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La Haute Société à Paris: velada en el Hôtel Biron [Con previa invitación] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ludwig Tobias Wittelsbach Dom Nov 06, 2011 12:27 pm

La Haute Société à Paris: velada en el Hôtel Biron [Con previa invitación] In-Cab
La presencia del sol hacía no más de una hora que había dado paso al oscuro cielo de la noche y, consigo, se había llevado todo rastro de luz natural con el que poder valerse en aquella velada a mediados de otoño. Era viernes en París, viernes siete de noviembre del año mil ochocientos, en el cual la temperatura aún se mostraba amable, alejada de aquellos recientes días fríos que ya presagiaban la cercanía del invierno; sin embargo, en aquella ocasión, una fina prenda hubiera sido suficiente para combatir la leve brisa que se atrevía a recorrer callejones y avenidas por igual.

Al oeste de la capital gala, justo al lado del ya centenario Hôtel National des Invalides, se encontraba otra residencia, anteriormente propiedad de los duques de Biron, de los que tomaba el nombre, pero heredado por la familia Wittelsbach, cuyo primogénito, ahora duque de Baviera, era el actual dueño. El hermano de éste, el legítimo sucesor al condado palatino del Rin, era el que en esa fecha habitaba el palacio, usándolo de domicilio mientras se embarcaba en la búsqueda del cetro del estado que en su día dirigiría, sin el cual no era posible la coronación. En cualquier caso, ese no era el menester que le ocupaba en aquel día, sino la fiesta que venía siendo arreglada desde hacía un par de semanas. La razón de dicha circunstancia no había sido divulgada, aunque era un secreto a voces que la familia del joven había movilizado a sus diplomáticos con afán de concertar un provechoso matrimonio y muchos ya contaban con la posibilidad de que aquel fuera un evento para encontrar futura esposa. Las habladurías no se hallaban lejos de la verdad, pues era una perfecta excusa para conocer a la principal candidata, pero el embajador del Palatinado en París, Luther Höhner, había visto la ventajosa posibilidad de que, además, su soberano se diese a conocer en la alta sociedad, no sólo francesa, sino europea en general, pues la ciudad se hallaba repleta de nobles y ricos burgueses extranjeros, reunidos allí con diversidad de motivos. Así pues, cuando llegó la hora, Ludwig Tobias Wittelsbach dejó las misivas que habían llegado ese mismo día de su familia y amigos en Baviera y su patria, comentando sus opciones matrimoniales, para vestirse y bajar al piso inferior, donde no quedaban más que ínfimos detalles por preparar.

El exterior del edificio parecía augurar una austeridad interior, pues la sobria fachada no presentaba más decoración que el almohadillado en las esquinas de los cuerpos, las figuras en la clave de los arcos y los diferentes tonos en crema de la piedra utilizada. Nada más lejos de la verdad, pues los salones estaban ricamente decorados, incluidos los que ese día se habían abierto, cuatro en total. El primero, al que se llegaba tras abandonar el vestíbulo, era amplio, decorado en tonos marfileños y que se configuraba en torno a una fiel copia del Gálata moribundo, obra del escultor Epígonas, alzada en una alta base colocada en el centro; los muros se hundían en nichos donde se alojaban otras esculturas clásicas y por ello recibía el nombre de salle grecque , o sala griega. A ambos lados se abrían dos habitaciones casi gemelas en mobiliario, aunque la de la izquierda fuese verde y la de la derecha de un azul claro. Ambas estaban totalmente despejadas, salvo por los asientos en los extremos, pues la primera estaba destinada a ser un salón de bailes; la otra, sencillamente, era su gemela. Por último, al fondo, se encontraba la galería, en blanco y áureo, que, aunque era más estrecha que los lugares anteriores, era tan alargada como los tres juntos. Los siete grandes ventanales en esa estancia dejaban entrever el sencillo pero grandioso jardín que se extendía más allá, iluminado con faroles que protegían las velas contenidas en su interior. Las cuatro piezas presentaban molduras en blanco o recubiertas de pan de oro, y techos y paredes de estuco, tapadas en algunas zonas por espejos o pinturas al óleo. En la sala griega había una alargada mesa que comenzó a ser llenada de la comida que debía saciar el apetito de los asistentes, aunque varios sirvientes pasearían bandejas con tentempiés y bebidas. Aquellos refrigerios eran variados, tanto de gustos salados como dulces, incluso dejando sitio al amargo, el cual algunos sabían apreciar, como pasteles, tartas, marisco, canapés u hojaldres al horno, acompañados de champagne y vino de Burdeos y de Borgoña. Con tales lujosos, y caros, manjares, el anfitrión esperaba saciar el exquisito gusto de algunos de los asistentes.

El futuro conde esperó en el recibidor junto a Herr Höhner la llegada de los primeros invitados a los que, por supuesto, no conocía. Tras la debida presentación, los incitó a acompañarle a aquella sala central, donde inició una amable pero banal conversación que sólo interrumpió para repetir el procedimiento con los siguientes en aparecer; y después los siguientes; y después, los que llegaron a continuación. Así, el muchacho comenzó a atesorar en la cabeza un revuelo de nombres que, salvo casos destacados, y a pesar de que un mayordomo los anunciaba en voz alta al hacer presencia, empezaron a confundirse. Tanta gente desconocida en su propia fiesta y, por lo tanto, decenas de charlas vacías que, aunque eran necesarias, le aburrían hasta el hastío. De vez en cuando llegaban a sus distraídos oídos fragmentos de conversaciones ajenas, en los que aparecían los temas del momento, como la reciente ocupación de Malta por las tropas británicas, la cesión de Luisiana a Francia por parte de España o el edicto de tolerancia aprobado en Moscú, permitiendo a los viejos creyentes instalarse en la antigua capital rusa, de donde habían sido expulsados. El muchacho hubiese preferido sin dudar formar parte de aquellos diálogos en vez de cumplir con esas obligaciones protocolarias que tanto llegaban a cansarle, pero tampoco podría haberse podido permitir expresar sus opiniones, pues antes debía conocer a sus interlocutores; su posición como futura cabeza de estado le obligaba a mantener antes las relaciones de su país que su propio criterio, aunque tampoco estaba dispuesto a aceptar ideas que fueran en contra suya. En aquel contexto, los ideales estaban reservados para un los momentos privados.

El joven hombre Wittelsbach, ataviado con unos pantalones grises bajo unas botas negras hasta media pierna, y con una chaqueta azul oscura sobre una camisa de lino del mismo tono claro, terminó de librarse del último invitado en llegar y se dispuso a regresar al vestíbulo, junto al embajador, que allí seguía, con la intención de esperar al siguiente convidado. Ludwig deseaba que se retrasase, a no ser que fuese uno de aquellos viejos conocidos con los que tanto le apetecía reencontrarse o la mujer que, quizás, acabase como su prometida. Sin embargo, ¿dónde estaban ellos que aún no aparecían? El varón resopló, demostrando así tanto su desgana como su impaciencia.


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~ Lista de invitados ~
Monsieur Aithan Belth.
Su Señoría Ilustrísima, la Baronesa de Escocia, Anelise Roberts.
Monsieur Dalmau Bonmatí.
Sir Eddard York.
Su Alteza Real, el Príncipe de Asturias, Fernando de Castilla.
Mademoiselle Fiolette Himmel.
Mademoiselle Isis Osweder.
Su Señoría Ilustrísima, el Duque de Veldhuizen, Janacek Lindqvist.
Su Majestad, el Rey de España, José Alfonso de Castilla.
Su Señoría Ilustrísima, la Baronesa de España, Lucrezia Ionescu.
Su Señoría Ilustrísima, la hija de los Marqueses de Heusden, Maia Schuster.
Su Excelentísima Señora y Grande de España, la Duquesa de España, Marianne Louvier.
Su Alteza Ilustrísima, la hija del último Conde de Württemberg, Olivia von Hasburg (Magnolia Velvet)., acompañada de Su Señoría Ilustrísima, el Barón de Nóvgorod, Daniil Stravinsky.
Su Señoría Ilustrísima, la Baronesa de Rusia, Veronika Kuznetsova.

más posibles acompañantes.


~ Normas ~
• Se dará una semana (14 de Noviembre) para escribir el primer post, aunque se podrán incorporar con posterioridad (dentro del rol llegando tarde o ya estando presente en la fiesta).
• Se deberá
esperar esa semana, o a que todos hayan escrito el primer post, para escribir el segundo. Después de eso, no habrá orden de posteo, ya que difícilmente vamos a estar todos en un mismo grupo conversando.
• Es una fiesta de alta sociedad, por lo que, en principio, se exigiría etiqueta, tanto en vestimenta como en modales, aunque, en realidad, cada uno es muy libre de hacer lo que plazca.
• Al llegar a la fiesta,
todos serán anunciados de la manera expuesta en la lista de invitados, de forma que todos los presentes puedan conocer de su aparición. No es necesario que esto sea descrito.
• La planta de arriba y el resto de salas no están habilitadas para la fiesta, aunque tampoco hay ningún guardia en las escaleras o puertas. Al jardín se puede acceder por la galería
No hay mínimo de líneas por post, salvo las ya establecidas en el foro, aunque se ruega que, al menos el primero, no sea escueto en demasía. Luego, en cada grupo se puede establecer una longitud diferente. Eso no será cuestionado.
• Por último, el Hôtel Biron es un edificio real de París (actualmente el museo de Rodin). Para facilitar la contextualización, pongo enlace a varias imágenes del exterior, para quien las quiera: Fachada posterior (al jardín), El jardín desde el edificio, El jardín desde el estanque, Vista aérea (actual) de la zona.


Última edición por Ludwig Tobias Wittelsbach el Sáb Nov 12, 2011 2:29 am, editado 2 veces


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Mensaje por Janacek Lindqvist Dom Nov 06, 2011 9:13 pm

Las noches de juerga solamente tenían un inconveniente, y ese era la mañana siguiente. De haber vivido solo, me habría importado un bledo pues dormiría hasta que el sol se volviera a poner para volver a salir pero mi madre había insistido en mandarme a Betzhabé. Una mujercilla regordeta que hacía las veces de ama de llaves, cocinera, espía de mi madre y despertador infalible. La odiaba y la quería al mismo tiempo. Cuando me recibía con un festín culinario por las noches, incluso llegué a prometerle que la dejaría libre y le pondría su propio castillo; por el contrario, cuando entraba a mi habitación por las mañanas, demasiado temprano para que siquiera Dios estuviera despierto, abría las cortinas de golpe dejando entrar el sol que golpeaba mi cara sin ningún respeto y se ponía a reñirme en un tono de voz que sólo entenderían las ballenas; entonces, pude haberla asesinado de haber tenido un abrecartas a la mano.

Esa mañana sin embargo, entró agitando la bandera blanca de la paz, o al menos eso me pareció mientras la miraba con los ojos entrecerrados y 3/4 partes del cerebro dormido, arrastrar una silla y sentarse frente a mi. La vi sonreir, mover los labios y estamparme la bandera blanca en la nariz. No era una bandera blanca. -¿Qué es esto?- Fue la pregunta que salió de todas las que navegaban en mi mente: "¿Cuántas veces te he dicho que no entres así a mi habitación?", "¿Porqué insistes en levantarme tan temprano?", "¿Que no sabes que tengo una hora de haber llegado de jugar póker por ahí?" y "¿Porqué me agredes físicamente si yo pago tu salario?" eran algunas de las que se quedaron pendientes pro que seguramente le preguntaría después. Y seguramente recibiría las mismas respuestas de siempre: "Bah, si yo he entrado a su habitación desde que era un chiquillo", "¡Pero si el sol ya ha salido!", "Ese no es mi problema, es hora de levantarse" y "Siempre ha sido el más llorón de la familia"

Debo aclarar que la última parte no es cierta.

La respuesta a la pregunta formulada fue más simple de lo que esperaba: "¡Una invitación, ábrala!" Rodé los ojos, además de pagarle, tenía que recibir órdenes de ella pero había estado tanto tiempo en mi familia que a veces me preguntaba quién tenía más autoridad. ¿Mi madre, o ella? A saber. ¿Quién trajo esto?- No esperé la contestación y como acababa de abrirla tampoco puse atención a lo que me dijo sino que me dispuse a leerla. -Estimado monsieur Lindqvist... Me place invitarle... Hôtel Biron... viernes siete... aperitivo... grata presencia... acompañante... Ludwig... Tobias... Wittelsbach... Me quedé callado mirando fijamente la firma de esa invitación mientras ella bailoteaba alrededor preguntando cosas. ¿Ludwig Tobias Wittelsbach?, ¿Era aquel muchacho que había conocido en Berlin? ¿En París? Eso me había despertado por completo, me agradaba la idea de volverlo a ver, definitivamente, me llamaba la atención saber qué había sucedido con él después de que perdiéramos el contacto y definitivamente ya era hora de mirar en la sociedad parisina para ver qué más nos encontrábamos-Beth, prepara mi mejor traje, por favor... déjame solo y prepárame uno de esos desayunos levanta-muertos. Tengo que estar ahí.

Y aquí estaba ahora, metido en mi carruaje, habiendo escapado de todas las recomendaciones maternales de mi verdugo personal, mirando al frente tan sólo pensando en lo que iba a acontecer en la velada. Revisé por octava vez consecutiva la invitación en mi bolsillo y miré mi reloj para verificar que no fuera a llegar tarde. Odiaba la impuntualidad, eso de las entradas triunfales las dejaba para las mujeres porque ellas se veían divinas entrando a la hora que quisieran pero un hombre que llegaba tarde no podía ser considerado un caballero. No llevaba acompañante, primero, porque tan lejos de casa no tenía ahora mismo los suficientes contactos como para conseguir una buena chica que estuviera dispuesta a no esperar demasiado de mi y segundo porque había querido molestar a Beth que pasó más de dos horas preguntándome totalmente indignada porqué no llevaba a esa señorita tan mona que había conocido hacía unos años aquí mismo. Mujeres.

Al fin llegamos al impresionante lugar y bajé del carruaje recibiendo mi sombrero de mano del cochero. Un asentimiento con la cabeza para agraecerle y emprender el camino hacia la entrada. La noche estaba fresca pero agradable y estaba deseoso de ver a las señoritas que iban a asistir y a Ludwig. Sobretodo a Ludwig. No tenía ni idea de que lo iba a encontrar en Paris pero me alegraba bastante. Mientras caminaba recordé que era un evento social, uno de esos en donde tu persona se encuentra bajo la mirilla de cualquier noble que estuviera presente y evidentemente no quería que las malas lenguas hablaran con mi madre y entonces tenerla aquí "de vacaciones" por tiempo indefinido sólo para ver qué demonios hacía yo con mi vida. Ya suficiente tenía yo con Bethzabe. Erguí mi espalda y compuse mi mejor expresión de caballero serio y de alta alcurnia, expresión ensayada muchas veces con anterioridad en otras fiestas y que tenía bien lograda ya. Aura de seguridad rodeándome con una pizca de arrogancia sólo para complementar el disfraz.

Con un movimiento elegante, entregué mi invitación a la entrada y esto fue seguido por una reverencia que contesté. Comenzábamos con el protocolo. FUi guiado hacia el lugar donde se llevaría a cabo la reunión y escuché mi nombre ser anunciado a todo pulmón. Muy bien, ya estamos adentro. Que comience la función. Reverencia, sonrisa, saludo, reverencia, saludo, sonrisa, saludo, reverencia, sonrisa, sonrisa, reverencia, saludo. Todo salía a la perfección mientras por el rabillo del ojo buscaba mi objetivo principal.


[ Cronología ] [ Relaciones ]
El sexo sin amor es una experiencia vacía
pero como experiencia vacía es una de las mejores.

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Mensaje por Magnolia Velvet Dom Nov 06, 2011 10:56 pm

No había sido un día fácil para mi, Magnolia, Olivia, eso en realidad no importaba. Había estado al borde del colapso nervioso cada minuto de cada hora que me había tomado estar lista para asistir al evento. Y no sólo era estar vestida de manera presentable, no era solamente borrarme del cuerpo con lejía las marcas de mi trabajo de la noche anterior, era arrancarme del cuerpo el olor a burdel y quitarme el aura de cortesana que yo creía tener revoloteando alrededor, era conseguir un vestido que gritara que yo era hija de un Conde, recordar cómo ponerme el cabello, intentar maquillarme mil veces sin que mi cara pareciera la de Magnolia, encontrar zapatos, accesorios, un carruaje para llegar. ¿Qué tal se vería Olivia Von Habsburg llegando a pie y con un zapato roto?

Perdí la cuenta de las veces que me miré al espejo encontrándome un defecto que me apresuraba a corregir, busqué entre todo mi armario un vestido que pudiera parecer el de alguien de alta alcurnia. Justo ahora, todos me parecían tan insignificantes. Me tragué nudo en la garganta tras nudo en la garganta porque cada vez que inspeccionaba mi aspecto, me entraban ganas de llorar y no podía arruinar el maquillaje que había tardado tanto en dejar perfecto. -Nadie me conoce, nadie me conoce...- Intentaba consolarme, intentaba darme ánimos para no salir corriendo de mi casa para huir hacia la casa de Daniil como había hecho justamente después de recibir la invitación. Probablemente no se esperaba que al llegar de cualquier lugar donde estuviera, se encontrara a una rubia en ropa de burdel sentada en las escaleras de su puerta esperando por él.

Había aceptado venir conmigo, como mi acompañante, en uno de sus carruajes y aceptando que tal vez entrara en pánico y me negara a entrar al lugar cuando llegáramos. Le había contado todo bastante atropelladamente, mi encuentro con Ludwig, la relación que teníamos antes, su propuesta, la invitación. ¡Todo había ocurrido tan rápido! Y ahora estábamos los dos, sentados frente a frente en el carruaje con un montón de silencio rodeándonos y yo a punto de salir corriendo. Voy con Daniil. Me decía cada vez que el pánico era insoportable y lograba calmarme un poco, justo antes de que volviera a perder el control. -¿Me veo bien?, ¿No me veo muy... yo?- Las pregunta siempre eran las mismas, yo ya no estaba acostumbrada a estos lugares y aunque me había propuesto no hacer ninguna tontería ni hablar si podía evitarlo, no podía dejar de estar totalmente nerviosa. A punto del colapso.

Conforme más nos íbamos acercando, mi peinado se veía más desarreglado, mi vestido se veía demasiado humilde, mis zapatos muy gastados, el maquillaje demasiado cargado. Probablemente todas eran imaginaciones mías pero aun todavía fuera de la mirada de todo el mundo, sentia que ojos invisibles me escudriñaban por las ventanas del carruaje y cuchicheaban sobre mi y sobre cómo era que una puta cualquiera pudiera entrar a los círculos de alta alcurnia de París. Y no me atrevía a mirar a Daniil porque no quería ver en su rostro la desaprobación de mi atuendo, de mi comportamiento, de cualquier cosa. Me estaba desmoronando.

Al final llegamos y el estómago se me hizo una piedra que cayó al suelo haciéndome gemir de preocupación. Que diferente era ese gemido a los que generalmente profería cuando estaba con mi consentido. Le dediqué una mirada cuando bajó del carruaje e inmediatamente me dispuse a mirar mis zapatos, repasaba en mi mente el montón de reglas de etiqueta que debía de seguir por protocolo y rogaba a cualquier deidad que estuviera dispuesta a escucharme que no fuera a equivocarme con nada. El camino se me hizo tan corto que casi deseé nunca haber llegado, estoy segura de que mientras caminábamos, apretaba la mano y el brazo de Daniil como si temiera que saliera corriendo y me dejara sola enfrentándome a semejante reto. "No me dejes" quería decirle pero sabía que no lo haría. ¿De qué tenía miedo entonces?

Cuando hubimos entrado y escuché mi nombre ya hace tanto tiempo olvidado anunciado a los presentes, el corazón me dio un vuelco, tan fuerte que mi acompañante perfectamente pudo haber sentido cómo me cimbraba por completo. Era hora de entrar, hacer las presentaciones y aparentar que nunca había dejado de ser Olivia, que no estaba marcada por mi profesión y que yo podía con todo esto y más. Nos acercamos a Ludwig, sólo un momento. Yo pensé que iba flotando pero al llegar hice la reverencia más perfecta que había hecho hasta entonces. -Su Alteza, agradezco la invitación. Tengo a bien presentarle a Daniil Stravinsky, Barón de Nóvgorod- Muy bien, ya estaba, si lo había hecho mal que Daniil me sacara corriendo de ahí. Probablemente estaba más pálida de lo que debería y me temblaban las manos pero eso no iba a hacerme retroceder, al menos no ahora, que había llegado sin huir hasta ahí. Tenía que soportar otro poco. Tenía que hacerlo.


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Mensaje por Invitado Lun Nov 07, 2011 12:10 am

¿Cómo decirle que no?, cómo cuando me lo había dicho de aquella forma tan implorante, no hacía falta, le hubiese dicho que sí como fuera, pero su mirada, su preocupación, incluso sus gestos, toda ella era un manojo de nervios cuando se acercó a mí y me planteó la situación. No podía culparla, el camino que había sido obligada a tomar (no puedo decir “elegir” porque no fue así) no era precisamente algo bien visto, ni antes, ni ahora. Sí y mil veces sí, esa sería mi respuesta siempre que se acercara a mí a pedirme algo, ya fuera que la acompañara a una gala como esta noche, o un trozo de una estrella, quién sabe cómo, pero se lo daría.

Y ahora estaba aquí, con ella en el carruaje que nos mece y a veces nos cimbra en su vaivén disparejo. Se ve tan preocupada, quiero decirle algo, pero no sé qué y prefiero mirar por la ventana, imaginarme las calles iluminadas por el sol, una visión a la que estoy negado por el camino que yo sí pude elegir. Y elegí mal, qué le voy a hacer, ya cargo con la cruz correcta. Me miré las manos, posadas en las rodillas como un rey sentado en su trono de plata y repasé lo que esa noche había elegido para vestir, un sencillo traje negro con chaleco color magnesio, camisa y moño blancos, nada ostentoso, porque ese soy yo, y sobre todo porque de último momento reflexioné en un punto muy cierto en todo esto; tal vez yo conozco a Olivia, y el joven noble que organizaba el evento también, pero ahora ya no lo era más, era Magnolia, cómo no lo vi antes, quizá me he acostumbrado a saberla Olivia, la chica dulce, y no más Magnolia, la prostituta del burdel, supe entonces que posiblemente no tendría acceso a un gran vestido, por ello elegí también el traje más sobrio y sencillo que encontré, tarea difícil, pues toda mi ropa es de ese modo. Cómo no se me ocurrió regalarle algo para esta fiesta, cómo demonios no lo vi antes.

Mi vista se mantuvo fija en mis manos, pero mis pensamientos seguían reprendiéndome hasta que escuché su voz, levanté la vista y parpadeé un par de veces hasta comprender finalmente a qué se refería. Lentamente se dibujó una sonrisa en mi rostro, tan lento que pude sentir mis músculos contraerse de aquel modo y me incliné hacia ella, la tomé de la mano y la miré. Había hecho un gran trabajo, era Olivia, era como siempre me había imaginado a Olivia desde que me contó su historia.

-¿Muy tú? –pregunté sin borrar la sonrisa-, “muy tú” para mí es hermosa, esa eres tú, y sí, te ves muy tú esta noche, te ves radiante –le dije, era la pura verdad, jamás imaginé que alguien tan hermosa pudiera verse aún más, ella lo había conseguido esta noche, apreté su mano para confirmarle que cualquiera que fuera su decisión, no la iba a dejar, si una vez llegando al lugar decía que siempre no, que no quería entrar, me la llevaría cuando antes, pero en realidad quería verla entrar, vencer sus miedos, yo estaba ahí para ella, para no dejarla caer.

Hubiese querido decirle algo más, pero pronto el carruaje se detuvo y supe que habíamos llegado, por ese suceso obvio y porque ya podía escuchar la algarada interna en el sitio del evento, me apresuré a bajar cuando el cochero nos abrió la puerta y luego ofrecí mi mano para que Olivia la tomara. Sí, esta noche era Olivia, nadie más, y lo iba a hacer bien, yo confiaba en ella.

Miré al frente y comencé a caminar, aunque me adapté a su paso, incierto, como un cervatillo que busca ponerse de pie y no puede, la tomé del brazo con fuerza, diciéndole sin palabras que todo iba a estar bien. La miraba de soslayo, su cara contrariada, su andar inseguro, tenía que ser yo el fuerte, e iba a serlo.

Finalmente llegamos, fuimos anunciados, desde que soy Barón me desasosiega bastante ser tratado como un miembro de la realeza, pero eso soy ahora, gracias a Plyushchenko, a que depositó su fe en mi por sobre su propia sangre. Suspiré, agradecí y me dejé conducir por mi acompañante, nos acercamos en una línea recta a un joven, supuse que era el joven Wittelsbach, cuando ella saludó mi sospecha se confirmó y tuve a bien hacer una reverencia.

-Su Gracia –dije a modo de saludo para luego erguirme otra vez y sonreír con educación. Normalmente no me gusta asistir a este tipo de fiestas, aunque siempre es bueno hablar con otros nobles e incitarlos a ayudar a los que menos tienen, ese fue el motivo por el que finalmente cedí al título de Barón, pero la pose y la superficialidad más que molestarme, me incomodan, sin embargo, ¿cómo decirle que no a Olivia?
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Mensaje por Eddard York Mar Nov 08, 2011 12:34 am

toc toc sono la puerta de la habitacion de hotel, medio somnoliento me levante de aquella confortable cama -un momento- medio grite con voz seria y enfadada, no era para menos habia dejado dicho que no estaba disponible hasta que se me viese bajar, ningun asunto podria despertarme y enfadarme, bueno excepto uno ... Carla .si bien me apresure a ponerme presentable en la medida de lo posible , abri la puerta y ahi estaba de pie una mujer joven que al parecer no le habia distinguido por los pocos dias de haber llegado a adoptar este hotel como mi "casa". -Lord York, ha llegado esto para usted, lamento la molestia, advirtieron que era urgente- me entrego un papel con un sello seguido de una reverencia -puedes marcharte- dije con enfado y la mujer desaparecio. si lo acepto mi enfado tal vez la asusto por su palida expresion al recibir mi despido pero que queria! me habia despertado y no creo que sea tan urgente, en fin, cerre la puerta ya que ni siquiera le habia permitido pasar. deje el papel sellado con cera en la mesa que sostenia un jarron con agua y me permiti abrir de par en par las cortinas de la habitacion. regrese por el papel y esta vez comence a observarlo mientras me dirigia a mi cama nuevamente -estimado monsiur York: me place invitarle a la fiesta que tendra lugar en el Hotel Biron la noche del viernes siete de noviembre a partir de las seis. se ofrecera un aperitivo asi como musica y diversos entretenimientos, me satisfaria en sobremanera contar con su grata presencia y si le place puede traer un acompañante- hice una media mueca mientras me sentaba en el borde de la cama sin dejar de leer -Atentamente Ludwig Tobias Wittelsbach- alce una ceja al reconocer el nombre , sin duda lo conocia, habia estado de visita en la corte en Londres cuando tome el puesto de mi padre poco despues de su muerte, si bien no habiamos profundizado en una amistad al menos habiamos estado en una fiesta celebrando algo que no recuerdo en estos momentos -sera interesante ... un acompañante - pense en Carla pero -... mmm no, eso no, hombre libre soy- una media sonrisa picara se dibujo en mi rostro justo de esas cuando se que la noche sera interesante . revice la fecha del dia actual dandome cuenta que era justo el dia! -al parecer llego un poco retrasada- estaba acostumbrado a mas tiempo en una invitacion, notan apresurada, un asi no tenia mas inconveniente,puse los ojos en blanco y al ver que era medio dia decidi levantarme de la cama y comenzar mi dia.

sali a tomar un refrigerio a un restaurant cerca, la verdad no tenia intension de simpatizar con la gente por el momento, regrese al hotel y procedi a arreglarme, un buen traje oscuro para la ocacion, una camisa clara y lustrosas botas. impecable me atrevi a salir de aquel hotel en el que me encontraba, el carruaje me llevaria hasta el lugar dicho en la invitacion. no tomo mucho tiempo en realidad , me habia perdido en imagenes de la corte que permanecian en mi mente, a veces añoraba regresar, sabia que era mi lugar de confort pero debia cambiar. al llegar al lugar baje del carruaje con los mas elegantes movimientos , todo era un acto desde que ponias un pie sobre el suelo, y mas, en estos eventos. una leve sonrisa mueca con un inclinamiento de cabeza fueron vistos en mi al entregar la invitacion al momento de entrar a aquel edificio con una estructura soberbia que al mostrar su interior no dejo duda que era digno de fiestas de realeza. comence a caminar inspeccionando el lugar , algunas miradas encontradas de señoritas presentes, ~seguramente buscan matrimonio real~ pense mientras les miraba y continuaba mi andar. matrimonios que sostenian conversacion con otros mas, parejas que no parecian tener en comun mas que una amistad tambien entablaban conversaciones, pero entre tanto parloteo no podian faltar los chismes respecto al motivo del evento.

mi nombre fue anunciado -Lord Eddard York- , camine hacia el contrario de la sala buscando un lugar en donde ubicarme, mientras a mi paso seguia el protocolo, sonrisa, inclinamiento de cabeza, mirada aqui , alla, y se repetia el ciclo . a lo lejos el motivo de la fiesta el miembro de la realeza Wittelsbach, le observe de lejos y note muy poco cambio, supongo que no habia pasado mucho tiempo (años) desde su visita a la corte inglesa donde le habia conocido junto a su familia, en fin tendria oportunidad de hablarle si es que el tumulto de personas lo dejaban en paz, mejor dicho las señoritas, y entonces decidi dirigir mi vista hacia "otras" cosas de importancia : chicas , bebida ; otra ves esa grata sensacion se apoderaba de mi


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Mensaje por Maia Schuster Mar Nov 08, 2011 11:29 am

Era extraño volver a aquella alcoba, donde tantas veces no había estado sola precisamente. Hacía frío y no faltaba leña a su chimenea. Desde que la comida tuvo fin, no salió del cuarto... no le apetecía lo más mínimo, muchos motivos pero el mayor era no ver a su padrastro. En contra de su voluntad y con algún que otro chantaje, estaba en casa...su madre tenía planeado su futuro, esa mujer no paraba de buscar una y mil formas para castigarla por lo que supuestamente "había hecho". No podía odiarla, la seguía adorando más que a nada pero a Jean Claude era mejor no mencionarlo...desde que llegó solo se había dedicado a montar a caballo, realizar encuentros con sus amigos e intentar que ella estallase, cosa que no le dio buen resultado...para Maia era como si él no existiese, por fin lo trató como lo que era su padrastro.

Nunca se había puesto a pensar en que su madre estaba al tanto de lo que ocurrió tras su partida, su ingreso al burdel, cada uno de sus movimientos...y todo aquel que había pasado entre sus sabanas. Aquella tarde lluviosa de hace unas dos semanas fue a abrir la puerta con la mejor de sus sonrisas, encontrándose con el semblante serio de su madre... y ahí estaba todo el asunto, sabía que Maia podría acabar fuera del burdel en cuanto menos cantase un gallo, no eran buenos tiempos pero no era por la chica... aquella mujer tenía mucho que ver. Fue clara y concisa, dejando ver que en la carta que no soltaba de sus finas manos inmaculadas unas letras enormes con una invitación eran su pase a dejar toda aquella mala vida, todos los reproches y tener que hacer el esfuerzo por regresar.

¿Acaso tenía otra opción? No es que no le gustase su trabajo, tampoco lo amaba... pero el hecho de no tener que volver a ver aquellos ojos azules y revivir el pasado, se hubiese agarrado a un clavo ardiendo si hubiese sido necesario.

-El señor Wittlesbach hará honor con una fiesta en unas semanas y tú serás una de las candidatas, tienes que lucirte como nunca te has lucido... y no te preocupes no tendrás problemas con "la reputación" que has llevado durante estos años, me he encargado de eso.. de todo, como siempre. Me lo debes Maia y lo sabes... además piénsalo, es una gran oportunidad tanto política como de bien, es de la realeza y como tal tú puedes llegar a estar a la altura, siempre te lo he dicho aunque no lo has querido ver... no te culpo pero tampoco te perdono, debes entender mi posición...-y tenía razón, ella quería aspirar a más, a hacerse valer por fin porque valía mucho...sabía que podía ser la mejor de las candidatas, su padre le dejó un grato título como propiedades y no olvidemos de su belleza, era preciosa como inteligente... tomó la carta entre sus manos y medio sonrió observando aquellas palabras escritas con una perfectísima ortografía.

Y allí estaba, frente al espejo...observando tras éste aquel magnífico vestido que le habían confeccionado para la fiesta, era precioso... de tonos dorados, escotes redondos y en el borde del vestido un magnífico encaje con hilo de horo, como el filo de sus mangas que apenas le llegaban pasando el codo...de calzado unos fínisimos botines color perla con el broche dorado sin olvidarnos de esas horquillas , exactamente tres que adornarían el recogido de la joven... todo estaba listo. Unos golpecitos y un "pase" de forma muy breve bastó para que empezara el maravilloso trabajo de las doncellas. Un largo baño, incluso echaron en aquella piel adornada con graciosos lunares más oscuros un aceite renovador, haciendo incluso más apetecible aquella piel. Apenas la maquillaron pero porque ella no quiso, no le hacía mucha falta... salvo que sí que tendría que sufrir un poco con el corsé...

Sus acompañantes por supuestísimo, sería su madre y su padrastro. Ambos , la esperaban en el hall de la casa Heusden, su madre, algo nerviosa..recorría la estancia esperándola... el reloj marcaba la hora y ya deberían haber salido, no le faltaba demasiado y así fue, las risas por lo bajo de las doncellas y el leve taconeo afirmaron que Maia bajaba. Una de sus manos descansó en la bajada de la escalera, oyéndose así el suave roce del filo de su vestido cuando bajaba de escalón en escalón... Jean Claude no perdió detalle la recorrió innumerable de veces con la mirada y es que simplemente estaba perfecta, no faltaban ni dos escalones cuando su madre subió aprisa casi cayéndose al pisar el borde de su propio vestido.

-Perfecta!, simplemente perfecta... vamos, es la hora, seguro que el joven Whisttlebach cuando te vea quedará eclipsado ¿te imaginas, Jean Claude? Todo saldrá de perlas, un Heusden junto con un Whisttlebach ¿no es asombroso?-Maia enarcó una ceja seguida de una risa sin nombrar palabra, lo cierto que más que molesta con ser obligada a asistir... se sentía tan asustada como nerviosa, era su primera aparición en sociedad a pesar de su edad... era una buena opción pero no todos los días eras el punto de mira de los más poderosos de todo el mundo, habría gente muy poderosa...tanta que incluso de pensarlo perdía levemente el sentido.

*~~ Llegada al Hotel Biron~~*

El carruaje de los Heusden se acercaba peligrosamente al lugar en cuestión, cruzando los enormes jardínes del exterior se podía apreciar desde lo lejos...como aquel lugar majestuoso se extendía hasta donde podías apreciar. Perfecto para aquel evento, iluminado como la estrella más brillante de aquella noche... Maia de reojo pudo apreciar como los carruajes se acercaban en fila hasta llegar a su destino . Su primera fiesta. Nada más llegar fue ayudada a salir y junto con sus padres subió las incontables escaleras hasta la entrada principal. Tras dar la invitación y con una voz ya conocida por los presentes de la fiesta...

-Su Señoría Ilustrísima, la hija de los Marqueses de Heusden, Maia Schuster. y sus acompañantes, sus padres Marquesa de Heusden y su esposo -de reojo pudo apreciar el gesto fruncido de Jean Claude, odiaba no tener título pero al menos disfrutaba de sus bienes...

Maia sintió como casi todas las miradas, se clavaban en ella...muchas en aprobación , otras de incertidumbre o no se sabía que reflejaban...con una leve reverencia y su particular sonrisa, se hizo paso hasta quedar en el centro de la sala...tomando una copa casi ipsofacto, necesitaba un trago si quería salir de esto....bien, lo deseaba, quería agradar...y lo más importante saber quién sería aque futuro Conde heredero de Rin, de oídas a las doncellas lo describían como un joven muy galante como apuesto y que muchas quisieran echar el lazo... pero eso ya se vería, lo quería comprobar por sí misma... muchas caras conocidas por su madre y otras no tanto. Sus ojos oscuros observaban a los presentes con una gran curiosidad, esperando la llegada de dicho joven... sonrió a una pareja recién llegada y esperó, solo quedaba esperar, porque esa noche estaba más que radiante.

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Mensaje por Veronika A. Kuznetsova Mar Nov 08, 2011 7:13 pm

El día refulgía glorioso, Dios bendiga el sol Parisino, siempre tan lleno de vitalidad que hacen que quieras salir a dar un paseo por las calles, o simplemente distraerte un poco, siempre había creído que el día había que aprovecharlo de una u otra forma, y no dejarlo ir; irónicamente hoy estaba un poco decaída puesto que no encontraba nada en que entretenerme, no tenia ánimos para empezar a trabajar en algún bordado y ya tenía mis dedos bastante doloridos por tañer las cuerdas del arpa, eso suele suceder cuando te apasionas tanto por algo, tatareaba una canción por lo bajo mientras paseaba por la habitación, buscando algo interesante que pudiera hacer, no me agradaba eso de quedarme sin hacer nada, esperaba que pudiera encontrar algo interesante

Y como respuesta a mis palabras, una doncella irrumpió en mis aposentos, llevaba consigo un grueso sobre de papel y me lo entregó, no sin antes disculparse entre reverencias por haber entrado sin llamar, le sonreí como forma de hacerle entender que no me molestaba en lo mas mínimo y procedí a abrir el sobre- oh, que interesante- murmuré para mí misma conforme leía la misiva, sonreí con complacencia- que preparen el carruaje- ordené a la joven- partiremos a una fiesta- la joven asintió y salió de inmediato, inmediatamente me giré hacia el espejo, di varias vueltas frente al mientras intentaba decidir el atuendo apropiado para tal acontecimiento, que amable había sido el señor Wittelsbach por haberme tenido en cuenta

Tuve que llamar a un par de sirvientas para que me ayudaran, culpa mia el sr tan exigente con mi presentación personal, después de todo una dama siempre había de presentarse pulcra y hermosa en cualquier ocasión, así pues, entre las tres decidimos el atuendo que usaría aquella noche, algo elegante pero sencillo; luego venía la sesión de peinado y joyería, y no está demás añadir algunos accesorios, Dios ¿de cuando acá era tan vanidosa?- pero alteza, se ve radiante- comentó una de las criadas mientras me observaba frente al espejo, debo admitir que tenía razón, aunque mi madre solía decir que una dama jamás está lo suficientemente hermosa

El cochero me ayudó a subir al carruaje teniendo cuidado de no ensuciar ni arruinar mi vestido, partimos hacia el hotel Biron, lugar en que según la invitación se desarrollaría el evento, lo único que podía lamentar de la noche era que iba sin acompañante, si, ya sé que no es correcto que una dama se presente a un lugar sola peor, la verdad es que no conocía a nadie lo suficientemente… confiable para que me acompañara a dicha velada, podría haber invitado al joven Rousseau, aquel muchacho me caía bastante bien, pero deseché la idea, el joven Rousseau no tenía pinta de disfrutar esta clase de eventos, aunque podría estar equivocada; al final llegamos al sitio de destino, suspiré aliviada al ver que estaba a tiempo, no hubiera tolerado llegar tarde, quería dar la impresión que me complacía estar allí, y en efecto, me complacía, el mayordomo que había en la entrada me ayudó a bajar del carruaje, le enseñé mi invitación y, luego de una reverencia, eme condujo a la habitación donde tendría lugar la velada- su señoría ilustrísima, Verónika Kuznetsova, baronesa de Rusia- anunció el hombre mientras yo cruzaba el umbral, después de algunas reverencias y sonrisas localicé al anfitrión- alteza- saludé con una reverencia- es un honor y un palcer para mí haber recibido su invitacion


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Mensaje por José Alfonso De Castilla Vie Nov 11, 2011 1:27 pm

Parecía que el destino había estado esperando que José Alfonso e Isabell llegaran a Paris para comenzar a actuar, provocando que el pasado se hiciera presente e influyera en el futuro sobretodo del varón de cabellos rubios. Sorpresa, culpa, preocupación, y sobretodo felicidad. Sin embargo, la felicidad siempre ha sido efímera, y eso iba para absolutamente todos; desde el mendigo más pobre en el Continente Negro hasta el máximo exponente de la Iglesia. Y él, como Monarca no era la excepción. Una denuncia gravísima se había apoderado de su atención, y también de su ánimo, comenzando una peligrosa transformación de su carácter que sólo sus cercanos en la residencia notaban, aunque si hubieran estado en España el pueblo también lo hubiera hecho. Esa “transición” se convirtió en silencio y reflexión por parte del Rey, y de incertidumbre y hasta temor por parte de sus cercanos y sirvientes. Éstos últimos eran los que más sufrían con la situación, ya que desconocían el ánimo con que podrían encontrar a su Señor tanto cuando éste los llamaba como cuando tenían que ir a él, tal y como era el caso actual.

Había llegado una carta a media mañana, y el joven encargado de llevársela a José estaba nervioso. Llevaba poco tiempo trabajando, y a pesar de la firme instrucción recibida, sus manos provocaban un eco en la bandeja de plata que temblaba con la carta. Su indecisión al final fue despejada con un cariñoso empujón que le había dado uno de los sirvientes más viejos, dándole ánimos para actuar de una vez.
José escuchó dos golpes en la puerta y su vista cortante se dirigió al origen del ruido, que luego prosiguió con la puerta abriéndose, dando paso al joven de cuerpo delgado y cabello oscuro y a la bandeja, por supuesto. – “Le ha llegado esto esta mañana, Majestad…” – dijo con la mayor seguridad que pudo, la cual ni siquiera se notó por el tono tembloroso que su voz expresó. Su interlocutor Real dejó a un lado la pluma y los papeles en que estaba aplicando la tinta y cogió la carta con una sonrisa que se esbozó casi por cortesía. Una reverencia siguió al “gracias” seco que se escuchó en la habitación, y la puerta por fin se cerró.

Sus ojos revisaron el contenido de la carta, y tras unos minutos de reflexión abandonó el escritorio y el lugar con el documento en la mano…

----

…y el único momento en que se desprendió de ese papel fue cuando se lo entregó al guardia encargado de la recepción. Su traje azul lleno de adornos dorados y su capa rojiza hicieron acto de presencia y no pasaron inadvertidas, mucho menos con el anuncio oficial que se hizo en la fiesta. Apretones de mano, besos en los dorsos, reverencias, charlas rápidas…todo era historia repetida y aprendida para el Monarca Español, que de inmediato avanzó por el salón que centraba la mayor cantidad de asistentes buscando un panorama. Entre conversaciones que pudo escuchar descubrió quién había sido el que había originado la invitación, y se dirigió a paso lento y seguro hacia él a pesar de que estaba acompañado. Esperó tener un instante de silencio entre tanta palabrería e hizo un asentimiento en modo de saludo y respeto a quienes estaban acompañando al anfitrión. – Señor Wittelsbach, damas, caballeros, es un placer compartir con ustedes. Soy José Alfonso De Castilla, Rey de España. – Se presentó y, tras las intervenciones que seguro ocurrirían tras su presentación, se dirigió al primero mencionado y volvió a hablar.- A nombre del Reino de España, he de agradecerle profundamente su invitación, y espero de corazón que esta sea una gran velada, provechosa para todos. – Esto último lo mencionó mirando a todos los acompañantes del anfitrión con una sonrisa cordial, aunque ésta pudiera derribarse en un único soplido.


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Mensaje por Anelise Roberts Lun Nov 14, 2011 6:10 pm

Las calles parisinas eran un caos algo extravagante, la realidad de esta ciudad es que se regia por sus normas haciendo de ella una ciudad extenuante y excitante a la vez.

Cada amanecer en mi vida era algo nuevo por ver, algo que descubrir ya que al ser nueva, por decir algún termino cercano a lo que mi persona podía ser , no tenia mas remedio que ir descubriendo cada sitio y persona con la que me cruzaba, desde que huí de Suecia por todo lo ocurrido con mis padres no tuve un lugar fijo donde quedarme, pase la mayoría del tiempo por mi tierra escocesa entre penumbras y oscuridad.

La historia de que el barón y la baronesa de Escocia que vivían en suecia para criar a su hija Anelise habían sido asesinados por misma orden del rey no había salido de esas murallas, pero viajaba en mi mente a cada paso que daba, por suerte o desgracia mi titulo estaba intacto y puedo sobrevivir ante las riquezas, aunque me gustaba pasar desapercibida no podía evitar que me reconocieran o asistir a cualquier evento que me hubieran invitado.

-Señorita debe prepararse se hace tarde-Sofía mi ama de llaves contratada no hace mucho tiempo me saco de mis recuerdos para traerme al presente, mirando todavía la invitación entre mis manos, leí en alto memorizando de nuevo todo- Su Señoría Ilustrísima, la Baronesa de Escocia, Anelise Roberts- Río algo avergonzada al ver mi titulo en esa invitación-Me complace invitar…-sigo leyendo y suspiro-Bien…esto será extraño pero no puedo faltar.

Esa misma mañana después de estar trabajando junto a Sofía en el jardín de mi casa llamaron a la puerta, Sofía corrió a abrir dejándome sola en los rosales, cuando regreso me entrego una carta, según ella un niño con el pelo despeinado, una gran sonrisa y coloretes había llegado gritando sobre una fiesta y una invitación, con lentitud abrió la carta donde la firma y sello de Ludwig Tobias Wittelbach estaba impreso, una fiesta prácticamente invitando a la corte y algún invitado noble, miré a Sofía con una sonrisa-Toca ponerse de gala-ella se emociono y corrió dentro de la casa, nuestra unión era simple y amistosa dando un toque de vida a la casa, en menos de 15 minutos tenia en mi habitación toda clase de vestidos y accesorios.

Creo que te has pasado con la ropa-miro a Sofía que estaba sentada en la cama mirándome, con un suspiro empecé a probarme vestidos y accesorios, no sabia como iba a quedar pero lo que no podía hacer es ir con malas ropas.

Decantándome por un vestido rojo con bordados algo recatados negros empecé a desnudarme para elegir la ropa interior, sinceramente los grandes vestidos con grandes colores llamativos y extravagantes no me gustaban para nada, siempre había preferido los vestidos suaves y “vacíos” como los llamaba mi madre a mis vestidos, una vez el vestido puesto y el corsé ajustado gire sobre mi misma para observarme en el espejo.

-El conjunto de cadena fina con diamante y los pendientes largos de oro blanco, el anillo ya le llevo-miro el anillo que me regalo mi padre y sonrió con tristeza, agitando al cabeza empiezo a preparar mi recogido, realmente no me gustaban los recogidos así que utilizando un par de orquillas conseguí apartarme el pelo de la cara consiguiendo que mis mechones castaños claros quedaran mas o menos libres.

Cuando quise darme cuenta faltaba como 20 minutos para que diera comiendo la fiesta, apresurada al maquillarme muy levemente, me puse mis zapatos y deje la pamela en la cama, no me la pondría era un incordio, escuchando los gritos de Sofia desde abajo agarre el chal poniéndomelo por encima antes de salir hasta el carruaje, dando instrucciones de el destino.

Las calles parisinas pasaban a su alrededor , notaba como las ruedas rebotaban en ocasiones contra el pavimento, haciéndome mover levemente, veía a comerciantes, a hombres y mujeres recorrer cada acera , una señora paseando con su nieto, perros callejeros peleando contra gatos, algo normal salvo que…París era la unión de muchas culturas y yo lo sabia, en la fiesta debía comportarme como el protocolo mandaba y me habían enseñado, ya estaba mentalizada a ello y aun más cuando vi el Hotel donde seria la fiesta, mis nervios se volcaron en mi estomago haciendo que tuviera que esperar unos segundo antes de que me abrieran la puerta para bajar, suavemente y con paso elegante me encamino con invitación en mano hacia el interior, la frialdad en mi era innata algo que cubría mi seriedad y mi miedo a estar en tal evento.

Entregando la invitación a un hombre que, según el y debía creerle era el embajador, observe el salón, respectivas caras se formaron ante mi, podía distinguir a un par de conocidos de algunas cortes amigas, pero no podía centrarme, había varios grupos divididos y según el hombre con uniforme , sonreí para mi tendría que aprenderme su nombre, no podía llamarle todo el rato embajador, salí de mis pensamientos cuando escuche que me hablaba , cosas sin sentido simplemente me agradecía el a ver llegado y el acudir a la fiesta, quitándole importancia me plante en la puerta mirando hacia un grupo variado que parecían mas relajados que otros, me dirigí al embajador.

-Me gustaría conocer a Monsieur Ludwig, agradecerle por tal invitación e intercambiar un par de palabras, esto es un honor para mi-haciendo una pequeña reverencia ante el hombre cojo aire y enlazo mis propias manos esperando ocupar mi sitio en ese lugar.
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Mensaje por Fernando de Castilla Miér Nov 16, 2011 3:52 pm

"Su Alteza Real, el Príncipe de Asturias..."
El nombre fue anunciado y el ligero sonido del reloj acariciando sus oídos fue claro y recriminador. había llegado tarde, era su culpa desde luego, entre todos sus viajes apenas y había llegado a tiempo para ponerse la ropa que alguien, no sabia quien, había dispuesto para el. Alguien cercano a el había recibido la invitación y la había enviado a el, con la esperanza que el tiempo estuviese de su lado. Para su fortuna había llegado a tiempo, no podía decirse lo mismo de su persona.

Observo la multitud en la habitación, hermosos vestidos y elegantes caballeros, todo le pareció demasiado brillante aunque su inexpresivo y calmado rostro apenas dio rastro de algo en su mente, su andar se dibujó sin variantes en el escenario, la cabeza alta, la espalda recta y los ojos limpios, no era un joven acostumbrado a aquella clase de eventos pero si sabiamente educado. Había algo que nunca le había faltado y eso había sido disciplina, los monjes habían sido especialmente estrictos en sus modales, su comportamiento y el cultivo de su mente. A menudo le parecía que se le exigía más de lo necesario, tal vez por eso en el momento en que las responsabilidades del principado habían caído sobre el, había dedicado 2 largos meses a acostumbrarse y dejar todo en orden, sabía que era su responsabilidad, pero desde entonces habia dedicado los meses a viajar y aprender del resto de Europa…

Se movió entre los invitados buscando un lugar donde poder quedarse a gusto, sabia que no tendría mucha interacción con los demás, pues no conocía a nadie aparte de su anfitrión. A donde sea que miraba solo encontraba rostros extraños, a pesar de los viajes y de haber conocido a tantas personas interesantes no parecía que ninguna se encontrara en aquella sala. Encontró sitio cerca de una de las paredes laterales del salón y se detuvo notando que vislumbraba la habitación entera desde ahí. Se quedaría el tiempo necesario y se marcharía en cuanto no fuese considerado una falta de educación.




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Mensaje por Lucrezia Trèmere Miér Nov 16, 2011 4:56 pm

Remember, remember, the 7 of November, Gunpowder Treason and Plot. I know of no reason why Gunpowder Treason should ever be forgot.
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París, París, ¡aplaudo tu opulencia!
Dinero, poder, calumnias bajo vestidos.
¡Alta sociedad, os otorgo mi presencia!
Jugaremos a fingir, con vencedores y vencidos.

Dormitorio, habitación en penumbra, y aquél criado inútil cuya presencia echaba en falta. La luz de la ventana semiabierta se filtraba a través de las cortinas, vagando como alma en pena por los recónditos rincones que la sombra oscurecía. La visión del cuerpo ajeno enardecido le provocaba deseos de haber terminado la faena. La sangre brotraba quejumbrosa de las finas heridas abiertas sobre su cuello, para entremezclarse limpiamente con los restos del líquido ambar cuyo derrame el desmayo había provocado.Yacía saciada, su sed de placer y de sangre culminadas por completo, la situación debía haberla mantenido satisfecha al menos durante unos instantes aún, mas no, el hastío poblaba por doquier sus sentidos, culpando a su conciencia de la poca exquisitez de la presa escogida. La tentación albergaba deseos de acabar con el desdichado, haciéndole pagar sus vicios, cuyo sabor era apreciable. En otro momento esa habría sido la opción acertada, pero su tiempo no demoraba en hacerle saber que estaba siendo perdido, y, los compromisos actuales representaban una situación cuyo interés superaba a la culminación de una muerte.

Porque iba a presenciar mil asesinatos en esa velada nocturna. El frío suicidio de la personalidad bajo la fachada del dinero y la opulencia concernía en aquellas reuniones sociales, en las cuáles primaba la obtención de poder sobre todas las cosas. Bueno, no siempre, en algunos casos la caza y captura de un marido o esposa aún sobrepasaba la inminente necesidad de alzar un título repleto de adineradas amistades. Cuando recibió la invitación, supo que bajo ningún concepto podía faltar a aquel evento. La sociedad parisina había oído hablar de ella, y no dudaba en absoluto aquel detalle, pero aún no se había dejado ver entre sus círculos, y su leyenda no podía mantenerse oculta.

Bohemia y retorcida, gustaba de observar los gestos de sorpresa cuando aparecía. La sórdidez aumentaba en escena, y los murmullos siempre acompañaban su entrada. Los elogios se superponían a las supersticiones, a las habladurías, pues el título valía más que la sangre que bebía. Y ella pagaba bien el alma de sus interlocutores. ¿Cuánta inocencia compraría aquella noche? Tanta como aquellos idiotas estuvieran dispuestos a vender.

Comenzó a ataviarse según su propia costumbre. La elección no era difícil. El vestido negro de luto, a juego con aquel velo cuya función siempre escondía, proporcionaban a su seductora silueta el más perfecto disfraz que pudiera haber elegido. Lo único apreciable era el brillo de sus ojos grises, el carmín morboso de sus labios y la voz sobrecogedora de la cuál jamás podría deshacerse. La curiosidad albergaría, como siempre, el pensamiento de todos los asistentes. Y con gusto en ocasiones se habría permitido acallar los rumores con la visión de su real aspecto, pero el peligro que su condición sobrenatural encerraba para su posición requería aquel sacrificio, cuyo tinte macabro siempre resultaba entretenido.
Llegó, extravagante y excéntrica en aquél carruaje gótico, cuyo caballo negro parecía transportar al diablo, una percepción, a decir verdad, no del todo incorrecta. Descendió, con la suavidad de terciopelo oscuro que su elegancia manifestaba.

Llegaba tarde, llegaba jodidamente tarde y eso era perfecto. No quería miradas curiosas cada dos minutos, las deseaba todas a la vez. Quería reconocer en sus ojos la mezcla de morboso interés y respeto asustado que tanto excitaba sus sentidos. Si bien hubo un tiempo en que no necesitó de una apariencia tan...original, para captar la atención y subordinación de la sociedad, suponía que sus tiempos de torturas a voz en grito habían terminado por completo. Tendría que conformarse con alimentar una leyenda basada más en su carácter que en sus diabólicas aficiones, o tendría a la Inquisición encima, y, francamente, odiaba el sabor de los eclesiásticos. Demasiados vicios como para conservar una sangre de calidad.

Escuchó la presentación, bajo aquél título robado con intrigas y sonrío bajo el velo que portaba. Sus ojos divisaron próximo al desconocido anfitrión, al que reconoció tan sólo por su posición en la sala, la cuál variaba dependiendo de la obligación que el momento instaurase.

- Alteza... - No pensaba inclinarse. Ni tan siquier aun poco. Aquella costumbre le había causado más de un problema en antaño, pero le era imposible conceder aquel gesto sumiso, por más que el protocolo lo obligase. -Una velada...Encantadora. -Su voz sonó segura y secuctora, el único rasgo de su apariencia que presagiaba un aspecto bastante distinto al de una viuda entrada en años. Eso, y su porte erguido y altanero. Clavó sus ojos escondidos en los de su interlocutor, con aquel gesto característico con el que pretendía leer a través de las personas.

Todo dependía de las reacciones ajenas. Quién apartaba la vista obtenía inmediatamente su más eterno desinterés. Aquellos pocos que lograban mantener aquella guerra de miradas, ocupaban invariablemente el puesto de víctima o aliado en su exquisito y particular nivel de castas.
¿Qué haría aquél?

Invitáis al diablo a vuestro hogar,
qué insensata equivocación.
Se mueve y os distrae con su disfraz.
Y mientras tanto, quema la situación.






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Mensaje por Ludwig Tobias Wittelsbach Vie Nov 25, 2011 4:45 pm

La mirada del renano se desvió un momento hacia la ventana a su derecha, detrás de varias cabezas y trabajados peinados femeninos, a pesar de la oscuridad imperante en el exterior. Fue sólo ese momento, un instante que no llegó a durar el par de segundos, pero pareció ser suficiente como para que su interlocutor pensase que quería evadir la situación y, obcecado, repitió la cuestión.

- ¿De verdad no cree que traman algo esos sajones? Estoy seguro de que sus intenciones no son tan inofensivas – el tema de la conversación era el aumento de las ventas de opio por parte de los mercaderes británicos en China, un mercado ilegal que, sin embargo, llevaba varios años en funcionamiento debido al déficit comercial contraído con este país. El hombre que tenía delante, el duque de Châtillon, era de estatura media, algo rollizo y con un pelo castaño que casi hacía juego con sus ojos; era un buen católico y un acérrimo patriota, algo que expresaba sin pudor alguno en lo relativo a ”nuestros eternos enemigos del norte”, como ampulosamente se refirió varias veces a ellos. Lo cierto era que el germano compartiría en parte esas opiniones, dado el creciente interés de inglés en las costas del Índico, pero como, al contrario que a Francia, no era un asunto que incumbiese al Sacro Imperio y mucho menos a su estado en el Medio Rin, prefería guardarse las cuestiones personales para sí y sus allegados.

- Quizás exagere, Monsieur de Châtillon. Sólo es comercio – contrapuso de forma casi ingenua e inocente. Una vez evitado el conflicto con una pequeña curvatura en sus labios, se dispuso a excusarse -. Discúlpeme, pero debo recibir a otros invitados.

- Bien; vaya con Dios. Pero recuerde lo que le digo: los británicos no son de fiar – terminó aconsejando, viendo que no podía retener al propio anfitrión del encuentro, el cual se escapaba ya de aquellas inapropiadas declaraciones, dichas en voz demasiado poco disimulada.

Ludwig comenzó su devenir a paso que pretendía no demasiado exagerado, aunque sin conseguirlo plenamente; quería escapar de allí, evadir aquellas interminables conversaciones en las que tenía que callar su opinión por un bien mayor y dar paso a una reunión más íntima, con gente algo más allegada donde pudiera mostrarse con mayor libertad; sin embargo, no podía retirarse, no siendo el anfitrión, y, además, tenía que aprovechar esas oportunidades en intentar encontrar en los escurridizos comentarios ajenos opiniones o favoritismos, buscando posibles aliados; sea como fuere, no tenía grandes expectativas debido a ser aquel un país donde la Iglesia tenía mucho, demasiado poder. Sus pies le llevaron de vuelta al vestíbulo, donde, justamente, parte de sus súplicas se hicieron realidad. Frente a él, a unos cuantos pasos de distancia, y mientras el anuncio de aquellos nombres, se encontraba la imagen de aquella joven vieja conocida, bien vestida, aunque de manera menos despampanante a la moda que la aristocracia francesa acostumbraba a vestir, influyendo obscenamente al resto del continente. Magnolia Velvet, Olivia von Hasburg, si atendíamos a cómo la había conocido él y al nombre que acababa de ser pronunciado, una conocida de su infancia, hija del fallecido duque de Württenberg, estado alemán que él había prometido ayudarla a recuperar, de una forma u otra.

- Un placer tenerle con nosotros, Barón – tras imitar su reverencia, el joven dirigió su mirada a aquel, observando el tono tostado de sus orbes, el castaño de sus cabellos y la palidez de su piel, como bien dictaban las normas estéticas -. ¿Cómo no invitarla, mademoiselle? Es usted una gran allegada – el chico obviamente exageraba, pues el tiempo había hecho mella a pesar de la cercanía con la que la consideraba, pero estaban rodeados de gente, y la mesura, en cuestión de amabilidad, se prestaba más a la ausencia -. ¿Han tenido un buen trayecto? – el muchacho era consciente de sus intenciones para con aquella muchacha y aquella velada, y tenía la intención de presentarle contactos tanto en Francia como en el Imperio, donde, por supuesto, necesitaría de apoyos, y el suyo era sólo uno entre tantos – Quizás quieran acompañarme al interior, donde hace una temperatura más agradable – palabras formales y simples escusas, aunque era cierto que en aquel recibidor aún se podía sentir el frío que se precipitaba desde la puerta cada vez que ésta se abría.


. . . . . . . .
[Continúa]

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Tras dejar atrás a la pareja, Ludwig procedió a continuar con sus obligaciones. Mientras andaba en su devenir por las cuatro estancias, ya que ahora, la inicial se encontraba vacía, podía escuchar retazos de conversaciones ajenas, pero sobretodo la que la duquesa de Uzès, Emilie de Chastillon, estaba teniendo con el almirante Patrick Montgomerie, segundo hijo del conde de Eglinton, por el tono que destacaba sobre las demás voces. Usaban el francés, como se acostumbraba, y debatían acerca del matrimonio y de los papeles que una mujer debía tener en él; curioso o no, quizás en realidad no tan extraño por la juventud del muchacho, ella exigía una mayor rectitud a la parte femenina que el propio varón del diálogo. A unos pasos de distancia, el duque de Montbazon, de la gran y muy prestigiosa familia Rohan, les miraba reprobando su conducta. El heredero al condado renano no pudo prestar mayor atención a las palabras de ambos, pues pronto fue interrumpido por la voz de una persona que, ni por asomo, podía pasar por alto:

- Por supuesto que no, su Majestad; debo ser yo el que agradezca la presencia del Rey de España en estas estancias, que se quedan pequeñas para sus vastos dominios y el prestigio que ellos otorgan – ese ”debo” era en realidad el quid de la cuestión y, seguramente, también el de prácticamente la totalidad de las intervenciones que estaban teniendo lugar allí; sea como fuere, él no iba a ser el que rompiera esa dinámica, no en aquel preciso instante -. Espero que todo sea de su agrado y que todo resulte cómodo, ameno y placentero para usted, Majestad – en cierto modo estaban hablando casi de igual a igual, pero las extensas tierras del Imperio español, conquistados, colonizados y preservados durante siglos dejaban en inferioridad al modesto territorio a orillas del Rin.


Sin embargo, no pudo decir más, ya que hubo algo que perturbó a todos en esos instantes pues, cuando las puertas parecían cerradas a cal y canto, éstas se abrieron nuevamente para dar paso a una mujer que desprendía un aura de polémica arrogancia, como si hubiese premeditado aquella acción. El evento sólo logró que, a sus espaldas, la discusión de la duquesa y el inglés se acentuase, ella tachando su falta de modales y él disculpándola sin recato alguno.

- Su Ilustrísima – correspondió el convidante, apartando un momento sus ojos de los ajenos, pero sólo a causa de la pertinente reverencia. Su mirada era penetrante, quizás incluso obscena, pero Ludwig sabía su papel como pronta cabeza de estado y los violentos devenires que le traerían sus futuras políticas, por lo que, ni mucho menos, podía dejarse amedrentar en una situación favorable, como era la presente -. Me alegro de que haya aceptado la invitación y haya acudido al final – sus palabras, seguramente, estaban vacías de contenido, a pesar de que con ellas disculpara la tardanza, y, aunque él detestaba aquello, lo consideraba indispensable y necesario, pues, si bien a algunos no les agradara, otros muchos detestaban la ausencia de aquellos modos aprendidos, usados y perfeccionados hasta la extravagancia durante siglos -. Espero que haya tenido un buen viaje hasta el hôtel – el muchacho no sabía cómo tratarla, pues poco conocía de ella a parte de lo anunciado por aquel mayordomo, y no lograba advertir en ella a una afín o contraria a su ideario; quizás, pronto lo descubriría -. Supongo que ya conocerá a su Majestad, el Rey de España – lo contrario le hubiera sorprendido, pues, teóricamente, ella era no sólo vasalla, sino también noble del estado que él gobernaba.


. . . . . . . .
[Continúa]


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Uno tras otro, aquellos encuentros le comenzaban a saturar y, así, el futuro conde había decidido tomarse un pequeño respiro y procedió a encaminarse al jardín, para el cual tendría que llegar a la última sala, la alargada; a pesar de lo gélido del exterior, prefería que su cuerpo sufriera por unos minutos las inclemencias del invierno antes de tener que volver a soportar aquellas conversaciones; sin embargo, no tardó en cambiar de opinión.

Entre las personas, los grupos de hombres y mujeres hablando, bebiendo y comiendo, haciendo extremo, según sus palabras, el placer que suponía probar aquellos manjares, encontró el rastro de un cabello que se le antojó encajado en la difusa frontera entre el rubio y el castaño, o al menos eso fue lo que su memoria quiso recoger, así como la intuición fruto de un rostro de rasgos conocidos que no llegó a capturar más que fugazmente. Siguiendo, entonces, aquella corazonada, sus pasos esquivaron a las personas y, con una apenas esbozada sonrisa, pero la alegría pendiente en sus ojos, se lanzó a la búsqueda de otra de las personas que deseaba ver, quizás, junto con su prometida, el que con más ilusión. Perdió al muchacho de vista por un momento, pero le encontró pronto, de espaldas a unos cuantos pasos de distancia, los cuales acortó sin dudar.

- Janaceck – le llamó colocando una mano en el hombro del chico en cuestión, con aquella curva en sus labios, la cual sólo vaciló, no sólo cuando se percató de su error al pronunciar el nombre de pila en un entorno no íntimo, sino, además, cuando se dio cuenta de que aquel varón no era el holandés, sino otro conocido -. Lo siento, monsieur de Castilla, le había confundido – Fernando de Castilla, príncipe de Asturias e hijo del anterior rey de España, un joven al cual había encontrado, casi de casualidad, en Dresde, la ciudad de los duques de Sajonia. Su error había desterrado las esperanzas de encontrar, en ese momento, a monsieur Lindqvist, pero le había otorgado otra grata sorpresa que no tenía pensado desaprovechar - ¿Cómo ha estado? Hace tiempo que no sé de usted – sus palabras amables no sólo pretendían emendar su equivocación, sino, sobretodo, iniciar una conversación con el hispano. Sea como fuere, la dicha de localizar al neerlandés volvió a resurgir, ya que lo localizó en aquella misma sala, haciendo sugerir que, evidentemente, no se había equivocado al seguir aquel rastro; el chico no quería cortar aquella conversación, obviando que hubiese sido una falta de respeto, por lo que sólo esperaba que Janaceck se acercase y, así, presentar a dos de sus amistades.


. . . . . . . .
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Mientras el segundo hijo de los Wittelsbach entablaba conversación, el embajador del país renano, Luther Höhner, se preocupaba de que todo saliese según lo planeado y, viendo que había varias personas que quedaban ajenas a cualquier conversación, se dispuso a remediarlo, quizás de forma algo descarada, pero haciendo lo que era totalmente necesario, en su propio criterio.

- Lady Roberts, ¿conoce usted a Lord York y a su Señoría, Veronika Kuznetsova? – así pues, de un golpe, lograba, o al menos intentaba, unir a aquellos tres individuos en otro nuevo grupo, para buscar que el festejo no fuera desagradable para nadie, a pesar del tema de conversación que estaba dispuesto a introducir - ¿Saben ustedes algo acerca del arresto de monsieur Darcy Trudeau? Es un tema controvertido y he escuchado decenas de versiones – pura falacia, pues apenas tenía conocimiento de algún esbozo; era un tema controvertido y no tanta gente estaba dispuesta a mostrar su opinión, al menos no a favor del arrestado, acusado, seguramente de traición. El hombre, de estatura media, quizás levemente bajo, mostraba rasgos de su cuasi avanzada edad, con arrugas surcando su rostro y con la falta de un cabello que comenzaba a ser canoso haciéndose tristemente evidente, clavaba su pupilas en las de los demás, sin pretender ser grosero, pero intentando evitar cualquier falta de interés en sus contertulianos. Herr Höhner sonrió para mostrar amabilidad y restar crudeza al asunto.





. . . . . . . .
Antes de nada, quiero pedir disculpas por mi tardanza, que no es debida a otra cosa que al trabajo que estoy teniendo por parte de mi vida "académica"; llevo varios días durmiendo apenas algunas horas, pues mis obligaciones me ocupan demasiado tiempo. A esto hay que añadirle que soy alguien que escribe lento y que le gusta documentarse para sus temas, por lo que el tiempo dedicado y necesitado es mayor. Vuelvo a rogar que perdonen mi retraso y espero poder contestar los próximos con una mayor frecuencia.

He dividido el tema en cuatro "escenas", pues me es imposible entablar conversación con todos a la vez, algo que sería contraproducente y lento. Con esto quiero decir que, aunque pueda sugerir que abandono una de los encuentros en esta contestación, no es en realidad así. Cualquier duda o sugerencia es bien recibida.


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Mensaje por Fernando de Castilla Jue Dic 01, 2011 6:07 pm

La música era tenue, el ambiente tranquilo y agradable, la temperatura parecía casi ideal y aun a pesar de no tener compañía se encontró sintiéndose a gusto en medio de aquella celebración tan desconocida para el. Nunca en su vida había asistido a mas fiesta que la de su coronación e incluso entonces se había sentido terriblemente incomodo. Posiblemente no ser el protagonista de la noche ayudaba a su tranquilidad.

Sintiendo el toque en su hombro no reacciono estrepitosamente pero si se sorprendió, estaba de espaldas y giro ante el sonido de la conocida voz, "Janaceck " le había llamado y el nombre le resulto terriblemente familiar, pero era difícil saber si se refería a la misma persona, el conde se disculpo y le dijo que lo había confundido.

- Hermosa fiesta, me siento honrado por la invitacion- saludo inclinando apenas un poco la cabeza- eh seguido viajando por aquí y por allá, el año que tome para ello casi se termina, su invitación me llego en un tiempo maravilloso, aun tengo tiempo para volver a parís antes de volver a mi tierra- hablo con buen tono, con una sonrisa casi imperceptible en sus delgados labios y sin darse cuenta, desde que había comenzado a hablar sus dedos habían tocado los algo largos cabellos en su nuca, intentando recordar el color exacto de cabello del Janaceck que el conocía... si su memoria no lo engañaba debía ser casi el mismo tono... que posibilidades habían en el mundo de que se encontrase con un conocido mas de sus viajes? seguramente debían ser efímeras... sin embargo el hecho de que ambos compartiesen títulos nobiliarios sin duda debía aumentar las posibilidades...

Se había quedado unos segundos absorto en sus pensamientos cuando noto que la mirada de su anfitrión ya no estaba en el, por inercia giro el rostro siguiendo su mirada, sin ponerse a pensar en si ello ofendería a su compañero, se encontró entre la gente la visión de una silueta conocida, su sonrisa se acentuó solo un poco mas, Fernando podía llegar a ser tan tranquilo, al punto de que las emociones parecieren pasar desapercibidas en su rostro- Conoce al Duque Lindqvist- hablo volviendo sus azules ojos a los de su acompañante, no había sido una pregunta, había sido una afirmación, era con el con quien le había confundido momentos antes... y le había llamado por su nombre de pila, debían ser cercanos.



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Mensaje por Janacek Lindqvist Dom Dic 04, 2011 9:17 pm

¡Qué montón de gente había por todos lados! Y claro, después de un montón de apretones de mano, besos en el dorso de las manos de las señoritas presentes, sonrisas educadas y reverencias educadas yo ya estaba recordando porqué era que prefería mantenerme lejos de estos lugares. Suspiro. Me quedé en un lugar donde ya había recorrido a todos los grupos para evitar más saludos forzados. Llevaba aproximadamente 30 minutos dentro y no había visto a Ludwig. Fruncí el entrecejo pero volví a mi expresión relajada de inmediato para que nadie lo tomara a mal. De verdad no quería aquí a mi madre. Miré de un lado hacia el otro sabiendo que varias señoritas ahí presentes estarían para buscar un marido competente y traté de recordar mi status actual para la sociedad. ¿Estaba soltero y disponible?, ¿Acababa de ser abandonado en el altar?, ¿Estaba saliendo con alguien?

Si de algo podía jactarme era de no ponerme nervioso ante ninguna situación y había pasado mi tiempo en estas reuniones sociales como para saber exactamente cómo sobrevivir a ellas sin que pasara nada que no quisiera. En estos círculos me comportaba como se debía, era la viva imagen de la discreción, la decencia y la caballerosidad. Para portarme mal, siempre tenía al otro lado de París. A ese que me recibía todas las noches y que guardaba mis más oscuros secretos, así como también me contaba un montón de trapos sucios de todos los que me rodeaban ahora y que más valía que me tuviera guardados para cualquier situación en que necesitara un as bajo la manga. Me mantuve mirando a la gente, saludando a lo lejos y moviéndome mínimamente hasta que encontrara un grupo adecuado dónde unirme.

Claro que no tardé mucho en encontrarme uno en donde estaría realmente cómodo. Mi vista se había paseado por la sala una vez más y me encontré con dos viejos conocidos. No pude evitar ensanchar mi sonrisa y mis pies se movieron solos hacia ellos. Me detuve a unos pasos para efectuar las reverencias y hablarles con los tratos correspondientes antes de colocar cada mano sobre uno de los hombros de cada hombre y dejando a un lado el protocolo por un momento hablar. -Un verdadero placer encontrarlos aquí. Volver a dos viejos conocidos, es más allá de una coincidencia-

Era cierto. Pude mirarlos a ambos y evaluar lo que había hecho el tiempo con los dos, al igual que probablemente había hecho conmigo. Yo me veía igual en el espejo pero yo me miraba todos los días. Ellos... ellos simplemente habían estado lejos. Ahora podía decir que contaba con amigos en París. Y Bethzabé no iba a estar contenta con ello.


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Mensaje por Fernando de Castilla Vie Dic 09, 2011 12:42 pm

Le vio acercarse, su rostro afable, su andar elegante y aun así tan característico de un hombre que sabía que iba a donde quería. Nuevamente aquella sonrisa invisible se dibujó en su rostro, el joven se paró junto a ellos, pudo sentir el toque de su mano en su hombre y el sonido de sus palabras le recordó el perfecto timbre en su voz, el recuerdo se había ido desvaneciendo pero al igual que había pasado con ludwing solo su presencia, el sonido de su voz, hacían parecer que no había pasado un instante, la sensación de familiaridad le inundaba el cuerpo desde los pies…recorriéndolo poco a poco hasta reconfortarlo por completo, al mismo tiempo que la sensación de haber pasado mucho….demasiado tiempo lejos lo inundaba, había sido menos de un año. Era perfectamente consciente de ellos, pero también era consciente de que en ese tiempo había vivido más de lo que recordaba haber vivido en toda su vida en el monasterio, las personas eran cálidas, diferentes a los libros, los acentos las voces las risas, sentía como si hubiese comenzado a vivir solo hacía apenas un año, se sentía más seguro, como si conociera el piso que sostenía sus pies, En un mes más regresaría a España… y se sentía tranquilo con ello.

Sus labios se abrieron buscando saludar al muchacho recién llegado pero sus labios permanecieron abiertos sin que palabra alguna saliera de ellos, frunció el ceño y vio de ludwing a Janecek sin que las palabras pudiesen salir de su garganta… atoradas… al ver a ludwing las palabras habían salido sin problemas de sus labios y casi estaba seguro que de no estar precisamente el ahí, podría dirigirse sin problemas a janecek, pero en esos instantes… las palabras simplemente se habían ido de sus labios. Volvió a cerrar la boca y por primera vez en su vida…sintió sus mejillas ardientes mientras elevaba la vista a el techo.

-lo siento me eh hecho un lio con los idiomas- soltó en un español fluido, con el acento aun perfecto y sin modificación en su lengua materna, bueno estaban en Francia verdad? Tal vez solo debería hablarles en francés… pero era tan raro… antes les había hablado a cada uno en su lengua, su cerebro respondía a ello automáticamente y ahora que se ponía a pesarlo no sabía como hacer cuando ambos estaban presentes, como si omitir la lengua de alguno fuese a ser alguna especie de tonto insulto…lo cual entre mas lo pensaba…mas tonto se le hacia.



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Mensaje por Ludwig Tobias Wittelsbach Vie Dic 09, 2011 5:49 pm

El futuro conde se afanaba en no dejar que el bochorno tomase el dominio de la situación y estado, pues su carácter se había mostrado en mayor parte propicio a un buen desenvolvimiento de la velada. Por suerte, no era el primer momento en el que se encontraba con el joven de ojos claros, hermano de los reyes de España y Príncipe de aquel territorio en la zona occidental de la cordillera Cantábrica, y, por lo tanto, resultaba más sencillo el relajarse y el saberse perdonado por su equivocación. Sorpresa fue, sin embargo, la suya al percatarse de que Fernando también debía haber entablado relación con aquel que fuese el motivo del encuentro, aquel a quien había ido a buscar; a causa de su afirmación, que no interrogación, pudo adivinar, o al menos conjeturar, que había seguido el curso de su vista hasta dar con el neerlandés.

- Sí – afirmó él con una pequeña sonrisa, pues se le antojaba grato que dos personas agradables para él se conociesen -. ¿También le conoce? – pero su respuesta nunca llegó a tener lugar, al menos no de los labios del ibérico, sino de los del que recién tomaba parte en esa conversación -. No tanto como me resulta a mí, Duque – el muchacho creía saber que al otro no le resultaría demasiado placentero aquel trato tan formal, y a él mismo se le antojaba incluso innecesario, pero, dado el contexto, casi era una obligación -. No sabía que se trataban.

Ninguna anotación, comentario o pregunta a mayores pudo hacer, pues el amago de hablar del español llamaron su atención. El renano comprendió con dificultad su explicación, al no estar habituado a tratar con hispanos y tener un conocimiento un tanto limitado de su lengua, aunque disculpó en silencio su falta, que ni siquiera era tal a sus ojos. Al no saber qué contestar, hubiera forzado más las comisuras de sus labios de no ser porque éstas ya se le habían adelantado de forma inconsciente.

- ¿Cómo se encuentran? – el muchacho preguntó pretendiendo dar inicio a una conversación de la manera más simple y común que, posiblemente, existiera – Hace mucho que no tengo noticias de ninguno – y aquello era cierto, quizás un error, pues en los últimos meses había estado demasiado ocupado ordenando la nueva independencia de su estado, en unión con Baviera durante el último medio siglo, y ni había tenido tiempo como para hacer realidad sus pretensiones de escribir una misiva a alguno de los dos, si es que realmente tuvo dichas intenciones.

El chico, ahora, podía contemplar bien a ambos dos. En cierto sentido, sí, se asemejaban, a pesar de las diferencias, de los pómulos más marcados de uno o de los ojos avellana del otro, y ya no le parecía tan exagerada su confusión, sobretodo teniendo en cuenta que les había llevado al presente encuentro, sea cuales fueran el resto de circunstancias.


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Mensaje por Eddard York Lun Dic 12, 2011 3:30 pm

un caballero me hizo una seña con dos dedos indicando me acercase a el, recien habia optado por cojer una copa con vino ,en mi andar mientras me acercaba coloque mi mano libre dentro del bolsillo de mi pantalon, mis facciones eran serias, seguia aparentando, esto era como una obra, fingir, fingir solo un papel

un par de damas se encontraban con el , escuche como se dirigia hacia una de ellas en cuanto les alcance en distancia , Lady Roberts al parecer era presentada ante la baronesa rusa y mi persona , me permiti saludar a ambas de beso en dorso delicadamente tal como lo hacia en la corte -un placer sin duda estar con ustedes bellas damas- dije con una voz serena y educada , tratando de sonar lo menos galante posible, ambas no eran del tipo de mujeres de las que me permitia enamorar y dejar ir, ellas eran del tipo de tomar en serio su presencia

enderece el cuerpo y puse atencion en Höhner, ese caballero canoso, viejo y que suponia debia llevar años de conocer a la familia que precedia el festejo de esta noche -ah si? interesante, que es lo que ha escuchado?- no queria dar mas opinion debido a que todo le hiria hilbanando conforme la conversacion, tenia un tiempo dedicandome solo a mi y mis asuntos que habia olvidado por completo la sociedad en la que existia y los conflictos que podrian haber, sin embargo espere la reaccion de alguna de las dos damas, podria decirse que era tema de hombres pero ellas esta vez tenian derecho a opinar todo con tal de tener una conversacion si no mal habia entendido el punto y el tono de voz de Höhner


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