AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Now I can see your pain [Varg]
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Now I can see your pain [Varg]
It's the people above you
The ones who say that they love you
Look what the world has come to
So now it's time to say fuck you
No lo mates, le habían insistido en el burdel, antes de salir acompañado del cliente en cuestión, con una expresión nefasta y los puños enrojecidos, preparados para contener la rabia o ahuecarla en un sinfín de sudor sangriento como el que acumulaban a cada paso que dieron hasta llegar a la taberna.
Matar, le habían dicho en clave de humor para, de algún modo, animar su tortura laboral. Así, con la maestría de la desgana y la facilidad mortal que amenazaba a la vida sin intención real de acortarla, con esa brutalidad insensible de la que se presumía en tantas maldiciones. Pero Oscar no presumía de una puta mierda: odiaba a ese paleto en cuestión, siempre, incluso cuando ni siquiera le había atendido antes. Un ser pululante y arrastrado, que mendigaba polvos con la lengua fuera y las manos ordeñando una vaca invisible. Duque, barón, conde, lo que coño fuera. El dinero le daba derecho a regar tiestos en venta con el líquido putrefacto de su lascivia, pero ni la pulcritud en la apariencia o los modales propios de su clase social concordaba con su aspecto ni con su degradante comportamiento. Oscar ya había planeado un millar de asesinatos en su cabeza al verlo, como un perro rabioso que cojea sin vergüenza, acudir a la alcoba de sus compañeras o compañeros, atisbando un sinfín de posibilidades de ver su cabeza deformada cual rajada sandía cuando empatizaba con las expresiones menos profesionales del resto de cortesanos en su presencia. Y ahora, después de noches y noches, el tipejo se había fijado en él. No sólo eso, sino que había pagado más por sacarlo fuera del local, adonde sus instintos de cloaca consideraran oportuno; el ambiente ampuloso de la andrajosa taberna.
Matar entraba tantísimo dentro de los cruentos parámetros de su filosofía en aquellos instantes...
Allí, rodeado de bramidos ebrios y sudor de cuerpos apelotonados, en una de las noches más caldeadas y de abundante muchedumbre que recordaba hasta la fecha. Por una parte, Oscar decidió alegrarse del sitio escogido porque así le era más fácil no escuchar ninguna de las frases entrecortadamente chabacanas del tipo o alejarse disimuladamente de su cuerpo fofo y sus patéticos lengüetazos al aire que pretendían quedar pegados a él. Llegó un momento en el que directamente perdió a su baboso cliente de vista y hasta que aceptó el vaso de ginebra que finalmente durante la espera se había decidido a pedir para hacer algo más con sus nervios que odiar, no vislumbró aquel tumulto cercano a la puerta que iniciaba una pelea de puños y gritos podridos de más lamentable repugnancia; decoración habitual en ese tipo de lugares a gusto del morbo consumidor de cada noche.
Negó con la cabeza al volver la vista a la barra donde se había hecho con su bebida y en su intención de llevársela a los labios, codeó accidentalmente a un cuerpo no identificable. Sin embargo, lejos de creer que alguien en aquel antro de caos desconsiderado pudiera necesitar una disculpa, su mano siguió el rumbo hacia su boca y en un rasposo jadeo, terminó el contenido de un solo trago.
'Con suerte, alguien le cortará la garganta y la única humedad que pueda acercarme tendrá que ser la de sus tripas.'
The ones who say that they love you
Look what the world has come to
So now it's time to say fuck you
No lo mates, le habían insistido en el burdel, antes de salir acompañado del cliente en cuestión, con una expresión nefasta y los puños enrojecidos, preparados para contener la rabia o ahuecarla en un sinfín de sudor sangriento como el que acumulaban a cada paso que dieron hasta llegar a la taberna.
Matar, le habían dicho en clave de humor para, de algún modo, animar su tortura laboral. Así, con la maestría de la desgana y la facilidad mortal que amenazaba a la vida sin intención real de acortarla, con esa brutalidad insensible de la que se presumía en tantas maldiciones. Pero Oscar no presumía de una puta mierda: odiaba a ese paleto en cuestión, siempre, incluso cuando ni siquiera le había atendido antes. Un ser pululante y arrastrado, que mendigaba polvos con la lengua fuera y las manos ordeñando una vaca invisible. Duque, barón, conde, lo que coño fuera. El dinero le daba derecho a regar tiestos en venta con el líquido putrefacto de su lascivia, pero ni la pulcritud en la apariencia o los modales propios de su clase social concordaba con su aspecto ni con su degradante comportamiento. Oscar ya había planeado un millar de asesinatos en su cabeza al verlo, como un perro rabioso que cojea sin vergüenza, acudir a la alcoba de sus compañeras o compañeros, atisbando un sinfín de posibilidades de ver su cabeza deformada cual rajada sandía cuando empatizaba con las expresiones menos profesionales del resto de cortesanos en su presencia. Y ahora, después de noches y noches, el tipejo se había fijado en él. No sólo eso, sino que había pagado más por sacarlo fuera del local, adonde sus instintos de cloaca consideraran oportuno; el ambiente ampuloso de la andrajosa taberna.
Matar entraba tantísimo dentro de los cruentos parámetros de su filosofía en aquellos instantes...
Allí, rodeado de bramidos ebrios y sudor de cuerpos apelotonados, en una de las noches más caldeadas y de abundante muchedumbre que recordaba hasta la fecha. Por una parte, Oscar decidió alegrarse del sitio escogido porque así le era más fácil no escuchar ninguna de las frases entrecortadamente chabacanas del tipo o alejarse disimuladamente de su cuerpo fofo y sus patéticos lengüetazos al aire que pretendían quedar pegados a él. Llegó un momento en el que directamente perdió a su baboso cliente de vista y hasta que aceptó el vaso de ginebra que finalmente durante la espera se había decidido a pedir para hacer algo más con sus nervios que odiar, no vislumbró aquel tumulto cercano a la puerta que iniciaba una pelea de puños y gritos podridos de más lamentable repugnancia; decoración habitual en ese tipo de lugares a gusto del morbo consumidor de cada noche.
Negó con la cabeza al volver la vista a la barra donde se había hecho con su bebida y en su intención de llevársela a los labios, codeó accidentalmente a un cuerpo no identificable. Sin embargo, lejos de creer que alguien en aquel antro de caos desconsiderado pudiera necesitar una disculpa, su mano siguió el rumbo hacia su boca y en un rasposo jadeo, terminó el contenido de un solo trago.
'Con suerte, alguien le cortará la garganta y la única humedad que pueda acercarme tendrá que ser la de sus tripas.'
Time is getting shorter
With these enforcers orders
And we get blamed and pushed around
Who's the fucking villain now?
With these enforcers orders
And we get blamed and pushed around
Who's the fucking villain now?
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Blandiendo a Tomhet, su hacha, como Odín empuñará a la lanza Gungnir durante el Ocaso de los Dioses, Varg degolló un pobre cazador (enviado de Dios, le había dicho) de un solo tajo, el hombre no tuvo tiempo si quiera de decir a qué iba y por qué, cuál era su nombre o su supuesta misión divina. Cuando la cabeza rodó a unos metros, con calma el vampiro se irguió en toda su estatura, que no era poca y fue por ella, la tomó del cabello y chupó la sangre que escurría como quien bebe el jugo de una fruta fresca.
Colgó la cabeza en una farola cerca, sólo para que al amanecer, aquel que fuera el primero en pisar esa calle viera con horror el hallazgo, el cuerpo lo sentó recargado en el pórtico de una casa abandonada y con la sangre y las manos desnudas escribió la antigua runa de la “Z”, el final. Él era el final, el sonido del cuerno Gjallarhorn que anuncia el final de los tiempos. Observó su obra por algunos minutos, se sacudió la sangre y el polvo y decidió que al final, quería un trago.
Hidromiel, digna de los dioses del Valhala, sin embargo, se conformaría con lo que hubiese a la mano. Guardó su hacha, ensangrentada, pegajosa por la sangre, llena de lodo y muerte, y encaminó sus pasos a la taberna más cercana.
No se dignó a mirar a nadie, de todos modos todos eran pequeños e insignificantes peones que pronto desaparecerían de esa tierra para luego desfilar sin rostro hacia el Helheim, más de uno volteó a verlo, no por temor, sino por el hedor a muerte que lo envolvía, y por su imponente figura que sobresalía aunque no quisiera, incluso dentro de los pueblos del norte, cobijados por Odín, él sobresalía como el perfecto guerrero nórdico.
Pidió vodka con esa voz gutural y cavernosa que lo caracterizaba, a veces parecía que salía más ronca de lo normal por su falta de uso; adoptó un poco la personalidad de ese alter ego que se había creado para conseguir algunas cosas que por la fuerza ni se podían conseguir, por ese momento sería el infame Conde Grishnackh, sólo para parecer más civilizado, aunque no lo era, sólo para no matar a todos los presentes. No esa noche, al menos.
Mientras esperaba movió sus orbes azules, como los hielos de los once ríos Élivágar, había un alboroto en la entrada del lugar, sonrió imperceptible al ver que al final, quizá él no tendría que intervenir mucho, que los hombres terminarían sacándose los ojos y corazones unos a otros. Fue cuando un golpecillo insignificante lo tocó por un costado, se giró para ver al artífice y no se sorprendió al ver una presencia nimia, sin embargo, decidió divertirse.
Golpeó la barra con la enorme palma de su mano, tan grande que si la extendía era capaz de robarse la luz, como el lobo Sköll. Espero que el sujeto reaccionara, pues más de uno lo hizo, se giró para ver al gigante del Muspelheim que deambulaba entre ellos, incluso robándole un poco de atención a la trifulca que seguía llevándose a cabo, sólo por unos segundos, pronto la gente regresó su atención a la pelea o lo que estuviera aconteciendo.
-¿Es que acaso no sabes que está prohibido tocar a Dios? –habló finalmente en dirección al agresor incidental con tono sarcástico, no parecía que de hecho el se visualizaba como Gud Guder, Dios de Dioses, era el Conde por esa noche, claro, pero no dejaba de verse coronado, sentado en el trono de plata Hliðskjálf, reinando sobre un Yggdrasil marchito.
Colgó la cabeza en una farola cerca, sólo para que al amanecer, aquel que fuera el primero en pisar esa calle viera con horror el hallazgo, el cuerpo lo sentó recargado en el pórtico de una casa abandonada y con la sangre y las manos desnudas escribió la antigua runa de la “Z”, el final. Él era el final, el sonido del cuerno Gjallarhorn que anuncia el final de los tiempos. Observó su obra por algunos minutos, se sacudió la sangre y el polvo y decidió que al final, quería un trago.
Hidromiel, digna de los dioses del Valhala, sin embargo, se conformaría con lo que hubiese a la mano. Guardó su hacha, ensangrentada, pegajosa por la sangre, llena de lodo y muerte, y encaminó sus pasos a la taberna más cercana.
No se dignó a mirar a nadie, de todos modos todos eran pequeños e insignificantes peones que pronto desaparecerían de esa tierra para luego desfilar sin rostro hacia el Helheim, más de uno volteó a verlo, no por temor, sino por el hedor a muerte que lo envolvía, y por su imponente figura que sobresalía aunque no quisiera, incluso dentro de los pueblos del norte, cobijados por Odín, él sobresalía como el perfecto guerrero nórdico.
Pidió vodka con esa voz gutural y cavernosa que lo caracterizaba, a veces parecía que salía más ronca de lo normal por su falta de uso; adoptó un poco la personalidad de ese alter ego que se había creado para conseguir algunas cosas que por la fuerza ni se podían conseguir, por ese momento sería el infame Conde Grishnackh, sólo para parecer más civilizado, aunque no lo era, sólo para no matar a todos los presentes. No esa noche, al menos.
Mientras esperaba movió sus orbes azules, como los hielos de los once ríos Élivágar, había un alboroto en la entrada del lugar, sonrió imperceptible al ver que al final, quizá él no tendría que intervenir mucho, que los hombres terminarían sacándose los ojos y corazones unos a otros. Fue cuando un golpecillo insignificante lo tocó por un costado, se giró para ver al artífice y no se sorprendió al ver una presencia nimia, sin embargo, decidió divertirse.
Golpeó la barra con la enorme palma de su mano, tan grande que si la extendía era capaz de robarse la luz, como el lobo Sköll. Espero que el sujeto reaccionara, pues más de uno lo hizo, se giró para ver al gigante del Muspelheim que deambulaba entre ellos, incluso robándole un poco de atención a la trifulca que seguía llevándose a cabo, sólo por unos segundos, pronto la gente regresó su atención a la pelea o lo que estuviera aconteciendo.
-¿Es que acaso no sabes que está prohibido tocar a Dios? –habló finalmente en dirección al agresor incidental con tono sarcástico, no parecía que de hecho el se visualizaba como Gud Guder, Dios de Dioses, era el Conde por esa noche, claro, pero no dejaba de verse coronado, sentado en el trono de plata Hliðskjálf, reinando sobre un Yggdrasil marchito.
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Oscar todavía no había acabado de asimilar el alcohol que burbujeaba las primeras llamas por el descenso de su garganta y profirió una especie de tosido y gorgojeo que acabó sonando como un grito de guerra propio del vikingo más lujurioso. ¿Alguien se decidía a dirigirle la palabra en un antro de vicios mundanos, faltos de todo tipo de interés por cualquier comunicación civilizada? Eso sí que era una sorpresa para la noche, quizá sólo prentedía tratarse del preludio inconsciente a acabar engullido por el montículo de puños y punzante saliva que seguía protagonizándose metros atrás.
Con suma tranquilidad, rayando el pleno pasotismo, el cortesano volvió su rostro hacia la persona que había molestado sin proponérselo y la analizó con un rápido vistazo mientras con un gesto de la mano indicaba al tabernero que volviera a servirle más de aquel líquido. Sin duda, aunque no hubiera acabado chocando contra él, se habría ido a fijar en aquel tipejo de todas maneras. No porque hubiera algo verdaderamente destacable en su cochambre física, menos aún si se le ubicaba entre toda esa mugre característica del establecimiento, pero únicamente con mirar al turbulento azul de sus ojos algo se habría congelado en los huesos de Oscar, si no acabase de pudrir su cuerpo con el ardor de la bebida. Y aquel aspecto le alarmó muchísimo más que la evidente complexión musculosa que en caso de una pelea como la que se libraba, predecía de antemano cuál sería el desastroso resultado.
Y ni siquiera resultaba suficiente para desechar la oportunidad de comprobar cómo sería una conversación estimulante en mitad de un caos tan primitivo. O sencillamente, el tiempo y un desengaño descomunal habían logrado que intercambiara prudencia por orgullo, incluso en alarmantes situaciones como aquella.
Sé que se han dado tantas versiones de la figura divina como para venderlas igual que a perfumes de mujer, de modo que no, el tema no me arranca el sueño y menos dentro de una taberna de mierda -respondió sin tapujos, en un tono firme, pero indiferente. Agarró el vaso de alcochol cuando el tabernero se lo llenó de nuevo y embuchó el siguiente trago sin apartar su analítica mirada del hombre-. En cualquier caso, descuida, que cuando tenga la posibilidad de tocar a uno, ya te contaré si se ha traumatizado.
Con suma tranquilidad, rayando el pleno pasotismo, el cortesano volvió su rostro hacia la persona que había molestado sin proponérselo y la analizó con un rápido vistazo mientras con un gesto de la mano indicaba al tabernero que volviera a servirle más de aquel líquido. Sin duda, aunque no hubiera acabado chocando contra él, se habría ido a fijar en aquel tipejo de todas maneras. No porque hubiera algo verdaderamente destacable en su cochambre física, menos aún si se le ubicaba entre toda esa mugre característica del establecimiento, pero únicamente con mirar al turbulento azul de sus ojos algo se habría congelado en los huesos de Oscar, si no acabase de pudrir su cuerpo con el ardor de la bebida. Y aquel aspecto le alarmó muchísimo más que la evidente complexión musculosa que en caso de una pelea como la que se libraba, predecía de antemano cuál sería el desastroso resultado.
Y ni siquiera resultaba suficiente para desechar la oportunidad de comprobar cómo sería una conversación estimulante en mitad de un caos tan primitivo. O sencillamente, el tiempo y un desengaño descomunal habían logrado que intercambiara prudencia por orgullo, incluso en alarmantes situaciones como aquella.
Sé que se han dado tantas versiones de la figura divina como para venderlas igual que a perfumes de mujer, de modo que no, el tema no me arranca el sueño y menos dentro de una taberna de mierda -respondió sin tapujos, en un tono firme, pero indiferente. Agarró el vaso de alcochol cuando el tabernero se lo llenó de nuevo y embuchó el siguiente trago sin apartar su analítica mirada del hombre-. En cualquier caso, descuida, que cuando tenga la posibilidad de tocar a uno, ya te contaré si se ha traumatizado.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Su ceja izquierda se elevó, aunque tan sólo por un segundo, nunca imaginó que un tipo tan insignificante, y además humano (porque hasta su nariz llegaba la peste de su humanidad) pudiera mirarlo con tanto desdén. Ya no estaba el hecho de su idea arraigada de creerse y saberse Dios, sino porque estaba consciente de sus fortalezas, y una de esas sin duda era su físico, que imponía incluso en el nevado norte porque sobresalía de sus congéneres, y más aún en tierras como esa que pisaba ahora, en donde era de verdad un gigante venido del Muspelheim.
-Pues deja de escuchar versiones huecas –dijo con voz serena y contenida, suficiente para que el otro lo escuchara por sobre el ruido, pero sin llegar a gritar-, que estás frente a él, a Dios mismo –dijo, aunque de nueva cuenta parecía una broma retorcida, no parecía que dentro, esa otra parte suya que era genocida, de verdad se sentía Dios, que con sus propias manos podía matar a Thor y Balder y despojar a Odín del Valhala.
Se removió en su asiento de modo que quedó de frente al joven que había tenido el infortunio de topárselo y haberle dirigido la palabra. Empuñó el vaso, bebió el resto de su bebida y luego estiró el brazo por encima de la barra, golpeando con el vaso la madera burda de ésta, pidiendo sin palabras más vodka, porque él era Dios, y sus deseos debían der órdenes para todos, el tabernero tardó un segundo o dos en reaccionar, tiempo suficiente para sacarlo de quicio. Una vez que el vaso estuvo repleto otra vez lo bebió todo de un trago, el alcohol era insignificante para él, y un trago más duro que la sangre con la que se deleitaba de forma ritual todas las noches.
Sonrió de lado, quizá imperceptible debido a aquella barba y aquel bigote color paja, quebró el vaso entre su calluda mano sin recibir daño alguno. El cantinero lo observó pero supuso que la pérdida era insignificante a comparación de su vida misma, pues eso se estaría jugando si se hubiera atrevido a decirle algo.
-No –se inclinó ligeramente en dirección al otro, no demasiado, aunque sus orbes de hielo, inhóspitos como la playa demoniaca Náströnd parecían poder inmolar al interlocutor en cualquier momento-, no me he traumatizado –contestó con un dejo de ironía, su voz ronca comenzaba a perder el control en sí misma, subiendo un poco el volumen, pero luego de un breve momento, Varg se recompuso, se acomodó en su lugar e irguió la espalda como para demostrar con ejemplos gráficos, su superioridad ante el resto.
-De una cosa debes estar orgulloso –dijo muy claro-, tienes agallas –era una especia de felicitación. Giró el rostro en dirección al hombre detrás de la barra y con un ademán de la mano exigió un nuevo vaso, de nuevo con vodka, miró por sobre su hombro la batalla campal que seguía llevándose a cabo-. Al final eso de nada te servirá, pero ya es algo.
-Pues deja de escuchar versiones huecas –dijo con voz serena y contenida, suficiente para que el otro lo escuchara por sobre el ruido, pero sin llegar a gritar-, que estás frente a él, a Dios mismo –dijo, aunque de nueva cuenta parecía una broma retorcida, no parecía que dentro, esa otra parte suya que era genocida, de verdad se sentía Dios, que con sus propias manos podía matar a Thor y Balder y despojar a Odín del Valhala.
Se removió en su asiento de modo que quedó de frente al joven que había tenido el infortunio de topárselo y haberle dirigido la palabra. Empuñó el vaso, bebió el resto de su bebida y luego estiró el brazo por encima de la barra, golpeando con el vaso la madera burda de ésta, pidiendo sin palabras más vodka, porque él era Dios, y sus deseos debían der órdenes para todos, el tabernero tardó un segundo o dos en reaccionar, tiempo suficiente para sacarlo de quicio. Una vez que el vaso estuvo repleto otra vez lo bebió todo de un trago, el alcohol era insignificante para él, y un trago más duro que la sangre con la que se deleitaba de forma ritual todas las noches.
Sonrió de lado, quizá imperceptible debido a aquella barba y aquel bigote color paja, quebró el vaso entre su calluda mano sin recibir daño alguno. El cantinero lo observó pero supuso que la pérdida era insignificante a comparación de su vida misma, pues eso se estaría jugando si se hubiera atrevido a decirle algo.
-No –se inclinó ligeramente en dirección al otro, no demasiado, aunque sus orbes de hielo, inhóspitos como la playa demoniaca Náströnd parecían poder inmolar al interlocutor en cualquier momento-, no me he traumatizado –contestó con un dejo de ironía, su voz ronca comenzaba a perder el control en sí misma, subiendo un poco el volumen, pero luego de un breve momento, Varg se recompuso, se acomodó en su lugar e irguió la espalda como para demostrar con ejemplos gráficos, su superioridad ante el resto.
-De una cosa debes estar orgulloso –dijo muy claro-, tienes agallas –era una especia de felicitación. Giró el rostro en dirección al hombre detrás de la barra y con un ademán de la mano exigió un nuevo vaso, de nuevo con vodka, miró por sobre su hombro la batalla campal que seguía llevándose a cabo-. Al final eso de nada te servirá, pero ya es algo.
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Oscar siguió la misma línea de visión y continuó desmenuzando las partículas de aquel cúmulo de puños y graznidos junto a aquel tipo en la barra. Desde ahí, giró el cuello para pasar a contemplarle a él de reojo y frunció ligeramente el ceño, más extrañado que atemorizado... Sin duda, había una clara amenaza implícita en cada escupitajo despreciativo de sus palabras. Claro que aunque sólo le hubiera echado un puñetero vistazo, el helor azulado de su mirada habría bastado para tatuarle de golpe el desprecio. Sobrenatural desprecio, para qué engañarse... Pero no tan sobrenatural como para sentir la condena de un Dios achicharrándole la nuca como si fuera un animal marcado.
No es muy lógico culpar a quien escucha, ¿sabes? Para eso necesitarías que todo el mundo fuera sordo y entonces seguro que echarías en cara sus deficiencias mongólicas, lo que te llevaría a un círculo vicioso y más propio de la menopausia femenina -respondió, porque sí, su reacción natural quizá fuera mucho menos lógica, porque en lugar de encogérsele los testículos ante el curioso mastodonte, sentía curiosidad por toda esa prepotencia abyecta. De ahí que saliera esa repentina verborrea, Oscar sólo asombraba con extensas contestanciones casi pedantes cuando algo le estimulaba de veras-. Enzárzate mejor con los que las dijeron, ésos tienen más culpa que yo o que los sordos.
Un Dios... Vaya, o estaba verdaderamente loco o el tamaño de su ego era capaz de ningunear todo abrigo invernal. O las dos cosas, y esa esencia escalofriante lo remataba todo para encajarlo en el perfil de psicópata sofisticado. En cuanto a la forma de hablar se refería, claro, porque su evidente clase baja y el rudo desparpajo de su comportamiento no le invitaba a imaginárselo con una copa de vino en la mano, mientras degustaba la carne de sus víctimas en cubertería de oro y el meñique elevado.
Así que un Dios... -prosiguió, dispuesto a seguir indagando sobre el tema y mostrando un interés casi académico- ¿'Un Dios' o 'Dios' a secas? Todavía no lo he entendido -repuso y se volteó de forma completa para pedir otra bebida al tabernero con un casual asentimiento de cabeza- ¿No se supone que una criatura divina es omnipresente, omnipotente, omnisexual y todo eso...? -chistó ante la parodia- ¿Qué haces teniendo que recurrir a un establecimiento mortal y mundano, pues? -espetó y apoyó los codos en la barra para acomodarse mejor- Eso quiere decir que todos esos atributos también forman parte de esas 'versiones huecas' o que has venido aquí para divertirte cargándote a alguien.
No es muy lógico culpar a quien escucha, ¿sabes? Para eso necesitarías que todo el mundo fuera sordo y entonces seguro que echarías en cara sus deficiencias mongólicas, lo que te llevaría a un círculo vicioso y más propio de la menopausia femenina -respondió, porque sí, su reacción natural quizá fuera mucho menos lógica, porque en lugar de encogérsele los testículos ante el curioso mastodonte, sentía curiosidad por toda esa prepotencia abyecta. De ahí que saliera esa repentina verborrea, Oscar sólo asombraba con extensas contestanciones casi pedantes cuando algo le estimulaba de veras-. Enzárzate mejor con los que las dijeron, ésos tienen más culpa que yo o que los sordos.
Un Dios... Vaya, o estaba verdaderamente loco o el tamaño de su ego era capaz de ningunear todo abrigo invernal. O las dos cosas, y esa esencia escalofriante lo remataba todo para encajarlo en el perfil de psicópata sofisticado. En cuanto a la forma de hablar se refería, claro, porque su evidente clase baja y el rudo desparpajo de su comportamiento no le invitaba a imaginárselo con una copa de vino en la mano, mientras degustaba la carne de sus víctimas en cubertería de oro y el meñique elevado.
Así que un Dios... -prosiguió, dispuesto a seguir indagando sobre el tema y mostrando un interés casi académico- ¿'Un Dios' o 'Dios' a secas? Todavía no lo he entendido -repuso y se volteó de forma completa para pedir otra bebida al tabernero con un casual asentimiento de cabeza- ¿No se supone que una criatura divina es omnipresente, omnipotente, omnisexual y todo eso...? -chistó ante la parodia- ¿Qué haces teniendo que recurrir a un establecimiento mortal y mundano, pues? -espetó y apoyó los codos en la barra para acomodarse mejor- Eso quiere decir que todos esos atributos también forman parte de esas 'versiones huecas' o que has venido aquí para divertirte cargándote a alguien.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Sin lugar a dudas, aquel hombrecillo insignificante no sabía en boca de qué lobo se estaba metiendo, no era Sköll ni Hati, no era Fenrir si quiera, era una bestia capaz de devorar planetas de una sola bocanada. Aguardó a que terminara su insensata palabrería, daba igual responderle o no, aunque algo en este sujeto parecía distinto, ese valor destellando en sus ojos no se veía a menudo, y vaya que había visto muchas miradas al pasar de los siglos. No es como si aquello fuese a marcar una gran diferencia, sólo prolongaba el momento de quebrarlo, de partir su cuerpo en dos como un nimio trozo de periódico.
Su uso del lenguaje le pareció el dato más curioso de todo el cuadro que representaba, no siempre se topaba con alguien que pudiera decir tanta estupidez con tanto sentido. Sonrió de lado, semántica, un dios, Dios.
-Soy el Dios de Dioses –hizo una artificiosa reverencia sin ponerse de pie-, el Gud Guder, apréndete bien eso –le dijo, su voz aclarada por el alcohol que bebía como si agua del río Gjöll, pero aún serena. Aquella noche que pintaba para no ser más relevante que cualquier otra, ahora resultaba interesante, lo que lo descolocaba un poco es que se tratara de alguien como él, un tipo tan común y tan corriente. Sabía observar a las personas, y en este joven veía un brío raro, atrayente.
Sólo un elemento más que haría aún más deleitoso su asesinato, llegado el momento. Suspiró y su aliento se sintió helado como el reino infernal Hel. Luego se giró hacia la barra, pidió más vodka sin palabras y se quedó contemplando las botellas de colores que adornaban una estantería con un espejo sucio.
-Te sorprenderías –antes de perder los estribos, quería mejor descubrir de dónde provenía ese deseo impulsivo por querer hablar con él, era más interesante y el Conde Grishnackh aun regía sobre su cuerpo. Era una suerte para todos los ahí congregados, sino la masacre resultaba inevitable.
Lo señaló sin mirarlo, y luego soltó una carcajada que por un momento silenció a todos, el sonido de las ocho patas de Sleipnir cabalgando rumbo al fin del mundo. Asó como vino, aquel estruendo se esfumó y las conversaciones se reanudaron. Aquellos pobres no sabían que en ese mismo recinto se encontraba el ejecutor del apocalipsis.
-Me divierto, sólo eso –respondió finalmente, su mirada se fijó en su interlocutor-, ¿tú qué haces aquí en todo caso? –no se iba a poner a decidir quién podía hacerle preguntas a quien, se divertía, eso hacía. Este muchacho parecía un bien títere para entretenerlo por aquella velada.
Su uso del lenguaje le pareció el dato más curioso de todo el cuadro que representaba, no siempre se topaba con alguien que pudiera decir tanta estupidez con tanto sentido. Sonrió de lado, semántica, un dios, Dios.
-Soy el Dios de Dioses –hizo una artificiosa reverencia sin ponerse de pie-, el Gud Guder, apréndete bien eso –le dijo, su voz aclarada por el alcohol que bebía como si agua del río Gjöll, pero aún serena. Aquella noche que pintaba para no ser más relevante que cualquier otra, ahora resultaba interesante, lo que lo descolocaba un poco es que se tratara de alguien como él, un tipo tan común y tan corriente. Sabía observar a las personas, y en este joven veía un brío raro, atrayente.
Sólo un elemento más que haría aún más deleitoso su asesinato, llegado el momento. Suspiró y su aliento se sintió helado como el reino infernal Hel. Luego se giró hacia la barra, pidió más vodka sin palabras y se quedó contemplando las botellas de colores que adornaban una estantería con un espejo sucio.
-Te sorprenderías –antes de perder los estribos, quería mejor descubrir de dónde provenía ese deseo impulsivo por querer hablar con él, era más interesante y el Conde Grishnackh aun regía sobre su cuerpo. Era una suerte para todos los ahí congregados, sino la masacre resultaba inevitable.
Lo señaló sin mirarlo, y luego soltó una carcajada que por un momento silenció a todos, el sonido de las ocho patas de Sleipnir cabalgando rumbo al fin del mundo. Asó como vino, aquel estruendo se esfumó y las conversaciones se reanudaron. Aquellos pobres no sabían que en ese mismo recinto se encontraba el ejecutor del apocalipsis.
-Me divierto, sólo eso –respondió finalmente, su mirada se fijó en su interlocutor-, ¿tú qué haces aquí en todo caso? –no se iba a poner a decidir quién podía hacerle preguntas a quien, se divertía, eso hacía. Este muchacho parecía un bien títere para entretenerlo por aquella velada.
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Oscar le devolvió reposadamente la mirada, dentro de la intensidad analítica que desbordaba cuando algo captaba su interés, y cuando era alguien, aumentaban las ansias de recorrer más allá de los parámetros establecidos por la paradójica simpleza de la vista. Las emociones aún podían aumentar por momentos, si se centraba en la naturaleza específica de aquel hombre, pues 'algo' y 'alguien' de repente se enzarzaban en la misma lucha egocéntrica con las que escupía su teológica palabrería. ¿De verdad significaba que lo estaba tomando en serio? No, Oscar llevaba ya unos pocos tragos de bebida, pero la resistencia ferrea de noches de concursos callejeros en Polonia y jóvenes y viejos derrumbados sobre el pavimento con botellas y líquidos burbujeando de sus lenguas aún no se había despegado de sus logros. Menos todavía si tenía en cuenta que él siempre acababa siendo de los pocos en quedar en pie, inmune a los litros de alcohol que profanaban su cuerpo. De algo servía haberse criado en las calles, podía llegar el día en que estuviera platicando con un Dios auto-proclamado en una taberna... que Oscar no temería perder sus facultades tras una deplorable borrachera. ¡Maravilloso!
Ahora en serio. ¿De dónde diablos había salido aquel hombre? Tenía su aspecto por un lado, ése que no resultaría grotesco de encajar en el ambiente que les envolvía, mas luego estaban sus palabras, su presencia, su risa... No se trataba de una persona corriente, no lanzaba su soberbia ni sus imposiciones con la agresividad ridícula que protagonizaría un borracho o un muerto de hambre o cualquiera de los que seguían batallando sin tregua a pocos metros tras ellos. Muy cuerdo, sin duda, no debía de encontrarse para hacer la potente afirmación de su naturaleza con tanta tranquilidad. Y la demencia atronadora de sus carcajadas continuaba sin mejorar ninguna clase de hipótesis sana acerca de su estado mental.
Ya veo, sí... -le respondió calmadamente, mientras el otro todavía continuaba riéndose, y negó ligeramente con la cabeza al fijarse en que su estridencia era tal que atraía el silencio y las miradas de todos, aunque la algarabía general del local provocara que durase poco. Suspiró ligeramente, con una expresión que no acababa de mostrar vergüenza ajena por lo bien que se complementaba a la recia personalidad de su compañero de barra- Y no creo que seas alguien a quien le cueste sorprender, precisamente.
Oscar desvió las pupilas del extraño desconocido para mirar de soslayo hacia el contraaque de alcohol que el tabernero le disponía en el vaso y lo alzó con sólo dos dedos, a la vez que trataba de descifrar su lánguido reflejo entre las burbujas amarronadas.
He venido de acompañante de alguno de esos pellejos de vinos -le respondió a la pregunta, antes de chistar con una sonrisa de amarga superioridad y vil desprecio en tanto señalaba con la cabeza hacia la gente que no cesaba su embriagada pelea... Con la curiosa charla, había llegado a olvidarse de la vomitiva razón por la que estaba allí y su expresión se encargaba de demostrar lo que ésta le sugería-. Supongo que ya me entiendes -añadió, y segundos después, la bebida le recorrió el estómago de nuevo.
Ya había regresado a acechar el azul de los ojos del señor divinidad cuando posaron sobre su hombro la mano más temida de todas: la de la persona a quien había hecho referencia. Con suma repulsión en el rostro, Oscar se volteó para ver a su cliente con la cara perlada de sangre y sudor, cuatro dientes rotos, la ropa destrozada y una expresión de estupidez que valía la pena llevar a cadena perpetua. Sin dejar de reír como un condenado a muerte que disfruta de su última cena, desparramó su torso por encima de la barra, justo en mitad de Oscar y su interlocutor, y empezó a seguir lanzando 'halagos' de mal gusto al cortesano, sin reparar en cualquier falta de decoro que estuviera transmitiendo.
Estoy manteniendo una conversación, si no os importa, os asombrará descubrir que los de mi condición tenemos boca para algo más de lo que gustaría a vuestros bajos -le contestó el polaco, imperturbable a pesar del soez vocabulario del demandante. Porque sí, el único modo de acatamiento que enseñaría con aquella criatura repugnante sería la de la forma apelativa del lenguaje-. Mostrad un poco más de respeto -riñó y le agarró del cuello de la camisa para alejarlo de la barra y también del hombre desconocido que ahora contemplaba la escena. El cliente permaneció cercano a ellos, de todos modos, tambaleándose como un muerto viviente y dirigiendo ahora insultos descoordinados e inentendibles al Dios con el que Oscar compartía 'mesa'. El muchacho se hizo otra vez con el recipiente de su bebida y lo dirigió para brindar hacia el 'Gud Guder' antes de arrojar un sarcástico-: 'Por el trabajo.'
Ahora en serio. ¿De dónde diablos había salido aquel hombre? Tenía su aspecto por un lado, ése que no resultaría grotesco de encajar en el ambiente que les envolvía, mas luego estaban sus palabras, su presencia, su risa... No se trataba de una persona corriente, no lanzaba su soberbia ni sus imposiciones con la agresividad ridícula que protagonizaría un borracho o un muerto de hambre o cualquiera de los que seguían batallando sin tregua a pocos metros tras ellos. Muy cuerdo, sin duda, no debía de encontrarse para hacer la potente afirmación de su naturaleza con tanta tranquilidad. Y la demencia atronadora de sus carcajadas continuaba sin mejorar ninguna clase de hipótesis sana acerca de su estado mental.
Ya veo, sí... -le respondió calmadamente, mientras el otro todavía continuaba riéndose, y negó ligeramente con la cabeza al fijarse en que su estridencia era tal que atraía el silencio y las miradas de todos, aunque la algarabía general del local provocara que durase poco. Suspiró ligeramente, con una expresión que no acababa de mostrar vergüenza ajena por lo bien que se complementaba a la recia personalidad de su compañero de barra- Y no creo que seas alguien a quien le cueste sorprender, precisamente.
Oscar desvió las pupilas del extraño desconocido para mirar de soslayo hacia el contraaque de alcohol que el tabernero le disponía en el vaso y lo alzó con sólo dos dedos, a la vez que trataba de descifrar su lánguido reflejo entre las burbujas amarronadas.
He venido de acompañante de alguno de esos pellejos de vinos -le respondió a la pregunta, antes de chistar con una sonrisa de amarga superioridad y vil desprecio en tanto señalaba con la cabeza hacia la gente que no cesaba su embriagada pelea... Con la curiosa charla, había llegado a olvidarse de la vomitiva razón por la que estaba allí y su expresión se encargaba de demostrar lo que ésta le sugería-. Supongo que ya me entiendes -añadió, y segundos después, la bebida le recorrió el estómago de nuevo.
Ya había regresado a acechar el azul de los ojos del señor divinidad cuando posaron sobre su hombro la mano más temida de todas: la de la persona a quien había hecho referencia. Con suma repulsión en el rostro, Oscar se volteó para ver a su cliente con la cara perlada de sangre y sudor, cuatro dientes rotos, la ropa destrozada y una expresión de estupidez que valía la pena llevar a cadena perpetua. Sin dejar de reír como un condenado a muerte que disfruta de su última cena, desparramó su torso por encima de la barra, justo en mitad de Oscar y su interlocutor, y empezó a seguir lanzando 'halagos' de mal gusto al cortesano, sin reparar en cualquier falta de decoro que estuviera transmitiendo.
Estoy manteniendo una conversación, si no os importa, os asombrará descubrir que los de mi condición tenemos boca para algo más de lo que gustaría a vuestros bajos -le contestó el polaco, imperturbable a pesar del soez vocabulario del demandante. Porque sí, el único modo de acatamiento que enseñaría con aquella criatura repugnante sería la de la forma apelativa del lenguaje-. Mostrad un poco más de respeto -riñó y le agarró del cuello de la camisa para alejarlo de la barra y también del hombre desconocido que ahora contemplaba la escena. El cliente permaneció cercano a ellos, de todos modos, tambaleándose como un muerto viviente y dirigiendo ahora insultos descoordinados e inentendibles al Dios con el que Oscar compartía 'mesa'. El muchacho se hizo otra vez con el recipiente de su bebida y lo dirigió para brindar hacia el 'Gud Guder' antes de arrojar un sarcástico-: 'Por el trabajo.'
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Cuando se lo proponía, Varg tenía la elocuencia de Forseti y Bragi juntos, era una lástima que se dedicara a hablar sobre su propio mito, construido por los pueblos septentrionales escandinavos, propagado por la gente, desdichada testigo de sus masacres y moldeada a su antojo. De ningún modo, jamás, lo hacía para impresionar, tenía otras herramientas para ese fin, no. Aunque su homilía sonara descabellada, y aunque la dijera con una calma pasmosa, de verdad lo creía. Él no era un vampiro con delirios de grandeza, él era en verdad Dios, en su mente al menos.
Solía ahuyentar a la gente con cierta facilidad, bastaba con mirarlo u oler sus ropas impregnadas de sangre de muchas, miles de víctimas, porque a diferencia de otros que compartían su condición, él mataba no sólo para alimentarse, incluso a veces eso era lo menos importante, sino por el simple placer de hacerlo. La sensación de su hacha, Tomhet, el vacío infinito, labrada, según él, por los mismos Nibelungos que forjaron el anillo, aunque a veces solía decir que por los hijos artesanos de Ivaldi, sesgando la carne y arrancando el pellejo era lo que más disfrutaba en aquella tierra, los restos de Ymir. Un hacha, que de acuerdo a lo que ya se había escrito sobre él, en tenor de leyenda más que de un ser que pisa de hecho el Midgard, no perdía el filo, era mágica como el martillo Mjǫlnir de Thor. Aunque claro, todas esas eran exageraciones, mismas de las que Varg alimentaba su leyenda, propagando el miedo. Su figura era, desde ya, mitológica.
-En eso –habló al escuchar al otro, un tipo, sin duda, audaz aunque tonto, digno para colocar su mano en el hocico de Fenrir, no como buena fe, como lo hiciera el dios Týr, sino como clara imprudencia temeraria –tienes razón –sonrió, quizá imperceptible por la larga barba y bigote. Sonrió porque él no era alguien que concediera la razón a alguien más con facilidad-. Pero créeme cuando te digo que sorprender no es lo que mejor hago.
Escuchó a continuación lo que dijo, hablaba de la raza humana con un tono que no le desagradaba. Basura y escoria, estorbos sobre el campo de guerra Vigrid y asintió decepcionado. Aquel chiquillo vendía su cuerpo, él, como Dios de Dioses no sucumbía a los placeres de la carne, no lo satisfacían como arrancar la cabeza de alguien de hecho lo hacía. Hacía mucho que había abandonado aquellas fruiciones mortales, por eso, incluso entre los Sønner Av Natten (hijos de la noche), él se consideraba superior, había dejado atrás, al completo, una mortalidad que ni siquiera recordaba, y que no le importaba recordar. Él había nacido con el estigma marcado en la frente, la runa que indica el final tatuada en su fría piel, fría como los hielos del Niflheim.
-Ya veo –se limitó a decir asintiendo, quizá era eso lo que convertía a aquel pobre diablo en un tipo tan cínico y tan osado. Un trabajo repugnante, sin duda. Antes de poder continuar, aquel del que el muchacho era acompañante regresaba, Varg lo miró como si la peor de las mugres y suciedades se tratara. A pesar de que el vampiro vestía zarrapastroso y apestaba a muerte, consideraba que todos eran indignos de su presencia, y por ende, se creía con el derecho de mirar con ese desdén a los demás.
Alzó su vaso cuando el joven lo hizo y brindó, bebió el líquido de un solo trago y luego, rompió de nuevo el vaso entre sus manos calludas sin hacerse daño alguno.
-Mi trabajo es iniciar el final de los tiempos –dijo poniéndose de pie (por fin develando su enorme estatura) y tomando al ebrio que se atrevía a interponerse en esa audiencia que el Dios supremo le estaba dando a aquel joven cortesano; lo tomó del cuello, lo zarandeó con facilidad, era nada comparado con su fuerza, la del jabalí Gullinbursti. Ni un segundo dejó de mirar a su interlocutor a la cara, y como si de un muñeco de trapo se tratara, azotó al otro contra el muro al otro lado de la taberna.
Más de un parroquiano miró la escena con terror, Varg giró la cabeza por sobre el hombro para observarlos a todos, sin decir una palabra más, todos regresaron a lo que estaban, el hombre, la víctima, más allá doblada como un pobre títere de madera, inconsciente o muerto, al vampiro no podía importarle menos.
-Poco a poco me desharé de todos los estorbos, como este –dijo con calma atroz regresando a su lugar, exigiendo un vodka más-. Y si te preocupa que no te pague, anda ve y hurga en sus bolsillos –continuó tras recibir su bebida y darle un sorbo pequeño. Como si nada hubiese sucedido.
Solía ahuyentar a la gente con cierta facilidad, bastaba con mirarlo u oler sus ropas impregnadas de sangre de muchas, miles de víctimas, porque a diferencia de otros que compartían su condición, él mataba no sólo para alimentarse, incluso a veces eso era lo menos importante, sino por el simple placer de hacerlo. La sensación de su hacha, Tomhet, el vacío infinito, labrada, según él, por los mismos Nibelungos que forjaron el anillo, aunque a veces solía decir que por los hijos artesanos de Ivaldi, sesgando la carne y arrancando el pellejo era lo que más disfrutaba en aquella tierra, los restos de Ymir. Un hacha, que de acuerdo a lo que ya se había escrito sobre él, en tenor de leyenda más que de un ser que pisa de hecho el Midgard, no perdía el filo, era mágica como el martillo Mjǫlnir de Thor. Aunque claro, todas esas eran exageraciones, mismas de las que Varg alimentaba su leyenda, propagando el miedo. Su figura era, desde ya, mitológica.
-En eso –habló al escuchar al otro, un tipo, sin duda, audaz aunque tonto, digno para colocar su mano en el hocico de Fenrir, no como buena fe, como lo hiciera el dios Týr, sino como clara imprudencia temeraria –tienes razón –sonrió, quizá imperceptible por la larga barba y bigote. Sonrió porque él no era alguien que concediera la razón a alguien más con facilidad-. Pero créeme cuando te digo que sorprender no es lo que mejor hago.
Escuchó a continuación lo que dijo, hablaba de la raza humana con un tono que no le desagradaba. Basura y escoria, estorbos sobre el campo de guerra Vigrid y asintió decepcionado. Aquel chiquillo vendía su cuerpo, él, como Dios de Dioses no sucumbía a los placeres de la carne, no lo satisfacían como arrancar la cabeza de alguien de hecho lo hacía. Hacía mucho que había abandonado aquellas fruiciones mortales, por eso, incluso entre los Sønner Av Natten (hijos de la noche), él se consideraba superior, había dejado atrás, al completo, una mortalidad que ni siquiera recordaba, y que no le importaba recordar. Él había nacido con el estigma marcado en la frente, la runa que indica el final tatuada en su fría piel, fría como los hielos del Niflheim.
-Ya veo –se limitó a decir asintiendo, quizá era eso lo que convertía a aquel pobre diablo en un tipo tan cínico y tan osado. Un trabajo repugnante, sin duda. Antes de poder continuar, aquel del que el muchacho era acompañante regresaba, Varg lo miró como si la peor de las mugres y suciedades se tratara. A pesar de que el vampiro vestía zarrapastroso y apestaba a muerte, consideraba que todos eran indignos de su presencia, y por ende, se creía con el derecho de mirar con ese desdén a los demás.
Alzó su vaso cuando el joven lo hizo y brindó, bebió el líquido de un solo trago y luego, rompió de nuevo el vaso entre sus manos calludas sin hacerse daño alguno.
-Mi trabajo es iniciar el final de los tiempos –dijo poniéndose de pie (por fin develando su enorme estatura) y tomando al ebrio que se atrevía a interponerse en esa audiencia que el Dios supremo le estaba dando a aquel joven cortesano; lo tomó del cuello, lo zarandeó con facilidad, era nada comparado con su fuerza, la del jabalí Gullinbursti. Ni un segundo dejó de mirar a su interlocutor a la cara, y como si de un muñeco de trapo se tratara, azotó al otro contra el muro al otro lado de la taberna.
Más de un parroquiano miró la escena con terror, Varg giró la cabeza por sobre el hombro para observarlos a todos, sin decir una palabra más, todos regresaron a lo que estaban, el hombre, la víctima, más allá doblada como un pobre títere de madera, inconsciente o muerto, al vampiro no podía importarle menos.
-Poco a poco me desharé de todos los estorbos, como este –dijo con calma atroz regresando a su lugar, exigiendo un vodka más-. Y si te preocupa que no te pague, anda ve y hurga en sus bolsillos –continuó tras recibir su bebida y darle un sorbo pequeño. Como si nada hubiese sucedido.
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Re: Now I can see your pain [Varg]
En aquel momento, su mundo dio un vuelco. Su mundo, ése que se había ido formando desde las primeras arcadas que experimentó al caminar junto a su cliente (o ex – cliente, visto lo visto) y que se empezó a formar como mecanismo de auto-defensa al entrar en aquel antro humoso de fluidos, gritos y despojos de alcohólicos, que por no tener, no tenían ni vista. Ese mismo mundo dejó de ser el mismo, hasta cuando ni siquiera había ocupado un lugar considerable dentro de sus experiencias, nada más ver al causante de todas sus vejaciones y blasfemias mentales de aquella noche ser agitado como un saco inservible y, acto seguido, probar el suelo de boca, con sangre, gimoteos y un golpe que bien podría ser certero o simplemente paralítico. Sí, aquello se había merecido babear desde la primera vez que sus ojos de perverso mental se detuvieron sobre el cuerpo de otra persona: boca, sangre y golpe. Convertirse en una silueta amorfa contra el pavimento que, en aquel escenario de luchas torpes y graznidos retrasados, pasó tristemente desapercibido, demasiado hasta para alguien de su calaña.
En aquel momento, su mundo dio un vuelco, porque el causante de todo aquello había sido el misterioso tertuliano que, paradójicamente, lo había estado rescatando de ese mundo y de mucho antes, sólo con sentarse a su lado y demostrarle que no hacía falta ser un santo para salvar la noche. De repente, así, tal cual, como si fuese tan sencillo dejar a un joven tan desengañado como Oscar sin una sola palabra o acción, el cuerpo del cortesano se levantó debido al impacto, como varios de los bebedores que habían a su alrededor, y no supo cómo reaccionar a todo lo que acababa de presenciar, ni siquiera cuando el efecto de aquel tipo siguió su acostumbrado curso y el momentáneo silencio no tardó en volverse con la algarabía mongólicamente despreocupada que les había amamantado desde el principio.
Descuida… Gracias a Dios, pagó por adelantado.
‘Gracias a Dios’, sí. Seguro que aquella expresión haría reír en breves al hombre que se auto- proclamaba como tal, y a pesar de que a Oscar no le hubiera venido de manera inconsciente, jamás le daría la razón, aunque no se atreviera a pronunciarlo con las palabras exactas. Pero sí que había una parte literal que resaltar ahí y era la del agradecimiento, porque el cortesano no podía sentirse más aliviado tras toda la confusión y la sorpresa. No importaba si las maldiciones de cada uno de los que habían detestado al cliente fueran auténticas o no, las suyas sí. Las suyas sí y ahora habían encontrado su cauce en las poderosas manos de aquel ejecutor del apocalipsis.
Fue en ese momento que lo comprendió. No era el mundo que se había formado aquella noche lo que había dado un vuelco, sino también el suyo en general, desde que miró mal a cualquier ser repleto de ponzoña e hipocresía y supo que la humanidad no merecía la pena. Porque aquel hombre había hecho algo literalmente atroz con el más mínimo esfuerzo, con la más mínima consideración y él, más allá de no esperárselo, no podía sino alegrarse. Alegrarse, sí. Pensar: ‘que se joda, se lo merecía’. Y tuvo miedo de que le gustara, tuvo miedo de que lo único que se le ocurriera después de eso fuera continuar en aquel sitio, entre aquellas gentes deplorables que no tenían meta ni mente, que podrían incluso perder a un amigo o a un ser querido a dos centímetros de distancia sin percatarse, porque en aquel lugar ni siquiera podían darse cuenta de cuándo se moría uno mismo… Todo eso y más sólo para continuar averiguando cosas de alguien que probablemente haría con él lo que había hecho también con el cliente sin un acopio de remordimientos, sin un acopio de distinción.
Y quizá, regresó de nuevo a su asiento y a su vaso de alcohol, porque ahí quedaba demostrado y re-demostrado que tal vez no podría contar con su piedad, pero sí con su distinción, porque por mucho que pocas cosas de él llamasen la atención a simple vista, Oscar no era una criatura corriente. Más que lo contrario a corriente: estratosféricamente fuera del alcance de lo corriente. Era la única persona sobria y prudente de aquella taberna que había visto el peligro y, aun así, no la había abandonado.
Y dime, ¿cómo habías dicho que te llamabas?
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Haber aventado a un pobre ebrio, y posiblemente haberle roto el cuello, matándolo o quien sabe, sólo dejándolo imposibilitado de por vida, eso no era un gran hito para Varg, no era como si se tratara de Hœnir sobreviviendo al Ragnarök; eso era lo que siempre hacía, y quizá esta vez se había visto incluso blando, pudo haber desenfundado su hacha y destazado al infeliz, bañándose en su sangre poluta sólo para dejar en claro su superioridad, pero realmente no ganaba nada con dar un espectáculo de aquella índole aunque lo extrañó, debía ser sincero por ahora le importaba más seguir conversando (con cierta civilidad, la que le era permitida) con el joven cortesano. Por un segundo cerró los ojos y se embebió en el placer de arrancar el pellejo de un cuerpo humano, pensamiento que pasó con la fugacidad de las chispas del Muspelheim regadas en el Ginnungagap, el olor a mugre del lugar y la voz de su interlocutor lo hicieron regresar a ese sitio, el escenario de una noche más manchada carmesí.
Rio sin disimulo ante el comentario del chico. Un sonido gutural y estrepitoso, nada había de una melodía en aquel fragor como el de el cadáver de Bor cayendo y yaciendo, muerto a manos de sus hijos, Odín, Vili y Ve. Lo miró de soslayo con el vaso en la mano, bebió un poco más, sólo un sorbo casi como si tuviera modales, estaba acostumbrándose a que aquel licor no fuese hidromiel, de esa que se bebe en el Valhala en los banquetes de los Æsir. No dijo nada, simplemente le pareció curiosa la invocación, estaba acostumbrado a escuchar rezos similares, muchas de sus víctimas se encomendaban a su falso dios justo antes de que Varg les cortara la garganta. Escuchaba una y otra vez la palabra «Dios» dicha en vano, justo en el momento en que sus pupilas se dilataban y él mismo podía ver su reflejo en aquellos ojos muertos. El verdadero dios.
-Tengo muchos nombres –dejó el vaso a un lado y se recargó el la barra con cierta desfachatez-, soy el original Allföðr, padre de todo –dijo y miró al chico, le sonrió de lado, un gesto insignificante si no se tomaba en cuenta quién enmarcaba aquella sonrisa siniestra, como si se estuviera burlando, pero no de él, sino de todo, como si su presencia en ese sitio y en cualquiera fuese una afrenta-. Soy Varg –finalmente soltó, no tenía inconveniente en decir su nombre, al final todos iban a conocerlo, y sería lo último que escucharían. Varg como el aullido de Fenrir y el batir de Gungnir antes de batalla. Un eco infinito, un vacío enorme sobre el cielo. Un pronombre que sabía a sangre con sólo pronunciarlo.
-Realmente los nombres no importan –habló luego –todos los hombres son iguales –y ese era un pilar fundamental en su cruzada y su filosofía, no es que creyera en una igualdad o justicia, sino que a todos los veía prescindibles y desechables. Desde luego él, como ser divino, no pensaba si quiera que alguna vez fue un hombre, mortal y todo. Los seres humanos eran peldaños de una escalera que ascendía hasta Asgard y descendía hasta el Helheim, la escalera que él, para su desgracia, por ahora ocupaba, una pieza fuera de su lugar y ya no podría seguir avanzando.
Pero ya se las arreglaría para terminar aquello y no depender de nadie, sólo sustentado por su propio poder, que él creía infinito. Varg era una figura que infundía miedo en los corazones de quien tuviera la desgracia de topárselo, también era mucho más que un vampiro adjudicándose coronas o valles y riquezas, estaba tan convencido de lo que era que nada se podía hacer. Pero también se trataba de un ser tan consumido por su propia arrogancia, imposibilitado para verse defectos y debilidades, que no entendía que allá afuera, había poderes y magias que podían significar su caída.
Rio sin disimulo ante el comentario del chico. Un sonido gutural y estrepitoso, nada había de una melodía en aquel fragor como el de el cadáver de Bor cayendo y yaciendo, muerto a manos de sus hijos, Odín, Vili y Ve. Lo miró de soslayo con el vaso en la mano, bebió un poco más, sólo un sorbo casi como si tuviera modales, estaba acostumbrándose a que aquel licor no fuese hidromiel, de esa que se bebe en el Valhala en los banquetes de los Æsir. No dijo nada, simplemente le pareció curiosa la invocación, estaba acostumbrado a escuchar rezos similares, muchas de sus víctimas se encomendaban a su falso dios justo antes de que Varg les cortara la garganta. Escuchaba una y otra vez la palabra «Dios» dicha en vano, justo en el momento en que sus pupilas se dilataban y él mismo podía ver su reflejo en aquellos ojos muertos. El verdadero dios.
-Tengo muchos nombres –dejó el vaso a un lado y se recargó el la barra con cierta desfachatez-, soy el original Allföðr, padre de todo –dijo y miró al chico, le sonrió de lado, un gesto insignificante si no se tomaba en cuenta quién enmarcaba aquella sonrisa siniestra, como si se estuviera burlando, pero no de él, sino de todo, como si su presencia en ese sitio y en cualquiera fuese una afrenta-. Soy Varg –finalmente soltó, no tenía inconveniente en decir su nombre, al final todos iban a conocerlo, y sería lo último que escucharían. Varg como el aullido de Fenrir y el batir de Gungnir antes de batalla. Un eco infinito, un vacío enorme sobre el cielo. Un pronombre que sabía a sangre con sólo pronunciarlo.
-Realmente los nombres no importan –habló luego –todos los hombres son iguales –y ese era un pilar fundamental en su cruzada y su filosofía, no es que creyera en una igualdad o justicia, sino que a todos los veía prescindibles y desechables. Desde luego él, como ser divino, no pensaba si quiera que alguna vez fue un hombre, mortal y todo. Los seres humanos eran peldaños de una escalera que ascendía hasta Asgard y descendía hasta el Helheim, la escalera que él, para su desgracia, por ahora ocupaba, una pieza fuera de su lugar y ya no podría seguir avanzando.
Pero ya se las arreglaría para terminar aquello y no depender de nadie, sólo sustentado por su propio poder, que él creía infinito. Varg era una figura que infundía miedo en los corazones de quien tuviera la desgracia de topárselo, también era mucho más que un vampiro adjudicándose coronas o valles y riquezas, estaba tan convencido de lo que era que nada se podía hacer. Pero también se trataba de un ser tan consumido por su propia arrogancia, imposibilitado para verse defectos y debilidades, que no entendía que allá afuera, había poderes y magias que podían significar su caída.
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Re: Now I can see your pain [Varg]
Varg… Ni siquiera el nombre empezada por ser mínimamente normal o esperado. O puede que esto último sí, ya que Oscar ya había dado por hecho que alguien así no podía tener un apelativo corriente. Aunque los seres vivos, de todas clases, a veces eran el mayor cúmulo de contradicciones del universo, siempre tenían algunas premisas fieles y aquel hombre no resultaba menos, por mucho que se diera todos esos aires. ¿Qué debía de significar? Porque seguramente significaría algo, cada cosa que desprendía su compañero de barra parecía transportar un simbolismo cargado de potencia y desconcierto, aunque no un desconcierto que el propio Varg compartiera. Acababa de malherir, o puede que directamente matar, a una persona sin ni siquiera hacer un acopio de esfuerzo, estaba clarísimo que su filosofía no clamaba paz, ni tan sólo consigo mismo. Aquel desconocido que lo que mejor sabía hacer no era sorprender, aunque lo consiguiera sin ningún problema, respondía a una lógica demasiado cruenta. Nuevamente debía tener cuidado con él… si hacía tantas pocas distinciones a la hora de clasificar a los demás, nada le privaba a Oscar de poder terminar como el trozo de ponzoña que había probado el suelo de una sacudida.
Dices que los nombres realmente no son relevantes, pero estoy seguro de que te preocupa que la gente recuerde el tuyo, sin importar si te lo han puesto otros o tú mismo –aventuró Oscar y se encogió de hombros ante la escalofriante sonrisa de Varg, síntoma de que con él hacía falta mucho más-. Y los nombres son iguales, tanto para dioses como para mortales. Los nombres son una forma de referirse a algo o a alguien, sin importar sus características, y el hecho de saber cómo llamar a las cosas en algún momento lo acabamos necesitando todos o, por lo menos, queriendo todos. Ya sea para auto-proclamar nuestras intenciones, para poder entendernos con otros, para hablar con nosotros mismos, para transmitir algo, bueno o malo. Y esa certeza viene desde mucho antes de que cualquiera de esta taberna, o esta propia taberna en sí, existiera. No somos nadie para rebatirlo, la realidad es una batalla perdida para todos y cada uno.
Varg podía decir lo que quisiera, la afirmación de que todos eran iguales resultaba muy ostentosa, hasta para alguien tan único como él. Pues alguien tan desengañado como Oscar no se encargaría de negar que el mundo estaba lleno de la misma mierda, por muy camuflada que se presentara a veces, ‘la mona vestida de seda, mona se queda’. Pero precisamente por eso, él también era la mente adecuada para dar fe de que sí, de vez en cuando, aparecía una persona, humana o sobrenatural, que de la forma que fuera, destacaba por encima de los demás. El propio Oscar, por ejemplo, no tenía nada que ver con el resto de hombres que poblaban el lugar que ahora les resguardaba del cielo y no necesitaba llevar un cartel en la frente para hacérselo notar a los demás. Si Varg era tan especial como presumía, entonces debía ser capaz también de distinguir a otros seres especiales, independientemente de que compartieran o no los mismos motivos que les hacían serlo. De lo contrario, poco habría que alardear ahí, por mucha palabrería que supiera derrochar a su favor.
Estoy de acuerdo en que, por sí solo, un nombre no tiene valor alguno –prosiguió, cuando había vuelto a pedir alcohol y el tabernero optaba por dejarle la botella al lado y que él pudiera servirse cuando quisiera. Vio que el vaso cercano a Varg también estaba vacío y se tomó la libertad de llenárselo también, aquella bebida podía ser lo suficientemente fuerte para un propulsor del Apocalipsis… O, por lo menos, digna de su posible sed-. No son los nombres lo que verdaderamente hacen perdurar un significado, sino las personas. Uno no empieza a merecerse su nombre hasta que no se lo gana.
Empezó a fijarse entonces más detenidamente en su silueta como estructura física. No lo había hecho con un ojo realmente observador hasta ese momento y por eso algo del cortesano se empezó a alarmar cuando cayó en la cuenta de que muchos de sus rasgos no parecían humanos. No humanos como expresión para referirse a una falta de moral que era obvio que Varg no poseía, sino literalmente… En un principio había creído que se debía especialmente a lo que transmitía su personalidad, pero ahora ya no le parecía todo tan metafísico. La iluminación de la estancia lo había estado camuflando bien, pero su piel era bastante pálida en comparación a lo que sería mínimamente habitual y sus ojos, la esencia de su mirada, parecían traspasarlo todo por encima de algo ineludible: la muerte.
Claro… ¿Que no era que Varg hablaba de aspectos demasiado arcaicos para el momento? ¿Que sus palabras y las intenciones que relataba parecían no tener aliento, ni siquiera literal? No podía desechar esa idea. La idea de que fuera un vampiro… No sólo porque entonces sabría a qué atenerse, dada su experiencia anterior con ellos, sino porque aquello explicaría muchas cosas, entre otras porqué no se había marchado de allí todavía. Y, además, sería definitivo para que no abandonara la taberna, a menos que su vida peligrara directamente. Porque la fascinación que le provocaban y provocarían siempre aquellos moradores de la noche, era, desgraciadamente, uno de los puntos débiles de Oscar.
Dices que los nombres realmente no son relevantes, pero estoy seguro de que te preocupa que la gente recuerde el tuyo, sin importar si te lo han puesto otros o tú mismo –aventuró Oscar y se encogió de hombros ante la escalofriante sonrisa de Varg, síntoma de que con él hacía falta mucho más-. Y los nombres son iguales, tanto para dioses como para mortales. Los nombres son una forma de referirse a algo o a alguien, sin importar sus características, y el hecho de saber cómo llamar a las cosas en algún momento lo acabamos necesitando todos o, por lo menos, queriendo todos. Ya sea para auto-proclamar nuestras intenciones, para poder entendernos con otros, para hablar con nosotros mismos, para transmitir algo, bueno o malo. Y esa certeza viene desde mucho antes de que cualquiera de esta taberna, o esta propia taberna en sí, existiera. No somos nadie para rebatirlo, la realidad es una batalla perdida para todos y cada uno.
Varg podía decir lo que quisiera, la afirmación de que todos eran iguales resultaba muy ostentosa, hasta para alguien tan único como él. Pues alguien tan desengañado como Oscar no se encargaría de negar que el mundo estaba lleno de la misma mierda, por muy camuflada que se presentara a veces, ‘la mona vestida de seda, mona se queda’. Pero precisamente por eso, él también era la mente adecuada para dar fe de que sí, de vez en cuando, aparecía una persona, humana o sobrenatural, que de la forma que fuera, destacaba por encima de los demás. El propio Oscar, por ejemplo, no tenía nada que ver con el resto de hombres que poblaban el lugar que ahora les resguardaba del cielo y no necesitaba llevar un cartel en la frente para hacérselo notar a los demás. Si Varg era tan especial como presumía, entonces debía ser capaz también de distinguir a otros seres especiales, independientemente de que compartieran o no los mismos motivos que les hacían serlo. De lo contrario, poco habría que alardear ahí, por mucha palabrería que supiera derrochar a su favor.
Estoy de acuerdo en que, por sí solo, un nombre no tiene valor alguno –prosiguió, cuando había vuelto a pedir alcohol y el tabernero optaba por dejarle la botella al lado y que él pudiera servirse cuando quisiera. Vio que el vaso cercano a Varg también estaba vacío y se tomó la libertad de llenárselo también, aquella bebida podía ser lo suficientemente fuerte para un propulsor del Apocalipsis… O, por lo menos, digna de su posible sed-. No son los nombres lo que verdaderamente hacen perdurar un significado, sino las personas. Uno no empieza a merecerse su nombre hasta que no se lo gana.
Empezó a fijarse entonces más detenidamente en su silueta como estructura física. No lo había hecho con un ojo realmente observador hasta ese momento y por eso algo del cortesano se empezó a alarmar cuando cayó en la cuenta de que muchos de sus rasgos no parecían humanos. No humanos como expresión para referirse a una falta de moral que era obvio que Varg no poseía, sino literalmente… En un principio había creído que se debía especialmente a lo que transmitía su personalidad, pero ahora ya no le parecía todo tan metafísico. La iluminación de la estancia lo había estado camuflando bien, pero su piel era bastante pálida en comparación a lo que sería mínimamente habitual y sus ojos, la esencia de su mirada, parecían traspasarlo todo por encima de algo ineludible: la muerte.
Claro… ¿Que no era que Varg hablaba de aspectos demasiado arcaicos para el momento? ¿Que sus palabras y las intenciones que relataba parecían no tener aliento, ni siquiera literal? No podía desechar esa idea. La idea de que fuera un vampiro… No sólo porque entonces sabría a qué atenerse, dada su experiencia anterior con ellos, sino porque aquello explicaría muchas cosas, entre otras porqué no se había marchado de allí todavía. Y, además, sería definitivo para que no abandonara la taberna, a menos que su vida peligrara directamente. Porque la fascinación que le provocaban y provocarían siempre aquellos moradores de la noche, era, desgraciadamente, uno de los puntos débiles de Oscar.
Oscar Llobregat- Prostituto Clase Media
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Re: Now I can see your pain [Varg]
A pesar de su evidente desdén para con el mundo en general, Varg sabía que a veces había que hacer uso de otros, ya fusen humanos o Hijos de la Noche como él, para esa tarea que no era precisamente de su agrado se había creado un alter ego, sólo una versión ligeramente más civilizada de él; el Conde Grishnackh era incluso refinado si se lo proponía, capaz de entablar una conversación por horas con tal de llegar a su fin verdadero, ya fuese una alianza o una tregua, el Conde desagradaba a Varg porque lo contenía, pero era necesario, sino muy probablemente ya no estaría por ahí rondando y propagando su muerte, algún cazador o un congénere vampírico ya se había encargado de separar la cabeza de su cuerpo. Al pasar de las centurias supo que aunque su poderío fuese infinito a la par del de Odín, debía moverse con inteligencia, parecer flexible de vez en cuando aunque al final traicionara los pactos que pudiese firmar y matara a sus socios, no podía esperarse otra cosa de él, claro estaba.
Esa noche ese chico había conseguido lo que muy probablemente nadie había conseguido antes, que Varg hablara como Varg, pero se comportara como el Conde; brutal pero no demasiado, alardeando de su supuesta deidad, matando pobres hijos de Ask y Embla frente a los ojos del desconocido, pero no hiriéndolo a él, no por ahora al menos. Desde luego el Jörmungandr no reflexionó en todo aquello, simplemente continuó la dinámica que hasta ahora había funcionado bien. El mortal era perspicaz y le parecía inteligente, era lo suficientemente interesante como para no desear matarlo ahí mismo, en cambio seguir intercambiando palabras aunque no estuvo seguro que éstas fuesen entendidas en ese idioma arcano en el que siempre hablaba, aunque al final no importaba, a Varg le gustaba imponerse con toda esa palabrería sobre su divinidad, ser escuchado –no importaba si era comprendido- era una satisfacción extra. Escuchó luego con atención lo que el chico decía, sonaba sensato, pero le pareció la patética retahíla de alguien que desconoce los dones de la inmortalidad.
-Los nombres están para nombrar las cosas, son las acciones las que hablan por el individuo –aseguró y tomó el vaso que recién su acompañante había vuelto a llenar, bebió una vez más, su paladar estaba entumecido de por vida, el fuerte e incendiario sabor del alcohol era nada para alguien como él, sólo la sangre satisfacía cualquier necesidad de alimento y de deleite-. Pero vamos –sonrió de lado de nuevo y aquel gesto empezaba a ser preludio de que algo terrible estaba por salir de su boca –necesito un nombre, sino, ¿qué gritaría la gente al verme? ¿Qué nombre alabarían cuando finalmente me corone Dios? –a pesar de lo que decía, sonaba con cierta lógica, esa lógica avasalladora que tenía el vampiro, tan contundente, dicha con tanta convicción, que no dejaba lugar a dudas. Un trago más al vaso y una mirada por sobre su hombro a los otros que seguían en la taberna.
-Puedo matarlos a todos con un soplido incandescente como el de Surt en el Muspelheim, no sería problema para mí, pero… ¿cómo he de firmar mi gran obra? Como Varg, para eso necesito un nombre –a ciencia cierta ni él mismo sabía quién le había dado ese nombre, estaba seguro que no era el nombre que llevaba siendo mortal, pero a esas alturas ya no importaba, ese era el grito desgarrado de sus víctimas, Varg y ningún otro-. Para alguien perecedero como tú, todo eso que dices es real, pero para alguien eterno como yo, carece de importancia –se giró un poco para verlo y alzó e mentón, clavó los ojos azules de hielo infernal en el pobre muchacho.
-¿Cuál es tu nombre? -Espetó, su pregunta sonó a orden divina, después de todo así hablaba siempre, con esa superioridad inmanente y asimilada. Lo que era extraño en toda esa situación, era que rara vez preguntaba el nombre de alguien más, pues carecían de relevancia real, sólo personas nimias que ni siquiera merecían su atención. Del joven rescataba sus agallas, su insolencia y su sapiencia, le parecía tan insignificante y a la vez tan entendido de lo que hablaba que no creyó necesario degollarlo con Tomhet, sus cualidades sólo le darían un poco más de tiempo de vida, pues al final todos y todo sucumbiría ante su poder.
Esa noche ese chico había conseguido lo que muy probablemente nadie había conseguido antes, que Varg hablara como Varg, pero se comportara como el Conde; brutal pero no demasiado, alardeando de su supuesta deidad, matando pobres hijos de Ask y Embla frente a los ojos del desconocido, pero no hiriéndolo a él, no por ahora al menos. Desde luego el Jörmungandr no reflexionó en todo aquello, simplemente continuó la dinámica que hasta ahora había funcionado bien. El mortal era perspicaz y le parecía inteligente, era lo suficientemente interesante como para no desear matarlo ahí mismo, en cambio seguir intercambiando palabras aunque no estuvo seguro que éstas fuesen entendidas en ese idioma arcano en el que siempre hablaba, aunque al final no importaba, a Varg le gustaba imponerse con toda esa palabrería sobre su divinidad, ser escuchado –no importaba si era comprendido- era una satisfacción extra. Escuchó luego con atención lo que el chico decía, sonaba sensato, pero le pareció la patética retahíla de alguien que desconoce los dones de la inmortalidad.
-Los nombres están para nombrar las cosas, son las acciones las que hablan por el individuo –aseguró y tomó el vaso que recién su acompañante había vuelto a llenar, bebió una vez más, su paladar estaba entumecido de por vida, el fuerte e incendiario sabor del alcohol era nada para alguien como él, sólo la sangre satisfacía cualquier necesidad de alimento y de deleite-. Pero vamos –sonrió de lado de nuevo y aquel gesto empezaba a ser preludio de que algo terrible estaba por salir de su boca –necesito un nombre, sino, ¿qué gritaría la gente al verme? ¿Qué nombre alabarían cuando finalmente me corone Dios? –a pesar de lo que decía, sonaba con cierta lógica, esa lógica avasalladora que tenía el vampiro, tan contundente, dicha con tanta convicción, que no dejaba lugar a dudas. Un trago más al vaso y una mirada por sobre su hombro a los otros que seguían en la taberna.
-Puedo matarlos a todos con un soplido incandescente como el de Surt en el Muspelheim, no sería problema para mí, pero… ¿cómo he de firmar mi gran obra? Como Varg, para eso necesito un nombre –a ciencia cierta ni él mismo sabía quién le había dado ese nombre, estaba seguro que no era el nombre que llevaba siendo mortal, pero a esas alturas ya no importaba, ese era el grito desgarrado de sus víctimas, Varg y ningún otro-. Para alguien perecedero como tú, todo eso que dices es real, pero para alguien eterno como yo, carece de importancia –se giró un poco para verlo y alzó e mentón, clavó los ojos azules de hielo infernal en el pobre muchacho.
-¿Cuál es tu nombre? -Espetó, su pregunta sonó a orden divina, después de todo así hablaba siempre, con esa superioridad inmanente y asimilada. Lo que era extraño en toda esa situación, era que rara vez preguntaba el nombre de alguien más, pues carecían de relevancia real, sólo personas nimias que ni siquiera merecían su atención. Del joven rescataba sus agallas, su insolencia y su sapiencia, le parecía tan insignificante y a la vez tan entendido de lo que hablaba que no creyó necesario degollarlo con Tomhet, sus cualidades sólo le darían un poco más de tiempo de vida, pues al final todos y todo sucumbiría ante su poder.
Invitado- Invitado
Re: Now I can see your pain [Varg]
Sí, definitivamente se estaba arrastrando por propia voluntad a la boca del lobo. Las secuelas que le dejó Aryel parecían extenderse más allá de su fiero recuerdo y, de repente, incluso sus compañeros de raza se convertían en carnaza ideal para que el chico no pasara página. En qué momento había dejado de ser un hombre sensato en consecuencia, ya no lo sabía. Probablemente no lo hubiera sido nunca a su comedida manera, porque el mundo había girado siempre en una dirección muy diferente a la que a él le gustaba tomar y durante esos veintisiete años, ya fuera creciendo en Polonia o adaptándose en Francia, había aprendido a aceptar esa dirección, sí, pero sólo si podía seguirla a su propio ritmo.
Su descontento hacia los demás formaba parte inexorable de él mismo y aunque probablemente existieran pocas personas que estuvieran tan seguras como Oscar de que todo había acabado, algo en su modo de fijarse en el resto, de elegir en quién posar su atención o de acabar metido en situaciones demasiado retorcidas para el libre albedrío, le condenaba continuamente a ser un hombrecillo pesimista, pero destinado cómicamente a la esperanza. Y muchas veces, como ahora que había conocido a Varg, esa esperanza no tenía nada de corriente ni tampoco hacía distinciones entre bueno o malo, blanco o negro, humano o sobrenatural. Lo que también podía interpretarse como que respondía ante algo totalmente lejano al raciocinio de un ciudadano ejemplar que no vería nada de loable en estar platicando casi toda la noche junto a un evidente asesino. Oscar se había encargado de labrar sus propios pasos por la existencia y ahora la huella de Aryel le incrustaba una palanquita en el estómago que se accionaba cuando encontraba un solo parecido de ella a su alrededor. Aunque sólo fuera con esa, casi demente, sugestión que le producían quienes se alimentaban de sangre. Lo que normalmente le convertía en un imán inevitable para el peligro.
De independiente a suicida, por cortesía de una zorra sin oxígeno a la que, no obstante, tenía demasiado que agradecer.
Entiendo, te vales de los nombres para hacernos un favor a nosotros –resumió y se acabó también su bebida poco después de que Varg lo hiciera, atento como había estado a sus palabras a pesar de tener bastante con sus propios pensamientos-. Qué considerado.
De todo lo que había acudido a su mente desde que había entrado en la taberna e iniciado la conversación con el fin del mundo, no le gustaba estar acordándose precisamente de la vampiresa. Sabía que no importaba que fuera de forma inconsciente, nunca iba a poder olvidarse de la noche más importante de su vida hasta el presente ni del punto de giro que había supuesto aquel diablo con tetas en su destino. Sin embargo, por mucho que esa víbora le hubiera propinado un empujón ciego en mitad del caos existencial por el que pasaba para que diera un paso atrás o adelante, el que no había retrocedido y había seguido caminando hasta el final sólo había sido él, Oscar, sin ayuda de nadie y menos de un puto trauma de su adolescencia polaca (si es que alguna vez había tenido de eso). No se había metido a cortesano por Aryel, no sabía aguantar una noche entera bebiendo alcohol por Aryel y, por descontado, no estaba hablando con Varg por Aryel. Sin duda, eso le gustaría a ella… O quizá no, porque… ¿quién cojones sabía lo que le gustaba realmente a Aryel? Aparte de joder más allá del sentido sexual, claro.
Me llamo Oscar –le respondió finalmente y tras toda la disertación que le había hecho Varg sobre los nombres, le sorprendió que preguntara por el suyo. Le halagó, por mucho que para ese momento no le gustara la palabra y menos si el hombre continuaba diciendo cosas que apoyaban su versión del vampirismo. No obstante, la respuesta del muchacho fue tranquila. Suspicaz, pero tranquila- Llobregat, por si el apellido importa. Pero dime –y se aseguró de que aquello sonara como tenía que sonar, sin preocuparle la brusquedad y sirviéndose de ella para llegar adonde quería- ¿cuántos años tienes, Varg? Porque para acabar con la humanidad, cuanto antes se empiece, mejor.
Su descontento hacia los demás formaba parte inexorable de él mismo y aunque probablemente existieran pocas personas que estuvieran tan seguras como Oscar de que todo había acabado, algo en su modo de fijarse en el resto, de elegir en quién posar su atención o de acabar metido en situaciones demasiado retorcidas para el libre albedrío, le condenaba continuamente a ser un hombrecillo pesimista, pero destinado cómicamente a la esperanza. Y muchas veces, como ahora que había conocido a Varg, esa esperanza no tenía nada de corriente ni tampoco hacía distinciones entre bueno o malo, blanco o negro, humano o sobrenatural. Lo que también podía interpretarse como que respondía ante algo totalmente lejano al raciocinio de un ciudadano ejemplar que no vería nada de loable en estar platicando casi toda la noche junto a un evidente asesino. Oscar se había encargado de labrar sus propios pasos por la existencia y ahora la huella de Aryel le incrustaba una palanquita en el estómago que se accionaba cuando encontraba un solo parecido de ella a su alrededor. Aunque sólo fuera con esa, casi demente, sugestión que le producían quienes se alimentaban de sangre. Lo que normalmente le convertía en un imán inevitable para el peligro.
De independiente a suicida, por cortesía de una zorra sin oxígeno a la que, no obstante, tenía demasiado que agradecer.
Entiendo, te vales de los nombres para hacernos un favor a nosotros –resumió y se acabó también su bebida poco después de que Varg lo hiciera, atento como había estado a sus palabras a pesar de tener bastante con sus propios pensamientos-. Qué considerado.
De todo lo que había acudido a su mente desde que había entrado en la taberna e iniciado la conversación con el fin del mundo, no le gustaba estar acordándose precisamente de la vampiresa. Sabía que no importaba que fuera de forma inconsciente, nunca iba a poder olvidarse de la noche más importante de su vida hasta el presente ni del punto de giro que había supuesto aquel diablo con tetas en su destino. Sin embargo, por mucho que esa víbora le hubiera propinado un empujón ciego en mitad del caos existencial por el que pasaba para que diera un paso atrás o adelante, el que no había retrocedido y había seguido caminando hasta el final sólo había sido él, Oscar, sin ayuda de nadie y menos de un puto trauma de su adolescencia polaca (si es que alguna vez había tenido de eso). No se había metido a cortesano por Aryel, no sabía aguantar una noche entera bebiendo alcohol por Aryel y, por descontado, no estaba hablando con Varg por Aryel. Sin duda, eso le gustaría a ella… O quizá no, porque… ¿quién cojones sabía lo que le gustaba realmente a Aryel? Aparte de joder más allá del sentido sexual, claro.
Me llamo Oscar –le respondió finalmente y tras toda la disertación que le había hecho Varg sobre los nombres, le sorprendió que preguntara por el suyo. Le halagó, por mucho que para ese momento no le gustara la palabra y menos si el hombre continuaba diciendo cosas que apoyaban su versión del vampirismo. No obstante, la respuesta del muchacho fue tranquila. Suspicaz, pero tranquila- Llobregat, por si el apellido importa. Pero dime –y se aseguró de que aquello sonara como tenía que sonar, sin preocuparle la brusquedad y sirviéndose de ella para llegar adonde quería- ¿cuántos años tienes, Varg? Porque para acabar con la humanidad, cuanto antes se empiece, mejor.
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