AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Arlette- Vampiro Clase Baja
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Re: ø¤º°`°º¤ø,¸¸,ø¤º° Ríos de tinta °º¤ø,¸¸,ø¤º°`°º¤ø
por Arlette Mar Sep 06, 2011 7:52 am
Estimado diario,
Hoy he estrenado un nuevo cuadernillo en el que dejar que la tinta ponga palabras a mis recuerdos, a mis pensamientos y sentimientos. Éste es ya el diario número 662 en mis más de 777 años de vida y creo que éste, será el más conmovedor, sea en el sentido que sea.
Hace varias semanas que me he instalado definitivamente en la ciudad de París, en Francia. Sí, parece muy alocada dicha idea, ¿cierto? Es decir... ¿qué me ha llevado hasta aquí? Justo... ¿a París? Quizás fuese el destino... o quizás la idea de conocer a mi creador. Oh, sí, me reencontré con él después de siete siglos de intensa búsqueda. Nuestro encuentro fue la primera anécdota desde que llegué a tierras francesas y quizás Bernard -así es como se llama él- es el motivo por el que decidí asentarme durante una larga temporada, por lo menos, él fue la primera persona por la que pensé en quedarme, pero no la única.
Mi encuentro con él fue extraño, realmente. Era como si ambos hubiéramos sentido una llamada que nos gritaba que debíamos estar en un lugar y a una hora en concreto. La primera impresión que tuve, sinceramente, fue de admiración hacia su persona. No obstante, según la conversación avanzaba aquella idea iba perdiendo sentido, hasta rebajarle más abajo de mis talones. Su forma de pensar me parecía realmente triste, casi como si no tuviera ilusión por la vida que le había sido concedida. Aquella idea me enfurecía, sin comprender por qué no aprovechaba la eternidad que le había sido otorgada. Lo que veía en aquél vampiro era un ser totalmente insensible, la viva estampa de un inmortal.
Aún así, charlamos un poco de nuestras vidas, pese a que Bernard era muy reservado y a penas quiso decir algo de él. Pero era suficiente. No necesitaba saber a qué se dedicaba, qué clase de vida llevaba, si estaba enamorado o si era un cruel asesino serial. Me bastaba con verle el rostro y saber su nombre. Era como un padre al que abandonó a su hija al nacer. Y sólo la curiosidad me llevó hacia él, pues nada más me ataba a aquél ser de difícil descripción.
Sólo le vi aquella noche. A partir de entonces, desapareció sin dejar rastro. Tampoco es que me importara en exceso, pero quizás la idea de tropezarme con él de vez en cuando me hacía sentir algo aliviada, como si supiera que él era mi ángel de la guarda. Pero nunca más supe de él. Quizás murió. Quizás se marchó de París sin despedirse. Quizás estaba metido en problemas. Fuese como fuese, mi interés hacia él había sido satisfacido y ahora poco me importaba su vida.
Aunque siempre será mi creador, mi Padre.
Sé que te debo más historias y de hecho, te aseguro que las tendrás. Sin embargo, el día empieza a aclarear tras la cortina de mi ventana y es hora de descansar. Espero que mañana pueda seguir narrando cada uno de mis pasos. Quizás, hasta que ésta pluma quede exhausta. Quizás hasta que ésta tinta desaparezca tras éstas páginas. Hasta entonces,
Eternamente tuya.
Eyra Erikdottir
Hoy he estrenado un nuevo cuadernillo en el que dejar que la tinta ponga palabras a mis recuerdos, a mis pensamientos y sentimientos. Éste es ya el diario número 662 en mis más de 777 años de vida y creo que éste, será el más conmovedor, sea en el sentido que sea.
Hace varias semanas que me he instalado definitivamente en la ciudad de París, en Francia. Sí, parece muy alocada dicha idea, ¿cierto? Es decir... ¿qué me ha llevado hasta aquí? Justo... ¿a París? Quizás fuese el destino... o quizás la idea de conocer a mi creador. Oh, sí, me reencontré con él después de siete siglos de intensa búsqueda. Nuestro encuentro fue la primera anécdota desde que llegué a tierras francesas y quizás Bernard -así es como se llama él- es el motivo por el que decidí asentarme durante una larga temporada, por lo menos, él fue la primera persona por la que pensé en quedarme, pero no la única.
Mi encuentro con él fue extraño, realmente. Era como si ambos hubiéramos sentido una llamada que nos gritaba que debíamos estar en un lugar y a una hora en concreto. La primera impresión que tuve, sinceramente, fue de admiración hacia su persona. No obstante, según la conversación avanzaba aquella idea iba perdiendo sentido, hasta rebajarle más abajo de mis talones. Su forma de pensar me parecía realmente triste, casi como si no tuviera ilusión por la vida que le había sido concedida. Aquella idea me enfurecía, sin comprender por qué no aprovechaba la eternidad que le había sido otorgada. Lo que veía en aquél vampiro era un ser totalmente insensible, la viva estampa de un inmortal.
Aún así, charlamos un poco de nuestras vidas, pese a que Bernard era muy reservado y a penas quiso decir algo de él. Pero era suficiente. No necesitaba saber a qué se dedicaba, qué clase de vida llevaba, si estaba enamorado o si era un cruel asesino serial. Me bastaba con verle el rostro y saber su nombre. Era como un padre al que abandonó a su hija al nacer. Y sólo la curiosidad me llevó hacia él, pues nada más me ataba a aquél ser de difícil descripción.
Sólo le vi aquella noche. A partir de entonces, desapareció sin dejar rastro. Tampoco es que me importara en exceso, pero quizás la idea de tropezarme con él de vez en cuando me hacía sentir algo aliviada, como si supiera que él era mi ángel de la guarda. Pero nunca más supe de él. Quizás murió. Quizás se marchó de París sin despedirse. Quizás estaba metido en problemas. Fuese como fuese, mi interés hacia él había sido satisfacido y ahora poco me importaba su vida.
Aunque siempre será mi creador, mi Padre.
Sé que te debo más historias y de hecho, te aseguro que las tendrás. Sin embargo, el día empieza a aclarear tras la cortina de mi ventana y es hora de descansar. Espero que mañana pueda seguir narrando cada uno de mis pasos. Quizás, hasta que ésta pluma quede exhausta. Quizás hasta que ésta tinta desaparezca tras éstas páginas. Hasta entonces,
Eternamente tuya.
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