Même le jour le plus long a une fin {Privado}

Observó desde lejos su demacrada finca, y esperó con ansias ver a su madre con los diplomas nuevos de la mansión que pronto sabría que tendrían. La joyería iba bien, así mismo como los trabajillos clandestinos del amistoso Esprit. Ya que matar no era algo que le encantase, simplemente con desmayar a las personas se hacía mucho. Robar de sus bolsillos sus caros pañuelos y relojes de bolsillo. Además, el juego previo siempre era divertido, aun cuando se resistían y creían poder vencer a la inmortalidad. Reía con ganas cada vez que se le presentaba algo así, simplemente se reía, hasta el momento de sentir asco por sí mismo. Su madre hizo presencia en el único balcón de su finca, el que pronto se derrumbaría, el que pertenecía al cuarto de huéspedes. El olor a muerte se dispersaba desde aquel balcón, y su madre, llena de falsa vitalidad, le saludaba con su mano. Él le sonrió y giró en sus talones, para encaminarse hacia la ciudad o donde sea. La noche era interesante, pero no quería caer en las tentaciones de los humanos, aquellas burdas acciones que demostraban lo débiles que eran a estímulos tan delicados.

Sintió el deseo de desgarrar la piel, aquel sonido majestuoso que solo ese material sabía componer para los oídos de Esprit. Pero no podía, no con su madre en vida, no podía permitir que su inmortalidad fuese puesta a prueba gracias a calmar un simple deseo de su hijo. El ruido del crujir de las ramas de aquellos pocos árboles que rodeaban la ciudad, le hicieron desprender una sonrisa. Le resultaba increíble como tantos humanos, vampiros y muy pocas veces, licántropos, se encontraban caminando con cierta tranquilidad por las bulliciosas calles de la ciudad. Los burdeles estaban por explotar y en las callejas, no era extraño encontrar un cuerpo semi-desnudo y en agonía. “el alimento de los pobres” se pensó. Era mucho más fácil recoger las sobras a que cazar tu propia comida. Él en parte, no se quejaba. No siempre había tenido la riqueza ni las oportunidades que ahora tenía.

Escuchó como melancólicamente un violín se hacía sonar bajo una farola posicionada en una esquina. El muchacho que tocaba ladeaba su cabeza, uniéndose con la música celestial que aquel pequeño instrumento producía. Sintió que se estremecía, aunque era algo difícil. La música deleitaba sus oídos, hasta el punto de sentirse dominado. Ladeó su cabeza e ignoró el sonido magistral, alejándose hacia la taberna. Sabía que un poco de Whisky escocés no le vendría mal para sobrellevar la noche, que parecía sería larga. Las sillas chirriantes de aquella mugrosa taberna se encontraban llenas de todo tipo de criaturas, bebiendo cualquier cosa que haya. Esprit se sentó en una de las mesas, ocultas en uno de los rincones. Un pequeño halo de luz iluminaba un cuarto del rostro del vampiro, el cual ahora, bebía con cierta delicadeza.

Una noche cansada, un simple y bullicioso lugar que era París, era extraño pero se creía que París era un lugar de prestigio, pero al venir aquí te dabas cuenta que no era más que la humanidad en la lujuriosa pasión desbordada y desmedida.

Caminaba por las calles sintiéndome la mujer más sola de la faz del sucio planeta,como decirlo?, -Der Mann Hat Einen Grossen Geist-pensé melancólica, era extraño pero últimamente el vivir con miles de personas a mí alrededor ya no era suficiente para mi existencia, suspiré con desagrado mientras me hayaba caminando entre gentusa que no encontraba mejor manera de vivir que esta, la inmundicia gobernaba en sus acciones.

Pensé que caminado estaría mucho mejor o al menos me aliviaría un poco, para alguién que siente miedo o se siente solo o desdichado el mejor remedio es salir al aire libre, hallar un lugar aislado donde se estará en comunión con el cielo, la naturaleza y Dios. Solamente entonces se siente que todo está bien así y que Dios quiere ver a los hombres dichosos en la naturaleza, simple pero bella...
Mientras esto exista, e indudamente será siempre así, estoy segura de que todo pesar hallará consuelo, fueran cuales fueren las circunstancias.

Estaba en mis cavilaciones cuando pasé por una calle donde una taberna iluminó mis pupilas con singular picardía, -que es lo peor que puedo esperar?- mumuré mientras entraba, bien esto no era lo que planeaba,no era la clase de lugar que me hubiera gustado frecuentar, pero allí estaba haciendo un de un desagradable lugar un campo de flores, pero en fin que tenía que perder?.

Miré con cierta repugnancia a los presentes, suspiré y me encaminé a la barra, me senté con despreocupación sin mirar nada en específico...

Su vaso ya iba por la mitad, y nada de aquél peculiar lugar captaba su atención, que de por sí, era difícil de conseguir. La taberna, iluminada con cientos de velas, parecía el infierno mismo y Esprit, sintió que había elegido el peor lugar para desperdiciar su tiempo. Observó vacilante a los meseros del lugar, que depositaban velas en diferentes mesas, para alumbrar a los presentes. La mayoría de las criaturas maldecían por el hecho y lanzaban insultos como niños lanzando flores. Esprit sonreía, alegre de tales escenas, pero no pasó mucho tiempo para que uno de los meseros, depositase sin mucho cuidado un pequeño candelero con una vela, ya por la mitad, que desprendía un calor asqueroso, insoportable. Entrecerró sus ojos y llevo su mano hacia sus ojos – Señor, mi vista se ve en riesgo debido a una insolación. Quitad de inmediato esa fuerte luz – mintió, sin sentido, sabía a la perfección que aquellos hombres no conocían lo que era la insolación y no se permitirían preguntas. El hombre acató la orden y sin musitar absolutamente nada, tomó el candelero, llevándole hacia otra mesa. Suspiró, como salvado, mientras bebía de su Whisky, refrescando su garganta. Aquella bebida le era de lo más asquerosa, pero admitía que todos le tomaban y por lo tanto, debía acatar esas reglas de la sociedad moderna; no se podía permitir ninguna sospecha.

La presencia de aquel espécimen le cautivó en cuanto abrió la ruidosa puerta de la Taberna, y en extensión, Esprit clavó su felina mirada sobre la bruja. Decidió terminar su whisky de un sorbo, y acercarse a la barra, sentándose en uno de las bancas chirriantes, para pedir otro más, y así, aproximarse a aquél romántico olor. El que le atendió, no hizo preguntas y le acercó a Esprit un vaso equivocado. Este contenía un vino blanco, algo que repudiaba. Su olor, elixir de los ricos, le resultaba algo totalmente asqueroso, y su gusto, entre ácido y frutal le hacía sentirse impuro, humano. Tales bebidas no existían en su morada, y tampoco en sus tiempos como humano. La familia no podía costearlo y solo se presentaba en los festines que su alegre vecina daba de vez en vez. Para la suerte del joven Esprit, solo lo había probado una vez, y le fue suficiente como para no volver a probarle. Con disgusto, dio dos pequeños golpes en la madera, haciendo un peculiar sonido, algo así como el que produce un bastón contra el suelo. En breve, el que le atendió, le aproximó la bebida correcta y aún con disgusto, le tomó, girándose hacia dónde su próxima acompañante.

Su whisky persistió intacto, allí sobre la barra, ignorado por su dueño temporal. Las velas, en cambio, parecían llamar su atención y aquello no era para menos. Ahora ya no podía disculparse con la señorita, y pedir que, de inmediato, se apagaran las velas que le rodeaban, ya que sus ojos, supuestamente, le ardían. Aun no entendía bien como era que los humanos, tenían la patética habilidad de creer todo lo que se les dice, pero a él poco le importaba mientras le sirviera. La conexión entre la mirada de la muchacha… “¿Por qué huelo a bruja?” y la de él era algo que no podía ser simplemente desechado. Los primeros contactos visuales eran los más importantes. La mente humana maquinaba de tal forma, de crear millones de expectativas, excusas, ideas y conversaciones presentes y futuras con quien hacia tal contacto; algunas buenas y otras hostiles, pero eso ya no era algo que se podía saber fácilmente.

Con cierta caballerosidad, movió su cabeza hacia un costado, imitando una pequeña reverencia, la cual adornó con una suave sonrisa torcida, que marcaba su cicatriz de forma atractiva. Él odiaba esa cicatriz, pero sabía bien lo tanto que definía sus sonrisas y por lo tanto, era una marca imborrable de su rostro. -Buenas noches, demoiselle - musitó, moderando su voz a un poco más que un susurro, en un tono algo grave, pero aun así con un dejo de timidez que pocos sabían adoptar. Su profesión era saber cautivar y la ejercía lo mejor que podía. Quizá podría haber agregado algo más a su saludo, pero sabía bien que el acumular palabras era para los tontos, y que él, no se podía permitir tal degrado. El gastar palabras, derrocharlas en el aire, le era algo asqueroso. Odiaba las excusas interminables y aún más las explicaciones redundantes, las cuales carecían de mucha data y se llenaban de preguntas cómo ‘¿Has entendido bien?’.

Su mirada se volvió más suave y cabizbajo, dirigió esta hacia su vaso, tomándole con cierto cuidado para tomar un sorbo, resguardando el vaso en su mano. El whisky ya no sabía igual y su olfato se había multiplicado. Se sintió en un estado de alerta y dejando el vaso sobre la barra, se levantó de su asiento con cierto nerviosismo y apagó, aquella vela que se encontraba a unos cuatro pasos de él. Un simple suspiro hizo que aquella mortal llama muriese. Volvió a su asiento, refregando sus ojos, con una expresión de incomodidad, quizá hasta de dolor.