Bailando con la muerte una dantesca sinfonía muda. [Claire]

por **Hannes D. Schmitt** Lun Oct 11, 2010 3:28 pm

El sol ya se ocultaba tras las sinuosas montañas que delimitaban el lejano horizonte opuesto a la fina línea infinita que representaba la grandeza del reino de Poseidón. El mar, el gran azul, el indomable gran azul. Él, pequeño como su existencia se detuvo en los muelles del puerto y dejó que el gris de su mirada danzara por ese paisaje como el arco de un violín enloquecido. Velozmente. Así se movían esas pequeñas miniaturas de la mñas grande estrella de la noche. Sus ojos plateados acariciaban cuanto los humanos veían, sin apreciarlo la mitad que ellos. Condenada eternidad, que lo forzaba egoistamente a obviar pequeños milagros como la calidez de un rayo de sol o una carícia juguetona de una tierna enamorada. Los vampiros no amaban, dijeran lo que dijeran tan banales historias de amor prohibido, imposible o improbable. Eternos y mortales, condenados a vivir en dos mundos semejos pero distantes. Demasiado como para congeniar entre ellos. Cazador y presa. Noche y día. Frío y calor. Dispares y enemistados como dos hermanos excesivamente competitivos.

Pestañeó un segundo y observó como los rayos de sol se desdibujaban todo esquivando su hipnotica fugura que, danzarina, saltaba de un bote a otro, bailando con la muerte sin dejarse alcanzar en jamás de los jamases. Sus manos, cruzadas a su espalda y sus rodillas ligeramente flexionadas entre salto y salto mientras los botes se balanceaban mecidos por las aguas del negro mar traicionero. Tensó los labios hasta formar un perfecto círculo por el que sopló, emitiendo un agudo silbido que hizo aullar los perros de toda la zona cercana al muelle. Esa melódica pero infernal melodía guiaba su ágil bailoteo, siempre elegante y a su vez peligroso si tomaba consciencia de que un solo rayo podría suponer una llama poco deseada. Entre saltos ágiles, sus fijos ojos gélidos, teñidos de color niebla, se movieron como el péndulo de un reloj impaciente por predecir el mañana. Los dedos de sus manos se movían al mismo compás, guiando la dantesca orquesta que producía una muda banda sonora que se parecía bastante a una ópera de Rossini que había sido totalmente incapaz de sacarse de la cabeza desde que la oyó en directo de la orquesta sinfónica de Berlin. Se apoyaba en las puntas de sus botines mientras su holgada camisa ondeaba a cada salto, avanzando paralelamente al muelle pero saltando de bote en bote como gato por tejado. Esa era la grandeza de la inmortalidad; era libre.

por **Claire Quartermane** Vie Oct 15, 2010 2:39 pm

Aplausos, más aplausos. Aplaudía como si estuviese viendo una obra de teatro personal, aunque en realidad fuera una ironía. Una representación frente a sus ojos de alguien que parecía danzar, o quizás escapar. El hombre saltaba de un lado a otro, mientras ella desde lejos lo observaba. Sin sonrisas, sólo mirando. Había llegado al puerto en busca de una distracción, de una forma de cambiar en algo el curso de su día, hacerlo menos rutinario, quizás en el fondo hasta queriendo emociones nuevas, algo que la hiciera sentir ese algo en el estómago que para algunos era miedo, aunque para ella parecía una adicción.

Más pasos adelante para mirarlo más de cerca, alto, quizás un poco más que ella, rubio y con un cuerpo bastante armónico, no parecía tener más de 30 años. Su cara no le parecía conocida, por lo que su intuición le decía que no había pasado por el burdel, de seguro era nuevo en la ciudad, de otra forma, era prácticamente imposible que no se lo hubiese topado antes. Necesitaba oír su voz, quizás eso le ayudaría en algo o al menos le quitaría el tedio en el que comenzaba a sumergirse.

Si lo prohibido no fuera tan delicioso, no sería ilícito – ¿Sueles dar este tipo de espectáculos? Lo digo como para venir más seguido a mirar, hasta podría traer algo de comer – hablaba casi destilando su humor negro, luego le otorgó una sonrisa de lado y lo miró directo a los ojos. Era diferente si, pero también bastante atrayente. Tanto como todo lo no permitido, aunque hasta el momento él no pareciera nada de eso, sólo un hombre común en un lugar común. Claro, eso no lo creía ni ella. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero ella ni siquiera fue capaz de moverse, sólo se quedó de pie, esperando la respuesta a su pregunta, aunque en realidad, esperaba otro comentario, que la dejara seguir atacando sin motivo.

Bailando con la muerte una dantesca sinfonía muda. [Claire]

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