Las coincidencias hace tiempo dejaron de ser viables por las mañanas

El comienzo de un día, uno tan fácil de mirar para algunos pero indeseado por almas como la suya, que no le veían un buen comienzo a las mañanas si se presentaban tan frías como ésta parecía serlo, digna de que el verano se había marchado y que las épocas frías azotarían día a día París con una crueldad poco vista en la madre naturaleza, ya que ni siquiera, esos rayos de sol que de las esponjosas nubles lograba verse, servían para algo más que iluminar las calles y los cuerpos andantes, carentes de todo calor que le astro a millones de kilómetros de distancia pudiese ofrecer a los humanos y criaturas vivientes. Es por eso que su cuerpo se movía con pereza luego de esa noche que fue de todo menos reparadora, teniendo un sin fin de esas pesadillas que acataban a su pobre subconsciente sin que él tuviese un control de las mismas o algo para librarlas del camino; deseaba, al menos, no soñar con tal de que sus noches fueran más sustentables y sobrellevables. Mirar la ventana una vez tus manos han quitado las cobijas de tu cabeza, una acción que comúnmente realizan las personas cuando el sueño, de plano, ha decidido no volver y no te queda más remedio que levantarte. El único sonido que se escuchaba en la enorme residencia eran suyos, su respiración, sus movimientos, el rechinar de la estructura de la cama cuando sus extremidades se apoyaban en el colchón y conseguían una postura más cómoda para librar la pereza de su adormilado lecho; eran todo lo que se oía y claro, se iba a oír, al no tener criados ni nadie más que habitase el hogar, era lo más obvio de pensar y ver.

Su cuerpo y paciencia se aburrieron de la cama, así que sin más preámbulo se levantó tirando las cobijas al lado desocupado de la cama matrimonial y procedió a comenzar su día. Lo único agendado en su mente era una cita, una reunión con su informante, un menos experimentado cazador pero nada principiante, el cual se reunía todas las mañanas de los sábados con él frente a la plaza central de la ciudad, como iba a ocurrir en unas horas más ese mismo día. Honestamente hablando, Horatio no tenía muchos deseos de asistir, era un total compromiso el que se levantase y vistiera para ver al extranjero hombre que no hacía más que su trabajo, era toda su culpa el mal augurio que se estaba lanzando así mismo para el largo día que se le venía enfrente. Unas pasadas a su corto cabellos fueron suficientes para dejarlo en orden, sin necesidad de alguna cepillada ni mucho menos, el olor de un baño reciente se apoderaba de la habitación, así como también el del perfume que sus ropas tenían impregnado fuertemente pero sin ser molesto para una inhalación próxima ni para él, ni para quienes lo oliesen. Desayunar lo haría después, con los años se perdía su apetito y quizás lo terminaría juntando con el almuerzo para no perder más tiempo. Y así, salió de su residencia en el mismo silencio que despertó, ¿De qué servía contar algo o hablar en un salón donde sería tu eco el único que te respondería repitiendo cada una de tus palabras? Ni siquiera hablar consigo mismo resultaba atrayente para el hombre que poco y nada creía de eso, bien consciente de cómo hacerlo mentalmente para no incomodar a nada ni nadie.

París era movido, le impresionaba a veces lo valiente que eran las personas a veces para salir aun para el más efímero de los motivos de sus moradas, algunos con más fuerte que otros al poseer coches particular y, aunque él contaba con un cochero particular, había decidido ese día caminar, después de todo sedentario no era en lo más mínimo y perder condición física por cosas como esa era un peligro para su segunda vida que no estaba dispuesto a comenzar. Iba tarde, eso creyó, pues sus ojos divisaron muy rápido al extranjero hombre, ese que si bien no llegaba a su edad, había abandonado los rasgos de la adolescencia para entrar a las tres décadas, con un semblante mucho mejor que el suyo.- Señor Wool -el pelirrojo mayor habló, diciendo su nombre a modo de saludo en un susurro que logró ser captado sólo por el hombre aludido, extendiendo su mano que fue prontamente estrechada por el hombre con más energía que la suya.- Horatio, señor, ¿Está usted bien? No luce muy fresco como en otras ocasiones -preocupado, el sujeto preguntó, la mirada fija en los pequeños ojos del hombre mientras que éste perdía la vista en las concurridas calles.- No es nada que prever. Cuénteme mejor usted qué ha descubierto -respondió entonces con raudo actuar para cortar el tema de raíz, no había venido específicamente para que otros le mostraran lo mal que se veía luego de una noche de tormento, marcándose mucho más las orejas que poseía luego de estas.

Un nuevo día se había abierto camino, el sol que entraba por los resquicios de mi ventana iluminaban mi frágil rostro haciendo que mis verdes ojos se abrieran enfocando el sitio donde estaba. Suspire pesadamente, llevaba toda la noche dando vueltas en la cama. No sabía que me pasaba pero había días en que no podía dormir pero cuando llegaba el día estaba como si hubiera tenido un sueño reparador y estaba como nueva. Así que aquella mañana como sabía que no podría dormir, salí de la cama y mire por la ventana. Se notaba que era un día frio a pesar de que había salido el sol. Me gustaba vivir en Paris pero lo malo era que en Otoño y Invierno el frio era demasiado pero lo único que tenias para estar bien en las calles era abrigarte bien. Así que decidí salir a dar un paseo, mi madre llamo a la puerta. Le dije que esperara un momento cerré las cortinas para que el sol no matara a la mujer que me había criado. Me abrazo y beso la frente, me acompaño a desayunar y luego volví a subir a mi habitación.

Me vestí con un vestido de color crema, con los guantes del mismo color para proteger mis finas manos del frio y luego me cepille mi pelo rubio para dejarlo caer en cascada sobre mi espalda. Así que le di un beso a mi madre, cogí mi pequeño bolso que en realidad no era más que un bolso pequeño de fieltro que llevaba en la mano. Pero allí llevaba mi dinero, un poco del dinero familiar que mi madre me daba siempre que salía por si quería comprarme algo por las calles de Paris. El cochero se dispuso a montarse en el carruaje para llevarme pero le dije que no. Quería caminar, quería recorrer a pie las calles de Paris. Así que me eche a caminar por las calles. Decidí caminar por la plaza Tertre. Llevaba el bolso de fieltro en una mano, jamás me había pasado nada pero ojala aquel día lo hubiera llevado cogido con las dos manos por delante de mi cuerpo. Lo llevaba en mi lado derecho y cuando llegue a la plaza vi que estaba más o menos llena pero se estaba bien no era agobiante. Así que me puse a caminar tranquilamente, pensando en donde podría ir. Pero de pronto, todo ocurrió tan deprisa que no me di cuenta de lo que paso al principio.

Mientras pensaba, sentí como alguien casi de mi edad o me atrevería a decir unos años mayor, se acerca a mí peligrosamente pero rápidamente me empujo y me robo el bolso de fieltro. Tenía fuerza, demasiada para mi pequeño cuerpo que al sentirse empujado cayó al suelo sin ninguna otra opción. Mire a la persona que me había robado, se alejaba corriendo con mi bolso en la mano. La gente había comenzado a gritar: “¡Ladrón! ¡Que alguien lo detenga!” Pero mi cuerpo no actuaba, mi cuerpo era demasiado frágil y me había hecho algo de daño al caer. Solo era el golpe pero aun no me sentía con fuerza para levantarme por mi sola. Me mire las manos, se habían raspado por el golpe en el suelo y de las rozaduras salía un poco de sangre.

Off: Mi demora es evidente, espero sepa perdonarme, hija.


La plática se llevaba con normalidad, muy amena y liviana como para perturbar su paciencia y cansancio, la brisa perfecta, el ruido ambiental perfecto. Sí, todo detestablemente perfecto y cotidiano. Los dichos del hombre enfrente no eran más que simples ritual, reportes de actualizaciones de las seguidillas de varios seres sobrenaturales ya descubiertos por toda Francia, reporte de más actividades peculiares, bajas, altas, etcétera. Nada que realmente valiera su preocupación total o cranear más de lo necesario, por lo que más que nada escuchaba, no pronunciaba ni una palabra y en cambio, mirada al horizonte, al tránsito peatonal y a la vida cotidiana que por esa hora circulaban al rededor de la plaza central. le parecía irónico el pensar, que hace unos años, pocos en verdad, él era parte de esa cotidianidad, de esas sonrisas espontáneas y las risas que inundaban una conversaciones; que el rechinar de las estrías de los caballos al galopar era de los suyos en uno de los tantos paseos con su esposa y su pequeño hijo, las compras, las cenas, los paseos, todo eso y más ya eran parte del pasado. Eran como nubes en su memoria que incapaces de abandonarle simplemente le atormentaban, un recuerdo que ni siquiera el mejor de los alcoholes podría aguarlo, una herida que ni siquiera el tiempo de los años transcurridos cicatrizaba.

- Horatio... Horatio... Horatio, señor -esa voz llamándole de manera tan insistente fue que devolvió su mirada centrada al hombre, ese que quizás desde hace cuánto tiempo había dejado de comentarle cosas para apreciar la carencia de atención evidente en el pelirrojo, ese que ahora le miraba esperando que respondiera a una pregunta que ni por casualidad conocía.- Mil disculpas, señor Wool. Tuve... un recuerdo, vago, pero me hizo desconcentrar por minutos -se explicó vagamente con un meneo a su cabeza, una voz carrasposa que no dejaba un sentimiento más que la melancolía, uno, que Wool pudo entender a la perfección y que por lo mismo se ahorró cualquier comentario o pregunta al respecto. Él era uno de los pocos que conocía más o menos la historia de Horatio, con él se había descargado incontables noches de servicio y otras, de simple albedrío libre para contar. Se reflejaba en su rostro, además que no deseaba exactamente hablar más del tema por lo que, a pesar de lo ocurrido, prosiguió con su relato, el cual ya poco a poco iba perdiendo el real sentido de importancia entre ambos hombres. tarde se daba cuenta que no había sido el mejor día ni lugar para hablar de éstos temas.

Y así mismo le quedó claro que era el día y el lugar incorrecto, cuando un grito que quizás se escuchó por toda Tertre interrumpió toda la vida cotidiana que se llevaba a cabo y dejó en evidencia la necesidad de ayuda. "¡Ladrón, auxilio!" eran palabras muy comprensibles a pesar de la distancia que asemejaba gracias el efecto de onda expansiva de dicho sonido, pero que fue suficiente para poner en alerta a ambos hombres que, literalmente, no dudaron ni dos segundos en correr al lugar de los hechos. En silencio, los años de experiencia y trabajo en equipo se vio evidenciados, cuando ambos hombres a pesar de correr hacia el mismo lugar, lo hicieron por rutas diferentes e ingresando por puntos contrarios, siendo Wool el con mejor suerte al toparse de lleno con la carrera del sospechoso número uno. Claro que, si todo el mundo te observa mientras tú correr desesperadamente cubriendo un objeto con tus manos, mientras el aviso de un robo está en el aire, no vas a pasar desapercibido ni para el más retardado. El joven delincuente se dio cuenta de inmediato de obstáculo en su carrera, por lo que antes de ser atrapado cambió su trayectoria en un movimiento que casi le cuesta una caída por la velocidad de carrera que llevaba, Sin embargo, ni alcanzó a dar ni tres pasos en su nueva huida cuando fue embestido de golpe por un costado por nada más ni nada menos que el hombre pelirrojo en cuestión. Una medida desesperada, pero en una situación desesperada se necesitan de esas reacciones. El chico de inmediato comenzó a quejarse, el raspón en su rostro era evidente gracias a la ficción contra la tierra y una que otra piedra; pero ni siquiera esos quejidos alivianaron a Horatio quien lo inmovilizó más rápido incluso a que su compañero llegase a su lado.- Si te llegas a mover, ese raspón en tu rostro será de lo último que te tendrás que preocupar -su amenaza fue clara e irrebatible, y fue suficiente para que el ladrón se estuviese quieto y sólo saliese de él una respiración agitada y algo cortada.

La gente, como curiosa y morbosa que es, no tardó en generar una media luna al rededor de la aprensión con distintas reacciones. Los más conservadores se avergonzaban de un robo a plena luz y hasta del acto tan impulsivo, según ellos, de un civil; otros, más activos y relajados, victoreaban al hombre sobre el más joven y pedían un castigo al delincuente.- Señor Wool, busque al dueño del bolso -la voz de orden de un líder nato se apoderó de la labia de Horatio, que fue acatada de inmediato con el hombre que primero, se encargó de amainar a la multitud con esas célebres frases de "No hay nada que ver aquí". En lo que sucedía, los guardias de la plaza que tarde llegaban al lugar, se ofrecieron en ayuda al pelirrojo, éste accedió y pasó la custodia a ellos en lo que se incorporaba y se arreglaba de manera presentable luego de la corrida. A lo lejos, su vista denotó a una muchacha, joven, muy joven, tirada en el suelo de una manera no muy cómoda, incluso contrariada. Pidiendo permiso, pasó entre la multitud y se encaminó a la chica de rubios cabellos, arrodillándose a su lado.- Señorita, ¿Está usted bien? -fueron las primeras palabras que sus labios profesaron, el cambio en su voz había sido radical y ahora era suave, tranquilo y parsimonico en lo que oía a su compañero acercarse con el bolso entre sus manos.

OFF: No pasa nada ^^ yo también pido perdón por mi gran demora

No era muy normal que un robo se produjera a plena luz del día y menos en una plaza como aquella. Por lo que eso llamo la atención de los parisinos que estaban allí, pero ni uno solo hizo el ademan de ayudarme. Mientras yo seguía en el suelo quejándome en silencio de las raspaduras de mis manos. Las cuales sangraban un poco y que habían roto mis guantes, me los quite ya que no servían de nada. Cuando estaba dispuesta a ponerme de pie, dos hombres que habían estado a la entrada de la plaza entraban corriendo, teniendo como destino el ladrón que me había robado mi bolso. Eso llamo de nuevo mi atención, por lo que me quede en el suelo del nuevo. Pero nadie me tomo de nuevo en cuenta porque por lo visto todos teníamos especial atención en los dos hombres y el ladrón. Pero cuando lo atraparon todo el mundo se puso allí y yo no pude ver nada.

Pero en ese momento me di cuenta que nadie me había ayudado de nuevo. ¡Pero como éramos algunas veces los parisinos! Negué con la cabeza dejando salir un suspiro de fastidio de mis labios y me dispuse a ponerme en pie. Pero un dolor intenso me vino a la pierna haciendo que hiciera un gesto de dolor y me mirara esta. Me había hecho una herida sin darme cuenta, no era una herida en sí. Solo un golpe pero mi pequeño cuerpo no está acostumbrado a estos y dolían muchísimo cuando me los hacía. Suspire pesadamente y me puse la mano encima del golpe intentando alivianar un poco el dolor y que me pudiera poner en pie. Solo necesitaba unos segundos de reposo y me podría poner en pie. Pero cuando pensaba en probar de nuevo a ponerme de pie una voz hizo que mirara al hombre que sin que yo me diera cuenta se había arrodillado a mi lado. Mi joven rostro le miro y una dulce sonrisa salió mis labios.

-Estoy bien... el ladrón me lanzo al suelo para robarme el bolso. Y no tengo tanta fuerza como los hombres. Solo tengo unos raspones en las manos y un golpe en la pierna pero nada más. Gracias por atraparle. ¿Tiene... mi bolso?

Dije primero dando las gracias para después preocuparme por mi bolso. Lo necesitaba, seguro que cuando más tarde al volver a casa mi madre se preocuparía al saber que me habían robado pero ahora no era ya nada. Pero quería agradecerle de verdad a aquel hombre lo que había hecho. Le miraba con mi mirada dulce y joven.