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No existe ningún pecado en ser feliz [Brigitte] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cyrille Vezier Miér Oct 19, 2011 8:05 pm

Corría con el canto de las hojas al crujir bajo sus pies como una melodía. Corría sin cesar, permitiéndole al aire acariciar su rostro y al viento jugar con sus cabellos y danzar entre sus vestimentas, le sentía sinuoso bajo la ropa, robándole suaves carcajadas que pronto se ahogaban en sonrisas que podrían devolver la primavera. El astro rey se mantenía oculto, tímido del naciente día y junto con el se movían en el aírelos trinados de las palomas y las golondrinas. O quizás, cualquier otra especie de ave cantarina. Los arboles ahora adustos comenzaban a quedar desnudos ante él, sin pudor ni pesar alguno. Se despojaban de la vestimenta que la primavera les había otorgado. Y con cuanta belleza se podía deleitar, mientras proseguía con su carrera hasta el orfanato.

Arribó, con el flagrante cansancio agitando su respiración. Debía ayudar a los encargados del lugar a realizar la obra teatral que tenían planeaba desde hacía semanas atrás. Su escenario se limitaría a una caja de cartón y su traje y vestuario seria un pobre calcetín zurcido a mano para representar lo que aparentaba ser un zorro de ojos dispar. Uno con un botón negro y el otro azul. Presentaría una fabula, una manera didáctica de enseñarles a los niños de la moralidad de las personas y la ética que se creía debían seguir. No mentir, no robar, no matar, no desear lo bienes ajenos, asistir a misa, compartir, no juzgar, hacer el bien. Palabras que de solo pensarlas resultaban cosa fácil más, en la práctica, la mitad de la sociedad no podía asegurar haber practicado ni una cuarta parte de los principios que les intentaban inculcar. Arrancar la enfermedad y vicios de la sociedad desde raíz, enseñando a la nueva generación.

Aunque Cyrille asistía a aquel lugar movido exclusivamente por su anhelo de servir. Los pies le latían dolorosos contra los zapatos pero llegar tarde no era una opción y aquel era solo una muestra tangible de su entrega, una entre tantas otras que no diría jamás. Porque quejarse no iba con él. Había llegado pues, después de un ajetreado día a lo que aparentaba ser una taberna. No había puesto pie antes en un lugar como aquel y el motivo era el mismo, no creía poder llegar hasta su hogar sin que sus zapatos le cortaran la circulación.

Entro con tranquilidad buscando un lugar en cualquier rincón, encontrando uno sobre la barra se sentó. Y qué extraño le resulto, inspirar el olor del alcohol y el sudor en el airea su alrededor. Como el perfume barato y lujuria seria la atmosfera de un burdel –disculpe- llamo al cantinero con timidez. Desconocía la clase de bebidas que servían en aquel lugar, solo a los vinos sabía degustar -¿puede darme algo no demasiado cargado?- le pidió intentando que su voz no se ahogara entre el bullicio de los hombres, y escasas mujeres, que conformaban los congregados del lugar. Su primera vez, su primera vez en aquel lugar y su sonrisa deformo sus labios con obviedad. Una sonrisa que se extinguió cuando el hombre que ocupaba el asiento consiguiente al suyo, o taburete si se podía decir, le recrimino aquella alegría como si fuera causante de la peste.

Se encontraba ahora en uno de esos lugares que el abad mencionaba como recintos de Satanás, se adentraba en el mundo del pecado y los vicios y comenzaba a creer, lograría salir victorioso de la batalla campal que sería su cuerpo de encontrarse con la tentación ¿Qué podía sin embargo hacer él? La curiosidad le había vencido.
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Mensaje por Brigitte Guielle Sáb Oct 22, 2011 12:55 pm

Cada día le pesaba más a la muchacha. Las horas se le hacían eternas a pesar de que ya llevaba mucho tiempo mentalizada. Años, de echo. Tal vez, la cantidad no era notoria pero si bien ella sabía que los números poco importaban a la hora de la verdad. Solo contaban los sentimientos. Y en ese momento, necesitaba un respiro. Miró hacia la sala. Estaba de pie, en un rincón. Casi se podría decir que escondida ¿No es irónico? Una prostituta, en un burdel, y escondida. Definitivamente algo andaba mal con ella ¿O eran los hacían su trabajo por gusto los que andaban mal? Comenzaba a pensar que en su cabeza había algo que fallaba por no disfrutar del sexo tanto como debería. Sí, claro que de vez en cuando disfrutaba. Por suerte. O de lo contrario ya se habría suicidado hacía mucho tiempo. Nadie la iba a extrañar. ¿La madame? Una chica menos. Una chica que si bien le daba bastantes ganancias podría sustituirse con rapidez, porque jóvenes y bellas había unas cuantas. ¿Amigas? Allí no había amigas, había competidoras. Una competidora menos ¡Incluso les venía bien! ¿Fuera de allí? Había conocido gente, también, pero gente que pasaba por su vida y se iba igual que las estaciones. Igual que el aire que quitaba a las nubes. Para ella todo era pasajero. No podía evitar ser tan negativa cuando su vida se había convertido en algo tan monótono y solitario que, de no ser porque la cobardía era algo que no iba con ella, hasta pensaría seriamente arrebatarse la vida. Recordar que nadie la echaría de menos era un duro golpe. Un pensamiento que fue acallado en el instante en que sus sentidos volvieron a dejarla en el lugar en donde se encontraba. Los ruidos de algunos borrachos. Las risas. La música. Todos los estruendos volvieron a su mente tapando lo que no quería ser escuchado por ella misma.

Notó al segundo cuando alguien la estaba mirando. No tenía ningún poder ni ninguna capacidad sobre humana. Simplemente la pura intuición siempre le mandaba malas vibraciones cuando alguien se la quedaba mirando fijamente. Y en estos últimos años de esos momentos había tenido unos cuantos; muchos de echo. Echó a caminar hacia aquel hombre. Delgado. Musculoso. Con barba de unos cuantos días. Y, como no, medio borracho. No babeaba pero ¡casi! Le mostró una de sus más falsas sonrisas como solía hacer con la mayoría, sin embargo, por el mero echo de "jugar" a su manera le dio de lado saliendo del lugar no sin antes volver a mirarle. Esta vez, con cara de pocos amigos. "No me interés" le dijo, sin necesidad de palabras. Las miradas matan y, aunque no llegaba a tanto, si que hablaba por ella. Le divertía dar esquinazo, curiosamente. Sentir que no todos los que la miraban ya tenían derecho a tocarla le daba vida. Le daba fuerza para seguir adelante aunque luego llegara otro que la comprara con sus billetes ¿Qué podía hacer entonces? No tendría escapatoria.

Su refugio, como la mayoría de veces, resultó ser la taberna dónde sus pasos la llevaron. No recordó las pintas que llevaba sino hasta entrar y ver que la miraban de manera poco disimulada. Corsé. Minúscula falda que dejaba a la vista sus ligüeros atados a las medias de rejilla y para acabar de "no" cantar los zapatos completamente rojos. Pura mierda para ella pero lo que en cierto modo le obligaban a llevar. Allí no. Pero había ido tan distraída que olvidó cambiar aunque fuese una mínima parte. Solo para no dar tanto el cante. Suspiró resignada intentando hacer la vista gorda. No era como la mayoría que, de ser el centro de atención, estaría encantada. No. A ella le gustaba pasar desapercibida. En un rinconcito sin que la miraran. ¿Por qué entonces resultaba ser todo lo contrario? Solo para molestar a alguien se las daría de guapa. Pero tampoco había allí nada lo suficientemente interesante como para molestar con eso. No. Definitivamente no estaba de ánimos - Lo de siempre, por favor - murmuró ya delante de la barra, en una de las esquinas y tomando asiento en uno de los taburetes. Los escalofríos habían cesado porque eran tantas las miradas que de no controlarse acabaría con cada pelo de su cuerpo erizado. Se frotó los brazos intentando alejar esa sensación y esperando a que el cantinero le trajera algo muy fuerte para como mínimo olvidar esa sensación ¿En algún lugar podría estar tranquila?.

Disculpa, creo que me quedó un poco raro u.u Ando retomándole el hilo, espero que sea entendible. Y cualquier cosa me dices.
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Mensaje por Cyrille Vezier Sáb Oct 22, 2011 3:32 pm

Cuanto tiempo estuvo observando el tarro frente a él, era algo que no podía atreverse a asegurar sin temor de errar. Lo observaba como si entre el mar dorado que se acoplaba al cristal pudiese encontrar la respuesta a alguna duda existencial que no había sido aun capaz de pronunciar. Intentaba pescar palabras entre las burbujas y el fuerte olor, casi un hedor, que despedía aquello de lo cual desconocía aun el nombre. Si planeaba o no beberlo, era algo que aun no sabía con claridad. Quizás lo había pedido solo para tener algo en común con los demás.

La mirada de los hombres a su alrededor parecía dirigirse a un mismo punto en común, como si de pronto algo hubiese robado su atención y los mantuviese ahora bajo algún hechizo aprendido centurias atrás ¡Brujería! Permitió a sus curiosos orbes de canela observar aquello que los demás eran aun incapaces de olvidar. Y cuanto descaro podía alguien poseer, pasearse con aquel atuendo a plena luz del día, no quería ni pensar, ni imaginar o sospechar que algún niño le hubiese visto en su caminata a aquel lugar. Meneó la cabeza con rapidez disculpándose a los cielos por juzgar sin antes conocer ¿quién era el para dictaminar lo que estaba bien y lo que no? Una historia debía haber detrás de aquel, diminuto, atuendo. Quizás una mujer y una familia o una necesidad que no lograba saciar, una vida de problemas y tristezas que no debía el juzgar. Quizás, una persona a la cual ayudar.

Observo si mayor amago que el de comprender la situación, pecaba de curiosidad y no era un mal de cual se enorgullecía como muchos podrían pensar. Fue entonces consiente de la lasciva manera en que uno de los tantos hombres observaba a la mujer, y se acercaba con paso tambaleante hasta ella, el paso que tienen todos los ebrios y también su voz sonó con aquel timbre que los delataba con claridad -¿te ofrezco algo primor?- le cuestiono al oído, dejando su fétido aliento impregnado entre sus rubios y ondulados cabellos. Le recordaban un poco al trigo joven y la cebada, el color del campo y los cereales, pensó.

Se levantó de su asiento, disfrazando la molestia en sus pies con serenidad que en su rostro lucia como calidez y tranquilidad, aquella pasividad que todo siervo del señor debía poseer. Porque sabía mantener la calma aun en los momentos más inusuales, o por lo menos eso quería creer y hasta la fecha podía asegurar. Se encamino en dirección de la mujer de diminutas prendas y el hombre de dudoso andar, se acerco hasta que el hedor del alcohol en el aliento del hombre escoció en su nariz y el perfume de la mujer le supo en el paladar –disculpe señor…lamento si lo interrumpo pero vengo con ella- le indico con total educación. Una casi impropia en un joven de su edad, un rostro de niño, en un cuerpo de adolescente y un alma vieja. Su rostro no hacia justicia a los años de su esencia. Aunque tampoco podía asegurar que no tuviese algunos momentos de retroceso infantil pues no dejaba de ser un adolescente y poco más.

-¿viene usted con una puta?- le cuestiono con aire de zumba e insulsa, tambaleándose hasta casi tocar su cuerpo –vengo con una dama y un ebrio no debería llamarla así- desconoció el malestar en su voz y la rebeldía en sus palabras, movidas quizás, por la mascare a la moral y la dignidad humana.
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Mensaje por Brigitte Guielle Sáb Oct 22, 2011 9:09 pm

Cuando el licor, fuerte, le bajó por la garganta ya pudo empezar a notar esos efectos que tanto andaba buscando. El calorcito le aliviaba el descuido que había tenido al llevar tan poca ropa. Porque, no solo se aventuraba a las miradas sino también al aire que recorría las calles por las horas que corrían. El verano ya era pasado dejando cabida al otoño. Los árboles ya no estaban tan resplandecientes. Las flores se marchitaban y caían. Aún así, la belleza no se perdía. Solo era otra parte de mundo. Una estación más para las plantas. Una estación más para los humanos; como ella. Un verano que había dejado atrás. Un verano más sin su padre. Cuánto le echaba de menos ¿Por qué no podría olvidarle? Le torturaba su recuerdo del mismo modo a muchos otros. Los seres queridos. Amados. Pero muertos siempre te visitaban. Podía hacerse la fuerte. La que no le importaba absolutamente nada. Más no cambiaría tampoco nada en su interior. Seguiría importándole su ausencia. Seguiría extrañándolo. Y extrañando los días que pasaba en su compañía. Las tardes que conversaban. O en las que simplemente le mostraba una sonrisa de pura felicidad. Los recuerdos de su enfermedad también acudieron, como no, al encuentro de esa extraña y masoquista reunión con la que de vez en cuando decidía torturarse ¡Mentira! Era obligada porque, de ser por ella, nunca dejaría que la asaltaran. Siempre acababa sintiéndose débil. Sola.

Para su suerte. O desgracia. Algo más poderoso captó su atención. Un hedor extrañamente familiar le despertó. Alcohol. Hombre. Mala combinación pero muy frecuente en los lugares a los que solía ir ella. Que se limitaba a el burdel y la taberna la mayoría de veces ¿A caso tendría sentido salir de allí? Prefería aprovechar sus horas libres relajándose en su cuarto. Sola. Ya que había asumido su situación aprovechaba cada momento en soledad. Sin nadie que la mirara. Sin nadie que la hablara o le susurrara como en ese instante acababa de hacerle el hombre borracho. Brigitte no se inmutó. Ni se sorprendió. Ni se alarmó. Mucho menos iba a tenerle miedo, todo lo contrario, le daba tanto asco que se hubiese puesto a vomitar ahí mismo. De haber tenido algo suficientemente solido que no estuviese digerido, claro. Pero para la suerte de él y la suya propia no hizo nada. Se limitó a apartar el cuello en el que casi dejó una lamida ¡Dios! Eso si que la habría echo temblar de puro asco. Pensar en dónde habría estado esa lengua. Lo sucia que era. No podía mirarlo. Estaba acostumbrada a ese tipo de hombres, sí, pero..Volteó la cabeza, sorprendida, escuchando algo que ni de lejos era lo que esperaba. Se habría esperado a un compañero animándole para que la agarrara y la sacara de allí. O ni siquiera eso visto lo visto. ¿Qué fue lo que sus ojos vieron? O lo que escucharon sus oídos. Era joven. Apuesto. Con ropas holgadas. Definitivamente, ese chico se había perdido. Pero tenía una extraña valentía que logró confundir a Brigitte. Lo miró, curiosa por lo que iba a hacer cuando esos hombres se le echaran al cuello ¿A caso pensaba que iban a irse de rositas? No, su presencia no imponía lo más mínimo por mucho que sus palabras sonaran fuertes y decididas. ¿Debía ser eso un real caballero? No de esos que lo aparentan solo de boca para afuera, no ¿Lo sería también por dentro? ¿No estaría pensando en cómo agenciársela luego? Brigitte no podía evitar preguntarse cosas. Y sus ojos no dejaban de hacerle un ligero escrutinio. Sutil, claro.

Esa "calma" momentánea que el muchacho le había inspirado no duró mucho. Por no decir nada. En cuanto escuchó esa risa. Una risa bastante típica cabe decir pero nauseabunda. Tanto como lo era el hombre entero. Hombre que, ahora, si se digno a mirar solo porque se había apartado unos centímetros. Gracias al chico cabía añadir. - ¿Una dama? ¡Lo habéis oído chicos! Dice que viene con una dama.. - en cuanto la distancia se acortó por un brusco movimiento del hombre, Brigitte se temió lo peor. - ¿Lo has oído encanto? Ha dicho que eres una dama ¿Por qué no nos demuestras a mi y a mis compañero lo dama que puedes ser? - la agarró del mentón, obligándola a levantarse del taburet. Genial. Pensó cuando por un mal movimiento casi cae al suelo ¡Malditos tacones! - Suéltame.. - llegó a susurrar mientras a duras penas conseguía que dejara de apretarle la mandíbula. Que, por cierto, le dolía. No supo si el chico seguía ahí. O si ya se habría marchado. En cualquier caso la segunda opción era la más sensata y adecuada. Después de todo ¿Qué podría hacer? Tenía que empezar a pensar algo para librarse del lío. Otra vez.
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Mensaje por Cyrille Vezier Dom Oct 23, 2011 10:21 am

La violencia no era nunca la solución, se repetía una y otra vez conteniendo aquel tumulto en su interior, aquel temblor en sus manos y esa voz en su cabeza que le incitaban a revelarse contra el hombre. No era él un anarquista ni un peleador, mucho menos un guerrero o gladiador como para pretender resolver en una riña el punto de inconformidad en aquellos momentos. Ni siquiera sabía si de blandirse a golpes pudiese salir airoso del lugar, y tampoco importaba en demasía mientras se supiera acreedor de lo correcto. ¡Pero los golpes no serian nunca lo correcto! Por mucho que la gente se esmerase en pretender demostrar lo contrario, y por mucho que estuviese reprimiendo aquel impulso primario de plasmar su puño sobre el rostro ajeno. Porque un hombre de Dios no resolvería a golpes jamás, lo que con palabras se podía arreglar.

-creo que nos ha quedado bastante claro que no comprende usted cuando una mujer se niega por repulsión al hedor que despide, o quizás se deba solo a su aspecto- comenzaba a pensar que quizás, y a fin de cuentas, la compañía de László había dejado en él un poco de aquella rebelión interna que llevaba consigo a todo momento. El candor con que hablaba de sus convicciones y los medios para conseguirlos, algo de aquel nihilismo se había impregnado en sus entrañas. Descubrió sin embargo, que los insultos no eran la mejor manera de resolver problemas cuando su espalda se estrecho vertiginosa contra una de las mesas y la madera proclamo alaridos bajo él, con la latente promesa de desplomarse en mis pedazos. Las manos del hombre se cernían sobre su cuello, no ahorcándolo, más impidiéndole control total de su cuerpo. Le apreció, que el rostro del hombre se encontraba demasiado cerca del propio y que sus ojos, más que los de un ebrio comenzaban a lucir como los de un orate.

-suéltame- y que torpe le pareció aquella palabra sobre sus labios, y que cobarde sonó en su voz. Forcejeaba bajo el hombre, mientras los alaridos de los demás comenzaron a llenar la estancia con aullidos y nombramientos, palabras de aliento e incitación. Había propiciado una riña ¡Por Dios, había comenzado una pelea! Y desconocía el modo de proseguir, desconocía aun la ley de las calles, los lugares como aquel al que las normas de la sociedad no alcanzaban a llegar. Cayo al suelo, cuando sus movimientos los hicieron caer a ambos, y el hombre, ahora debajo de él, soltaba golpes sin ton ni son. Estaba ebrio, debía recordar, y vaya ebrio con fuerza descomunal.

Se levanto a duras penas, con la respiración entrecortada y el alma en velo de desesperación. Porque no planeaba regresar un solo golpe, de los muchos que seguramente estaba a punto de recibir. El desequilibrio del hombre sin embargo resulto ser un punto en su favor, pues en alguna danza que por melodía llevaba los clamores de la multitud era él quien llevaba el contar. Un pie tras el otro comenzó a esquivar los diversos y múltiples golpes que el hombre comenzó a lanzar, se tambaleaba, como un barco sobre el mar en una noche de embravecido oleaje. Fue entonces, en aquella extraña danza desacompasada de la realidad que el puño del hombre se estrello, más no sobre el rostro del monaguillo sino contra el de otro ebrio, que, acalorado por la riña había olvidado retroceder también.

-lo lamento señor
- susurro al mal herido solo para después, recibir un certero puñetazo al ojo que le hizo caer al suelo ajeno a la fuerza de gravedad.
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Mensaje por Brigitte Guielle Miér Oct 26, 2011 1:45 pm

La cosa iba de mal en peor. Aunque, gracias al chico, había dejado de tocarla ahora era en él quien había puesto la mayor parte de su atención. Y tener la atención de tipos como esos desde luego no era lo mejor en una situación semejante. La sonrisa burlona no había desaparecido ni posiblemente desapareciera en ningún momento a menos que el chico le sorprendiera. Sin embargo ¿De qué manera podría hacerlo? Ya podía esconder mucha fuerza debajo de esa apariencia de hombre recatado o, por el contrario, acabaría apalizado en el suelo. Posiblemente medio muerto. Brigitte se mordió sutilmente el labio, desde dentro, indecisa. ¿Iba a dejar que le zurraran? Después de todo, se había metido donde no le llamaban. Lo ha echo por ti. Le susurró esa vocecilla a la que muchos llamaban consciencia y que en su caso salía cuando le daba la gana; no muy a menudo. Sí, lo había echo por ella. ¡Seguro que quería algo a cambio después! Contraatacó con un irrefutable comentario. Porque tarde o temprano los hombres siempre querían algo de ella. Lo miró, de nuevo. Su vista llevaba fija en la pequeña pelea. La discusión de palabras que habían formado; bueno la que él había formado porque el barrigudo ese no soltaba ni media palabra coherente. Analizó al muchacho. De facciones finas. Buena ropa. ¿Qué hacía en ese lugar? No pegaba ni con cola y no solo por ese refinado vocabulario. Pues había muchos hombres de dinero que pasaban por allí y tenía muy buena formación. Era todo él. Se veía demasiado crío como para rondar por ese lugar ¿La apariencia la estaría engañando? Ella bien sabía que dejarse llevar nunca era una buena opción. Era la viva prueba. Aparentando ser una muchacha "alegre" cuando por dentro llevaba a alguien que casi podía decir odiarse así misma.

Miró hacia su alrededor, nadie pensaba ayudarlo. El cantinero seguía con su faena atendiendo a otros clientes. Clientes que si bien echaban alguna miradilla por curiosidad ni mucho menos pensaban inmiscuirse ¡Viva la sociedad Francesa! Gritó para sus adentros. Tan altruistas todos. ¿Como no iban a ser egoístas? Si para alguien que intentaba ayudar se metía luego en semejantes problemas. No, no podía culpar a nadie por preocuparse de si mismo. Era lo mejor. Y por eso no lo dejaría a su suerte, aún le quedaba ese cachito de conciencia que no dejaba de decirle que se arrepentiría si se marchaba del local. Del cual tenía la salida totalmente libre, porque el chico de verdad había conseguido desviar su atención. Ahora había pasado de querer darse un revolcón con una prostituta a desfugarse con un muchacho que le había echo frente. Iluso. A saber qué más cosas le haría después de apalizarlo. Demasiadas imágenes y pensamientos se le vinieron a la mente y justo en ese momento escuchó el golpe proviniente de un choque. Un choque que claramente había sido entre dos personas. Al principio, vio al muchacho escabullirse con bastante agilidad. Bravo. Pensó. Al parecer el chico era rápido. Claro que no le duró mucho pues el puño del hombre acabó enterrado en su mejilla ¡Ah! Brigitte casi dio un grito en ese momento. En su cabeza le daba la sensación de que pasaba todo a cámara lenta. Odiaba las peleas aunque, particularmente, nunca se entrometía. Solo las ignoraba. Tendría que ser esa la excepción a la regla.

Dio un par de pasos hasta estar frente al hombre, poniéndose frente al muchacho que había caído al suelo tras recibir semejante golpe. Le tocaba hacer lo mismo de siempre, después de todo - Oye, grandullón ¿No crees que este no vale la pena? - a pesar del asco que le tenía puso una mano sobre el puño ajeno, poco a poco, haciéndole doblar el brazo mientras ella se acercaba. El echo de que fuese tan "cariñosa" al parecer le había dejando embobado por lo que la miraba casi babeando. ¡Asqueroso!. - Si te portas bien te daré una recompensa fuera ¿Vale? Estoy aquí al lado..Puedes preguntar por Sofía y bajaré a atenderte - se puso de puntillas hasta llegar al oído.- Gratis - pareció una palabra mágica porque en cuanto se lo dijo su semblante pasó de estar medio enfadado burlón a estar completamente encantado. Sí, la palabra mágica. - Vamos, vamos chicos..yo me acabaré esto pero luego iré y os haré pasar un buen rato ¿de acuerdo? - con una pícara sonrisa les guiñó un ojo a todo el grupito que, tras echarse unas risas y decir algunas palabras mal sonantes sobre el muchacho iniciaron la marcha. Alguna vez miraron hacia detrás, pero ella se mantuvo de pie con esa sonrisilla de mujer traviesa hasta que ya no se les vio tras la puerta. - Ya se han ido - afirmó casi para si misma pero al mismo tiempo que tras dar la vuelta miraba al chico. Le ofreció la mano, no con una sonrisa porque no era capaz de fingirla del asco que tenía en el cuerpo, pero si habló en un tono amable - No creo que vuelvan..te aconsejo que te marches - sabía que tenía que agradecerle por lo que había echo, sin embargo, no pudo decir nada más.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Oct 27, 2011 8:42 pm

Todo a su alrededor pareció volverse del color del carbón, el suelo antes café y los rostros ruborizados y alcoholizados de los hombres se desvanecieron como devorados por la obscuridad. El monstruo que se escondía entre el velo de tinieblas los devoro y uno a uno fueron degustados entre sus fauces ahora abiertas de par en par, seguramente dentro de poco lo devoraría también a él. Apoyo el rostro contra el suelo para intentar ponerse en pie, solo para descubrir, que en su mejilla comenzaba a formarse una inmensa masa que de haber sido capaz de observar tendría el color de una manzana parda que gradualmente cambiaria al color de la uva y quizás pasaría por algún verde o café. El mismo golpe le impedía abrir el ojo con propiedad sin comenzar a sentir punzadas de dolor que le obligaban a cerrarlo nuevamente, tenía ahora una visión parcial del lugar. ¿Qué diría su tío al verlo? ¡Ni pensar!

Escucho con claridad los pasos de la mujer que, pretendiendo ayudar, había terminado ayudándole a él. Y gracias a Dios y a otros santos, su ego no era tan grande, ni su orgullo tan machista como para sentirse avergonzado de aquella escena. Avergonzado más bien, de haber fallado en su intento de ayudar –me aconsejaron también que no viniera a estos lugares- y le pareció la respuesta mas correcta y certera para la ocasión. Sujeto su mano con suavidad, casi como si temiera apoyarse en ella para levantar su cuerpo del piso, y con ayuda de sus piernas se irguió cuan alto era, con la creciente masa en su mejilla achicando cada vez más su pómulo derecho, pronto, de su ojo no quedaría nada más que una rendija del color de la avellana –lamento si le cause alguna molestia- se disculpo soltándole con rapidez para palpar con sus dedos la herida. Seguramente minúscula a comparación de lo que podría haber ocurrido de no haberse inmiscuido la mujer. La dama que tenía ahora frente a él.

Su rostro se compungió en una muestra tangible de dolor que no encontró salida en sus labios, pues no estaba dispuesto a quejarse. Ni siquiera en soledad, mucho menos en presencia de una dama -¿y dejarla aquí sola?...pareceré seguramente demasiado terco y hasta tonto pero si usted no marcha conmigo yo no me iré- y su voz sonó tersa y sin deje de autoridad. Porque nunca antes se había impuesto ante los demás y no sería aquella la primera ocasión en que sus palabras sublevaran otras y despojaran de importancia a las demás. Se quitó, la gabardina que más bien parecía un chaleco elaborado a la medida y cubrió los hombros de la mujer con aquella tersa tela que, como cascada, resbalo por su cintura para cubrir poco más allá de sus sentaderas ¿Cómo quedarse de brazos cruzados después de ver como los hombres la devoraban con la mirada?

-oh de ser un no lo que quiere escapar de sus labios, permítame entonces escoltarla de vuelta a su hogar…o a su lugar de trabajo- susurro. El arrebol encontró refugio en sus mejillas, en aquella sana y en la otra deformada. Conocía el camino al burdel, porque ya antes había asistido a él. Y no por el morbo que uno puede pensar, siente un adolescente al observar los curvilíneos cuerpos de las mujeres al bailar o andar en la estancia de aquí a allá. Intentaba otorgar un instante de tranquilidad entre aquellas ajetreadas noches entre clientes y alcohol - ¿Sofía?...ese no es su nombre- susurró con una diminuta sonrisa crispando sus labios de hito en hito –y supongo que no me lo dirá así que… ¿puedo llamarte Agar?-
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No existe ningún pecado en ser feliz [Brigitte] Empty Re: No existe ningún pecado en ser feliz [Brigitte]

Mensaje por Brigitte Guielle Miér Nov 02, 2011 1:42 pm

Esperaba que el chico se ayudara de ella para levantarse, hiciese -tal vez.- una reverencia y se marchara. Si es que el pánico no era tanto en él que directamente salía corriendo como alma que lleva el diablo. Eso es lo que hubiese esperando cualquier persona en la situación de Brigitte y, de echo, es lo que cualquier persona hubiese echo de ser el muchacho al que casi mataban a golpes. Pero ese chico no era un cualquiera ¿Verdad? Lo demostró en cuanto dijo con palabras y una mirada completamente seria que no sería capaz de marcharse de allí dejándola sola. "Pareceré seguramente demasiado terco y hasta tonto" ¡Bingo! Pero ella creía más bien que la atinaba a lo segundo o, mejor dicho, directamente se podía decir que estaba loco. ¡Loco! Nadie en su sano juicio se quedaría en ese lugar; menos con la apariencia que restaba al chico. Ahora que lo tuvo frente a frente lo miró con más detenimiento, sutilmente claro está. Era más alto que ella -cosa fácil teniendo en cuenta su menuda estatura.- de piel blanquecina y bien cuidada, facciones aniñadas pero se veía bastante madurez en las palabras que decía. Eso sí, no se veía con las pintas que le hacían "falta" para ir por allí. En mente de hombres como los de antes hubiese sido un blanco fácil al que atracar, sobretodo saliendo de allí - ¿Te has mirado en un espejo? Tú corres más peligro que yo en este barrio... - murmuró casi sin pensarlo después de que insinuara que ella necesitaba protección. Sí, pecaba de orgullosa. Pero tampoco era un pecado tan grande porque había demostrado en muchas ocasiones saber arreglársela. En otras tal vez no tanto, aún así, asumía las consecuencias de sus actos. Y por tal estaba ya acostumbrada a cosas como las que acababan de suceder.

Escuchó de repente que abrían la puerta y miró hacia detrás como si supiera quien había entrado. Genial. No eran los tipos de antes pero si unos que se le hacían demasiado conocidos. A penas pudo prestar atención a lo último que le dijo el muchacho pero si lo suficiente como para volver a mirarle y responder. - Eh..si, está bien, llámame como quieras - en su voz se notaba impaciencia ¿Qué iba a hacer ahora? Ese hombre las pocas veces que lo había visto se había acabado obsesionando con ella y, teniendo en cuenta que estaba con ese chico, la tomaría con él seguro. Además tenía dinero. Motivo por el que le había atendido un par de veces aún sabiendo la extraña obsesión que le procesaba. - No sé que hacer.. - murmuró en un susurro para si misma, bajando la mirada hacia el suelo sin mirar realmente nada, solo concentrada en sus pensamientos. Por un lado tenía la opción de irse sin más y por la otra de llevarse al chico. Cabe decir que ninguna de las dos le apetecía porque había ido allí a relajarse, pero eso no era precisamente discutible en ese momento. Y como no se diera prisa ya no tendría directamente ninguna opción.

Sin decir nada le volvió a tomar de la mano, con fuerza, y tiró de él más no precisamente en la dirección de la puerta sino hacia la barra. Justo en el punto donde estaba la pequeña puertecilla que dividía un frente del otro miró a una de las cantineras, a la que más conocía - Ágatha, si pregunta por mi - señaló con la mirada al nuevo integrante del local y luego volvió a mirarla. - Dile que no estoy y que me he ido o lo que se te ocurra mientras no esté ¿Vale? - la muchacha asintió con el pulgar y con un guiño en el ojo mientras que ella pasaba por la puertecita medio agachada y obligando a su reciente acompañante a agacharse también con la mano sobrante. Cuando ya pasaron por las cortinas que daban a la parte trasera del local fue cosa de segundos salir por la puerta trasera, no sin antes revisar que no hubiese nadie. Claro. Aparentemente estaban solos. Soltó la mano del muchacho y se volteó. - Esto.. - ahora llegaba el silencio ¿Cómo le iba a explicar eso? Se removió ligeramente el pelo -que ya solía estar de por si revuelto.- simulando que se rascaba la cabeza. - Entro un hombre que no me agrada y..bueno..¿Por qué sigues aquí? ¿No se te hace peligroso o es que te gustan los retos? - Intentó cambiar de tema ya que no le gustaba hablar sobre sus temores o sobre sus problemas. Menos con alguien al que no conocía de nada.
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Mensaje por Cyrille Vezier Jue Nov 03, 2011 7:38 pm

Bajo la mirada con sutileza, no hacía su cuerpo sino al suelo. Porque la gente se esmeraba en decir que no era un igual de aquellos que vivían entre las calles ¿Solo por su forma de vestir? Moriría en la causa del pueblo si fuese esta justa, viviría con los pobres si eso pudiese ayudar, regalaría sus vestimentas y se despojaría de todo exceso que el dinero puede otorgar si con eso pudiesen dejar de decirle que no pertenecía a aquel lugar. ¿Cuánto más tendría que hacer para demostrarles que se equivocaban? –Agradezco su ayuda pero a mí solo me quitarían el dinero que poseo, si acaso terminaría con el otro ojo igual- no quería siquiera pensar en lo que podría ocurrirle a la mujer de andar sola por aquellos lares bien entrada ya la noche. Cuando los ebrios regresaban a sus hogares buscando compañía y algo más. Sus mejillas se ruborizaron y se esmero en vano de ocultar aquel color.

Observo, sin disimulo alguno pues no conocía de aquello, al hombre que Agar había volteado a ver. Y sin que pudiese hacer nada comenzó a andar detrás de ella pues, y aunque le costaba admitirlo, no conocía aun los caminos de aquellos lares. Los lugares por los que no había que pasar o las personas a las que era mejor dejar en paz. Se agachó cuando la joven así lo hizo, avanzó detrás de ella con la espalda encorvaba para poder pasar y no terminar golpeándose con algo más. Y podría decirse que andaba a ciegas tras de ella pues su ojo ahora hinchado apenas y le permitía ver.

-No es ni una cosa ni la otra ¿Tan difícil es pensar que podría estarme preocupando por usted?- la pregunta salió con tanta rapidez que no fue consciente sino hasta entonces de la cantidad de respuestas posible a su cuestión, en su mayoría, carentes de amabilidad. Meso sus cabellos con suavidad, pensando, en alguna manera de ayudar a aquella mujer –Yo me marchare en cuanto llegue usted a un lugar…seguro- y noto en sus palabras la ingenuidad con que comenzaba a hablar. Como si en verdad, pudiese el protegerla de alguna manera en especial. Con aquel rostro amoratado y escasa fuerza, física y no de voluntad pues podía caer y levantarse tantas veces como el alma resistiera los golpes. Negó energéticamente tartamudeando por un segundo y nada más.

Observo en derredor, teniendo que girar el cuello más de la cuenta para lograr ver el lugar al cual habían ido a parar, un sitio desconocido y diminuto, alguna callejuela seguramente que desembocaba en alguna otra calle o plaza del lugar – Si te molesta mi compañía, prometo ir callado- andaría a un lado de ella sin respirar. Solo tenía que saber, que no la había abandonado en aquel lugar.
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