Atardeceres con olor a Incienso [Libre]

Había presenciado un largo día entre la espesura de un bosque. Escondiéndose de la llegada, soledad. Una ridícula idea si se nota que la pelirroja estaba sola y había pasado sola la mañana y tarde. Pero aun así se imaginaba rodeada de tanta naturaleza e incluso llegó a hacerse creer la absurda fantasía de que ello le traería consigo la sensación de compañía. Se adentró al bosque como si se tratase de un alma casual que llegó por culpa del destino y se instaló al pie de un gran roble.

Desde allí contempló la llegada del mediodia, la tarde y el caer de la noche. Avistó el teñir de los cielos. Los brillantes colores de una fresca mañana sin nubes pavorosas que amenazaran con comenzar a llorar; la melancolía de la tarde parsimoniosa que pulcramente se cubre del azul de mar y la destreza del crepúsculo al dar las primeras señales de los astros en el cielo que cobijan con su manto cargado de centellantes estrellas.

Obvio, no se paso todo el día refugiada en aquel árbol, sino que se dio el lujo de pasear por sus alrededores sin el temor de perderse, puesto que sabía perfectamente su ubicación gracias a las líneas de luz. En este tipo de ocasiones agradecía su don inmensamente. Ser bruja terrenal tenía sus ventajas. Y en momentos como éste los apreciaba más que nunca.

Aguardó entre sombras viendo las horas pasar. Enagenada por la naturaleza. Ensimismada en sus divagaciones. Soñando despierta. Fantaseando con un fortuito futuro. Soltó miles de suspiros, se encontró sollozando en el silencio y encontrando la superación de una alma sola que encuentra cobijo en la quietud de la vida. A veces reprochó su insensatez y falta de valor, otras tantas veces se creyó fuerte y poderosa. Sus sentimientos cambiaron, transformándose en solo recuerdos de un día donde la productividad quedó relegada a un encuentro consigo misma. Era extraño pensar que una salida como ésta le iba a traer una revolución entre su yo de hoy, su yo de ayer y sus otros tantos yo que creía olvidados.Y por fin al encontrarse con la verdadera Galatea se sentía agotada y un poco frustrada porque se daba cuenta de su realidad. Su cruda y cruel realidad.

Lamió sus labios mirando los últimos vestigios de luz en el cielo cuando se propuso volver. Emprendió el camino de regreso a su hogar mientras el cielo continuaba pintándose de negro y en el bosque se instalaban las burlonas sombras. Se abrazó a sí misma porque el viento se volvía frío a medida que se adentraba la noche. Pretendió llenar el silencio con su tarareo pero desistió al escuchar un ruido en su cercanía. Con siguilo caminó esperando no encontrarse con algún animal salvaje..., aunque lo que encontró no fue precisamente lo que esperaba.

Se detuvo a dos metros de distancia del extraño, mientras Mozambique le observaba con una mirada calculadora pero hasta cierto punto afable. Pudo percatarse de que se trataba de una bruja cosa que en primera instancia le emocionó porque hacía tanto que no veía, ni charlaba con ninguna criatura de su misma especie. Se acercó a la bruja con una mirada curiosa y un tanto extrañada -Hola, buena noche- saludó con voz pausada y amistosa al tiempo que acomodaba uno de sus enmarañados rizos.