If we ever meet again {Nypheria}

Otoño, otra vez. Año tras año las estaciones se sucedían sin nuevos cambios. Siempre en el mismo círculo, como una espiral sin fin. Atrapada dentro de esa caja de cristal con un montón de desconocidos que me robaban el oxígeno que necesitaba para vivir. Así era, me estaban quitando lo que era mío por derecho, mi propia vida. Pero no pensaba desistir en la tarea que me había encomendado el Señor. Por alguna razón debía haberlo hecho, todos teníamos un destino que cumplir y el mío parecía estar señalado como una carretera con pocas luces. Exacto, pero todavía no me había vuelto loca al menos, no decía incoherencias y podía mantenerme firme ante las largas y pesadas charlas sobre el soberano de tal país o sobre el tiempo que hacía en Francia. Conversaciones sin cabeza ni pies, sinceramente. No había nada allí que pudiera indicarle a una cómo era la dama del vestido negro, o el hombre del frac. Ni siquiera de aquella niña tan bien ataviada que se paseaba arrastrando tras de si una cola de sirvientes para satisfacer sus deseos.

Sin embargo aquel no era mi lugar en esa tranquila noche. Debía dirigirme a una pequeña reunión con un compañero y tras aquello sería libre de ir a donde quisiera, argumentando mi ausencia con el hecho de una visita histórica a la zona más antigua de París. En cambio, lo único histórico que iba a visitar sería en mi cabeza, por que por lo demás no tenía ni las más mínimas intenciones de pisar un teatro, un museo ni nada parecido. Siempre buscando aventuras nuevas, como si en vez de ser una mujer adulta fuera una cría de cuatro años. Nadie podía quejarse por eso, había perdido mi infancia entre tormentos en sueños y debía recuperarla si quería seguir adelante. Nadie podía vivir sin niñez, sin haber experimentado aquella alegría propia de los infantes que tan bien servidos estaban y una expresión risueña en el rostro. Sin saber todavía lo que les esperaba en un futuro. Era una niña armada, preparada desde pequeña para matar sin piedad. Tras este rostro de aparente mujer hecha y derecha se escondía, al menos debería, una máquina perfectamente entrenada. ¿Lo era? Quizás.

Descalza caminaba por la plaza. ¿Quién podría juzgarme? Cualquiera que se atreviera a levantar un dedo después se las vería con mi familia. Y de todas maneras el vestido tapaba medianamente bien mis pies desnudos. Era una sensación agradable la de sentir el suelo directamente en las plantas de los pies. Sin zapatos molestos de por medio ni tiras demasiado apretadas que terminaban dejando señales. No necesitaba todo aquello, quería sentir las cosas de primera mano. Quizás de demasiado cerca. Noche cerrada, en la calle, sin saber bien a dónde ir. Pero sin querer moverme. Cosas extrañas de la vida, aquellas. Estaba tensa, lo notaba. Buscaba algo de pelea, ¿no? En mi mente lo sabía, pero lo negaba. Necesitaba sentir la adrenalina del momento, peligro o algo semejante. Una inyección natural de acción para el cuerpo. Y seguro que la encontraría, sí.

Me di la vuelta lentamente entrecerrando un poco los ojos y sonriendo de lado. Premio, al parecer aquella noche me había tocado el gordo. Al menos ya tenía una distracción asegurada para las siguientes horas de martirio que me quedaban. Ya fuera para bien o para mal, aunque mejor que fueran para mal. La gente acostumbraba a ser buena en algunas cosas, y mejor en las otras. En mi caso prefería el camino tortuoso donde se me clavaran los guijarros sobre la piel hasta sangrar. Y eso conseguía la mayoría de las veces.

No había fallado a la hora de hacer mi elección, estaba claro que aquella mujer que tenía a unos escasos metros no era tan solo una humana cualquiera. Además de que todo en ella gritaba que era de alta clase, guapa, bien vestida, con un hombre que parecía recién salido de la aristocracia. Todo lo indicaba, pero además ese brillo especial que desprendía les indicaba las las personas que sabían del mundo sobrenatural que no era una mujerzuela cualquiera que paseaba con su hombre por la calle tranquilamente. Y menos de noche y por aquella zona que era tan poco transitada en ese momento. Y justamente eso era lo que estaba buscando en ese momento. Lo necesitaba como un alcohólico necesitaba su droga. Llevaba la pistola metida debajo de las faldas como siempre, además de algunas otras cosas. Pero de todas formas no podía sacarlas allí mismo por que llamaría demasiado la atención.

Me fijé en como la muchacha le murmuraba algo al hombre y este daba media vuelta y volvía por el mismo sitio por el que habían llegado a la plaza. Perfecto. En aquel momento nos miramos mutuamente durante unos instantes, y sentí como una sonrisa extraña volvía a asomarse en mi rostro. Era muy posible que me llevara un buen par de golpes aquella noche, pero al menos me entretendría durante un tiempo y quién sabía si terminaba saliendo triunfante de esa situación. Vi como se daba la vuelta y se adentraba en uno de aquellos callejones que daban a la plaza. Así que buscaba un sitio alejado de la luz y las personas para poder estar más cómoda, ¿no? Bueno, pues por un día iba a darle aquel gusto. Me di la vuelta durante un instante para asegurarme de que nadie estaba fijándose en mi cuando me dirigía hacia aquel lugar oscuro y abandonado, prácticamente solitario.

Muchos habrían pensado que estaba loca adentrándome allí, con la de cosas que podrían haber. Por suerte sabía perfectamente qué era la muchacha que caminaba unos pasos por delante de mi como si el mundo se hubiera detenido y tuviéramos todo el tiempo del mundo. Bueno, al menos yo lo tenía. Nadie se atrevería a preguntar dónde había pasado la noche si estaba con un hombre. Era un insulto además de una desfachatez. Algo bueno iba a tener el hecho de pertenecer a la alta sociedad. Me aparté ligeramente los cabellos del rostro mientras caminaba entre las sombras y me detuve, lanzando el par de zapatos que llevaba en la mano a un lado del callejón. Seguro que algún mendigo de clase baja los cogería si se los encontraba y terminaría vendiéndolos. Tanto me daba que lo hiciera.

— ¿Dando un paseo nocturno?— pregunté, sin alzar la voz. Sabía que me podía escuchar perfectamente aunque simplemente murmurara. Me apoyé de forma casual en la pared cruzando los brazos, solo me faltaba el puro y el traje para parecer un hombre recién salido del ejército. Sin embargo estaba tan tranquila como siempre, o al menos por el momento no había razón alguna para alterarse. Aquella majestuosa vampiresa no parecía muy alterada, así que las cosas podían salir dios sabía cómo. Y el desconocer el futuro solo hacía que el presente fuera todavía más interesante y árduo. Exactamente lo que yo buscaba.— ¿O es que acaso no puedes dar uno a la luz del sol?— chasqueé la lengua y sonreí un poco.— Ah, qué tonta, se me olvidaba. No puedes, claro. Sino alguien tendría que recoger tus cenizas esparcidas por el suelo.

En un segundo podría despedazarme si le daba la gana, bien claro que lo tenía. Pero ahí justamente estaba lo más emocionante de todo. No saber qué haría. Además de que el juego se le haría demasiado corto si me hacía trizas tan pronto o al menos lo intentaba. Ya decían que a las bestias les gustaba jugar con su comida antes de terminar con ella. Estaba segura de que esa no era una excepción.

Ay, algo se me había clavado en el costado del pie. Hice una ligera mueca mientras apartaba aquel objeto desconocido a un lado en un rápido movimiento y después me agaché ligeramente para volver a ponerme bien las faldas, que se habían salido de su sitio con tanto moverse de arriba para abajo. De acuerdo, no era la dama más perfecta del mundo, tenía muchos desperfectos en ese ámbito y la verdad era que en realidad tampoco quería llegar a serlo. Odiaba pensar en el hecho de tener que casarme algún día con un hombre veinte años mayor que yo solo por su fortuna y su riqueza, y tener que aportarle hijos varones para que el linaje y la herencia de la familia no se perdieran en el olvido. Eso les pasaba a las familias con hijas, no varones. Me sacudí ligeramente las ropas y después volví a enderezarme, en una postura tan recta como siempre me habían enseñado.

Observando sus movimientos una se daba cuenta de algunas cosas, pero en aquellos ojos que me resultaban complicados de apreciar en la oscuridad no podía más que contemplar vacío. Era lo que tenía el alma de un ser como ella, no se podía ver nada más detrás de esa superficial capa. Dios sabía que no debía fiarme de aquella criatura, incluso viendo como se acercaba con pasos tranquilos como si fuera de forma casual, como si no pretendiera nada detrás de aquel rostro indescifrablemente cruel pero hermoso a la vez. Seguro que tenía segundas intenciones, y sabía que tenía una baraja de posibilidades inmensa en las manos, entre las cuales podía escoger la que fuera más divertida. Claro, que el temor no era algo que se pudiera infundir en alguien que llevaba años con gente de su calaña. ¿Gente? No, gente no. Monstruos. Ese era el término apropiado para usar con los vampiros, los licántropos, los brujos, cambiantes y todo ese tipo de mugre que se movía por las zonas ocultas de la ciudad tratando de pasar desapercibidos para que no les arrancaran el pellejo.

Los humanos a menudo pecaban de soberbia, de orgullo y egocentrismo. Bien, el mundo no era nuestro, pero al menos nos habíamos declarado públicamente como posibles invasores sobre las otras especies. Ellos ni siquiera habían hecho eso, vivían a la sombra de los otros. O al menos así lo veía yo. Aprecié la sonrisa que aparecía en sus labios, igualando a la mía propia, el desden se notaba de kilómetros lejos se quisiera o no. Ella me odiaba por lo que era, y yo a ella. Quizás no me odiaba, pero sí despreciaba. Seguro que en su mente se estaba imaginando que era como aplastar a una cucharacha. Pero mala hierba nunca muere, ¿verdad? Y yo era de las peores. Llevaba el veneno y la persistencia arraigados en la sangre que me habían otorgado mis parientes.

— Lo estoy. Sin lugar a dudas.— comenté, de forma casual, mientras observaba sus movimientos con mucha atención. La clave estaba en los gestos más pequeños. Por ejemplo, el hecho de que lo que había bajo sus pies fuera alcohol ya me daba una ventaja, solo una pequeña chispa y podía empezar a arder viva en cualquier momento. Pequeñas cosas. Sí. Sonreí ligeramente y después negué con la cabeza.— Las apariencias engañan. La edad debería habértelo enseñado.— dije. Le hablaría de vos si la considerara una persona, pero como no lo hacía no encontraba el por qué de aquel buen trato. Tutear a las personas era una falta de educación grave si no eran de confianza, y lo peor era que me daba rematadamente igual. Alcé ligeramente las cejas pasando por alto su gesto de falsa indignación.— Mayra.— me presenté, escuetamente.— El apellido no es necesario. No es algo importante ahora mismo.— y en cierta forma era verdad. Alzó la mano haciéndole un ligero gesto como dándole paso a presentarse también.— Espero lo mismo por tu parte ahora que yo me he dado a conocer.

La piel de sus manos quedó al descubierto cuando vi como se quitaba aquellos guantes y se los quedaba colgando en una mano. Me coloqué con parsimonia un mechón de cabello detrás de la oreja para que no me molestara mientras la observaba a los ojos, y, sin apartar la mirada, llevé la mano al interior de las faldas donde había un pequeño y estratégico agujero para poder coger cosas que llevaba... Muy bien escondidas. Agarré aquello y empecé a sacarlo de su funda mientras me tensaba ligeramente. Bien, hacía tiempo que estaba esperando aquel momento. Iba a disfrutar de verdad. Saqué la mano de entre las telas para descubrir por fin lo que tenía entre las manos. Algo mortal. Un tosco paquete de cigarrillos de alta calidad. Bueno, en cierta forma con el tiempo se hacía mortal, ¿no? No pude más que sonreír ampliamente mientras sacaba uno de aquellos finos cigarros bien liados y le tendía la caja por si quería uno de forma casual. Total, allí en las sombras nadie nos veía, y dudaba que la mujer fuera a chivarse después por aquella pequeñez. Había cosas más importantes.

— ¿Quieres?— pregunté, mientras con la otra mano rebuscaba el mechero.— Lo que no mata hace más fuerte.— me encogí ligeramente de hombros. Antes de la batalla los soldados oraban. Pues yo fumaba, por que así me relajaba paulatinamente y aún tieniendo la cabeza algo más embotada podía pensar mejor.

Como desearía tener una estaca a mano en aquel momento. Pero no, haciendo un recuento rápido en mi mente me di cuenta de que solo llevaba aquellas cerillas que había usado para encenderme el cigarrillo, la caja en si, una pistola y un poco de polvo de plata, nada del otro mundo. Así que mucho podía hacer, pero bueno. De todas formas ya me había metido en el lío y no tenía ninguna intención de salir huyendo tampoco. No era una cobarde, me habían enseñado a levantar cabeza siempre y mirar al enemigo a los ojos hasta el último resquicio de su vida. Así debía ser para que durante el resto de la eternidad recordara quién había dado fin a su corta – o larga – vida y lo había mandado al averno. El placer por hacer aquello era inconfesable, pero absoluto. Algunos sentían asco por la muerte, en cambio yo la disfrutaba, la sentía en mis manos, sentía como la vida escapaba poco a poco de aquellos férreos cuerpos que habían sido agujereados por dentro tiempo atrás. Ver una parte de la esencia vital ir al sitio a donde correspondía era un mérito personal.

El cigarro se extinguía rápidamente, por su parte. Seguía apoyada en la pared tranquilamente mientras veía como se movía. Desde luego se lo tomaba con toda la calma del mundo, pero no era nada extraño teniendo en cuenta que a menos que alguien la matara tendría toda la eternidad por delante para disfrutarla. O al menos unos mil años asegurados. Después ya nadie podía saberlo, quizás moriría por que sí. Quizás no. Quizás viviría hasta el fin de los tiempos, o puede que solo le quedaran escasos minutos. Eso no lo podía saber ni yo misma, y fastidiaba, en cierta forma me fastidiaba mucho. Saber el futuro ayudaría mucho, y más frente a seres como aquel que se movían a una velocidad superior a la normal. Los cazadores solo teníamos de nuestra parte el ingenio y las armas, poco más. Humanos, malditos humanos con cuerpos demasiado frágiles y sencillos de quebrar. Huesos rotos por doquier, sangre fresca para el monstruo. Algo que no se podía permitir.

— Eso había que decírselo a los caballeros que se pasan el día hablando y fumando puros mientras las señoras se dedican a hacer la colada en casa o cuidar los niños.— refunfuñé por lo bajo, aunque sabía que ella me podía escuchar sin problemas. Me fastidiaba mucho el hecho de que las señoras estuvieran tan subestimadas en la sociedad, pero sería una blasfemia que dijera eso en voz alta. Aunque por el momento nadie había prohibido que se lanzaran indirectas mientras no afirmara nada, ¿verdad? Bueno, pues allí estaba, lanzando indirectas por doquier. Era algo que me quemaba por dentro, por eso mismo siempre debía esconderme para hacer mi verdadero trabajo. Algo bastante triste, a decir verdad. Asentí levemente cuando me dijo su nombre.— Encantada, supongo.— torcí el gesto y después me dediqué a mirarla, a observar sus movimientos mientras se alejaba de donde estaba y se iba alejando paso a paso. Alcé las cejas lentamente.— ¿Quién ha dicho que quiera matarte? De momento que yo sepa no he hecho ni el intento.— levanté las manos.

Seguidamente lancé el cigarrillo a las oscuras sombras que cubrían el callejón viendo como solo la pequeña llama roja seguía avivada durante unos instantes, terminando por apagarse rápidamente. Bueno, ahora ya estaba mucho más tranquila y con la cabeza más fría. Sí, eso era justamente lo que necesitaba. Me incorporé separándome de la pared con toda la calma del mundo mientras veía como ella se movía hasta bloquear la salida del callejón. Vaya, pues sí que jugaba sucio la muchacha, que se pensaba que iba a salir por patas a la primera de cambio como una sucia rata. No, que va. Ahora ya no había salida. Luchar o morir, esa era la ley. Y no estaba dispuesta a morir por el momento, así que solo me quedaba una única opción que tomar. Sin pensármelo y sin titubear saqué la pistola de su funda y la cargué, sin demasiada prisa tampoco. Con la calma las cosas salían mejor, y Nyph no parecía tener mucho por hacer.

— Bueno, ¿qué es lo que viene ahora?— pregunté, aún a sabiendas de la respuesta. Solo quería oírlo directamente de su boca, oír cómo pronunciaba esas palabras. Sí, quería, claro que lo quería. Era un placer personal.

Parecía que teníamos con nosotros a una defensora de los derechos de la mujer. Como respuesta al panfleto que se había realizado denominado como “Derechos del hombre y del ciudadano” no había tardado la replica con el mismo nombre pero retirando el hombre por el mujer. No era de extrañar puesto que a lo largo de toda la historia había habido mujeres que sobresalían, pero aun así me resultaba un tanto ridículo que fueran siempre a la zaga del hombre, imitando en cierta manera. Si querían hacer algo, tendrían que superarlo. Si querían ser escuchadas, no deberían quedarse a la sombra de un varón y en cierta manera era lo que hacían más a menudo. Juraría que incluso la muchachita que tenía delante de mí haría precisamente eso. Bien, era cierto que resultaba difícil mantenerse en un mundo de hombres, pero lo que parecía que no entendían es que había una solución a todo aquello, al menos utilizable: las viudas podían hacer lo que quisieran siempre y cuando tuvieran una buena dote, cosa que no difería demasiado de la realidad para todo el mundo en la sociedad en la que vivían.

Menos mal que hacía mucho tiempo que me había alejado de esas estupideces. Era una de las muchas ventajas de ser alguien con tanto tiempo a las espaldas, con una fortuna que podía utilizar como quisiera y con diversas identidades que me proporcionaban la libertad suficiente como para moverme a mi antojo. No hubiera soportado, ni durante una mísera noche, que un hombre intentara controlar alguna de mis acciones tal y como hacían con las de las mujeres desde hacía siglos.

En un gesto pensativo, que seguramente sería tomado como algo completamente aleatorio, tomé uno de los tirabuzones comenzando a juguetear con él mientras observaba cada uno de sus movimientos, arqueando por un momento una ceja ante su comentario. ¿Pensaba que era tan estúpida como para no saber sus intenciones? Por los Dioses, aquella niña no sabía dónde tenía la cabeza.

— Me diréis entonces que solo queréis mantener una conversación llena de trivialidades sobre el tiempo el cual parece que va a enfriar.— comenté mientras una media sonrisa se deslizaba por mis labios observando sus movimientos siguientes. Arqueé una ceja mientras la miraba cuando comenzó a moverse sacando finalmente la pistola. Un lento suspiro de hastío se escapó de mis labios mientras la miraba y veía cómo la cargaba. ¿De verdad era todo aquello necesario? Con el desagradable olor que dejaba la pólvora en el vestido y además aquel era nuevo. Arrugué la nariz en un pequeño mohín. — ¿Qué comience la fiesta?

La pregunta flotó en el aire al tiempo que me movía hacia delante con rapidez sobrehumana. Había dejado un claro error en todo aquello: estaba claramente encerrada, con la espalda contra la pared podía tenerla protegida, cierto, pero al mismo tiempo se quitaba una clara vía de escape. Apenas unos segundos después mi cuerpo estaba pegado al suyo mientras sujetaba con firmeza pero sin utilizar toda mi fuerza la mano que aún sujetaba la pistola contra la pared mirándola a los ojos con mi rostro a unos pocos centímetros del suyo.