No más miedo, no más hombres en mis sueños destrozados e perdido el control - Ian

Desconfianza aparecía a flor de piel, mientras que tristeza comenzaba a quedar por completo atrás, amor había sido degollado por el manto del orgullo dejando a cubrir la sangre que se desparramaba, cual botella de vino que dejaba salir su elixir. Un brusco suspiro salió de sus labios, y su mirada se perdía en la entrada, jamás había venido aun lugar como este, aquel que llamó por padre tantas veces jamás le dejó ir a un sitio así, estaba prohibido en su totalidad, pero ahora era libre de deshacer y rehacer. Cerró los ojos con fuerza y contó hasta diez para dar un paso hacia su nueva realidad. Odiaba a los Vampiros, odiaba a los cazadores, odiaba a todo lo que fuera hombre. Un opaco resplandor penetraba los cristales de la Taberna, era tan mínima que era difícil de distinguir a los diferentes seres presentes del terreno que pisaba con sus pequeños pies, sin embargo era firme en su decisión. Tomó una bocanada de aire, entretanto se desplazaba con cuidado entre la multitud, sus manos reposaban en su vientre entrelazadas, el vestido se meció a cada paso que daba y sus tacos resonaron en el marmoleado piso. No había amistad que no se jurara ante la presencia de una botella de vino, en un buen lugar llamado Taberna, allí donde muy rara vez las mujeres se les veía, sin embargo Alanié, solo deseaba hacer un brindis con ella misma, no había nada que la ligará en ese preciso momento a su mundo. Estaba sola.

Aún temerosa por el encuentro de algún político conocido que conocieran a su madre y padre, cual seguramente pensaría que era una libertina, una mujer fácil, de aquellas promiscuas que vendían su cuerpo y otros pagaban por simple placer, jamás por amor... ella no era así, pero sabía que eso no justificaba que los hombres pensaran de la misma manera, "les detesto", se dijo para sí, llena de dolor, uno que desgarraba su pecho, cuando pensó que no podría sentir más dolor del que una vez ya sintió, se equivoco. Un asiento libre en una mesa liberada de todo ser, le miró y viceversa, como si por un momento le hubiera socorrido del desconsuelo de su interior, la muchacha se desplazo hasta ella y la tomó en su poder. A los segundos de estar descansando sus pies, una mujer se acercó, preguntando que gustaba de servirse hoy, ella sólo pidió un vino blanco, usualmente usados para comidas en reuniones familiares, no tenía idea de tragos, pero deseaba el consuelo que todos una vez tuvieron sumergiéndose en el trago.

Las pesadillas habían vuelto, así como la soledad, esa que no siempre era demasiado grata, el vino llego en poco tiempo, sus manos se enredaron en el cristal, y dejaron caer el liquido en un copa, el primer tragó fue el más doloroso, pero su contenido desapareció en nada. Al cabo de media hora, un hombre bien vestido se le acercó, hizo un esfuerzo en mantenerse de pie, quitando el sombrero de su cabeza, bien vestido y seguramente un estatus alto, tanto o mayor que el de ella. Alan se apartó haciendo sonar la silla bruscamente en el piso, apuntó de cometer quizás el peor error de su vida, al demostrar temor... - no te acerquéis más - murmuro, y sus mejillas se tornaban de un dulce carmesí, sus ojos recorrían el lugar y las miradas recorrían el cuerpo de Alanié. Una lucha dispareja, una sola muchacha, contra miles de otros.