Desnuda y frágil {Libre}

Sobrevolando el basto firmamento, un ave de diáfana belleza aparece entre las tinieblas formuladas por el rocío de una noche gélida. Su plumaje es blanco, sus ojos ambarinos, sus garras delicadas, su cuerpo frágil. La majestuosidad con la que se desenvuelven en aquel obscuro cielo nebuloso no tiene comparación alguna con alguna otra criatura que se haya visto naufragar en una noche donde los truenos se regocijan al anunciar la caída de la lluvia. El viento sopla en un mutado silencio con susurros impacientes, visiones aniquiladas de un espejismo olvidado. El paisaje inolvidable, los relámpagos hacen destellar las tinieblas en una danza de luces y colores, la vegetación de aquellas montañas abriéndose paso en el tiempo, el espacio, las pupilas de quien le observa; impregna de un sutil tinte al panorama. Los animales nocturnos en su búsqueda desesperada por el alimento para sus crías e incluso para ellos mismos, algunos otros deambulando por allí solo para sentir la libertad que el hombre no les ah cortado, ni les quitará en el refugio, bajo las faldas de estas montañas.

El aire se instala con caricias divertidas en cada una de las plumas que cubren la desnudez de un animal grácilmente delicado. Sus alas sienten el cansancio de antaño, un agotamiento se viene instalando en su cuerpo con el pasar de los días y el desvanecimiento de las noches. El ave desciende hasta posarse en la rama de un pequeño árbol a la vista de los demás ojos multicolores de bestias nocturnas. Quiere descansar, cerrar los ojos y soñar, cubrir su alma con alimento para sus energías y por la mañana continuar…

El tronco se mueve levemente, la hermosa aparición fantasmal de un ave blanca ya no se encuentra suspendida sobre la textura del árbol. Un sonido extraño que proviene del suelo hace referencia a la caída de ese hermoso animal. Su cabeza choca contra el suelo fuertemente, sus alas abiertas no pueden sostenerse y las garras de sus patas no le ayudarán a levantarse. Para la sorpresa de los espectadores el cuerpo de la criatura poco a poco cambia su estructura, develando sin preámbulo pero con el misterio de una naturaleza enigmática, la silueta de una mujer de piel albina, cabello negro y cuerpo desnudo. Sus ojos están cerrados, su rostro de porcelana le hace ver como un ángel que perdió sus alas, cayendo del cielo para terminar en el lugar más recóndito de la tierra. Esa joven ¿aún respira?

La respiración de la jovencita se encontraba en decadencia, sus pulmones reaccionaban conforme a su inconsciencia se lo dictaba. La noción del tiempo se le perdió en aquellos pocos minutos en los que su cuerpo se encontró inerte en el frío de aquella tierra. Despierta con la mente nublada por sus últimos recuerdos, se sienta sobre el suelo admirando lo diferente que el panorama se puede apreciar desde el nivel de la tierra y los mortales que no pueden batir sus alas en pleno vuelo. Su cabeza es sacudida un par de veces tratando de incorporarse a la nueva visión en la que se encuentra enterrada.

El frío de esa gélida noche se instala en sus huesos haciéndola estremecer con un escalofrío que eriza su cuerpo, su melena suelta larga y lacia cubre parte de su desnudez pero aún así su piel nívea es un enigma que resalta en la obscuridad de la noche. Se pone de pie con cierta incertidumbre depositada en sus pupilas, es un extraño invadiendo tierras ajenas, pisos, suelos que no había visto jamás en su vida, no sabe como reaccionar ni que es aquello que se puede encontrar, más no se deja vencer por el miedo en su mente, es más fuerte su valentía y la disposición de continuar su camino.

Comienza a caminar por los alrededores, una de sus manos cubre su pecho mientras la otra la abraza fuertemente, esto en un carente movimiento por impedir el paso del viento a su silueta, ese viento que le congela el alma. Su mirada navega de obscuridad a penumbra, su concentración se pierde cada que sus pensamientos se llenan de cálculos innecesarios que no le llevarán a nada. Quiere transformarse en el ave que cayó, más el desgaste físico se lo impide y por más que trate no podrá. Sus pies se deslizan entre los pastizales, la maleza y demás cosas en las faldas de aquellas montañas inmensas. Brinca, corre, da un par de zancadas, se ce, se levanta pero no se rinde. A lo lejos divisa una luz que resalta del resto de la tiniebla “¿Será prudente de mi parte?” Niega con su cabeza respondiendo en silencio la pregunta que ella misma se hizo, sabe que no sería correcto llegar a interrumpir a un campista con esa situación en la que se encuentra, pero el hambre le mata, el frío de ahoga…

Como puede se arrastra hasta la luz que alcanzó a percibir, a un par de metros del lugar ya no puede más, siente que se volverá a desmallar, necesita calor… - A..yu..de..me… - Musita casi inaudible, entonces sus manos caen a sus costados sin fuerza alguna y sus rodillas flagelan permitiéndole el paso al desfallecimiento en una torpe caída más.

Sumergida en su letárgico estado no siente absolutamente nada, quien le viese diría que es un cadáver más perdido en la negrura del paisaje, un cuerpo que sucumbió al hambre, el frío y la desesperanza de jamás ser encontrado. Pero la verdad es que no se conoce la voluntad que suele poseer Rouss, esta jovencita de apariencia no más de 25 años es una reverenda mujer con la ambición del mundo, con todo aquello que pudiese llegar a querer un hombre, la valentía, la fuerza, la disposición, en resumen esa mujer es como el fénix que renace de su cenizas para sobrevolar nuevamente el mundo y eso es específicamente lo que la morena hace.

Su cuerpo comienza por sentir el cálido ambiente a su alrededor, toma su color natural que es casi como la misma nieve pero con las mejillas débilmente rosadas, el digno estado de aparentar una salud envidiable. Al principio su silueta se encontraba en la posición fetal para darse calor por si mismo, acto reflejo que la mayoría comete cuando se tiene frío, pero ahora que le abriga algo más que su propia piel se expande, se estira, se relaja, suspira, sueña…

Encontrándose fascinada por aquel ardor corriendo por sus venas, llenándole de calor hasta el último escondite de su delicada estructura; abre los ojos como platos enfocando todo y al mismo tiempo la nada. El desconcierto entre por sus pupilas alojándose entrañablemente en dudas y cuestiones en su pensamiento, no tiene la más mínima idea de cómo fue que el destino le arrastro hasta el interior de un algo que le resguarda del rocío de la noche. Una manta cubre su desnudez, la mujer se aferra a ella como si se atara a algo para salvaguardar su propia vida. En las afueras de ese sitio puede verse la luminosidad de una fogata siendo alimentada por una sombra varonil. Lleva sus manos hasta la cabeza, se despeina la melena azabache, se muerde el labio inferior “¿Huir? ¿Quedarme? ¿Agradecer? ¿Ignorar?” Simples preguntas que no tenían al parecer una respuesta concreta, sus valores se imponían ante su pudor y por viceversa. Al final decidió salir y conocer el rostro de aquella mítica sombra.

Su mano se desliza a través de la tela para poder salir de esa pequeña tienda en la que se encontraba. La palidez de su piel era cubierta por un manto de color desconocido, no le prestó atención, no quería, aún no… Sus piernas frágiles, hermosas, torneadas, suaves; caminaron en silencio hasta el lugar donde un hombre reposaba sobre las hierbas de las montañas. La joven se acuclilla para estar casi a la altura de él, una curvatura débil se asoma en sus labios – Gra… gracias – Susurra a la par del viento, la armoniosa voz que despide su garganta es un melodramático cantico, una melodía de infinita belleza para los oídos. – No sabéis lo mucho que os agradezco la intervención, le debo la vida Monsieur – Baja la mirada, la barbilla y su cabello cae por e arco de su cuello, ocultando su rostro sumergido en la vergüenza al encontrarse en una situación poco acorde a la de una dama.

Bajo las montañas el frío que se siente se puede comparar con la briza despedida del mar en una noche tormentosa. Poco viento en los alrededores pero lo suficiente como para despeinar la melena de la morena en un vaivén lo bastante acomedido como para dibujarle de una forma increíblemente desafiante ante la pupila de los no creyentes. A su lado una ninfa del bosque, un hada, una sirena queda obsoleta. Sus ojos verdosos que como hechizo de alguna bruja cambian de color conforme a la luminosidad que le rodea ahora son tan místicamente hermosos y de una tonalidad gris casi plateada combinando a la perfección con esos rayos lunares depositados delicadamente en su pálida piel.

Al aproximarse al hombre que le entrego una soplo más de vida, logra escuchar con su agudo oído el nombre de una mujer. Al poco tiempo este gira y en sus pupilas Rouss observa la desilusión que su imagen pinta en su ser. Él esperaba a alguien más esa noche ó al menos fue la impresión que la dama obtuvo en el primer instante en que él musito ese nombre femenino. La metamorfo calla, permitiendo que el silencio sea un grito de la soledad en aquel panorama. Se muerde el labio ligeramente, esperando un nuevo movimiento. Esta congelada, si se tratase de otra ocasión, si tan solo tuviese la energía suficiente entonces su aura sería diferente.

– Lamento diferir en su comentario Monsieur, no cualquiera tendría la delicadeza en cuidar un cuerpo desnudo a la mitad de la nada, un extraño que bien podría tratarse de una pesadilla – Sus ojos no lo miran a él, observan la obscuridad que se abre paso en lo infinito. Poco después regresa sus ojos al cuerpo varonil del caballero y le sonríe con una sutil mueca de sus labios – La noche aún es joven, pronto se escuchará el cantico de los búhos y la cacería de los animales, música mágica para los oídos de bestias nocturnas – Comenta lo primero que se instala en sus pensamientos, por lo regular es así, inspirada e instruida por sus instintos, siendo lo que es y lo que nunca será. Una ambigüedad en ella siempre latente pero es eso mismo lo que convierte a Rouss en un misterio de luna llena, en el enigma de la humanidad, en una paradoja escrita con millones de dudas.