AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lyssandra M. Bardoux
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Lyssandra M. Bardoux
Lyssandra Monique Bardoux
-Nombre del Personaje:
Lyssandra Monique Bardoux
-Edad:
19 años
-Especie:
Humana
-Tipo y Clase Social:
Alta
-Orientación Sexual:
Heterosexual
-Lugar de Origen:
Francia
-Habilidad/Poder:
-
-Descripción Física:
-Descripción Psicológica:
Lyssandra no es una muchacha sencilla a la hora de tratar. Su personalidad resulta un tanto compleja, cuando se trata de conocer en profundidad a la muchacha. Aunque aparenta serenidad y recatamiento cuando se suele ver en actos públicos o en presencia de sus padres, se podría decir que estas características no son más que una fachada que la joven se obliga a utilizar para no toparse con reproches por parte de nadie. Sus padres jamás le permitirían una mala conducta, que fuese rechazada por la sociedad, puesto que eso les otorgaría una mancha en su respetada imagen que no están dispuestos a permitir. Ese es el motivo por el cual Lyssandra, aún estando asqueada de tantas vanidades y sandeces varias, sigue cumpliendo con su deber. Sabe lo importante que es para sus progenitores todo ese mundo y, aunque muchas veces sea algo maleducada con los mismos, los adora por encima de todo.
Volviendo nuevamente a su verdadero carácter. Tras esa mascarada de doncella refinada e insulsa propia de las reuniones de sociedad, se encuentra una muchacha aventurera y temeraria. Cierto que esta rebeldía es acompañada por cierta sofisticación que la madre se encargó de inculcar con puño de hierro, mas la intranquilidad y ansias de emociones de su hija le hace no poder contenerse y buscar más mundo del que hay fuera de su reducida jaula de cristal al que ella también conoce por el nombre de “hogar”. Es muy temperamental, además, por lo que una persona que trate de cuestionar la voluntad de Lyssandra debe saber muy bien a qué se expone. No es que se trate de una muchacha intolerante, pero no puede evitar crisparse cuando alguien trata de llevarle la contraria. Confía en sus instintos, en lo que su conciencia le dicta y no acostumbra de recapacitar o cambiar de decisión cuando toma una decisión.
“- Oh, caballero, disculpe mi atrevimiento, pero si vuelve a tener la intención de manosearme le parto la cara en ese mismo instante. ¿He sido lo suficientemente clara?”
¿Lyssandra asustadiza o delicada? Ni mucho menos. Aunque es cierto que no posee la fuerza física de un hombre, sabe defenderse a las mil maravillas si se ve ante una situación comprometida o incómoda para ella. Su fuerte carácter no la hace retroceder ante nada, posee una valentía innata y no duda en afrontar los problemas cara a cara. Además, las pérdida de los estribos con facilidad dificulta ese autocontrol que tanto se esfuerza por mostrar y, en muchas ocasiones, su elevado tono de voz cuando se irrita capta la atención de muchas miradas, aunque no suele abusar de ese comportamiento, por su puesto.
“-Si quiero una cosa lo digo, no ando con rodeos y lo que quiero, a quien quiero, es a ti.”
Todos los sentimientos en el menudo cuerpo de Lyssandra se hacen ver, notar, con gran fuerza, y el amor o la pasión no iban a ser menos. El romance, para ella, es un complejo juego de seducción que ella adora. Suele ser sutil con sus insinuaciones, un simple aleteo de pestañas, una mera mirada, basta que ese hombre se sienta interesado hacia ella. El alago que siente al ser cortejada siempre la ha agradado, la divierte, aunque en ocasiones se sienta culpable por no corresponder a su pretendiente. De todos modos, suele rechazar todo tipo de ataduras y todavía no ha habido hombre merecedor de su amor, aunque Lyssa no descarta enamorarse, únicamente es algo que, para ella, requiere un tiempo que ella misma se encargará de distribuir. No obstante, sí que ha habido hombres por los que se ha sentido atraída, pero no por ello ha dejado que sus emociones y deseos echasen por los suelos su reputación. Una chica hermosa y audaz como ella sabe gozar de buenas compañías sin salir perjudicada de ningún modo.
“-No me pidas perdón cuando el daño ya está hecho. No… no debiste de… Oh, vale, está bien, dios, odio enfadarme contigo.”
Aunque parezca una persona extremadamente dura, el corazón de Lyssandra es más tierno de lo que puede semejar a primera vista. Cierto es que requiere su tiempo llegar a entablar una estrecha relación con ella, pero cuando Lyssa te considera uno de sus “protegidos” tendrás un hueco en ella de por vida. No es rencorosa, aunque sufre horriblemente cuando traicionan su confianza. No obstante, es mayor para ella una buena amistad, el cariño, que un error que se esfuma, efímero, con el paso de los días. Quizá ese pensamiento es lo que le ha traído a la joven más de una desilusión por parte de gente que consideraba “de fiar”, mas una parte de ella le impide guardar resentimiento por mucho tiempo o correría el riesgo de envenenarse con el propio dolor que eso le causa.
-Historia:
“-Enhorabuena, señora Bardoux, han sido gemelas, dos preciosas gemelas.”
Cornelia Bardoux dio a luz el 21 de Julio de 1781, una mañana soleada en la mágica ciudad de París. Su marido, el reconocido Jeff Bardoux, propietario de las importantes joyerías Bardoux, respaldadas por la gran fama de llevar a cabo las joyas más elaboradas y únicas de toda Francia, estaba que no cabía de gozo ante tan gran dicha. Las dos pequeñas, idénticas entre sí, miraron directamente a su padre, extendiendo sus pequeñas manitas hacían él, cuando el hombre se inclinó para poder acariciar a los dos pedazos de cielo con los que habían premiado a su matrimonio.
Desde una tierna edad, ambas chiquillas fueron admiradas por su belleza, tan semejante a la de su madre, y recibieron una cálida acogida por parte de la alta sociedad parisina, quien ya las consideraba las jóvenes y distinguidas señoritas Bardoux. No había baile al cual no fueran cortésmente invitadas, puesto que no se consideraría de prestigio si no se deleitaban con la presencia de unas muchachas que ya gozaban de cierta influencia, gracias a la férrea educación impartida por sus progenitores, entre los ricos magnates de la ciudad.
No obstante, existía una vida a parte de la que los ciudadanos podían apreciar dentro de la familia Bardoux, concretamente, en lo tocante a las jóvenes y encantadoras hermanas.
Ha llegado el momento de profundizar un poco más en ambas para entender la importancia de sus personas dentro del linaje Bardoux: Lyssandra y Clarisse Bardoux; ambas idénticas, como el reflejo de un espejo y, al mismo tiempo, tan diferentes como el yin y el yan.
En lo que a Clarisse se refiere, se trataba de la hermana más dulce de las gemelas. Recatada, tímida y siempre increíblemente correcta en lo tocante al protocolo y modales a seguir. Lyssandra… Digamos que tenía su propio ideal y opinión sobre los asuntos distinguidos. Aunque procuraba poner buena cara hacia el resto de los asistentes, forzando las palabras adecuadas en el momento adecuado, en sus ojos se delataba la falta de interés que mostraba, lo asqueada que se veía hacia una sociedad que únicamente se preocupaba por engordar más su ego y sus bolsillos. Algo poco común en una joven de familia adinerada pero sí, Lyssandra odiaba todo lo referente a la exaltación de la riqueza y los altos cargos. Para ella simplemente se trataba de un modo de llenar una vida que se encontraba hueca por dentro. Ella no quería convertirse en algo así, quizá por eso no pudo evitar comenzar a poner objeciones cuando sus padres continuaban trayendo a sus aposentos más y más invitaciones de actos locales prestigiosos. Las peleas comenzaron a ser parte de la rutina diaria, a medida que eso sucedía, la posición de Lyssa comenzaba a ser más firme y dura, toda una rebelde para ojos de sus padres, especialmente, su madre. La tensión entre ellas era más que palpable y por más de que el marido de la última, su padre, trataba de relajar el ambiente siendo un poco más blando con su hija, aquello tan solo generaba todavía más indignación en Cornelia.
La situación parecía no poder ir a peor en el núcleo familiar.
Pero, claro, la vida siempre nos tiene reservadas muchas sorpresas… aunque no tienen por qué ser agradables.
Lo cierto es que, aunque el ambiente entre madre e hija fuese insoportable, eso no causaba disputas entre las hermanas. No obstante, Clarisse trataba de ser la voz de la conciencia de su gemela, pero no conseguía precisamente algún tipo de progreso. Lyssa, al contrario que ella, era de lo más cabezota y no se dejaría de convencer por muy persistentes que tratasen de ser. Pero, como ya se ha dicho, aquello no causaba ningún tipo de discordia entre ambas. Clarisse, negándose a admitirlo, no podía evitar compartir, en ciertos aspectos, su misma opinión, mas no contaba con la decisión y fuerte carácter de su gemela como para hacerlo saber. Así que, con leves excusas o repeticiones de las palabras de su madre, Clarisse seguía a su hermana en todas sus peripecias, en todas sus decisiones, sintiendo cada vez una mayor admiración hacia su persona.
Ella, en secreto, daría todo lo que fuese por llegar a ser como su hermana Lyssandra.
Que irónico que, por veces, Lyssa desease ser ella.
Un día, tuvo lugar una de las disputas más fuertes en el hogar de los Bardoux. Como no, protagonizada por Lyssandra y su madre. El motivo, la ausencia de la joven a una fiesta convocada por una de las familias más reconocidas de París. Según Cornelia, aquello no tardaría en provocar una oleada de rumores y cotilleos por parte de todos sus conocidos y aquello, por supuesto, era algo completamente nefasto.
-¿Sabes qué es lo que yo creo, mamá? Que deberías intentar labrarte una vida que no estuviese basada únicamente en la opinión que los demás tienen de ti. – habló Lyssandra con una falsa sonrisa en los labios, con los brazos cruzados sobre el pecho. – Eso resulta algo… cómo decirlo… Patético.
-Cuida lo que dices, Lyssandra, recuerda que soy tu madre. – prácticamente bramó la mujer. Se había encarado con ella y el temblor de su voz y de su cuerpo delataba la ira que estaba a punto de desbordar. - ¿Cómo puede hablar así? ¿Cómo puedes comportarte así? ¿Por qué no puedes ser como tu hermana?
-¿Por qué no puedes ser una buena madre?
Aquello fue lo que bastó para poner fin a la disputa. Un rápido movimiento, un ruido seco, fugaz, y Lyssandra volvía el rostro hacia atrás tras haber recibido aquel golpe en la mejilla por parte de su madre. Su pómulo, en segundos, alcanzó una tonalidad rojiza, contrastando con la pálida piel de la joven. Su mano, temblorosa por la sorpresa, se dirigió hacia la zona dañada, húmeda por las lágrimas que se derramaron involuntariamente.
Toda la sala se sumió en el silencio. El chisporrotear de las llamas, en la chimenea de piedra del gran salón, era lo único que hacía acto de presencia en un ambiente que parecía no poder aplacar su gelidez con aquellas pequeñas y serpenteantes leguas de fuego.
Acto seguido, Lyssandra salió corriendo escaleras arriba, seguida por su hermana, en cuyo semblante podía leerse la tristeza y desilusión.
Aquella noche, en aquel breve momento, se desencadenó un acontecimiento que cambiaría la vida de los Bardoux para siempre.
Lyssa golpeó la puerta tras ella, arrancándose con violencia joyas y piezas de encaje de su adornado vestido. Su cabello, revuelto ya por sus manos exasperadas, caía parcialmente en torno a su cuerpo, ya únicamente cubierto por el combinado de la ropa interior. Daba frenéticos paseos, de un lado hacia otro, apartando las persistentes lágrimas, con violencia, que caían por causa de la ira a lo largo de sus delicados rasgos. Enfocó su ira en los cojines, lanzándolos desordenadamente por el amplio dormitorio, revolvió la colcha de la gran cama de matrimonio, golpeó el mobiliario y continuó con su interminable paso por el cuarto hasta que, temerosa, su hermana Clarisse hizo acto de presencia, asomando dubitativa la cabeza tras la puerta.
Sus miradas se encontraron, unos largos minutos, minutos tras los cuales, la respiración y pulsaciones de Lyssandra comenzaron a ser regulares nuevamente. Parecía como si en su gemela, encontrase la calma y serenidad que le hacían falta en circunstancias así. Con un asentimiento, le permitió la entrada, tras lo cual, la joven Clarisse comenzó a recoger, silenciosa, los cojines desperdigados por el sueño enmoquetado.
- Oh, vamos, Clarie, no hagas eso. – se quejó la otra, mas su voz, en lugar se seguir destilando aquella rabia inicial, se había tornado más cariñosa y dulce, hecho que siempre ocurría cuando se trataba de su hermana.
- No es molestia. – La típica frase que siempre decía cuando trataba de aplacar los nervios de Lyssandra. No obstante, al ver que su hermana se inclinaba para ayudarla a levantarse, no opuso resistencia, terminando por sentarse sobre la cama deshecha. Entrecruzó las manos sobre su regazo, mirándolas fijamente, con una extraña expresión de arrepentimiento que su hermana no comprendía. – Lamento lo ocurrido… - musitó, avergonzada, como si ella fuese la causante de aquel enfrentamiento entre las dos mujeres.
- No es tu culpa. – le recordó Lyssa, sentándose a su lado sobre el colchón, posando una mano sobre el pequeño y frágil hombro de la chica. Lo oprimió ligeramente, para tratar de reconfortarla. Con sutileza, apartó las últimas lágrimas que surcaban sus mejillas, antes de que Clarisse pudiese percatarse. – Ya sabes, yo… En fin, mamá tiene razón, jamás podré ser como tú. – Se encogió de hombros. Era un hecho obvio.
Su hermana, por el contrario, negó lentamente con la cabeza.
- No tienes por qué serlo.
La fijeza y seguridad de su mirada logró reconfortar la atormentada mente de Lyssa, a quien logró arrancarle la sonrisa. Suspiró, ya calmada, alargando el brazo para darle un breve y suave abrazo a su gemela. Clarisse parecía tener ese don, esa habilidad nata para lograr que se sintiese bien en cuestión de segundos, pasase lo que pasase, por el simple hecho de que la tenía a ella a su lado, y eso bastaba para olvidarse de todo lo demás, no importaba porque, después de todo, siempre tendría a su lado a alguien que la comprendiese, que la apoyase, hasta el final.
O eso era lo que ella pensaba.
Lyssa siempre se lamentará de lo que pasó a continuación. Fue un acto estúpido, que ni siquiera se paró a meditar, todavía algo afectada por la riña con su madre. De poder hacerlo, habría retrocedido en el tiempo, se hubiese terminado de desvestir y se habría hundido en su suave colchón para dormir y no abrir los ojos durante toda la noche.
Por desgracia, el ser humano debe de responsabilizarse de todos los actos que lleve a cabo, aunque muchos de ellos puedan llegar a destruirlos física y psicológicamente.
Tras unos instantes, se levantó de la cama, contemplándose entonces frente al espejo de su elaborado tocador, adornado con volutas y demás acabados realizados por el más prestigioso ebanista de Francia. Frente a ella, observó a una muchacha de cabellos desordenados, vestida con prendas de encaje blanco y una mirada azul, fría y distante en aquellos instantes pero que, en cuestión de segundos, fue bañada por una oleada de decisión.
Se volvió, buscando su bata de seda de un exquisito color marfil, antes de enfrentarse a la curiosa mirada de su gemela, que todavía seguía sentada sobre el lecho, escrutándola sin terminar de entenderla.
- ¿Sabes una cosa? No quiero pasar más tiempo entre estas cuatro paredes. – dijo como si nada, observando lo que le rodeaba con patente desagrado.- Necesito… airearme. – La mirada de Clarisse fue de auténtico terror, abriendo desmesuradamente los ojos, como si fuesen a salírsele de las órbitas. – Vamos, será divertido. – trató de animarla Lyssandra atrapando sus manos, con una sonrisa que, si bien Clarisse la quería, sabía que siempre las conducía a problemas.
- No sé Lyssie, es tarde… Ya ha oscurecido, las calles estarán desiertas y…
- No nos pasará nada. – la interrumpió atropelladamente su hermana, comenzando a tirar de ella hasta que, sin mayor resistencia, cedió y se puso en pie. – Ven, tan sólo será un par de horas, ¿de acuerdo? Luego volveremos y ya tendré nuevas fuerzas para aguantar otro día más las sandeces de nuestra querida madre.
Clarisse no pudo contener la risa. Asintió, ya convencida, mientras que, al igual que había hecho su hermana, se despojaba del incómodo vestido y cogía prestada una de las batas que yacían colgadas con pulcritud en el ropero de la misma. Lyssa la guió hacia el balcón de su dormitorio, abriéndolo con cautela, para luego asomarse y mostrarle con un gesto de cabeza la hilera de enredadera que crecía a lo largo de aquel muro de la casa. A continuación, sacó una de sus largas piernas por fuera del balcón de piedra, luego la otra, agarrándose con experiencia de los bordes sobresalientes, comenzando a descender con una facilidad que dejó a su hermana sin palabras. Sin duda estaba claro que aquella no era la primera escapada nocturna de la muchacha.
Tras haberla observado con detenimiento, Clarisse imitó sus pasos hasta haberse situado a su derecha, ya sobre el verde césped de su jardín. Por desgracia, se habían olvidado de cubrir sus pies, pero ya no era momento de echarse atrás. Bajo sus dedos, el frescor de la hierba, fresca por el rocío, las relajó y, antes de darse cuenta, ambas avanzaban con sigilo hacia el muro que limitaba el terreno perteneciente a los Bardoux con un pequeño bosque fronterizo. Lyssandra emitió una suave risa, ocasionada por el nerviosísimo y la adrenalina desatada por la huida, risa que le contagió a su hermana y la cual no pudo frenar, por lo que siguieron avanzando, ya a trote, entre risas y bromas sin un rumbo preciso. Lyssa conocía bien esa zona, sabía que podrían volver aún con los ojos cerrados, no había por qué preocuparse.
O sí.
Finalmente, se encontraron frente a un hermoso lago, sobre el cual se podía observar el nítido reflejo de la luna llena en sus aguas. Era una imagen casi hipnótica, de una belleza inusual pero increíble. Ambas quedaron cautivadas ante ella y, a pesar de la oscuridad, continuaron avanzando para poder deleitarse mejor con aquella hermosura. Evitando el enraizado sobresaliente de los árboles, Lyssa tomó ventaja, sin darse cuenta de los obstáculos o el suelo resbaladizo. Era hábil avanzando, no cabía duda, pero no pensó en el hecho de que para Clarisse aquello no era tan sencillo como para ella. Tratando de mantener el equilibrio mientras avanzaba, apoyándose en los gruesos troncos de los árboles, la muchacha intentaba alcanzar a su hermana, quien ya mojaba los pies en la fresca y cristalina superficie. Estaba sentada en la tierra, parecía no importarle el hecho de que sus ropas se mancharían. Desde ahí mitad de sus piernas colgaban hacia el agua, refrescándose sin ningún reparo. A medida que se acercaba, su hermana descubrió que el terreno se hacía más empedrado, resbaladizo, y aquello comenzaba a asustarla.
- Creo que necesito tu ayuda. – comentó, avergonzada y Lyssa se volvió en el acto para devolverle una sonrisa. Se levantó con agilidad, aproximándose a donde ella se encontraba, a escasos pasos de su posición, pero parecía que no quería perder la sostenibilidad que le aportaba el último tronco próximo.
Alargó la mano en dirección a ella y su gemela no dudó en agarrarla, avanzando, ahora con mayor tranquilidad, hacia adelante.
Lyssandra no supo nunca qué fue lo que ocurrió a continuación. Jamás entendió como pudieron precipitarse los acontecimientos en aquel preciso momento. Solo supo que, en cuestión de segundos, la luz de la luna quedó eclipsada por un espeso manto de nubes. Ambas quedaron ciegas, tratando de avanzar, una tarea dificultosa y peligrosa. Notó el miedo en Clarisse, su respiración agitada y su mano temblorosa en torno a la suya. Pero sólo era oscuridad, ¿no? En cuanto las nubes se despejasen, todo volvería a lucir tan hermoso como antes.
- No te muevas. – le dijo, tranquilizadora. – Es una nube, ahora mismo despejará. Quieta, o te caerás.
Entre las penumbras, Lyssa divisó su asentimiento, y trató de conducirla hacia delante, a un lugar donde pudiese sentarse.
Las ramas temblaron, oscilaron hasta crear un extraño y escalofriante susurro. El resquebrajar de las ramas secas, el ruido chasqueante de las rocas al ser revueltas, no obstante, sí que logró amedrentar a Lyssa. Le daba la sensación, no, la certeza, de que no eran las únicas en aquella zona del bosque.
Una ráfaga de aire, un susurro, parecía intentar cobrar voz entre los suaves silbidos de la brisa. Estaba asustada, sí, ¿por qué no reconocerlo? Pero, si ella lo estaba, el estado de su hermana era todavía peor.
- Lyssa, ¿qué ha sido eso?
- No ha… sido nada. Tranquila, Clarisse, con cuidado o…
- Hay algo ahí, estoy segura. ¿Hola?
Sí, por alguna extraña razón, Lyssandra también estaba segura. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo cuando aquel ruido, aquel chasquido entre las rocas, que simulaban pisadas, se sentía cada vez más próximo a ellas.
Nunca se había sentido más ciega.
- Oye, Clarie, ven por aquí.
- No Lyssa, no puedo, me caeré.
- No, no te caerás, vamos, ven conmigo, nos vamos a casa.
- Lyss, ¿qué es eso?
- Yo no he visto nada. Clarisse, no, no sueltes mi mano…
- ¡Quiero irme a casa!
- No, Clarisse… ¡Ven aquí!
Pero su hermana ya no estaba cogida de su mano. De un traspiés, por el inesperado bamboleo que recibió cuando Clarie se soltó, Lyssandra se dio de bruces contra el suelo. Sintió dolor, en las palmas de las manos, en sus rodillas, en su cara. Estaba completamente desorientada en aquel momento pero era crucial recuperar la lucidez y tratar de calmar a Clarisse para volver a casa cuanto antes.
Se incorporó a madias sobre el terreno, llevándose instintivamente la palma de la mano a la cara, sintiendo una humedad que la alertó de que estaba sangrando. Una brecha se había abierto en su frente y dejaba caer sobre la misma y a lo largo de su sien hasta la barbilla (podía sentir el fino cauce del líquido recorrer su piel) el líquido carmesí. Aunque su cuerpo seguía dolorido, se esforzó por incorporarse, tratando de buscar soporte entre troncos, rocas y arbustos cercanos. Sus piernas, para su alivio, consiguieron mantenerse rectas tras varios intentos, pero, al reparar en el sepulcral silencio que reinaba a su alrededor, esa recuperada tranquilidad se esfumó como un soplo de aire para dejar paso a una profunda e insoportable angustia.
¿Dónde estaba Clarisse?
-¿Clarie? – La voz de Lyssandra estaba teñida por el miedo, por el desasosiego, algo que se agravaba por cada paso que sus atormentados e inestables pies avanzaban bajo una oscuridad que parecía haberse espesado a su alrededor. El frío había calado hasta sus huesos y todo su cuerpo temblaba sin pausa bajo aquel manto de hielo invisible. Aquel paisaje avasallador, irreal, se había convertido en una abominable pesadilla.
No se veía capaz de seguir caminando. No sabía hacia donde la estaban guiando sus pasos. Se sentía mareada, confundida, asustada. Jamás había experimentado aquellas emociones y ahora la golpeaban con una fuerza tal que su estómago se había convertido en un amasijo de órganos revueltos que amenazaban con comenzar a provocarle arcadas. Se aferró a un árbol con ambas manos, respirando rápidas y entrecortadas bocanadas de aire. No se había percatado de lo exhausta que se sentía hasta aquel momento.
Entonces, como queriendo poner fin al horror que se había instalado sobre ella, el manto vaporoso de nubes negruzcas se hizo a un lado, lentamente, suavemente, arrulladas por los persistentes silbidos del viento. Lyssa respiró, aliviada, pensada que todo aquel mal sueño había llegado a su fin, como una mala pesadilla de la que te despiertas a media noche, para darte cuenta de que sigues en tu cama, sudada, agitada, pero protegida y en una realidad cálida y perfecta.
Pero, en esta ocasión, tras el sueño le esperaba una realidad mucho peor.
Frente a ella, justo sobre el límpido reflejo lunar en las aguas, divisó un alargado bulto, flotando sin rumbo, cubierto por translúcidas gasas de seda blanca. Los ojos de la joven tardaron en procesar lo que veían. A su cabeza no llegaba aquella imagen, ella misma no quería que llegase. No, aquella no podía ser, eso no podía haber sucedido, en el agua, definitivamente… esa no se trataba de…
Clarisse.
Suspendida boca abajo, su cuerpo, inerte, se balanceaba al compás de las suaves y mortecinas ondas del agua.
El chillido de Lyssandra fue desgarrador, rompió con el apacible sueño del bosque. Tras su alarido, los pájaros emprendieron el vuelo, sombras diminutas, negras, que parecían acompañar el luto que la joven todavía rechazaba.
Se arrojó al agua, desesperada, repitiendo una y otra vez, hasta la saciedad, el nombre de aquella persona que consideraba parte de ella misma. Su cuerpo mojado, pesado por las prendas de ropa empapadas, avanzó torpemente hacia la figura, abrazándola, volteándola, sacudiéndola para tratar de que aquellos ojos azules, reflejo de los suyos mismos, volviesen a abrirse una vez más. Pero, tras su hermana, una senda roja se entremezclaba entre las aguas nocturnas. Lyssa retiró la mano, temblorosa, de la nuca de su hermana, topándose con la palma manchada con su sangre. Su vientre se contrajo, su garganta se convirtió en un insoportable nudo que le impedía respirar. Sus lágrimas se confundían con el sin fin de gotas que cubrían su cuerpo.
Clarisse había muerto.
Y había muerto por su culpa.
La partida de búsqueda de los Bardoux se puso en marcha dos horas después, justo después de que Cornelia se topase con los cuartos vacíos de sus hijas. Siguieron su rastro, con impaciencia, con eficiencia, esquivando todos los obstáculos que el bosque presentaba a su paso. La luz de la luna llena reinaba sobre sus cabezas, esa misma luz que bañaba una escena donde una Lyssandra, mojada de la cabeza a los pies, sentada y embarrada sobre el suelo terroso y pedregoso, sostenía un cuerpo sin vida, una figura inerte que, con los ojos cerrados, semejaba que dormía. Ella lo mecía, lo acariñaba, le susurraba al oído palabras dulces, unos entrecortados “dulces sueños, hermanita” que logró despedazar los corazones de los guardas. Sus padres, abriéndose paso, no pudieron evitar el llanto. Cornelia, desplomándose sobre sus rodillas, las miró, tras unos ojos desenfocados, ojos que veían sin ver, sin querer ver, a medida que los gritos surgían de su garganta.
Lyssandra cerró los ojos con fuerza, no queriendo ver más…
Deseando haber muerto ella en lugar de su hermana.
Pasó casi un año entero antes de que Lyssandra se sintiese con fuerzas para volver a salir de la mansión Bardoux. Durante aquel tiempo, apenas había abierto la boca, ni siquiera cuando su madre la inculpó de todo lo sucedido, tachándola de hija, bramando a los cuatro vientos que entre ambas se había roto el último lazo que las unía. Tan sólo contaba con el apoyo y amor de su padre, quien se veía incapaz de culpar a su pequeña. Al verla a ella, podía ver a su difunta hija Clarisse, y ni él ni ella podrían odiar jamás, por ningún motivo, a su querida Lyssandra.
No obstante, ella misma ya se detestaba por todos.
El día que Lyssandra Bardoux vio nuevamente la luz del día, lucía un elegante y sencillo vestido negro, adornado con adornos, bordados y encajes de un exquisito color burdeos. Subió a su transporte, al tiempo que su chófer, Joe, le habría la puertezuela para permitirle el paso.
Los presentes que consiguieron captar aquella imagen, jurarían haber vislumbrado una recatada sornisa en los labios de la hermosa muchacha. Con alivio y gozo, pensaban que ya habían recuperado a la magnífica señorita Bardoux.
No podían estar más equivocados.
Mientras se encaminaba en el carromato hacia su primer acontecimiento social tras aquel fatídico día, Lyssa inspiraba profundamente, recordándose a si misma cómo debía actuar. Sería respetuosa, cordial, amable, recatada, formal, respetuosa y correcta en todos los aspectos.
Tal y como lo sería Clarisse.
Aquella era la promesa que se había hecho. Seguiría adelante, daría vida con sus actos a su hermana, sería la propia Clarisse, quería hacerlo aunque aquello fuese contra sus principios. Al fin y al cabo, le debía la vida a su hermana. La de ella, ya no valía nada.
Y así es como la vieron cuando bajó del vehículo. Todos los presentes, al observarla, si no hubiesen sido conocedores de lo ocurrido, jurarían haber visto a Clarisse, dirigiendo una radiante sonrisa a los invitados. Todos se sobrecogieron, todos tuvieron que volver a mirar para convencerse de que ya jamás volverían a ver a la joven desmontando del carromato, que jamás volvería a sonreír.
Con elegantes movimientos, Lyssandra avanzó entre la multitud, dirigiendo corteses saludos, deslumbrantes sonrisas. Todos deseaban acercarse a ella, hablar con ella, pero ninguno se atrevía a pronunciar las palabras que ardían en sus pechos.
Finalmente, una voz indecisa, no se sabría muy bien decir de quién, se hizo oír, y pronunció lo que todos querían saber.
- Señorita Bardoux, ¿cómo se encuentra?
Bajo sus espesas pestañas, la mirada de Lyssandra supo camuflar diestramente el dolor al que estaba sometido su corazón para poder pronunciar, con voz firme y serena:
- Alagada porque me hayan invitado a un acontecimiento tan destacado como este.
Y aquel, fue el comienzo de la función. Una función tortuosa, pero, para Lyssandra, indispensable.
-Datos Extras:
• Aunque trata de cumplir con su labor, por la memoria de su hermana y para contentar a sus padres sin que tengan que sufrir más por su causa, no puede evitar, durante las noches, hacer algunas escapadas por la ciudad. Muchas veces sus pies la guían al lago donde todo sucedió; allí pasa gran parte de la noche, llorando, o contemplando simplemente el paisaje. Muchas veces, incluso, habla, como si el espíritu de su hermana continuase en ese lugar, y le narra sus miedos, sus ilusiones, y se desahoga con el ruego de que sus palabras guarden un destino, que leguen a donde ella, y que ese consuelo, ese consuelo y tranquilidad que le aportaba Clarisse la ayude a continuar por un día más.
Es precisamente eso lo que la hace seguir hacia delante.
• Las pocas veces que consigue conciliar el sueño, suele tener pesadillas sobre tdo lo ocurrido, precisas, constantes, hasta que se despierta por las noches entre llantos. No obstante, es algo que se suele guardar para sí misma. Por el día, ya está calmada, repleta de vida y de energía para afrontarlo todo una vez más.
• Adora los días de lluvia. En ocasiones, en secreto, como otras muchas cosas que suele hacer, sale a su balcón, para dejar que las gotas de agua caigan sobre ella y la relajen.
Lyssandra Monique Bardoux
-Edad:
19 años
-Especie:
Humana
-Tipo y Clase Social:
Alta
-Orientación Sexual:
Heterosexual
-Lugar de Origen:
Francia
-Habilidad/Poder:
-
-Descripción Física:
- Spoiler:
-Descripción Psicológica:
Lyssandra no es una muchacha sencilla a la hora de tratar. Su personalidad resulta un tanto compleja, cuando se trata de conocer en profundidad a la muchacha. Aunque aparenta serenidad y recatamiento cuando se suele ver en actos públicos o en presencia de sus padres, se podría decir que estas características no son más que una fachada que la joven se obliga a utilizar para no toparse con reproches por parte de nadie. Sus padres jamás le permitirían una mala conducta, que fuese rechazada por la sociedad, puesto que eso les otorgaría una mancha en su respetada imagen que no están dispuestos a permitir. Ese es el motivo por el cual Lyssandra, aún estando asqueada de tantas vanidades y sandeces varias, sigue cumpliendo con su deber. Sabe lo importante que es para sus progenitores todo ese mundo y, aunque muchas veces sea algo maleducada con los mismos, los adora por encima de todo.
Volviendo nuevamente a su verdadero carácter. Tras esa mascarada de doncella refinada e insulsa propia de las reuniones de sociedad, se encuentra una muchacha aventurera y temeraria. Cierto que esta rebeldía es acompañada por cierta sofisticación que la madre se encargó de inculcar con puño de hierro, mas la intranquilidad y ansias de emociones de su hija le hace no poder contenerse y buscar más mundo del que hay fuera de su reducida jaula de cristal al que ella también conoce por el nombre de “hogar”. Es muy temperamental, además, por lo que una persona que trate de cuestionar la voluntad de Lyssandra debe saber muy bien a qué se expone. No es que se trate de una muchacha intolerante, pero no puede evitar crisparse cuando alguien trata de llevarle la contraria. Confía en sus instintos, en lo que su conciencia le dicta y no acostumbra de recapacitar o cambiar de decisión cuando toma una decisión.
“- Oh, caballero, disculpe mi atrevimiento, pero si vuelve a tener la intención de manosearme le parto la cara en ese mismo instante. ¿He sido lo suficientemente clara?”
¿Lyssandra asustadiza o delicada? Ni mucho menos. Aunque es cierto que no posee la fuerza física de un hombre, sabe defenderse a las mil maravillas si se ve ante una situación comprometida o incómoda para ella. Su fuerte carácter no la hace retroceder ante nada, posee una valentía innata y no duda en afrontar los problemas cara a cara. Además, las pérdida de los estribos con facilidad dificulta ese autocontrol que tanto se esfuerza por mostrar y, en muchas ocasiones, su elevado tono de voz cuando se irrita capta la atención de muchas miradas, aunque no suele abusar de ese comportamiento, por su puesto.
“-Si quiero una cosa lo digo, no ando con rodeos y lo que quiero, a quien quiero, es a ti.”
Todos los sentimientos en el menudo cuerpo de Lyssandra se hacen ver, notar, con gran fuerza, y el amor o la pasión no iban a ser menos. El romance, para ella, es un complejo juego de seducción que ella adora. Suele ser sutil con sus insinuaciones, un simple aleteo de pestañas, una mera mirada, basta que ese hombre se sienta interesado hacia ella. El alago que siente al ser cortejada siempre la ha agradado, la divierte, aunque en ocasiones se sienta culpable por no corresponder a su pretendiente. De todos modos, suele rechazar todo tipo de ataduras y todavía no ha habido hombre merecedor de su amor, aunque Lyssa no descarta enamorarse, únicamente es algo que, para ella, requiere un tiempo que ella misma se encargará de distribuir. No obstante, sí que ha habido hombres por los que se ha sentido atraída, pero no por ello ha dejado que sus emociones y deseos echasen por los suelos su reputación. Una chica hermosa y audaz como ella sabe gozar de buenas compañías sin salir perjudicada de ningún modo.
“-No me pidas perdón cuando el daño ya está hecho. No… no debiste de… Oh, vale, está bien, dios, odio enfadarme contigo.”
Aunque parezca una persona extremadamente dura, el corazón de Lyssandra es más tierno de lo que puede semejar a primera vista. Cierto es que requiere su tiempo llegar a entablar una estrecha relación con ella, pero cuando Lyssa te considera uno de sus “protegidos” tendrás un hueco en ella de por vida. No es rencorosa, aunque sufre horriblemente cuando traicionan su confianza. No obstante, es mayor para ella una buena amistad, el cariño, que un error que se esfuma, efímero, con el paso de los días. Quizá ese pensamiento es lo que le ha traído a la joven más de una desilusión por parte de gente que consideraba “de fiar”, mas una parte de ella le impide guardar resentimiento por mucho tiempo o correría el riesgo de envenenarse con el propio dolor que eso le causa.
-Historia:
“-Enhorabuena, señora Bardoux, han sido gemelas, dos preciosas gemelas.”
Cornelia Bardoux dio a luz el 21 de Julio de 1781, una mañana soleada en la mágica ciudad de París. Su marido, el reconocido Jeff Bardoux, propietario de las importantes joyerías Bardoux, respaldadas por la gran fama de llevar a cabo las joyas más elaboradas y únicas de toda Francia, estaba que no cabía de gozo ante tan gran dicha. Las dos pequeñas, idénticas entre sí, miraron directamente a su padre, extendiendo sus pequeñas manitas hacían él, cuando el hombre se inclinó para poder acariciar a los dos pedazos de cielo con los que habían premiado a su matrimonio.
Desde una tierna edad, ambas chiquillas fueron admiradas por su belleza, tan semejante a la de su madre, y recibieron una cálida acogida por parte de la alta sociedad parisina, quien ya las consideraba las jóvenes y distinguidas señoritas Bardoux. No había baile al cual no fueran cortésmente invitadas, puesto que no se consideraría de prestigio si no se deleitaban con la presencia de unas muchachas que ya gozaban de cierta influencia, gracias a la férrea educación impartida por sus progenitores, entre los ricos magnates de la ciudad.
No obstante, existía una vida a parte de la que los ciudadanos podían apreciar dentro de la familia Bardoux, concretamente, en lo tocante a las jóvenes y encantadoras hermanas.
Ha llegado el momento de profundizar un poco más en ambas para entender la importancia de sus personas dentro del linaje Bardoux: Lyssandra y Clarisse Bardoux; ambas idénticas, como el reflejo de un espejo y, al mismo tiempo, tan diferentes como el yin y el yan.
En lo que a Clarisse se refiere, se trataba de la hermana más dulce de las gemelas. Recatada, tímida y siempre increíblemente correcta en lo tocante al protocolo y modales a seguir. Lyssandra… Digamos que tenía su propio ideal y opinión sobre los asuntos distinguidos. Aunque procuraba poner buena cara hacia el resto de los asistentes, forzando las palabras adecuadas en el momento adecuado, en sus ojos se delataba la falta de interés que mostraba, lo asqueada que se veía hacia una sociedad que únicamente se preocupaba por engordar más su ego y sus bolsillos. Algo poco común en una joven de familia adinerada pero sí, Lyssandra odiaba todo lo referente a la exaltación de la riqueza y los altos cargos. Para ella simplemente se trataba de un modo de llenar una vida que se encontraba hueca por dentro. Ella no quería convertirse en algo así, quizá por eso no pudo evitar comenzar a poner objeciones cuando sus padres continuaban trayendo a sus aposentos más y más invitaciones de actos locales prestigiosos. Las peleas comenzaron a ser parte de la rutina diaria, a medida que eso sucedía, la posición de Lyssa comenzaba a ser más firme y dura, toda una rebelde para ojos de sus padres, especialmente, su madre. La tensión entre ellas era más que palpable y por más de que el marido de la última, su padre, trataba de relajar el ambiente siendo un poco más blando con su hija, aquello tan solo generaba todavía más indignación en Cornelia.
La situación parecía no poder ir a peor en el núcleo familiar.
Pero, claro, la vida siempre nos tiene reservadas muchas sorpresas… aunque no tienen por qué ser agradables.
Lo cierto es que, aunque el ambiente entre madre e hija fuese insoportable, eso no causaba disputas entre las hermanas. No obstante, Clarisse trataba de ser la voz de la conciencia de su gemela, pero no conseguía precisamente algún tipo de progreso. Lyssa, al contrario que ella, era de lo más cabezota y no se dejaría de convencer por muy persistentes que tratasen de ser. Pero, como ya se ha dicho, aquello no causaba ningún tipo de discordia entre ambas. Clarisse, negándose a admitirlo, no podía evitar compartir, en ciertos aspectos, su misma opinión, mas no contaba con la decisión y fuerte carácter de su gemela como para hacerlo saber. Así que, con leves excusas o repeticiones de las palabras de su madre, Clarisse seguía a su hermana en todas sus peripecias, en todas sus decisiones, sintiendo cada vez una mayor admiración hacia su persona.
Ella, en secreto, daría todo lo que fuese por llegar a ser como su hermana Lyssandra.
Que irónico que, por veces, Lyssa desease ser ella.
Un día, tuvo lugar una de las disputas más fuertes en el hogar de los Bardoux. Como no, protagonizada por Lyssandra y su madre. El motivo, la ausencia de la joven a una fiesta convocada por una de las familias más reconocidas de París. Según Cornelia, aquello no tardaría en provocar una oleada de rumores y cotilleos por parte de todos sus conocidos y aquello, por supuesto, era algo completamente nefasto.
-¿Sabes qué es lo que yo creo, mamá? Que deberías intentar labrarte una vida que no estuviese basada únicamente en la opinión que los demás tienen de ti. – habló Lyssandra con una falsa sonrisa en los labios, con los brazos cruzados sobre el pecho. – Eso resulta algo… cómo decirlo… Patético.
-Cuida lo que dices, Lyssandra, recuerda que soy tu madre. – prácticamente bramó la mujer. Se había encarado con ella y el temblor de su voz y de su cuerpo delataba la ira que estaba a punto de desbordar. - ¿Cómo puede hablar así? ¿Cómo puedes comportarte así? ¿Por qué no puedes ser como tu hermana?
-¿Por qué no puedes ser una buena madre?
Aquello fue lo que bastó para poner fin a la disputa. Un rápido movimiento, un ruido seco, fugaz, y Lyssandra volvía el rostro hacia atrás tras haber recibido aquel golpe en la mejilla por parte de su madre. Su pómulo, en segundos, alcanzó una tonalidad rojiza, contrastando con la pálida piel de la joven. Su mano, temblorosa por la sorpresa, se dirigió hacia la zona dañada, húmeda por las lágrimas que se derramaron involuntariamente.
Toda la sala se sumió en el silencio. El chisporrotear de las llamas, en la chimenea de piedra del gran salón, era lo único que hacía acto de presencia en un ambiente que parecía no poder aplacar su gelidez con aquellas pequeñas y serpenteantes leguas de fuego.
Acto seguido, Lyssandra salió corriendo escaleras arriba, seguida por su hermana, en cuyo semblante podía leerse la tristeza y desilusión.
Aquella noche, en aquel breve momento, se desencadenó un acontecimiento que cambiaría la vida de los Bardoux para siempre.
Lyssa golpeó la puerta tras ella, arrancándose con violencia joyas y piezas de encaje de su adornado vestido. Su cabello, revuelto ya por sus manos exasperadas, caía parcialmente en torno a su cuerpo, ya únicamente cubierto por el combinado de la ropa interior. Daba frenéticos paseos, de un lado hacia otro, apartando las persistentes lágrimas, con violencia, que caían por causa de la ira a lo largo de sus delicados rasgos. Enfocó su ira en los cojines, lanzándolos desordenadamente por el amplio dormitorio, revolvió la colcha de la gran cama de matrimonio, golpeó el mobiliario y continuó con su interminable paso por el cuarto hasta que, temerosa, su hermana Clarisse hizo acto de presencia, asomando dubitativa la cabeza tras la puerta.
Sus miradas se encontraron, unos largos minutos, minutos tras los cuales, la respiración y pulsaciones de Lyssandra comenzaron a ser regulares nuevamente. Parecía como si en su gemela, encontrase la calma y serenidad que le hacían falta en circunstancias así. Con un asentimiento, le permitió la entrada, tras lo cual, la joven Clarisse comenzó a recoger, silenciosa, los cojines desperdigados por el sueño enmoquetado.
- Oh, vamos, Clarie, no hagas eso. – se quejó la otra, mas su voz, en lugar se seguir destilando aquella rabia inicial, se había tornado más cariñosa y dulce, hecho que siempre ocurría cuando se trataba de su hermana.
- No es molestia. – La típica frase que siempre decía cuando trataba de aplacar los nervios de Lyssandra. No obstante, al ver que su hermana se inclinaba para ayudarla a levantarse, no opuso resistencia, terminando por sentarse sobre la cama deshecha. Entrecruzó las manos sobre su regazo, mirándolas fijamente, con una extraña expresión de arrepentimiento que su hermana no comprendía. – Lamento lo ocurrido… - musitó, avergonzada, como si ella fuese la causante de aquel enfrentamiento entre las dos mujeres.
- No es tu culpa. – le recordó Lyssa, sentándose a su lado sobre el colchón, posando una mano sobre el pequeño y frágil hombro de la chica. Lo oprimió ligeramente, para tratar de reconfortarla. Con sutileza, apartó las últimas lágrimas que surcaban sus mejillas, antes de que Clarisse pudiese percatarse. – Ya sabes, yo… En fin, mamá tiene razón, jamás podré ser como tú. – Se encogió de hombros. Era un hecho obvio.
Su hermana, por el contrario, negó lentamente con la cabeza.
- No tienes por qué serlo.
La fijeza y seguridad de su mirada logró reconfortar la atormentada mente de Lyssa, a quien logró arrancarle la sonrisa. Suspiró, ya calmada, alargando el brazo para darle un breve y suave abrazo a su gemela. Clarisse parecía tener ese don, esa habilidad nata para lograr que se sintiese bien en cuestión de segundos, pasase lo que pasase, por el simple hecho de que la tenía a ella a su lado, y eso bastaba para olvidarse de todo lo demás, no importaba porque, después de todo, siempre tendría a su lado a alguien que la comprendiese, que la apoyase, hasta el final.
O eso era lo que ella pensaba.
Lyssa siempre se lamentará de lo que pasó a continuación. Fue un acto estúpido, que ni siquiera se paró a meditar, todavía algo afectada por la riña con su madre. De poder hacerlo, habría retrocedido en el tiempo, se hubiese terminado de desvestir y se habría hundido en su suave colchón para dormir y no abrir los ojos durante toda la noche.
Por desgracia, el ser humano debe de responsabilizarse de todos los actos que lleve a cabo, aunque muchos de ellos puedan llegar a destruirlos física y psicológicamente.
Tras unos instantes, se levantó de la cama, contemplándose entonces frente al espejo de su elaborado tocador, adornado con volutas y demás acabados realizados por el más prestigioso ebanista de Francia. Frente a ella, observó a una muchacha de cabellos desordenados, vestida con prendas de encaje blanco y una mirada azul, fría y distante en aquellos instantes pero que, en cuestión de segundos, fue bañada por una oleada de decisión.
Se volvió, buscando su bata de seda de un exquisito color marfil, antes de enfrentarse a la curiosa mirada de su gemela, que todavía seguía sentada sobre el lecho, escrutándola sin terminar de entenderla.
- ¿Sabes una cosa? No quiero pasar más tiempo entre estas cuatro paredes. – dijo como si nada, observando lo que le rodeaba con patente desagrado.- Necesito… airearme. – La mirada de Clarisse fue de auténtico terror, abriendo desmesuradamente los ojos, como si fuesen a salírsele de las órbitas. – Vamos, será divertido. – trató de animarla Lyssandra atrapando sus manos, con una sonrisa que, si bien Clarisse la quería, sabía que siempre las conducía a problemas.
- No sé Lyssie, es tarde… Ya ha oscurecido, las calles estarán desiertas y…
- No nos pasará nada. – la interrumpió atropelladamente su hermana, comenzando a tirar de ella hasta que, sin mayor resistencia, cedió y se puso en pie. – Ven, tan sólo será un par de horas, ¿de acuerdo? Luego volveremos y ya tendré nuevas fuerzas para aguantar otro día más las sandeces de nuestra querida madre.
Clarisse no pudo contener la risa. Asintió, ya convencida, mientras que, al igual que había hecho su hermana, se despojaba del incómodo vestido y cogía prestada una de las batas que yacían colgadas con pulcritud en el ropero de la misma. Lyssa la guió hacia el balcón de su dormitorio, abriéndolo con cautela, para luego asomarse y mostrarle con un gesto de cabeza la hilera de enredadera que crecía a lo largo de aquel muro de la casa. A continuación, sacó una de sus largas piernas por fuera del balcón de piedra, luego la otra, agarrándose con experiencia de los bordes sobresalientes, comenzando a descender con una facilidad que dejó a su hermana sin palabras. Sin duda estaba claro que aquella no era la primera escapada nocturna de la muchacha.
Tras haberla observado con detenimiento, Clarisse imitó sus pasos hasta haberse situado a su derecha, ya sobre el verde césped de su jardín. Por desgracia, se habían olvidado de cubrir sus pies, pero ya no era momento de echarse atrás. Bajo sus dedos, el frescor de la hierba, fresca por el rocío, las relajó y, antes de darse cuenta, ambas avanzaban con sigilo hacia el muro que limitaba el terreno perteneciente a los Bardoux con un pequeño bosque fronterizo. Lyssandra emitió una suave risa, ocasionada por el nerviosísimo y la adrenalina desatada por la huida, risa que le contagió a su hermana y la cual no pudo frenar, por lo que siguieron avanzando, ya a trote, entre risas y bromas sin un rumbo preciso. Lyssa conocía bien esa zona, sabía que podrían volver aún con los ojos cerrados, no había por qué preocuparse.
O sí.
Finalmente, se encontraron frente a un hermoso lago, sobre el cual se podía observar el nítido reflejo de la luna llena en sus aguas. Era una imagen casi hipnótica, de una belleza inusual pero increíble. Ambas quedaron cautivadas ante ella y, a pesar de la oscuridad, continuaron avanzando para poder deleitarse mejor con aquella hermosura. Evitando el enraizado sobresaliente de los árboles, Lyssa tomó ventaja, sin darse cuenta de los obstáculos o el suelo resbaladizo. Era hábil avanzando, no cabía duda, pero no pensó en el hecho de que para Clarisse aquello no era tan sencillo como para ella. Tratando de mantener el equilibrio mientras avanzaba, apoyándose en los gruesos troncos de los árboles, la muchacha intentaba alcanzar a su hermana, quien ya mojaba los pies en la fresca y cristalina superficie. Estaba sentada en la tierra, parecía no importarle el hecho de que sus ropas se mancharían. Desde ahí mitad de sus piernas colgaban hacia el agua, refrescándose sin ningún reparo. A medida que se acercaba, su hermana descubrió que el terreno se hacía más empedrado, resbaladizo, y aquello comenzaba a asustarla.
- Creo que necesito tu ayuda. – comentó, avergonzada y Lyssa se volvió en el acto para devolverle una sonrisa. Se levantó con agilidad, aproximándose a donde ella se encontraba, a escasos pasos de su posición, pero parecía que no quería perder la sostenibilidad que le aportaba el último tronco próximo.
Alargó la mano en dirección a ella y su gemela no dudó en agarrarla, avanzando, ahora con mayor tranquilidad, hacia adelante.
Lyssandra no supo nunca qué fue lo que ocurrió a continuación. Jamás entendió como pudieron precipitarse los acontecimientos en aquel preciso momento. Solo supo que, en cuestión de segundos, la luz de la luna quedó eclipsada por un espeso manto de nubes. Ambas quedaron ciegas, tratando de avanzar, una tarea dificultosa y peligrosa. Notó el miedo en Clarisse, su respiración agitada y su mano temblorosa en torno a la suya. Pero sólo era oscuridad, ¿no? En cuanto las nubes se despejasen, todo volvería a lucir tan hermoso como antes.
- No te muevas. – le dijo, tranquilizadora. – Es una nube, ahora mismo despejará. Quieta, o te caerás.
Entre las penumbras, Lyssa divisó su asentimiento, y trató de conducirla hacia delante, a un lugar donde pudiese sentarse.
Las ramas temblaron, oscilaron hasta crear un extraño y escalofriante susurro. El resquebrajar de las ramas secas, el ruido chasqueante de las rocas al ser revueltas, no obstante, sí que logró amedrentar a Lyssa. Le daba la sensación, no, la certeza, de que no eran las únicas en aquella zona del bosque.
Una ráfaga de aire, un susurro, parecía intentar cobrar voz entre los suaves silbidos de la brisa. Estaba asustada, sí, ¿por qué no reconocerlo? Pero, si ella lo estaba, el estado de su hermana era todavía peor.
- Lyssa, ¿qué ha sido eso?
- No ha… sido nada. Tranquila, Clarisse, con cuidado o…
- Hay algo ahí, estoy segura. ¿Hola?
Sí, por alguna extraña razón, Lyssandra también estaba segura. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo cuando aquel ruido, aquel chasquido entre las rocas, que simulaban pisadas, se sentía cada vez más próximo a ellas.
Nunca se había sentido más ciega.
- Oye, Clarie, ven por aquí.
- No Lyssa, no puedo, me caeré.
- No, no te caerás, vamos, ven conmigo, nos vamos a casa.
- Lyss, ¿qué es eso?
- Yo no he visto nada. Clarisse, no, no sueltes mi mano…
- ¡Quiero irme a casa!
- No, Clarisse… ¡Ven aquí!
Pero su hermana ya no estaba cogida de su mano. De un traspiés, por el inesperado bamboleo que recibió cuando Clarie se soltó, Lyssandra se dio de bruces contra el suelo. Sintió dolor, en las palmas de las manos, en sus rodillas, en su cara. Estaba completamente desorientada en aquel momento pero era crucial recuperar la lucidez y tratar de calmar a Clarisse para volver a casa cuanto antes.
Se incorporó a madias sobre el terreno, llevándose instintivamente la palma de la mano a la cara, sintiendo una humedad que la alertó de que estaba sangrando. Una brecha se había abierto en su frente y dejaba caer sobre la misma y a lo largo de su sien hasta la barbilla (podía sentir el fino cauce del líquido recorrer su piel) el líquido carmesí. Aunque su cuerpo seguía dolorido, se esforzó por incorporarse, tratando de buscar soporte entre troncos, rocas y arbustos cercanos. Sus piernas, para su alivio, consiguieron mantenerse rectas tras varios intentos, pero, al reparar en el sepulcral silencio que reinaba a su alrededor, esa recuperada tranquilidad se esfumó como un soplo de aire para dejar paso a una profunda e insoportable angustia.
¿Dónde estaba Clarisse?
-¿Clarie? – La voz de Lyssandra estaba teñida por el miedo, por el desasosiego, algo que se agravaba por cada paso que sus atormentados e inestables pies avanzaban bajo una oscuridad que parecía haberse espesado a su alrededor. El frío había calado hasta sus huesos y todo su cuerpo temblaba sin pausa bajo aquel manto de hielo invisible. Aquel paisaje avasallador, irreal, se había convertido en una abominable pesadilla.
No se veía capaz de seguir caminando. No sabía hacia donde la estaban guiando sus pasos. Se sentía mareada, confundida, asustada. Jamás había experimentado aquellas emociones y ahora la golpeaban con una fuerza tal que su estómago se había convertido en un amasijo de órganos revueltos que amenazaban con comenzar a provocarle arcadas. Se aferró a un árbol con ambas manos, respirando rápidas y entrecortadas bocanadas de aire. No se había percatado de lo exhausta que se sentía hasta aquel momento.
Entonces, como queriendo poner fin al horror que se había instalado sobre ella, el manto vaporoso de nubes negruzcas se hizo a un lado, lentamente, suavemente, arrulladas por los persistentes silbidos del viento. Lyssa respiró, aliviada, pensada que todo aquel mal sueño había llegado a su fin, como una mala pesadilla de la que te despiertas a media noche, para darte cuenta de que sigues en tu cama, sudada, agitada, pero protegida y en una realidad cálida y perfecta.
Pero, en esta ocasión, tras el sueño le esperaba una realidad mucho peor.
Frente a ella, justo sobre el límpido reflejo lunar en las aguas, divisó un alargado bulto, flotando sin rumbo, cubierto por translúcidas gasas de seda blanca. Los ojos de la joven tardaron en procesar lo que veían. A su cabeza no llegaba aquella imagen, ella misma no quería que llegase. No, aquella no podía ser, eso no podía haber sucedido, en el agua, definitivamente… esa no se trataba de…
Clarisse.
Suspendida boca abajo, su cuerpo, inerte, se balanceaba al compás de las suaves y mortecinas ondas del agua.
El chillido de Lyssandra fue desgarrador, rompió con el apacible sueño del bosque. Tras su alarido, los pájaros emprendieron el vuelo, sombras diminutas, negras, que parecían acompañar el luto que la joven todavía rechazaba.
Se arrojó al agua, desesperada, repitiendo una y otra vez, hasta la saciedad, el nombre de aquella persona que consideraba parte de ella misma. Su cuerpo mojado, pesado por las prendas de ropa empapadas, avanzó torpemente hacia la figura, abrazándola, volteándola, sacudiéndola para tratar de que aquellos ojos azules, reflejo de los suyos mismos, volviesen a abrirse una vez más. Pero, tras su hermana, una senda roja se entremezclaba entre las aguas nocturnas. Lyssa retiró la mano, temblorosa, de la nuca de su hermana, topándose con la palma manchada con su sangre. Su vientre se contrajo, su garganta se convirtió en un insoportable nudo que le impedía respirar. Sus lágrimas se confundían con el sin fin de gotas que cubrían su cuerpo.
Clarisse había muerto.
Y había muerto por su culpa.
La partida de búsqueda de los Bardoux se puso en marcha dos horas después, justo después de que Cornelia se topase con los cuartos vacíos de sus hijas. Siguieron su rastro, con impaciencia, con eficiencia, esquivando todos los obstáculos que el bosque presentaba a su paso. La luz de la luna llena reinaba sobre sus cabezas, esa misma luz que bañaba una escena donde una Lyssandra, mojada de la cabeza a los pies, sentada y embarrada sobre el suelo terroso y pedregoso, sostenía un cuerpo sin vida, una figura inerte que, con los ojos cerrados, semejaba que dormía. Ella lo mecía, lo acariñaba, le susurraba al oído palabras dulces, unos entrecortados “dulces sueños, hermanita” que logró despedazar los corazones de los guardas. Sus padres, abriéndose paso, no pudieron evitar el llanto. Cornelia, desplomándose sobre sus rodillas, las miró, tras unos ojos desenfocados, ojos que veían sin ver, sin querer ver, a medida que los gritos surgían de su garganta.
Lyssandra cerró los ojos con fuerza, no queriendo ver más…
Deseando haber muerto ella en lugar de su hermana.
Pasó casi un año entero antes de que Lyssandra se sintiese con fuerzas para volver a salir de la mansión Bardoux. Durante aquel tiempo, apenas había abierto la boca, ni siquiera cuando su madre la inculpó de todo lo sucedido, tachándola de hija, bramando a los cuatro vientos que entre ambas se había roto el último lazo que las unía. Tan sólo contaba con el apoyo y amor de su padre, quien se veía incapaz de culpar a su pequeña. Al verla a ella, podía ver a su difunta hija Clarisse, y ni él ni ella podrían odiar jamás, por ningún motivo, a su querida Lyssandra.
No obstante, ella misma ya se detestaba por todos.
El día que Lyssandra Bardoux vio nuevamente la luz del día, lucía un elegante y sencillo vestido negro, adornado con adornos, bordados y encajes de un exquisito color burdeos. Subió a su transporte, al tiempo que su chófer, Joe, le habría la puertezuela para permitirle el paso.
Los presentes que consiguieron captar aquella imagen, jurarían haber vislumbrado una recatada sornisa en los labios de la hermosa muchacha. Con alivio y gozo, pensaban que ya habían recuperado a la magnífica señorita Bardoux.
No podían estar más equivocados.
Mientras se encaminaba en el carromato hacia su primer acontecimiento social tras aquel fatídico día, Lyssa inspiraba profundamente, recordándose a si misma cómo debía actuar. Sería respetuosa, cordial, amable, recatada, formal, respetuosa y correcta en todos los aspectos.
Tal y como lo sería Clarisse.
Aquella era la promesa que se había hecho. Seguiría adelante, daría vida con sus actos a su hermana, sería la propia Clarisse, quería hacerlo aunque aquello fuese contra sus principios. Al fin y al cabo, le debía la vida a su hermana. La de ella, ya no valía nada.
Y así es como la vieron cuando bajó del vehículo. Todos los presentes, al observarla, si no hubiesen sido conocedores de lo ocurrido, jurarían haber visto a Clarisse, dirigiendo una radiante sonrisa a los invitados. Todos se sobrecogieron, todos tuvieron que volver a mirar para convencerse de que ya jamás volverían a ver a la joven desmontando del carromato, que jamás volvería a sonreír.
Con elegantes movimientos, Lyssandra avanzó entre la multitud, dirigiendo corteses saludos, deslumbrantes sonrisas. Todos deseaban acercarse a ella, hablar con ella, pero ninguno se atrevía a pronunciar las palabras que ardían en sus pechos.
Finalmente, una voz indecisa, no se sabría muy bien decir de quién, se hizo oír, y pronunció lo que todos querían saber.
- Señorita Bardoux, ¿cómo se encuentra?
Bajo sus espesas pestañas, la mirada de Lyssandra supo camuflar diestramente el dolor al que estaba sometido su corazón para poder pronunciar, con voz firme y serena:
- Alagada porque me hayan invitado a un acontecimiento tan destacado como este.
Y aquel, fue el comienzo de la función. Una función tortuosa, pero, para Lyssandra, indispensable.
-Datos Extras:
• Aunque trata de cumplir con su labor, por la memoria de su hermana y para contentar a sus padres sin que tengan que sufrir más por su causa, no puede evitar, durante las noches, hacer algunas escapadas por la ciudad. Muchas veces sus pies la guían al lago donde todo sucedió; allí pasa gran parte de la noche, llorando, o contemplando simplemente el paisaje. Muchas veces, incluso, habla, como si el espíritu de su hermana continuase en ese lugar, y le narra sus miedos, sus ilusiones, y se desahoga con el ruego de que sus palabras guarden un destino, que leguen a donde ella, y que ese consuelo, ese consuelo y tranquilidad que le aportaba Clarisse la ayude a continuar por un día más.
Es precisamente eso lo que la hace seguir hacia delante.
• Las pocas veces que consigue conciliar el sueño, suele tener pesadillas sobre tdo lo ocurrido, precisas, constantes, hasta que se despierta por las noches entre llantos. No obstante, es algo que se suele guardar para sí misma. Por el día, ya está calmada, repleta de vida y de energía para afrontarlo todo una vez más.
• Adora los días de lluvia. En ocasiones, en secreto, como otras muchas cosas que suele hacer, sale a su balcón, para dejar que las gotas de agua caigan sobre ella y la relajen.
Última edición por Lyssandra M. Bardoux el Dom Ago 07, 2011 12:02 pm, editado 3 veces
Lyssandra M. Bardoux- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/08/2011
Re: Lyssandra M. Bardoux
Cuando termines tu ficha postea avisando para poder validarla
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
- Mensajes : 10717
Fecha de inscripción : 11/01/2010
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Re: Lyssandra M. Bardoux
Ficha terminada. Siento la tardanza y espero que esté todo correcto
Lyssandra M. Bardoux- Humano Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 03/08/2011
Re: Lyssandra M. Bardoux
FICHA ACEPTADA
Una historia interesante. Bienvenida al Victorian Vampires
Una historia interesante. Bienvenida al Victorian Vampires
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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