Espías en la sombra (Ainsel/Libre)

De nada servía que los días hubieran llegado a su más colorida etapa, las ensoñaciones primaverales no llegaban a aquel lugar en el que la brisa aún traía gotas de rocío, parecían penetrar por debajo de las capas hasta el más recóndito y diminuto hueso con el filo de cien puñales. La madrugada dejaba en las plazas parisinas un fino manto blanquecino con el que el Sena ajusticiaba a los que se atrevían a deambular en el amparo de la oscuridad. Sensación de vacio. Inundación de desolación en cada metro recorrido bajo la humedad de las tinieblas tiznadas con un resplandor plateado y la tenue iluminación de unos cuantos candiles encendidos. En ese instante todo estaba en calma, pocas horas eran las que el mercado permanecía en completo silencio desafiando la fama que se había ganado con su bullicio incesante de titiriteros, mercaderes y gente de mala muerte. Apenas unas cuantas tiendas lo adornaban, los alrededores se asentaban con esos nómadas que encontraban en la ciudad francesa un lugar momentáneo al que poder llamar hogar, eso sí, nada de lujos que decoren sus paredes, nada de muros entre los que reposar.

Esquivando desechos a un lado y a otro, caminaba bajo una capa ondeante una muchacha a la que su bella melena la delataba. Imprudente decían unos, estúpida otros. ¿Acaso se pueden correr más riesgos? jovencitas a aquellas horas eran suculentos platos que llevarse a la boca, sin embargo la mayoría ignoraban que ella era una de las que comía con cuchillo y tenedor o, en todo caso, de las que se quedarían atascadas en la garganta. A pesar de no conocer la ciudad, sabía desenvolverse a las mil maravillas en ese ambiente, después de todo su vida había girado en torno a él y pocas eran las cosas que lo diferenciaban. Se sentía como pez en el agua entre los efluvios que disgustarían a la más alta casta. Depredadora nata, zorra errante... reina itinerante de los suburbios más nefastos que crea el hombre, donde el querer es poder, donde la realidad no es una mágica fantasía sino lo que su propio nombre indica. Con desdén vigilaba los escasos movimientos que presentía detrás de su espalda. Ni si quiera el golpeo de una lata y maullido de un gato furioso al encontrarse con el óxido dando en sus patas eran capaces de deshacerse de la atmósfera lúgrube que parecía haberse adueñado de la estancia.

El sitio perfecto para pensar, soledad viciada con retazos de amarga existencia. Perturbando su tranquilidad seguía al acecho ese asqueroso felino que se había empeñado en ahuyentar, sin embargo no fueron sus constantes pedradas las que le sacaron de lo que debía ser su casa, algo lo espantó, y el caso es que ella... también lo sintió. Su mirada se perdió buscando entre las sombras entes invisibles, suspiros de aliento gélido que le ponían en sobreaviso el detector que tenía en su sexto sentido. Escalofríos que recorrían su espalda, temblor de los anillos que portaban sus elegantes y finos dedos. Suficiente. La muchacha decidió abandonar ese enclave que había elegido como sede de sus falsas artes adivinatorias, extrañas vibraciones comenzaban a perseguir a su cordura, lo único que esperaba es que no terminaran haciéndola ceder hacia la espiral infinita que evocaba sueños profundos de dulce demencia psicotrópica. No veía nada sospechoso a simple vista, mejor dicho nada que desentonara, pero no le hacía falta, intuición era su doctrina y no dudaría ni un solo segundo en seguirla haciendo de cada paso un ansiado anhelo de libertad que en este momento desaparecía. Se encontraba oprimida, agobiada y hacía mucho que había dejado de preguntarse los motivos, pues ya sabía que jamás auguraban nada bueno, y mucho menos, algo a lo que hubiera que acercarse.

Respiración agitada acompasada con los vuelcos con los que su corazón la amenazaba peligrosamente. Ya no había lugar para andarse con disimulos ni remilgos, la elegancia de sus andares y el habitual sinuoso movimiento de caderas quedaron a merced del olvido, en su lugar apareció en escena una retahíla de torpes zancadas envueltas en el sonido de unos zuecos que no estaban hechos para una carrera improvisada. El ruido de los abalorios que colgaban de sus prendas le hacía un blanco fácil entorpeciendo su huída, aunque verdaderamente aquellos seres, que entre las sombras acechaban a los incautos, no era algo que necesitaran. En realidad no sabía de que escapaba a toda prisa, ignoraba cual era el rostro de esa amarga pesadilla que la torturaba al albor de la madrugada, o cual era la distancia que la separaba de un, cuanto menos, curioso destino... lo único certero es que podía sentir sus fauces deleitándose con el dulce aroma que emanaba de su piel inmaculada.

Suculento manjar el que se degustaría en la chica. Si bien la inocencia era un tesoro muy codiciado, no quedaba atrás la picardía sugerente de quien maneja el arte del engaño y porta oleadas de seducción en la mirada. Mihaela era una especie en extinción, tentadora fruta en los paraísos en los que las faldas no suben más allá de los tobillos, fascinante recato en el calor de los infiernos que evocan cuerpos desnudos. Ella era atracción pura y dura, no enseña, pero incita con un don innato para la provocación que tan sólo utiliza para sus fines, o lo que es lo mismo, tomar cosas "prestadas", incluído el alma de algún pobre incauto que no sabe si se ha metido en el candor de una sonrisa o en el abismo del misterio que suscitan unos ojos traicioneros. Si resultaba inquietante a ojos humanos ¿por qué no a los monstruosos? más aún si su secreto sale a la luz, cualquiera que pueda poner en evidencia la verdadera existencia de unas pesadillas, es más que probable que acabe con la cabeza ensartada en cualquier objeto punzante, mejor no pensar cual sería la suerte del resto de su anatomía. Por ello corría, corría hasta sentir que los pulmones podían salirse por su boca en cualquier momento. Pocas cosas eran las que temía, pero indeseables con menos cerebro que hambre de matar era una de ellas. No confiaba en ellos, en ninguno de ellos, y ella se tenía por una joven inteligente, mejor apartarse de su camino.

Tal era la amarga sensación que la invadía que a duras penas podía percatarse de otras presencias. Podía sonar inverosímil, pero el hecho era que podía sentir lo sobrenatural a leguas de distancia y sin embargo no era capaz de intuir a los simples cachos de carne que tenía delante de sus narices. Una joven muchacha era la siguiente que había podido comprobarlo. Extasiada tropezaba contra las valijas que arrastraba, ¿había salido de la nada? ni si quiera se había dado cuenta de cuando había pasado junto a ella, pero el hecho era que su pierna había acabado chocándose contra sus enseres como si ambos portaran imanes de polos opuestos. Cayó al suelo dejando a la vista su rostro, los cánones dictan que tras basta manifestación de pavor debía revelarse unas facciones desencajadas o consumidas por el temor, sin embargo su aspecto era sereno, incluso frío, carente de expresión alguna mas que la que había en el brillo nacarado de sus ojos. La miró con desdén. En otro momento lo más seguro es que hubiera recurrido a su don de palabra y una sonrisa embaucadora que la habilitaran para hacerse con sus posesiones, sin embargo no tenía tiempo para actuaciones. Se levantó con agilidad y echó un rápido vistazo a su alrededor.

- Si confiais en vuestra suerte haced caso entonces de esta advertencia - pronunció en un penoso francés adornado con acento del este, haciéndola entender que con ese tropiezo había hecho acto de aparición la diosa fortuna.

Ignoraba que fue lo que le llevó a sentir lástima por ella, en el mayor de los casos su propio interés es lo único que importa a Mihaela, sin embargo algo la motivó para ser indulgente con la jovencita intrépida que se atrevía a aventurarse en oscuros parajes al abrigo de la noche. Una vez más echó a andar dejando atrás a la niña. Maldito ese sentimiento de compasión que afloraba en los momentos más inoportunos. Desde luego la escena que tenía lugar era inédita, volvió sobre sus pasos y sin mediar palabra agarró con rudeza la muñeca de la muchacha arrastrándola con ella en un intento por alejarla de quien sabe que peligros.