creo que deberé continuar a pie {Alaric}

Alaric, escuchó la pregunta proveniente de la joven, pero apenas tuvo tiempo para contestar. Pues el cochero, ya se había adelantado. Los pueblerinos y mercaderes comenzaron a abuchearlo y fue entonces cuando el muchacho se apartó del camino apesadumbrado. De repente, un grito tajante silencio la calle al completo. Se trataba de la autoritaria y frustrada mujer del carruaje sin duda. Alaric no tuvo que levantar la mirada para percatarse de ello. Es más, aquella orden le había sentado como una jarra de agua fría. Recordándole a su madre cuando se enfadaba con él, y la cual, se había ido de su lado hacía unos años, dejándole con un gran peso sobre los hombros.

La mujer, se dirigió al muchacho como cualquier plebeyo, y es que, no era de extrañar. Pues aunque Alaric provenía y convivía con una familia de altos títulos y dominios, ahora estaba irreconocible. No parecía en efecto, un noble de casta, sino un vagabundo desorientado.

El muchacho levantó la mirada cual azul cielo y la clavó en la señora noble con un deje de indignación, cuando ésta, le pidió que tuviese más cuidado. Aunque la mujer no había aplicado ningún tono severo esta vez, a Alaric, no le sentó demasiado bien. Pero no por culpa de la señora, sino por su propio descuido. Estaba enfadado consigo mismo y por desgracia podría acabar pagándolo con aquella amable mujer.

La señora, cual dulce doncella, bajó del carruaje digna de su elegancia. Se acercó al muchacho con paso firme y delicado y tomó su barbilla para volver a cruzarse de nuevo, con esos ojos azules.

Alaric, se contuvo, no estaba acostumbrado a que ninguna mujer le pusiera la mano encima. Pero de algún modo, aquella señora le inspiraba la misma confianza que le había conferido alguna vez su propia madre. La única con la que había tenido conexión, la única que había sido capaz de entenderlo.

La desconocida noble, ablandó el corazón del muchacho con sus últimas dulces palabras, repletas de auténtica caridad. Se sintió tan abrumado que juró que casi volvió a sentirse como un niño a punto de llorar.

El muchacho de apariencia andrajosa, continuó sintiendo las miradas de los adyacentes posadas sobre él. Aunque ahora, parecían disimular un tanto, él sabía perfectamente que todo el mundo estaba interesado en la historia, del vagabundo y la noble.

Asintió con la cabeza apesadumbrado y bajó la mirada para dejar de sentirse observado por aquella mujer. Cuando al fin, habló con la elegancia y el porte que le habían obsequiado sus estudios:

-Disculpad, mi señora –hizo una breve inclinación- no era mi intención poneros en peligro. Vigilaré mis pasos la próxima vez. Aunque he de apreciar, que sin ellos… jamás os habría encontrado.

Quizá fue demasiado atrevido, pues los indigentes se quedaron boquiabiertos a la espera de la reacción de la muchacha. E incluso, Alaric se preocupó después, de que la doncella se pudiera haber sentido ofendida. Él solo pretendía conmover su corazón. ¿Qué por qué lo había hecho? Ni siquiera él lo sabía. Fue una reacción inconsciente, inesperada. Un arrebato interior que no lo había podido reprimir.

Antes de que la mujer pudiera reaccionar a su comentario, y antes de que tomara alguna medida precipitada, Alaric se aventuró a añadir:

-Disculpad mi grosería, no era mi intención asustaros. Soy Alaric Rousseau, hijo del Conde Phillip de las tierras del norte. Siento que me hayáis tenido que ver en esta ilustre. –señaló su indumentaria sucia y resquebrajada-. ¿Con quién tengo la amabilidad de hablar?

Por un momento, Alaric olvidó al fin todas sus inquietudes, armándose de valor para mostrarse como el verdadero galán Rousseau y no como el plebeyo melancólico que aparentaba. Aunque sus ropajes no le acompañaban estaba seguro de que la mujer, pudo ver un atisbo de verdad en su mirada. ¿Por qué se preocupaba tanto el muchacho por contentar a la dama? ¿A caso se avergonzaba ante ella? O ¿Estaba cortejándola? Quizás no quiera saberlo…