Visitando a Lord. Prideux~ [Libre]

Invierno.

Dulce, helado, blanco y majestuoso invierno.
Nunca supe el por qué desde pequeña me encantaba ésta estación, sobretodo en París, que parecía algo mágico.

Lamentablemente para mi persona, un día tan agradable para mí era a la vez un recuerdo más bien melancólico. Un día como hoy había expirado la vida de quien me salvó de la tristeza del Orfanato, de quien cambió mi vida, mi providencia, todo de mi existencia hasta ahora. El día que él desapareció, comprendí que su tiempo en ésta vida y su misión había acabado. Ahora era mi turno de continuar.

En días como hoy, no deseaba que nadie me acompañara, así que el carruaje bajo mi petición debía tomar un descanso, junto con el amable conductor. Caminé por las calles parisinas, sólo yo, mi abrigo y un ramo de rosas blancas, las favoritas del Sr. Prideux, hacia el cementerio.

En mi imaginación existían lugares desolados, lugares fríos, vacíos, sin el calor humano, pero nada comparaba con entrar a un cementerio. El sentir rechazo a aquellas personas que ya el alma se les había fugado como el agua entre los dedos me erizaba los vellos y nunca entendí profundamente el por qué. A pesar de la extraña sensación que pasaba por mi piel, caminé por los largos e invernales pasillos buscando a quien fue mi padre. Sólo escuchaba mis pasos gélidos en el golpe del piso hasta que lo encontré. Que recuerdos, que memorias... ahora comprendía que él fue lo mejor que me podía pasar en la vida. Con una sonrisa y parada ante su tumba, besé las rosas y las dejé en la lápida blanca, al igual que las nubes que cubrían el cielo y sólo atendí a mirar, mirar lo único que quedaba en éste mundo de aquel noble hombre.

"Con sólo una sonrisa en el rostro, he aquí de expresar mis más sinceras intenciones,
agradecimientos y ofrendas a futuro. Gracias a usted, y sólo a usted poseo lo que poseo, gracias a usted, mi banal sangre es reconocida como real. Gracias a usted podré llevar una vida plena...", pensé para mis adentros mientras dejaba la última rosa blanca en su lápida y entrelazaba mis dedos a la altura de la cintura. ¿Alguien podría estar más agradecida de alguien en éste mundo?, si fuera así, creía muy bien que debía demostrarlo, pues en mi defensa, yo era la primera liderando la lista. Muchas veces creía y podía jurar por el mismísimo Dios que decían que existía que estaba irrevocablemente loca con toda ésta situación. Quizás estaban en lo correcto, quizás ese era mi estado mental, pero para mi misma, era un estado bastante aceptable ante la carencia de padres y calor humano, candidez y calor de cariño.

Todos mis pensamientos y reflexiones fueron perturbados levemente por unos pasos. No era de temer, era un cementerio, vivos y muertos podían deambular visitando a sus seres más cercanos o quizás más lejanos. Miré de reojo concienzuda y rápidamemente a quien fuera que fuese que se acercaba. Sólo divisé a un ser, y que por sus vestimentas, no se necesitaba gran ciencia para saber que pertenecía al nivel bajo de las jerarquías del lugar. Seguí observando la lápida, observando que el invierno era impenetrable en ella, pero cierta observación, fue nuevamente interrumpida al sentir que aquella persona estaba a mi lado, como si fuera una estatua, casi un ser sin vida dentro del silencioso lugar.

Giré levemente mi cabeza para hacer la pregunta más sencilla que tenía en mi mente, mejor dicho la más obvia. SI se había detenido en la tumba de mi difunto padre debía ser por ello.

- Disculpe usted, ¿conocía o trabajó para éste hombre? - murmuré suavemente y con educación. Mi padre adoptivo me enseñó a tratar muy bien a toda la gente, independiente de su rango en la sociedad, y gracias a sus actitudes nobles era que se había ganado su gran reputación y admiración de cierta gente. Nuestro lema era la gran frase de William Shakespeare:

"No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande".

Que por cierto, me identificaba completamente.

No estaba acostumbrada a hablar con fluidez. Independiente del gran o bajo rango que tuviera la persona, era cosa de familiaridad y confianza, un vínculo más poderoso que el dinero. Mi tomentosa timidez me encadenaba, limitaba y reiteradas veces, exiliaba. Los impulsos sobre mi pregunta obvia, las fuerzas para poder mandar mis palabras fueron gracias a que, aunque no estuviera físicamente a mi lado, tenía al Sr. Prideux.
"-Con fuerza y seguridad, Anne. La voz fue dada para ser escuchada claramente; no en susurros, tampoco en gritos." me inculcaba mi querido progenitor postizo ante mi bajo perfil cuando llevaba escaso tiempo en su hogar y no lograba entablar conversaciones conmigo. En aquellos tiempos, cierta característica estaba potenciada en mí. Hoy ya lo manejaba mejor, las mejorías eran notorias ante los ojos de la gente que me había conocido como una cría. Sin embargo, aún quedaban rastros, oleadas muy fuertes, sobre todo con entes del sexo masculino.
En ésta ocasión, la pregunta estaba hecha, lo había logrado bien.
Me dediqué a mirar al individuo que decidió hacerme compañía sin razón aparente. Parecía que su voz y sus palabras le molestaran, como si deseara que salieran de alguna manera que fuera la correcta. Esperé sin despegar mi vista de él para escuchar sus motivos de cierta acción proxémica.
- No se preocupe, ser presa sucede de improvisto y sin el consentimiento propio; además, la curiosidad es una excelente cazadora- murmuré calmadamente bajando mi vista hacia la lápida y gracias a un trozo de tallo de rosa que quedaba entre mis dedos con el cual jugaba y se volvía receptor de mis nervios. Agradecía que mi criada le hubiera quitado las espinas al soporte de tan bellas flores, sino, sería una escena bastante perturbadora para el joven presente.
No podía juzgarlo por su acción, más bien debía felicitarlo por admitirlo abiertamente.
Yo también era una persona curiosa. Demasiado, a decir verdad. Recordé perfectamente como en el Orfanato me castigaban por preguntar demasiado en temas que no eran de mi incumbencia o andar descubriendo supuestos tesoros, que más que riquezas, me traían problemas de convivencia. Sin embargo, bien sabía que no debía meterme en diarios de vida pues no deseaba que se metieran en los míos. Independiente de todo el caos ocasionado por mi conducta curiosa, como todo felino, era una gran característica. Se podían conocer grandezas, como también problemas. Pero toda acción tenía su riesgo, y eso era lo convencional.
Ante sus disculpas sus ojos chocaron con los míos una vez más. Debía admitir que eran azules como el cielo. En cierta manera el cielo me inspiraba paz, pero a su vez me resultaba difícil e interesante. Decían que escondía muchas cosas, ¿sería igual que en este caso?.- No lo lamente, le puede suceder a cualquiera.- mencioné ante sus palabras con un tono erudito y mi vista se dirigió de su rostro hacia la lápida de mi difunto, al igual que la de él. Si la persona en frente admitía de buena manera su curiosidad, y si mis razonamientos no poseían falacias, debía preguntarse quién era el sujeto a quien yo le dejaba hermosas rosas blancas.
- ¿Su curiosidad fue saciada o aún está hambrienta?.- soltó mi boca automáticamente aquella pregunta.
Como si mi cuerpo estuviera arrepentido, no así mi mente, llevé ligeramente una de mis manos hacia mi cara rozando mi pómulo y posteriormente bajando para acariciar leve mis labios con mis finos dedos. Estaba asombrada por cómo había salido expulsada mi duda.- También soy curiosa, lo lamento.- murmuré bajando la vista hacia mis manos y esbozando la más leves de las sonrisas, que esperaba que no fuera advertida.