Lyra Prudence Godwin

Escucha el susurro de su lento caminar. Paso por paso, lentamente, como quien no quiere la cosa, se adentra en las sombras. Se pierde y aparece nuevamente. ¿Ves esa pequeña vela que ilumina sin intención? Es ella, que de a poco se extingue. Es Lyra, y su nombre quedará en tu memoria, incluso aunque no lo desees. Suspira despacio, y sus labios gastados te sonríen desde lejos. Te atrapan y encandilan. Teje, teje, pequeña araña, que algún día caerán en tus redes. Miente, miente, que algo queda, y comienza a creerse, de forma inconsciente, sus propios embustes. Ojos que alguna vez soñaron con una vida mejor, hoy son los retazos de memorias mal recordadas. Una existencia que nunca quiso, pero que lleva a cuestas, buscando la manera de seguir adelante. Eternamente condenada, no por el resto de la sociedad – porque poco le importan lo que de ella opinen – si no condenada por ella misma, y su caótica manera de ver la realidad. Tan fugaz como la estrella a la que pides un deseo, la mujer de cabellos color del sol, no es mas que una sombra que desearías tener en tus manos, pero que escapa de cualquier red, que desee atraparla. Huye despavorida, cobarde, siempre cobarde. Se esconde de las cuerdas que la atarían al otro.

Es que si te quedas con ella, te hundirás cual piedra en el agua. Es la perdición, vestida de profundidad y contradicciones. Es que Lyra no siente. No puede sentir nada, ya entumecida después de tanto tiempo a solas. Atrapada y estancada en un eterno martirio, es su cuerpo, una maldición, y su corazón, una rosa marchita, que ha perdido sus pétalos. El dolor físico le es ajeno, incapaz completamente de sentirlo, o siquiera imaginar cómo sería. Ha visto la cara de sufrimiento de los otros, y ha deseado poder soltar ese mar de lágrimas que limpia las penas. Y no puede. Aunque se clave una daga en el pecho, no podrá entonces descargar ese sentimiento bestial que despegaría de su cuerpo. Créanme que lo ha intentado. Que ha arriesgado su vida en busca de cualquier cosa, incluso teme que un simple roce no provoque nada en ella, y entre esos pensamientos turbios, su mente se ha criado, forjando una persona extraña. Tintes rebuscados pintan esta acuarela de mujer.

Si no puede sentir dolor, entonces no puede sentir nada. O al menos, eso es lo que se ha esforzado por creer. Pensándose como una invencible titánica de sentimientos nulos, Lyra se enrieda en sus propios hilos, tonta e ilusa. Se cree de coraza dura, y se expone a los peligros barbaros del sentimentalismo. Lyra no ama, no quiere, no anhela, ni desea. Se siente fantasma, etérea e incomprensible. Un alma en pena que dice no necesitar nada, pero lo hace en secreto y se odia por ello. Cortesana sabia, que te hará pasar tus mejores momentos. Creerás enamorarte de ella, pues sus ojos llevan todavía la inocencia grabada en ellos, y la experiencia de quien ya lo ha dado todo. En esos ojos níveos se esconden las desventuras de una mujer desecha, que ahoga sus gritos, que se construye fuerte, indomable. Creerás conocerla completamente, pero no te aventures en esa vida autodestructiva que lleva. No entres, os ruego, entre sus manos, pues perderás creyendo haber encontrado un ángel, donde no hay ni siquiera la sombra del mismo. Fantasma, eterno fantasma que desearía revivir.

Un deje de elegancia y exquisitez es liberado tras su caminar de fuego. La deseas y ella no hará nada para impedirtelo, hasta que lo crea necesario. Amabilidad oculta tras capas de fortaleza. Vulnerabilidad constante, envuelta en una apariencia sublime. Lyra no es Lyra, si no lo que ella desea que el resto vea. Se ha perdido entre tanta mascara, ha dejado de verse a si misma. Tu no lo sabrás jamás, pero Lyra siempre perderá el juego. Ella no lo dirá, aunque lo desee, por que no es nadie, y nadie la necesita. No aceptará que la ayudes, y te odiará si lo intentas. Pero basta mirar dentro, para darse cuenta de que miente, de que siempre ha mentido, y que a pesar de no poder sentir dolor físico, su corazón si respira, y se pudre. Se marchita en silencio.

Pero si eso era lo que quería verdad, dejar de sentir. Dejar todo atrás. ¿Lo quiere de verdad, o nuevamente se engaña y de paso al resto?

Nacida en los barrios bajos de Paris, Lyra es la hija de una mala madre y un padre desconocido. Criada por una mujer que poco sabía de maternidad, pero si de deseos y pasiones, la cortesana que tenía como madre, nunca comprendió las necesidades de una niña pequeña. Solo interesada en las relaciones que podía llegar a tener con la clase alta, dejo a su pequeño bebe en las manos de una familia de bajos recursos, justo cuando las campanas anunciaban la llegada de la noche, y el moises en el cual Lyra dormía, se movía con brusquedad, despertando en llantos al infante. Así, como enviada desde el infierno, presa de una enfermedad de la cual nunca conocería el nombre, Lyra vivió bajo el techo de esa familia que solo la acogió por ser de utilidad en años venideros. A medida que pasaba el tiempo, y la pequeña crecía, fue conociendo los gajes de la calle, y como todo funcionaba. Sus hermanastros mas grandes siempre adoraron torturarla, pero al ver que Lyra no sentía nada por los golpes, pronto se aburrieron y la dejaron en paz. Lyra en cambio, buscaba desesperadamente que le dieran mas golpes, pero solo conseguía cardenales, y nada de dolor. Nada.

La peste llegó a los sucios barrios viejos y venidos a menos. Extrañamente, la jovencita no se vio afectada, pero el resto de su no familia, al contrario si lo hizo. Quedando los tres hermanastros y los dos padres sustitutos rápidamente contagiados, encontraron una muerte rápida entre los síntomas de una enfermedad que azotaba varios pueblos. La niña, que apenas rozaba los diez años, se vio metida de lleno en el mundo de los negocios turbios. Sola, sin nadie en el mundo, incapaz de sentir nada, fue creciendo entre maltratos, que forjaron una personalidad autodestructiva y maldita. Analfabeta, pobre, sin ningún tipo de conocimiento que pudiera darle cierta reputación social, Lyra rápidamente tuvo que meterse en los callejones malvados de la prostitución. Oh si, la niña de rizos dorados había crecido, para convertirse en una exorbitante cortesana.

En años venideros, las cosas llegarían a ponerse bastante mal. Relatar cada uno de los desafortunados sucesos que han pasado por su vida, sería eterno y desperdiciar valioso tiempo en ello, terminaría por ser una abominación. Lyra se veía arrastrada por un sufrimiento que odiaba tener. Ansiosa de sentir un golpe, curiosamente si sentía el calor que el cuerpo ajeno desprendía, o las mariposas que volaban en su estomago cuando gozaba. Pero eso no era suficiente y se llevó a si misma a extremos insospechados, casi arrancándose la vida en varias oportunidades, en un intento vano de sentir. Abrumada por la realidad, llegó al punto de casi comprender lo que ocurría con ella, para resignarse por siempre ha una vida sin sentimientos.
Lo que no sospechaba, era que el dolor físico no significaba que no pudiera tener dolor sentimental, y pronto lo descubriría cuando parecía encariñarse con alguien. Tonta, tonta ¿Cómo podría querer ella, si nunca nadie la había querido? Entonces decidió aislarse de los sentimientos, y aunque los anhele, y rebusque, sabe que no podrá tenerlos. Se obligará a no sentirlos.