¿Que Sera de mi hoy?[libre]

Otra vez se había perdido por las calles de París, de nuevo sus pies le habían llevado a recorrer el lugar para simplemente observar todo lo que a su alrededor ocurría, sin pararse a mirar nada en concreto. Aun después de los dos años que llevaba curioseando el lugar, siempre sentía que podía encontrar algo nuevo, que le sorprendiera, que le interesara por algún motivo.

Iba con unos pantalones desaliñados color negro, como todas sus prendas, en su torso un chaleco sin nada debajo que cubriera su cuerpo. Hacía frío, pero él estaba más que acostumbrado a esas temperaturas, no por nada vivía en el bosque y había nacido al abrazo del mismísimo invierno, así que algo de frío no era problema para alguien como él. Caminaba descalzo aun así, no le gustaba llevar mucha ropa por que realmente no eran pocas las veces que terminaba adoptando alguna de sus formas animales y las prendas por supuesto quedaban olvidadas, así que era más cómodo a menos tuviese que cargar o perder. Al menos no iba sucio.

Sus ojos seguían viajando de un lado a otro inquietos, siempre los llevaba muy abiertos como un niño pequeño que no quiere perderse ni un solo detalle de lo que ocurre a su alrededor, por ello mismo fue que se fijó en aquel chico. O más que en aquel desconocido cabría decir que se fijó en el objeto que tenía en sus manos. Su madre le había enseñado a leer y escribir, pero no habían contado con muchos libros que él pudiera ver. Además, todas las poesías o relatos era su propia progenitora quien se los había narrado, así que verdaderamente se emocionaba al ver un objeto tan sencillo. Sin pudor alguno se acercó a aquel hombre, quedándose de pie frente a él, con una pequeña sonrisa en el rostro.

- Hola. - fue todo lo que dijo, colocando las manos detrás de su cuerpo y agarrándosela en un gesto bastante infantil. Era una persona peculiar y eso no iba a cambiar, tan solo se quedó ahí, mirándole, como si esperase algo.

El chico de negros cabellos no pudo sentirse más satisfecho cuando escuchó la invitación por parte del otro, su sonrisa imborrable se amplió y sin pensarlo ni un instante se sentó a su lado, mirándolo aun de forma fija. Era perfectamente capaz de leer por su propia cuenta y por ello mismo sus ojos se desviaron de aquel desconocido mientras de sus labios salía el educado agradecimiento que requería la situación.

- Muchas gracias. - dijo amable, mientras se acercaba un poco más a él para mirar las letras, le resultaban familiares, al menos las pocas frases que pudo llegar a leer, sin embargo notó la mirada ajena puesta en si mismo y automáticamente volvió su atención a él. Debía reconocer algo y es que aquel desconocido tenía unos rasgos de lo más llamativos.

Probablemente era extranjero, por que por París aquel rostro no era algo común, pero eso no hacía sino encandilar más al chico, que en todo lo desconocido encontraba algo fascinante, algo que desentrañar por encima de cualquier otra cosa. Inclusive tenía ganas de levantar la mano y comenzar a rozar sus ojos algo pequeños, su cabello, su piel. Sin embargo el hombre volvió a hablar y a pesar de que él deseaba leer las palabras por su propio ojo, no dudó en sonreír y asentir, además que se lo había preguntado de una forma que se le antojaba tan dulce, que no se veía capaz de rechazar su oferta, su acento además tampoco era el típico parisino; sí, definitivamente debía ser extranjero. Muchísimas preguntas comenzaron a agolparse en su cabeza, de donde sería, qué haría ahí solo, como sería su país, qué tipo de gente habría...

Sin embargo en cuanto comenzó a recitar dejó de pensar y tan solo se sumergió en sus palabras y sus ojos se quedaron fijos en sus rostro, aunque no tardaron en estar clavados en una parte más concreta, en sus labios, en como se movían formando cada palabra. Su propia boca se había quedado entreabierta como al niño que le cuentan sobre un pastel de chocolate y la boca se le abre de expectación y emoción. Los versos le sonaban y no dudó en sonreír de forma divertida cuando él concluyó.

- Que bella voz tenéis. - le dijo sin pudor alguno y sin más cerró los ojos y él mismo continuó con lo que él había comenzado. Pues se lo sabía sin necesidad de leerlo, al poco abrió sus ojos para clavarlos de nuevo en los ajenos, cualquiera que los viera pensaría que el extraño muchacho con pocas ropas le estaba hablando de algo verdaderamente intenso al atractivo joven de mejor aspecto. Una situación curiosa, sin duda alguna.

¡Oh! ¿Quién podrá oír mi llanto?
¿Acaso no lo ves, amada mujer?
¿Lo que hoy estoy sufriendo?
Las oscuras noches son mis fieles amantes;
Desde que partiste hacia una vida de inciertos

La única esperanza que en mi queda;
Es un frágil fragmento de luz;
Que como una débil llama;
Amenaza con extinguirse.
¿Acaso así se extinguió nuestro amor?
Tan frágil, tan dudoso;
Que hasta el más mínimo;
Viento amenaza con extinguir

Lo que una vez hubo…

Una vez terminó se quedó mirando a aquel extraño, sintiendo entonces como se encaraba con él y parpadeó varias veces, aunque no dejó de sonreír suave. De reojo percibió como había cerrado el libro, ¿quizás iba a recitar como lo había hecho él mismo poco antes? Aquello le gustaba, pues parecía más real, como si en verdad se lo contara a él en lugar de sacarlo de un montón de hojas. Observó su cara de concentración y de una forma totalmente inconsciente acercó su rostro un poco más al ajeno, casi hasta el punto en el que mirar tan de cerca se hacía incómodo a la visión, como siempre, no pensaba que quizás no respetaba el espacio ajeno de la otra persona y podría incomodarse.

Cuando terminó de recitar sacudió suavemente la cabeza, apartándose un poco y sonriendo de nuevo, pues se le había puesto cara de concentración al prestar atención a sus palabras, en centrarse en sus labios y la forma de moverlos, en sus ojos y como lo miraban, en todo su rostro, le gustaba observar a la gente y él era muy llamativo. Suspiró, asintiendo pues era cierto que su memoria siempre había sido buena, pero verdaderamente también era gracias a que le pedía a su madre que se las recitara una y otra vez. Sus ojos cambiaron de dirección hacia el libro que había posado en su regazo y sus ojos brillaron con una chispa de ilusión. Sin embargo el halago de aquel hombre por algún motivo le hizo ponerse nervioso y sus mejillas se tiñeron de un rojizo evidente, haciéndole cerrar los ojos.

- Gracias, a mi me encantaría poder volver a recitar con vos. - aseguró, dejando ese momento de vergüenza a un lado. Además, si él mismo le había dicho algo similar antes, era absurdo que ahora se sintiera así, pero su mente era extraña y se tomaba cada cosa como quería. Soltó una risita al escucharlo y lo miró de nuevo - No parecéis viejo, aunque quizás sí exponente del saber. - sacó un tanto su lengua y volvió la vista al libro.

Una de sus manos acarició la portada y la contraportada, el lomo y todo lo que pillaba, hasta que finalmente lo abrió y lo acercó a su rostro, aspirando su aroma. Le gustaba como olían los libros. Sus ojos luego se dedicaron a mirar las letras, a unirlas, a leer para si mismo, olvidando por unos instantes que a su lado había una presencia mientras él pasaba las páginas para ver todo lo que pudiese, hasta que de nuevo la voz ajena resonó en sus oídos y recuperó su atención, haciendo que cerrase el libro en su regazo.

- Abraxas, el gusto es mío. - aseguró, verdaderamente él siempre tenía que ir preguntando el nombre a la gente, o diciendo el suyo propio para conseguir tal información, le agradó que en esta ocasión no hubiera sido necesario, sin embargo eso solo le había abierto la puerta a querer saber más. Valentin no sabía donde se había metido - ¿De donde sois? - comenzó su interrogatorio, olvidando ya aquel objeto que aun descansaba sobre sus piernas - No tenéis rasgos de este lugar, sois hermoso pero diferente. - se giró un poco para sentarse con las piernas cruzadas y así, de frente al muchacho, teniendo más libertad para mirarlo como se le antojase.