AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
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Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
Dibujar con tus dedos el contorno sin llegar a tocar del todo las teclas, como si el aire fuera demasiado espeso y no permitiera que te acercaras, intenta recordar la melodía con la que soñó, esa que apareció en la repetitiva imagen, se mezclaba con el ruido de las olas chocando contra las rocas y de su risa contrastando con el sol, el sonido no se forma del mismo modo y el piano sigue en silencio pese a todo el murmullo alrededor, voces, algunas más agudas que otras, todas queriendo decir lo mismo, pidiendo lo mismo, oídos sordos para poder mantener el ritmo en su mente, ¿será que la falta de ropa aumenta su inspiración? La piel desnuda está llena de ojos puestos en ella, de intenciones y peticiones, si pudieran marcarla no habría lugar libre donde no se hubieran posado, quizás sólo uno, ese donde aún nadie había llegado, sólo ella mientras jugaba a descubrir y sentir, haciendo aquello que siempre le dijeron estaba prohibido, aquello que le dio el empuje para escribir una de sus novelas.
El piano se detiene aunque nunca ha sonado, puede sentir claramente que unos ojos se clavan más en ella que otros, alguien le grita que debe comenzar a sonar la música y ella comienza a mover los dedos sobre el piano, esta vez dejando que alcancen el fondo y toquen melodías alegres incluso en días tristes. La canción varía a medida que escucha los pasos, como si marcaran el ritmo de su acercamiento, ella va dando el compás y sabe que antes de que termine la sonata de Haydn que había aprendido poco antes de salir de su casa, escuchará una voz masculina solicitando algo. El cabello le cae por la espalda tapando parte de la piel tan expuesta, parece un trofeo al alcance pero jamás otorgado a nadie, así la prefieren, que no se ponga de pie, que no haga honor a su apodo… Marée, como la marea esa que va y viene aunque nadie la llame, esa que pertenece al mar como ella también lo hace, aquellas aguas que pueden arrasar con todo y dejar nada a su paso.
La música se detiene esta vez de verdad, se escuchan algunos gritos y otros aplausos, ella estira los dedos un poco más y evita la fatiga provocada por horas y horas de moverlos, a veces componiendo algo, otras, deslizando la pluma sobre el papel dejando manchas oscuras sobre su piel tan pálida. Antes de que él pudiera llegar hasta ella se giró y cruzó sus piernas, sólo para mirarlo de frente y que fuera él quien mostrara aquel rostro lleno de sorpresa, le regaló una sonrisa y supo que eso sería lo único que le regalaría jamás, por el resto debía pagar y si se basaba no tanto en la ropa pero si el porte y aquellos gestos al caminar, él tendría dinero como para hacerlo, sólo que para ella, para Marée, quizás no sería suficiente. Las monedas se acumulaban en distintos escondites pero la curiosidad era lo que aumentaba aún incluso más, ¿sería realmente él quién fuera lo suficientemente bueno como para ser el primero entre las piernas de Marcheline?
El piano se detiene aunque nunca ha sonado, puede sentir claramente que unos ojos se clavan más en ella que otros, alguien le grita que debe comenzar a sonar la música y ella comienza a mover los dedos sobre el piano, esta vez dejando que alcancen el fondo y toquen melodías alegres incluso en días tristes. La canción varía a medida que escucha los pasos, como si marcaran el ritmo de su acercamiento, ella va dando el compás y sabe que antes de que termine la sonata de Haydn que había aprendido poco antes de salir de su casa, escuchará una voz masculina solicitando algo. El cabello le cae por la espalda tapando parte de la piel tan expuesta, parece un trofeo al alcance pero jamás otorgado a nadie, así la prefieren, que no se ponga de pie, que no haga honor a su apodo… Marée, como la marea esa que va y viene aunque nadie la llame, esa que pertenece al mar como ella también lo hace, aquellas aguas que pueden arrasar con todo y dejar nada a su paso.
La música se detiene esta vez de verdad, se escuchan algunos gritos y otros aplausos, ella estira los dedos un poco más y evita la fatiga provocada por horas y horas de moverlos, a veces componiendo algo, otras, deslizando la pluma sobre el papel dejando manchas oscuras sobre su piel tan pálida. Antes de que él pudiera llegar hasta ella se giró y cruzó sus piernas, sólo para mirarlo de frente y que fuera él quien mostrara aquel rostro lleno de sorpresa, le regaló una sonrisa y supo que eso sería lo único que le regalaría jamás, por el resto debía pagar y si se basaba no tanto en la ropa pero si el porte y aquellos gestos al caminar, él tendría dinero como para hacerlo, sólo que para ella, para Marée, quizás no sería suficiente. Las monedas se acumulaban en distintos escondites pero la curiosidad era lo que aumentaba aún incluso más, ¿sería realmente él quién fuera lo suficientemente bueno como para ser el primero entre las piernas de Marcheline?
Marcheline Roublé- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 15/04/2011
Localización : Burdel
Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
No aguantaba mas, un día mas en ese encierro y juraba que empezaría a asesinar a alguien y no le importaría que el juicio de Dios cayera encima de el, no le interesaría si los ojos de la gente nuevamente se posaban en su persona, señalándolo, juzgándolo como lo habían hecho ya una vez. Tampoco importaría que sus padres se sintieran nuevamente decepcionados de su único hijo, ese que nuevamente decidía regresar a las garras del pecado, como ellos le llamaban. Es que no tenía razón de ser el estar reprimiendo a la bestia en su interior, deseosa de salir a la luz, de hacer de las suyas. Quizás ese era su verdadero yo, ¿quien lo sabia? No tenía razón de ser el pensar que el diablo le había hecho eso como decían sus progenitores. Emiliano siempre había creído que si era como era, era por que el mismo Dios así lo había querido y no resultaba coherente el pensar que seria castigado por ser lo que el mismo había destinado para el.
La noche cayo mas rápido de lo esperado y luego de mucho pensarlo, se auto convenció de que esa noche no seria como todas las anteriores, debía ser distinta, tenia que salir de esa monotonía absurda. Se vistió de manera normal, con un abrigo encima, a pesar de que frío no hacia, y tomo el dinero ahorrado que tenia dentro de una cajita. Salio al mundo con la frente en alto, sin importarle que alguien lo viera o quisiera detenerlo, cosa que por cierto, no ocurrió.
El menos de media hora estuvo en el lugar que menos hubiese querido pisar semanas antes, al que había estado huyéndole como si del mismo demonio de tratase. Pero ahora ahí estaba, por su propia cuenta, en el burdel, con decenas de mujeres paseándose a su alrededor, dejando poco a la imaginación, a su imaginación, misma que estaba bastante bien desarrollada. Paseo su vista de una esquina a otra, en ella no había temor, ni había vergüenza, no había prejuicios y finalmente se encontró con lo que quizás era lo mas bello en aquel lugar. Una espalda, una piel suave, unos dedos danzando. Un piano y una mujer, ¿acaso había una mejor combinación? Sus pies se movieron como por arte de magia, hipnotizado por esa melodía en el aire, andando en dirección hacia donde esa mujer permanecía de espaldas y que en tan solo unos segundos ahora estaba de frente, mirándole con esos ojos, con esos labios, con ese cabello. Todo en ella era perfecto, incluso el no podía evitar sentirse defectuoso a su lado, cualquiera lo haría. “Ella, la quiero a ella” – Pensó en cuanto detuvo sus pies justo frente a la divinidad que se mantenía con las piernas cruzadas, dejando a la vista parte de sus encantos, por que seguramente debía poseer un sin fin de ellos.
- ¿Linda, eh? – Pregunto un hombre ebrio que poso su brazo sobre el hombro de Emiliano. – Pero muy cara…¿no es así Marcheline? – Lanzo esta vez la pregunta hacia la mujer que parecía tallada en mármol. Emiliano ni siquiera giro el rostro para verle la cara al tipo.
- ¿Tiene precio?, imposible. – Susurro entre dientes, no supo si a el hombre o a ella, pero estuvo seguro de que ambos le habían escuchado. – No debería, pero no puedo evitar sentir dicha al escucharlo, ¿cual es el precio que debo pagar por uno de sus besos, por una noche en su compañía?, por que sea cual sea, estaría dispuesto a vender mi alma al diablo con tal de conseguir tal cantidad. – No blasfemes Emiliano, no blasfemes.
La noche cayo mas rápido de lo esperado y luego de mucho pensarlo, se auto convenció de que esa noche no seria como todas las anteriores, debía ser distinta, tenia que salir de esa monotonía absurda. Se vistió de manera normal, con un abrigo encima, a pesar de que frío no hacia, y tomo el dinero ahorrado que tenia dentro de una cajita. Salio al mundo con la frente en alto, sin importarle que alguien lo viera o quisiera detenerlo, cosa que por cierto, no ocurrió.
El menos de media hora estuvo en el lugar que menos hubiese querido pisar semanas antes, al que había estado huyéndole como si del mismo demonio de tratase. Pero ahora ahí estaba, por su propia cuenta, en el burdel, con decenas de mujeres paseándose a su alrededor, dejando poco a la imaginación, a su imaginación, misma que estaba bastante bien desarrollada. Paseo su vista de una esquina a otra, en ella no había temor, ni había vergüenza, no había prejuicios y finalmente se encontró con lo que quizás era lo mas bello en aquel lugar. Una espalda, una piel suave, unos dedos danzando. Un piano y una mujer, ¿acaso había una mejor combinación? Sus pies se movieron como por arte de magia, hipnotizado por esa melodía en el aire, andando en dirección hacia donde esa mujer permanecía de espaldas y que en tan solo unos segundos ahora estaba de frente, mirándole con esos ojos, con esos labios, con ese cabello. Todo en ella era perfecto, incluso el no podía evitar sentirse defectuoso a su lado, cualquiera lo haría. “Ella, la quiero a ella” – Pensó en cuanto detuvo sus pies justo frente a la divinidad que se mantenía con las piernas cruzadas, dejando a la vista parte de sus encantos, por que seguramente debía poseer un sin fin de ellos.
- ¿Linda, eh? – Pregunto un hombre ebrio que poso su brazo sobre el hombro de Emiliano. – Pero muy cara…¿no es así Marcheline? – Lanzo esta vez la pregunta hacia la mujer que parecía tallada en mármol. Emiliano ni siquiera giro el rostro para verle la cara al tipo.
- ¿Tiene precio?, imposible. – Susurro entre dientes, no supo si a el hombre o a ella, pero estuvo seguro de que ambos le habían escuchado. – No debería, pero no puedo evitar sentir dicha al escucharlo, ¿cual es el precio que debo pagar por uno de sus besos, por una noche en su compañía?, por que sea cual sea, estaría dispuesto a vender mi alma al diablo con tal de conseguir tal cantidad. – No blasfemes Emiliano, no blasfemes.
Invitado- Invitado
Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
No sería el primero ni tampoco el último hombre que la mirara de esa forma, apenas un par de meses en el burdel y la voz de su guía en aquel camino. Ellos te mirarán como si fueras el trozo de carne que desean llevarse a la boca, te imaginarán como el plato más exquisito de una cena de honor, ellos intentarán obtener todo de ti incluso aunque sepan que eres inalcanzable. Levantaba la barbilla y pasaba los ojos de uno a otro, tan diferentes por fuera pero ambos con la misma intención, el hombre más viejo parecía babear mientras recorría con la vista su escote, los jóvenes pechos de la cortesana casi se escapaban de aquel corsé que los tenía prisioneros, su madre le había dicho que era probable que siguieran creciendo, que ella era aún una niña, pero eso había sido un año atrás antes de que decidiera que mostrarlos le traería más beneficios que cubrirlos por varias capas de ropa. Arrugaba la nariz para evitar que todo el sarcasmo saliera expedido de su boca como una hemorragia que no pudiera controlarse, asqueroso, repulsivo, su propio cuerpo en modo de defensa creyendo que en cualquier minuto sería atacada, que ese señor ebrio se atrevería a tocarla y a pedir por ella, - Inalcanzable para usted sin duda…-
Se puso de pie quedando ahora frente al joven que de seguro tendría pocos años más que ella, su rostro no mostraba más expresión que una mueca de profundo desagrado, la misma que muchas veces le habían dicho debía comenzar a eliminar de su cara, aún no tenía a su primer cliente real y si quería sobresalir en el negocio el mal carácter debía quedar fuera de las paredes del burdel, a nadie le gustaban las prostitutas mal humoradas tampoco si tenían un ojo morado y eso era precisamente lo que iba a conseguir si continuaba con aquella idea fija de no aceptar las críticas y no actuar según lo que era. - Todo… - dio un paso más acercándose al joven, - todo siempre es negociable… - sólo lo miraba a él y a nadie más, como si hubiese tomado una decisión de la que podría arrepentirse más adelante, buscaba de reojo la presencia de Scarlett o Solèil, como si alguna de las dos pudiera decirle si hacía bien, - ¿Así que al fin ha decidido abrir las piernas Marcheline? – ese mismo hombre borracho le hablaba sacando una bolsa cargada de monedas del bolsillo levantándola para que quedara a los ojos de la muchacha y con un movimiento brusco la puso sobre sus pechos logrando que ella diera un paso atrás para no perder el equilibrio.
La gente que miraba el espectáculo enmudeció tal como lo había hecho el piano poco tiempo antes, finalmente dejó que una sonrisa iluminara su rostro queriendo quitarle importancia al asunto, ignoraría lo que el ‘señor’ acababa de hacer, la indiferencia era siempre el mejor remedio, - ¿Qué tiene su alma señor que le hace creer que el diablo pagaría por ella? – caminó alrededor del joven como si fuera ella quien lo estudiaba, tal como hacían los campesinos con el ganado, evaluándolo, intentando descubrir si sería lo suficientemente adecuado, arrastraba la palabra señor como si se burlara de él, - Es muy confiado ¿no? Yo que usted no haría esas afirmaciones con tanta seguridad, nunca sabemos lo que hay detrás de la fachada… - muy pegada a su espalda susurraba las últimas palabras casi tocando su oreja con los labios. Una mano se posó en su cadera y ella sintió como si un escalofrío la recorriera, dedos desagradables se aferraban a su carne casi provocándole arcadas, la quitó como pudo y caminó hasta pararse frente al joven, - No se que precio pueda tener su alma, pero si se que precio tengo yo… mi precio es tres veces lo que pensabas pagarme, jamás he sido usada y usted va a ser el primero, ¿se atreve? – estiró su mano y no pensaba que pudiera obtener una respuesta negativa o sentiría que el rechazo significaría tener que aceptar al otro caballero que la seguía mirando con los ojos desorbitados.
Se puso de pie quedando ahora frente al joven que de seguro tendría pocos años más que ella, su rostro no mostraba más expresión que una mueca de profundo desagrado, la misma que muchas veces le habían dicho debía comenzar a eliminar de su cara, aún no tenía a su primer cliente real y si quería sobresalir en el negocio el mal carácter debía quedar fuera de las paredes del burdel, a nadie le gustaban las prostitutas mal humoradas tampoco si tenían un ojo morado y eso era precisamente lo que iba a conseguir si continuaba con aquella idea fija de no aceptar las críticas y no actuar según lo que era. - Todo… - dio un paso más acercándose al joven, - todo siempre es negociable… - sólo lo miraba a él y a nadie más, como si hubiese tomado una decisión de la que podría arrepentirse más adelante, buscaba de reojo la presencia de Scarlett o Solèil, como si alguna de las dos pudiera decirle si hacía bien, - ¿Así que al fin ha decidido abrir las piernas Marcheline? – ese mismo hombre borracho le hablaba sacando una bolsa cargada de monedas del bolsillo levantándola para que quedara a los ojos de la muchacha y con un movimiento brusco la puso sobre sus pechos logrando que ella diera un paso atrás para no perder el equilibrio.
La gente que miraba el espectáculo enmudeció tal como lo había hecho el piano poco tiempo antes, finalmente dejó que una sonrisa iluminara su rostro queriendo quitarle importancia al asunto, ignoraría lo que el ‘señor’ acababa de hacer, la indiferencia era siempre el mejor remedio, - ¿Qué tiene su alma señor que le hace creer que el diablo pagaría por ella? – caminó alrededor del joven como si fuera ella quien lo estudiaba, tal como hacían los campesinos con el ganado, evaluándolo, intentando descubrir si sería lo suficientemente adecuado, arrastraba la palabra señor como si se burlara de él, - Es muy confiado ¿no? Yo que usted no haría esas afirmaciones con tanta seguridad, nunca sabemos lo que hay detrás de la fachada… - muy pegada a su espalda susurraba las últimas palabras casi tocando su oreja con los labios. Una mano se posó en su cadera y ella sintió como si un escalofrío la recorriera, dedos desagradables se aferraban a su carne casi provocándole arcadas, la quitó como pudo y caminó hasta pararse frente al joven, - No se que precio pueda tener su alma, pero si se que precio tengo yo… mi precio es tres veces lo que pensabas pagarme, jamás he sido usada y usted va a ser el primero, ¿se atreve? – estiró su mano y no pensaba que pudiera obtener una respuesta negativa o sentiría que el rechazo significaría tener que aceptar al otro caballero que la seguía mirando con los ojos desorbitados.
Marcheline Roublé- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 15/04/2011
Localización : Burdel
Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
Cada movimiento ejercido por la joven de extraordinaria belleza solo lograba embelesarlo mas, casi al grado de llegar a idiotizarlo, cada palabra, cada tono que le daba a cada frase, cada gesto, todo eso eran como pequeñas probaditas de la sensualidad que la joven desprendía, misma que no podía negarse que tenia. Emiliano se quedo colgado de ella, como si la estuviese estudiando con el fin de memorizarla en su mente, como quien tiene una especie de aparición divina a la que no puede dar crédito, aunque, en esta ocasión, muchos estaban de testigos, era real, Marcheline era real y estaba hablándole a el, no al de al lado, ni al de tres metros mas atrás, solo a el, a Emiliano Visconti. La saliva recorrió la garganta del muchacho con mas dificultad de lo normal, como si esta estuviese espesa y le costara el trayecto hasta su estomago y sintió como las piernas empezaban a doblegarse en el momento en que ella se movía con la gracia de un felino alrededor de el, preguntándole cosas, advirtiéndole otras, pero todas con ese tono un tanto agresivo, como si le provocara, como si estuviera retándolo a aceptar aquella proposición que le hacia solo a el en ese instante, mas no sabia a cuantos otros en otras ocasiones. No podía creer lo que escuchaba, ¿una virgen?, ¿en un burdel?, lago difícil de creer sin duda, mas parecía que el era el único incrédulo en el lugar que no daba fe a las palabras de la cortesana, pues todos los demás ahí presentes parecían no sorprenderse de tal confesión.
Emiliano no supo en que momento fue que aquella escena se convirtió en una puja, pues ellos eran el centro de atención en ese instante, la música había parado, todos los ojos se encontraban concentrados en la mujer girando alrededor de el y al hombre del saco de dinero que miraba con aire triunfante a todos. – Pagare lo cuádruple de lo que este pobre diablo este dispuesto a pagar, la cantidad que sea, todo sea por obtener ese cuerpecito. – La voz del hombre estaba claramente impregnada de las más sucias intenciones, pues una virgen en un burdel no era algo que se viera todos los días. Emiliano miro el saco de dinero que había depositado anteriormente sobre los pechos de Marcheline, uno bastante gordo y que seguramente contenía mucho más dinero del que el propio Emiliano llevaba en los bolsillos. Cualquiera en su lugar se habría dado por vencido, derrotado por mejor postor que sin duda era su contrincante ahí presente, pero no el, no después de ver la manera en la que Marcheline lo miraba, con aire de desprecio, aunque ella parecía mirar así a todo mundo, incluso al propio Emiliano. Estaba seguro de que si no hacia algo en ese instante, el hombre que ofrecía la enorme cantidad de dinero la poseería esa noche, lo sabia por la manera en la que la encargada del burdel veía a Marcheline, como pidiéndole que de una vez por todas cediera ante alguno de los clientes y debutara en la profesión que se suponía llevaba a cabo, pero que jamás había ejercido por completo. Era momento de actuar o de largarse de ahí de una vez por todas.
Dio unos pasos hacia delante y sin responder a ninguna de las preguntas o advertencias que le habían hecho anteriormente, la tomo de la mano, jalándola delicadamente hacia el en un intento de hacerle ver que quería que le acompañara lejos de ahí. – Tengo en los bolsillos más dinero del que todos ustedes creen, más de lo que la misma Marcheline hubiera imaginado que valdría y estoy dispuesto a invertirlo en esta mujer. – Su era la de un hombre seguro, había dejado atrás el aire de muchacho inexperto que solía tener ante la gente. Sus pies se movieron unos cuantos pasos y detrás de el condujo a Marcheline quien apenas se movió del sitio donde estaba. La miro como esperando que ella tomara una decisión en ese instante, la de quedarse y entregarse a ese hombre o la de acompañarlo y salvarse de tan desagradable tarea.
- ¿Que ese no es uno de los seminaristas de la iglesia? – Pregunto la voz de una mujer abriendose paso entre la gente para observar mejor al muchacho, a quien reconocio una vez que estuvo mas cerca. – Emiliano Visconti, ¡claro que lo es! – Exclamo la mujer abriendo la boca en una risa burlona que se transformo en carcajadas, misma que fue contagiando al resto de los presentes. Emiliano cerro los ojos unos breves instantes, como si de esa manera pudiera aminorar el bochorno que estaba pasando, miro nuevamente a Marcheline, a quien sostenía aun de la mano esperando por una respuesta. – ¿Vienes o te quedas? – Pregunto asegurándose de que solo ella pudiera escucharle.
Emiliano no supo en que momento fue que aquella escena se convirtió en una puja, pues ellos eran el centro de atención en ese instante, la música había parado, todos los ojos se encontraban concentrados en la mujer girando alrededor de el y al hombre del saco de dinero que miraba con aire triunfante a todos. – Pagare lo cuádruple de lo que este pobre diablo este dispuesto a pagar, la cantidad que sea, todo sea por obtener ese cuerpecito. – La voz del hombre estaba claramente impregnada de las más sucias intenciones, pues una virgen en un burdel no era algo que se viera todos los días. Emiliano miro el saco de dinero que había depositado anteriormente sobre los pechos de Marcheline, uno bastante gordo y que seguramente contenía mucho más dinero del que el propio Emiliano llevaba en los bolsillos. Cualquiera en su lugar se habría dado por vencido, derrotado por mejor postor que sin duda era su contrincante ahí presente, pero no el, no después de ver la manera en la que Marcheline lo miraba, con aire de desprecio, aunque ella parecía mirar así a todo mundo, incluso al propio Emiliano. Estaba seguro de que si no hacia algo en ese instante, el hombre que ofrecía la enorme cantidad de dinero la poseería esa noche, lo sabia por la manera en la que la encargada del burdel veía a Marcheline, como pidiéndole que de una vez por todas cediera ante alguno de los clientes y debutara en la profesión que se suponía llevaba a cabo, pero que jamás había ejercido por completo. Era momento de actuar o de largarse de ahí de una vez por todas.
Dio unos pasos hacia delante y sin responder a ninguna de las preguntas o advertencias que le habían hecho anteriormente, la tomo de la mano, jalándola delicadamente hacia el en un intento de hacerle ver que quería que le acompañara lejos de ahí. – Tengo en los bolsillos más dinero del que todos ustedes creen, más de lo que la misma Marcheline hubiera imaginado que valdría y estoy dispuesto a invertirlo en esta mujer. – Su era la de un hombre seguro, había dejado atrás el aire de muchacho inexperto que solía tener ante la gente. Sus pies se movieron unos cuantos pasos y detrás de el condujo a Marcheline quien apenas se movió del sitio donde estaba. La miro como esperando que ella tomara una decisión en ese instante, la de quedarse y entregarse a ese hombre o la de acompañarlo y salvarse de tan desagradable tarea.
- ¿Que ese no es uno de los seminaristas de la iglesia? – Pregunto la voz de una mujer abriendose paso entre la gente para observar mejor al muchacho, a quien reconocio una vez que estuvo mas cerca. – Emiliano Visconti, ¡claro que lo es! – Exclamo la mujer abriendo la boca en una risa burlona que se transformo en carcajadas, misma que fue contagiando al resto de los presentes. Emiliano cerro los ojos unos breves instantes, como si de esa manera pudiera aminorar el bochorno que estaba pasando, miro nuevamente a Marcheline, a quien sostenía aun de la mano esperando por una respuesta. – ¿Vienes o te quedas? – Pregunto asegurándose de que solo ella pudiera escucharle.
Invitado- Invitado
Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
El estómago se le revolvía a medida que los minutos pasaban, aquella molestia se había transformado ya en algo físico, algo real, tangible. La gente cuchicheaba, chismosa, acercándose como desagradables moscas en busca de la miel que significaban ellos dos, un espectáculo digno de llevar al teatro, parecía una historia sacada de la mente de algún escritor con demasiada imaginación. Otro hombre aparecía en escena, se acercaba a aquel que seguía con la bolsa de dinero en la mano, el mismo que había decidido participar en aquel improvisado remate en el que se había convertido terminar con la virginidad de Marcheline. Esto ahora parecía una pelea donde cada quien tomaba parte por alguno de los bandos, la mayoría sin duda apostarían al barrigón cargado de oro en vez de al joven que parecía hasta incluso más seguro ahora, otra persona habría suspirado aliviada y comenzado a correr con el muchacho de la mano, especialmente luego de oír como la decisión estaba ya casi tomada por él pese a que aún un manto de duda flotaba demasiado cerca. Los labios de la pequeña cortesana intentaban formar una sonrisa, era inútil, en ella no parecían querer salir con facilidad, lo suyo no eran los sentimentalismos o las expresiones afectuosas, nunca lo había hecho, en su vida no habían tenido cabida y al llegar al burdel simplemente lo había desterrado.
¿Tendría que importarle si era seminarista o no? Podría haber sido el mismo papa quien la tuviera de la mano y ella habría dado la misma respuesta, un paso adelante y afianzar aquel agarre, asegurarle sólo mirándolo a los ojos que el contrato estaba cerrado aunque no tuviera ninguna firma de por medio. El resto de las voces comenzaban a hacerse difusas y lejanas, ella las ignoraba como tantas veces lo hizo cuando escuchaba las recriminaciones de su padre o sus tutores por algún trabajo mal hecho, ahora aún ni comenzaba en aquella profesión y tampoco sabía como hacerlo, la única certeza era con quien lo haría, tiró un poco de él acortando aún más la distancia, había escuchado claramente su pregunta y le daría en poco tiempo la respuesta. Mirar alrededor de reojo le había mostrado como todos parecían contener la respiración esperando su siguiente movimiento, el suspenso se sentía en el aire y para ella era todo francamente ridículo, después de todo era sólo otra cortesana aceptando a un cliente ¿verdad? - ¿Te haces de rogar muchachita estúpida? No eres más que otra puta a la que puedo metérsela las veces que se me antoje. – las palabras salían del tercer hombre que se había acercado a ella, alto, con el pelo casi totalmente blanco, un bigote que intentaba en vano una cicatriz en el labio superior, parecía un señor que en otras circunstancias sería sin duda respetable.
Las putas no dan besos, las prostitutas tampoco, las cortesanas quizás sí porque su labor lo requiere, ¿cuál de todas esas serás tú Marée? La voz de Scarlett sonaba firme en su cabeza, ella misma se había repetido esa pregunta muchas veces, intentando llegar a una clasificación de si misma que no comprendía aún por qué debía hacer. Marcheline jamás podría servir para una corte donde tuviera que estar eternamente simulando cuan divertida estaba pese a que probablemente se aburriera muchísimo, la gente y sus actitudes le parecían demasiado similares, planos, incluso los personajes de sus libros parecían tener más vida, otro paso más cerca y rozar sus labios a los del joven cuyo nombre ahora conocía, - Emiliano… - otro beso esta vez más descarado, intenso, asaltando su boca y apoderándose de ella sin piedad ni culpa, el silencio se hizo más fuerte aumentando la tensión del ambiente, cortado sólo por el gruñido de unos hombres que se negaban a aceptar una derrota y unas carcajadas de las mismas mujeres que antes habían revelado aquello sobre el seminarista.
Sus pequeños pies dejaban el rastro que Emiliano seguía casi como su sombra, lo guiaba escaleras arriba ante la vista atenta de muchos que esperaban que esta fuera la noche definitiva en que la única virgen del burdel al fin debutara, parecía demasiada presión sobre aquellos delgados hombros, las indicaciones de mujeres con más experiencia rondaban su cabeza mientras ella intentaba evitar que se escaparan volando como si fueran el humo de los cigarros que la acompañaban cada noche. El pasillo era estrecho y muchas puertas parecidas lo llenaban, diferentes sonidos proveniente de seguro los mismos actos se colaban bajo su rendija, Marcheline se detuvo frente a una que parecía un poco más gruesa que las demás, con detalles de madera un poco más marcados, la mano libre tomó el picaporte que fácilmente permitió que abriera dándoles la invitación a pasar. Se detuvo, porque ahora aunque no lo reconociera comenzaba a estar algo nerviosa. Miraba los ojos del joven y estos dijeron el gracias que sus labios jamás pronunciarían, si tenía una forma de agradecerle el haber evitado que terminara bajo el cuerpo de aquel asqueroso cerdo borracho era dentro de la cama que pronto compartirían, aunque toda su experiencia sólo se limitara a lo teórico.
¿Tendría que importarle si era seminarista o no? Podría haber sido el mismo papa quien la tuviera de la mano y ella habría dado la misma respuesta, un paso adelante y afianzar aquel agarre, asegurarle sólo mirándolo a los ojos que el contrato estaba cerrado aunque no tuviera ninguna firma de por medio. El resto de las voces comenzaban a hacerse difusas y lejanas, ella las ignoraba como tantas veces lo hizo cuando escuchaba las recriminaciones de su padre o sus tutores por algún trabajo mal hecho, ahora aún ni comenzaba en aquella profesión y tampoco sabía como hacerlo, la única certeza era con quien lo haría, tiró un poco de él acortando aún más la distancia, había escuchado claramente su pregunta y le daría en poco tiempo la respuesta. Mirar alrededor de reojo le había mostrado como todos parecían contener la respiración esperando su siguiente movimiento, el suspenso se sentía en el aire y para ella era todo francamente ridículo, después de todo era sólo otra cortesana aceptando a un cliente ¿verdad? - ¿Te haces de rogar muchachita estúpida? No eres más que otra puta a la que puedo metérsela las veces que se me antoje. – las palabras salían del tercer hombre que se había acercado a ella, alto, con el pelo casi totalmente blanco, un bigote que intentaba en vano una cicatriz en el labio superior, parecía un señor que en otras circunstancias sería sin duda respetable.
Las putas no dan besos, las prostitutas tampoco, las cortesanas quizás sí porque su labor lo requiere, ¿cuál de todas esas serás tú Marée? La voz de Scarlett sonaba firme en su cabeza, ella misma se había repetido esa pregunta muchas veces, intentando llegar a una clasificación de si misma que no comprendía aún por qué debía hacer. Marcheline jamás podría servir para una corte donde tuviera que estar eternamente simulando cuan divertida estaba pese a que probablemente se aburriera muchísimo, la gente y sus actitudes le parecían demasiado similares, planos, incluso los personajes de sus libros parecían tener más vida, otro paso más cerca y rozar sus labios a los del joven cuyo nombre ahora conocía, - Emiliano… - otro beso esta vez más descarado, intenso, asaltando su boca y apoderándose de ella sin piedad ni culpa, el silencio se hizo más fuerte aumentando la tensión del ambiente, cortado sólo por el gruñido de unos hombres que se negaban a aceptar una derrota y unas carcajadas de las mismas mujeres que antes habían revelado aquello sobre el seminarista.
Sus pequeños pies dejaban el rastro que Emiliano seguía casi como su sombra, lo guiaba escaleras arriba ante la vista atenta de muchos que esperaban que esta fuera la noche definitiva en que la única virgen del burdel al fin debutara, parecía demasiada presión sobre aquellos delgados hombros, las indicaciones de mujeres con más experiencia rondaban su cabeza mientras ella intentaba evitar que se escaparan volando como si fueran el humo de los cigarros que la acompañaban cada noche. El pasillo era estrecho y muchas puertas parecidas lo llenaban, diferentes sonidos proveniente de seguro los mismos actos se colaban bajo su rendija, Marcheline se detuvo frente a una que parecía un poco más gruesa que las demás, con detalles de madera un poco más marcados, la mano libre tomó el picaporte que fácilmente permitió que abriera dándoles la invitación a pasar. Se detuvo, porque ahora aunque no lo reconociera comenzaba a estar algo nerviosa. Miraba los ojos del joven y estos dijeron el gracias que sus labios jamás pronunciarían, si tenía una forma de agradecerle el haber evitado que terminara bajo el cuerpo de aquel asqueroso cerdo borracho era dentro de la cama que pronto compartirían, aunque toda su experiencia sólo se limitara a lo teórico.
Marcheline Roublé- Mensajes : 30
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Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
Petrificación absoluta. ¿Lo estaba besando?, la joven hermosa por la cual todo mundo ahí presente dejaba caer saliva manchando el piso y la cual seguramente era la fantasía de todo hombre que la conociera, mismos que seguramente habían sido igualmente rechazados con sus palabras altivas y altaneras y que al no poder poseerla seguramente habían tenido que conformarse con alguna otra y saciar lo que con ella no podían, ¿ella misma era la que estaba besándolo? Increíble, sencillamente descomunal. Emiliano podía sentir las decenas de miradas de los presentes clavándosele en la espalda, en el pecho, en todo el cuerpo como cientos de cuchillos, seguramente mas de uno estaba deseando tener el superpoder de poder asesinarlo solamente con mirarlo, quizás alguno mas de verdad estaría planeando el matarlo pero con sus propias manos apenas tuviese la oportunidad de hacerlo. ¿Valía la pena arriesgarse de ese modo solo por una mujer? Si. Marcheline lo valía. Quiso corresponder a su beso, pero era tarde, no había tiempo, había perdido la oportunidad pensando en todo aquello que lo había dejado completamente pasmado. Le gusto la manera en que sonaba su nombre siendo pronunciado con esa voz con tintes infantiles, pero no por eso menos sensual. Hizo caso omiso a las carcajadas de las mujeres, mismas risas que solo dejaban ver el morbo y gracia que les provocaba que fuese un futuro sacerdote el que estuviera siendo participe de todo ese espectáculo digno de un burdel. Paseo su mirada por todos los presentes pero no tuvo el suficiente tiempo para estudiarles como en realidad no quería hacer y simplemente se dejo guiar por la mano de Marcheline que empezó a conducirlo escaleras arriba. Ni siquiera giro su cabeza para ver la reacción de los espectadores, se limito a clavar la mirada en el escote del vestido que dejaba al descubierto la espalda perfecta de la joven que seguía avanzando sin detenerse y que no paro hasta estar ambos en una habitación. Fue el primero en entrar al cuarto y la puerta se cerro detrás de el fuertemente, haciendo un ruido fuerte que logro alterarle un poco mas los nervios que ya traía algo disturbados.
Observo a Marcheline en silencio, esperando que fuese ella la que empezara a hablar, pero solo obtuvo como respuesta mas miradas de su parte, aquello pronto tomo forma de una especie de dialogo mudo en el que los ojos eran los que expresaban lo que querían decir. Emiliano desvío la mirada y se dedico a pasear alrededor de la habitación, fijando su vista en el tocador, en el vestidor, en la pequeña mesita de noche y la lámpara sobre ella y finalmente en la cama que yacía en el centro del cuarto. Se pregunto que pasaría a continuación, aunque estaba seguro de que no pasaría lo que todos los presentes en el burdel estaban pensando que pasaría, principalmente por que le había mentido a la mujer que tenia frente a el y era hora de decírselo. Se sentó en una orilla de la cama y pensó la mejor manera de hacerlo, aunque por el carácter de la chiquilla parecía tener, no esperaba una sonrisa de su parte. – Mentí allá abajo, no hay tal dinero, mis bolsillos están tan secos como mi alma. Mentí por que…quería salvarte el pellejo, es todo, no tienes por que agradecérmelo en realidad, de hecho podrías odiarme por haberte hecho perder un buen cliente allá abajo, uno que estaba dispuesto a pagarte mucha plata. – Un silencio se prolongo de pronto y al ver que no había respuesta continuo hablando. – ¿Qué fue eso de allá abajo?, ¿por qué el beso?, ¿fue como escupirles en la cara a todos los presentes y que vieran como hacías lo que te daba la gana? ¿Y que hay de eso de tu supuesta virginidad?, ¿es mentira también, no es verdad?, ¿algo así como una táctica en tu trabajo para conseguir mas clientes?, admito que me la creí por un instante y creo que ellos también, de lo contrario no habrían reaccionado de ese modo. Dios…cuanto dinero ofreció ese tipo, ¿te diste cuenta?, una fortuna. – Callo de pronto dándose cuenta de que había estado hablando demasiado y muy rápido. Un suspiro escapo de sus labios. – En fin, supongo que habremos de quedarnos aquí por un rato, al menos hasta que todo allá abajo se normalice. – Volvió a observarla. – No estabas así de callada allá abajo, ¿qué ocurre?
Observo a Marcheline en silencio, esperando que fuese ella la que empezara a hablar, pero solo obtuvo como respuesta mas miradas de su parte, aquello pronto tomo forma de una especie de dialogo mudo en el que los ojos eran los que expresaban lo que querían decir. Emiliano desvío la mirada y se dedico a pasear alrededor de la habitación, fijando su vista en el tocador, en el vestidor, en la pequeña mesita de noche y la lámpara sobre ella y finalmente en la cama que yacía en el centro del cuarto. Se pregunto que pasaría a continuación, aunque estaba seguro de que no pasaría lo que todos los presentes en el burdel estaban pensando que pasaría, principalmente por que le había mentido a la mujer que tenia frente a el y era hora de decírselo. Se sentó en una orilla de la cama y pensó la mejor manera de hacerlo, aunque por el carácter de la chiquilla parecía tener, no esperaba una sonrisa de su parte. – Mentí allá abajo, no hay tal dinero, mis bolsillos están tan secos como mi alma. Mentí por que…quería salvarte el pellejo, es todo, no tienes por que agradecérmelo en realidad, de hecho podrías odiarme por haberte hecho perder un buen cliente allá abajo, uno que estaba dispuesto a pagarte mucha plata. – Un silencio se prolongo de pronto y al ver que no había respuesta continuo hablando. – ¿Qué fue eso de allá abajo?, ¿por qué el beso?, ¿fue como escupirles en la cara a todos los presentes y que vieran como hacías lo que te daba la gana? ¿Y que hay de eso de tu supuesta virginidad?, ¿es mentira también, no es verdad?, ¿algo así como una táctica en tu trabajo para conseguir mas clientes?, admito que me la creí por un instante y creo que ellos también, de lo contrario no habrían reaccionado de ese modo. Dios…cuanto dinero ofreció ese tipo, ¿te diste cuenta?, una fortuna. – Callo de pronto dándose cuenta de que había estado hablando demasiado y muy rápido. Un suspiro escapo de sus labios. – En fin, supongo que habremos de quedarnos aquí por un rato, al menos hasta que todo allá abajo se normalice. – Volvió a observarla. – No estabas así de callada allá abajo, ¿qué ocurre?
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Re: Ácida y dulce fruta prohibida. [Emiliano Visconti]
Las velas se derretían lentas, muy lentas, ¿el tiempo había decidido transcurrir en otra velocidad? Sólo era un castigo por intentar creer que puede vencer lo que sea. No quiere ganar ninguna batalla pero si una guerra que ni siquiera sabe existe. Escuchaba palabras pero no tomaban ninguna forma en su cabeza, sólo eran sonidos y más sonidos que provenían de una boca que ya había probado aunque apenas recordara su sabor. Ladeó un poco la cabeza mirando como se movían esos labios con cada una de las preguntas que hacía, subían y bajaban, a ratos se tensaban un poco más haciendo énfasis en algunas letras. Antes lo había visto pasearse como quien está junto a la jaula de un animal no domesticado, ¿quién tendría en sus manos la correa que ata el cuello del hombre junto a ella? Inconscientemente estiró las manos como si pudiera encontrar la cerradura que lo liberaría de lo que fuera que lo hacía fruncir el ceño y complicarse tanto por algo que para ella era simple, de fácil solución y sin importancia. Deseaba poder tener un cigarro entre sus labios, sentir el humo llenándole la boca, la garganta y los pulmones, expulsarlo luego lentamente para que raspara su paladar como hubiese querido hiciera la lengua del seminarista en aquel anterior beso.
-Quítate la ropa… - ni siquiera lo miraba, porque sus ojos no se atrevían a encontrar otros que pudieran leerla por completo. -¿Tiene algo de dinero o sólo vino a hacer de caballero de brillante armadura? El caballo está afuera y creo que tengo que usar una corona… – seguía paseándose por la habitación aún sin poder decidir que hacer, sabía que el tiempo había concluido, que esa sería la noche, hasta le parecía que todos exageraban, era sólo un trámite que había aplazado creyendo que podría conseguir mucho aunque finalmente fuera ella misma quien lo hubiera estropeado por su indecisión y terquedad. –Si mintió allá abajo quizás lo hace ahora, quizás si tiene dinero y si cree realmente que lo necesito para salvarme de algo.- Marcheline llegó a los pies de la cama y miró el perfil de Emiliano, lo miró por primera vez y notó detalles que antes no había visto, a su mente vinieron escenas que se escribían solas, ideas que llenarían páginas apenas él saliera por la puerta que ella misma se había encargado de cerrar con llave. Dar un paso adelante no sólo significaría acercarse a él, también la haría sentirse obligada a responder a sus interrogantes, podía simplemente decirle que se fuera y que la dejara sola, que se desordenara un poco el pelo, la ropa y saliera con una sonrisa en el rostro pero sin dar explicaciones. Quedarían a mano, ella como la puta que al fin debutaba, él como el único que había logrado conseguir que ella lo hiciera.
Girando sin darse cuenta estuvo frente a él, desde arriba eran otras las imágenes que el mismo rostro parecía mostrarle. Tenía la sensación de que después de esto se convertiría en una peor versión de si misma o quizás todo lo contrario, sería un ángel o el mismo diablo, seguiría clasificándose aunque fuera la más acérrima enemiga de las definiciones, las limitaciones le succionaban el alma. Bajó las manos y también la cabeza, tocó la camisa de Emiliano como si estuviera tanteando un terreno peligroso. – ¿Soy yo la que tiene que hacer todo el trabajo verdad? – El primer botón no quería ceder a sus nerviosos dedos. Son teclas, él es un piano. Tarareaba una melodía que hacía que las comisuras de sus labios se elevaran casi imperceptiblemente, no alcanzaba a ser una sonrisa, sólo un leve cambio en el rostro que parecía de mármol. Él es un piano. – No hay supuestos, nadie nunca ha estado entre mis piernas de la forma en que tú estarás dentro de poco. – la palabra clientes se repetía en su cabeza con diferentes tonos, con voces graves ofreciendo más dinero, unas femeninas regañándola, una en especial negándola como hija. Él es un piano y hoy tocaré por primera vez esta sinfonía.
¿Se daba cuenta de que no respondería a ninguna de sus preguntas? Al menos no directamente. De rodillas ahora frente a él, su piel aparece entre la tela blanca que ella misma ha abierto para comenzar lo que cree debe hacer, ha escrito tantas veces sobre algo que no conoce que por minutos quiere creer que todo eso le dará la experiencia que sólo puede conseguir a partir de ahora. Dejó un toque de sus labios en la piel plana de su estómago, las manos una a cada lado de sus caderas, esa misma posición la conocía, tenía que sobrevivir de algún modo en los meses que llevaba en el burdel y el dinero había que conseguirlo de la forma en que fuera posible, quizás Emiliano quería eso, levantó el rostro pero no podía identificar nada porque era incapaz de ver que querían sus ojos, ¿estaba cambiando de opinión? Ya había decidido que él sería el primero, ahora tenía que juntar las piezas para armar el improvisado plan. Recorrió de forma mecánica su abdomen y el pecho, en el cuello se detuvo un poco más porque le habían dicho que ese lugar era uno de los favoritos de los hombres, la creciente barba le picaba pero por el momento no reclamaría por aquello, frente a frente podía mirarlo a los ojos y sentir el calor de sus labios en los propios, - ¿Es de los que le gustan los besos o prefiere que lo hagamos sin eso? -
-Quítate la ropa… - ni siquiera lo miraba, porque sus ojos no se atrevían a encontrar otros que pudieran leerla por completo. -¿Tiene algo de dinero o sólo vino a hacer de caballero de brillante armadura? El caballo está afuera y creo que tengo que usar una corona… – seguía paseándose por la habitación aún sin poder decidir que hacer, sabía que el tiempo había concluido, que esa sería la noche, hasta le parecía que todos exageraban, era sólo un trámite que había aplazado creyendo que podría conseguir mucho aunque finalmente fuera ella misma quien lo hubiera estropeado por su indecisión y terquedad. –Si mintió allá abajo quizás lo hace ahora, quizás si tiene dinero y si cree realmente que lo necesito para salvarme de algo.- Marcheline llegó a los pies de la cama y miró el perfil de Emiliano, lo miró por primera vez y notó detalles que antes no había visto, a su mente vinieron escenas que se escribían solas, ideas que llenarían páginas apenas él saliera por la puerta que ella misma se había encargado de cerrar con llave. Dar un paso adelante no sólo significaría acercarse a él, también la haría sentirse obligada a responder a sus interrogantes, podía simplemente decirle que se fuera y que la dejara sola, que se desordenara un poco el pelo, la ropa y saliera con una sonrisa en el rostro pero sin dar explicaciones. Quedarían a mano, ella como la puta que al fin debutaba, él como el único que había logrado conseguir que ella lo hiciera.
Girando sin darse cuenta estuvo frente a él, desde arriba eran otras las imágenes que el mismo rostro parecía mostrarle. Tenía la sensación de que después de esto se convertiría en una peor versión de si misma o quizás todo lo contrario, sería un ángel o el mismo diablo, seguiría clasificándose aunque fuera la más acérrima enemiga de las definiciones, las limitaciones le succionaban el alma. Bajó las manos y también la cabeza, tocó la camisa de Emiliano como si estuviera tanteando un terreno peligroso. – ¿Soy yo la que tiene que hacer todo el trabajo verdad? – El primer botón no quería ceder a sus nerviosos dedos. Son teclas, él es un piano. Tarareaba una melodía que hacía que las comisuras de sus labios se elevaran casi imperceptiblemente, no alcanzaba a ser una sonrisa, sólo un leve cambio en el rostro que parecía de mármol. Él es un piano. – No hay supuestos, nadie nunca ha estado entre mis piernas de la forma en que tú estarás dentro de poco. – la palabra clientes se repetía en su cabeza con diferentes tonos, con voces graves ofreciendo más dinero, unas femeninas regañándola, una en especial negándola como hija. Él es un piano y hoy tocaré por primera vez esta sinfonía.
¿Se daba cuenta de que no respondería a ninguna de sus preguntas? Al menos no directamente. De rodillas ahora frente a él, su piel aparece entre la tela blanca que ella misma ha abierto para comenzar lo que cree debe hacer, ha escrito tantas veces sobre algo que no conoce que por minutos quiere creer que todo eso le dará la experiencia que sólo puede conseguir a partir de ahora. Dejó un toque de sus labios en la piel plana de su estómago, las manos una a cada lado de sus caderas, esa misma posición la conocía, tenía que sobrevivir de algún modo en los meses que llevaba en el burdel y el dinero había que conseguirlo de la forma en que fuera posible, quizás Emiliano quería eso, levantó el rostro pero no podía identificar nada porque era incapaz de ver que querían sus ojos, ¿estaba cambiando de opinión? Ya había decidido que él sería el primero, ahora tenía que juntar las piezas para armar el improvisado plan. Recorrió de forma mecánica su abdomen y el pecho, en el cuello se detuvo un poco más porque le habían dicho que ese lugar era uno de los favoritos de los hombres, la creciente barba le picaba pero por el momento no reclamaría por aquello, frente a frente podía mirarlo a los ojos y sentir el calor de sus labios en los propios, - ¿Es de los que le gustan los besos o prefiere que lo hagamos sin eso? -
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