AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Julia Machiavelli
2 participantes
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Julia Machiavelli
Nombre del Personaje:
Julia Machiavelli
Edad:
20 años
Especie:
Humana bruja
Tipo y Clase Social:
Clase alta procedente de la nobleza extranjera
Sexualidad:
Heterosexual
Lugar de Origen:
Florencia, Italia
Habilidad/Poder:
Premonición: La bruja tiene visiones acerca de hechos que aún no ocurrieron, o que están haciéndolo en el momento.
Ilusión: El don le permite a la taumaturgo crear en el entorno algunas imágenes sobre la realidad, que si bien no la cambian, pueden ocultarla.
Dominación: La dominación es una habilidad muy extraña que le permite a su conjuradora tener el control sobre un mortal apenas tocándolo. Para lograr la dominación, debe dejar fluir su poder, y no podrá usarlo más si no descansa al menos algunas horas.
Descripción Física:
Julia es una mujer de ciento setenta centímetros de escultural figura. De una simetría perfecta y curvas que llaman a los ojos de cualquier hombre, ella prefiere ganar su propio lugar sin prestarle atención a su cuerpo. Simplemente está satisfecha con lo que es, pero no le hubiera molestado en demasía otras medidas. Sus pechos no son muy grandes, tampoco pequeños. Son los que deben ser para su armonía física.
Sus anulares caderas no son anchas, aunque debido a su estrechez torácica y la planicie del abdomen hacen que lo parezcan, incluso ayudan a resaltar sus glúteos. Las piernas, rectas muestran la musculatura lograda después de años de entrenamiento junto a su padre.
Su ondulada y larga cabellera castaño oscuro es ocasionalmente lisa. No le gusta atarse el pelo, y esto le ha traído ciertos problemas para adaptarse a Francia. Lleva el cabello libre, como se considera ella misma, y le da el aspecto de un ser etéreo a la nívea piel de su rostro. Julia tiene los iris de un color azul intenso, tan brillante como su sonrisa.
Descripción Psicológica:
En Julia hay dos fuerzas que formaron su personalidad, que ella misma reconoce como peligrosas ante la sociedad. Una es la que formó su madre. En su niñez recibió clases de arte, canto y danza en general. Al igual que todas las niñas pertenecientes a la nobleza en Florencia desde la época de Lorenzo de Médici, al menos cuatrocientos años antes. Aprendió de la señora Esmeralda, su niñera, cómo comportarse en los círculos de la nobleza de la que formaba parte al ser hija, aunque no legítima, del regente de Florencia.
La otra influencia que la marcó fue la del propio duque, al que siempre se dirigió como "su majestad". Su padre no solo regentaba la República de Florencia sino que también comandaba los ejércitos. En la
vida de Julia, fue muy difícil encontrar un punto medio entre las clases de la señora Esmeralda y las de su padre. Éste la formó en las artes de la guerra como a un hijo varón, para comandar a los hombres y
acompañarlos en la batalla aunque en las ocasiones militares se mostró reacio a dejarla luchar.
Julia nunca ha sido materialista. Supo desde edad temprana que era una hija bastarda, los lujos que la rodearon fueron detalles que ella aceptaba como ajenos. Es noble desde lo más profundo de su alma, siempre tiene una sonrisa para obsequiar a quienes lo necesitan incluso a quienes la usan. Lo que nunca permitirá es que maltraten a alguien que aprecia.
Historia:
Soy Julia Machiavelli, princesa de Florencia, actualmente exiliada en París. El recuerdo más vivo de mi infancia se remonta al final de mi novena primavera, el 17 de Agosto, del año de Nuestro Señor de 1786. Mi padre, el rey Rodrigo, había elegido el mismísimo palacio Vecchio como lugar de celebración de una importante reunión en la que recibiría al importante rey de Nápoles. Nápoles, en ese entonces no se contaba entre las ciudades aliadas a la República de Florencia. Para mi padre era muy importante forjar una unión, por eso los extranjeros no me debían verme. Los visitantes podrían generarse preguntas. ¿De dónde había salido aquella niña si la reina no había podido darle hijos?
Así es, mi madre no era la legítima esposa de Rodrigo, sino una amante. Caterina, mi madre, es la mujer más hermosa de la que tenga memoria. No entendí cómo una mujer tan pura y radiante como ella terminó con alguien como lo era mi padre. Eran personalidades totalmente opuestas, la mirada cruel del rey solo podía ser comparada con la muerte. Allí donde mi padre ponía el ojo, había una batalla. Mi madre lo alejaba de aquella vida solo dedicándole una de sus sonrisas. Si había una persona capaz de detener el apabullante poder de el rey, esa era ella: Caterina.
Aquel día, la señora Esmeralda me despertó a la hora habitual para vestirme. Esa mañana vestiría un sencillo vestido azul y una túnica con detalles venecianos, de los que me gustaban pero no dejaban de ser detalles. Toda la mañana pasaría ocupada en mi clase de danza, hasta el mediodía, cuando con un poco de suerte doña Caterina me llevara a almorzar a los jardines. La mañana ocurrió con normalidad, sin darse cuenta de cuánto deseaba yo que llegara la hora de ver a mi madre.
Mi niñera esperaba con la misma devoción, solo porque yo estaba sufriendo. Ella detestaba verme mal por los caprichos de mi padre, aunque no lo hubiera admitido jamás. No recuerdo qué ocurrió desde que abrí los ojos temprano, hasta ese momento en el que el sol estaba en su auge con todos los detalles que merecería la historia pero es todo lo que tengo para ofrecer. Lo que sí permanece grabado en mi memoria es lo que ocurrió después, cuando doña Caterina hizo su entrada a la sala donde estaba practicando.
Todos hicimos silencio. Solo escuchábamos la respiración agitada de mi madre, que resonaba sobre la nada de nuestra mudez. Mi maestra de danza, de quien por suerte no recuerdo ni el nombre ni el rostro, se situó entre madre e hija.
— La clase aún no ha terminado, doña Caterina— su voz era firme, más por la situación tensa en la que se hallaba que por el horario—.
— Créeme que sí— contestó sin prestarle mucha atención.
Cuando mi madre me tomó entre sus brazos, sentí su preocupación como si fuera mía. Sus dedos amenazaron con herirme pero la intención era muy contraria.
— El castillo está bajo ataque, debemos salir de aquí— anunció mi madre.
Me soltó en el momento exacto en que por la puerta por donde había entrado apareció un soldado. La primera reacción no llegó, y todas nos quedamos tiesas. Quizá si el hombre hubiera sido uno de los atacantes hoy no estaría contando todo esto, pero había algo en ese entonces que nos estaba protegiendo. El soldado era parte de la guardia del palacio de Florencia. Nos hizo armar una fila encabezada por él para internarnos por los pasillos de camino a una salida. Yo no entendía lo que estaba pasando, así que me resultó extraño que doña Esmeralda aceptara una espada de aquel hombre. Ella se puso detrás de mi madre, que me guiaba tomándome ambos hombros con fuerza.
Se oían pasos desde todas las direcciones, acompañados por el chirrido que producen dos espadas al chocarse y las explosiones de los disparos. En el fondo de mi alma sentí que aquel vacío que siempre me había acompañado ya no estaba. Fue como si despertara con todas aquellas emociones juntas. En mi mente solo había una cosa, y no podía borrarla. En la salida a la que estábamos yendo había hombres, desconocidos para la gente de Florencia. Tenían la insignia de Nápoles en su tabardo pero ¿quién iba a escucharme?
Caminaba hacia mi propia muerte con apenas nueve años. Vería a mi madre y a mi niñera perecer. De repente pude verme con veinte años, haciendo cosas que jamás haría. Cuando regresé a mi presente, mi madre yacía en el suelo con un severo golpe en la frente, doña Esmeralda estaba rodeada de su propia sangre. Estaba muerta, comprendí apenas la vi. No era consciente de cuántos soldados me rodeaban, ni tampoco de aquél que tenía mi cuello tomado con fuerza. Al observarlo vi la maldad en su rostro, ¿qué clase de bestia puede matar a una niña inocente? Tomé su brazo con ambas manos, y liberé mi propia alma. Le saqué sus limitaciones.
Vi los ojos grises de aquel sujeto volverse enteramente negros antes de soltarme, y hacer una pregunta que me dejó confundida:
— ¿Qué puedo hacer por usted, ama?
— Acaba con todos tus compañeros— sentencié, siendo testigo pasiva de cómo algo dentro de mi tomaba el poder—.
Aquel soldado, rojo por la ira levantó su mosquete hacia los demás sin pensarlo. Mató al primero de ellos de un disparo, al siguiente le lanzó el arma de fuego y al tercero lo acabó acuchillando con su propia espada. Ninguno de ellos supo defenderse de los movimientos mortales de mi improvisado lacayo. Éste cumplía su orden, una de muerte.
— Ordéneme, ama— dijo arrodillándose ante mi.
Su rostro era una máscara de compasión y dolor, al verme conmocionada.
— ¿Cómo te llamas?— pregunté, aún sentada, con mis manos sobre la marca de mi cuello que él me había dejado—.
— Alfonso Di Pietro, teniente del ejército napolitano.
— ¿Está mi madre vida?
— Sí, ama, pero necesita un médico. Le pegué en un punto mortal. Lo siento mucho ama, no se enoje conmigo— imploró llorando—.
Miré al soldado como quien mira por la ventana más alta del palacio, para apreciar la capilla de San Genaro u otro punto que podría despertar melancolía.
— ¿Tú le hiciste eso a doña Esmeralda?— dije finalmente—.
— Así es, ama, yo la he matado. ¿Qué quiere que haga, ama?
— Muérete, Alfonso.
No podía mover las piernas, me pregunté si era a causa del ataque que había sufrido, o por lo conmocionada que estaba ante todo aquello. Más tarde me enteraría que al liberar la dominación, una bruja queda agotada. La cuestión es que el hombre dejó de respirar porque yo se lo había pedido, y lejos de causarme horror, me provocó dolor. Acababa de matar a un hombre, sin apenas tocarlo.
Después de ese día, nunca más fui llamada "la hija bastarda". El, por su parte, me enseñó a defenderme de forma que no tuviera que hacer aquello nunca más, y doña Caterina visitó a cada bruja, gitana y adivina en toda Florencia y alrededores. La vida fluyó lenta y rutinariamente, pero yo misma estaba interesada en el poder que residía en mi interior. Mis padres me miraban con miedo, aunque nunca me lo dijo, creo que ella estaba despierta cuando maté a Alfonso Di Pietro.
Animada por los reyes de Florencia, a la edad de dieciocho años viajé junto a mis damas de honor a París, lejos de mi patria, guiada por fuentes que me afirmaban que encontraría a una bruja capaz de enseñarme más acerca de mi poder. Ahora resido aquí, sola y no me comunico con mis padres desde hace varios meses.
Datos extras:
* Entre sus ancestros se encuentra Niccolò di Bernardo dei Machiavelli.
* No le gusta usar sus poderes, pero lo hace para ayudar a los demás. Esto le causa fuertes migrañas.
Julia Machiavelli
Edad:
20 años
Especie:
Humana bruja
Tipo y Clase Social:
Clase alta procedente de la nobleza extranjera
Sexualidad:
Heterosexual
Lugar de Origen:
Florencia, Italia
Habilidad/Poder:
Premonición: La bruja tiene visiones acerca de hechos que aún no ocurrieron, o que están haciéndolo en el momento.
Ilusión: El don le permite a la taumaturgo crear en el entorno algunas imágenes sobre la realidad, que si bien no la cambian, pueden ocultarla.
Dominación: La dominación es una habilidad muy extraña que le permite a su conjuradora tener el control sobre un mortal apenas tocándolo. Para lograr la dominación, debe dejar fluir su poder, y no podrá usarlo más si no descansa al menos algunas horas.
Descripción Física:
Julia es una mujer de ciento setenta centímetros de escultural figura. De una simetría perfecta y curvas que llaman a los ojos de cualquier hombre, ella prefiere ganar su propio lugar sin prestarle atención a su cuerpo. Simplemente está satisfecha con lo que es, pero no le hubiera molestado en demasía otras medidas. Sus pechos no son muy grandes, tampoco pequeños. Son los que deben ser para su armonía física.
Sus anulares caderas no son anchas, aunque debido a su estrechez torácica y la planicie del abdomen hacen que lo parezcan, incluso ayudan a resaltar sus glúteos. Las piernas, rectas muestran la musculatura lograda después de años de entrenamiento junto a su padre.
Su ondulada y larga cabellera castaño oscuro es ocasionalmente lisa. No le gusta atarse el pelo, y esto le ha traído ciertos problemas para adaptarse a Francia. Lleva el cabello libre, como se considera ella misma, y le da el aspecto de un ser etéreo a la nívea piel de su rostro. Julia tiene los iris de un color azul intenso, tan brillante como su sonrisa.
- Spoiler:
Descripción Psicológica:
En Julia hay dos fuerzas que formaron su personalidad, que ella misma reconoce como peligrosas ante la sociedad. Una es la que formó su madre. En su niñez recibió clases de arte, canto y danza en general. Al igual que todas las niñas pertenecientes a la nobleza en Florencia desde la época de Lorenzo de Médici, al menos cuatrocientos años antes. Aprendió de la señora Esmeralda, su niñera, cómo comportarse en los círculos de la nobleza de la que formaba parte al ser hija, aunque no legítima, del regente de Florencia.
La otra influencia que la marcó fue la del propio duque, al que siempre se dirigió como "su majestad". Su padre no solo regentaba la República de Florencia sino que también comandaba los ejércitos. En la
vida de Julia, fue muy difícil encontrar un punto medio entre las clases de la señora Esmeralda y las de su padre. Éste la formó en las artes de la guerra como a un hijo varón, para comandar a los hombres y
acompañarlos en la batalla aunque en las ocasiones militares se mostró reacio a dejarla luchar.
Julia nunca ha sido materialista. Supo desde edad temprana que era una hija bastarda, los lujos que la rodearon fueron detalles que ella aceptaba como ajenos. Es noble desde lo más profundo de su alma, siempre tiene una sonrisa para obsequiar a quienes lo necesitan incluso a quienes la usan. Lo que nunca permitirá es que maltraten a alguien que aprecia.
Historia:
Soy Julia Machiavelli, princesa de Florencia, actualmente exiliada en París. El recuerdo más vivo de mi infancia se remonta al final de mi novena primavera, el 17 de Agosto, del año de Nuestro Señor de 1786. Mi padre, el rey Rodrigo, había elegido el mismísimo palacio Vecchio como lugar de celebración de una importante reunión en la que recibiría al importante rey de Nápoles. Nápoles, en ese entonces no se contaba entre las ciudades aliadas a la República de Florencia. Para mi padre era muy importante forjar una unión, por eso los extranjeros no me debían verme. Los visitantes podrían generarse preguntas. ¿De dónde había salido aquella niña si la reina no había podido darle hijos?
Así es, mi madre no era la legítima esposa de Rodrigo, sino una amante. Caterina, mi madre, es la mujer más hermosa de la que tenga memoria. No entendí cómo una mujer tan pura y radiante como ella terminó con alguien como lo era mi padre. Eran personalidades totalmente opuestas, la mirada cruel del rey solo podía ser comparada con la muerte. Allí donde mi padre ponía el ojo, había una batalla. Mi madre lo alejaba de aquella vida solo dedicándole una de sus sonrisas. Si había una persona capaz de detener el apabullante poder de el rey, esa era ella: Caterina.
Aquel día, la señora Esmeralda me despertó a la hora habitual para vestirme. Esa mañana vestiría un sencillo vestido azul y una túnica con detalles venecianos, de los que me gustaban pero no dejaban de ser detalles. Toda la mañana pasaría ocupada en mi clase de danza, hasta el mediodía, cuando con un poco de suerte doña Caterina me llevara a almorzar a los jardines. La mañana ocurrió con normalidad, sin darse cuenta de cuánto deseaba yo que llegara la hora de ver a mi madre.
Mi niñera esperaba con la misma devoción, solo porque yo estaba sufriendo. Ella detestaba verme mal por los caprichos de mi padre, aunque no lo hubiera admitido jamás. No recuerdo qué ocurrió desde que abrí los ojos temprano, hasta ese momento en el que el sol estaba en su auge con todos los detalles que merecería la historia pero es todo lo que tengo para ofrecer. Lo que sí permanece grabado en mi memoria es lo que ocurrió después, cuando doña Caterina hizo su entrada a la sala donde estaba practicando.
Todos hicimos silencio. Solo escuchábamos la respiración agitada de mi madre, que resonaba sobre la nada de nuestra mudez. Mi maestra de danza, de quien por suerte no recuerdo ni el nombre ni el rostro, se situó entre madre e hija.
— La clase aún no ha terminado, doña Caterina— su voz era firme, más por la situación tensa en la que se hallaba que por el horario—.
— Créeme que sí— contestó sin prestarle mucha atención.
Cuando mi madre me tomó entre sus brazos, sentí su preocupación como si fuera mía. Sus dedos amenazaron con herirme pero la intención era muy contraria.
— El castillo está bajo ataque, debemos salir de aquí— anunció mi madre.
Me soltó en el momento exacto en que por la puerta por donde había entrado apareció un soldado. La primera reacción no llegó, y todas nos quedamos tiesas. Quizá si el hombre hubiera sido uno de los atacantes hoy no estaría contando todo esto, pero había algo en ese entonces que nos estaba protegiendo. El soldado era parte de la guardia del palacio de Florencia. Nos hizo armar una fila encabezada por él para internarnos por los pasillos de camino a una salida. Yo no entendía lo que estaba pasando, así que me resultó extraño que doña Esmeralda aceptara una espada de aquel hombre. Ella se puso detrás de mi madre, que me guiaba tomándome ambos hombros con fuerza.
Se oían pasos desde todas las direcciones, acompañados por el chirrido que producen dos espadas al chocarse y las explosiones de los disparos. En el fondo de mi alma sentí que aquel vacío que siempre me había acompañado ya no estaba. Fue como si despertara con todas aquellas emociones juntas. En mi mente solo había una cosa, y no podía borrarla. En la salida a la que estábamos yendo había hombres, desconocidos para la gente de Florencia. Tenían la insignia de Nápoles en su tabardo pero ¿quién iba a escucharme?
Caminaba hacia mi propia muerte con apenas nueve años. Vería a mi madre y a mi niñera perecer. De repente pude verme con veinte años, haciendo cosas que jamás haría. Cuando regresé a mi presente, mi madre yacía en el suelo con un severo golpe en la frente, doña Esmeralda estaba rodeada de su propia sangre. Estaba muerta, comprendí apenas la vi. No era consciente de cuántos soldados me rodeaban, ni tampoco de aquél que tenía mi cuello tomado con fuerza. Al observarlo vi la maldad en su rostro, ¿qué clase de bestia puede matar a una niña inocente? Tomé su brazo con ambas manos, y liberé mi propia alma. Le saqué sus limitaciones.
Vi los ojos grises de aquel sujeto volverse enteramente negros antes de soltarme, y hacer una pregunta que me dejó confundida:
— ¿Qué puedo hacer por usted, ama?
— Acaba con todos tus compañeros— sentencié, siendo testigo pasiva de cómo algo dentro de mi tomaba el poder—.
Aquel soldado, rojo por la ira levantó su mosquete hacia los demás sin pensarlo. Mató al primero de ellos de un disparo, al siguiente le lanzó el arma de fuego y al tercero lo acabó acuchillando con su propia espada. Ninguno de ellos supo defenderse de los movimientos mortales de mi improvisado lacayo. Éste cumplía su orden, una de muerte.
— Ordéneme, ama— dijo arrodillándose ante mi.
Su rostro era una máscara de compasión y dolor, al verme conmocionada.
— ¿Cómo te llamas?— pregunté, aún sentada, con mis manos sobre la marca de mi cuello que él me había dejado—.
— Alfonso Di Pietro, teniente del ejército napolitano.
— ¿Está mi madre vida?
— Sí, ama, pero necesita un médico. Le pegué en un punto mortal. Lo siento mucho ama, no se enoje conmigo— imploró llorando—.
Miré al soldado como quien mira por la ventana más alta del palacio, para apreciar la capilla de San Genaro u otro punto que podría despertar melancolía.
— ¿Tú le hiciste eso a doña Esmeralda?— dije finalmente—.
— Así es, ama, yo la he matado. ¿Qué quiere que haga, ama?
— Muérete, Alfonso.
No podía mover las piernas, me pregunté si era a causa del ataque que había sufrido, o por lo conmocionada que estaba ante todo aquello. Más tarde me enteraría que al liberar la dominación, una bruja queda agotada. La cuestión es que el hombre dejó de respirar porque yo se lo había pedido, y lejos de causarme horror, me provocó dolor. Acababa de matar a un hombre, sin apenas tocarlo.
Después de ese día, nunca más fui llamada "la hija bastarda". El, por su parte, me enseñó a defenderme de forma que no tuviera que hacer aquello nunca más, y doña Caterina visitó a cada bruja, gitana y adivina en toda Florencia y alrededores. La vida fluyó lenta y rutinariamente, pero yo misma estaba interesada en el poder que residía en mi interior. Mis padres me miraban con miedo, aunque nunca me lo dijo, creo que ella estaba despierta cuando maté a Alfonso Di Pietro.
Animada por los reyes de Florencia, a la edad de dieciocho años viajé junto a mis damas de honor a París, lejos de mi patria, guiada por fuentes que me afirmaban que encontraría a una bruja capaz de enseñarme más acerca de mi poder. Ahora resido aquí, sola y no me comunico con mis padres desde hace varios meses.
Datos extras:
* Entre sus ancestros se encuentra Niccolò di Bernardo dei Machiavelli.
* No le gusta usar sus poderes, pero lo hace para ayudar a los demás. Esto le causa fuertes migrañas.
Verónica Amnell- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 16/04/2011
Re: Julia Machiavelli
En tu ficha haces mención de que eres una princesa y no se está permitido puesto que ya se han cerrado esos cargos. Tienes que editarla para que pueda ser aceptada. En cuanto al nombre, apellido y avatar tienes que registrarlos. No puedo cambiarlo a Julia porque ya existe uno que es muy parecido y tampoco permitimos ese tipo de similitudes.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 7350
Fecha de inscripción : 19/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Julia Machiavelli
Escribí clase alta, princesa en otro país. Llevé la historia a contar que estoy sola sin comunicarme con los reyes. Por otra parte, si tengo que elegir un nombre que no sea uno de los 200 en uso siendo que el mío es parecido y no igual a uno elegido... sin palabras.Me disculpo por quitarte tiempo, olvida que me he registrado e intenté rolear en el foro.
Un saludo.
Un saludo.
Verónica Amnell- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 16/04/2011
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