Un aperitivo algo frio [Henry]

En mi buzón habían dejado el periódico del día. Sin mucho entusiasmo ni curiosidad por las noticias humanas de aquella ciudad nueva para mí, ojeé las hojas del diario, moviendo los ojos de arriba abajo sin enfocar realmente en ningun espacio. Pero eso no sucedió cuando llegué a las página necrológicas, en las que venía los nombres de algunos fallecidos juntos a los días de su entierro. Aquella tarde se había sepultado el cuerpo de un joven francés de 26 años, un tal Valentine no-se-qué-más. Aquello me iluminó el rostro, pues había sido enterrado hacía escasas horas y había muerto justo aquella misma mañana en un extraño accidente en los bosques.

Decidí envolver mi preciado cuerpo con un vestido rojo palabra de honor con unos volantes abajo y cierta voluminosidad en la falda. Era ceñido a mi cintura y el escote dejaba entrever la voluminosidad de mis pechos. Adorné mi cuello con un sencillo colgante redondo con una esmeralda en su medio. Me maquillé con sencillez y me perfumé y una vez lista para salir, me despedí de algunos sirvientes y abandoné la mansión camino al cementerio, lugar en el que por suerte, ya no había nadie. Busqué la tumba más reciente con la inscripción de VALENTIN y abrí la caja para hallar en ella el cuerpo del joven, muy atractivo cuando tuvo vida. Me agaché con cuidado de no manchar mi vestido y perforé su garganta con mis colmillos, en busca de algo de sangre aunque ya no estaba a sus 37º ideales.

- ¿Cuántas veces tengo que pedir silencio, señores? - fue el último regaño que Henry dedicó a sus alumnos, los cuales no estaban prestando demasiada atención a la clase de ese día. Desde su inicio los muchachos no habían dejado de prestar más atención a los cuchicheos de damiselas hermosas que dedicaban una sensual mirada que a las explicaciones de un profesor que poco a poco iba perdiendo el interés y las ganas de continuar. Giró cobre sus talones y se colocó de frente a las gradas, dejando libro y tiza sobre la mesa y cruzándose de brazos con un semblante serio en el rostro - No llamaré la atención a jóvenes que están a punto de convertirse en hombres hechos y derechos. Pero, ya que tienen tanto tiempo libre, el próximo día traerán aprendidas esta lección y la que le sigue. Si lo ven demasiado, llamen a alguna de sus hermosas damas para que reciten la biografía de Bach mientras ustedes se deleitan con sus obras e ideas- y dicho esto se colocó detrás de la mesa y empezó a meter sus cosas en su maletín de piel. Los chicos se lo quedaron mirando sin saber qué hacer o decir. Algunos tenían cara de asombrados, otros de vergüenza, y otro simplemente ni lo habían escuchado. Pero todos se habían quedado callados y mirándolo. Henry sonrió de lado y levantó el rostro - Por cierto, la clase ha terminado. Pueden ir saliendo - y así las jóvenes promesas del futuro comenzaron a moverse muy poco a poco hasta que, entre miradas bajas y algún comentario audible pero ininteligible, la clase quedó vacía sólo con él dentro. El profesor se frotó los ojos con una mano y cerró el maletín pensando en que quizá necesitara distraerse de algún modo. Salió de la clase cerrando la puerta y marchó rumbo a su casa, donde podría relajarse con un placentero y merecido baño.



Todavía quedaba espuma en el agua con la que Henry jugaba entre sus dedos, haciéndola viajar de mano en mano hasta volver al agua. El reloj marcaba cerca de las nueve de la noche y Henry se volvió a perder entre sus pensamientos cuando éste tocó las en punto. Entonces se dio cuenta de las horas que llevaba dentro de la bañera y decidió salir, envolviéndose una toalla blanca alrededor de su cintura. Cenó y se vistió con un sencillo pantalón corto, sentándose después de nuevo a la mesa para dedicarse a tallar un poco. Así permaneció un rato hasta que de pronto fue a coger un trozo de madera que no encontró: se había quedado sin. Se frustró con la idea de tener que quedarse sin terminar el arpa con lo poco que le faltaba para terminarla y sin pensarlo mucho se visitó del todo y bien y salió a la calle en busca de la madera. Caminó un rato hasta que el reloj del ayuntamiento se oyó por casi toda la ciudad marcando la media noche. Respiró profundamente sintiéndose tranquilo al no cruzarse con nadie. Vio algunas esquelas colgadas en la pared, bares abiertos y alguna que otra cortesana con acompañante, pero nada fuera de lo normal.

Finalmente sus pasos lo llevaron hasta las afueras de la ciudad. Normalmente habría llegado hasta la laguna, pero esa noche ya era un poco tarde, de modo que se detuvo antes de llegar a las completas a fueras. Se detuvo justo delante de la puerta del cementerio. Allí había muchos árboles y no tendría problemas para coger unas cuantas ramas. Nadie iba a quejarse de un vecino cleptómano.

Todo marchó bien, encontró un árbol sano y fuerte y se puso manos a la obra. Hasta que de pronto se percató de que no estaba solo en el lugar cuando giró la cabeza y vio una figura erguida sobre un ataúd - Quizá sea uno de los fallecidos de las esquelas -, pensó creyendo que también era algún familiar despidiéndose. Aún así le extrañó la hora. Sin embargo, algo le llamó la atención. Un aroma que identificó inmediatamente y que le hizo suponer lo peor y soltar de golpe los trozos de madera que chocaron contra el suelo produciendo un ruido considerable. Henry tragó saliva y, caminando lentamente hacia la figura, rezó a sus divinidades celtas para que sus pensamientos macabros estuvieran tan equivocados como él mismo lo deseaba.

Una esencia de sobra conocida ya por mi me interrumpió la cena. Algo descolocada pues no esperaba encontrar a nadie a aquellas horas de la noche y en medio del cementerio, me volteé hacia el origen del aroma licántropo, encontrándome frente a frente con un hombre al que desconocía. Sin pensar en lo que hacía deslicé mi lengua por mis labios, intentando borrar cualquier evidencia de lo que había estado haciendo segundos antes de su intromisión.

- Oh, disculpe, no quería asustarle.- murmuré alzando las manos como si quisiera defenderme de alguna acusación.- Sólo quería despedirme de mi... primo... éste... Valentin...

Jamás había sabido mentir cuando estaba nerviosa y esa era una de aquellas situaciones. Me giré de nuevo hacia el cadáver, ahora más pálido y con peor aspecto que antes. Tomé la tapa del ataúd y lo cerré sobre él. Miré de nuevo al licántropo, ahora con una sonrisa dulce y amistosa para limar la aspereza del momento.

Caminé hacia él hasta posarme tras su espalda y colgar mis manos a cada lado de su cabeza, poniéndome de puntillas para susurrar algo en su oído.

- Una noche perfecta, ¿no cree?- sonreí maquiavélicamente.

Definitivamente, aquel iba a ser un día completamente inusual. Una mañana agitada, una clase revoltosa y ahora un ser con una dieta diferente. Ese gesto con la lengua fue más que delatador, más si a él se sumaban el aroma a sangre que ahora impregnaba el ambiente y su nerviosismo. Observó todos sus movimientos con una mueca de desconfianza mientras respondía no muy convencido de si debía hacerlo o no - Lamento su pérdida… - dijo en un murmuro sarcástico. El lobo no le creyó una palabra de lo que dijo. Ya tenía suficiente experiencia como para que quisieran tomarle el pelo, y menos en una situación tan evidente como aquella.

Se mantuvo firma y anclado al suelo sin moverse en ningún momento, tan sólo variando de vez en cuando el giro de su cuello mientras la seguía con la mirada. Lo único que movió fue su cintura para poder mirarla mejor cuando se apoyó sobre su hombro - No tanto como podría haberlo sido -, respondió mirando el ataúd y después a ella.

Percibí el sarcasmo en su voz y aquello me facilitó las cosas. No podía retroceder en el timepo y evitar que me viera cómo exprimía al fiambre que tenía tras de mí. Sin embargo, sí podía alterar su memoria sutilmente. Cerré los ojos y focalicé mi poder hacia el licántropo, entrando en su mente en busca del último recuerdo y modificándolo levemente de forma que, omitiendo los segundos en los que me observó relamiéndome los labios y cambiando la inclinación de mi cuerpo hacia el muerto, dara la sensación real de que solamente estaba llorando sobre una tumba. El resto que ahora recordaría era cómo él empezó a cortejarme y de qué modo había terminado tras su espalda, apoyada en su hombro.

Sonreí satisfecha por mi formidable trabajo y me separé de su cuerpo para darle espacio. Crucé los brazos sobre mi pecho y fruncí el ceño en un teatral gesto de preocupación.

- ¿Se encuentra bien, caballero?- le pedí con voz alarmada.- Me estaba explicando para qué necesitaba esa madera y quedó en silencio de repente.- le expliqué con un leve mohín.

De pronto todo comenzó a darle vueltas en la cabeza. Los recuerdos jugaban a guerrear entre ellos y ninguno resultaba ganador puesto que siempre había uno nuevo que se alistaba en el frente de batalla. Henry sólo era consciente de que no tenía ningún control sobre su propia mente, lo que le provocó echarse las manos a la cabeza y, parpadeando y cerrando los ojos ulteriormente, se frotara las sienes con la punta de los dedos, masajeando suavemente en círculos. Poco a poco los recuerdos volvieron a asentarse en su cabeza y entonces lo vio todo claro. Había sufrido un mareo quizá por una bajada de azúcar, quien sabe. Ahora tenía delante la hermosa mujer a la que le había echado el ojo momentos antes de ese ligero desvanecimiento - La madera… - repitió como un niño que no había entendido la primera explicación. Se giró para poder ver los trozos de madera en el suelo y entonces lo recordó todo. Henry la necesitaba para su arpa y al llegar al cementerio se había encontrado a una pobre mujer llorando sobre la tumba de alguien. Henry aún podía recordar el sonido de su llanto.

En el fondo, muy en el fondo de su mente recordaba cómo la expresión del rostro de la vampiresa había cambiado antes de que él comenzar a sentirse así. Pero, evidentemente, no era el recuerdo reinante, por lo que no supo que se encontraba ahí. Con ese recuerdo latente en su cabeza se podría haber dado cuenta de todo y haber descubierto que todo era una treta vampírica, pero, no iba a saberlo nunca.

Volvió a mirarla y sonrió seductoramente presa de la idea de que ella le gustaba - Es… Para un arpa que estoy tallando, señorita… - explicó con un tono sensualmente inusual en el lobo, sólo explicable gracias a su “atracción” hacia ella.

Pareció que todo se había resulto del mejor modo posible y el tema había sido zanjado sin víctimas mortales. Era lo mejor para aquél lobo de aspecto inocente.

- Si toca el arpa...- susurré con sensualidad, pasando mis brazos alrededor de su cuello y acercando mis pechos hasta chocarlos con sutileza contra su cálido cuerpo varonil.- ... debe tener mucha agilidad con los dedos, ¿no es así?- sonreí con picardía mientras mis labios jugueteaban con su cuello, lamiéndolo en ocasiones, mordiéndolo con delicadeza en otras.- ¿Quiere demostrármelo, monsieur Everill?

Mis manos se agarraron al nuda de su corbata y conrapidez, me deshice del nudo que la mantenía elegantemente atada. Tomé cada cabeza de la prenda y me separé del lobo para tirarle suavemente de aquella cobarta, guiando su cuerpo hacia la zona más arbórea del cementerio.

Se dejó llevar y en pocos momentos estuvo apoyado de espaldas a un árbol, sin corbata y con las manos recorriendo sensualmente el cuerpo de aquella explosiva mujer. Ni sabía cómo había llegado a aquello que el Henry normal nunca hubiera hecho, tan siquiera pensado. Pero ahora estaba sucediendo, sin saber cómo ni por qué, pero estaba sucediendo. Lentamente fue recorriendo el cuerpo de la dama hasta que llegó a su cintura y la masajeó con insistencia, bajando las manos después hasta sus nalgas y presionando suavemente, deleitándose con esas caricias en su cuello - Señorita… - susurró con voz ronca presa de una extraña excitación que poco a poco se apoderaba de su persona.

Poco a poco sus instintos fueron aflorando y dejando a un lado las formalidades habituales. Se sentía extrañamente atraído por una mujer que acababa de conocer y no le importaba, no le importaba nada. Sólo tenía cabeza ahora para ella y sus caricias, su cuerpo, sus labios. Esos labios que buscó con los suyos hasta atraparlos y saborearlos con una sutileza propia de un hombre entregado. Apretó más sus nalgas y después subió una mano casi bruscamente hasta sujetar su nuca y así impedir que ambas bocas se separaran - Se-señ… - iba a decir algo, pero no pudo. Aquello le estaba empezando a gustar demasiado.

Mis manos buscaron los botones de su camisa y sin parar a ir con cuidado o delicadeza, desabrochó su prenda con fiereza y ansiedad, recorriendo luego las yemas de mis dedos por la piel que recubrían sus pectorales, sus abdominales, su bajo vientre... pero algo impidió mi marcha. Algo llamado: cinturón. Mis dedos se desprendieron de él con la misma facilidad y como a la camisa, lo lancé tan lejos de nosotros como pude. Mis manos siguieron hacia los botones de su pantalón, limitándome a desabrocharlo. Entonces sus manos tomaron mi nuca y nuestras bocas se fundieron en un fogoso baile de lenguas y jadeos excitantes mientras apretaba mis nalgas contra su cadera. Sonreí para mis adentros y aprovechando que él suspiraba algo así como "señorita", me desabroché el vestido que lucía, quedando pronto con un fino y provocativo corsé negro.

- Shhh- le susurré al oído cuando él volvió a intentar pronunciar alguna palabra.- Sólo disfruta el momento y déjate llevar.- suspiré, poniendo uno de mis dedos sobre sus labios parlanchines.

Mordisqueé el lóbulo de su oreja tras esas palabras, sintiendo cómo se estremecía sin saber si era de placer o de mi frío aliento. Tomé las manos del hombre y las guié hacia mi espalda, dónde se encontraban los cordeles que abrían las puertas a mi absoluta desnudez. ¿Abriría el cerrojo?

Las cosas cada vez se le iban más de las manos… literalmente hablando. Ahora aquella belleza se ponía a susurrarle cosas provocándole reacciones en el cuerpo, tales como la subida de ciertos aspectos anatómicos. Sus manos ya no sujetaban ropa porque ella la había mandado a paseo, de modo que el lobo ahora veía una figura… realmente bien tallada, como sus arpas, cubierto con algo que aunque pareciera importante en otros momentos, en ese preciso sobraba de lo lindo. Su pecho descubierto se hinchaba y deshinchaba con rapidez y sus labios entreabiertos permitían el paso entrecortado de jadeos sonoros y roncos que inundaban el ambiente - Ven aquí… - susurró en su cuello cuando ella le mordió el lóbulo y le colocó las manos en su espalda. Con los dedos agarró fuertemente la espalda de la inmortal y con desesperación se las apañó para quitar esos molestos cordones sin dañar la prenda. ¿Sería la experiencia?

Dentro de la prenda que aún cubría sus piernas algo reclamaba su espacio, quedando aturdido sin saber si centrarse en ese punzante dolor que comenzaba a sentir o en los torneados senos que ahora tenía frente a sus ojos. Lo hicieron tragar saliva y suspirar haciendo un gesto insinuante con la cabeza, tras lo cual volvió a sujetarla fuertemente de las nalgas y, besándole el cuello y parte del pecho, la subió para así poder invertir los papeles y dejarla a ella de espaldas al tronco. En ese momento llevó las manos hasta sus suaves y frías piernas y las levantó provocándole que tuviera que ceñirse a sus caderas de lobo para no caer. Entonces buscó de nuevo sus labios y entre besos y suspiros comenzó a frotarse contra ella de una forma sutilmente inocente pero que dejaba entrever qué era lo que exactamente el centro de su cuerpo exigía con ahínco.

El licántropo desató con desparpajo los cordones de mi corsé, quedándome completamente desnuda frente a sus fervientes ojos varoniles que ahora me recorrían de hito a hito, deteniéndose unos segundos de más en mis voluptuosos pechos. Sonreí complacida y volvieron mis manos a enredarse en su cabello, amarrándolo a mí y moviendo mi cuerpo contra el suyo, notando pronto un vulto a la altura de mi secreto.

Fue entonces cuando él me tomó entre sus brazos, girándome 180º para aprisionarme entre la corteza de un árbol y su cuerpo ardiente en deseo y lujuria. Sus caderas empezaron a restregarse cuando mis piernas se entreabrieron y se enlazaron en su cintura. Mis jadeos se intensificaron y desaté la pasión que hasta hacía unos momentos, había permanecido dormida en mi interior. Aprovechando la posición en la que me encontraba y habiendo ya desabrochado sus pantalones, me limité a bajarlos con las piernas hasta que éstos se arremolinaron a sus pies. Con su miembro ya erecto y deseoso de placer, lo guié hacia la entrada de mi cueva, sintiendo el placer en cuanto me penetró y empezando así una danza que unía nuestros cuerpos de un modo inhumano.

Todo sucedió muy rápido. En apenas unos momentos el lobo y la vampiresa habían pasado de estar hablando como si nada a hallarse ambos completamente desnudos y uniéndose a partir de unas tremendas embestidas que el cuerpo del lobo liberaba sin cesar. En el mismo instante en el que fueron uno, Henry ni pudo ni quiso reprimir un sonoro jadeo que perforó su garganta en su huida hacia el exterior. Quizá también había penetrado ese sonido dentro de la vampiresa, en su oído, donde el lobo tenía la cara oculta al exterior y a la vez podía oler y saborear mejor esa frígida piel que le estaba arrancando más de un suspiro ajeno a los gemidos.

Y sí, era una danza macabra la que sus cuerpos protagonizaban, sacando a la pista de baile movimientos y gemidos que entre ellos dinamizaban a la perfección cual obra de teatro meticulosamente sincronizada.
Henry sujetó los níveos muslos con fuerza y entre movimientos intentaba acercar aún más el cuerpo de ella contra el suyo. Quería sentirla cerca, muy cerca, dentro de él incluso, paradójicamente hablando. Sobretodo lo que quería eran roces y más roces entre las dos caderas y sus respectivos dueños.

Embistió sin piedad alguna mientras que su cuerpo se estremecía y sufría escalofríos producto del choque de temperaturas. Con su boca recorrió todo el helado cuello y el pecho inmortal quedándose siempre con un sabor de boca que lo obligaba a volver a por más, perdiéndose bajo las sábanas de la intemperie.

En un momento dado, en el que uno de sus movimientos fue tan fuerte que le permitió sacar una mano de debajo de sus piernas, Henry repitió el gesto de antes y agarró su nuca con fuerza, tirando de su frondoso cabello después dejando su blanca garganta a la vista, garganta que atacó mordiendo cual verdadero vampiro. Después, todavía sujetándola, la besó con una pasión desmesurada y descargando dentro de su fría boca todos los jadeos que emitió mientras se devoraban mutuamente.

Todo marchaba según lo planeado. Había logrado distraer completamente la atención del licántropo para que ninguna de las lagunas que le había dejado le empujara a tirar del hilo y recordar todo lo realmente acontecido aquella noche. Tenía pensado terminar lo empezado con aquél hombre para luego desaparecer de su vista y no volvernos a encontrar jamás. Sin embargo, a penas pensé en lo que haría mañana. Disfrutaba y dejaba que él disfrutara conmigo como si no hubiera un mañana, entregándome a él en cuerpo y alma.

Mis dedos se entrelazaban entonces entre su cabello alborotado y mis labios se entreabrían una y otra vez para dejar escapar jadeos y gemidos que desgrarraban mi garganta. Mi corazón polvoriento casi sentí que volvía a latir con cada una de sus embestidas. Y cuando su calidez envolvió mis entrañas me sentí más humana que nunca.

Clavé mis uñas en la piel de su espalda cuando sus dientes mordieron algo feroces mi cuello, haciendome gritar de puro placer. Sin quererlo, mis colmillos sobresalieron de entre mis labios y buscaron su arteria más cercana aunque, una vez la localicé en su garganta, me limité a besar aquellos poros que la protegían frágilmente.

Nuestras bocas volvieron a encontrarse y nuestras lenguas, tan distintas en sus temperaturas, parecían templarse con aquél juego morboso y sensual. Mis músculos se contraían y mi voz le gritaba más de lo que él me daba. Más placer, más ferocidad, más intensidad... simplemente, más de él.

De pronto una pequeña y fuerte brisa recorrió la zona. Henry la notó porque su frialdad se estampó contra el volcán en el que su cuerpo se había convertido. Ese escalofrío que recorrió su espina dorsal sin apenas delicadeza le arrancó uno de tantos otros gemidos que emitió profundamente y sin pudor alguno. Estaba excitado en sobremanera, ya fuese por el hecho de hacer suya a una mujer que no conocía pero que lo atraía misteriosamente, o bien por el morbo producido por saber cuál era el lugar en el que lo estaba haciendo. O quizá también porque su lobo interior se rebelaba y entregaba al hombre exterior toda su furia y fuerza interior. Fuera como fuese aquel hombre de cabello como la noche que los rodeaba liberaba un terremoto de pasión con cada beso, caricia y embestida que nacían de sus impulsos sexuales. Se movía de una forma tan honda, tan precisa, tan sensual…

Soltó un gemido de sorpresa pero también de placer al sentir esas uñas en su espalda. También sonrió débilmente en su cuello cuando terminó de soltar el aire que le quedaba en el cuerpo y abrió la boca para llenar nuevamente sus pulmones, y también para besar y lamer otra vez ese bloque de hielo ardiente que era su amante inesperada. Después buscó sus labios y los besó de manera fugaz reiteradamente, soltando incluso de vez en cuando alguna risita por lo cómico de la situación. Ella estaba muerta pero también era inmortal. Una paradoja tremendamente excitante que engatusó al lobo provocándole que no pudiera parar de moverse. Se inventó de todo para lograr que con sólo los impulsos de su cadera ella se mantuviera justo donde la quería sin ceder hacia abajo, mientras utilizaba las manos para recorrerla insistentemente con unos dedos fuertes y delicados que no querían perderse detalle alguno de un cuerpo que deseaban conocer por completo, aunque no fueran a volver a tocarlo nunca más.

Me aferré a su cuerpo usando la mitad de mis fuerzas, puesto que si hubiera proyectado en su cuerpo mi nivel máximo, le hubiera matado aún sin rozar el 100% de lo que realmente tenía escondido bajo mi inocente piel de muchachita veinteañera. Gritaba sin cesar, riendo en ocasiones cuando sabía que la diosa nórdica Gerd sentiría envidia por lo que veía desde Asgard, viendo en mis ojos y en mi piel el reflejo de la pasión y lujuria que ella simbolizaba sin haberlo sentido tal y como yo lo sentía ahora, rozando el cielo con las yemas de mis dedos mientras mis poros ardían en el más dulce de los mundos subterráneos, donde me quemaba la piel a poco a poco. Pero era feliz y desde luego, no quería que aquello fuese un punto y final. Moví una de mis manos hacia su mejilla derecha, deslizándola por su cuello, su pectoral, su vientre y volviendo a posarla sobre su rostro suduroso. Era realmente sexy y muy apuesto. Mordí mi labio inferior y despegué mis labios.

- Me excitas.

Claro y directo. Sonreí de nuevo y con un leve empujón en el que tomé posiciones aprovechando el tronco del árbol en el que me tenía sujeta, llevé al lobo a tumbarse en el suelo del cementerio, rodeados de césped y tumbas de desconocidos. Un lugar extraño y macabro para llebar a cabo el acto sexual, pero no me importaba pues ¿quién nos iba a mirar o a inoportunar? Aproveché que estaba sobre él para marcar yo el ritmo de nuestras caderas, jadeando en su oído mientras mis manos oprimían su piel en un intento de acercar más los cuerpos, algo físicamente imposible. Mis cabellos caían como una cortina alrededor de nuestras cabezas, aislándonos en un mundo dónde sólo exsistía él, yo y el placer que nos embargaba.

Entre besos y caricias Henry se había olvidado de dónde estaban manteniendo aquella relación tan fogosa y pasional. La voz de aquella mujer era, al menos en sus gemidos, fuerte y desgarradora, imponente. Aunque, evidentemente, no por ello intimidante, sino más bien todo lo contrario. Con cada gemido propio, Henry notaba que su garganta cedía un poco más pero que a la vez deseaba volver a ser arrasada con otro, y con cada gemido ajeno su cuerpo respondía con un nuevo ataque de caderas. Sí… La pasión era parte del combustible que aquello necesitaba, siendo los gemidos su complemento perfecto.

Pasados los minutos el lobo notaba cómo sus fuerzas iban mermando poco a poco, pero no se quedaría sin ellas tan fácilmente. Y menos aún cuando terminó en el suelo tras morderle los labios después de su confesión. Aquello le permitiría, relativamente hablando, descansar un poco. Así, todo podría alargarse durante más tiempo prolongando los momentos de puro placer que estaban compartiendo.

Una vez en el suelo se quedó prendado de aquel cuerpo perfecto que tuvo que caminar hasta colocarse sobre él, volviendo ambos a estar unidos instantes después. Henry echó la cabeza hacia atrás por esa nueva descarga de placer que inundó sin piedad su cuerpo, arrancándole otro gemido más y un suspiro posterior a él. Sus brazos entonces abrazaron el frígido cuerpo casi con cariño y Henry apretó para acercarla más a él y así después comenzar a acariciar su figura con delicadeza y ambición por igual. Pero eso fue al principio. Conforme sus gemidos al aire se complementaban con los que se escuchaban justo en su oído su tensión muscular aumentaba provocándole reacciones diversas. Quizá la más notoria fue la necesidad de recorrer el cuerpo de ella con mucha más insistencia que antes, utilizando la punta de los dedos y la palma de las manos sin cuidado, apretando sus hombros y sus nalgas con fuerza y posesión.

Quizá debería reconocerlo después, ya que ahora no tenía cabeza para pensar en otra cosa que no fueran ella y su cuerpo. Pero, sinceramente, le estaba gustando ser dominado más de lo que nunca se hubiera atrevido a imaginar.

Caminé hasta dónde le había dejado, moviendo la cadera en una prequeño baile sensual antes de abrir mis piernas para volver a fundirme con su cuerpo, dejando que su miembro me penetrara de forma suave al principio para poco a poco, ir incrementando la velocidad de mis movimientos, volviéndome a sumergir en una espiral de gemidos y jadeos que desgarraban mi garganta. La sensación fue más placentera que la anterior y mi dominación hacía que fuese más excitante para mí.

Mis músculos se contraían y con cada gesto o movimiento el placer era mayor. Era como si el signo de su virilidad creciera más todavía en mi interior, haciéndome sentir cosas que jamás antes había sentido. Decidí darle la opción de maximizar su placer, así que me alcé dejando caer su miembro sobre su vientre y con una sonrisa, giré mi cuerpo 180 grados, posicionándome a gatas sobre dicho miembro y que, sosteniendo con ambas manos, ayudé a penetrar en mi boca, lamiéndolo con alevosía y masageándolo en mi interior usando mis labios y a veces, mis dientes. Jugando con él como si de un delicioso helado se tratara.

Mis manos aferraron entonces sus muslos mientras mi cabeza se movía sola hacia arriba y hacia abajo, creando la misma sensación que probablemente el licántropo sentía cuando me penetraba por mis labios inferiores. Saboreé su cuerpo del modo más morboso y sensual hasta que algo me indicó un cambio de postura que, por supuesto, accedí encantada.

Eran unos movimientos casi épicos, llenos de morbo, sensualidad y, por supuesto, maestría. Se notaba a la legua que ninguno de los dos era un novato en el asunto y ello sólo podía acarrear una mayor excitación a causa de una mayor experiencia. Pero quizá en ese preciso instante en el que ella se dio la vuelta, levantándose y dejándolo con cara de duda, él era el alumno y ella la maestra. Cuando se posicionó a gatas sobre su cuerpo pero a la inversa, el lobo sólo pudo sentir cómo su miembro se endurecía más como consecuencia del pensamiento que cruzó por su mente y que de inmediato resultó ser verídico. Sintió al momento un cosquilleo por el cuerpo que le arrancó alguna sonrisilla al tiempo que su cabeza se echaba para atrás profiriendo profundos y sonoros gemidos, roncos como la honda noche que los envolvía. Él respondió de forma instantánea y aferró su fría cintura con unas manos ardientes y que recorrieron su cuerpo una vez más, masajeando sus curvas y deleitándose con la humedad, ahora creciente que se desataba en su zona baja.

Se dejó devorar durante un buen rato, tiempo en el que por supuesto no existió el silencio para ninguno de los dos oídos, pues él también se había encargado de usar la boca atacando el manjar femenino que tenía delante, justo a la altura de sus labios… Como una cita labial… Con sus manos también apresó sus senos, apretándolos y acariciándolos con una vehemencia propia de una pasión desenfrenada. Le gustaba su tacto, sedoso y frío, como la porcelana o las sábanas de mejor calidad. Unas sábanas que por cierto hubieran impedido aquella excitante y, paradójicamente, sobrenatural visión.

Cuando por fin se hubo deleitado lo suficiente con la humedad de la fémina sintió ganas de volver a ser él quien llevara el ritmo y así la empujó hacia adelante, haciéndola quedar bocabajo sobre la fría tierra con indicios de un rocío mañanero ya posándose sobre el corto césped. Ahí, se incorporó y le abrió las piernas con las manos, de forma impasible y sin piedad. Sonrió de lado y se relamió los labios y sin apenas cuidado la cubrió con su cuerpo, jugando con su lengua por sobre la piel, recorriendo su espalda. La lamió hasta llegar a su cuello y lo mordió con lujuria al tiempo que con un basto golpe seco se introdujo de nuevo en ella, esta vez por una zona diferente a la anterior, mucho más cerrada, misteriosa y atrayente. Su cadera comenzó despacio, pero conforme el placer se iba incrementando también lo hacían velocidad y dinamismo, terminando casi con un ritmo frenético imposible para un humano normal. Dejó entonces que sus manos obraran solas y ambas terminaron metiéndose bajo el cuerpo inmortal para volver nuevamente a encerrar sus pechos entre sus manos, masajeándolos y memorizando cada milímetro de estos, sin cansarse de hacerlo una y otra vez.

Su miembro erecto parecía hincharse de pronto como si de una flauta se tratara y yo la soplara con sensualidad dada por mis movimientos tanto de la lengua, los labios y mi cuerpo en si. Mientras, Henry me deleitaba con una sensación única pues su ardiente, gruesa y ágil lengua saboreaba mis labios inferiores, haciéndome estremecer de puro places y jadear dificultosamente, pues mantenía mi boca ocupada.

Entonces, él me empujó hacia la tierra que usábamos como lecho y quedé a cuatro patas, algo que él usó para nuestro placer. Abrió algo más mis piernas y sostuvo mi cadera antes de penetrarme de nuevo ésta vez, por un orificio menos usado pero igual de morboso. Solté un grito espeluznante y clavé mis uñas en la tierra arcillosa, apretando mis mandíbulas con fuerza mientras mi cuerpo respondía a cada una de las embestidas del macho.

Mis músculos se tensaban y se relajan a su ritmo y mi cabello danzaba libremente con cada nuevo golpe que recibía de su enorme y hambrienta verga. Cada vez me sentía más atada a su cuerpo, más dependiente de él y por un extraño motivo, no deseaba volver a separarme del lobo, no físicamente hablando. Sabía que aquello sólo era un desliz pero... sin duda, se había convertido en el mejor de los deslices que había tenido en cientos de años.

En aquella postura me sentía atrapada entre el suelo y su cuerpo, como si me encontrara en una cárcel de lujuria desenfrenada. Y sin embargo, quería más de él, sabía que podía dar más de si y se lo hice saber entre jadeos.

- ¿Esto es todo, lobito?- le reté a modo de provocación, sabiendo que como animal instintivo, actuaría para remediar aquella situación que sin duda, no era mala, sólo que mi excitación había sobrepasado el momento. ¿Me condedería más goce? ¿O quizás era imposible? Sólo Henry tenía la respuesta.