Siendo desubicado, también es llamativo

Que sucio se veía todo. Que denigrante era ver incluso hombre con más primaveras sobre su cuerpo entrar y salir del concurrido recinto con señoritas y jóvenes de tal edad que podrían ser incluso sus nietos, compartiendo sonrisas, roces y palabras que, evidentemente, si entre hermanos se oiría sano. ¿Y qué hacía? ¿Se quedaría allí afuera juzgando con la mirada a cuando hombre y mujer cegados por el libido pasara? De ser así, se hubiese quedado mejor en la comisaría para recibir las miradas de obscenas cantidades de odio dirigidas a nada más que su persona. Evidentemente, al ser la mente tras su captura, el odio y rencor de muchos criminales caían sobre sus cansados hombros uno tras otro, aguantándolo en solitario hasta que sus años el ganasen; pero para eso aun faltaba, era un trabajo y puesto ruin que alguien debía ocupar, y debía ser alguien que pudiese llevarlo encima, que lo sobrellevase con carácter. Pedirle a un joven inexperto que fuera el blanco de tantas futuras venganzas no era en lo más mínimo aceptable, un cargo que sólo aquellos sin nada más que perder que sus vida podría sobrellevar con facilidad, o al menos soportable dentro de lo posible. Quizás era por lo mismo que, ahora, estaba frente al burdel, un lugar que realmente eran muy escasas las veces que recurría a él y de esas, ninguna estaba ligada al placer de una noche o una conversación amistosa, tragos por doquier o confesiones privadas. La mayoría de las veces, si no era por error, el burdel sólo lo empleaba para información, desde la más relevante hasta la más oculta que su doble profesión necesitase digerir. Era perfecto, nadie en su sano juicio se dedicaría a espiar la conversación de dos serios hombres antes de preferir el gozar el momento con voluptuosas mujeres de baja alcurnia pero enorme determinación. Secretamente, era algo de admirar.

Bajó entonces la mirada de sus cansados ojos a sus zapatos, ligeramente manchados con el lodo de una previa visita a terreno de las zonas inhóspitas del bosque. Salvo eso, lucía presentable, como cualquier otro hombre de mundo con el suficiente dinero para nunca preocuparse por el mañana, un hombre que sin duda, destacaría en un lugar así, y quizás más aun por la carencia de "jugueteo" que se percibía en sus fijos y determinados ojos. Esperó a que un hombre con un pobre estado etílico saliera del recinto con dos doncellas que le servían de trípodes para avanzar, ambas con atributos nada envidiables por otras jovencitas y que los lucían a la perfección como todas allí ya eran expertas. Ya el hombre siendo ayudado a subir al coche alado pro dos caballos, fue que ordenó a sus pies avanzar, su largo y grisaseo abrigo cubría hasta las rodillas su anatomía, igual que sus manos eran cubiertas por los guantes a tono con toda su tenida esa ocasión. El lugar por dentro no se veía mejor que por fuera, a decir verdad, el olor mezclado con el sudor de un cuerpo agitado, el alcohol presente en el aire y en las venas en titánicas cantidades, sin contar los perfumes tan diversos como personas allí dentro era algo que podría marear a muchos si se dedicaban a diferenciarlos uno por uno. A pesar de su nada joven apariencia, un par de mujeres ya lo observaban. Claro, no era apuesto como el más arreglado de los solteros codiciados de toda Francia, pero lucía "bien" en cuanto a su estatus social. Dinero seguro, pensarían muchas. ¿Cómo lo sabía? Era elemental, el no visitar un burdel desde hace más de diez años no especificaba que no conociera el mundo que allí dentro tenía lugar.

Cortésmente las rechazó tanto con la mirada como con palabras a aquellas más insistentes, distracciones no podía permitirse, y fue por ello que antes de ser abordado, se encaminó a la solitaria barra. No era del todo buena idea, estando solo en un lugar determinado podría que más llamase la atención además si se tonaba el caso que era el único en solitario. Pero, a la vez, esperaba que eso diera cuenta de su poco interés en participar de sexo o plática alguna. Pidió al cantinero una copa de vino, suave y sólo para pasar el rato, el cual fue entregado a al brevedad en la copa dejaba sobre la gastada madera barnizada bajo sus codos. ¿Qué podía esperar del día? Su mirada recorrió el lugar por encima, todo tan movido, todo tan desesperado. Juventud desperdiciada según su acuciosa y experimentada observación.