Cuando hay tiempo para el corazón {libre}

Había llegado, con los últimos rayos de sol, a ese edificio viejo denominado grandilocuentemente Orfanato – esto más que una casa de niños es un hogar de espantos, pensé. El carruaje que me llevaba era uno de alquiler, no quería que Etienne – mi cochero - supiera  adonde me había dirigido.

Le pagué los dos francos y le pedí que me volviera a buscar en unas horas, no sabía si lo haría pero eso no me preocupaba.

Llevaba un atado pequeño entre mis faldas y una canasta grande en la cual traía naranjas para los niños, sabía que esa fruta era escasa aquí en París y que era en verdad un lujo poderlas comer, pero también sabía que una peste estaba en cierne, de los más pequeños de esta ciudad y donde  ferozmente caería sería en el orfanato.

Había escuchado que en los últimos días, el cementerio, comenzó a abrir una fosa común, que otro indició se necesitaba para comprender que la tragedia estaba al llegar?

Toqué la puerta de madera maciza, se sintieron unos pasos ligeros y vigorosos sobre el piso de piedra. La puerta se abrió no sin hacer un chirriante sonido y una figura femenina, alta y delgada me dijo _Buenas tardes – era una mujer de  40 años aproximadamente,  de cabellos rubios deslucidos y rostro marcado por las penurias, pero con unos ojos dulces y una sonrisa leve en el, me saludo y miró extrañada.

_Buenas tarde, madame… o disculpe no sé su apellido. He venido a traer algunas cosas que me parece serán útiles para los pequeñines que habitan este hogar. – hogar? Pensé, al mirar para el patio interior donde un puñado de niños se arremolinaba para ver quien llegaba.

_Oh, pase usted – la mujer se turbó, seguramente no la llamarían de esa forma en este sector de la ciudad._ le agradecemos cualquier cosa que traiga para estos chiquillos, que la vida se ensaño con ellos.- si, pensé, como se ha burlado de sus sueños y de sus esperanzas.

_He traído medicinas que le serán útiles si se llega a manifestar la peste que esta al llegar, tiene por lo menos para 30 niños, si necesita más, solo hágamelo saber , trataré de venir cada dos o tres semanas. – saqué el paquete de medicinas y le dije  las instrucciones  las cuales por las dudas las había anotado en un papel dentro de la caja. Temía que no supiera leer, pero por suerte leía y comprendía ágilmente. Entonces, me serene.

Conforme  nos adentrábamos al patio interno, los niños se acercaron, tímidamente, eran unos 15 niños, no más, con sus caritas sucias y sus manitos delgadas, con sus ojos curiosos, querían saber que traía en la canasta. Me senté en el brocal que rodeaba un árbol frondoso en medio de este patio y estaba por abrir la cesta cuando sonó nuevamente la puerta.

Ágata, como se llamaba la mujer, diligentemente, se apresuró a abrir. A los pocos minutos entró, seguida de un muchacho, alto, mucho más que ella, que llevaba en sus manos un gran saco.

Los niños asombrados, salieron corriendo a recibirlo, felices, se notaba que lo conocían – habrá sido en su infancia uno más de estos niños?, pensé. Lo vi abrir la boca del saco y entregar a cada niño un presente. Sonreí,  era como estar viendo a un Noël  Pѐre, que se hubiera puesto a dieta, mis labios se curvaron en una sonrisa sincera.

Yo había desaparecido del interés de los niños y no me importaba, vi cómo se dirigieron a un salón grande y les sirvieron la exigua cena, un tazón con una sopa bastante espesa y un trozo de pan a cada uno. Debo traer, de ese pastel que hace, Clotilde. _Ay si aquí comieran más maíz y zapallo como mis pequeños indiecitos en las pampas, estarían mucho más fuertes para lo que viene.- dije en vos alta.

Por los grandes ventanales, abiertos a pesar del clima, vi que el invitado también degustaba la cena frugal. En ese momento se me acercó un niño.

_ Usted no va a ir a comer? - me miro extrañado.

_No corazón  ya comí, pero si me dices como se llama el caballero te daré para ti y tus amiguitos, esto – abrí mi mano y el niño pudo ver una fruta grande y de color dorado. Sus ojitos se abrieron enormemente y me dijo que se llamaba Lionel.

_Ve a buscar a tus compañeros y les daré a cada uno, una como esta – volví a enseñarle la naranja – ve le impulsé.

Lionel, repetí mentalmente, que tipo de criatura serás?,  Me encantaría conocerte. Mis cavilaciones fueron interrumpidas por una bandada de criaturas que me pedían entre risas el tesoro. Sonreí relajada. _ Aquí tienen, no se peleen, hay para todos y para que repitan después. Ágata se acercó, el salón estaba de nuevo a oscuras y del muchacho no había rastros. _Quién era?, pregunté aunque sabía la respuesta. _ Un alma bondadosa como la suya, que aunque tiene muy poco, da generosamente. – Es cierto pensé, mientras sacaba mi puñal del costado de mi bota y comenzaba a pelar la fruta de los niños.

Era hora de volver, el cochero supuestamente tendría que estar en la puerta esperando. Me despedí de Ágata y de los niños. Y salí a la calle. Como esperaba en la acera estaba el coche de alquiler. Iba a subir cuando entre las penumbras vi que se alejaba aquel extraño muchacho. Mire al cochero y le explique que quería que me siguiera a una prudente distancia. Caminé a donde se dirigía el joven y sin pensarlos lo llamé.

_Disculpe…