Caminando y visitando París. [Libre]

-Pero ¿porqué tengo que estar aquí? – pensé sin muchos ánimos y con un dolor de cabeza bastante intenso. Alice, una de las criadas de la mansión me había sacado de la cama muy temprano “Has estado muy deprimido mi niño” me había dicho y tomó como pretexto algunas compras que tenía que hacer para sacarme de la comodidad de mi lecho.
Caminaba más despacio que de costumbre, con un libro en la mano y mi vestimenta era casual, tal vez demasiado casual como para alguien de mi clase o por lo menos, eso me hubiera dicho mi abuela. Pero no le daba importancia, sinceramente no estaba de humor. Acompañé a Alice y a dos chiquillos sirvientes de la mansión por casi todo París (o por lo menos así me pareció) mirando tiendas y escuchando lloriqueos.

La criada se detuvo en un local dónde parecía, podía encontrar todo tipo de telas. Frente a una plaza dónde se encontraba, para mi suerte, una banca que parecía bastante cómoda. Me senté ahí, tranquilo y pretendiendo terminar el libro que tenía en las manos, así que lo abrí y comencé a leer, tan rápido como nadie cree que soy capaz de hacerlo. Pero antes de pasar la página 201 algo llamó mi atención: Una chica solo a unos cuantos pasos de mi, embelesada con cierto vestido en un aparador, el vestido se veía costoso y ella tenía pinta de no poder comprarlo.

Cuando volteó para seguir su camino, vi algo que me sorprendió de sobremanera. Era muy parecida a posiblemente la única amiga que había tenido en la infancia. Era una mujer que servía en casa de mi abuela, la única que se reía de mis comentarios a pesar de no entenderlos, aquella que sabía que las cosas que digo no son para hacerla sentir mal si no porque no puedo controlarlo. Pero no podía ser ella, simplemente por que la muchacha que recordaba tenía la misma edad que tenía la chica que veía pero cuando yo era pequeño ¡Pero el parecido es excepcional! No pude evitar llenarme de nostalgia… tal vez por esto (ya que aún no comprendo el motivo de mi acción) me levanté y fui directo a la tienda.

Los encargados hicieron mala cara al verme entrar, temiendo que no pudiera costear cualquiera de los artículos que ahí tenían. Ordené el vestido y me dijeron que no podían venderlo ya que estaba en el aparador, pero, un tanto agitado y sin entender muy bien el porqué, saqué de mi bolsillo el triple del costo del vestido y lo puse en el aparador. – Quiero ese vestido por favor – dije con tono autoritario y sin pensarlo dos veces, lo quitaron y me lo entregaron envuelto, tomando, a mi gusto, más tiempo del necesario. Temí que la chica estuviera muy lejos ahora, así que salí de la tienda apresurado y al verla, me detuve en seco pues estaba solo a dos locales de mí.

-¿Por qué lo compré?, ¿Solo porque me recordó a la única amiga que pude haber tenido?, ¿Cómo se lo iba a dar sin parecer impertinente?, Que poco apropiado eres Spencer – Caminaba mientras pensaba todo esto, al llegar a ella, le llamé – Disculpe señorita – nervioso y con el envoltorio en las manos me quedé pasmado, no pude decir palabra.

Cuando giró el rostro pude ver, más a detalle, que no se parecía, siquiera remotamente al recuerdo que tenía de aquella muchacha. –Muy bien Spencer, ahora la situación es peor – pensé para mí. Pero ya había comprado aquel vestido y la verdad era que, como yo no iba a usarlo, era mejor que tuviera una dueña apropiada y sería muy descortés de mi parte, no dárselo siendo que le había gustado tanto.

Sabía que la pregunta que había lanzado ella era para mi, pero seguí sin poder soltar palabra, pude ver como sostuvo su bolso más “seguro” y luego me di cuenta de la confusión que estaba provocando en ella. Cuando giró y comenzó a caminar, mi cuerpo reaccionó y di un paso más largo hacia ella, tomando el paquete con una sola mano y con la otra, tome su brazo.

Inmediatamente me di cuenta de la tontería que había sido aquél movimiento, pero tenía que hablar rápido si no quería pasar la noche encarcelado por comportamiento inapropiado. – Lo lamento señorita, pero… creo que había tenido la intención de comprar esto… ¿cierto? - le extendí el paquete hasta las manos esperando que lo tomara pero, primero: no había sido específico con el contenido del paquete y seguramente, no sabría que había allí, segundo: me escuchaba como un acosador al decir que me había dado cuenta de que lo quería y tercero: ¿Qué iba a decirle que había sido mi motivo para comprarlo y luego regalárselo?

Con cada segundo que pasaba con los brazos extendidos parecía más idiota – Por meterte en lo que no te llaman – solo desee que no me golpeara o llamara a la policía…

Tenía una voz dulce, tal vez eso era lo único que tenía de parecido a la amiga que tantas veces había hecho mis días cuando infante. –Lamento mucho esto, en verdad no es mi intención molestarla o incomodarla – pensé mis palabras y traté de decirlas con cuidado, sabía la estadística 8 de cada 10 hombres pretenden obtener algo cuando se acercan a una mujer, yo era de los 2 restantes, pero siendo sincero, ni toda la lógica que pudiera procesar mi cerebro me habían dicho exactamente el porqué de lo que había hecho.

-Me encontraba solo, leyendo – le mostré el libro que tenía en las manos, la primera impresión de una colección de rimas del realista Adolfo Bécquer – y no pude evitar fijarme en usted – no despegaba los ojos del paquete por miedo a enfrentar su mirada. – La verdad, es que me recordó a alguien muy querido en otros tiempos y… - me detuve un momento – creo que la nostalgia le gano a la lógica y fui a comprar el vestido que llamó su atención en aquella tienda – hice una señal con la cabeza hacía el local.

No quería ofenderla en ningún momento, pero su mirada anhelante en la vitrina hicieron que tomara impulso -Así que espero lo acepte… y acepte mis disculpas por la intromisión – le entregué el paquete y di media vuelta, pero escuché algo que me detuvo…

Al escuchar su grito no pude evitar el voltear la vista. Una congregación amplia de personas se extendía por el centro de la plaza, la vi correr hacía allá y una vez más, la curiosidad me ganó, así que la seguí. Una obra de teatro en la calle no era común y mucho menos en ese tiempo, pero la “revolución” artística había comenzado a prosperar y se desarrollaban nuevos “métodos” de hacer arte, no me quejaba, me parecía peculiar, y un tanto divertido.

Reconocí la obra de inmediato, el ver aplaudir a la chica me causó un tanto de ternura y no pude evitar el volver a hablarle, tal vez no me había visto, pero aún así, y a una distancia prudente le comenté.

-Casa de muñecas de Henrik Ibsen, una obra nueva, algo… criticada. Una de las primeras obras con algún toque de… feminismo, es divertida, ¿no cree? – otra oleada de aplausos siguió, yo me uní. – Nora es un buen personaje – le dije un poco apenado por la intromisión… de nuevo.

-Puedo preguntar ¿Qué la trajo aquí hoy? – le pregunté con sentido conversacional, nada más.

Inmediatamente pude notar en su tono de voz lo mucho que mi presencia la había alterado y…. como estaba seguro de ser… me había encontrado un tanto incómodo. Suspiré, una de mis manos se cerró en un puño, apenado y guarde la otra en el bolsillo. Esperé que de mis labios saliera algo pero no fue así, solo me quede mirando.

Lamente el haberme involucrado en asuntos en los que no me llamaban. La vi alejarse poco a poco, yo di media vuelta con los ojos puestos en la banca desde la que la había visto. Tomé asiento, rocé la cubierta del libro con mis manos – igual que siempre Spencer, inoportuno e insoportable – pensé para mi y abrí la página del libro en la que había interrumpido la lectura, sumergiéndome de nuevo entre las letras.

Algunos murmullos y gritos de mujeres llamaron mi atención de inmediato, Alice había regresado de hacer unas compras, al parecer, había conseguido algo de tela para mandar a coser nuevas cortinas para la mansión. Me apresuré con ella y los dos chiquillos a dónde se había congregado la gente. La chica con la que recién había convivido se había desmayado y… a pesar de que moría de ganas por regresar a mi lecho no podía dejarla ahí y mucho menos porque, para bien o para mal, había convivido con ella.

Ordené a los niños la llevaran a la banca en la que me había sentado a comenzar a leer de nuevo “¿Quién es ella?” me preguntó Alice con su acento de provinciana inglesa. – Alguien que conocí hoy – le dije no muy animado, estaba preocupado por su salud.

Al llegar a la banca tomé él vestido que le había dado y lo coloqué a un costado de su cabeza, saqué de mi bolsillo bastante dinero y lo metí en su bolso de mano, que parecía no soltaba nunca. Me di cuenta de que había abierto los ojos, pero, debido a su actitud conmigo anteriormente, temí el quedarme y hacerla sentir incómoda de nuevo.

-Espero mejore – le dije realmente preocupado, me incliné un poco hacia delante haciendo una reverencia y caminé por donde había venido, camino a mi casa. Alice se acercó a mi, preocupada “Pero señor, no la puede dejar ahí” – Creo que no le agrado Alice, pero no te preocupes, parece que estará bien – le sonreí, pero aún tenía el pensamiento con la muchacha, solo esperaba que el dinero que había dejado ahí le fuera suficiente para por lo menos recibir algo de atención médica y comprar medicina.

Al llegar a mi hogar terminé el libro que tenía en las manos, sin duda, había sido un paseo interesante por París aunque esperaba que mi tonta necesidad de quedar bien con las personas no me llevara a otro encuentro parecido en el cual, parecía había sido mayor el daño que había hecho que el beneficio.