablemente hacia mi persona. De esa manera podríamos prescindir, incluso por poco tiempo, de toda etiqueta y formalidad para convertirnos en dos simples interlocutores disfrutando de los placeres culpables de la vida, que después de todo, son los únicos que valen la pena. le guiñé un ojo ante la mirada escandalizada de su doncella, pero esto del coqueteo comenzaba a volverme descarado, y además yo nunca había sido bueno para ocultar mis pensamientos.
Tal como esperaba, su reacción al oír el nombre de Zuriè, tan dulce como lo era mi hermana,había sido la esperada. El protocolo era claro. Yo debía insistir durante media hora en que no era necesario hacer tal regalo, mientras ella insistía en que era definitivamente imprescindible, pero no comenté nada para ahorrarnos escenas artificiales de ese tipo, que además de todo serían inútiles porque al final de cuentas ella compraría un regalo para mi hermana. Hice una cortés inclinación con la cabeza para agradecérselo. Estoy seguro de que a Zuriè le agradara recibir un regalo inesperado de una amiga a quien no vemos desde hace tiempo. Aún así confieso y sé que lo sabe, ella considerará su propia estancia en París como el mayor de los regalos. Y me permito agregar que me siento de la misma manera. Tal vez había sido demasiado directo, pero era la verdad. Su mano apoyada con delicadeza pero a la vez con fuerte seguridad en mi brazo era demasiado agradable y me traía tantos placenteros recuerdos que lo consideraba con mucho el encuentro más agradable que había tenido en años.
Sin embargo incluso la felicidad más grande tiene grietas, y aún cuando paseaba con ella y sabía que de ella podría escuchar cualquier cosa sin alterarme, en seguida me di cuenta de que no era así cuando se trataba de mi hermana y la palabra matrimonio en la misma frase. Me tensé un poco y esperaba que no lo notara, pero entonces me di cuenta de lo absurdo de mi comportamiento, y lo favorable de la respuesta borró cualquier tensión que el tema pudiera haber ocasionado en mi estado de ánimo. Continúa soltera. anuncié con la satisfacción que me brindaba el saberme saboteador de la mayoría de sus citas. Aún no aparece el hombre adecuado para ella, pero confío en que cuando aparezca, estaréis aquí para asistir al fe... a la boda. había estado a punto de decir "Feliz" acontecimiento, pero me permitía dudar que fuera feliz para mi tener que prescindir de mi adorable Zu. Claro, lo que borró la sonrisa de mis labios fue lo siguiente que dijo. Mi padre nunca mencionaba el nombre de mi prometida, pero sí la intención de que el matrimonio se efectuara lo más pronto posible. Pero pensar en ello solo me pondría de mal humor, y en vista de quién era mi acompañante, no podía permitir que mi padre arruinara mi día. Sin embargo ella era mi amiga y debía decirle la verdad, aunque el revelárselo me provocó mayor desazón que si ella hubiera sido algo más que una amiga para mí. Existe una Madame La Fère... pero aún en proyecto... quiero decir... aún es mi prometida. Sin embargo nunca en mi vida la he visto e ignoro por completo que clase de persona sea, pero ni siquiera ella ni mi padre podrían impedirme el pasear contigo libremente. noté que la había tuteado y maldije internamente por haber perdido el control. El tema era de lo más incómodo, y además de sentirme tenso pude notar una ligera tensión en su propio agarre. Mi corazón dio un vuelco al notarlo. Evidentemente ella sabía como me sentía. Ella siempre me había comprendido pese a ser diferentes. Di definitivamente sabía que yo no podría casarme con una mujer a la que no amara. Pero entonces me di cuenta de que estaba pensando de manera egoísta. La tristeza en su mirada tenía más de empatía y resignación que de simple complicidad.
Me detuve de improviso al notar que un grupo nutrido de personas estaba un poco más delante de nosotros. Sin pensarlo mucho apresure el paso y me interné en la multitud sirviéndole de protección a Di a la vez que la arrastraba conmigo. Su doncella, de estatura menuda, tuvo menos suerte, y tal y como había planeado se quedó atrapada con una expresión de desesperado horror en su rostro. Me sentí culpable pero necesitaba estar con ella, a solas, aun si no fuera por más de tres minutos. Y desde luego, sin testigos. Nos escabullimos a un pequeño kiosko que estaba vacío, aunque había los suficientes paseantes alrededor como para que nuestra permanencia ahí no la perjudicara. Solté su mano y me coloqué frente a ella. Tomé su barbilla con la familiaridad a la que estábamos acostumbrados cuando niños y la obligué a verme. ¿Qué ocurre Di? pregunté sin preámbulos puesto que el tiempo apremiaba. La desesperación de su mirada me hizo querer protegerla como cuando eramos niños. Desconocía el motivo de tal desesperación, pero sentía, con creciente frustración, que tal vez en esta ocasión no podría protegerla.
La incredulidad en su mirada casi logró arrancarme una carcajada, algo que no era precisamente oportuno dada la situación y el lugar. Sin embargo ella se rió, y en ese momento tuve la certeza de que no la había perdido. Di seguía estando ahí. Algo emperifollada y definitivamente más educada que cuando niña, pero con esa viveza de carácter y naturalidad que tanto le caracterizaban. Mi sencillo comentario además me mostró a ambas Meredith: la que yo conocía y la que ahora comenzaba a conocer, aquella que coqueteaba de una manera tan encantadora. Le ofrecí una sonrisa de falsa culpabilidad. Me confieso culpable de ambas intenciones, aunque yo las expresaría de diferente manera y de manera más resumida en una sola: Impresionar a una joven y encantadora dama con el egoísta pero bientencionado deseo de que sus pensamientos, aun si solo duran menos de un minuto, se dirijan favorablemente hacia mi persona. De esa manera podríamos prescindir, incluso por poco tiempo, de toda etiqueta y formalidad para convertirnos en dos simples interlocutores disfrutando de los placeres culpables de la vida, que después de todo, son los únicos que valen la pena. le guiñé un ojo ante la mirada escandalizada de su doncella, pero esto del coqueteo comenzaba a volverme descarado, y además yo nunca había sido bueno para ocultar mis pensamientos.
Tal como esperaba, su reacción al oír el nombre de Zuriè, tan dulce como lo era mi hermana,había sido la esperada. El protocolo era claro. Yo debía insistir durante media hora en que no era necesario hacer tal regalo, mientras ella insistía en que era definitivamente imprescindible, pero no comenté nada para ahorrarnos escenas artificiales de ese tipo, que además de todo serían inútiles porque al final de cuentas ella compraría un regalo para mi hermana. Hice una cortés inclinación con la cabeza para agradecérselo. Estoy seguro de que a Zuriè le agradara recibir un regalo inesperado de una amiga a quien no vemos desde hace tiempo. Aún así confieso y sé que lo sabe, ella considerará su propia estancia en París como el mayor de los regalos. Y me permito agregar que me siento de la misma manera. Tal vez había sido demasiado directo, pero era la verdad. Su mano apoyada con delicadeza pero a la vez con fuerte seguridad en mi brazo era demasiado agradable y me traía tantos placenteros recuerdos que lo consideraba con mucho el encuentro más agradable que había tenido en años.
Sin embargo incluso la felicidad más grande tiene grietas, y aún cuando paseaba con ella y sabía que de ella podría escuchar cualquier cosa sin alterarme, en seguida me di cuenta de que no era así cuando se trataba de mi hermana y la palabra matrimonio en la misma frase. Me tensé un poco y esperaba que no lo notara, pero entonces me di cuenta de lo absurdo de mi comportamiento, y lo favorable de la respuesta borró cualquier tensión que el tema pudiera haber ocasionado en mi estado de ánimo. Continúa soltera. anuncié con la satisfacción que me brindaba el saberme saboteador de la mayoría de sus citas. Aún no aparece el hombre adecuado para ella, pero confío en que cuando aparezca, estaréis aquí para asistir al fe... a la boda. había estado a punto de decir "Feliz" acontecimiento, pero me permitía dudar que fuera feliz para mi tener que prescindir de mi adorable Zu. Claro, lo que borró la sonrisa de mis labios fue lo siguiente que dijo. Mi padre nunca mencionaba el nombre de mi prometida, pero sí la intención de que el matrimonio se efectuara lo más pronto posible. Pero pensar en ello solo me pondría de mal humor, y en vista de quién era mi acompañante, no podía permitir que mi padre arruinara mi día. Sin embargo ella era mi amiga y debía decirle la verdad, aunque el revelárselo me provocó mayor desazón que si ella hubiera sido algo más que una amiga para mí. Existe una Madame La Fère... pero aún en proyecto... quiero decir... aún es mi prometida. Sin embargo nunca en mi vida la he visto e ignoro por completo que clase de persona sea, pero ni siquiera ella ni mi padre podrían impedirme el pasear contigo libremente. noté que la había tuteado y maldije internamente por haber perdido el control. El tema era de lo más incómodo, y además de sentirme tenso pude notar una ligera tensión en su propio agarre. Mi corazón dio un vuelco al notarlo. Evidentemente ella sabía como me sentía. Ella siempre me había comprendido pese a ser diferentes. Di definitivamente sabía que yo no podría casarme con una mujer a la que no amara. Pero entonces me di cuenta de que estaba pensando de manera egoísta. La tristeza en su mirada tenía más de empatía y resignación que de simple complicidad.
Me detuve de improviso al notar que un grupo nutrido de personas estaba un poco más delante de nosotros. Sin pensarlo mucho apresure el paso y me interné en la multitud sirviéndole de protección a Di a la vez que la arrastraba conmigo. Su doncella, de estatura menuda, tuvo menos suerte, y tal y como había planeado se quedó atrapada con una expresión de desesperado horror en su rostro. Me sentí culpable pero necesitaba estar con ella, a solas, aun si no fuera por más de tres minutos. Y desde luego, sin testigos. Nos escabullimos a un pequeño kiosko que estaba vacío, aunque había los suficientes paseantes alrededor como para que nuestra permanencia ahí no la perjudicara. Solté su mano y me coloqué frente a ella. Tomé su barbilla con la familiaridad a la que estábamos acostumbrados cuando niños y la obligué a verme. ¿Qué ocurre Di? pregunté sin preámbulos puesto que el tiempo apremiaba. La desesperación de su mirada me hizo querer protegerla como cuando eramos niños. Desconocía el motivo de tal desesperación, pero sentía, con creciente frustración, que tal vez en esta ocasión no podría protegerla.
Roldán La Fère- Humano Clase Alta
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 12/03/2011
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