Agua para lavar los pecados (Gilbert)

Aún no terminaba de acostumbrarme a mi nueva vida en París, luego de dos años vagando por los pueblos en calidad de misionero, estar en la catedral todo el día ofreciendo los diversos servicios a los feligreses, me parecía de lo más tedioso y aburrido. Definitivamente mi espíritu libre no podía ser domado tan fácilmente, yo era un hombre de campo y de acciones, yo disfrutaba del estar en la calle con la gente necesitada no encerrado en un templo impecable como lo era Notredame.

Llovía desde hacía casi una hora y el clima se había vuelto bastante frío gracias a ello, algunas personas permanecían dentro de la iglesia buscando escamparse del agua, otros habían salido corriendo apenas el agua había comenzado a caer. Como el monaguillo que me ayudaba no se encontraba ese día en la iglesia, no lo dude un momento para coger un trapero y un balde que manteníamos en la casa cural.

-¡Muy bien Dodo a por el agua! - Me dije a mi mismo con una expresión positiva y llena de energía, siempre creí que a pesar de lo incómodo que pudiera resultar o las cosas que no me gustaran en determinada situación, no eran motivo para deprimirse y mostrar una mala cara.

Salí dando saltitos de la casa cural con el trapero en una mano y el balde en la otra, cualquiera que me hubiese visto le habría parecido algo infantil, pero lo bueno era que nadie me había visto, así que no me importó. Pronto llegué a la puerta principal, por donde se estaba entrando el agua de la llovizna y me dispuse a trabajar, me arremangué la sotana, pues no quería terminar con ella mojada y eso si que debió verse extraño. Coloqué el balde a un lado y comencé a trapear.

Sólo me faltaba entonar alguna cancioncita.

El día ya había amanecido con unas nubes con clara amenaza de lluvia pero el joven pelirrojo, haciendo gala de su poca practicidad en algunas ocasiones, había salido sin paraguas alguno ni nada que cubrirse. Vestido con su ropa habitual: patanlones negros, medias y camisa holgada; no hizo caso de los consejos maternos y se marchó sin nada más de abrigo o protección y la lluvia le pilló totalmente desprevenido. Estaba disfrutando de la agradable compañía de una amistad cuando llegó la hora de retirarse. La expresión se le quedó al ver la torrencial lluvia que caía seguramente había sido más que cómica. Como buen "gato" no le gustaba la lluvia ni tampoco mojarse más de lo debido, pero no podía quedarse allí más tiempo. Sin pensarlo demasiado echó a correr por las calles parisinas quedando totalmente empapado en cuestión de segundos. Sus zapatos no le salvaban lo suficiente y pronto notó sus pies húmedos, el cabello se le pegaba a la frente y a la nuca así como su camisa a la piel. Aún quedaba bastante camino hasta su casa y no podía seguir corriendo así. Buscó con la vista el lugar más cercano donde refugiarse y dio con uno: la iglesia. Sin pararse a pensárselo dos veces cambio su rumbo desviándose hacia el enorme portón de Notre Dame. Pero justo en la entrada el suelo mojado y sus zapatos más mojados aún no le permitieron frenar a tiempo y acabó tropezando con el joven que estaba fregando el suelo. Consiguió esquivarle más o menos para no empujar mucho al otro pero él si que acabó tirado en el suelo de malas maneras y con promesas de varios moratones al día siguiente en varias partes de su cuerpo.

- Auch...-

Se quejaba bajo mientras se intentaba incorporar con cuidado.

Concentrado como estaba en una de las labores màs odiadas por todo el mundo, no vi cuando el cuerpo mojado de ese chico se acercó a gran velocidad, de hecho apenas si logré reaccionar y debí colocar una cara de tonto avergonzante. El golpe que fue por el lado derecho, es decir, sobre mi hombro, le hizo tirar el trapero y este golepó el balde, voltéando y esparciendo el agua que con tanto esfuerzo había logrado recoger.

- ¡Madre de Dios! - Exclamé trastabillando para no caer y entonces noté el cuerpo humedo de un joven en el suelo, su cabello rojizo estaba todo pegado a su cráneo como un casco de militar. - ¿Se encuentra bien Monsieur? - Me apresuré a decir mientras me acercaba para ayudarle a levantarse, la caida había sido aparatosa y seguramente se había golpeado fuerte.

- Lo siento debi colocar un aviso que dijera que el piso estaba húmedo - Le dije, pero entonces recordé que no todo el mundo podía leer en Paris, de hecho la mayoría eran iletrados, un aviso no sería de gran ayuda si las personas no pudieran comprender el mensajer. Me agaché doblando las rodillas y me incliné sobre él.

- ¿Monsieur? - Estiré una mano para ayudarlo a levantarse y le sonreí con amabilidad, con esas sonrisas que sabía, hacían sentir mejor a los enfermos y pecadores.

El suelo mojado o el suelo seco, no habría habido seguramente cambio ya que la mayor parte de la culpa de la caída eran las revaladizas suelas de sus zapatos mojados, la otra era haber ido corriendo hasta ahí sin preveer que debía frenar antes. Pero ya el daño se lo había hecho así que en vano era pensar en formas en las que hubiera podido evitarlo. Se pasó una mano por los cabellos apartándoselos de la cara los que habían quedado pegados e impedimentaban su visión. Con ese gesto quedaron algo alborotados, algo más maleables por la humedad pero consiguió despejarse el rostro.

- E.. estoy bien..-

Habló con la voz ligeramente ronca moviendo ligeramente los tobillos comprobando con alivio que no se los había torcido, aunque le dolía un poco pero seguramente era solo por algún golpe. Se arrodilló como pudo en el suelo y antes de darse impulso se giró a mirar al que se había acercado a socorrerle.

- o no.. rayos... tal golpe me dí que me morí y usted es el hermoso ángel que me recibe?.-

Preguntó en voz alta, pero no como método de seducción ni nada por el estilo, lo decía totalmente en serio. Pero es que había quedado ligeramente atontado por el golpe y no controlaba bien lo que decía.

Allí tirado en el suelo completamente empapado sus cabellos tenían mucho más brillos y su pálida piel húmeda también parecía resplandecer ligeramenta a pesar de las penumbras de la catedral, luminosidad que hacía que los grandes ojos del joven lucieran su tonalidad más marronacea dejando el verde de su mirada ligeramente aparcado. Para algunos el aspecto de Gilbert debía ser inocente y encantador, pero para la mayoría seguramente simplemente era deplorable.

El pobre chico apenas si sabía donde estaba, abrí los ojos de par en par cuando escuché sus palabras, mis cejas se arquearon en la sorpresa, giré mi rostro a ambos lados como si de verdad estuviese buscando al tal Àngel que mencionaba, entonces la risa afloró de mis labios, una risa cantarina y pura, como todo lo que me caracterizaba, yo era blanco puro, el blanco cegador de la luz.

- Soy el Párroco suplente, soy Laurent Sarkozi, Monsieur - Me presenté sintiendo cierto calor en las mejillas, que le digan a uno que es hermoso cuando se tiene la nariz tan grande como la de un pájaro DoDo, resulta vergonzoso y es inevitable que no me sonroje. - Venga Monsieur, levántese, está todo empapado y desorientado, pero no se preocupe, se encuentra en el templo de Dios y con un guerrero de su luz -

Quizás era innecesario mencionar eso del guerrero, ahora que lo pienso, debí sonar un tanto melodramático, pero siempre me ha gustado pensar en que soy un guerrero de Dios, que estoy en este mundo para enviar su mensaje de salvación.

- ¿Le duele algo? - Le pregunté y el murmullo de los curiosos no se hizo esperar, quedaban algunas señoras y señores de la tercera edad en las bancas, resguardándose del terrible clima, una señora no muy anciana se acercó tan rápido como pudo y agarró el trapero - No se preocupe Padre, yo me encargo del agua, ese pobre joven necesita una toalla y un té caliente -

- Es usted encantadora madame - Comenté entusiasmado por su bondad y tomé al joven por los hombros para levantárlo definitivamente del suelo - Ven, te llevaré a la casa cural, allí podrás secarte y cambiarte de ropa si lo deseas -

Se había llevado una mano a la cabeza que ahora notaba ligeramenta adolorida, aunque en realidad no se la había golpeado fuerte pero era propenso a las migrañas y el tiempo que hacía que le empeoraran con facilidad. Tras parpadear un par de veces y mirar a su alrededor dejando que sus ojos se fueran acostumbrando a la luz fue dándose cuenta de donde estaba.

[i]Ah.. claro.. estaba corriendo por la lluvia y me metí en el primer sitio que encontré... pero al entrar resvalé... necesito unos buenos zapatos para este tipo de días"

Pensaba para sí ya algo más tranquilo notando las pulsaciones de dolor que varias partes de su cuerpo, especialmente en uno de sus tobillos, en el codo y en el trasero.

Miró al hombre que le había socorrido ya consciente de que se trataba de alguien de carne y hueso como él. Unas carnes y unos huesos muy atractivos para su gusto por lo que alcanzaba a ver, pero el ver sus ropajes de religioso y escuchar lo que decía no pudo evitar que un escalofrío recorriera su cuerpo, y no era precisamente de frío. No le gustaban las iglesias.. ni la gente demasiado religiosa.. era algo que respetaba pero prefería mantenerse apartado todo lo que podía. Pero nada más oír el "pobre" su actitud de incomodidad cambió por una de orgullo y ligera rabia. Odiaba mostrarse dévil ante los demás y no tardó en levantarse del suelo con toda la elegancia y gracia que pudo intentado así ocultar su tremenda torpeza de hacía unos escasos segundos. Pero no era ningún maleducado e hizo una reverencia hacia la mujer que se había ofrecido susurrando un "gracias" que lo oyó poco más que el cuello de su camisa.

La casa del cura... en otras ocasiones no le habrían llevado allí ni a rastras pero si así podía alejarse de todos los testigos de su torpeza no le importaba mucho donde ir. Además la perspectiva de ropa seca era más que tentadora. No quería coger un resfriado.

- Se lo agradezco padre Sarkozi.-

Susurró también bajo pero audible dejándose guiar por el joven cura.

Sin dejar que esa sonrisa se apagara en mis labios, conduje al chico al interior de la iglesia bordeando el costado derecho, el pasillo estaba lleno de innumerables vitrales, enormes y llenos de colores en donde se podía apreciar algo de la divina esencia y creación del señor. Notredame era una catedral enorme, la más grande de Francia y quizá mucho más grande que la que había visitado en Madrid años atrás, por lo que tardamos en atravesarla caminando.

No tenía mucha prisa, para ser franco soy de los que prefiere hacer las cosas lentas pero seguras y bien hechas, la paciencia es un don de Dios, siempre lo he creído. Así pues que caminé con tranquilidad, dejando atrás a las señoras y ancianos que rezaban en completa devoción hincados en sus rodillas en las bancas de madera cercanas al púlpito principal.

La casa cural era la casa donde dormíamos y vivíamos los sacerdotes, anteriormente había sido habitada por Asrrael y eventualmente por algún seminarista, pero ahora era mi residencia temporal, por lo menos mientras durara como sacerdote en esa iglesia. Abrí la puerta que conectaba la catedral con la casa cural, dejando pasar al joven de quien aún desconocía su nombre.

Llegamos entonces a una sala no muy grande, bastante austera en cuanto a decoración, de hecho sólo había una estatuilla de la virgen Maria sosteniendo al niño Jesus en una de las paredes y el resto se encontraba desprovistas de decoración u objetos. Había una mesa de madera en el centro con cuatro sillas del mismo material y una estantería con libros al fondo.

- Eres bienvenido a sentarte - Le invité señalándole una de las sillas y me dirigí a la cocineta - Traeré un poco de té caliente y unas mantas secas - Le prometí y le dejé sólo por unos momentos mientras iba por lo mencionado y regresaba a paso tranquilo, dejándo la tetera hirviendo sobre la mesa y colocando la manta seca sobre su regazo para que se secara, tomé asiento al frente suyo y comencé a servir el té - Es una suerte que el monaguillo haya preparado té antes de irse, de lo contrario tendrías que esperar... por cierto, no me has dicho tu nombre ¿Como pudo referirme a ti? -

Gilbert no poseía dicho don y no podía evitar que los pasos a su parecer excesivamente tranquilos del religioso le exasperaran ligeramente. Él gustaba de andar con cierta ligereza y rapidez dando largas zancadas con sus esbeltas piernas por lo que dar pequeños pasos y a esa velocidad le ponía algo nervioso. Además tenía bastantes ganas de llegar a donde fuera que le estuviera conduciendo para poder quitarse las ropas mojadas que llevaba y de paso alejarse de cualquier testigo que quedara de su torpe caída.

Por culpa del enfado con "el mundo" que llevaba encima no pudo disfrutar de las vistas que el paseo le ofrecía mostrándole lugares de la catedral que aún no había explorado. En lugar de eso tenía la vista clavada en la espalda del parroco desviándola en varias ocasiones hacia el suelo con disimulo como vigilando que no hubiera ningún obstáculo que le hiciera tropezar de nuevo. Caminaba erguido y con los brazos cruzados sobre el pecho en un gesto orgulloso que al mismo tiempo le proporcionaba algo de calor a sus helados huesos. Sus mojados mechones rojizos goteaban sobre su cara de forma molesta pero no quería retirar el brazo de su pecho ni para apartarlos siquiera.

Cuando llegaron al lugar echó un rápido vistazo. Se notaba que era la habitación de un devoto cristiano y agradeciendo la invitación con una leve inclinación de la cabeza se sentó en el borde de una de las sillas, no queriendo mojarlas demasiado.

Vio como el otro se alejó y en cuanto se dio la vuelta cambió la postura de sus brazos para abrazarse más a sí mismo frotando sus brazos con sus manos. Peró dejó de hacer ese gesto cuando el hombre volvió a aparecer con las mantas y el té. Tomó lo que le tendió con gusto notando la suavidad y sequedad de estas como si fuera el primer objeto libre de humedad que tocara en años. Se levantó dejando las mantas sobre la silla en la que antes estaba sentado e hizo una leve reverencia presentándose.

- Mi nomber es Gilbert Gervais, puede llamarme simplemente Gilbert.-

Tras las formalidades empezó a desabrocharse con rapidez algunos botones de su camisa y cuando la tenía lo suficientemente suelta como para que pasara por su cabeza la agarró por el borde con ambos brazos cruzados y tiró hacia arriba quitándosela por completo quedando con su pálido torso desnudo al descubierto. Pero por poco tiempo ya que enseguida tomó una de las matas y se envolvió con ella con una disimulada expresión de placer al notar la tela seca sobre su tiritante cuerpo.

- Muchas gracias por las mantas.-

Susurró bajo pero audible con una expresión ya más limpia del enfado anterior esbozando incluso una tímida sonrisa que no parecia querer acabar de dibujarse.

Observé de reojo como el joven se secaba el pecho mojado luego de presentarse, comencé a pensar en lo incómodo que debían sentirse sus pantalones mojados, pero infortunadamente lo único que tenía allí para prestarle serían sotanas y no parecía ser un tipo que usara una, de hecho me parecía un tanto arrogante y altivo por la manera como actuaba.

- El placer es mio Monsieur - Le respondí con una leve inclinación de cabeza - En lo que lleva de primavera no había llovido tan fuerte como hasta hoy - Comencé a decir buscando entablar una conversación casual - Pero pareciera como si el cielo estuviese enojado con nosotros - Agregué medio en broma, en realidad no creía que el cielo pudiese tener sentimientos o que la lluvia fuera un castigo divino, no era de esos religiosos que le atribuían todo lo inexplicable a Dios.

- Y aunque algunos cultivos puedan haberse dañado - Continué apoyándome en los codos mientras le veía secarse - La lluvia también trae cosas buenas - Sonreí con dulzura entrecerrando los ojos y me quedé en silencio unos instantes a ver si el chico comprendía lo que intentaba decir - A puesto a que no venías a la Notredame hace mucho ¿Eh? - Agregué parpadeando un par de veces - Y la lluvia te ha traído de vuelta a la casa de Dios -

Que tonto sonaba aquello, pero a mi me gustaba creer en las buenas casualidades del destino, ahora conocía a un nuevo caballero gracias al clima, definitivamente las posibilidades eran infinitas.

Aunque las zonas más importantes ya estaban secas y calentitas el notar la tela de sus pantalones mojados pegándose a su piel aún mas de como se pegaban de normal era bastante molesto, sobre todo en al zona del trasero que además tenía pegado a la silla y el malestar se duplicaba. Pero lo cierto es que no le parecía demasiado correcto desnudarse así ante un desconocido, y menos aún ante un religoso así que se quedó así deseando que la tela se fuera secando sola lo más pronto posible.

- Es el inconveniente de que vuelva el mal tiempo, alguna tromba de agua caerá sí o sí, igual que todas las primaveras. Y por muy necesaria que sea detesto la lluvia... Debería haberme fijado más en el cielo antes de salir y así volver a casa antes o incluso quedarme allí directamente.-

Siguió la banal conversación sobre el tiempo tan insustancial pero un tema tan usado en la conversaciones diarias. Bueno... Gilbert siempre pensaba que cuando no se tenía nada de lo que charlar mejor hablar del tiempo que dejar incómodos silencios. Agudizó ligeramente su oído unos instantes concentrándose en el repicar de las gotas para intuir si había amainado un poco. ¿Que haría si no paraba hasta entrada la noche? Bueno.. fastidiarse y correr seguramente. Pero es que realmente detestaba la lluvia.. uno de los muchos rasgos por lo que le solían comparar con un felino.

- Yo este sitio lo considero más como una obra de arte que como "la casa de Dios" si la considerara así creo que no habría "vuelto" porque ni siquiera habría tenido una primera entrada.-

El joven pensó tarde que quizás debería haberse mordido la lengua. No es que fuera ateo, se consideraba agnóstico pero prefería mantenerse todo lo apartado que pudiera de cualquier religión, aunque por supuesto respestaba profundamente las creencias que pudiera tener la gente.

- Eh.. espero que eso no te haya ofendido... no sería la primera vez que un cura me hecha un largo sermón por decir algo que no querían oír pero no quiero ofender a nadie. Aunque me extraña lo joven que eres y que estés aquí.-

Comento con verdadera sorpresa en su voz clavando sus ojos en los ajenos con curiosidad.

Spoiler:

No era la primera vez que escuchaba hablar a alguien que no consideraba a notredame o cualquier iglesia como la casa de Dios, tampoco era la primera vez que alguien me decía que lucía demasiado joven para ser un sacerdote, de hecho de no haber sido por mis padres que me habían metido de niño en la abadía no habría podido terminar tan rápido y seguramente estaría a medio camino en el seminario.

Negué con la cabeza apresuradamente cuando el chico se disculpó por lo que acababa de decir, en realidad no me ofendía, había escuchado cosas peores en los exorcismos, hice un ademán con la mano para restarle importancia al asunto.

- No me ofendes, claro que no, no todos pensamos igual y esa es la gracia de este mundo - Le expliqué mientras tomaba mi taza de té - Si no lo bebes pronto se enfriará - Le indiqué respecto a su taza que aún no bebía - Así pues que... ya te han echado largos sermones ¿Eh? - Agregué con voz juguetona - ¿Porqué no crees haber podido entrar en la casa de Dios de considerarla como tal? - Pregunté curioso, no consideraba que los pecados de un hombre o mujer podían ser tan grandes como para no tener absolución.

(( Perdona la demora y lo corto D:, he estado un poco ocupado ))

Ante aquello que dijo de "la gracia de este mundo" Gilbert no pudo evitar esbozar una sonrisa sincera. Le había gustado oír eso, la mayoría de los curas con los que se había topado eran muy estrictos y estrechos de miras. Era agradable encontrar a alguien que no fuera así además que estaba más que de acuerdo con esa frase.
Tomó la taza de te ya menos humeante entre sus manos agradeciendo el calor que le brindaba a sus heladas extremidades y dando un pequeño sorbo comprobando que ya no quemaba tanto.

- Justo en su punto, gracias por avisar. Estaba justo esperando que se enfriara un poco, no soporto bien las cosas demasiado calientes.-

Comentó dando otro pequeño sorbo escuchando la pregunta del joven sacerdote. Realmente Gilbert no gustaba de hablar de esas ideas tan personales con nadie y los temas sobre política y religión solían ser siempre los que más esquivaba, pero por esa vez hizo excepción. Tampoco le parecía para tanto contestar esa simple pregunta.

- Bueno es que.. soy agnóstico sabe? Respeto todo tipo de religiones, siempre que estas me respenten a mí por supuesto. Y tengo mis propias creencias pero no soy practicante de ninguna religión y prefiero seguir así. Por eso no me gusta involucrarme demasiado en ninguna.-

Dio otro sorbo observando con cuidado el rostro tan agraciado del joven frente a él.. incluso su nariz algo grande parecía en completa armonía con el resto de sus rasgos dándole un matiz encantador.

- Desde luego me parece un verdadero desperdició un joven tan atractivo y encantador como tú anclado ya en la castidad y la vida del religioso.-

Comentó con una sonrisa ligeramente descarada aunque no era más que un pensamiento en alto.