Una bella flor [Melinda]

Hacía tan solo unas horas que el sol había despuntado en el cielo venciendo a la noche y las tinieblas. El amanecer era sin duda uno de los momentos del día que más me gustaban, y como era tradición en mi ahi estaba, en el balcón de mi habitación con mi camisón de seda y un chal sobre los hombros para no coger frío, viendo el increíble espectáculo de rojos, naranjas y malvas que iban dando paso a los azules y los grises... Sí, sin duda aquel era un momento mágico.

Momentos como aquel me recordaban a mi niñez, en la que mi padre me relató por primera vez, conmigo en su suave regazo, como el amanecer sería mi consuelo, mi mejor amigo, pues era el que se había llevado a mi madre, y por lo tanto, ella descansaba ahora entre aquellos infinitos colores rojizos... Cerré los ojos con una sonrisa, recordando lo ilusa que había sido creyendo de veras que mi madre allí se encontraba, pero pese a ser una fábula de mi padre, no podía pasar ni un sólo día sin levantarme al alba para verlo... Me recordaba tanto a ella... Ella era la persona a la que más quería y al mismo tiempo a la nunca había podido conocer, macabra ironía del destino.

Una vez que el cielo volvió a adquirir su monótono color azul, entré en mis aposentos y cerré las puertas del balcón para después dejar el chal sobre la cama y tirar de la cuerda de la pequeña campanita de oro que colgaba de mi pared. Esperé unos minutos como de costumbre, y en poco tiempo llamó a la puerta una de mis doncellas - Adelante- dije con suavidad. La puerta se abrió y detrás de ella apareció una muchacha de unos 12 años, la nueva doncella. Sonrei con dulzura y la miré - Bonjour Celinè me gustaría tomar un baño de agua caliente y... por favor avisa a Mariè para que me peine y planche mi vestido azul de gasa, ese con unas pequeñas margaritas blancas - La doncella asintió abriendo de nuevo la puerta y desapareciendo de la habitación. Poco tiempo después otra doncella me avisó de que mi baño estaba listo, y me acompañó hasta el baño para ayudarme, pero yo rechacé su ayuda, odiaba que me ayudaran a bañarme, ese era mi momento íntimo, en el que pensaba en mis cosas, soñaba o incluso cantaba. Desaté con cuidado los lazos de mi camisón dejandolo caer al suelo, caminé y me sumergí en el agua caliente de la bañera.

Tras haberme bañado y dejado que me vistieran mis doncellas con aquel precioso vestido de gasa azul entallado en el pecho, quizá con demasiado escote, deje que Marié hiciera sus artes peinándome. No me gustaban los peinados recargados con aquellos tupés o moños desmesurados con tirabuzones artificales cayendo a cada lado del rostro, y Marié lo sabía bien y siepre acertaba con aquello que deseaba. Para esta vez, dejó mis cabellos sueltos, recogidos unicamente por dos finas trenzas de espiga a cada lado, que se unían gracias a pequeñas flores que habían cogido del jardín. Marcó mis ondas sin exagerarlas y me pintó los labios de rosa dandome aquel toque natural que tanto me gustaba. Sonreí una vez más levantandome de la banqueta del tocador y escogí una gargantilla de brillantes del joyero, a juego con unos pendientes, me los puse y cogí mi pequeño bolso y mis guantes de paseo.

Bajé al salón donde estaban mi hermano, mi padre y mis dos hermanas desayunando, les di un beso a cada uno despidiendome y cogiendo mi parasol y caminé hasta el jardín botánico, uno de los lugares favoritos de mi madre, y también uno de los míos. Caminé por el laberinto de rosas acariciándolas con mis dedos y observando con algo de envidia a las parejas de enamorados que se cogían de la mano. Sonrei abriendo mi parasol y seguí caminando, pero algo me impidió hacerlo. - Dadme vuestro bolso Mademoiselle y vuestra cara gargantilla y no me veré obligado a clavar en vuestro precioso cuello la navaja que ahora sentís en él - Respiré con celeridad asustada, aterrorizada dejando caer mi bolso que sólo contenía mi pañuelo bordado y un pequeño libro con los sonetos de Shakespeare, pero cuando el ladrón tiró violentamente de la gargantilla para llevársela, mi terror se hizo palpable y yo grité asustada, lo que le hizo salir corriendo en la dirección opuesta.

Me senté en el borde de la fuente aún alterada y abanicandome con mi abanico para tranquilizarme cuando, a los pocos minutos, un caballero más mayor que yo, volvió triunfal con mi bolso y mi gargantilla. Hizo una reverencia tendiéndome mis pertenencias. Me levanté cerrando mi parasol y le hice la reverencia de rigor cogiendo mis pertenencias con suma delicadeza - Gracias monsieur, creí que jamás volvería a ver esta gargantilla y mis sonetos de William Shakespeare, sin duda es usted un caballero con mucho coraje por enfrentarse a un ladronzuelo armado - le sonreí con dulzura llevando las manos a mi cuello para colocar mi gargantilla

-Llevé mi mano con lentitud hacia mi suave y aterciopelado cuello acariciando casi en un roce la joya que había sido de mi madre. De gran valor, era cierto que lo tenía tanto sentimental como monetario, pero sin duda era una de las joyas más sencillas y menos ostentosas de las que poseía. Levanté mi rostro con cuidado buscando sus ojos, unos ojos que revelaban un terrible sufrimiento, una vida llena de historias que contar pero... sobre todo en ellos podía ver reflejada la soledad.

Sonreí despacio, abriendo apenas mis carnosos labios y deslicé la mano que antes descansaba sobre mi cuello hasta aquel pequeño bolso de bordados blancos y azules. Saqué de él el libro de sonetos y comencé a pasar las hojas despacio, para después comenzar a recitar uno de los sonetos con mi suave voz

-¿Cómo puede buscar temas mi Musa
mientras tú alientas, que a mi verso infundes
tu dulce inspiración, harto preciosa
para exponerla en un papel grosero?
Agradécete a ti, si algo de mi obra
digno de leerse encuentra tu mirada:
¿quién tan mudo será que no te escriba
cuando tu luz aclara lo que inventa?

Sé la décima Musa y sé diez veces
mejor que las antiguas invocadas,
y otorga a quien te invoque eternos versos
que sobrevivan a lejanos siglos.

Si al futuro censor mi Musa encanta,
mía será la pena y tuyo el lauro.

Ése, ese es mi favorito y predilecto soneto de William Shakespeare, aunque... la verdad es que prefiero sus dramas antes que sus versos, pues como sabrá están marcados por el sufrimiento del amor y... yo no concibo un amor así, solamente uno que signifique la entrega al otro en cuerpo y alma... que el paso de los años no lo destruya sino que lo haga más fuerte y sobretodo... un amor que no cese con la muerte -

Cerré el libro y acaricié su portada con mis delicadas manos, ahora frías a causa del tiempo que estaba invadiendo París. Le mire a los ojos con ternura y le tendí mi mano con suavidad para que la besara tal y como mandaba el saludo protocolario - Melinda Chavànnell Ravie de vous rencontrer - Bajé la mirado temiendo intimaderle si le miraba cuando él cogiera mi mano, pero lejos de hacer eso deslizó su mano hasta mis cabellos, con algo de rudeza, sonrei y esperé a que me colocara la flor. Sin duda, no estaba acostumbrado a tratar con una mujer, no al menos a tener esos pequeños detalles, se notaba en su nerviosismo, en el temblor de su mano al colocar aquella flor e incluso en la forma en la que me miraba, huidiza. - Sí, ha debido ser en el forcejeo con aquel miserable... pero descuide, no ha podido arruinar mucho mi tocado, pues huyo de la artificiosidad a la hora de vestir o de peinarme, creo que... es una absurda manía que han adquirido las mujeres que no hace sino nublar su auténtica belleza, aunque... yo no poseo mucha-

Reí con suavidad mirandole a los ojos, esperando su próxima respuesta, su próximo movimiento... - Y usted monsieur... qué opina ¿drama o verso?, ¿artificiosidad o sencillez? ¿amor o desamor? - Me agaché con cuidado para coger una pequeña flor, no pudiendo evitar sin embargo que él pudiera contemplar más escote del que yo hubiera querido mostrarle. Me incorporé de nuevo jugueteando con los pétalos de aquella flor mientras esperaba su respuesta

Aún seguía alli con la mano extendida, tendiendole aquel pañuelo con mis iniciales bordadas, esperando que lo cogiera, que lo rechazara o que hiciera o mostrar algún gesto o ademán de hacer algo. Suspiré, era algo impaciente y los segundos se me tornaban eternos aun cuando no haía pasado el tiempo suficiente para hacerlo; por fin, sus manos cogieron mi pañuelo, pero lejos de acercarselo al cuello para limpiar las pequeñas gotas de sudor que caían por su cuello, acercó sus brazos a mi cuerpo, pegandolo al suyo con cierta rudeza. Le miré a los ojos, indecisa, temerosa y a la vez curiosa por la tentación de probar sus labios que al parecer ahora no pertenecían a ninguna otra mujer... No me dio tiempo a decidir qué camino escoger, el de la decencia o el de los más hondos deseos, pues con la misma celeridad que él acercó mi cuerpo al suyo, acercó sus labios a los míos, brindandome un beso intenso, tosco, apasionado, un beso que al fin y al cabo era el primero que alguien me regalaba, pues mis suaves labios de terciopelo nunca habían probado otros.

Mis ojos se cerraron lentamente para intensificar aún más aquella dulce sensación que sus labios me proporcionaban, pero esta sensación se desvaneció tan rapido como se generó y de mis labios escapó un leve suspiró cuando esto sucedió. Bajé la mirada, incapaz de mirarle a los ojos, avergonzada por haber dejado que un desconocido me besara sin apenas conocernos ¿quién me aseguraba que era de una posición elevada aun cuando sus ropas parecian demostrarlo? Había sido demasiado crédula e ingenua y ahora él debía estar riendose de mi inocencia. Levanté de nuevo la vista escuchando con atención las palabras que me dedicaba, amargas como la hiel recriminandome en cierto modo mi comportamiento ¿de veras le había incitado yo aquello?¿Me había puesto yo misma en aquella situación incómoda de la que podría arrepentirme siempre? - Le... le ruego que me disculpe monsieur, no era mi intención mostrarme descortés o atrevida con usted, ni yo misma sé qué ha podido ocurrirme, asímismo le ruego que olvide mi desfachatez de antes y yo olvidaré la suya... no se debe besar a damas que uno desconoce, es más tampoco está bien vista que una pareja se entregue a la malsana tentación del deseo hasta que no están unidos bajo Santo Matrimonio... -

Retorcí mis guantes de ganchillo con cierto nerviosismo, cayendo en la cuenta de los errores de mis actos, yo que siempre había sido elogiada por una suma pureza de espiritu, me había entregado a los labios de un desconocido. Puse mi mano con delicadeza sobre mis sienes tratando de no pensar en aquello que había ocurrid, suspiré de nuevo algo nerviosa, sin duda si mi padre se enterara de lo que había ocurrido se armaría un gran revuelo. Me senté de nuevo en el borde de la fuente y saqué mi abanico de encaje dandome aire con fuerza, intentando que aquella sensación de ahogo y agobio desapareciera "

Menee la cabeza con suavidad observándole oler las flores que ambos teniamos cerca, cómo demonios había imaginado yo que aquel caballero me había besado? "Los sueños son aquello que más deseas" pero no es lo que más deseo ¿o si? y lo que es peor ¿cuánto tiempo habré estado ensimismada imaginando tales cosas mientras él tan solo ha besado las palmas de mis manos y se ha separado?

Suspiré con suavidad acercándome hasta él, acariciando con la yema de mis dedos los aterciopelados pétalos de las flores... Adoraba aquella dulce sensación de acariciar la propia vida con las manos, una vida que era simbolo de belleza y sensualidad al mismo tiempo Adoro estas flores... de hecho éste es uno de mis rincones predilectos de todo el jardín monsieur. Disculpe mi osadía previa y mi correspondiente tardanza... simplemente meditaba Sonrei de medio lado, apartando uno de los mechones que, con el forcejeo se había descolocado y caía ahora por mi rostro.

- Es probable que no deba... avergonzarme de mis actos como sus palabras sugieren per no puedo evitarlo monsieur... soy una dama de la alta sociedad, lo único que se espera de mi es guardar la compostura, asistir a bailes y ser una compañía totalmente deliciosa para conseguir que, con mayor o menor suerte, alguien opine que soy digna de ser su esposa ¿y después que? quedare relegada a dar a luz a todos los hijos que mi futuro marido desee dando igual si yo deseo concebir mas o no... Una vida monótona encerrada en una jaula de diamantes... eso es lo que me espera y es por ello que debo medir cada uno de mis gestos y mis actos porque... a fin de cuentas, y no me lo tome a mal, ustedes los hombres... se casan con bellas mujeres de la alta sociedad pero se acaban enamorando de las damas de compañía con las que les son infieles...