I feel my heart is not beating [Priv.]

Como alma licántropa que era no podía evitar vagar de vez en cuando por lugares naturales tales como lo eran el bosque, puerto o en este caso el fantástico jardín botánico de la capital fancesa. Allí dejaba a sus sentidos disfrutar del maravilloso sonido natural, de los coloridos paisajes que poblaban aquel lugar en verano o simplemente deleitarse con el olor de las mil y una flores que allí se congregaban. Aquello suponía opio para un licántropo de su edad y embriagado por los olores sobrecargados acabó sentado plácidamente en uno de los bancos que rodeaban los paseos. Había tenido suerte al haber escogido marchar al atardecer pues el parque en aquellos momentos se encontraba completamente desahogado, sin muchos humanos que llegaran a incomodarlo. Inspiró y suspiró con los ojos cerrados, recostándose contra aquel banco por ambos codos en una posición vaga y relajada.

Aún dejándose llevar por su propia incomunicación tuvo que hacer frente a alguna que otra petición de lectura de manos o la compra de un ramillete de flores por parte de unas amables gitanas. Despachó a ambas con educación y se mantuvo así hasta que el rojizo cielo lo advirtió del ocaso. Aquel día lo había decidido, tras la caída de la noche se dejaría llevar por su lado animal y corretearía por los sembrados y los campos cercanos a aquel público, simplemente por dejarse llevar tal como lo estaba haciendo ahora. Su todavía indefinida estancia en París lo estaba amenizando lo suficiente como para poco a poco plantearse la estancia definitiva allí tras realizar el trabajo que su alteza le había encargado. Pronto buscaría un alojamiento permanente donde olvidarse de aquel lado animal y aferrarse con fuerza a su humanidad.

Podía tratarse del sol que alegraba el ambiente, podía ser la propia tranquilidad de la que gozaba aquellos días o quizás el vaso de cerveza que había degustado en la taberna mientras comía, pero el licántropo se mostraba optimista aquella tarde-noche.

Entonces algo lo alertó un olor que venía acercándose, un sexto sentido que lo llevaba a afirmar que uno de sus iguales andaba cerca del lugar donde plácidamente yacía sentado. Se reincorporó sentado ahora en cierta tensión y giró su cabeza en busca del lugar de origen; era la primera vez que podía llegar a encontrarse con un licántropo tras mucho tiempo.

Sus conjeturas no pudieron encontrar peor salida al finalmente acabar detectando aquel olor como un olor licántropo pero a la vez adictivo y endulzante, un olor que le transmitía tremenda atracción o que en algún momento anterior lo hizo, cuando todavía seguía en París. Ahora, tras unos años de viaje ininterrumpido, al inspirarlo de nuevo sólo corrió por sí furia, enfado y se vio a sí mismo en una de las dependencias del Grand Hôtel Central que durante su amorío con la susodicha había habitado. Se vio destrozando el mobiliario de aquel hotel en un fuerte ataque de ira tras haber conocido la entidad del amante con quien lo estaba engañando. El enfado de Lorcan, si bien de normal era inexistente, en aquel momento había rozado la locura, casi la muerte.

Se levantó de su banco y giró la cabeza hacia donde provenía aquel olor que tanto inspiraba en él. Y allí la vio, caminar, sabiendo por su expresión, por la forma de reaccionar -paralizándose-, que su antigua amante también había descubierto sobre la estancia de Lorcan en aquel lugar. Su forma de andar, su vestir, aquella mirada, todo se clavó en el malherido corazón del licántropo mientras este no dudaba más y se embarcaba en su difícil camino hasta dar con ella. No habían podido hablar bien tras todo aquello, muchas cosas quedaron sin decir, muchas cosas que Lorcan quería gritarle, espetarle en la cara. Personas como Angélique habían sido las que lo habían precipitado a escapar de la sociedad, a refugiarse en su lado más animal, a no sentirse bien en ningún lugar. Su mirada, seria, se centró en ella y no pudo evitar, quizás recordando tiempos pasados, recorrer el perfilado y escultórico cuerpo que escondían aquellos ropajes tan poco comunes para alguien de alta sociedad como lo era Mademoiselle Rousseau.

Sus pasos finalmente lo situaron allí, a escaso metro o menos de distancia, obligó a su mirada a clavarse en los ojos de ella con cierto enfado, sus facciones, aquellos labios que anteriormente había besado, incluso ansiado. Su enfado no se hacía notar demasiado en él, no de momento. Inspiró y espiró mientras abría sus labios para hablar con ella, o por lo menos llegar a saludarla.

-Vaya, Angelique, yo que siempre pensé que no llegaría a encontrarme contigo nunca más...- mostrando cierto carácter hostil contra ella. -París es un pañuelo.- reconoció finalmente, levantando ambas manos levemente, a la altura de su ombligo. -¿Qué tal te va con el noble italiano aquel?- reprochando, por mucho que sabía que la promiscuidad de su antiguo amor seguramente la habría llevado a dejarlo por otro noble que enredar en las sábanas de su cama.

Las palabras de ella se clavaron en el corazón que empezó a sangrar en una expresión facial que poco a poco fue decayendo. Ya estaba jugando de nuevo con él, ya estaba reclamándole lo malo que había sido en la cama, porque sabía a ella lo poco que le interesaba de él no era más que el favor sexual. Todo su amor había sido descubierto y dentro de él no había más que largas noches de placer, nada más. Su mirada retomó un aspecto hosco y enfadado, con una mueca labial mientras negaba lentamente con la cabeza.

-No caeré en tus juegos, Angélique.- su rostro quedó de lado hacia ella. - Puedes jugar todo lo que quieras conmigo, puedes seguir afirmando que con ese hombre tuviste el mejor sexo que no habías mantenido mientras estabas junto a mi. Pero sé que te mientes.- una sonrisa arrogante asomó levemente y retomó su rostro en un egocentrismo herido. Asintió con altanería mientras todavía mantenía su mirada en ella, cada vez más sencillo observarla de nuevo, cada vez más tentador aún. Ella y sólo ella había sido su amor licántropo, la única persona de su misma raza que lo había encandilado, quizás por su porte delicado, quizás por la gran sensualidad que acarreaba consigo y que lo habían llevado a la perdición mil y una veces.

-Lo que te llevó a acabar conmigo no era el aspecto sexual, estoy seguro.- le reprochó mientras se cruzaba de brazos. -Fue mi clase social, fue nuestra diferencia. Tú siempre perteneciste a una clase superior y yo, un triste hombre de clase media no podía darte buena imagen.- inquirió. -Triste casualidad que dicho hombre fuera un noble.

-Pero dejémonos de apuñalar mutuamente.- dijo, intentando "relajar" irónicamente las cosas, si bien todavía cualquier paso que ambos daban era en un terreno completamente minado. -¿Qué tal te fue durante estos años? ¿Cuantos fueron? ¿Tres, cuatro? Sinceramente perdí la cuenta, estuve muy ocupado.- y tan que lo estuvo, vagando, nómada, sin lugar alguno al que regresar, intentando huir de todo lo que era y de todo en lo que se había convertido.

La voz de ella todavía seguía siendo tan seductora y atrayente como lo había sido, su altanería, su desdén, elementos que afianzaban su deseo y atracción hacia ella. Se maldijo internamente, no podía guardar sentimiento como aquel por aquella persona, le era inconcebible pero a la vez irremediable.

Se estaban haciendo daño mutuo, lo podía sentir, por lo menos ella estaba consiguiendo hacerle volver su mirada a tiempos pasados y se recordó a sí mismo, a un levemente rejuvenecido Lorcan que se desenvolvía por los salones de las altas clases con desenvoltura, en busca de mujeres, en busca del favor de ellas, amparado por la protección de la princesa y de lo que trabajar para ella clandestinamente significaba. Podía verla a ella, diferente a las demás, y verse a sí mismo escrutarla desde la distancia, copa de vino en mano, ausente en toda charla que mantenía con los demás. Sabía que ambos tenían similitudes, pudo intuirlo, pero la sorpresa que supuso saber que compartían misma naturaleza poco a poco fue calando en él. Quizás se encaprichó demasiado pronto con ella, quizás le dio demasiado favor tanto en cama como fuera de ella, de alguna manera sabía que aquella mujer lo había tenido cogido de la entrepierna -si no literalmente- durante muchísimo tiempo, arrodillado siempre ante ella. Y ahora que clavaba su mirada en ella, una mirada fría, llena de rencor pero que a la vez se lamentaba por su fatídico final no podía más que pensar cómo había podido ser tan ingenuo y creer en sus promesas, si esque tiempo atrás hubieron.

-Digamos que no te tendría tal rencor ni te hubiera acompañado tantas noches si no fuera porque fuiste un pilar importante dentro de mi vida.- afirmó él detrás de ella, apartando el tema sexual del que no podía quejarse, en absoluto. Y seguía calentándolo con aquellos pequeños detalles que conseguían derretirlo, que conseguían hacerlo caer. Pero en cierto momento sus palabras denotaron cierto arrepentimiento, quizás disculpa al afirmar que no había sido la clase social lo que le llevó a traicionar al moreno. Seguía desconfiando de ella y sabía que aquello podía tener un doble significado, quizás era mero hecho de llegar de nuevo a reclamar que su favor sexual no había sido suficiente cuando él sin duda había disfrutado como pocas veces en su vida.

En cierta manera la vuelta a aquella postura altanera por parte de Angélique hizo que una pequeña sonrisa un tanto melancólica, un tanto atrasada, surgiera en su rostro, recordando con quién estaba hablando, con una Rousseau. Además la respuesta de ella lo despreocupó, falsas esperanzas, quizás mera felicidad ante el mal de otra persona, al saber que no había habido nadie interesante que rondara el corazón de ella, cosa que le gustaba.

-Vaya, entonces más o menos estamos en las mismas parece ser.- recapacitó; él tampoco había conocido a nadie, había abandonado todo contacto con la humanidad hasta hacía escasos días, cuando había vuelto a París en busca de algo nuevo, de algo que lo mantuviera fijo.

-¿Esque hay realmente alguien que llegue a ser lo suficientemente perfecto bajo tus sábanas, Angélique?- cuestionó con una sonrisa arrogante, siempre la había visto como una persona muy exigente en ciertas cuestiones.

Y entonces la trampa quedó tendida. El espacio cada vez era más corto y la respiración de ella ahora se había amplificado demasiado con la cercanía. El contoneo de caderas tan apelativo, el propio andar de una persona de su clase social, todo quedó secundado cuando sintió, tras un espacio de años, los labios de ella contra los suyos en un roce que erizó todo su cuerpo y que lo dejó agonizando. Y se odió, se odió profundamente por sentir lo que estaba sintiendo ahora, su mirada, desconcertada, buscó apoyo en otro lugar, intentó evitar el contacto visual pero todo movimiento remontaba en ella, siquiera el fantástico juego visual que ofrecían los últimos rayos de sol en aquel momento le parecían algo insignificante. Inconscientemente, mientras escuchaba las cortas palabras de ella que se tomó a broma, como una burda burla ante la pronta caída de él, se relamió los labios en busca de aquel sabor, de aquella textura que si bien le causaba adicción a la vez lo intoxicaba.

Cerró ambos ojos mientras se llevaba una mano para tapar su vista, desesperado. Le dolía, le dolía saber que aquella mujer tenía tal poder sobre sí mismo. Había vuelto dispuesto a no cometer aquellos errores que anteriormente había cometido al estar con ella. Angélique en última instancia había sido el detonante que lo había obligado a abandonar la capital francesa y ahora, cuando quería empezar de nuevo, lejos de ella, el cruel destino, aquel en el que no creía, lo había traído de nuevo a la noble. Relajó su vista y la clavó en ella con cierto enfado, observándola relajar la distancia entre ellos. Y pronunció aquellas palabras que denotaban que lo peor se avecinaba:

-¿Qué has hecho?- susurrando, tomándola de uno de los brazos, acortando de nuevo la distancia y siendo él el que finalmente buscaba sus labios en el ansia de contacto que había necesitado tanto durante toda aquella reclusión personal. Aquella pregunta lo mucho que hacía era recriminarle el hecho de que no podía concebir que en aquellos momentos hubiera hecho uso de la debilidad que le suponía todo ella. La odiaba pero a la vez la deseaba con tremenda enfermedad. Lamió y relamió sus labios, jugó con ellos, se dejó llevar por el momento mientras relajaba su mano y posicionaba ambas finalmente en las caderas de ella, en la perdición total que suponían para el licántropo.

Ahora él creía convertirse en la víctima de aquel impacto, de aquella colisión, de aquel cruce y explosión que suponían la alianza entre ambos labios. Podía haberlo evitado, pero el mero tacto con ella, la altanería que tan bien sabía llevar y que tan bien aguantaba el licántropo, la sensualidad que encarnaban todos los movimientos de la joven no podía más que tratarse de una trampa. El lobo solitario finalmente había caído de nuevo en la trampa, la maldición que suponía aquella mujer.

Irónicamente y si bien se decía que el hombre es el único animal que puede tropezar dos veces seguidas con la misma piedra, entonces Lorcan había conseguido recobrar toda humanidad posible mientras sentía los labios de ella quemar como el fuego contra los suyos, levantando una de sus manos hacia las delicadas facciones de ella, dejándola divagar levemente por la mejilla derecha y, lo que suponía mayor error aún, gustándole todo aquello.

Quizás en aquel mundo superficial sólo eran dos personas más, abrazadas, enternecidas en un feroz y apasionado beso bajo el creciente amparo de la oscuridad; pero eran mucho más que todo aquello. Eran fuego y hielo, yin y yan, montaña y mar, sentimientos completamente opuestos y lejanos que se entrelazaban en una dulce locura. Y aquello hacía al licántropo abandonarse, dejarse llevar por todo aquello y de nuevo perderse en los labios de ella. Aquello no era un mero beso, no, era una carta de rendición, era el decir sí al daño, a todo aquello que había evitado hasta aquel momento.

Y seguía odiándola, seguía teniendo pequeños arrebatos que lo obligaban a apartarla de su persona, imposible. Se había dejado llevar y ahora no sabía cual sería su futuro ni quería saber sobre él. Pudieron estar así varios minutos, el licántropo reconociendo de nuevo las facciones de ella, corroborando aquel recuerdo que a fuego se había grabado en su mente. En aquellos momentos el lobo solitario estaba aceptando que de todo aquello no podía salir nada bueno y ya se veía de nuevo loco, ofuscado por los celos, por el imaginarse a ella estando con otro. Su enfado era tan notable como su perdición pues seguramente aquel beso no sería nada para ella pero para él era todo.

Ni en labios de su primera y única mujer, aquella de la que no había vuelto a saber tras su maldición, en ningún otro había experimentado lo que con ella. Sentía las manos de ella sobre su pecho en aquel típico beso lleno de tópicos. ¿Como demonios marchar ahora? ¿Como demonios apartarse de ella?

La voz de la sabiduría habló por él y tras recobrar parte de su razonamiento advirtió algo.-Esto está mal.- todavía estaban demasiado cerca, no había cortado suficiente distancia. Lo afirma porque es hombre precavido y porque teme de su integridad como persona, de su salud mental. Y el espacio entre ellos lo mataba de nuevo.

-No puedo dejar que juegues conmigo.- admitió, capacitado para hablar, no para resistir aquel momento. Ella era altanería, ella siempre había sido ámbito sexual, ella nunca había sido un verdadero amor y creía estar en lo cierto cuando afirmaba que no buscaba más que saciar antiguos deseos, necesidades. -Sé sincera contigo misma, nunca me amaste, el favor reside en no hacerme pasar por todo esto de nuevo.-

-Estoy buscando algo estable, que me ate a París y no sé si por tus intenciones eres la persona indicada.- y aquí llegaba aquel momento, aquel en el que deseaba que ella dijera que había cambiado, que aquello era diferente, que realmente lo amaba. Pero a su pesar el licántropo no esperaba más que una respuesta que le afirmara que sólo quería jugar con él.

Ella pareció entrar en razón y él se maldijo mil y una veces por haber parado todo aquello, por haber abierto la boca y expresado sus sentimientos cuando la agonía por retomar aquellos labios era algo que expresamente necesitaba en aquel momento. Inspiró y espiró con cierta dificultad mientras escuchaba las palabras de ella, llenas de razón pero a la vez cargadas de una tentativa demasiado fuerte para poder ser sobrellevada por el licántropo. Le ofrecía el todo y la nada, aquello le dolía y su mirada se clavó en ella mientras la escuchaba hablar, exponer la realidad que punzaba su corazón. Por un mísero momento había sucedido, había creído que aquellos besos no tendrían fin nunca más, pero él había sido el artífice que finalizaba con todo aquello, inconscientemente.

Y las palabras cesaron, el licántropo con la boca entreabierta medía la situación con demasiada rapidez, intentando llegar a un acuerdo mutuo, algún punto en el que ella y él quedaran juntos, pero en una personalidad como la que seguramente todavía mantenía Angélique aquello era harto imposible. "Esta es la última vez que puedes olvidarla, Lorcan" se dijo a sí mismo, mientras escrutaba con extrema avidez el rostro de ella y se perdía de nuevo en sus ojos, refuerzo de sus cavilaciones. La tentativa era fuerte, el creer durante una sola noche que aquello era algo más, que podía perdurar, pero a la vez suponía el dolor extremo que pudiera suceder al despertar, el sentirse un extraño para con ella, quizás sólo en el propio lecho. De nuevo bajar la mirada, de nuevo rechazar la compañía humana, de nuevo afianzándose en su parte más animal.

-Ojalá pudiera olvidarte, Angélique.- se descubrió ante ella y probó sus labios una sola vez, un gesto que dejaba la puerta entreabierta a todo aquello que estaban deseando ambos. Quizás había sonado demasiado brusco pero las contradicciones lógicas cubrían toda su mente, nublando su pensamiento. Pero quería y no quería olvidarla, el afecto que un licántropo podía desarrollar por otra persona o igual siempre era más fuerte que la unión humana. ¿Qué demonios debía hacer ahora? Sintió ganas terribles de abrazar su otra naturaleza y corretear por los campos cercanos de aquel jardín. Pero la nostalgia lo dirigía hacia ella, hacia aquel cuerpo que había sido y era su perdición. Y su mirada dejó de observarla simplemente para constatar que la noche había caído y los farolillos estaban siendo encendidos poco a poco por los trabajadores sociales.

-Necesito dar un paseo.- afirmó, dándole la espalda en algo que le sugirió una locura, un rechazo de aquello que tanto necesitaba, experimentar de nuevo aquel dulce dolor recorriendo su cuerpo, incluso llegando a hacerle gritar. Giró finalmente su vista hacia ella y cuestionó aquellas palabras que sabía sólo afianzaban más y más su perdición.

-¿Deseas acompañarme?

Y sí, finalmente se había abandonado, sabía que aquello lo que llevaría consigo era algo más que un paseo. Ella finalmente aceptó y el chico sonrió con cierta arrogancia mientras la observaba contonearse, acortando de nuevo la distancia entre ambos para comenzar con aquel paseo. Asintió ante su jugueteo, se atendería a las consecuencias, quería disfrutar una última vez de ella, quería abandonarse al placer y al último intento de conseguir encandilarla de nuevo. Un aire de optimismo entró en él, simplemente porque ahora no se encontraban peleando, si bien había tenido que dejar momentáneamente aquellos labios que desearía probar más tarde seguramente.

Caminó hacia adelante junto a ella, desviando su mirada hacia Angélique de vez en cuando en un acto de interés pero a la vez de cierto remordimiento. Levantó la mirada hacia delante y se mordió el labio inferior mientras se llamaba a sí mismo tonto. "Bien hecho Lorcan, espero disfrutes hoy porque sabes lo que te tocará mañana, arrepentirte como te arrepentiste en tu tiempo" Conocía demasiado bien a aquella chica y por mucho que intentara negarlo sabía finalmente aquello quedaría en nada. Simplemente no confiaba en que ella le profesara finalmente amor, aquella chica no funcionaba como las demás y aquello le resultaba demasiado apelativo. Sus ropajes, toda ella era un enigma, un acertijo y un dificultoso juego que había perdido ya hacía tiempo que reintentaría en momentos siguientes.

Se giró hacia ella habiéndose situado ya apartados de entre aquel lugar, en una esquina del jardín botánico, lejos de las miradas y de cualquier entrometido. Cerca de los sembradíos que colindaban con aquella verja de acero. Se acercó a ella, intentando jugar a su juego y en aquella noche veraniega se quitó la camisa de tela, mostrando ante ella su fuerte y bien formado cuerpo. -Jugaremos a tu modo.- afirmó finalmente, acercándose a ella y recorriendo con ambas manos aquel vestido de cuero en que se encontraba enfundada. Para poder hacerse un hueco en aquel mundo simplemente debía conseguir enfrentarse a ella, mostrarse ya realizado, habiendo madurado. Si bien en su profundo interior iba rogando que aquella no fuera una mera noche finalmente acababa cayendo en la desesperación que causaba el saber que aquello se terminaría la próxima mañana con el amanecer.

-Hagámoslo.- propuso en un ronco susurro mientras acababa con aquella proximidad y volvía a besarla de nuevo. Memorias, memorias, memorias que intentaba borrar o dejar estar, simplemente intentando tomarse todo aquello como algo pasajero, como algo que ambos parecían necesitar. Hacía tiempo, demasiado tiempo que no compartía lecho con mujer alguna y la vuelta a Angélique le suponía cierta gloria. Pero allí estaba de nuevo, humano y bestia a la vez, desafiando a aquella mujer, queriendo jugar a su juego, sin tener en cuenta que aquello al día siguiente se convertiría en un terrible dolor.

-Hagámoslo.- repitió acercándola contra sí en un arrebato casi animal, podía sentir la luna bañarlos con sus rayos, de alguna manera haciendo que el licántropo se estimulara más que de costumbre. De noche siempre le rondaba todo aquello, el deseo, la necesidad, la inquietud... era un hecho empírico el afirmar que la noche lo afectaba demasiado.

-Paseemos en nuestra otra naturaleza.- sonrió, demostrando su verdadera intención, jugar con ella intentando convertir aquel interés por el paseo en lo que en un momento había parecido un deseo completamente carnal y sexual. -Lo otro vendrá más tarde.

Se había despojado de su camisa simplemente para no rasgarla durante su transformación. Se despojó de toda ropa de espaldas a ella y finalmente acabó transformándose en la bestia que realmente era, aullando a la luna con fuerza, tal como estipulaban los tópicos. Se giró a ella y en un guiño canino terminó por escalar la valla que los separaba de los amplios campos de siembra, un lugar amplio en el que corretear. La ropa la dejó allí, en la esquina del jardín botánico, oculta tras los arbustos, dispuesto más tarde a recuperarla.

Cuando se hubo despojado de las ropas las tiró bajo un arbusto y con el comentario de ella finalmente sonrió con cierta arrogancia mientras giraba su cabeza a las preguntas de ella, ya completamente desnudo.

-Tuve una buena maestra.- sin duda la sensualidad que ella siempre le había inculcado poco a poco había pasado a ser algo que le suponía poca dificultad al imitar. Dándole todavía la espalda a ella habiendo visto ya parte de su cuerpo desnudo bajo aquella noche de luna llena giró su vista hacia la luna y finalmente sintió la transformación surgir de lo más profundo de su ser, algo oscuro, no muy ameno a la vista, pero a lo que estaba adecuado. Habiéndose ya liberado de su cuerpo humano dió un fuerte salto saliendo fuera del jardín botánico y comenzando a correr bajo la luna llena por los amplios campos recién "esquilados" dejando sus patas delanteras impulsarse con la mayor fuerza e ímpetu posible. Le había costado controlar su voluntad durante las noches de luna llena pero finalmente podía decirse que una mente racional controlaba el lobo encerrado dentro del cuerpo de Lorcan J. Lhereux.

Sabía que ella podría seguirlo meramente olfateando el ambiente en busca de su olor y siquiera se decidió a mirar hacia atrás, simplemente necesitaba, más bien estaba obligado a abrazar su naturaleza animal a la vez que de alguna manera deseaba todo aquel paseo terminara y se enredara en las sábanas de una confortable cama junto a Angélique. Ya no debía siquiera maldecirse, lamentarse por la decisión tan poco honesta que había tomado consigo y todavía estaba a tiempo de enmendar su error y finalmente negarse a pasar la noche junto a ella. Pero ansiaba su cuerpo, la ansiaba de nuevo, quería mostrarle que los años lo habían mejorado, que su hiperactividad en el ámbito sexual no se había esfumado.

Habiendo llevado su pesado cuerpo un kilómetro de distancia o incluso más dejó su peludo ser respirar, haciendo que su lomo se dilatara y relajara al compás de aquella respiración fuerte y agitada. En posición tranquila, a cuatro patas, llevó su hocico buscando el olor de ella y centró su mirada hacia el lugar del cual parecía llegar.