El juego empieza una vez mas

Ni un golpe en sus bolas habría borrado la sonrisa de satisfacción en su rostro. Aidan era su único hermano entre toda la bola de cabrones que habían sido “seleccionados”. El encuentro que se suscitaba entre ellos y su maestro, solo significaba que en diferentes puntos de Francia los clanes se congregaban, recibiendo noticias, instrucciones y toda esa mierda que les interesara. ¿Se suponía que tenía que aceptar a los clanes vecinos? Darren no tenía ni la más puta idea, pero no había porqué ponerse “melancólico” ante lo que podía fácilmente ser tratado a su antojo. Estaba claro que ninguno lamía el culo del otro para ser aceptado, estaban unidos por el lazo de sangre pero cada uno tenía su puto ego tan alto que presumían ser mas que unos simples bastardos. – ¿Lucern? Las fauces del vampiro no podían torcerse en otro gesto más burlesco. – ¿Conoces a Némesis? Sus ojos refulgieron, llamas parecían titilar en sus azules orbes; cortesía de la locura que siempre bailaba en sus pensamientos, en su mismo cuerpo. Aidan y Patrick tenían la misma mirada, ninguno necesitaba esconderla, eran conocidos por lo que eran; un trío de locos que llevaban el significado de justicia a lo extremo. – No sé quien es la puta en esa relación. Apostaría por los cojones de Lucern pero no estoy seguro de que aún los lleve puestos. La censura y malicia estaban claras en el tono de su voz. ¿Cómo podía un hombre amarrarse la verga para no clavarla en vaginas ajenas? El hilo de su conversación estaba lejos de ser interesante, lo que hiciera el bastardo del conde e incluso los hermanos Windsor resultaba el equivalente a la mierda de las reuniones sociales en las que la realeza se aventuraba con el fin de sacar sus mejores ropas para presumir el status en el que habían nacido. Aidan era distinto a sus parientes sanguíneos y por esa razón, había llegado a ser su mejor amigo. No solo era su compañerismo como camaradas el que les había unido, Patrick había ayudado al hacerlos parte del mismo clan pero la verdad bien dicha era que su actitud solo podía llevarlo a verlo mas allá que un simple aliado como acostumbraban sus pares. El hecho de que Lucern se llevara mejor con sus hermanos, ya dejaba en claro el tipo de “hombres” que se decían. Había conocido a Dorian y Stephen en un par de ocasiones. Darren no estaba seguro de cuál de los dos hermanos era mas despreciable, aunque Stephen y su “forma de ver la vida” bien le jodía. ¿Y Lucern? Ese cabrón bailaba en las faldas de una vampiresa cuando bien podría andar con cualquiera. Si esa estúpida regla de no atentar contra la vida de sus “hermanos de sangre” no fuese importante, habría complotado desde hacía mucho para hacerse con el cargo que el conde hacía valer madre.

Los casquillos del semental a lo lejos avisaban la llegada de aquél que había empujado la locura que ya latía en sus mentes desde antes de ser transformados para que les definiera completamente. El Diablo ni siquiera podía sentarse en su trono para enjuiciarlos porque sus acciones eran las que más divertían a los demonios que se arrastraban hasta las puertas del infierno para alimentarse de las almas que les eran enviadas. Eran únicos, cada uno por sí solo, pero juntos; la destrucción de la que eran capaces no podía ni siquiera empezar a imaginarse. El olor de los inmortales golpeó, excitándolo, enfebreciendo su demencia. Aquello solo significaba diversión. Era difícil para Darren tomarlo de otro modo. Las enredaderas de sus mentes retorcidas se abrían para aplastar todo lo que se pusiese en su camino y, fuesen quienes fuesen los que se encontraban dentro del saco ya habían sido reclamados por la muerte desde que Patrick les había tomado. El porqué de su decisión no era cuestionada, eran ofrendas y Darren estaba mas que dispuesto a aceptarla. Necesitaba la sangre, no porque la sed le rasgara su garganta, la hembra sacrificada junto con su feto ya habían hecho lo suficiente para aplacarla; pero esa tétrica sonata marcando el ritmo en sus sienes nunca callaba sus exigencias cuando el crepúsculo llegaba. Un niño vampiro. La ceja de Darren se enarcó ante el regalo que le era dado a su amigo, era mejor que el inmortal que le era arrojado. Un niño no le servía para sus propósitos. – Al menos nos hubieras deleitado con más que sus berridos, Aidan. Arrastró al niño hasta el sitio donde yacía la pelirroja y, sin siquiera molestarse en despertarlo del trance inducido, dio la orden de que arrastrara el cuerpo inerte de su hermana hasta donde se encontraban sus amigos. – No seré tan egoísta como para no permitirle un último placer. El sarcasmo hacía eco en cada una de sus palabras. “Tómala hasta que tu cuerpo convulsione” Una orden susurrada en la mente del rubio. Un fin que nunca sería logrado. Eran vampiros y culminar aun cuando la excitación les cogiera, resultaba imposible. El joven le complació, se arrodilló entre las piernas abiertas y embistió con fuerza. – Y bien, caballeros, la música de fondo ya ha sido dispuesta. La sangre del joven podía esperar, era suya y eso era lo único que importaba en medio de la noche que les abrazaba.