AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No extraño nada - {Claudia de Pointe du Lac}
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No extraño nada - {Claudia de Pointe du Lac}
Ciertamente la libertad a grandes bocanadas se sentía deliberadamente extraña luego de haber estado tantos años en prisión. No, no una prisión con cerrojos y gruesos barrotes de metal como paredes, comparado con Lestat todo era poco en realidad. Lestat, el solo mencionar su nombre traía escalofríos a mi piel, tan agudos que aun por encima de la gelidez natural de mi duro cuerpo podía sentirlo. Temía, sentía pavor con la sola idea de que nos buscara, Lestat no era el tipo de vampiro que se quedaba con los brazos cruzados ante las situaciones mas adversas, al contrario, era cuando peor osaba a actuar y precisamente ahí era cuando tenia fundamento mas que nunca mi temor. Sin embargo sabía de sobra que no podía pasarme la eternidad temeroso, no podía y no quería, por mi, por ella, por mi Claudia.
Una vez mas la malcriaba sin arrepentimiento alguno, la mujer con apariencia de apenas una chiquilla había demostrado su inconformidad ante la idea de seguir viviendo en un hotel de la ciudad de la manera que solo ella sabia hacer. Tenia una forma de actuar que yo conocía mejor que nadie: primero venia a mi con su dulce y frágil voz embelesando mi oído de la manera mas ágil y si no obtenía por respuesta un absoluto si, explotaba en gritos y su tierna cara de muñeca de transformaba en algo digno de temer. Así era ella y así era como le amaba a pesar de todo. Las aves eran sus animales favoritos pero desafortunadamente habían sido liberados de sus jaulas las decenas de ellos que sola tener en Nueva Orleans. Y aquí estaba yo, para cumplirle uno más de sus deseos, aun incluso cuando ella no había sido quien lo pidiera en esta ocasión...no aun al menos. De mi mano izquierda colgaba una jaula de grandes dimensiones la cual contenía en su interior múltiples pajarillos de todos los colores posibles, azules en su mayoría ya que era el color del que mas gustaba Claudia.
Al llegar a la mansión recién adquirida los coloque en la sala junto al piano y fui directamente escaleras arriba para darle la sorpresa a mi fiel y única acompañante. Pocos eran los días que Paris habían servido de cobijo para nosotros y nulos nuestros intentos de búsqueda de mas seres nocturnos como nosotros. Parecían esconderse, parecían huir quizás de nuestras posibilidades. Mentiría si dijera que extrañaba algo de mi antigua residencia en Nueva Orleans, no extrañaba nada, puesto que Claudia era lo único que amaba y podría llegar a extrañar.
Una vez mas la malcriaba sin arrepentimiento alguno, la mujer con apariencia de apenas una chiquilla había demostrado su inconformidad ante la idea de seguir viviendo en un hotel de la ciudad de la manera que solo ella sabia hacer. Tenia una forma de actuar que yo conocía mejor que nadie: primero venia a mi con su dulce y frágil voz embelesando mi oído de la manera mas ágil y si no obtenía por respuesta un absoluto si, explotaba en gritos y su tierna cara de muñeca de transformaba en algo digno de temer. Así era ella y así era como le amaba a pesar de todo. Las aves eran sus animales favoritos pero desafortunadamente habían sido liberados de sus jaulas las decenas de ellos que sola tener en Nueva Orleans. Y aquí estaba yo, para cumplirle uno más de sus deseos, aun incluso cuando ella no había sido quien lo pidiera en esta ocasión...no aun al menos. De mi mano izquierda colgaba una jaula de grandes dimensiones la cual contenía en su interior múltiples pajarillos de todos los colores posibles, azules en su mayoría ya que era el color del que mas gustaba Claudia.
Al llegar a la mansión recién adquirida los coloque en la sala junto al piano y fui directamente escaleras arriba para darle la sorpresa a mi fiel y única acompañante. Pocos eran los días que Paris habían servido de cobijo para nosotros y nulos nuestros intentos de búsqueda de mas seres nocturnos como nosotros. Parecían esconderse, parecían huir quizás de nuestras posibilidades. Mentiría si dijera que extrañaba algo de mi antigua residencia en Nueva Orleans, no extrañaba nada, puesto que Claudia era lo único que amaba y podría llegar a extrañar.
Invitado- Invitado
Re: No extraño nada - {Claudia de Pointe du Lac}
Al fin Francia. Cómodamente en Francia.
Europa nos había recibido hacía poco tiempo y mucho menos habían sido los días en la capital francesa. Al comienzo de nuestra estadía nos habíamos instalado en un lujoso hotel, pero no me bastaba. ¿Por qué debíamos estar allí? Daba la impresión de que nos alojábamos allí con la intención de quedarnos momentáneamente en esa ciudad. Y estaba claro que no. Al menos yo no quería eso, ¿y Louis si? Pues esperaba que no, porque claramente se trataba de una oportunidad única y yo me encontraba incapaz de desaprovecharla. Sabía que aquel viejo vampiro se frustraba fácilmente pero para eso mismo estaba yo, para apoyarlo y protegerlo desde mi lugar: el de una mujer atrapada en el cuerpo de una niña, una mujer dependiente de él no sólo desde lo emocional sino también desde lo físico, y este punto en verdad era el que menos me agradaba. Era esa la razón, entonces, por la que yo intentaba cambiar nuestras vidas... Sí. Francia era una oportunidad. Estaba segura de que podríamos encontrar algo, así que no había tanto apuro por irnos.
Mi amado Louis lo comprendió luego de mis insistencias. Él en el fondo sabía que sería por nuestro bien. Además no tenía la más mínima intención de vivir tan limitada en un espacio reducido y que, más allá de todas las exquisitas atenciones, seguía siendo un lugar público donde yo era la tierna niñita que caminaba por los pasillos como esperando simpatizarle a algún adulto. Y está claro que no tenía ganas de ser la muñeca de porcelana de nadie.
Finalmente dimos con la residencia indicada. La residencia perfecta. Me encantaba. Era bella, lujosa, aunque no exageradamente grande. Todo coincidía con mis gustos y sabía que a Louis tampoco le desgradaba la idea de una casa propia y encima con perfectos detalles en cada rincón, al menos estaba segura de que no le molestaba.
Era, al fin, hora de respirar.
Mi compañero solía preocuparme a veces cuando lo veía con esa mirada llena de temor por la vuelta de Lestat y yo la verdad es que dudaba de que pudiera habernos seguido a Europa. ¿Acaso habría salido del fatídico incendio? Verdaderamente dudaba de ello. Era por eso que intentaba calmarlo. Quería que entiendera de una vez, que todo eso se trataba de una nueva etapa, un nuevo paso: encontrar seres semejantes a nosotros. Comprender su forma de vida. Obtener conocimiento. Volvernos más sabios y, por ende, más poderosos. ¿Cabía duda alguna de que aquello era lo más acertado? Era obvio que con Lestat no llegaríamos a ningún lado, con su mentecilla necia y sus tonterías, esa forma estúpida de una condena sin ningún sentido, y eso me había hartado ya que el hecho de habernos convertido a ambos en vampiros ya carecía de lógica como para encima vivir la eternidad sin siquiera comprender al menos lo que nos rodeaba. Era real entonces. No más Lestat. No más prisión ni presiones. No más temor. Sólo se trataba de Louis y de mí. Nuestro amor y esa compañía mutua y perfecta. Ambos encajábamos. No se necesitaba más nada.
En el momento en el que Louis irrumpió en mi lujosa habitación yo estaba sentada junto a la ventana, intentando leer. Pero no podía. La vista consumía mi atención y en verdad lo que pasaba por mi mente no era el reflejo de lo que se apreciaba afuera.
Me preguntaba dónde estarían los de nuestra especie. Me imaginaba la imposible vuelta de Lestat por el camino que indicaba la entrada de nuestra nueva residencia, con un poco de gracia y a la vez un poco de temor -ya que no era incrédula más allá de mis seguridades-. También intentaba idear un plan en el caso de encontrar más vampiros o de ser posible la vuelta de nuestro viejo compañero y creador. No obstante, mis pensamientos se esfumaron en cuanto noté la presencia de Louis. No era estúpida ni me creía débil, pero había que admitir que no podía resistirme jamás a él.
Me mantuve inmóvil en la silla, con la mirada fija sobre el vampiro. Una leve sonrisa asomaba en mi rostro. De eso se trataba la paz que buscaba. Se trataba de tener a Louis a mi lado, siempre, bajo su protección y él bajo mi protección. Ambos unidos, por siempre. Porque yo lo consideraba mi mentor independientemente de toda relación previa con Lestat. Louis había creado a la verdadera Claudia. Él me había mostrado lo que realmente valía la pena, y por sobre todas las cosas, él me aceptaba y me amaba sin importarle absolutamente nada de mis características. Y yo lo aceptaba y lo amaba por igual.
-Louis -dije con voz suave, como de terciopelo-, ¿ha sido una buena noche? -pregunté puesto que creía que había vuelto de cazar.
Estiré mi brazo hacia él para pedirle que se acercara: -Ven, acércate. Quédate a mi lado. Distráeme, no quiero pensar ahora. Quiero que me muestres la paz que parece abrazarnos, pero que sin embargo no puedo sentir: no siento su calor porque tú estás preocupado.
Europa nos había recibido hacía poco tiempo y mucho menos habían sido los días en la capital francesa. Al comienzo de nuestra estadía nos habíamos instalado en un lujoso hotel, pero no me bastaba. ¿Por qué debíamos estar allí? Daba la impresión de que nos alojábamos allí con la intención de quedarnos momentáneamente en esa ciudad. Y estaba claro que no. Al menos yo no quería eso, ¿y Louis si? Pues esperaba que no, porque claramente se trataba de una oportunidad única y yo me encontraba incapaz de desaprovecharla. Sabía que aquel viejo vampiro se frustraba fácilmente pero para eso mismo estaba yo, para apoyarlo y protegerlo desde mi lugar: el de una mujer atrapada en el cuerpo de una niña, una mujer dependiente de él no sólo desde lo emocional sino también desde lo físico, y este punto en verdad era el que menos me agradaba. Era esa la razón, entonces, por la que yo intentaba cambiar nuestras vidas... Sí. Francia era una oportunidad. Estaba segura de que podríamos encontrar algo, así que no había tanto apuro por irnos.
Mi amado Louis lo comprendió luego de mis insistencias. Él en el fondo sabía que sería por nuestro bien. Además no tenía la más mínima intención de vivir tan limitada en un espacio reducido y que, más allá de todas las exquisitas atenciones, seguía siendo un lugar público donde yo era la tierna niñita que caminaba por los pasillos como esperando simpatizarle a algún adulto. Y está claro que no tenía ganas de ser la muñeca de porcelana de nadie.
Finalmente dimos con la residencia indicada. La residencia perfecta. Me encantaba. Era bella, lujosa, aunque no exageradamente grande. Todo coincidía con mis gustos y sabía que a Louis tampoco le desgradaba la idea de una casa propia y encima con perfectos detalles en cada rincón, al menos estaba segura de que no le molestaba.
Era, al fin, hora de respirar.
Mi compañero solía preocuparme a veces cuando lo veía con esa mirada llena de temor por la vuelta de Lestat y yo la verdad es que dudaba de que pudiera habernos seguido a Europa. ¿Acaso habría salido del fatídico incendio? Verdaderamente dudaba de ello. Era por eso que intentaba calmarlo. Quería que entiendera de una vez, que todo eso se trataba de una nueva etapa, un nuevo paso: encontrar seres semejantes a nosotros. Comprender su forma de vida. Obtener conocimiento. Volvernos más sabios y, por ende, más poderosos. ¿Cabía duda alguna de que aquello era lo más acertado? Era obvio que con Lestat no llegaríamos a ningún lado, con su mentecilla necia y sus tonterías, esa forma estúpida de una condena sin ningún sentido, y eso me había hartado ya que el hecho de habernos convertido a ambos en vampiros ya carecía de lógica como para encima vivir la eternidad sin siquiera comprender al menos lo que nos rodeaba. Era real entonces. No más Lestat. No más prisión ni presiones. No más temor. Sólo se trataba de Louis y de mí. Nuestro amor y esa compañía mutua y perfecta. Ambos encajábamos. No se necesitaba más nada.
En el momento en el que Louis irrumpió en mi lujosa habitación yo estaba sentada junto a la ventana, intentando leer. Pero no podía. La vista consumía mi atención y en verdad lo que pasaba por mi mente no era el reflejo de lo que se apreciaba afuera.
Me preguntaba dónde estarían los de nuestra especie. Me imaginaba la imposible vuelta de Lestat por el camino que indicaba la entrada de nuestra nueva residencia, con un poco de gracia y a la vez un poco de temor -ya que no era incrédula más allá de mis seguridades-. También intentaba idear un plan en el caso de encontrar más vampiros o de ser posible la vuelta de nuestro viejo compañero y creador. No obstante, mis pensamientos se esfumaron en cuanto noté la presencia de Louis. No era estúpida ni me creía débil, pero había que admitir que no podía resistirme jamás a él.
Me mantuve inmóvil en la silla, con la mirada fija sobre el vampiro. Una leve sonrisa asomaba en mi rostro. De eso se trataba la paz que buscaba. Se trataba de tener a Louis a mi lado, siempre, bajo su protección y él bajo mi protección. Ambos unidos, por siempre. Porque yo lo consideraba mi mentor independientemente de toda relación previa con Lestat. Louis había creado a la verdadera Claudia. Él me había mostrado lo que realmente valía la pena, y por sobre todas las cosas, él me aceptaba y me amaba sin importarle absolutamente nada de mis características. Y yo lo aceptaba y lo amaba por igual.
-Louis -dije con voz suave, como de terciopelo-, ¿ha sido una buena noche? -pregunté puesto que creía que había vuelto de cazar.
Estiré mi brazo hacia él para pedirle que se acercara: -Ven, acércate. Quédate a mi lado. Distráeme, no quiero pensar ahora. Quiero que me muestres la paz que parece abrazarnos, pero que sin embargo no puedo sentir: no siento su calor porque tú estás preocupado.
Invitado- Invitado
Re: No extraño nada - {Claudia de Pointe du Lac}
Y ahí estaba, sentada sobre la silla con la vista fija al exterior de la ventana y un libro de mediano tamaño descansando sobre su vestido. Era una imagen que cualquier artista hubiese deseado capturar, una escena que debía ser capturada y conservada por siempre, por una eternidad. Sin embargo algo me decía que esa notoria apacibilidad que la rodeaba era tan solo parte del cuadro, que detrás de esos ojos cristalinos que acababan de girar y posarse sobre mi había muchos mas secretos, esos que no fácilmente son descubiertos por simples admiradores de un lienzo. Sabía que posiblemente un torbellino de pensamientos se hacían lugar dentro de su cabecita loca y que seguramente algún plan atrevido estaba punto de hacerse saber a la luz. Así era Claudia, de mente poco pasiva, siempre ideando algo que hacer, algunas veces cosas inimaginables que llegaban a sorprenderme.
Pero es que ya no era una niña, lo aparentaba, si, pero detrás de ese rostro de porcelana y esa masa de dorados rizos estaba la mujer, una mujer llena de pasión por la vida que a menudo lograba contagiarme, de enormes ganas de comerse al mundo de un solo bocado sin temor a contraer una indigestión, era Claudia, la mujer. Lestat no lo había visto, Lestat se había negado a aceptar que había crecido, aun cuando su cuerpo no lo aparentara. La había seguido tratando como a una simple niña de siete años, intentando dominar sobre ella, controlarla, algo que Claudia simplemente no toleraba. Claudia y Lestat, dos mundos complejos, dos formas de ser que sin duda no lograrían conseguir la paz, a menudo era yo quien debía ser espectador de escenas poco agradables a la vista de un vampiro, de un humano, de quien fuese. Lestat y Claudia, tan distintos e iguales a la vez, tan increíblemente fascinantes.
Yo por el contrario me había mantenido al margen de todo, siempre actuando como un espectador mas de esa cruda obra de teatro que era el verlos discutir noche tras noche. Quizás mi forma apacible de ser era lo que había logrado que Claudia me tratara distinto a el, quizás había sido el hecho de que yo jamás había intentado, ni intentaría manejarla como Lestat hacia.
Vi esa suave y nítida sonrisa aparecer por encima de sus labios y como si fuese presa de su melodiosa voz que me llamaba avance hasta donde se encontraba, posándome a su lado en aquella silla que quedaba enorme junto a su pequeño cuerpo, acomodándome contra su cuerpo a la vez que colocaba mi barbilla sobre su cabeza con delicadeza y una mano cruzaba su pecho con el fin de tornarse en un abrazo.
- No lo estoy. – Me atreví a negar aun sabiendo que ella me conocía mejor que a nadie. Era verdad, lo estaba, la preocupación no me había soltado desde nuestra llegada, incluso antes, quizás desde el momento en que Claudia había hecho ese acto atroz de encender la residencia donde Lestat se encontraba. Dudaba que hubiera muerto, imaginarlo calcinado era simplemente una imagen que no tenia cavidad en mi mente, imposible. Y por otra parte también debía admitir que no le deseaba la muerte, el había sido mi creador por encima de todo, había sido el vampiro que me había dado esta vida, mala o buena, pero vida al fin. Quizás yo no tenia el derecho se sentir un resentimiento ante la idea de que había sido Lestat el que me había condenado a esta eternidad ya que yo mismo había dicho “si” en aquella ocasión, yo mismo había dado pie a todo…aunque conociendo a Lestat lo habría hecho de todos modos.
- Lo estoy. – Acepte finalmente sabiendo que era imposible el engañarla, mi rostro me jugaba malas rachas a menudo, era demasiado transparente como para poder mantener una mentira frente a Claudia sin que ella se diera cuenta. – Y temo estar invocando su presencia con la insistencia de mis pensamientos, no se que ocurriría si de verdad un día llegase a encontrármelo por ahí, en algunas de las calles. – La sola idea volvió a traer ese escalofríos que había sentido anteriormente. - Dudo mucho que pasara de largo ignorándome, aun cuando probablemente yo lo estuviera deseando. - Mi mano volvio a moverse sobre sus cabellos.
- Pero tu no debes temer… - Alce mi mano acariciando uno de sus rizos color oro, infundiéndole de esa manera seguridad, la cual probablemente no necesitaba. – Mientras yo este contigo, no se atreverá a hacerte daño, no se lo permitiría. – No mentía esa vez. Incluso si fuese necesario estaría dispuesto a prenderle fuego yo mismo en esta ocasión, si de eso dependiera el protegerla.
Pero es que ya no era una niña, lo aparentaba, si, pero detrás de ese rostro de porcelana y esa masa de dorados rizos estaba la mujer, una mujer llena de pasión por la vida que a menudo lograba contagiarme, de enormes ganas de comerse al mundo de un solo bocado sin temor a contraer una indigestión, era Claudia, la mujer. Lestat no lo había visto, Lestat se había negado a aceptar que había crecido, aun cuando su cuerpo no lo aparentara. La había seguido tratando como a una simple niña de siete años, intentando dominar sobre ella, controlarla, algo que Claudia simplemente no toleraba. Claudia y Lestat, dos mundos complejos, dos formas de ser que sin duda no lograrían conseguir la paz, a menudo era yo quien debía ser espectador de escenas poco agradables a la vista de un vampiro, de un humano, de quien fuese. Lestat y Claudia, tan distintos e iguales a la vez, tan increíblemente fascinantes.
Yo por el contrario me había mantenido al margen de todo, siempre actuando como un espectador mas de esa cruda obra de teatro que era el verlos discutir noche tras noche. Quizás mi forma apacible de ser era lo que había logrado que Claudia me tratara distinto a el, quizás había sido el hecho de que yo jamás había intentado, ni intentaría manejarla como Lestat hacia.
Vi esa suave y nítida sonrisa aparecer por encima de sus labios y como si fuese presa de su melodiosa voz que me llamaba avance hasta donde se encontraba, posándome a su lado en aquella silla que quedaba enorme junto a su pequeño cuerpo, acomodándome contra su cuerpo a la vez que colocaba mi barbilla sobre su cabeza con delicadeza y una mano cruzaba su pecho con el fin de tornarse en un abrazo.
- No lo estoy. – Me atreví a negar aun sabiendo que ella me conocía mejor que a nadie. Era verdad, lo estaba, la preocupación no me había soltado desde nuestra llegada, incluso antes, quizás desde el momento en que Claudia había hecho ese acto atroz de encender la residencia donde Lestat se encontraba. Dudaba que hubiera muerto, imaginarlo calcinado era simplemente una imagen que no tenia cavidad en mi mente, imposible. Y por otra parte también debía admitir que no le deseaba la muerte, el había sido mi creador por encima de todo, había sido el vampiro que me había dado esta vida, mala o buena, pero vida al fin. Quizás yo no tenia el derecho se sentir un resentimiento ante la idea de que había sido Lestat el que me había condenado a esta eternidad ya que yo mismo había dicho “si” en aquella ocasión, yo mismo había dado pie a todo…aunque conociendo a Lestat lo habría hecho de todos modos.
- Lo estoy. – Acepte finalmente sabiendo que era imposible el engañarla, mi rostro me jugaba malas rachas a menudo, era demasiado transparente como para poder mantener una mentira frente a Claudia sin que ella se diera cuenta. – Y temo estar invocando su presencia con la insistencia de mis pensamientos, no se que ocurriría si de verdad un día llegase a encontrármelo por ahí, en algunas de las calles. – La sola idea volvió a traer ese escalofríos que había sentido anteriormente. - Dudo mucho que pasara de largo ignorándome, aun cuando probablemente yo lo estuviera deseando. - Mi mano volvio a moverse sobre sus cabellos.
- Pero tu no debes temer… - Alce mi mano acariciando uno de sus rizos color oro, infundiéndole de esa manera seguridad, la cual probablemente no necesitaba. – Mientras yo este contigo, no se atreverá a hacerte daño, no se lo permitiría. – No mentía esa vez. Incluso si fuese necesario estaría dispuesto a prenderle fuego yo mismo en esta ocasión, si de eso dependiera el protegerla.
Invitado- Invitado
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