Out of bounds.

¿Por qué le costaba tanto entender a esa mujer lo que Adam hacía? Sí, bien sabía que no era precisamente común que alguien vendiera su cuerpo por placer pero, aún así, la mayoría de personas que conocían su secreto lo aceptaban sin más. "Si es por que quieres, allá tú" le habían dicho en respuesta y él opinaba exactamente lo mismo. Sin embargo, esa chica todavía seguía con eso rondándole la cabeza y, por supuesto, no se cortó a la hora de hacer preguntas. Ya se esperaba que de un momento a otro acabase avergonzada por el atrevimiento o furiosa al mismo tiempo, había empezado a comprender los habituales cambios de humor en ella. Cambios que, si bien podían resultar extraños, también se le antojaban graciosos a Adam. No era los típicos que veías provocados por las hormonas femeninas; no. Era parte de su personalidad y, como tal, le gustaba entera. Incluyendo su apariencia. Ella podía pensar que era alguien menor y sin nada que la hiciese destacar como le había dicho momentos atrás. Lo que no sabía es que tenía una belleza solitaria y alocada pero al mismo tiempo tranquila e inocente que posiblemente la habría echo destacar más veces de las que creía. Esa misma ingenuidad que poseía le impedía ver sus propios dotes ¿Cuándo se daría cuenta? Él solo llevaba, como mucho, una hora en su compañía y estaba maravillado. En el buen sentido de la palabra. No le importaría pasarse el día entero conversando con ella para también descubrir sus múltiples facetas. Y, hablando de facetas, todo le recordaba a sus pequeños gatinos que posiblemente estarían jugando o durmiendo tranquilos -dada la hora que era.- en su cuarto. Ella era igual. Porque podía quedársela mirando por el simple placer de ver lo que pudiese hacer, con la diferencia claro está de que era un ser humano y que, posiblemente, acabaría por darle alguna señal de incomodidad mediante las palabras.

- ¿Asesino? - no pudo extrañarse más por esa alocada frase -pregunta.- que acababa de formularla. Una que, a su parecer, no merecía respuesta alguna. Estalló en carcajadas por imaginar la situación o lo que su mente pudiera pensar. La primera vez en su vida que le insinuaban siquiera que pudiese ser un asesino. Ya dicen que para todo hay una primera vez así que estaba claro que esa frase, dicho, era completamente cierto. Por que él nunca había pensado que pudiesen decir semejante cosa en su presencia o sin ella. Y más una mujer. - Si, claro que soy un asesino - caminaba un par de pasos detrás de ella, dado que era la que tenía que guiarles hacia su destino, así que se aproximó hasta que sus labios tocaron la oreja ajena. - Suelo matar a las mujeres de placer y luego las devoro. Mh..están tan buenas que no puedo resistirme. - susurró con una voz melodiosa y sensual como si en lugar de estar caminando en medio de la calle estuvieran a solas, en una habitación a oscuras y con un ambiente lleno de sensualidad por todos lados. A veces la voz de Adam podía tener ese efecto, cuando se lo proponía claro está. Por el contrario, había conocido a otras personas que con solo hablar, de lo que fuera, tenían esa "cosa" que te hacía desearlos instantaneamente. Sí, le había pasado. Y unas cuantas veces.

En cuanto entraron en el territorio gitano, no muy lejos del burdel, notó que tal vez podría no ser una buena idea. Posiblemente a esa gente no le gustarían los forasteros tal y como su acompañante le indicó, sin embargo, ya era un poco tarde para echarse atrás. Además de que confiaba en ella para que diera mínimamente la cara en caso de que los descubrieran. Tampoco es que supiera como sería su relación con ellos..¿Y si la ponía en una mala posición con alguien? ¿Y si por su culpa le podría caer un castigo? Esa idea le produjo un escalofrió por toda la espalda que le obligó a detenerse antes de continuar caminando. La agarró suavemente por uno de sus hombros; volteándola. - Oye, no quiero meterte en problemas. Y, aunque quiera conocer tu mundo y a tu gatito, tampoco quiero que te las cargues por mi si alguien nos ve ¿Vale? Así que si ves que las cosas se ponen feas solo avísame y me escaparé sigilosamente. Soy bueno en eso - le dedicó una pequeña sonrisa cómplice. Porque si era cierto que resultaba ser bueno en las escapadas, solo que su terreno habitual eran más bien los balcones o las alcobas de los amantes que tenía. No un campo de gitanos. De igual manera, sabría apañárselas. Caminaron cosa de unos cuantos metros hasta que por fin escuchó un maullido proveniente de alguna parte, cerca de dónde se encontraban. En cuanto la chica lanzó a correr supo que ya había encontrado a su gato y verlo realmente le quitó toda sensación de problema o incomodidad ¡Era una cucada! Todo negro dejando entreveer algunos pelos de su panza completamente blanca. Sin duda era una mezcla de sus niños. - Vaya ¿Qué tenemos aquí? - se acercó a la mujer y al gato con paso firme hasta ponerse frente a ellos. Una de sus manos aterrizó en la cabeza del pelinegro que, aunque al principio pareció algo desconfiado, enseguida se relajó con las caricias. Definitivamente era un coscón como los suyos y, por suerte, sabía como tratarlos. Pasó la mano por tras las orejas bajando hasta la barbilla, al tocar ahí, el felino emitió un suave aullido acompañado de un bostezo. Tal vez lo habían despertado de su siesta o, por el contrario, todavía no se había dormido y tenía sueño. - Yo tengo dos como este niño, en casa - se aventuró a decir finalmente echándole a la muchacha una fugaz mirada antes de volver a lo que en ese momento era el centro de su atención. La bonita cara del gato. Amaba los animales.

Las cosas iban bastante bien o, por lo menos, eso era lo que le pareció a Adam durante un par de minutos que estuvieron en silencio. Ahora era el gato, Vasilisco, quien recibía las atenciones de ambos. Y lo cierto es que parecía de todo menos descontento. Se notaba que era un auténtico mimoso y que aunque no le gustaba demasiado que lo alzaran del suelo -como es comprensible.- si le agradaba que lo toquetearan por todas partes. Que lo toquetearan bien, claro está. No iba a dejar que cualquier mugroso le pusiera las manos encima. En ese momentos tanto Adam como la muchacha lo trataban con sumo cariño y lo miraban con mucha ternura. Entendía lo que Zavannah le decía porque para él también eran sus "niños", por lo menos en su caso, los había creado desde muy pequeños. Casi desde que los parió su madre. Y por ese motivo estaban más acostumbrados a él que a cualquier otra persona. Incluso a pesar de haber estado rodeados por varios humanos como eran las muchachas del servicio o sus padres solo con él tenían ese vínculo especial. Mientras miraba la estampa que hacían Vasilisco y Zavannah por un momento le entraron ganas de correr a casa para abrazar a los suyos. Para hacerles cariños. Sin embargo, sabía que era un impulso tonto porque en cuanto volviera los iba a ver y a poder tocar. En ese momento, realmente, quería estar en ese lugar. Y quería conocer más sobre la chica que lo había llevado.

De repente, saliendo de ese ensimismamiento en el que había entrado, notó que algo empezaba a ir mal. - Qué demonios.. - no le dio tiempo a acabar la frase cuando notó que la chica empezaba a llorar y a ponerse ligeramente roja. Fue cuestión de segundos que le explicara lo que ocurría -y menos mal porque Adam ya estaba pensando que había echo algo mal.- y le dejara el gato desapareciendo por entre las tiendas. Sí, ese momento fue muy extraño. Porque Adam se quedó mirando en la dirección dónde había desaparecido con Vasilisco en los brazos sin saber qué hacer. Reaccionó justo cuando el gato se dio la vuelta y empezó a rascar su camisa, señal de que quería bajarse obviamente. Ya había estado suficientemente alzado y, al no ser su dueña, posiblemente no se fiaría - Vale, vale. Ya te dejo - no hizo falta que se agachara mucho porque, en cuanto hizo ademán de hacerlo, él dio un buen salto hasta el suelo con toda la agilidad que caracterizaba a los felinos. Él ya estaba acostumbrado a esas demostraciones porque solía verlas en Ágatha y Ramsés -sobretodo en Ramsés.- pero ese gato parecía algo más mayor. Probablemente sería mucho más apañado al haber vivido en las calles durante el tiempo que tuviese de vida. Tal vez él los mimaba demasiado. Y, aún sabiéndolo, no sería capaz nunca de dejarlos a su suerte.

El tiempo que pasó en solitario -que tampoco fue mucho.- lo utilizó para cotillear un poco el lugar dónde se encontraba. No se movió, a pesar de todo, porque seguía "andando" con pies de plomo. Había tenido la suerte de que nadie los viese; quería que siguiera así por el bienestar de la muchacha. Un ruido de pisadas lo alarmó ligeramente más sin embargo enseguida su corazón volvió a latir normal cuando vio que era Zavannah la que volvía por el sitio dónde se había marchado hacía unos minutos. Y parecía estar algo mejor. Sonrió de manera afable al darse cuenta de que en verdad llevaba una vida dura. Parecía estar demasiado sola y, si Vasilisco era su compañía más preciada, desde luego que no era justo que le tuviese esa horrible alergia. Ojalá pudiese hacer algo por ella. Pensó de manera automática y, como le ocurría muchas veces, empezó a sentirse algo mal por tener tantas cosas o sentirse tan feliz con su vida cuando había otras personas, como la muchacha, que las pasaban bastante duras. Sin pensarlo casi se acercó para abrazarla. No en un gesto pervertido o bromista. Simplemente en un gesto tierno que, en ese momento, le salió del corazón. - No estás mal. Te ves linda - susurró sin separarse y, cuando lo hizo al cabo de unos segundos, le quitó la mano que tapaba su rostro para mostrarle una sonrisa. - Y no importa lo que te llame la gente, ni de que raza o cultura seas. Solo importa esto - se señaló primero su propio corazón y luego señaló el de la chica con la misma mano. - Esto es algo que nadie puede juzgar porque nadie lo conoce - se separó ligeramente y volvió a sonreír de manera agradable además de ligeramente divertida. Como siempre pasaba con él. Una sonrisa que le llegaba a los ojos.