...los sueños, sueños son [Gilbert]

La pesadilla había resultado increíblemente vívida, lo suficiente como para que aún su piel se erizara. Durante todo el día trató de mantenerse lo suficientemente ocupada como para no recordar pero las imágenes regresaban, inevitablemente, una y otra vez a su mente. Finalmente, y harta de merodear por su hogar buscando que hacer, decidió salir a caminar.

La luz del día empezaba a extinguirse cuando atravesó la intrincada verja de hierro forjado que denotaba los límites de su propiedad. Su mayordomo, aquel diligente y buen hombre, había insistido en que llevase compañía, no solo porque no era bien visto que una dama vagase por la ciudad en solitario a esas horas, sino que debía pensar en los peligros que podía enfrentar. Bien, pues eso a ella no le importaba en ese momento, solo deseaba respirar aire puro y regresar a casa tan cansada como para que pudiese dormir tranquilamente. Fue tan bien ese razonamiento lo que la impulso a salir sin carruaje, no se trataba de una simple salida, deseaba agotar su cuerpo para que el cansancio se sobrepusiera a su imaginación… y a su memoria.

No obstante, la aparente solución había resultado peor que el problema original pues, aunque efectivamente había caminado lo suficiente como para desear tenderse en su mullido lecho, su mente se encontró a sus anchas para recordar todo otra vez. Hubiese sido mucho más sencillo si se tratase de una simple fantasía, como aquellas que nos hacen despertarnos en medio de la noche cubiertos de sudor, pero para las cuales basta con corroborar que se trataba de un sueño para espantar las imágenes y continuar con nuestra vida. Sin embargo para ella era diferente, pues se trataba de un recuerdo real, un suceso que debería haberse transformado en el centro de su felicidad y que ahora la acosaba en forma de pesadilla.

Aun podía oler el aroma de las flores, sentir el peso de su vestido y la suavidad de las infinitas capas de tela blanca que lo conformaban. Incluso sentía, por un momento la alegría y las ansias que había sentido. Era su momento, su último día como una chica soltera y el primer día del resto de su vida como una mujer felizmente casada. Que tonta había sido, que ilusa, que inocente y aun así había tardado algunos meses en despertar del idilio que ella misma había creado y creído. Una gran mentira, alimentada por el deseo de ser el reflejo de lo que la sociedad esperaba de ella. En su sueño todo transcurría con mayor velocidad, de pronto los asistentes a la ceremonia se transformaban en criaturas demoniacas y oscuras, todos intentando alcanzarla para desgarrarla con sus pavorosas garras. Y al final del camino él la esperaba. Su rostro tan hermoso como siempre, sus ojos un par de pozos de oscuridad – Ven querida, prometo hacerte feliz – recitaba, pero ella sabía lo que vendría e intentaba correr en dirección contraria mientras aquellas garras la atrapaban impidiéndole escapar. Entonces despertaba aterrada, temblando y sollozando.

Alguien había malogrado por completo el guión de su vida y, lamentablemente, había reaccionado demasiado tarde para tratar de recomponerlo. Con ese pensamiento salió de su ensoñación y miro realmente, por primera vez, el lugar al cual sus pies le habían llevado. Dando un respingo se dio cuenta que se encontraba en la entrada del cementerio. Que mala jugada. ¿Cómo era posible que se hiciera eso a sí misma?

Meditó algunos segundos sobre dar media vuelta y regresar pero, por algún motivo que no logró descifrar, decidió quedarse y hacer una visita rápida a quien fuese su marido por un breve e infeliz espacio de tiempo. Respirando profundamente atravesó la entrada. La oscuridad ya se cernía sobre el sacrosanto lugar y las farolas, estratégicamente distribuidas, en vez de iluminar y aclarar el espacio, producían un ambiente aún más lúgubre. Las ramas de los árboles se mecían suavemente al copas de la ligera brisa, la cual arrastraba a su vez, la pocas hojas caídas y esparcidas indiferentemente por un suelo salpicado de lapidas de formas y tamaños distintos.

Después de internarse algunos metros por el camino principal se detuvo unos segundos a inspeccionar el lugar. Sabía que era poco probable que esas horas de la noche se encontrase con algún otro “visitante”, pero era una idea que le producía algún grado de tranquilidad. En ese momento las palabras de su mayordomo resonaron en su cabeza ¿Qué sería mejor: estar sola entre un puñado de cadáveres debidamente asegurados en su prisión de madera y tierra, o con algunos humanos, muy vivos y despiertos, pero con malas intenciones?

Un escalofrió la recorrió, tal vez fuese paranoia pero de pronto comenzó a sentirse observada. La sensación no era extraña para ella, pues incluso, en la aparente seguridad de su propio hogar se había sentido incomodada durante horas por la misma razón. Sin embargo, en el lugar en el que se encontraba resultaba mucho más que solo incomoda. De hecho la estaba enervando a un nivel que definitivamente no le agradaba. Ahora bien, las opciones eran limitadas, podía continuar con el improvisado plan e intentar exorcizar sus demonios por algunos días al menos, o dar media vuelta y huir como una niña asustada.

Ese pensamiento la envalentono un poco. El tiempo de huir había pasado, además no podía simplemente ceder a un impulso generado, muy seguramente, por su hiperactiva imaginación. Se acomodó el sombrero, se aclaró la garganta y, antes de continuar, se acercó al sepulcro más cercano el cual, afortunadamente, era adornado con un inmenso ramo de rosas. Se encontraba agachada, escogiendo con descaro dos de las rosas blancas más grandes y hermosas, y arrancándolas del ramo mientras pedía mentalmente permiso y disculpas al difunto por tal profanación, cuando un enorme gato atigrado saltó en su dirección.

Sorprendida y asustada, Odette saltó hacia atrás, esquivando por poco la bola peluda pero perdiendo el equilibrio y cayendo sentada sobre el suelo – ¡Estúpido gato! – se escuchó a si misma vociferar mientras luchaba con las enaguas que, en desorden, le impedían ponerse nuevamente en pie. Oh si, ese sería un golpe que muy seguramente dolería bastante al día siguiente.

Odette aún luchaba en el suelo por organizar el caos de telas en el que encontraba cuando una voz muy cerca la sobresaltó. Debido a la impresión soltó un pequeño grito que retumbó por el desolado lugar y al levantar la mirada se encontró con un hombre joven acuclillado junto a ella. Hubiese luchado por alejarse de aquel lugar de no ser por las palabras que el extraño había pronunciado segundos antes y que hasta ese momento no había registrado debido a la sorpresa.

Lo miró entre sorprendida y enojada pero fue la segunda exclamación, junto con el escrutinio al que la sometió, lo que consiguió hacerle enojar – ¿Pues qué esperabas, un Nabo? – le preguntó con tono hostil y perdiendo momentáneamente todo el decoro del cual ella misma, y su clase entera, hacia alarde. Sentía sus mejillas ardiendo, no solo por la vergüenza de verse tirada en el sucio suelo, sino por el hecho de que aquel extraño se estuviese burlando de ella pues, aunque no se riera, era obvio que esa era la intención ¿Porqué otra razón habría alguien en sus cinco sentidos procurado semejante conversación ante una dama caída?.

En ese momento sintió un profundo odio por aquel desafortunado felino que le había asustado y deseo tenerlo en frente para poder propinarle un fuerte puntapié Sin embargo, con la misma rapidez se arrepintió de tan cruel pensamiento. Inspirando con fuerza ignoró aquel rostro que tan cerca se encontraba y se tomo algunos segundos para terminar de ordenar las capas de enaguas que le impedían ponerse nuevamente en pie. No podía recordar la última vez que se había encontrado en una situación similar y por esta misma razón no estaba muy segura de cómo debía obrar a continuación. ¿Debía intentar ponerse en pie por sus propios medios o esperar a que aquel desconocido hiciera gala de nobleza y galantería ayudándola a salir del apuro? La pregunta real era ¿y qué podía esperar de aquel hombre que se había atrevido a preguntarle si era una mujer?

La posible respuesta a la última pregunta fue decisoria para su actuar. Eliminó todo rastro de enojo de su rostro y colocó en él la expresión neutra que solo reservaba para algunos de sus ex familiares. Luego, con organizó la ultima capa de tela y se incorporó de la manera más elegante que la situación podía ofrecer.

Luego, con las mejillas aun ardiendo, le ofreció al joven una fría mirada – Permítame aclarare Monsieur que no me encontraba en el suelo por gusto - enfatizó la última palabra a la vez que, ya en pie, organizaba su revuelta cabellera y sacudía con delicadeza la suciedad de su vestido, sin mucho éxito hay que anotar - un gato enorme salió de detrás de aquella lapida y lamentablemente caí debido al sobresalto -explicó señalando la tumba ante la cual había estado inclinada antes del incidente, sin embargo omitió la razón del porque había estado allí agachada pues de ninguna manera pensaba admitir que había tomado flores de un sepulcro desconocido aunque las mismas permanecieran en el suelo a sus pies. – ahora, ¿ha sido casualidad el que pasara usted por acá o se dedica a asechar a jóvenes indefensas en el cementerio? sabia que era una pregunta infantil generada desde su irritación pero no pudo evitar proferirla.