Tú y yo. ¿Encuentro casual? {Carlotta}

El aire sobrevolaba cada rincón de aquella oscura calle, rozaba contra las viejas paredes y ejercía, sobre sus finos oídos, un leve sonido parecido al chirrío de una puerta vieja, oxidada por el paso del tiempo, típica escena de las casas encantadas y los cuentos de terror. La sombra cruzó la tenue calle y se metió debajo de un túnel, resguardando su fino tipo de la merced de la lluvia que caía sobre la acera, mojando todo lo que allí se encontraba. Eran días calurosos, pero las repentinas precipitaciones amargaban lo que en un principio era un verano un tanto especial... El hombre, pues eso era, alzó la mano que tenía libre, sacudiéndose con cierto donaire y mirando una y otra vez hacia sus espaldas, al parecer buscando una mínima señal que le indicara que el extraño animal se perdió en la nada. Durante toda la tarde se había limitado a ver como la vida transcurría ante sus ojos desnudos. Sentado en la vieja terraza de aquella taberna, jugando a las cartas, mirando jóvenes mujeres con gran deseo y bebiendo whisky como un auténtico poseso; incluso me atrevería a decir que aquello que le estaba pasando era fruto de su gran afición al alcohol antaño. Las calles se le habían echo más pequeñas que de costumbre, sus ojos brillaban en la oscuridad, ladeaba ligeramente la cabeza buscando, intentando encontrar el camino a su casa...un lapsus tonto, ¡y tan tonto! Arrascó su cabeza intentando pensar por un momento, pero con poco éxito y mucho menos esfuerzo.

Volvió a seguir sus pasos. Caminaba por el lugar ayudado por un antiguo bastón de manera, cojeaba, su pierna no había sido la misma desde el día que se calló bajando las escaleras de su hogar. La poca gente que cruzaba a su lado lo miraba, con cara de pena y de compasión. Eso le molestaba, era cosciente de que él solo se había labrado su propio futuro, y no necesitaba la ayuda de nadie para vivir, ¡de nadie! Y así, por su fuerte personalidad fría, sarcástica y calculadora, estaba más solo que la una. Su vida social era más bien nula, no tenía amigos y si los tenía, bah, pero que estoy diciendo, me voy del tema... Apestaba, olía demasiado mal, y su aspecto no ayudaba para nada. Una camiseta blanca que se convirtió en negra, por algunas zonas, un pantalón roto por los faldos y unos zapatos marrones, elegantes, pues lo era, pese a que en ese momento no lo pareciera.

Una mala pisada fue el detonante de su enfado. Estaba tirado en el suelo, sin la compasión de nadie para ayudarle, gritando y con la piernas más destrozada que nunca, no podía ponerse de pie, y los jóvenes no se apiadaban de él. Perdidas sus gafas, y sin nada en lo que agarrarse solo podía que hacer que retorcerse de dolor. -Desgraciados, no me podéis prestar ayuda, os castigarán, cada uno tiene lo que se perece y vosotros iréis al infierno, infieles- chillaba varias veces por su viperina boca de hereje. Solo podía más que limitarse a buscar, palpando por todo el camino, sus gafas de ver y negar con la cabeza, casi entristecido por el ejemplo que estaba dando, en el fondo pensaba que todo aquello era un espectáculo gratuito que no debía haber protagonizado. Trascurrían ya varios minutos, divagando y casi mareándose.