Victorian Vampires
Recuerdos de un ayer y un presente…  a tu lado, Astra. 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Alan Sáb Sep 03, 2011 7:37 pm

Aquel día, parecía más triste y más frío que de costumbre, ¿qué pasaba?, ¿por qué esa cara larga, Alanié?. Sus pies se desplazaron por última vez por aquella habitación, que le perteneció por tantos años, la mayor parte de sus pensamientos habían nacido allí. Aun pensaba en el momento en que Fenrir, tomaba sus botas y caminaba hacia la salida, luego de dejar salir aquellas palabras, donde había hecho que el vivo corazón de la muchacha se rompiera en mil añicos. “Mañana partirás a casa de Sara Ascarlani como siempre quisiste, ella tiene la suficiente posición e influencias para protegerte y llevarte al siguiente nivel”, ciertamente lo tenía todo, incluso amor, pero… no deseaba irse de su lado, claro que no… había estado con él, desde que su memoria funcionaba como correspondía, sin embargo, era algo que a él no le importa mucho, sus ojos se cerraron, acariciando la suave seda de la cama, para volver abrirlos. No lloro, no rogo, tampoco demostró el dolor que sentía al tener que partir, sonrío a todos los empleados con los cuales había estado desde pequeña, como siempre. Comió en la mesa del Vampiro, como siempre, pero simplemente no volvió a posar sus luceros en él. “Puedes tomar todo lo que desees de aquí no tengo problemas con eso… Si Sara esta juiciosa como creo ella se encargara de tu futuro prospecto”, se retiro unos centímetros de la cama, bajando para observar debajo de esta, allí había maleta café, la saco y abrió, poco a poco se desplazo hasta el closet, sacando de ese lugar un vestido que Sara le había regalado, además de tres vestidos viejos, junto con ello también un collar de conchas que una mujer le había dado tiempo atrás, se quitó la ropa que traía puesta ese, tomando el vestido más viejo de todos, para posarlo en su cuerpo, guardo unos cuantos libros infantiles y un violín. Volteó ligeramente el cuerpo, para comenzar a tocar con su pie izquierdo las tablas, hasta encontrar una suelta, bajo hasta ella y saco lo que había escondido en un estrecho hueco, ahorros… si, pocos, pero podrían servir.

Y hora de partir, la servidumbre se despidió con una notoria pena en los ojos, pero el carruaje la esperaba, era de noche… y él no estaba allí para despedirla. Dio una leve sonrisa, subiendo hasta sentarse en aquel transporte, sin darse cuenta las lágrimas por fin recorrían sus mejillas, luego de escuchar, el “arre” de su conductor, mientras saliva se atascaba en su boca, retorciéndose de dolor, tomando el vestido para llevarlo a sus labios y ahogar un grito. Una lluvia comenzaba a hacer de las suyas, borrando las marcas de las ruedas sobre el barro, ocultando todo rastro que dejasen, ese rastro que comenzaba a separarla definitivamente de él, volviéndose largo… el conductor se detuvo, tras escuchar el lamento de la mujer, bajando y abriendo para preguntar qué le pasaba, si estaba bien, entre otras tan normales interrogantes, aquel humano la había visto durante crecer, correr, y incluso regodearse a donde ir, éste la rodeo con sus brazos, acunándola, - Señorita… - dijo, con dolor al verla de aquella forma, del modo que nunca antes nadie le había visto, solo Fenrir.

-Dejadme ir, por favor – rogó tomando por los brazos al hombre – os suplico… - dijo negando, mientras intentaba a callar cada sollozo de sus labios, - yo… - musitó aquel viejo hombre, asintiendo. Alanié se levanto, tomando la maleta liviana, abrazándole con fuerza para comenzar un camino sin retorno. Con el tiempo busco donde ir a parar, un lugar donde hospedarse, nada lujoso por lo demás… los ahorros no alcanzarían para siempre, y era un ser vivo… necesitaba comer, intento dar clases de piano, pero nada funcionaba, estaba perdida en un naufragio, además de ya no ser ella, se sentaba cada día a mirar por una pequeña ventana, como se ocultaba el sol, hasta que sus ojos se cerraban… de cansancio.

Pero el dinero se acabo, las clases rechazadas muchas veces, otras tantas no podían pagarle lo que le correspondía, hasta que un día fue echada del lugar donde se encontraba por no poder pagar el hospedaje, sin embargo el orgullo era demasiado grande, quizás… era algo que el mismo Fenrir le había contagiado, solo quizás… o solo quizás era estúpida. El tiempo pasaba lento para ella, pero rápido para los demás, el dolor no desaparecía, hasta que un resfrió la hizo caer, busco una casa abandonada cerca de una Laguna, allí vivió mientras pudo, aun así el resfrió se volvía cada vez más fuerte, hasta no poder levantarse más. Cerrando sus ojos.

“Aquel cazador aun le seguía, en sus peores pesadillas, no había nadie que la sacara del agujero en el que poco a poco se sumergía, y los gritos se escuchaban con fuerza. Una pequeña niña se desplazaba por entre la maleza, mientras una sombra la perseguía, hasta enredarla en sus garras, tocándola y manoseándola. – Ayuda… - rogó, entre lágrimas, sintiendo el más y vivo temor, uno que le removía el alma, que le erizaba la piel, apretando su estomago.”

Aquel día sintió por primera vez en meses, una cama cálida, mientras que una fría mano tocaba la suya, casi de manera protectora, sus ojos se abrieron lentamente, dejando pasar la luz de una vela y una voz femenina que se colaba por sus oídos, pero sus ojos volvieron a cerrarse, estaba cansada... No sabía exactamente cuantos días habían pasado, si embargo aquella dulce voz, volvió adentrarse en su mente, llamándola… la misma voz, que la ayudaba con cada pesadilla, porque desde el día en que había dejado aquel hombre, estás habían vuelto, haciéndola gritar entre sueños y fiebre alta, tratando de tomar la mano de alguien quien la ayudara. Allí estaba, parpadeo un poco, mirándole… una mujer de cabellos rubios le observaba.

Desde aquel día, no se volvió a separar de Astra, aquella mujer se había vuelto en la única persona que había podido apaciguar las pesadillas, no por completo… pero ya no eran tan seguidas, salía a dar clases de violín, aunque esta jamás le pidiera nada a cambio, sabía que debía irse… y no estorbarle, aun así no deseaba hacerlo, porque estaba bien a su lado. Ese día volvió más temprano de lo común, para poder ver a Astra, el resfrió había pasado, más no las grandes ojeras, no lograba conciliar del todo el sueño, porque el hombre que una vez llamo por padre siempre aparecía en su mente. Su corazón... aun la hacia pensar en Fenrir, a pesar de negarlo, incluso a ella misma.

Observo a la pelirrubia, - Hola… -susurro, con una dulce sonrisa, sin apartar la mirada en la Vampira.





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Recuerdos de un ayer y un presente…  a tu lado, Astra. Empty Re: Recuerdos de un ayer y un presente… a tu lado, Astra.

Mensaje por Astra H. Pannonius Lun Sep 05, 2011 11:03 am

La monotonía de los días ya me era una costumbre arraigada, mirar el mundo desde distintas perspectivas jamás me aburría y mucho menos la soledad, des que Athan despareció. Al menos el negocio próspero mantenía mi débil atención activa, seguramente era de aquellos periodos en que no deseaba hacer nada. Volví a viajar a Suiza, a aquella vieja mansión donde me había abandonado no en búsqueda de más dolor para sobrevivir sino para aclarar mi mente de viejos fantasmas, de darme cuenta de que he podido sobrevivir sola todos estos años sin que ningún ente vele por mi bienestar. “Las acciones de vuestra empresa está repuntando en Francia Señora Pannonius, si continuamos así puede establecerse cuando desee” Es de completo agrado llevar la contra de los estereotipos femeninos de esta época, ser integra y no doblegarme ante cualquier idiota que pretende saber más que yo. Ahora me encuentro de pie apoyada contra ese gran ventanal de mi antigua habitación exquisitamente decorada de hermosas telas doradas ahora ya sucias y roídas por el paso de los años, un suspiro casi humano escapa de mí mientras me reincorporaba para salir de allí. Quisiera vender este lugar, pero debía tener un segundo refugio. El carruaje partía apenas se ocultó el sol, las cortinas se encontraban sujetas para ver el paisaje nocturno iluminado por la luna llena, me incline hacia aquella pequeña ventana levantando la mirada hacia la dama blanca mientras mi mano tocaba aquel dije de mi madre casi de manera desesperante, mi mano temblaba casi de manera imperceptible. No le temía. Regrese a mi asiento esperando cambiar de idea de forma rotunda, dirigiendo mi mirar hacia aquel montón de papel sujetos por un lazo de cinta azul…allí estaba los documentos de poderío de la mansión en Francia, aquella gran construcción abandonada amueblada con demasía, amueblada con los más finos muebles y pinturas originales, custodiado por un reducido grupo de sirvientes y aquella ahora anciana ama de llaves. Los excesos monetarios aumentaban cada año y debía gastarlos con inteligencia ante cualquiera, pero aquello era un asunto a tratar más adelante.

El jardín estaba despreocupado, al igual que la gran fuente que invitaba a las personas a curiosear gracias a aquellas dos esculturas de cisnes, pero desde que los sirvientes comenzaron a enfermar y a morir, todo tomo un notorio abandono. Al llegar a la gran puerta de entrada era solo yo y el conductor, quien tuvo la gran misión de buscar nuevos empleados…oh el señor Schongut siempre será mi único y más leal sirviente y amigo, lástima que la edad no le acompañe mucho. El conocía mi secreto y jamás temía de mí ya que siempre mencionaba que era el único recuerdo viviente de su hija Ámelie, muchacha muerta por un brote de cólera. Las grandes cortinas de terciopelo azul se encontraban juntas en cualquier habitación de la mansión a la hora del amanecer, mis pasos retumbaban a gusto por aquellos pisos enlozados mientras miraba con cautela esperando no encontrar sorpresas de ningún tipo. Ya en la segunda planta, zona de las habitaciones, pudo aparecer lo que ahora era un cambio repentino en mi vida extensa, quizás el hecho de verla sobre una de las camas empolvadas oyéndola gritar a causa de la alta fiebre me hizo comprender que ya no debía buscar, sino actuar. Encendí un par de lámpara de aceite y la acomode de la mejor manera posible en la gran cama recogiendo su cabello en una delgada trenza sujeta por un trozo de tela, sentí esa amargura en mi pecho primero por saber su origen cambiaformas, como también el entender de que su vida estaba en mis manos. Me arremangue las delicadas mangas de mi vestido mientras corría con gran velocidad bajando hasta el primer piso en busca de una fuente enlozada de porcelana y agua fría. Rebusqué en el gran armario de la habitación principal en busca de un pañuelo lo suficientemente grueso para mantener fría su frente el mayor tiempo posible. No me despegue de su lado en ningún momento, quizás pudo verme cuando despertaba de aquellas horribles pesadillas mientras yo tomaba una de sus manos para que sintiera que ya no estaba sola. Para mi suerte Monsieur Shogunt llego a tiempo con un bien provisto grupo de sirvientes quienes me ayudaron en la ardua tarea de mantener la chica con la fiebre baja, como también volver a darle ese ínfimo toque de vida a la morada bajo mi mando.

Todo tomo color; los jardines florecieron hermosamente decorando las extensiones de las inmediaciones de la mansión, la fuente volvió a funcionar como en sus años de gloria, unos cuantos perros de caza revoloteaban por los jardines delanteros…todo esto mientras Alanié se recuperaba de manera lenta. La invité a que se hospedara el tiempo que deseaba ya que no había ningún inconveniente en acogerla, los sirvientes se habían acostumbrado a su delicado trato como también a mi naturaleza, era un pequeño mundo dentro de esta zona residencial. Confidentes y compañeras, casi una madre para ella siempre pendiente de su salud y recuperación. Ordene que prepararan una de las habitaciones para ella; lleno de vestidos de toda clase como sombreros y finos calzados, violines y un hermoso piano de cola negro. Este es su nuevo hogar y yo jamás seré capaz de negarle lo que ahora le he brindado.

Ya cuando su salud fue estable obtuvo el permiso del doctor para salir, Monsieur Shongunt la trasladaba a su clases de música mientras yo reposaba en el salón de lectura, el cual mande a provisionar de nuevos libros de todo tipo. Mi cabello se encontraba casi completamente suelto, decorado de un hermoso trenzado que despejaba mi blanquecino rostro, aquel vestido celeste con delgadas líneas blancas ayudaba a resaltar mi palidez pero le brindaba un toque de misticismo casi atractivo. Levanté la mirada hacia la puerta esperando que Alan apareciera pronto, es fácil acostumbrarse a sus débiles pisadas.- Buenos tardes Alanié –una sonrisa pequeña se marcan en mis delineados labios, gustaba de tenerla en casa-


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