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El reflejo de la luna [Adrien] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Lyssandra M. Bardoux Mar Ago 16, 2011 11:59 am

El claro del bosque lucía de un modo irreal aquella noche. La espesura del ramaje ensombrecía aquellas zonas que no podían ser bañadas por la luz plateada que reinaba en lo alto. Una suave brisa las azotaba, susurraba entre ellas mientras su frescura acariciaba los dedos de mis pies descalzos. Los grillos canturreaban débilmente no muy lejos de donde me encontraba y, frente a mí, estaba aquel lago cristalino, en cuyas aguas lucía el reflejo perfecto de la gran y blanca luna. Suaves ondulaciones lo mecían por las repentinas corrientes de aire que acariciaban la superficie.
Inspiré profundamente, apartando un mechón de mi cabello oscuro que se había instalado sobre mi rostro. La melena me caía suelta, desordenada, por hombros y espalda, descubiertos debido al ligero camisón que llevaba puesto. No obstante, aún con aquella brisa, la noche lucía calurosa y por ese motivo me había animado a bajar hasta el lugar. El color azul claro de mi prenda de vestir palidecía bajo la luz de la noche, igualando la blancura de mi piel, impoluta, pese haberse sometido en muchas ocasiones a magulladuras debido a las numerosas incursiones que solía hacer por aquellos lares y otros muchos de la ciudad.
Sumergí las piernas en el frescor del agua. Aquello hizo que me recorriese un escalofrío y, al mismo tiempo, una sensación de deja vu. Tiempo atrás, en esa misma situación, Clarisse estaba justo a unos pasos tras de mí, pidiéndome con vergüenza que le ayudase a esquivar las piedras resbaladizas. Instintivamente, una vez más volví a mirar tras de mí, pero, en esa ocasión, tras mis espaldas, tan sólo se encontraba la oscuridad del bosque. Tuve que tragar repetidas veces para diluir ese nudo en la garganta y, por todos los medios, evitar que se transformase en llanto. Demasiado tiempo pasé derramando lágrimas hasta que, después de todo, comprendí que torturarme de ese modo no iba a devolverme a mi hermana.
No obstante, era irónico, pues, que siguiese acudiendo a aquel lugar. Continuaba siendo hiriente recordar los sucesos, revivir las imágenes que se agolpaban en mi mente con la sola vista de las aguas negras y perladas por la reflexión de las estrellas. Pero, por otro lado, aquello me mantenía, en cierto modo, vinculada a ella. Era extraño, pero sentía su presencia más vívida si continuaba allí, como si mi hermana, durante unos instantes, aunque fuesen escasos, volviese a estar a mi lado. Le hablaba, le contaba la amargura a la que me sometía al traicionar mis principios haciendo el sin fin de patochadas pertenecientes a los de clase alta, mas estaba feliz, porque sabía que hacía lo correcto. En ocasiones me imaginaba su respuesta, su rostro, aquella sonrisa melancólica que resumía lo que tantas veces Clarie misma me decía cuando yo me esforzaba por “ser ella”.
No tienes por qué serlo.
Pero yo quería serlo. Costase lo que costase.
Me sentía sin resuello. El pasar de las horas, siempre encerrada o con compromisos sociales, terminaba con mis energías mucho más rápido de lo que lo haría cualquiera de mis peripecias. Me estiré parcialmente, alzando la cabeza hacia el cielo para contemplar el firmamento. Eso, sin saber exactamente por qué, me arrancó una sonrisa. Traté de imaginar uniones entre ellas, formando dibujos, símbolos, como solía hacer de niña caída la noche al asomarme el balcón. Empequeñecí, hasta aquellos días de mi vida en los que la única de mis preocupaciones era llegar a conocer todos los nombres de esos pequeños puntitos oscilantes y brillantes.
De pronto, la sonrisa, la momentánea relajación de ese instante, se esfumó con una nueva y renovada brisa de aire. Me giré de inmediato, al tiempo que la sensación de deja vu se incrementaba. En aquella ocasión, el manto de nubes no cubrió el cielo, pero eso no hizo que mi inquietud disminuyese.
Volvía a tener aquella sensación, esa certeza de que no estaba sola en aquel lugar. Me pregunté, por unos segundos, si, después de todo, lo que le ocurrió a mi hermana fue más que un accidente. Siempre me había quedado esa pequeña duda, ese presentimiento, que logró incrementarse entonces hasta un punto desmesurado. No tuve tiempo a cavilar demasiado sobre esa idea.
Después de todo, fuera lo que fuera, estaba realmente allí mismo, en ese lugar.
Y se acercaba.
- Quien quiera que esté ahí, ya puede salir ahora mismo. – dije con una voz firme que deseé haber tenido en la primera ocasión. Saqué las piernas del agua y la tela del camisón se adhirió instantáneamente a ellas, dibujando su silueta, haciéndolas visibles bajo el material transparente. No me incorporé. En aquel terreno resbaladizo no sería ventaja alguna. Me limité a esperar antes de actuar. – No estoy de humor para juegos.
No obstante, por muy seguras que sonasen mis palabras, el miedo seguía atenazando mi pecho.
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Mensaje por Adrien J. Baldimore Miér Ago 17, 2011 2:47 pm

El bosque era tan espeso como para esconder a un ejército en marcha. A la vista sólo tenía troncos, ramas retorcidas, frondas, matas y zarzales.
-No sabía que este lugar fuera así de extenso e intrincado –murmuré, rompiendo por unos segundos el silencio.
Hacía bastante tiempo que avanzaba por el bosque y éste, sin embargo, no daba señales de terminar. Tal vez no hubiera sido buena idea salir en busca de Beausoleil-brillant.
El lago de Beausoleil-brillant es uno de los rincones más escondidos de París. Si uno lo busca en los planos, no aparece. Si uno pregunta cómo llegar a él a vecinos, lo más seguro es que no lo sepan, aunque todos hayan oído hablar de él. Y si uno, por ventura, se atreve a buscarlo por su cuenta, lo más probable es que se pierda. Los pocos que están en posesión del secreto de su ubicación sospechan que, en realidad, este viejo lago no es más que una isla del pasado que aparece y desaparece a su capricho.
Un extraño sonido, que palpitaba más allá de mi campo de visión, cortó el hilo de mis pensamientos. Continué caminando lentamente. Los altos árboles se cernían ominosos, privándome de la luz lunar y la seguridad del mundo exterior. La temperatura era cálida, húmeda. Aquel murmullo sobrenatural continuaba agitándose en la sombra. Mis músculos se tensaron. Avancé con cautela, preparándome para atacar en caso de que fuera necesario.
Llevaba intentando mantener a raya los viejos recuerdos desde el momento en que había tomado la decisión de ir allí, pero ahora, tenso como estaba, ya no podía contener el torrente. Las imágenes de mis pesadillas se habían desatado en mi interior.
Mi padre, tendido en el suelo desangrándose… mis manos, aferrando el cuchillo con el que lo había matado… mi madre, sacrificando su vida para encubrirme…
Escuché de nuevo aquel siniestro traqueteo. Cercano. A menos de dos metros. Directamente sobre mi cabeza. Alcé la vista. Una silueta se volvió sobre sí misma. Me detuve, petrificado. No podía distinguir sus rasgos, apenas una forma oscura envuelta en un manto. Tuve la certeza de que aquel extraño me estaba observando. Y sabía que yo lo estaba observando a él. Permanecí inmóvil durante un instante infinito. Segundos más tarde, la figura se retiró a las sombras.
Tardé unos minutos en tranquilizarme. No era normal en mí tanta inquietud. ¿Por qué me preocupaba tanto? Posiblemente se tratara de un vampiro que había ido al bosque para alimentarse de sangre animal y…
Toda mi incertidumbre y pensamientos se desvanecieron en cuanto escuché un sonido a pocos metros de distancia. El rumor del agua. ¿Había encontrado por fin el lago? Sin más demora, empecé a avanzar entre los árboles, siguiendo la melodía del agua. Divisé, entre los troncos de los árboles, Beausoleil-brillant, y presencié una visión robada de un sueño.
Una muchacha, ataviada con un camisón azul clarísimo, casi blanco, estaba sentada frente al lago. Su piel era tan pálida como el vestido. Una larga cabellera de color azabache ondeaba velando su rostro. Sus ojos, de un azul tan profundo que uno podría caerse dentro, estaban clavados en el manto estrellado, con mirada soñadora. Su sonrisa me pareció más luminosa que la mismísima luna.
Súbitamente el hechizo se hizo trizas.
-Quien quiera que esté ahí, ya puede salir ahora mismo –dijo la chica, en un tono acorde a la fuerza de su mirada-. No estoy de humor para juegos.
Posiblemente debería sentirme avergonzado. Al fin y al cabo, había estado observándola en silencio como un perturbado. Sin embargo, no era así. La única sensación que recorría mi cuerpo era la curiosidad. Quería conocerla.
Por eso, sin pensármelo dos veces, salí de mi escondite y le dediqué una sonrisa de arrepentimiento.
-Siento haberla asustado, milady. Cuando la vi aquí, observando las estrellas, me quedé inmóvil ante tanta belleza. Si me permite el elogio, es usted la criatura más deslumbrante que he visto en mi vida… -mis ojos vislumbraron el contorno de unas piernas esbeltas a través de su camisón y, con una sonrisa pícara, añadí-…y la más sensual, sin duda.
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Mensaje por Lyssandra M. Bardoux Jue Ago 18, 2011 12:14 pm

El miedo continuaba aguijoneando mi interior, sin pausa, y aquellos segundos fueron los más eternos de toda mi vida. Notaba la tensión en todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo, la cual desapareció inexplicablemente cuando aquella silueta emergió de entre las sombras.
Se trataba de un muchacho, un hombre joven, el que se acercó al claro sin mayor dilación. Lo observé, suspicaz, mientras avanzaba con lentitud hacia donde me encontraba, deteniéndose a escasos metros de distancia. Sus cabellos castaños fueron bañados por la claridad del lugar y en su cálido rostro se dibujó una suave sonrisa.

Mi primera reacción fue encoger las piernas automáticamente, tapándolas lo máximo posible con la superficie de tela que continuaba seca. Sin poderlo evitar, mis mejillas se sonrojaron, contrastando el rubor con la palidez de mi piel. Mas, aún así, no me dejé intimidar, por lo que alcé bien alta la cabeza, observando aquellos ojos donde chispeaba cierta picardía.
- Muy amable por sus palabras, caballero, aunque le aconsejaría que las moderase. No le gustaría causar una mala impresión y manchar su reputación flirteando descaradamente con una dama, ¿verdad? Por no mencionar que no es el lugar idóneo para que alguien de su condición – hice mención a sus caras ropas, que delataban su alta condición social. – ande merodeando a ya tan altas horas de la noche. – Una sonrisa bravucona asomó en mis labios y adiviné el pensamiento que cruzaba su mente en esos instantes. – Oh, lo sé, yo tampoco debería de estar vagando sin rumbo por aquí pero, vaya, quizá esa sea una buena razón para que no se mezcle con alguien como yo, caballero. – Dejé esa frase en el aire. Al fin y al cabo, no parecía reconocerme (¿sería extranjero, tal vez?) y eso me dejaba cierta libertad a la hora de expresarme y hablar. Claro que, del mismo modo, también yo desconocía su identidad.
La suave brisa nocturna alborotó mis cabellos, echándolos hacia atrás de tal modo que mi rostro y hombros quedaron al descubierto. Ni siquiera me inmuté. Continué con la mirada clavada en aquel desconocido que si bien seguía despertando ciertas dudas para mí, debía reconocer que había despertado mi interés. Todavía con aquel persistente sonrojo, sentí cierto nerviosísimo crecer dentro de mí cuando observé que continuaba avanzando, sin apenas inmutarse, aunque con un andar sereno, lento, parecía que me diese la oportunidad de marcharme si no me interesaba su compañía. No quería mostrarse amenazador, de eso no cabía duda, pero aquello no relajó demasiado mi cuerpo. Si la vida me había demostrado una cosa es que jamás de debía bajar la guardia.
Aparentando naturalidad y serenidad en todo momento, volví a hablar, con una suave sonrisa que pretendí que no fuese tan dura y recriminatoria como la anterior.
- Tenga cuidado, señor. El terreno es resbaladizo y, si se sigue acercando de ese modo, corre el riesgo de que caiga a las aguas. Sería una verdadera lástima, ¿no cree? – En mis palabras no pude evitar que resaltase cierta broma aunque debía reconocer que no pretendía detener su aproximación.
Digamos que, simplemente, como siempre, buscaba algo de diversión en las conversaciones. Al menos siempre que tenía ocasión, claro está, ¿y qué mejor ocasión que con alguien que me adjudicaba un total anonimato?
Con una ancha sonrisa en la boca y mucho más relajada, estiré nuevamente las piernas, cruzándolas entre sí, esperando que me alcanzase o, por otro lado, un mínimo traspiés que le precipitase cómicamente al lago. Ambas probabilidades eran apetecibles, aunque mi pare más traviesa se inclinaba por la segunda.
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Mensaje por Adrien J. Baldimore Sáb Ago 20, 2011 8:47 am

Cuando vi a la muchacha sonrojada, el rojo de su rubor contrastando con la palidez de su piel, no pude evitar recordar un cuento popular italiano que, muchas noches, me contaba mi madre antes de ir a dormir.
”Un hijo de Rey estaba comiendo. Al cortar un queso, se cortó un dedo y una gota de sangre cayó en el queso. Dijo a su madre:
-Mamá, quiero una mujer blanca como la nieve y roja como la sangre.
-¡Cómo!, hijo mío, si es blanca no es roja y si es roja no es blanca. Pero busca a ver si la encuentras.”

Yo ya la había encontrado.
La melodía de su voz me sacó de mi ensoñación.
-Muy amable por sus palabras, caballero, aunque le aconsejaría que las moderase. No le gustaría causar una mala impresión y manchar su reputación flirteando descaradamente con una dama, ¿verdad? Por no mencionar que no es el lugar idóneo para que alguien de su condición ande merodeando a ya tan altas horas de la noche.
-¿Por qué debería preocuparme por mi reputación, milady? ¿Sabe? Alguien dijo una vez que el hombre es un niño que ha dedicado toda la vida a limitarse, a verse limitado y a aceptarse limitado. Yo no tolero que las opiniones ajenas me limiten.
Si le he causado una mala impresión, no le puedo pedir disculpas, pues esta es mi forma de ser. Le ruego, sin embargo, que me perdone si en algún momento le he hecho sentir incómoda. Mi intención no era otra que la de halagarla, se lo aseguro.

Iba añadir, además (en tono bromista), que el material de su camisón era de primerísima calidad y que, por lo tanto, ella también pertenecía a la clase adinerada. Por ende, tampoco era correcto que ella estuviese esa noche en el lago, completamente sola.
Se me adelantó.
-Oh, lo sé, yo tampoco debería de estar vagando sin rumbo por aquí pero, vaya, quizá esa sea una buena razón para que no se mezcle con alguien como yo, caballero.
Le dediqué una sonrisa enigmática-. A decir verdad, me resulta usted interesante porque se salta las normas. ¿Vos también está cansada de las convicciones sociales, señorita?
La brisa echó hacia atrás su cabello y yo, hipnotizado por el brillo de su piel, empecé a avanzar hacia ella. Lo hice de forma lenta, pausada. Si quería conocerme, se quedaría quieta. Si por el contrario le parecía amenazante, se alejaría de forma disimulada o inventaría cualquier excusa para marcharse.
-Tenga cuidado, señor. El terreno es resbaladizo y, si se sigue acercando de ese modo, corre el riesgo de que caiga a las aguas. Sería una verdadera lástima, ¿no cree?
A pesar de sus palabras, quería conocerme. De lo contrario no sonreiría de forma coqueta ni estiraría las piernas, en señal de relajación.
-Sería una lástima si, además de caerme, me ahogase en ellas –comenté, observando las miosotas que crecían en el borde del lago. Con un sutil gesto de mano, las señalé-. Como en la leyenda de estas flores. ¿Sabe por qué las miosotas son conocidas, también, por el nombre de nomeolvides? Se dice que, hace muchísimos años, un caballero enfundado en su armadura cabalgaba con su prometida a orillas de un lago. Ésta vio, meciéndose en las aguas, unas flores azules, cuyo centro parecía un pentagrama resplandeciente de colores blanco y amarillo. La mujer, cautivada por la belleza de estas sencillas flores, le pidió a su amante que las recogiera. Éste, que no podía negarle nada a su prometida, se acercó al borde del lago, a pesar de que el terreno era sumamente resbaladizo. –Mientras narraba, empecé a avanzar yo también hacia las miosotas. Paso a paso, sin separar los ojos del suelo-. Desafortunadamente, después de desraizar las flores –alargué la mano y arranqué un ramo de miosotas-, el joven resbaló y cayó a las aguas del lago. La pesada armadura impidió que pudiera nadar y, sin poder hacer nada para evitarlo, comenzó a hundirse –di media vuelta y caminé hacia la joven de ojos penetrantes-. Antes de morir ahogado, sin embargo, arrojó las flores azules a su amada. Sus últimas palabras, antes de que su alma se extinguiera por siempre, fueron: “No me olvides.” De ahí el sobrenombre de las miosotas. –Por fin me encontraba al lado de la muchacha. Con una leve reverencia, le entregué el ramo de flores-. Afortunadamente, yo no he tenido que morir ahogado para ofrecerle este sencillo presente, digno de su belleza.
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Mensaje por Lyssandra M. Bardoux Sáb Ago 20, 2011 12:51 pm

Sus palabras eran embriagadoras, atrayentes y aquella historia que narraba conseguía cautivarme de un modo inimaginable. Por un instante, cuando se acercó a las aguas para recoger las singulares flores, me asaltó el miedo de que cayese a las aguas, y mi cuerpo se tensó en el acto. Luego, más relajada, comprobé como se volvía hacia mí nuevamente, portando ese maravilloso ramo. Se inclinó, justo en frente, tendiéndomelo y, por un motivo que desconocía, la emoción fue tal que no pude evitar esbozar una amplia sonrisa, al tiempo que me apresuraba por extender las manos para recibir el obsequio. Mi piel tocó la suya y, de inmediato, algo semejante a una corriente eléctrica atravesó todo mi cuerpo. No fue desagradable, al contrario; el cosquilleo todavía perduraba a lo largo de mi espina dorsal cuando aparté con lentitud mis manos de las de él, acercándome el ramo de flores al rostro para tratar de camuflar la sonrisa tras los pétalos.
Se sentó justo a mi lado, la distancia era escasa aunque aquello no me resultó incómodo. Estaba inusualmente relajada ante su presencia, por lo que volví a hundir las piernas en el agua cristalina, con la vista clavada en los pétalos azulados que me dedicaba a acariciar meticulosamente con las yemas de mis dedos. Tardé unos instantes en volver a mirarlo, aún sabiendo que él no apartaba la vista de mí. El viento volvió a hacer acto de presencia, colocando sobre mi rostro algunos mechones de mi cabello negro.
- Ha sido una historia preciosa, al igual que su gesto. - Fue entonces cuando lo miré y aquellos ojos azules parecieron brillar de un modo indescriptible bajo la luz de la luna. - Gracias. - musité, volviendo a inclinarme para deleitarme con aquel magnífico aroma. Luego, para tratar de liberarme de aquella repentino estado cohibido, traté de bromear. - Admito, señor, que tiene un don innato para camelar a las mujeres. - acompañé mis palabras con una sonrisa divertida y aquello le arrancó una carcajada.
Sus ojos, no obstante, volvieron a brillar, aunque, en aquella ocasión, lo que vislumbré en ellos fue cierta picardía.
Aquel desconocido me resultaba de lo más interesante y misterioso. Poseía algo, no sabía describir el qué, que me arrastraba a querer conocerle. Compartía mis postura sobre la sociedad y sus ridículas normas, pensaba de un modo similar al mío, se comportaba con una elocuencia también parecida. ¿Había encontrado a otra persona de la alta sociedad parisina que sabía pensar por sí misma? Aquello era una gran novedad.
La brisa se arremolinó en las aguas, danzando sobre su superficie y creando suaves ondas en la apacible luna reflectada. Volví a alzar la vista al cielo y, sin saber como, mi mano volvió a encontrarse con la suya sobre la fresca y húmeda superficie próxima a las aguas. Sentí su sonrisa sin ni siquiera tener que girarme nuevamente para verle y, siguiéndole el juego, aparté la mano para dedicarle una mirada coqueta y seductora.
- Por cierto, ¿qué le ha traído, pues, a esta zona del bosque, caballero? ¿No era capaz de conciliar el sueño? - Cambié de tema, lo cierto es que tenía curiosidad por averiguar sus razones, como por saber acerca de él, por lo menos, su nombre. ¿Podía ser posible entablar una conversación con alguien de quien siquiera conoces su nombre? Desde luego, aquella conversación, aquel encuentro, no era algo habitual, al igual que no era habitual un hombre como aquel.
Acompañando a mis palabras, me recosté sobre el suelo, sintiendo su dureza bajo mi espalda, al igual que el cosquilleo y el olor de la hierba fresca que crecía tras las pequeñas rocas.
Alcancé una de las flores que me había entregado, para llevarla a mi rostro mientras fijaba la vista en los infinitos puntos titilantes. Él, me fijé, me observó con una ceja enarcada, mas no cambié mi postura y me limité a dedicarle un pequeña encogimiento de hombros. La noche era mágica y quería disfrutar de ella.
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